HISTORIAS CON MUJERES, CON GATOS Y NIÑOS
1- Historias con sonrisa
Una vida complicada
Y...sí doctor, mi vida es un poco complicada...Usted sabe, con este asunto de parecer sensata, equilibrada, razonable...no puedo andar bufando o a los gritos.
Entonces, aunque esté con bronca, pongo cara de nada, sonrío y sigo andando.
Y así resulto confiable, porque me ajusto bien a lo que los otros esperan...que me comporte como una señora y no como una tilinga descontrolada.
Por ejemplo, mi amigo Mario Bonacci me presentó en la radio donde iba a leer uno de mis cuentos, diciendo de mí: “esposa y madre ante todo”, porque no sabe que soy una tramposa que parece mansa, pero que cuando me pongo violenta parezco todo menos una dama. Como la vez que le quise pegar a los dos camioneros de la Coca-Cola que habían estacionado en mi garaje. Como estaba furiosa y primero les había chocado el camión con mi Citröen, cuando amenazé con fajarlos, me miraron asustados y entraron a cuchichear entre ellos, porque seguro pensaron, que si había sido tan loca como para chocarlos, bien podía ser tan loca como para pegarles, aunque ellos parecieran King- Kong y yo una flaca esmirriada.
Por eso Mario no lo sabe y no se lo voy a contar doctor, porque claro... perdería imagen y no me invitaría más a leer mis cuentos en su programa.
Además de sonreír y bajar los ojos con humildad para entrar en el molde de mesura y discreción, está el aguantar las interrupciones a todo. Desde lo más privado hasta las charlas más públicas en dónde ¿cómo puedo redondear una idea si me cortan para preguntar, comentar ¡qué interesante!, oponerse o confirmar...
Tras que cuesta juntar las neuronas para producir una idea, que vengan a frenarla en su despliegue, es un ataque a mansalva.
Y además de las interrupciones que me hacen la vida complicada, están las demoras, doctor.
Todos me hacen esperar...El albañil que prometió poner las tejas. La escribana Ana Aliau que tiene pendiente la gestión del libre deuda. El plomero Barbuscia, que ya es como de la casa con tantas reparaciones que ha hecho, y quedó en ver el desagüe de la pileta y no viene. El técnico Jorge Muñoz que me prometió reparar la T.V.. El arquitecto Rogelio Martín que quedó en pasar por el diseño de las rejas del frente. ¡Tras las rejas voy a quedar yo, doctor, si encuentro a alguno de ellos!.
Si le cuento que hasta el cura Joaquín me tiene esperando desde Navidad, en que quedamos en hablar y teníamos que acordar un horario...y si ya ni en la palabra del párroco se puede creer ¿Adónde vamos a parar?.
Y después doctor, está la sobrecarga de trabajos, porque además de las responsabilidades laborales, están las responsabilidades hogareñas. Y se supone que una debe ser eficiente, pero al volver, constituirse en el ángel del hogar, dechado de gentilezas con cónyuge y retoños, y además permanecer joven, ágil y esbelta. Por eso y por hacer caso de las indicaciones de Antonio Rubí, mi traumatólogo, es que me anoté en un curso. El me dijo: -Andá a hacer gimnasia, que vos pasás muchas horas con el traste aplastado...Así que empecé a hacer gimnasia y casi muero doctor. Porque la profesora es sádica...Peor que un capanga de La Forestal en los quebrachales santiagueños...a puro látigo. Peor que un S.S. de la Gestapo. ¡Nos tortura doctor!
Yo sigo las indicaciones por el compromiso con Rubí, y por terca, pero cuando terminamos la clase quedamos tiradas y tiene que venir la 9 de julio, con palas y escobas a recoger lo que quedó de nosotras.
En dos o tres meses, no se si recuperé fuerza y agilidad, pero si que repasé mentalmente toda la lista de insultos conocidos y me inventé unos nuevos. Porque hay muchos momentos en la semana, en que el azar hace que me sienta inepta y lamentable, pero entre las 9 y las l0 de lunes y jueves, YA SE que me voy a sentir con los músculos doloridos, la respiración agitada, taquicardia y malhumor.
Así que este asunto de mantenerme ágil ya me está resultando pesado.
Y cuando vuelvo a casa, hogar dulce hogar, se supone que debo gozar del solaz y el clima de paz e intimidad que es para lo que cuentan que existen los hogares. Pero no siempre es un oasis y no siempre entro con toda la calma pastoril, sino bastante crispada, después de haber cumplido en la calle con todo lo que se espera: mirar por dónde camino, controlar el vuelto, avanzar por el pasillo, decir gracias, apurarme porque se me hace tarde, respetar el turno en la cola y saludar a los conocidos.
Entonces, como le decía doctor, entro en el hogar, dulce hogar, y me parece que estoy a salvo, porque supuestamente es un lugar tranquilo. Pero he aquí que en ese lugar tranquilo, la hija reclama para que la ayude a encontrar la idea principal de un texto de Buscaglia que tiene que presentar sin falta mañana, y si no, la bruja de la profe le pone un uno. La gata maúlla mientras me mira con sus profundos ojos verdes, tal vez para avisarme que su hijo adolescente volvió a irse de joda, y no le entiendo muy bien, pero supongo que debe estar preocupada, como seguramente lo estaría yo.
Y el marido chista a la hija que lee el texto de Buscaglia y a la gata que maúlla avisando la escapada del gato, porque quiere escuchar a Pavarotti que canta Santa Luchía, Santa Luchía desde la T.V.. Entonces el hijo (el mío, no el de la gata), me desafía a una partida de ajedrez, y entre Buscaglia, los maullidos, los chistidos y Pavarotti, el muy cretino me come a reina en la segunda jugada y yo tengo ganas de tirar el tablero al patio, porque es una deshonra vergonzante que un mocoso de 10 años me arrase de esa manera. Pero antes de putearlo me acuerdo que Freud no quiere, que Rascovsky me censuraría y además que los niños son templos vivos dice el Evangelio, y me morfo la bronca porque, como le decía doctor, una es una señora que cuida la imagen, aunque, siendo sincera, al mocoso ya mi imagen le resulta medio deslucida, sobre todo cuando pasan los video-clips de Madonna, y el se queda pegado a la pantalla como si tuviera Poxipol.
¡Tenía que venir justo Madonna, porque mire si será complicada mi vida doctor, que de chica, estaba Marilyn, al lado de la cual, cualquiera se sentía desnutrida. Después en la adolescencia, Brigitte Bardot traía medio chiflados a los novios que se pudiera tener, y ahora que soy una señora adulta, esta Madonna lo seduce al hijo de las entrañas, de las neuronas y de la médula de los huesos...porque usted sabe doctor, como los bebés se hacen a expensas de toda la mamá y no solo de sus entrañas, y así la frase “hijo de las entrañas” resulta bastante amarreta.
En fin, de todas maneras, aunque el hogar, dulce hogar pueda tener sus contingencias en lo cotidiano, una espera que los fines de semana sí puedan servir para distenderse.
¡Pero siguen las incoherencias!. Por ejemplo, el sábado veo que hay un espectáculo musical en el Anfiteatro, y decido ir porque siempre es interesante ver y oír nuevos conjuntos. Y hay uno que dice que hace
folklore, claro, un folklore medio estilizado que suena como cumbia, pero no importa, porque una está para distenderse y no para criticar...pero lo más grave doctor, es que anuncian un tango, pero mientras lo escucho me doy cuenta que complicada es la letra, ¡si hasta habla de dialéctica doctor!. Y yo no digo que esté mal...solo que cuando a una le anuncian que va a escuchar un tango se imagina que va a oír del paredón de madreselvas y glicinas, o de la santa viejita lavando en el piletón, o del loco que espera que le den tres luces azules... pero le juro doctor que yo nunca hubiera esperado que me hablaran de dialéctica. Si ahora hasta voy a esperar que con esta onda intelectual, el próximo tango hable de metáfora, metonimia y sinécdoque... total...
Los tiempos cambiaron tanto después de Piazzola, que no se que pensar...
Y después del conjunto que le decía, anuncian a Fandermole. Lo había visto una vez, en la Fundación Astengo, y lo que más me sorprendió es que era todo peludo. Tenía pelo, pelo, pelo...alrededor de la cabeza, debajo de los ojos, en torno a la boca que ni se le veía, y hasta la mitad del pecho. Y las chicas se arremolinaban a sacarse fotos con él. Y yo no entendía qué emoción podía haber en fotografiarse al lado del yeti, pero...quién sabe doctor, hay muchas cosas de la vida que yo no sé.
Bueno, pero esta vez, cuando salió, yo esperaba a ver al peludo que había conocido en aquella oportunidad, y no estaba doctor.
Se había rasurado la barba, y se había recortado el cabello, y esa era otra incoherencia más a sobrellevar en un fin de semana, en que yo quería estar tranquila, y que se cumplieran las previsiones, y que los tangos parecieran tangos, y Fandermole fuera peludo.
¿A usted no le parece que estas incoherencias producen estrés?.
La última fue cuando mi amiga Hilda me pidió que la acompañara al banco doctor. Fue terrible, todavía no me repongo. Por empezar era sábado. Cuando vi que acomodaba un par de impuestos y cazaba una tarjetita plástica le dije: -Pero hoy es sábado -. Y ella contestó: -No importa.
Entonces me acordé de mis trámites en el Monserrat, y cómo es que se resuelven las cosas allí, donde yo tengo cuenta desde hace varios años. Así es que he visto a varios gerentes y montones de empleados que van pasando por diferentes sucursales, y los pierdo de vista un tiempo, y por allí vuelven...y es toda una sorpresa reencontrarlos al cabo de un par de años, un poco más viejos. Y nos saludamos...y casi nos preguntamos por la familia.
Y entre los empleados que vuelven, di hasta con un ex alumno como Martinelli, que conocí cuando tenía 17 años y egresó con mi primera promoción de maestros de San Francisco, y en aquel tiempo quería ser aviador, pero se ve que la vida, como a muchos de nosotros lo hizo cambiar de idea.
También me supo atender un empleado que se llamaba Palacios y era tan serio, y una vez le dije, señalando a mi hija que estaba preciosa como una figurita de Sara Kay: -¿A qué usted no tiene en su casa una nena tan bonita como la que tengo yo?. Y el suspiró, tal vez triste y me contestó: -No, la verdad que no. Pero en cambio tengo un bigotudo de 23 años que es Contador.
También fui una vez a hacer trámites y mi hijo, que es muy comedido, se puso a hacer advertencias al empleado que nos atendía porque fumaba, sobre los riesgos del cáncer y todo eso, y al empezar a charlar, resultó que era Pellerino, el hermano de una colega con la que habíamos trabajado en la Facultad. También sucedió que a Pellerino le gustaron mis cuentos y supo reírse con ellos, así que le prometí incluirlo en uno.
Pero a usted no le parece doctor, que los trámites de Banco y otras cuestiones burocráticas se llevan mejor si la gente se trata como gente.
Por ejemplo, el gerente anterior, no éste que siempre me quiere asociar a Argencard, era aficcionado a los pájaros, y parecía tan absurdo estar allí, mezclando futilidades como cheques y depósitos con cosas tan importantes como nidos, colores y trinos, que no se podía creer.
Y contaba que su hermano, que es un economista muy serio (los conozco a los Olivé desde que éramos pibes) se dedicaba a la crianza de patos, sí, patos. Y tenía montones que preparaba para exposiciones y les había hecho construir una laguna en el fondo de su casa. Era maravilloso poder imaginarse una laguna en el centro casi de Rosario, y que además tuviera patos. Era tan insólito como los zapallos creciendo entre serpientes en el techo de la casa de que habla ese escritor del realismo mágico, el tucumano Mario Romero.
Y si una está frente a esas boletitas horribles u otros papeles complicados, es un alivio poder pensar en cosas interesantes como relatos, aves y ficciones.
Porque hay personas como yo, que cuando estamos frente a una planilla, siempre, siempre, siempre vamos a confundirnos y llenarlas mal, por simples que sean. Donde dice apellido ponemos nombre, donde dice dirección ponemos número de documento. Y es que las planillas, formularios y otros impresos, tienen un efecto nefasto. A mi me achicharran las neuronas, me estrujan el estómago, me oprimen el pecho, me decaen el ánimo y me amargan el día. Pero si, por lo menos, una sabe que el otro, aquel al que le alcanza la planilla con equivocaciones, es una persona que, digamos...le gusta el mar, o colecciona botellitas, o le tiene miedo al dentista...entonces es más fácil.
Por eso cuando mi amiga Hilda Rais, dijo ese día sábado que iba al Banco y que la acompañara, y nos metimos en una casita de vidrio y metal, con una pantalla de T.V. y botones y ranuras...yo no podía entender que eso era ir al Banco, a pesar de que sacó guita y pagó sus impuestos.
Le dije: -Yo prefiero el mío, donde me atiende Pellerino, que tiene una nena a la cual su hermana Ana María, mi compañera de cátedra le regaló una Pantera Rosa de felpa cuando trabajábamos juntas en la Facultad. Que además escucha sin chistar cuando mi hijo lo reta porque fuma, y se ríe con mis cuentos...y entiende cuando le digo que no me acuerdo del número de mi caja de seguridad, pero que no hay problema en encontrarla porque es la única que tiene cicatrices (es cierto, tiene dos marcas que quedaron en el metal al arreglar la cerradura).
No se si Hilda me entendió. A lo mejor si porque es poeta. Otras personas me hubieran mirado como si yo estuviera loca doctor. ¿Pero no es una incoherencia más a sobrellevar, que una vaya a un lugar que es un Banco, pero que no es como el Banco que una conoce, con gente, recuerdos, realismo mágico y cajas personalizadas que hasta cicatrices tienen?.
¿Y las incoherencias tienen que ver con el estrés?.
Ya ve doctor, son muchas cosas...esfuerzos para parecer civilizada y no andar amenazando camioneros...interrupciones a cualquier cosa...demoras de todo el mundo. Incoherencias cuando nos divertimos y hasta cuando hacemos trámites...¿Será por eso que me arde el estómago?. ¿Le parece que soy candidata a las úlceras doctor?.
1988
La doña y su hija bien criada
-¡ Vení Semantha Vanessa a estudiar el Catecismo, o te reviento!. ¿Para qué te estamos pagando el colegio privado, si no es para que aprendas a hacer caso y ser una chica como la gente: bien criada?. ¿Para qué gastamos plata en vos si no hacés caso?.
-¡ Ah vecina...¿estaba allí?. ¿Vió que cosa estas chicas, que solo piensan en jugar...y eso que una les dedica la vida. ¡La vida les dedica!. ¡Porque los hijos son los hijos!.
Y no es por hablar, pero cada cosa en su lugar, y el lugar de la mujer es con los hijos, en la casa...No como la de al lado, que casi no para porque dice que va a estudiar...dígame si se puede estudiar hasta las once de la noche..
-¡Vení Semantha Vanessa que se me acaba la paciencia y tengo que ir a hacer los ravioles. ¡Ah si...!. Porque en mi casa no comen pastas si no las hago yo. No me quieren ninguna de esas porquerías artificiales que ya vienen hechas...
Con el cuento de ahorrar tiempo..., dígame ¿ahorrarlo para gastarlo en qué?, muchas que yo conozco, se la pasan dando de comer a su familia porquerías compradas...
La de la esquina compra todo en latas, porque dice que es más práctico. Pero no es igual que una comida caliente...Aunque si es por caliente...No se por qué no se casó de blanco...Dice que porque era grande...Yo que sé cómo me casé, también sé por qué me vestí de blanco, con marcha nupcial y todo...Y no es por hablar, pero ESO es casarse. Casarse y tener un marido.
Si, porque en todos estos años, diferencias siempre hay ¿vió?, pero seguimos, porque si ocurrieron cosas, yo se que los chismes corrieron,...ojos que no ven, corazón que no siente. Además el hombre es hombre...y él siempre lo dice: -¿Te hago faltar algo yo?. ¿Te hago faltar algo?. ¡No!. ¿Y entonces, qué?.
Además como decían en mi casa...”Si el marido no lleva los pantalones bien puestos”.
¡Samantha Vanessa vení que le digo a tu papá que no me hiciste caso!. Estas chicas...mire que una se esfuerza por tenerlas bien criadas, pero nunca se sabe cómo le pueden salir...
1987
Historia interrumpida
Cuando llegó de la calle, traía toda la tensión de este mundo loco, de esta selva sin lianas ni Tarzanes que es la ciudad, en donde también sobreviven los más aptos, los más fuertes. Selva en donde se mueve con aplomo porque aprendió las leyes del juego.
En donde sabe abrirse paso metiendo miedo con rugidos, prepeando a codazos y empujones y mantenerse a zarpazos, mordiscos y desplantes.
Volvía como un guerrero en busca de su reposo.
Volvía como un expedicionario del desierto. ¿A un oasis?. ¿O a otra guerra?.
Volvía de un lugar en donde no hay espacio para la ternura. Como la que percibió cuando giró la llave, abrió la puerta y vio a quien esperaba.
Esperaba con tranquilidad. Con certeza de que llegaría.
Le irritó un poco esa seguridad. Entonces, para dejar bien sentado a qué venía, se acercó como el Humprey Bogart de “Casablanca”, o como el chanta de Alberto de Mendoza en “El Rafa”, y con mirada desafiante y sin decirle nada, empezó a desabotonar su camisa. .
Fue algo abruptamente que llegaron a la habitación. Atrás quedaban las copas sin siquiera servir. La lámpara estaba encendida y el ambiente cálido contrastaba con el frío y la oscuridad de afuera. Su brusquedad no encontró resistencia. O tal vez, precisamente por ella, la pasión creció.
Y cuando provocó el estremecimiento en esa otra piel, se preguntó si sería por la fuerza arrolladora del deseo, alternativa vagamente gratificadora para su ego, o porque , como siempre, tenía las manos malditamente frías, alternativa más realista, aunque menos romántica.
Luego el encuentro. Que hubiera querido describir, sin saber cómo, porque la poesía no es su fuerte. Su fuerte es la lucha. Y aunque en el amor haya también lucha, hay esencialmente otra cosa. Otra cosa evasiva y misteriosa..
Otra cosa que había encontrado límpida surgiendo de poemas que alguien encuadraría como literatura erótica. Tal vez sea necesaria una sensibilidad especial para poner en palabras los gestos del amor y que quede algo digno. Algo que se lee en algunas páginas de Dante, Petrarca o Safo y que se aleje de las crónicas dulzonas tipo Alberto Migré tanto como de los pasquines pornográficos de Flash.
Ya estaba. Tal vez apresuró las cosas, porque no podía esperar más. La habitación silenciosa. Las respiraciones agitadas, las caricias demoradas, gemidos. Un ritmo lento y profundo. Envolvente, total. Su impaciencia que era ya casi desesperación, y cuando...casi...
Chiquichiquichic...Los pasitos en la escalera pusieron una nota extraña en el silencio lleno de murmullos de la habitación. Dos de la madrugada. Y el niño que entra soñoliento y dice lo más campante: -¡Ah!, llegaste mami...correte. – Y se instala en medio de la cama.
El pequeño retoño de ombú. El fruto preclaro de sus ovarios. La culminación encarnada de su triunfante erotismo.
Pero...se dijo algo amoscada: “¿será posible que no pueda, pese a las autorizaciones civil y eclesiástica, terminar de hacer el amor con mi marido?”.
1985
Al fin y al cabo soy adulta
Cuando yo iba a salir volando, apurada como siempre, y me estaba pasando el peine delante del espejo, ella estaba viendo la tele. Daban el noticioso. Claro, si tiene tiempo de ver televisión cómo no va a estar informada...Yo apenas se quien es el presidente de turno.
Cuando ya salía me preguntó: -¿Te vas sin medias?-
Miré el cielo gris, sentí el airecito otoñal tirando a frío y me volví con bronca.
Es cierto que yo a los otoños no los percibo hasta que están bien, bien avanzados... Cuando me doy cuenta de que a mi alrededor, ya la gente usa bufandas y saco mi ropa de abrigo, resulta que en el ínterin tuve tiempo de pescarme dos anginas y una gripe.
Así que tomé en cuenta el aviso y luego pasé lentamente delante de ella, para que viera que sí me había puesto medias. (Ella está misteriosa, mágicamente conectada con el Universo, así es que creo que sabe hasta cuando va a refrescar).
Entonces, cuando pasaba, volvió a mirarme y con voz casual preguntó: -¿Y no llevás cartera?-.
A lo mejor quería decir que llevara los documentos porque ella sabe lo nerviosa que me pongo si me llega a parar la cana y no los tengo. O tal vez quería recordarme que levara la billetera. No fuera a sucederme como aquella vez en que Pablo pidió una golosina y nos paramos en el kiosko, y él eligió unos caramelos en sachets, que se llaman “Mielcitas” y que vienen en ristras (como los chorizos). Que cuestan monedas, pero he aquí, que cuando yo empecé a buscar el dinero para pagar, resulta que no tenía la billetera.
Entonces recordé que la había dejado en casa y dije: -Pero... cómo puede ser, no tengo plata...- La señora del kiosko miraba suspicaz y daba la impresión de no creerme. Muy imperiosa ordené: -¡Pablo devolvé los caramelos!.
Pero él ya estaba comiéndose uno, y yo entré a tirar de la ristra de un lado, y él del otro, los dos desesperados. El, porque no le fueran a quitar sus caramelos, y yo por devolver a la kioskera lo que no podía pagar. Todo sucedió en fracción de segundos, pero fueron una eternidad, hasta que ella que estaba parada a nuestro lado dijo, deteniéndome justo antes de que yo le aplicara una toma de karate a Pablo: -Esperá, esperá...que creo que yo tengo-
Y buscó en su bolso y me alcanzó un billetito arrugado, gracias al cual yo pude retirarme con dignidad, y Pablo se pudo retirar con las “Mielcitas”, eso si, chupándolas a cuatro manos, como si no se convenciese que ya eran de él y no estaba amenazado de perderlas.
Ella caminaba al lado nuestro, y no hizo notar lo que nosotros dos sentíamos, que era que nos había salvado. A mí del papelón y a Pablo del despojo.
Y es que ella suele tener plata hasta en los fines de mes, y entonces me presta. Tiene una especie de ubicación también en lo económico, que la hace organizar sus gastos, sabiendo como reservar siempre un poco, para sí misma y para las desprevenidas como yo.
La verdad es que me da un poco de rabia que sea tan sensata. Y me tiene un poco cansada con sus aires de mona sabia.
A veces me pregunta enarcando las cejas y con un tono levemente reprobatorio: -¿Vas a salir?-
Ella sale poco. A mirar vidrieras por ejemplo, y en las librerías se pone a mirar los libros como “Cocina fácil”. O como otros opios parecidos. Pero sale poco, dice que no le gusta. Que tiene algo que hacer. No se por qué es tan casera.
En cambio, a mí basta que me digan: _Vamos a ...- que sin terminar de escuchar ya estoy en la puerta.
Y para colmo al otro día me pregunta: -¿Volviste temprano?-
¿Pero quién se cree que es para interrogarme?.
¿O se cree que no se me cuidar?.
Bueno...a veces no se me cuidar...Un sábado por salir sin tapado me enfrié toda y el domingo amanecí afiebrada, y ella me preparó un te y me lo llevó a la cama con aspirinas. Meneando la cabeza de un lado a otro, con un aire, como diría?...con un aire de reproche mezclado con resignación.
Además critica mi manera de comer. Digo...no aprueba que yo coma lo que llama “Porquerías artificiales”, tipo comida chatarra, sandwiches, saladitos, picadas y chocolatines.
A ella le gusta la sopa. ¡La sopa!. Y las pastas, y los guisos...¡Puaj!. ¡Hay que tener estómago!.
De todos modos, en ese punto hemos llegado a una coexistencia pacífica. Ella se hace preparar sus aburridas sopas y yo mis inquietantes basuritas.
Ella me mira medio preocupada cuando se me marcan las costillas y la cara se me pone verde. Para colmo Carlos dice que prepara el café mejor que yo. Me tiene podrida.
Y otra cosa...jamás usa vaqueros. Prefiere las polleras. Cuida que los colores combinen y se niega cualquier extravagancia. ¿Cómo puede ser que no le guste la ropa loca que estalla en las pilcherías con los colores más estridentes? De elegir, elige el beige.
Está bien que yo a veces parezca medio disfrazada, pero ella es del todo una solemne dama.
Esto es, que me cuestiona no solo la ropa sino las salidas y los horarios, las modalidades y los estilos.
Y lo que me tiene requetecansada son los consejos.
Cuando una vez yo había discutido a propósito de no sé que cosa, ella con voz pausada y persuasiva me dijo, mientras seguía sorbiendo su horrible sopa: -No pelees por pavadas, que, al fin, vivir en pareja es bueno... Eso dicho sentenciosamente, mientras yo pensaba como insertarle una aceituna en el ojo, que era lo que comía yo.
Pero...¿qué se cree?.
Me tiene repodrida.
¿Se cree que es mi madre?. ¡No es mi madre!. Madre yo ya tengo. Y bien tolerante que es. No es mi madre. Es mi hija. Y tiene 9 años.
Y yo soy adulta. Y soy psicoanalista. Y no aguanto que me ande enseñando cosas.
Al fin, mis alumnos, mis pacientes y mis amigos creen que soy muy razonable, muy equilibrada y muy madura.
¿Por qué tiene ella que venir a pincharme el globo?.
1983
Y fueron tantos hombres
Y fueron tantos hombres pasando por mi vida...
Metiéndose intrusivamente, casi sin darme tiempo a reflexionar, conmoviendo hasta las estructuras más firmes, llegando hasta los cimientos para sacudirlos.
¿Cómo puede cambiarse tanto?. Era de una manera firme, estable, parecía permanente...Pero ellos llegaron y con fuerza arrolladora pusieron todo en vilo, dejaron todo en suspenso... trabajo, amistades, proyectos.
Imposible continuar con mi vida normal, con mi vida prolijamente delineada en un amor, fidelidad, hijos, continuidad de días y de afectos.
Ellos quebraron toda rutina, y sin prever las consecuencia impusieron su presencia para convertir mi vida en este caótico deambular entre escombros. Entre escombros de lo que fue mi casa, de lo que fue mi vida, antes.
Antes de ellos. Esos hombres. Desaprensivos, irresponsables, llegando para arrasarlo todo.
Que fueron crueles, que fueron tantos...
¿Cómo conservar la estabilidad en medio de arquitecto y constructor. De albañiles, plomeros, electricistas, gasistas, ceramistas, techistas, carpinteros, pintores...que silban, rascan, golpean, sacuden,
escupen, cantan, insertan, acoplan, bromean, rompen, discuten, ensamblan, colocan, descargan, construyen, conversan, reparan, respiran, presentan, ajustan, arrastran, rehacen, miran, filosofan y completan la remodelación de mi casa.
Ayer encontré un tornillo en el tomo II de Freud, dos virutas de cedro en la almohada y tres cascotitos en la sopa.
1987
El machista
Lo que más me revienta es que sea tan machista.
¡Justo a mí!. ¡Justo a mí!.
¿De qué valen años de militancia hasta crear la Coordinadora Feminista de Rosario y llevar carteles y pancartas a la Plaza de los dos Congresos el 8 de marzo?
Es tan celoso, posesivo y dominante que ya no se qué hacer.
Para ir a verlo a Alberto Cortez me tuve que inventar una reunión científica. Y cuando dieron el espectacular de Victor Heredia estuvo marcándome de cerca para ver cómo lo miraba y escuchar qué comentarios hacía. Como si Victor Heredia pudiera salirse del televisor y venir a saludar.
Y con Juan Manuel Serrat ya tiene delirio de celos, al punto que amenazó con tirarme todos los cassettes. Yo lo fui a ver a estadio, y sola, porque nadie me acompañó, y cuando ya salía, él preguntó irónico: - ¿Y después del recital volvés?. Se ve que había escuchado lo que alguien farfullaba sobre cuarentonas libidinosas y estaba rabioso.
Pero, ¿qué se cree?
Yo, para no echar leña al fuego, pongo cara de boba y miro para otro lado, no es cuestión de andar dándole motivos para que se inquiete. Se la pasa preguntándome adónde voy y si vuelvo tarde. ¿Acaso yo a él lo controlo?
El colmo es que me prohibió fumar y cuando mis amigas me ven apagar volando el pucho cuando lo oigo llegar, me cargan porque me dicen que me tiene dominada. Y por ahí también me dicen que es una barbaridad y que yo tendría que ser más coherente y no permitir que me limite así.
¿Acaso no estamos luchando por las reivindicaciones afuera?. ¿Y cómo es que nos vamos a dejar mandonear así en casa?.
¡Pasame la sal!. ¡Alcanzame la ropa!. ¡Pronto...servime un te!. ¡Pasame la birome!. ¡Rápido!. Y sostiene la mirada desafiante, como si lo único que yo tuviera que hacer es atenderlo. O como si fuese su secretaria y él, un ejecutivo que tiene una junta en dos minutos. O peor...como si yo fuese su esclava y él el sultán.
Además cuando estoy conversando con alguien interrumpe por cualquier estupidez y se queda cerca, cosa de hacerse notar, de perturbar el diálogo o de evitar que pueda concentrarme en otra persona o apasionarme por otra cosa. Exige que esté pendiente de él y no soporta ser desplazado.
Pero a pesar de toda la bronca que esto me da, desde el momento en que nos vimos, fue el flechazo, y desde entonces andamos abrazados por el mundo, más allá de todos los desacuerdos y desavenencias. Cuestión de piel que le dicen... y me parece que va a ser así por un buen tiempo.
Por eso... cuando se duerme rodeándome con brazos y piernas, o cuando me mira y me dice: ¡ Qué linda estás!..., o cuando me deja una notita en la mesita de luz diciéndome que me quiere...yo me disuelvo en un charquito de miel, y quedo totalmente entregada por los próximos dos meses.
Hasta le disculpo que repruebe mi mousse de chocolate que tanto trabajo me dio.
Lo que más me gusta es cuando caminamos juntos y vamos charlando de distintas cosas.
Le interesa la astrofísica y me ha sabido explicar cosas que yo no conocía, como la teoría esa... de los agujeros negros del espacio. También es bastante diestro en el uso de la computadora, que yo solo miro de lejos, porque parece cosa de mandinga. En cambio él, la maneja con toda soltura, sin ninguna aprensión. Como si estuviera del todo de acuerdo con su estilo.
Entonces es también cuando me despierta una admiración tan grande, que vuelvo a caer rendida. Y no solo yo, he notado que otras también sucumben en esas situaciones.
Es que sigue siendo cierto, como descubrí a los veinte años, que a las mujeres la inteligencia nos seduce, nos fascina, nos subyuga. Aunque se de en un flaco que físicamente no dice nada.
Si, porque él es flaco y tiene una cara de lo más cómica porque como está cambiando los dientes de leche, le faltan los dos de adelante y está todo desportillado.
Fuera de eso tiene una pinta de cervatillo que mata.
Es bastante precoz, como son ahora todos los pibes. ¡Las madres lo sabemos!.
Ah! Si... porque es mi hijo. Del que puedo decir, parodiando a alguien:
“El que sin ser mi marido, ni mi novio, ni mi amante,
es el que más me controla
¡con eso tengo bastante!
1987
Metamorfosis
El cambio es inquietante.
Lo siento surgir desde lo más profundo como algo que crece dentro de mí, hasta expresarse en esta forma que a muchos espanta.
La serenidad cede el paso a una gran tensión. Es gradual pero implacable y me confronta con una terrible imagen de mí. Imagen abarcadora que me comprende toda. Metamorfosis que se prolonga cada vez más. Que surge bruscamente y ocupa períodos muy extensos de tiempo.
Metamorfosis que transforma mi dulzura en acidez, mi suavidad en aspereza, mi calidez en frialdad, y que influye sobre los otros que me miran con temor, que esperan con aprehensión el momento imprevisto del cambio dramático.
He escuchado a mis espaldas cuchicheos en donde se me asociaba a ciertos sucesos oscuros en la Transilvania de los condes, y también con los efectos misteriosos de la luna llena en el último de los hermanos, en una serie de siete.
Y aunque no estuvieran los cuchicheos...yo siento sobrevenir el cambio como una catástrofe temida y deseada.
El cabello se torna hirsuto, los ojos se estiran hacia las sienes y adquieren un brillo maligno. La nariz se vuelve ganchuda, los labios se afinan en una sonrisa siniestra y dejan ver los dientes que crecen agudos. El cuerpo todo se adelgaza y encorva. Las manos se arrugan y las uñas se afilan como garras.
Me miro y no me reconozco. Y sin embrago...¡esa bruja soy yo!.
Y toda esta transformación misteriosa y fatal ¿por qué?.
Porque me dejaron una Bic cerca, y se me ocurrió una idea para el próximo cuento.
1987
Este tema del erotismo
El libro de biología de su hija estaba abierto sobre la mesa. Se detuvo distraídamente en un párrafo: “En la época húmeda de la primavera y el verano las ranas machos se acercan a los charcos y lagunas y comienzan a croar para atraer a las hembras. Al iniciarse el apareamiento que se efectúa en el agua, el macho abraza a la hembra por el dorso. Al presionar con sus pulgares, provistos de callosidades, el abdomen de ésta, la obligan a expulsar gran cantidad de óvulos sobre los que vierte simultáneamente los espermatozoides. La fecundación se realiza en el exterior del cuerpo. Estos animales son ovulíparos.” Biología II, María Léonie Dutey, Susana Teresa Nocetti.
Y lo que leyó la llevó a pensar -¡Pobre ranita!. Vive en un charco, come bichitos y para colmo hacer el amor es eso que se describe en el libro.
Su hija la vio compungida y dijo: -No te aflijas, a lo mejor el compañero de la rana tiene pulgares eróticos.
Entonces pegó un respingo y se preguntó ¿qué sabe ella de erotismos y peligros varios?.
Su hija es muy juiciosa. A veces le parece demasiado juiciosa, demasiado adulta, al lado suyo que no termina de crecer.
Pero como tiene casi quince años y algunos festejantes, pretendientes como se decía antes, o aminovios o noviamigos como se dice ahora, le pareció prudente hablarle. Más después de lo de la ranita y el erotismo de los pulgares.
Ella pretende ser una madre moderna, pero en esto de la eventual sensualidad de los hijos se le queman los papeles.
No sabe cómo proceder, si como algunas amigas que sugieren la consulta a la ginecóloga y desde allí discretamente se borran o como otras que acompañan celosamente a sus hijas e hijos a todos lados, controlan sus llamadas y si sus niños salen una noche, toman coramina y Lexotanil y esperan sentadas en el umbral, con cara de mártires en el frío invernal, cosa de correr con la culpa a los desaprensivos que vuelven tarde.
No sabe realmente si deberá admitir, que si recibe a un amigo pueda cerrar la puerta y respetar el misterio sin morderse las uñas, o hacer como Iris, que respondió a su hijo cuando la consultó si podía invitar a dormir a su amiga: -No, porque en esta casa, los únicos con derecho a copular somos tu padre y yo.
En fin, ella no tenía posición tomada, pero el asunto la inquietó y pensando que de lo que nos inquieta, lo mejor es hablar, decidió hacerlo. Y pronto. Así que esa anoche, cuando escuchó la cerradura y los pasos en la sala se levantó, no sin antes manotear la bombacha que había quedado enredada en el revoltijo (imaginen: sábado a la noche) y echarse un buzo encima, lo primero que encontró.
Se toparon en el comedor, ella medio dormida, pero resuelta a que ese era un buen momento para charlar. La invitó a tomar un café y la hija la miró un poco sorprendida.
-¿Qué tal te fue?. ¿Te divertiste?.
Se hicieron café y la hija la observaba mientras ella acercaba los pocillos desde la mesada. Se sentaron y comentó que lo había pasado bien, mencionó los chicos y chicas que habían ido y también que tenía planes para el próximo sábado.
Fue casi tartamudeando que ella fue llevando la charla de esos temas intrascendentes a áreas más comprometidas. Hablándole de lo importante de compartir y tener amigos. De todo lo que significa enamorarse, pero como eso, a veces se complica...
La hija revolvía el café con la cucharita y la escuchaba y ella iba eligiendo las palabras para que llegaran...¿para que llegaran adónde?.
¿Cómo mensaje permisivo?. ¿Cómo mensaje admonitorio?.
Como mensaje permisivo creo que ya no podría sostener en estos tiempos de HIV el axioma agustiniano de : “Ama y haz lo que quieras”.
¿Como advertencia para que pensara en organizar su vida y sus amores con cautela?. ¿A los quince años?. ¡Y como si la vida y los amores se pudieran embretar en mandatos y reglas!.
En realidad lo que quería decirle es que no se expusiese, que no permitiera que le hicieran daño, y tratara de no hacerlo ella a otros, porque en este asunto de los amores es fácil salir herido. Pero también sabía, y cada quien deberá aprenderlo por sí mismo, que si se elimina el riesgo de sufrir, el amor pierde lo que lo hace tan importante y se presenta banal y descolorido.
También quería avisarle de lo funesto de experiencias irreflexivas en este asunto del sexo, de los riesgos de lanzarse a la exploración del erotismo sin la debida cautela, anticonceptivos por medio. De que la paternidad y la maternidad son plenas cuando son responsables y que pueden ser responsables cuando se tiene tiempo de crecer.
Algo iba balbuceando, pudiendo balbucearle, entre sorbos de café, reflexiones sobre el amor y apelaciones a su buen sentido...ese que se fue formando en esos quince años, según creía, por obra y gracia del azar. Del azar, porque a veces se mostraba tan madura que no se explicaba que fuera su hija. En ocasiones le parecía que estaba de vuelta de muchas cosas, que la miraba concesiva y en silencio, para no hacer ver lo grande que era.
Lo cierto es que la escuchaba, intervenía a veces y parecía coincidir con sus planteos, formulando algunas opiniones con una seguridad y sensatez que la fueron tranquilizando.
Parecía tomar con seriedad el tema del amor y con prudencia el tema de la sexualidad. Así que era como hablar de igual a igual, aunque fueran madre e hija en la madrugada del sábado, ella saliendo del sueño y su hija volviendo de su cita.
Se sentía satisfecha con una charla tan adulta, así que completó: - Vos sabés que el amor es importante y debería ser fuente de alegría, pero hay que cuidar de no confundirse, no enceguecerse. A tu edad es fácil que te sientas envuelta en impulsos tan fuertes que te aturdan...allí es imprescindible mantener la cabeza fresca y no enredarte al punto de hacer cualquier cosa y no saber dónde estás, ni cómo estás. En el terreno de la pasión, aunque parezca contradictorio, hay que ser muy cuidadosa, muy racional. No hay que perder las riendas, de modo que cuando decidas hacer algo, que sea bien reflexionado antes, y que no te suceda no saber dónde estás parada.
Convencida de haber estado muy bien, satisfecha con su discurso terminó diciendo: -Es importante no perder la dimensión de las cosas y encontrar el sentido de lo que se hace y por qué se hace. Sin encontrarlo, todo es una chiquilinada.
Se levantó para irse, y la hija con su voz más neutra, pero señalándola con un índice implacable contestó: -El que no va a encontrar su calzoncillo es papi. Vos lo tenés puesto.
1989
Polvo, pelusa y telarañas
Dedico este trabajo a las mujeres que todos los días del año, en todos los lugares del mundo y a lo largo de toda la historia, plumerean montañas de polvo, barren kilómetros de pisos, lavan toneladas de ropa, preparan las comidas y lavan los platos de insistentes y reiterativas multitudes.
Dedico este trabajo a aquellas que no pudieron construir catedrales, descubrir planetas, confeccionar códices... Ni escribir “La divina Comedia”, componer “Las cuatro estaciones”, ni cincelar “El Moisés” o “La Piedad” porque sucede que estaban sacando a basura.
Pero que intentaron que la vida fuera una comedia alegre y humana, durante el frío o el calor sin importar las estaciones, suavizando las leyes de Decálogo con profunda piedad y sabiduría.
Vivo en una casa grande de ladrillos, con tejas francesas, aberturas de madera y rejas coloniales de hierro forjado. Tiene fondo y jardín.
Todos dicen que es una suerte vivir en una casa como esa y yo creo que es así.
Demoramos 15 años contados uno por uno en hacerla, pues sólo disponíamos de nuestro trabajo para comprar los materiales y contratar los operarios. En ese tiempo, en todo ese tiempo no recibimos herencias, ni ganamos la lotería, el prode o algo así. Se fue haciendo por etapas porque es muy amplia. Nos costó gran esfuerzo ir completándola y debimos ahorrar todo lo que podíamos hasta que llegó a ser lo que es hoy.
En un mundo en el que existe el Taj Mahal que aún no he visto, la Alhambra de Granada que quién sabe si veré y los Jardines de Tívoli que desearía llegar a ver, en realidad es una casa modesta.
Está construida en un terreno largo, por eso lo del jardín adelante y el fondo atrás. La casa está en medio y es inevitable que la tierra de jardín y fondo vuele y se deposite en cada lugar de la casa. Queda a mi cargo cuando la empleada no está. Ahora no está desde Navidad.
Yo trato de no hacerle caso, pero cuando al abrir una puerta se agitan las telarañas pendientes del techo y salen volando manojos de pelusa pienso que es preciso limpiar.
El polvo suele estar en los torneados de las maderas de la baranda, en los paneles rectangulares de los postigos y en las volutas de las rejas formando una película gris. Las volutas de las rejas son también el lugar preferido por las arañas para hacer sus nidos. Este otoño encontré las arañas más grandes, negras y amenazantes que ponen unos huevos pegajosos, blancos y esféricos. Tenía miedo que las arañas me saltaran a la cara en justa represalia cuando les rompía las telas y sacaba los huevos.
Además de las arañas también tenemos gatos. Un gato amarillo que se cree perro y monta guardia sentado en el felpudo y una gata gris que se cree emperatriz rusa en el exilio y nos mira desdeñosamente por ser latinos y subdesarrollados. A los gatos los tenemos por pedido de los chicos que querían animalitos domésticos y también por una cuestión de poco carácter. Sucedió que los gatos vinieron. Y pese a nuestra oposición se fueron quedando. Al principio los espantamos con convicción. Pero ellos insistían en permanecer, mirándonos con sus grandes ojos fijos. Nosotros nos fuimos cansando y ellos ganando espacio. Así fue.
Ahora para usar las sillas para sentarnos a comer tenemos que sacar a los gatos. O correrlos al menos, para que nos dejen un pedazo de asiento. Lástima que pierdan tanto el pelo. Se nos queda pegado en faldas y pantalones. Comen hígado y carne picada, eso si, tibios porque fríos no les gustan. Toman leche y agua.
Son los regalones de la casa, pero tienen una costumbre odiosa. En época de celo marcan con pis su territorio para avisar a los otros gatos que no deben pasar, que ellos son los dueños del lugar. Los otros gatos se dan cuenta rápidamente. En realidad cualquiera puede darse cuenta.
El olor a pis sale con “Pinoluz lavanda” y la época de celo dura bastante.
También tenemos un ratoncito blanco que vive en una pecera en la pieza de mi hijo. Come semillas, lechuga y galletitas todos los días. Y una tortuga que se llama Manuelita. Vive en el fondo y come las flores caídas de la rosa china. No es necesario acercarle las rosas, ella las encuentra tiradas en el pastito.
En el patio hay un jacarandá. Es hermoso. Nació solo en un cantero cuando el patio era de cemento, antes de hacerlo de cerámicos. Bueno, en el cantero nació una planta que fue creciendo muy alta como la planta de las habichuelas de “Fantasía” y recién el segundo verano supimos que era un jacarandá porque floreció. Me puse muy contenta porque siempre me habían gustado los jacarandáes con sus hermosas flores celestes. Y pensé que era un milagro que justo, justo hubiese nacido uno en mi patio sin haberlo plantado.
Hasta que me hicieron notar que en la esquina había cinco, y que no fuera sonsa. Que las semillas están desparramadas por todo el vecindario cuando caen. Así que no es extraño que si una cae en tierra pueda dar lugar a un árbol como sucedió con éste. Muchas otras habrán caído en la vereda y no pasó nada.
Las semillas en otoño llenan el patio con sus vainas de color castaño que son muy decorativas. He visto cortinas y móviles hechas con ellas.
Las hojas y ramitas caen en el invierno. También para esa épocalas hojas del plátano y la hiedra. Así que forman un colchón que a mi amiga Liliana que es tan juguetona le gusta pisar por el crujido que producen y que yo debo barrer del patio mientras dura ese tiempo.
Cuando termina de deshojarse el jacarandá ya están en capullo las espléndidas flores. Cuando abren el árbol todo celeste es un espectáculo. Dura poco, pero es un espectáculo. Digo que dura poco porque pronto empiezan a desprenderse y cuando están en el suelo forman una alfombra. Claro, una alfombra transitoria porque pronto volverán a caer las semillas de color castaño.
Y mientras barro y barro en las cuatro estaciones, semillas, ramitas, hojas, flores, mi marido hace arreglos en la casa por ejemplo, o poda la parra o la enredadera.
Él es capaz de arreglar casi todo en casa. Su primer oficio es el de carpintero. Su segundo oficio es el de psicoanalista.
Mi segundo oficio también es el de psicoanalista. El primero es el de escritora.
Cuando ayer le dije, apoyándome en la escoba y mirando las telarañas, el polvo y las hojas: -¡Estoy desesperada!- él muy psicoanalíticamente contestó: -¿Y qué querés que te diga?-. También dice: -Hum...-, y –Aja!- y se va a hacer trámites como pagar impuestos, gestionar créditos o asegurar el Citröen.
Hace años que estamos juntos. Cuando mis amigas ven a mi marido carpintero me felicitan y dicen: -¡Qué suerte tenés!-
Porque un marido que arregla casi todo y además hace hermosas aberturas de madera es una gran suerte. Me miran a mi con gesto de desaprobación y duda como preguntándose si realmente merezco al marido y a las aberturas. Yo también me lo pregunto.
Todos dicen: -¡Qué hermosas ventanas!-. O: -¡La madera es tan cááálida...!- (Así, arrastrando la “a”). Nadie nunca, nunca dijo: -¡Qué limpitas están estas ventanas!-. Me parece injusto. Él las hizo una vez y sirve para que lo elogien siempre. Yo las limpio muchas veces y no me elogian nunca.
En total, las que tienen vidrios son 17. En la planta baja son 7 contando las 2 del living, 1 en el comedor, 2 en el estar y 2 en la cocina. En la planta alta son 10, contando las 4 de los dormitorios, las 5 de los consultorios y la de la sala de espera.
Cada una está dividida en paneles y cada panel en cuadrados de vidrio enmarcados en varillas muy finas que sobresalen un cachito del panel.
En total son 369 vidrios sumando todas las aberturas: ventanas, puertas y puertas ventanas. Cada vidrio está enmarcado en esas varillas que sobresalen y juntan polvo. Ese que les comentaba, especialmente las varillas de arriba y de abajo.
Como son 369 vidrios, las varillas que requieren Blem y franela son 738, de cada lado. Porque se sabe que cada ventana, cada panel y cada vidrio tienen un lado de afuera y un lado de adentro. Los lados de los vidrios son 738. Las varillas en cuestión 1.476.
Las limpio cuando las veo muy sucias. Algunas una vez al año. Otras cada trimestre. Pero las de los lugares donde estamos más, cada semana. Por eso mientras limpio, cuento y pienso.
Me acuerdo de Teresa de Avila que se formulaba planteos de compleja matemática mientras miraba las vigas del techo perderse en perspectiva.
También yo me formulo planteos mientras limpio maderitas, también pienso e imagino. Pienso en los usos no tradicionales del martillo sobre quienes expresan su admiración por las aberturas de madera que son... ¡tan cálidas!.
Y hablando de monjas...a mí el silencio de las Congregaciones de Clausura no me pesaría demasiado. No soy muy charlatana, así que podría sobrellevarlo sin traumas. Esa sería una solución.
La otra se me ocurrió después de ver a Meryl Streep en “El amor es un eterno vagabundo”. Me di cuenta que también se puede rescatar cierto encanto en la vida a la ventura de los mendigos sin casa, ni ataduras, sin limpiavidrios, sin tejas, rejas, torneados ni biseles.
También de seguir así, deberé pensar en maneras creativas de utilizar mi talento literario mientras limpio. Por ejemplo, imaginé, para mi lápida, que deberá ser sencilla, por favor, nada ostentosa, una inscripción que diga:
“Usó Pinoluz, fragancia a limpio; Odex con amoníaco que desengrasa cubiertos y vajilla; Ala con blanqueador óptico que hace que su ropa refulja esplendente; Cera Suiza para los pisos de madera y Autobrillo Ceramicol que deja como un espejo los pisos cerámicos”.
1991
La histérica
Ya me tiene harta.
Se viene comportando como una neurótica histérica, de esas que viene, seduce y se va.
Que lanza su mirada envolvente e insinuante, esboza una sonrisa y cuando creemos que ya está con uno, pega media vuelta desaparece.
Me ha rozado, haciéndose la distraída, cosa de dejarme en plena turbación, y como quien no se da cuenta de nada..
Además de seductora es mentirosa, porque deja mensajes como billetitos de encendidas promesas, y en el momento de sostener su palabra ¡puf! Se hizo humo, y en vez de su tibieza solo el vacío y el frío.
No debiera impacientarme, total no puede evitar venir y quedarse, es solo cuestión de tiempo, y que importa si es un poco antes o un poco después... Entonces será mi turno de mirarla con sarcasmo y decirle con ironía: -¿Y ahora...no te hacés la esquiva?- en el tono de Rodolfo Zalim en “Flores robadas...” cuando estaba en ganador.
Tal vez no pueda evitar ser así, tal vez forma parte de su naturaleza esto de asomarse y esconderse, en este juego perverso y frustrante que asocio a no se que refrán acerca de pavas y braseros...
Es una loca de mierda, una chiflada que me altera el ánimo, sin hacerse cargo de lo que promueve.
Una simuladora con diploma en ese arte de hacer creer cosas que después no cumple. Una mentirosa de marca mayor. Una seductora de novela.
Les digo que no exagero al acusarla de histérica.
¡Y bueh!. ¡La primavera en Rosario es siempre así!.
Solo que este año parece más indecisa y vacilante en quedarse del todo que otras veces. Se asoma y se va. Me ilusiona y desilusiona en cuestión de horas.
Ya guardé las bufandas, los abrigos y los guantes y los volví a sacar como cinco veces.
1984
La sabiduría de Hegel
Hegel tenía razón. Cuando describía la mutua dependencia entre el amo y el esclavo, la relación dialéctica entre ellos, de tal suerte que no se concibe uno sin la existencia del otro en una reciprocidad ineludible.
Sí Hegel sabía lo que estaba diciendo, como si nos hubiera observado minuciosamente a nosotras dos, antes de plasmar sus conceptos.
Porque de eso se trata. ¿Se concibe una esclava sin ama?. Y si las situaciones que estamos viviendo nos definen, más allá de lo que deseemos pensar de nosotros mismos, a mi me definen como su esclava.
Por eso la miro con rencor.
Desde que amanece empezamos a jugar roles complementarios. Se despereza con sensualidad y empieza ya a embellecerse. Yo corro de un lado a otro recogiendo las ropas que los chicos dejaran tiradas a la noche y reúno los útiles sobre la mesas. Tengo trámites en el Banco y consultas a la tarde.
Además debo poner la ropa en la máquina de lavar para ir adelantando. Tal vez la pueda tender después del almuerzo.
Hago una lista mental del itinerario a recorrer para ahorrar tiempo y energías.
Ella, bellísima, indolente, sin ninguna otra cosa que ocuparse de sí misma, sin ninguna otra obligación que permanecer hermosa, me mira ir y venir sin mover un músculo en mi auxilio. Esperando, incluso, utilizarme a su servicio en lo que le venga en gana. Me siento impotente, esta situación es injusta me digo mientras sirvo su desayuno y se lo acerco.
Bosteza displicente y me mira desde sus alturas de reina inconmovible.
Sí, somos exactamente complementarias, como ama y esclava, como cigarra y hormiga. Ella se ocupa solo de sí, yo corro multiplicada para ocuparme de todos. Ella se estira lánguida y ociosa y yo sudo y puteo. Ella mira hacia el patio decidiendo si es ya el momento de ir a tomar sol y yo calculo si en el año me quedará una semana para vacaciones. Ella come pausadamente como una dama de exquisitos modales yo trago mi café de pie ante la mesada antes de salir corriendo.
Sobre todo ella se acicala con lentitud, conciente de su belleza, yo me miro al pasar reflejada en una ventana, y en contraste me veo desmejorada y tensa, con la casa por organizar, más las tareas de los chicos por supervisar y mis propias obligaciones pendientes. Dejando para último lugar la atención que demandaría mi propio narcisismo.
¡Y es que ella es tan hermosa!. Creo que se aprovecha de eso...En cambio a mi se me ve enredada en la madeja de trabajos y obligaciones, con expresión de agobio y cansancio...como si fuera una esclava. Realmente una esclava.
Ella, impecable, sofisticada, los sombreados ojos verdes fijos en mí, entre indiferentes e implacables, maúlla quedamente y se aleja meneando la cola imponente y peluda de angora gris.
199 1
Cuando el gato no está
Había un no se qué flotando en el ambiente, impregnando el aire, chorreando suavemente por las paredes, dulcificando las miradas y las voces. Algo como erótico, creciendo en la tarde otoñal pero cálida.
Cuando él se acercó y empezó a acariciarla primero distraídamente y luego con sugestiva insistencia, ella le dijo sofocando el tono: -¡Qué se van a dar cuenta! .
Entonces volvió a prestar atención a su libro, mientras arriba ellos se preparaban para salir, y al lado la tía todavía dormía
Si los de arriba se iban pronto, ellos tendrían un rato para estar solos antes de que la tía se despertara de su siesta.
Bajó casi lista y preguntó: -¿Quieren tomar algo?. Pero ellos sabían que era una excusa para asomarse. Lo leyeron en su mirada que controló en un segundo la situación y desapareció de la puerta. Suspiraron por lo bajo por esa fiscalización disimulada.
Ya la semana anterior, mientras estaban las dos arreglándose ante el espejo, le había descubierto una marquita en el cuello, y se retiró murmurando: - ¡Qué vergüenza!, como ofendida y con cara de culo. Ella se encogió de hombros y la dejó pasar porque no quería dramas.
Él seguía en la mesa leyendo a Foucault y ella subrayaba párrafos de “Hegel revisitado”, los dos muy serios mientras la escuchaban preparando las tazas. Fingían estar muy serios y concentrados en los textos, pero la presión erótica seguía subiendo. En realidad no veían lo hora de que se fueran.
El levantó la nariz del libro y la miró interrogante, y ella le susurró, ya en franca complicidad: -Esperá que ya se van.
Volvió resignado a “Vigilar y castigar” y ella bufó encima de su artículo.
Los otros demoraban siglos, como si lo hicieran a propósito., o les molestara dejarlos solos, pues algo habían percibido.
La escucharon pedir un taxi por teléfono. Para despedirse se acercó a darles un beso, pero los miró con un matiz de advertencia. Y ella puso cara de boluda pero pensó: -Minga!. Cuando el gato no está, los ratones bailan!.
Luego oyeron la puerta cerrándose detrás de ellos. Y el silencio.
Entonces fue, que puesto que la tía dormía plácida y la hija de ambos acababa de irse con el novio, al fin tenían oportunidad de estar solos.
1998
2- Historias con trampa
...Me parece lógico que una chica espere hasta encontrar al hombre
La Intrusa
Apareció un día.
Absolutamente bella.
Absolutamente enigmática.
Absolutamente desdeñosa.
Clavó en mi sus ojos inmensos, rasgados, como de verde cristal transparente.
Pero la mirada quedaba allí, no me permitía ahondar en ella, fría, cautelosa, tal vez especuladora.
Me pregunté qué misterio escondía. Qué secreto albergaba tras su silencio impasible.
¿Por qué tanta desconfianza?. ¿Por qué tan retaceada su entrega?.
Nada en ella era corriente, ordinario. La piel impecable, el gesto, soberbio.
Caminó majestuosamente hacia mí, pero eludió mi contacto.
Su vientre combado lleno de vida nueva, no disminuía la gracia y dignidad de sus movimientos.
Pero ¿por qué tan altiva distancia?. Si yo ya estaba rendida...
Me recordaba vagamente algo, o alguien...¡Claro!.
Era una película: “El futuro es mujer”, en donde Ornella Mutti, también los ojos luminosos e inescrutables, también el embarazo redondeando su figura, se instalaba en la vida de una mujer, para convertir el cosmos en caos.
Ahora ella estaba allí, y yo, como esa mujer que había visto cambiado su mundo, la recibía como si ello fuera un privilegio. Sin preguntar de dónde venía. Sin indagar nada. Disfrutando solo de la magia de esa presencia fascinante, esquiva, seductora hasta la alienación.
A su lado, todas las otras cosas se deslucían y pasaban a un segundo plano. Los otros intereses, los otros afectos, las otras fidelidades.
Mi madre, vieja y sabia dijo: -Estás enamorada.
Y fue como si yo escuchara: -Estás perdida.
Era cierto...la miré casi suplicante.
Pero su mirada no arrancaba desde adentro, sino desde la fría superficie de cristal de sus ojos increíbles, y no decía nada, no prometía nada, no concedía nada.
Tal vez se iría pronto llevándose su hechizo.
Tal vez dejaría su cría, como signo y recuerdo de su paso por nuestras vidas.
Lo que yo presentía es que no se quedaría con nosotros.
No estaba hecha para quedar con nadie. Salvaje, libre, aventurera...
Extendí mi mano hacia ella, pero se retiró entre indolente y despectiva.
Supe que nunca sería mía.
Que defendería ferozmente su independencia sin dar un palmo más de lo que se le antojara.
Aún así yo la amaba. ¿Tal vez por eso yo la amaba?.
Entonces fue que mi compañera salió del consultorio protestando.
-Gata de porquería malcriada, otra vez hizo pis y mojó los Seminarios de Lacán. Y decime...¿qué vamos a hacer si tiene los gatitos acá?.
1986
Le canté las cuarenta
Le dijo a su marido que leía el diario: -Hoy estuve con él...Tragó saliva y continuó :-¿Querés saber como era?-. No le contestó, pero dio vuelta la hoja de los Editoriales y esperó callado.
Ella confió en que el tono de su voz bastara para inquietarlo, pero no delató ninguna emoción. Entonces bostezó fingiendo indiferencia.
-Era grande, fuerte y protector como mi papá- agregó sabiendo que ese comentario le pegaría duro. Creo que él permaneció expectante por un momento. Entonces aprovechó para seguir: -...Y estuvimos hablando mucho tiempo...fijate que perdí la cuenta-. Y dicho esto, se limó una uña, haciéndose la distraída.
-Mmm_ dijo él volviendo a su diario.
Entonces decidió darle una estocada profunda, así que le susurró: -...y me tocó las tetas ¿sabés?. ¡Las dos tetas!.
- ¡Ajá!- contestó mientras se ajustaba los lentes que se la habían bajado, resbalando sobre la nariz.
Allí fue que completó triunfal: -Y me espera el viernes que viene. ¡Sin falta!-. (Para que veas, le falto chumbar).
Pero él, sin levantar los ojos de la página de política preguntó: -Y para la artrosis ...¿te dio algo?-.
-Si, gimnasia y un desinflamatorio. Feldene, me parece que se llama. Se me terminaron las órdenes, tenés que ir a la Mutual a comprar otras...-
- Mmmm...-
1987
El invierno de las adúlteras
En el bar, los sonidos de la calle llegaban atenuados. Frenadas, bocinazos y risas. Dentro del bar, superponiéndose a la música, se escuchan ruidos de loza y metal, pasos, sillas que se arrastran y fragmentos de confidencias, discusiones y también la charla casual de quienes pasan un rato.
En eso estaba, cuando en la mesa a mis espaldas una voz clara y alegre, toma la palabra y no la devuelve, tal su premura por decir, su entusiasmo por relatar lo que va pensando, en un monólogo que me llega y me hace testigo de esta historia:
“- Este invierno ha sido largo y frío. Tendrá que ver con eso..
También debe tener que ver con la época, con las tentaciones...Antes creo que había menos posibilidades y más resignación...¿Te reís?... Pero en serio este invierno supe de mujeres que se permitían lo que nunca...amores apasionados y sin futuro. Y que por eso se enredaron en historias increíbles. Claro, no tan increíble como la nuestra.
Si, alguna vez me había interesado alguien... pero siempre aposté al cumplimiento de la palabra dada. En broma amenazaba: me lo traería a Richard Geere, solo para mirarlo, ya que está tan lindo... O a Harrison Ford, pero se sabe que ninguno de ellos entraría a formar parte de mi vida, salvo en la fantasía..
Tampoco creí que vos entrarías a formar parte .... Claro, parece una historia tan loca. Y yo que nunca había estado en la trampa. Me parecía importante mantener todo un récord. Si son posibles los récords gimnásticos, por qué no los de perseverancia en un vínculo que dure toda la vida, como pasaba con nuestras abuelas.
¡No me mirés así, no es tan extravagante lo que digo!.
Pero no se, apareciste vos y fue como si me animara a lo imposible. Porque mirá que es imposible nuestra relación...
No digo solo porque vos seas como diez años mayor, la diferencia de edades no importa...Ni porque seas de otro partido con otra ideología. Ni tampoco porque tengamos estilos de vida tan distintos...
Mi vieja que es tan formal se caería de espaldas si supiera que me importa tanto alguien que no labura, se la pasa tomando Criadores y con el porro en la mano.
Y me pregunto...¿qué dirían tu marido y el mío si supieran?.-”
1987
Cuestión de conciencia
Ella había dicho: -¿Vos sabés lo que es encontrarte con lo que soñaste siempre?. ¿Y que esté allí, a tu alcance y que tengas que renunciarlo?.
Yo estimaba su renuncia como prueba de su entereza, porque tenía que ver con su fidelidad a la palabra dada.
Había sucedido en el verano, cuando durante las vacaciones conoció a alguien que la conmovió profundamente.
La recordaba con su expresión triste y adulta, porque a ella y a mí, nos había sucedido algo grave y tumultuoso, que tendría profundas repercusiones. Algo similar, a pesar de las diferencias.
Me pregunté consternada, por ella y por mí: ¿Por qué las cosas son así?.
Mi historia empezó extrañamente. Lo había entrevisto hacía meses sin prever que llegaría a formar parte de mi vida.
Cuando mi esposo me llevó hasta él, quedé cautivada.
Fuerte, suave. No había dudas, me conmovía. Pero debía renunciarlo. Soy fiel a mis viejos amores. Y si bien la fascinación que ejercía era poderosa, sabía que me debía guiar por otros criterios, que no tenía sentido quedarme capturada por esa presencia aplomada, silenciosa, a la vez calmada y potente.
Al fin, no se tira por la ventana en aras de un impulso adolescente, las convicciones de toda una vida...los viejos afectos, la confianza construida.
Sí, intuía al mirarlo un bello imposible.
¿Cómo hacerle un lugar en mi historia?.
Yo estaba jugada en otras decisiones, en una cotidianidad simple, pero plena y rica, y en la que no había espacio para él.
En mi vida previsible y serena, él era el sobresalto, él era la exigencia. El era el desafío y podía meterme en un vértigo en el que no estaba dispuesta a entrar.
Al fin, correr tantos peligros, exponer mi propia estabilidad ¿parea qué?. Sí, ya se...las grandes pasiones que avasallan con todo y encuentran su justificación en sí mismas. En el hecho de ser vividas como lo que son ¡grandes pasiones!.
Pero...y la lealtad ¿no vale entonces?. ¿Es solo una palabra?.
Allí estaba, imponiendo su presencia en nuestras vidas. Allí estaba, tercamente, indiferente al conflicto. Firme, brillante y azul.
Entonces fue que no aguanté más y le dije a mi marido mirándolo de frente, rectamente a la cara, directamente a los ojos: -Sí, este auto es muy hermoso, muy rápido y todo lo que quieras, pero somos unos desalmados al cambiarlo...Yo voy a extrañar al viejo...ya estaba acostumbrada.
1991
Homenaje al adulterio
Una vez un joven, casado recientemente y ya desgarrado por el conflicto que significa sentirse conmovido por el encuentro con otra mujer, tironeado entre los dos afectos como Tupac- Amarú, dijo la célebre frase: -Me pregunto...un ser humano está hecho para amar a una mujer?...o a dos...o a más?.
Obviamente el ser humano del que hablaba era él.
Si además, la una, o las dos, o las más mujeres de sus desvelos también lo eran no entraba en sus cuestionamientos.
El se sumergía en sus cavilaciones, mientras yo me quedaba pensando...
Varios años después, y superado este trance, este muchacho me contaba sus lúcidas observaciones: -Los tipos se ponen locos en esta época primaveral, por las minas tan libres, tan sueltas que andan por la calle. A ninguno se le ocurre, que si a una de esas minas, la tuviera en su casa para siempre, lo tendría recansado.
De él es también la sabia reflexión: -De triángulos venimos y hacia triángulos vamos...
Lo cierto es que las triangulaciones en las que se ve involucrado todo bicho que camina (desde el triángulo edípico en adelante), hace que me haya parecido útil categorizarlas.
Porque no todas las personas se comportan igual en situación de adulterio (me referirá a hombres o mujeres aunque use el masculino),
Está en primer lugar el adúltero sigiloso, siempre conciente de su transgresión, culposo y amedrentado, caminando presuroso y encorvado, mientras dirige miradas furtivas hacia uno u otro lado, no encontrando sosiego en ningún lugar. Pero que... misteriosamente protegido por la virgencita de los abombados, puede vivir largas historias clandestinas, sin que jamás se sospeche de él, sorteando contingencias increíbles y resolviendo peligros inverosímiles. Eso si, a costa de úlceras perforadas y crisis de taquicardia paroxística.
En segundo lugar están los adúlteros papeloneros, que son aquellos a los que la lumbalgia los deja paralizados en una posición muy comprometida, algo más que metafóricamente hablando, en el Motel en que esperaban demostrar sus aptitudes gimnásticas. Y entonces tienen que venir los bomberos para desencajarlos y Eco a prestarles ayuda, con gran escándalo de sirenas ululantes.
O son los que promueven una reacción airada en su amante, que para vengarse, sube a la cornisa y amenaza tirarse, con lo que deben intervenir brigadas especiales de salvataje, mientras los filma el noticiero de la tarde con Chiche Gelblung a la cabeza.
Está en tercer lugar, el adúltero reivindicativo o desfachatado, que confrontado con el hecho de su transgresión, se encoge de hombros, levanta desafiante el mentón, enarca las cejas y entrecerrando los ojos, dice cosas con un mohín desdeñoso, como las que se dicen en las películas: -Y bueno...sucedió...¿Qué querés que haga?. ¿Qué me suicide ahora?.
Y es que la relación de pareja y los avatares de su historia, cuando es una relación duradera, implica una complicada red de compromisos, acuerdos y ajustes que ni en las sesiones de las Naciones Unidas se llega a tales niveles de sofisticación.
Tal vez el juramento matrimonial sea excesivo al involucrarnos en un acuerdo permanente y de por vida. (Así como el himno es un exagerado al exigirnos que vivamos coronados de gloria, cada uno vive como puede, decía Borges).
Más allá que nos cuestionemos si es posible comprometerse de por vida con algo, el que se casa lo hace, tenga o no conciencia de ello, y por tanto desde allí se hace pasible de transgredir dicho acuerdo.
Y es nuestra condición de seres de la cultura, civilizados, accidentales y cretinos, la que sin duda influye en las dificultades para entendernos con nosotros mismos y con el otro de la pareja.
Una de las áreas en donde el entendimiento se juega es la de la sexualidad, y por estos tiempos vengo conociendo más gente que sepa álgebra que gente que sienta que sabe hacer el amor...
He ahí noticias de lo difícil y engorrosa que puede ser la sexualidad en estas pampas húmedas. ¿ Será porque la sexualidad es tan difícil o será porque somos nosotros tan difíciles?.
Woody Allen dice que el sexo es lo más divertido que uno puede hacer sin reírse. Divertido si, pero complicado.
Al respecto hay quienes sostienen, que es imposible la amistad entre un hombre y una mujer, por la eventual erotización del vínculo y posible transgresión.
Ese planteo, aparentemente sexualiza la relación entre personas. Pero en realidad sólo presta atención a los vínculos heterosexuales, amputando toda la cuota de libido que pudieran tener las relaciones entre personas del mismo sexo.
Quien dice: la amistad entre varón y mujer es imposible porque entra en ella a jugar la sexualidad, dice también: -En toda relación con personas del otro sexo, me involucro sexualmente, me “gasto” toda mi sexualidad allí, al punto que cuando me encuentro con alguien de mí mismo sexo, ya no me queda “resto”.
Como si dijera: -Es imposible que estando con una mujer no la desee, para asegurarse: -Es imposible que estando con un hombre, con el que sólo cabe la amistad se me filtre algún otro sentimiento.
Mi hipótesis es que la imposibilidad de pensar en la amistad entre hombre y mujer, funciona como contrapartida de la imposibilidad de pensar el amor con una persona del mismo sexo. Y que ambas imposibilidades son mitos, originadas en algo que se emparenta con el miedo.
Woody Allen sale del paso diciendo: “Soy heterosexual práctico. Pero no dejo de reconocer que la bisexualidad me duplica las posibilidades de pasar bien el fin de semana”.
Prefiero creer que la amistad es posible entre hombre y mujer. Que la amistad y el amor son posibles entre personas del mismo sexo. ¡Y hasta creo que el amor es posible entre hombre y mujer!.
Podremos acordar o no con estos planteos, quedan para una larga, tan larga discusión como la que se prolonga mientras encontramos un modo de conciliar las contradicciones que nos zarandean a quienes entre los calmos cielos y la polvorienta tierra venimos a descubrir que no somos ángeles.
Venimos a descubrir esto, y ante el desafío y la conmoción de las promesas formuladas, podemos optar por actuar como héroes, como personas o como ratas.
Como héroes, cuando a la romántica propuesta de tercero-tercera en cuestión: -Quiero instaurar plenamente mi presencia en vos... (manera bizarra de avanzar en un acercamiento amoroso) se opta por hacer un bollito con la turbación que tal propuesta genera, en una renuncia coherente a las promesas antes formuladas. Y esta renuncia se silencia para siempre. ¿Quién es capaz de tanta nobleza?. Yo no conozco a nadie.
Como personas cuando se revisa el zarandeado primer vínculo, para disolverlo, reivindicarlo o recontratarlo con condiciones y asumiendo todo el desgaste que el operativo implica.
Como ratas, cuando se cae en la agachada de jugar a dos puntas, esperando que lo que no se dice no sea adivinado, ni contado por las lenguas vespertinas, en el afán goloso y avariento de tenerlo todo. Que como se sabe, es como no tener nada.
1986
3- Historias que me contaron
El abuelo
a Mili
Mili viene siendo mi personaje favorito en estos tiempos. Porque cuenta cosas muy cómicas de sí misma en una forma original aunque tengan un fondo de tragedia. En fin, cuenta las cosas que nos pasan a todos y todas pero con mas gracia que la mayoría.. Por ejemplo que siendo rubia haya querido ser morocha, lo cual es un contrasentido en este país en el que se venera el cabello y los ojos claros. Por ejemplo en que hubiera querido vivir en otra época (¿en la “belle epoque”?) y no en la actualidad. Y por ejemplo, que siendo judía haya querido ser católica, es más, monja católica de una congregación de clausura. Y que de niña jugaba a serlo y para ello se ponía una enagua de la madre, una toalla en la cabeza a modo de velo, y como nota exótica, se calzaba los zapatos de casamiento de su mamá de tacos aguja altísimos, y luego se sentaba y se quedaba quieta, con las manos en el regazo, la mirada baja, expresión melancólica y silenciosa. Esa era su idea de lo que es ser monja, y no cabe duda de que es toda una idea.
También supo contarme que empezó la carrera que cursa, Trabajo Social, en tres sucesivas oportunidades, pues en cada una de ellas sus propósitos se vieron interferidos por sendos embarazos. Esto es: algo sucedía con su inscripción que ponía en marcha algún misterioso resorte y de la fecundidad intelectual pasaba a la otra, por lo cual debe ser uno de los pocos casos, en los que, en lugar del Espíritu Santo, se puede atribuir al ámbito académico potencias de impregnación fuera de lo previsto. La carrera la embarazaba.
Y una de las últimas cuestiones que charlamos, y que se refería al tema de la muerte y sus ritos, es que ella ya ha dejado dispuesto que desea que se la vele en sencilla pero sentida ceremonia, pero, eso si, en inusual posición: esto es, culo para arriba y con la hermosa bombacha negra que le queda tan sexi, y que la envidiosa de la hermana le había traído de Brasil, y luego no quería darle.
Por todas estas cosas desopilantes es que le prometí que iba a escribir sobre ella.
Pero lo que me decidió finalmente a hacerlo es lo que me contó de su abuelo. Porque si de tal palo , tal astilla; de tal abuelo, tal nieta. Y ahí pude entender algo de su humor. Su abuelo rumano que llegó muy joven al país y se fue a residir a un pueblo. Solitario pero emprendedor, cuando tuvo el dato de que en un pueblo vecino había una joven soltera, inmigrante como él, y como él paisana, no lo dudó. Preparó el sulky y con toda decisión se fue a buscarla. Para casarse con ella. Y debe ser difícil resistir cuando la decisión es tan firme.
No sabemos que pensaron, que sintieron, cómo es que acordaron y que expectativas los llevaron a irse juntos para formar una pareja, que fue armoniosa y que duró tanto como la vida y más también.
Lo que Mili relata de su abuelo es que era alegre y capaz de gozar de las cosas y bromear con todos. Que vivió enamorado de su esposa y que cuando ya ancianos dejaron el campo para vivir cerca de su hija y de sus nietos, sucedió que ella enfermó de Alzheimer.
El no permitió que otros la cuidaran, y siguió compartiendo la habitación y el lecho pese a las dificultades, y se negó a pensar en internarla cuando empeoró, como le sugerían. Con el avance de la enfermedad, su solicitud con ella aumentaba y aunque se hiciese difícil la vida, no se lo vio, ni se lo escuchó impaciente o quejoso.
Y de ella, de esa abuela enferma que hacía paquetitos de papel de diario, en los que envolvía cosas que luego tiraba a la basura, lo que Mili recuerda, es que aún en el tiempo en el que ya no reconocía, ni razonaba, ni hablaba, cuando él, el hombre de su vida pasaba cerca, le tomaba la mano y le succionaba el pulgar. Y él se quedaba acariciándola en el único modo de encuentro que les quedaba.
La sobrevivió como quince años, pero se negó a amar a ninguna otra mujer, pues como decía: Para él solo había una: Clarita. La que había ido a buscar en su sulky aquella tarde, a quien había desposado al apenas conocerla, pero con quien había compartido la vida, las luchas y el amor.
Cuando los nietos con quienes había ido a vivir al enviudar, se referían a su abstinencia tan larga y lo camorreaban, y le tiraban de la lengua respecto al tema, diciéndole: -“La abuela ya murió, pero si vos no te despabilás, se te va a morir lo que ya sabés, que si no se usa se atrofia”-, él con picardía les contestaba como entendía esa cuestión:
“Una vez al mes, buena cosa es;
una vez a la semana es cosa sana;
una vez al día ¡cuánta algarabía!”.
Pero así la entendía dicha cuestión, la del amor y el erotismo, para los otros, porque para sí mismo su decisión fue la de optar por la clausura de esa dimensión de la vida. Fue la de optar por privilegiar el recuerdo de la amada con una adhesión sin fisuras, integrándola a su soledad como la compañía más significativa y más allá de lo que otros pudieran pensar.
Al fin, que misterioso es el amor, que se gesta en circunstancias inusuales y continúa sosteniéndose en el corazón de los amantes sin que ni la muerte pueda con él.
2001
Historia (de amor) cruel
A Susana
Lo había conocido en “El Cairo”, que algunos llaman “El club de corazones solitarios”.
Claro... allí se reúnen y charlan, de mesa a mesa todos los náufragos de la generación intermedia, lo bastante escépticos como para alardear de sus fracasos, y lo bastante esperanzados, como para seguir intentando un encuentro.
Y el hecho de que él tuviera más de treinta años y una historia de estudio y trabajo, creyó que le daba ciertas garantías. Él tenía una hija con su ex mujer de la que hablaba arrobado. Debía ser muy tierno.
Luego sabría de su aura de conquistador. Coleccionista de piezas exóticas. Cazador preciso y alerta.
Le habló de las mujeres que habían desfilado antes, como de “peponas” muy bonitas, con cabeza de aserrín. Claro, con ella sería otra cosa. ¿Sería otra cosa?.
Empezó a dudarlo, cuando ella quiso contarle cómo pensaba el amor en sus proyectos, y él la interrumpió diciendo: -¡Qué linda sos, te voy a callar a besos...!
No obstante decidió intentar.
Después del noviazgo trunco, de tantos años, y que ella había pensado como el definitivo, no había vuelto a esperanzarse. Esta vez...Pero había alguna brusquedad en él que la sobresaltaba.
Y que se acentuó entonces, cuando estuvieron juntos...
Hacía tanto tiempo que ella no... Sintió un dolor agudo y trató de decirle, pero no la escuchaba...
Cuando la escena terminó, ella como espectadora ajena, salvo por el dolor y el desencanto, le preguntó: -¿Por qué?. Así no es. Eso no fue hacer el amor...-
Él, coleccionista, cazador, conquistador, no entendía nada. La miró sorprendido...La pieza de caza de pronto se volvía hacia él y le hablaba. La pepona saltaba del estante para interpelarlo.
La irritación siguió al asombro.
¿Cómo que no sabía hacer el amor?.
¿Cómo que debía aprender?.
Entonces e gritó: -¡Eso solo puede decirlo una loca, una puta reventada!.-
Días después se cruzaron casualmente en el río.
No se saludaron.
El la miró con disgusto.
Luego lo vio colocarle suavemente bronceador a la nena en la piel. Le recogió el cabello delicadamente y la llevó hasta el borde del agua. Se quedó cerca, mientras jugaba en la arena húmeda.
1987
Chinita desagradecida
A Elena
La madre dijo: -Chinita desagradecida, que lo único que sabe es dar disgustos. Es una calamidad que nos haya caído con este problema, aunque podría haberse previsto, de una chica tan irresponsable que no iba a tener en cuenta a nadie!. ¡Solo a su propio capricho!. ¡Y mirá con lo que resulta!.
El padre dijo: -Me cubre de vergüenza, nunca algo me hizo tanto daño como “ese” que no tendría que ni nacer...Un hijo bastardo sigue siendo un marginado, y la madre sigue siendo vista como una puta. ¿Qué van a decir los que conocen mi trayectoria?. ¡Esto es un deshonor!. ¡Con esto no se puede vivir!.
La abuela dijo: -¡Toda una vida de decencia y de respeto que ella tira ahora por la borda!. ¿Cómo voy a poder mirar de frente cuando me pregunten: “¿Su nieta está embarazada?”. No quiero verla por aquí...no tiene conciencia, ni escrúpulos, ni siquiera quiere al padre, o a la madre, pues no los expondría a esta humillación.”
La amiga dijo: -Pero que tonta...pero que estúpida. ¿Cómo no se cuidó?.
Una conocida dijo: -¿Y no será que quiere tener al fin algo propio?.
Y la empleada que había trabajado por años en la casa ,haciendo las tareas domésticas fue la única que preguntó: -¿Necesitará ropita?...Porque yo le puedo pasar de mi nena...
1987
La espera
A María Cristina
El informe de la angiotermografía estaría el jueves.
Angiotermografía. Nombre extraño.
Debía retirarla del instituto. Pero antes buscar la autorización de la orden en la Obra Social.
En la Obra Social esperar en la larga cola.
Las empleadas de guardapolvos azules cansadas, agobiadas por el calor, aburridas por lo rutinario del trabajo, impersonales y frías en el trato.
La cola avanza lentamente. Ya llega. El carnet, el último recibo de sueldo, la orden. La empleada recibe los papeles, verifica. Anota en una boleta, nombre, número, sella, firma. Desprende la boleta del talonario. Se la entrega sin mirarla. Autorizada. Dos de la tarde.
Luego el instituto. El sol no se decide a romper las nubes, pero el calor igual golpea.
¡Qué lento transcurre el tiempo!. La consulta es a las cuatro. Con el informe del estudio que debe retirar, el médico podrá saber, podrá decir.
La vereda parece blanca bajo ese resplandor desmesurado para abril. No obstante el cielo gris se achata en el horizonte. La ropa se pega en el cuerpo.
En el instituto en la penumbra, la empleada habla por teléfono. Otra persona espera.
Una expectativa ocupa todo el espacio. El sobre con el informe. Allí está el dictamen.
¿El sobre estará abierto?. ¿Podrá leerlo antes de la consulta, antes de las cuatro?.
La empleada termina de hablar por teléfono. Atiende a la persona que espera desde antes.
Luego su turno. ¿Por qué se demora tanto?. ¿Es que no terminará nunca?.
Si, finalmente llega ante el mostrador.
La orden autorizada por la Obra Social. Es ésta. Abonar el porcentaje, veinticinco por ciento. Sí. La billetera. El dinero. Ya está.
El sobre con el informe.
Las manos de la empleada de largas uñas esmaltadas acercan el sobre. En el sobre, el destino.
Cerrado. Herméticamente cerrado.
¿Por qué estará cerrado?. ¿Será norma del instituto?. ¿O será por otra razón?.
Es temprano aún para la consulta. Tendría tiempo de caminar... Tomar un café... Pero no, prefiere esperar en la clínica.
Otra vez en la calle.
Esa luminosidad sin sol. Ese calor pesado y agobiante. Ese extraño color de tormenta indecisa. Bocinazos. Olor a gasoil. Casi siente náuseas. Camina. La gente pasa. Alguien la empuja.
Con el sobre cerrado en la mano, piensa en el tiempo que queda hasta las cuatro. En el tiempo que se estira frente a ella como un túnel, como el interior de una culebra que deberá recorrer paso a paso hasta saber.
Recuerda a Bensancon: “De todas las enfermedades, las más frecuentes son justamente, las denominadas enfermedades de la mujer. El diagnóstico solo le corresponde al médico. La enferma tiene el derecho de quejarse y de ser cuidada. No tiene derecho en cambio, a saber nada.”
¡Imbécil!. ¿Qué sabe él de esta necesidad, de esta urgencia por saber que la clava en el tiempo, estaqueada en la espera, fijada en un vacío, en dónde no puede pensar, decir, sentir nada... Esta necesidad, esta urgencia de saber que la deja en suspenso hasta que el sobre sea abierto, hasta que el informe diga, por boca del médico, lo que cabe esperar’
¿Y entonces?. Y entonces sí, saber la pondrá en la ruta. En la claridad de un tiempo sin apremios, ni amenazas... o en la certidumbre de que deberá apurar estos trámites del vivir, ordenando lo que pueda en el tiempo que le quede.
¿Habrá tiempo para ponerse en orden consigo misma, en esas cosas que había dejado de lado, confiando en que la respuesta vendría sola?. ¿Habrá tiempo para reconciliarse con los enemigos... por si acaso es cierto que “perdonando se es perdonado”?.
¿Podrá hacerlo?.
Hay quienes se desmoronan en el intento.
Hay quienes en esas situaciones, con temple firme, pueden usar las hilachas de tiempo, y reordenarse y encontrar sentidos. Hay quienes pueden saldar cuestiones pendientes, atar cabos sueltos, redondear la vida, para que el final, no deje todo en un absurdo.
¿Sería ella capaz?
¿Y sería capaz de soportar el dolor, la pena por las cosas no hechas, las palabras no dichas, las experiencias no vividas?.
¿Y sería capaz de sobrellevar con entereza el dolor de su cuerpo desintegrándose , si ese fuese su destino?
¿Hasta cuándo y hasta dónde podría resistir?.
Una carcajada la sobresalta.
Alguien ríe. Los autos resbalan por el pavimento ajenos a todo.
Espera con el sobre el la mano, sin poder hacer otra cosa.
No sabe si amenaza tormenta. En mundo desdibujado, los proyectos suspendidos.
Espera. Espera el momento de saber.
Saber si vivirá preparándose para una muerte invasora, o podrá descartarla para después.
Después de haber vivido todo lo que todavía no vivió. Para después de hacer las cosas que aún no hizo. Pronunciar las palabras que aún ha silenciado. Sentir las sensaciones que postergó.
Advierte que si la muerte le pone límites a corto plazo, aunque se apure a buscar, quedará sin muchas de las respuestas que necesita.
La clínica es adusta.
La madera oscura reviste las paredes.
La alfombra atenúa el sonido de sus pasos, cuando se acerca a la secretaria, que la busca en la lista de pacientes. Le indica que pase a la sala. Otra mujer espera. Los minutos transcurren lentos. Cada una encerrada en su silencio.
La puerta del consultorio se abre y pasa la primera paciente.
¿Cuánto demorará?.
El sobre en la falda. Las manos crispadas sobre él.
Desde la calle llegan murmullos atenuados.
El corazón late tan fuerte, que su sonido estruendoso sobrepasa a cualquier otro. El nudo que fue instalándose en el pecho, crece y crece hasta sofocarla. Solo queda esperar. Nada más que esperar.
Pero la espera se agiganta, la cubre, la absorbe, la tritura y la despoja, para expulsarla luego a ese vacío de tiempo que sigue y sigue, sin que se vea el final...
¿Y si huyera?.
¿Y si destrozara el sobre para no saber jamás?.
¿Y si corriera hasta la calle y empezara a caminarla...a caminarla hasta que la calle o ella se terminaran...?
¿Y si...
La puerta se abre. Sale la paciente. Se levanta. Es su turno.
El doctor le extiende la mano. Estrecha la suya, que está fría.
La invita a sentarse y recibe el sobre que ella le alcanza.
Trata de abrirlo. Cuando advierte que está pegado comenta: -Parece que está cerrado, como para que no se lo pueda abrir...-
Cada una de las palabras le pega en el rostro.
¿Por qué, quién podría querer que no pudiera abrirse...?
Respira con agitación, le laten las sienes.
Los mazazos en el pecho la aturden.
¿Por qué no rasga el sobre?. ¿Cuánto tiempo más?.
El doctor abre el cajón. Saca un cortapapeles. Luego lo cierra el cajón. Desliza el cortapapeles por un ángulo y va cortando, prolijamente el sobre por un borde.
Abre el cajón y guarda el cortapapeles, luego lo cierra.
El sobre es como una gaviota, como un albatros, como una nube.
Saca una hoja blanca, doblada y la despliega. La lee en silencio.
Levanta calmadamente los ojos del informe y la mira. Entonces dice: -Bueno, afortunadamente no hay actividad en el nódulo que investigamos. Puede quedarse tranquila, descartamos un problema mayor. Es lo que suponía, pero necesitaba este examen para verificarlo. Ahora pase a la camilla, que la voy a examinar.-
Cuando salió de la clínica, las nubes se habían separado y se veían retazos de cielo azul entre ellas.
Recordó una frase de su madre que hacía tiempo no oía: -La tarde se puso en sol...-
La frase tuvo un nuevo significado.
1986
Historia con lupines
A Ada
La intersectorial de Salud Mental de la Capital Federal hace pública su preocupación ante la grave crisis socioeconómica que vive la Argentina y ante los riesgos de deterioro que ésta implica para la salud mental de la población.
Desde nuestra perspectiva profesional, se puede afirmar que en ambas situaciones actúa como una de las bases principales la imposibilidad de acceder a un nivel de vida digno que satisfaga las necesidades más elementales. Tales carencias, sumadas a un grado creciente de incertidumbre sobre el futuro, constituyen el terreno apropiado para que surjan desbordes sociales como los ocurridos en los últimos días.
Página 12, viernes 9 de junio de 1989
(¿Reeditado en enero del 2001?)
Antes
Bar “El Correo” en peatonal, casi Buenos Aires. Café por medio, mi amiga escritora me cuenta: Su hija, la Pichi, rebelde y vindicatoria, una Santa Bárbara, “yo no se a quién sale esta chica”, espera en la cola del supermercado. Delante de ella una viejita muy humilde con aspecto resignado. Detrás de ella, un viejito delgado con saco gris.
La viejita inicia una conversación con la Pichi: -¿Vio señorita, las cosas que compra la gente?. Yo soy pensionada, y con lo que me dan, este mes solo me alcanzó para pan y leche. Estoy comiendo como comen los bebés...Claro que los viejos no necesitamos mucho más. ¡Por suerte!. Si no, no se con qué iba a comprar.-
La Pichi pega un respingo y recuerda las recomendaciones de los médicos de la clínica donde trabaja, sobre las necesidades de proteínas, calcio y vitaminas de los ancianos, y el corazón se le estruja.
La viejita continúa: -Pasé por la fiambrería...y no me llaman la atención los fiambres en las bandejas, jamón, mortadela, ni las longanizas colgadas. ¡Pero había unos lupines!. En un frasco, con agua y sal, fresquitos, grandotes...¡Ni que el vidrio fuera de aumento!. Me dieron unas ganas...
La Pichi, con el corazón encogido, casi está hipando. Piensa en la pensión de la viejita, piensa en su sueldo de administrativa y se le enciende una fogata como las de San Pedro y San Pablo en medio del pecho.
Mientras la cola hacia la caja, apenas se mueve, ordena a la viejita: -Espéreme que ya vengo.-
Camina decidida hacia la fiambrería. A la derecha están los frascos con aceitunas verdes y negras, pepinitos y lupines. Corta la bolsita de plástico del rollo y con el cucharón se sirve. Pasa por la empleada que luego de pesar, coloca la etiqueta con el precio. Mientras vuelve a la cola, arranca la etiqueta, la estruja y la tira. Abre la bolsita.
Cuando llega a su lugar en la cola, ya tiene planeada una estrategia. Comprometer al testigo de atrás (el viejito del saco gris) para que no botonee.
Se acomoda e invita a la viejita: _¡Sírvase...y disimule...!
Ella atina a preguntar: -Pero..?
La Pichi, impertérrita acerca la bolsita: -¡Sírvase, están aquí para Usted. Sírvase Usted también señor, mire que ricos lupines.- El viejito, convertido en cómplice, también come. Al principio un poco nervioso. La viejita tiene una sonrisa radiante. El trío siniestro avanza lentamente hacia la caja.
Antes de llegar, la Pichi observa la bolsita ya vacía, “con ese juguito en el fondo” y displicente la tira a un costado, “como se tira un forro”. Comentario, este último que alarma a su mamá, que es la escritora que me cuenta el suceso. Y que cuando oyó a la Pichi atinó a protestar: -¡Pero Pichi, te podrían haber encanado...! ¡Te quisiste hacer la Robin Hood!. Eso que hiciste es... (Busca en su cabeza una figura legal). Eso que hiciste es ¡pillaje individual!.
La Pichi, rebelde y vindicatoria, una verdadera Santa Bárbara, levanta el mentón, se encoge de hombros, la mira desafiante y resopla: -¿Pillaje individual?. ¡Me cago!.
Durante
Andrés llega conmovido. Está muy tenso. Tiene los nudillos lastimados y la mirada esquiva.
“Los vecinos defendieron el mercadito de don Luis, es un viejo del barrio que tiene esa granja de toda la vida...nunca tuve tanto miedo, no éramos muchos...Peleamos hasta que se fueron. ¿Sabe lo que me puso más mal...? Nosotros, los vecinos éramos menos, pero casi todos mayores, adultos. Ellos eran más, pero eran pibes.
Y no podíamos quedarnos con que lo atacaran al viejo...¡era injusto!....Pero nunca en mi vida había peleado así. Usted no sabe lo que es estar peleando y verle la cara al contrario y encontrarse con que es un chico. Un chico asustado, tan asustado como yo...”
Después
Silvia se encuentra con Ana en el Supermercado. Los gendarmes caminan entre las góndolas trabados por la gente que se apura y por sus propias armas largas. Ya retiraron de la acera los volquetes que cerraban el acceso a la vidrieras...
Dentro, la gente comenta los sucesos. Con bronca, se elige y se descarta.
Silvia llega a la cola con menos cosas que las que esperaba llevar y mucha más rabia que la que esperaba sentir. En la cola de la caja de al lado Ana también espera.
Conversan. Silvia entre el desconcierto y la furia, Ana conciliadora. – Si, tenés razón en protestar, todo está tan difícil... pero por suerte (busca afanosamente un argumento)... por suerte hoy es un lindo día. ¡Mirá, paró de llover!- Y señala a través de los vidrios la luminosidad de la calle. Cuando se da cuenta de que ciertas miradas se detienen sobre ella, decide payasear. Imita el tono de Mario Sánchez: -¡Mirá el sol, las flores, los pajaritos...!- Algunas mujeres comienzan a sonreír. Un gendarme se queda cerca, dudando. Recuerda que ayer una viejita se puso a cantar fuerte el himno cuando llegó a la caja, y se armó kilombo.
Ana sigue su discurso: -Hay sol, es un hermoso día, no dejemos de darnos cuenta.- Hay más personas que la escuchan. Una mujer mira hacia donde ella señala, más allá de la vidriera. Un hombre se lleva el dedo a la sien, en gesto inequívoco.
Silvia no sabe que hacer. Ana es tan peculiar... Trata de ver más allá, hacia donde Ana señala, pero tiene los ojos nublados. No sabe si de risa, de pena o de bronca.
Toda similitud con situaciones reales se debe a que las descriptas son rigurosamente ciertas, acontecieron en Rosario. 1989
Del mismo año
A quienes trabajan en violencia
Primer tiempo
No se que decir...Fue por eso, porque éramos del mismo año.
En mucho tiempo nadie me había tratado bien. Y ella me hizo pasar me escuchó un rato, como con respeto. En la pared, a sus espaldas, en un marco de madera oscura, estaba colgando el diploma donde se leía que había nacido en tal año (el mismo año que yo) y se había recibido en tal fecha, “por lo que se le otorgaba el título de...”. Entonces teníamos la misma edad. Cuando se lo dije, sonrió un poco, pero con cansancio.
Luego traté de contarle para qué había ido, aunque ni yo misma lo sabía...Se puso más distante y como distraída cuando me fui enredando, y no me pude aguantar y me largué a llorar. Pareció que mi llanto la molestara. ¡Pero ella debía estar acostumbrada a oír de estos problemas!. Además en la tarjeta que me dieron en la vecinal decía: asesoría gratuita...Y bueno, yo quería saber que hacer ahora que él se había ido. Después de tantos años, después de tantos golpes. La última vez fue peor...Traté de contarle a ella, pero solamente pude señalar las marcas verdes, marrones, violeta en mis brazos, en el cuello, en la cara. Los hipos no me dejaban hablar y creo que ella ya no tenía ganas de escucharme.
Una vez había conocido una mujer así. Yo trabajaba en su casa que era blanca y nueva como en las películas. Y ella decía que yo era la empleada, no “la chica” o “la muchacha”, y por ahí me lo creía y hasta que éramos como amigas, porque pedía las cosas por favor...Pero cuando de veras yo necesitaba algo...o que me oyera que él había venido borracho...o que se me había hecho tarde porque tenía mi chico enfermo...se ponía como en guardia, y empezaba a ordenar en otro tono: como de patrona a sirvienta. Entonces, si ella no estaba cuando yo la necesitaba para algo, es mentira que fuera amiga y que se le pudiera pedir ayuda...
¿Y acá?. ¿Y ahora?. ¿cómo pedir ayuda?. ¿Cómo explicarle que me dolían los golpes, los últimos y todos los anteriores...Que me dolían todos esos años de trabajo y trabajo, queriendo salir de la miseria...pero que lo que más me dolía es que se fuera y me dejara como se tira un trapo viejo, después de haberlo usado...
Y si se lo hubiera dicho, ya adivinaba su mirada de desprecio. Porque seguro que a ella no le pasó, ni le va a pasar algo así. A ella no la habrían dejado, como a mí. A ella tan hermosa, tan arreglada, tan bien dispuesta con su cabello suave y su anillo de casada. Seguro que se habría casado por civil y por iglesia, con traje largo, fiesta y todo...Todo lo que yo no tuve. Lo pensaba y ella me miraba seria, pero parecía querer ir apurando la cosa, la consulta, como si se le empezara a hacer tarde.
Yo miraba su cara tersa, clara, que nadie debía haber golpeado nunca. Ni el padre primero, ni el marido después, cuando llegaban a la casa cansados y llenos de odio. Y miraba su ropa fina y prolija de quien la compra nueva y no debe usar la que le regalan, aunque le quede grande, chica o tan ridícula que parezca un disfraz.
Y mientras ella hablaba miré también sus manos blancas, de uñas esmaltadas de color pálido, no tan largas, pero todas parejitas, como yo no podría tenerlas nunca, con el detergente y la lavandina.
Y aunque hablaba en voz baja y siempre igual, me di cuenta que quería terminar y que yo me fuera. Que me fuera porque ya la estaba incomodando, con mis llantos, con mis quejas, con mis pedidos de no sabía que cosa, ni para qué estaba allí mientras ella hablaba y hablaba...
Se que dijo algo sobre la violencia y algo sobre la dignidad, y entonces fue que vi todo rojo.
Por eso fue.
Por su estudio con un escritorio tan grande, con cajones ordenados y un portalápices de cerámica y un cortapapeles de metal brillante y los sillones tapizados y el diploma colgado en la pared a sus espaldas.
Y por el pañuelo de gasa que llevaba en el cuello, de colores suaves que combinaba tan bien con ella, con su piel, sin las manchas oscuras de la mía. Y por el anillo de oro en su mano de no refregar cacharros.
Y por su pelo suave y arreglado, que no debía desarreglarse nunca, ni cuando estaba con su marido...y seguro que solo con su marido, porque no habrían abusado de ella desde los 12 años, como me sucedió a mi...Y también por sus hijos, que estarían sanos, comiendo todos los helados y chocolatines que quisieran, y tendrían remedios y escuelas y juguetes...
Y porque en el diploma decía que había nacido el mismo año que yo, aunque nadie podría creerlo, porque yo estaba vieja, fea y gastada. Y llorosa y golpeada, tanto como para que él se fuera con otra. Y ella tan hermosa, tan rica y tan sabia...no podría entenderlo. Porque a ella, seguro, no le habría pasado, ni le podía llegar a pasar...
Por eso fue.
Segundo tiempo
Quedé aturdida por el golpe.
Sorprendida de estar aún en pie.
Me vi reaccionando como una autómata y moviéndome d acuerdo a los viejos hábitos. Respirar, andar, el corazón latiendo tercamente a pesar de...
Y luego...no supe como, pero había llegado hasta allí, a mi lugar de trabajo. Tampoco sabía cuánto resistiría hasta derrumbarme.
Había sucedido a la mañana, cuando él llegó después de la larga noche, para decirme al fin lo que ya intuía, lo que de algún modo ya sabía. En el momento fue casi un alivio escucharlo...Entonces yo no estaba tan loca cuando suponía, cuando me inquietaba...
Podría haber golpeado los puños y la frente contra las paredes...demasiado cursi.
Podría haberme tirado al suelo, hecha un ovillo, muy quieta, fingiendo que el mundo no existía...demasiado trágico.
Podría haber aullado...demasiado dramático.
En vez de esa me vestí, me maquillé, elegí un pañuelo claro para el cuello. Besé a los chicos que se iban en el transporte escolar. Rutina de todos los días cumplida otra vez, puntualmente. Y salí a la calle como siempre...
Per me parecía tan extraño que hubiera sol, con tantas sombras adentro...,y que la gente caminara despreocupada, con tanta angustia estrujándome la garganta...Que las frenadas, que los bocinazos, y el olor a gasoil...Se me metía nauseabundo hasta el cerebro adormecido para avisarme que estaba aún viva, aunque me sintiera muerta.
Mi historia quedaba partida en pedazos, que llevaba conmigo, caminando por la calle, que permanecía exactamente igual a si misma, como en una burla feroz. Si alguno de los que cruzaba al pasar y me miraba distraídamente, realmente me viera, se detendría espantado.
Pero mis heridas, mi agonía no eran visibles.
El estupor las cubría piadosamente.
¿Qué podría verse de mi, desde afuera?.
Una mujer corriente. Caminando con lentitud ¿cómo quién va a su propio entierro?. Tal vez con la mirada algo velada y el gesto retraído.
Llegué. Casi no escuché los sonidos. Cerré la puerta y me refugié en mi sillón. El escritorio de todos los días. El sillón de siempre. El portalápices de cerámica. El cortapapeles de metal.
Y las imágenes volvieron.
Su expresión crispada en el esfuerzo por parecer sereno.
Y la voz, esa que yo amaba desde hacía ...¿cuántos años?. Seca, cortante al decirme que ya no, que ya nunca. Como algo gastado e inservible quedaba a un lado una historia de tanta vida, de tanta lucha, la nuestra.
Me avisaron, esperaba una mujer para una consulta.
Era morena y menuda. Le tendí la mano y estreché la suya, áspera. Cuando la invité a sentarse frente a mi, vi que se apoyaba apenas en el borde de la silla, tensa, el cuerpo encorvado, las manos de gruesos dedos nudosos retorciéndose sobre la falda.
Tenía una mirada de cachorro apaleado que huyó rápidamente cuando se cruzó con la mía.
Recordé que había visto esa mirada en el espejo y en mis ojos, cuando me cepillaba el pelo, antes de salir, mientras lo escuchaba moverse en el dormitorio reuniendo sus ropas.
La mujer hablaba, y creí oírle contar una historia triste, pero no estaba segura de escuchar demasiado, ensordecida por mis propios gritos, esos que habían quedado adentro y que atronaban mi cabeza. Gritos que podían salir desaforadamente de mi garganta si...
¿Por qué no se iba?. ¿Por qué no me dejaba a solas alejando el riesgo de exhibir el espectáculo de mi rabia y de mi pena?. La mujer señalaba las marcas azules en los brazos y en la cara, que hablaban de las otras marcas, de las huellas invisibles del desprecio, del desamor y el abandono.
Desamor y abandono. ¡Ah!, otra mujer también dolida. Las palabras me enroscaban en mi propio y lacerante dolor y descendía en espiral en medio de una náusea, mientras volvían a desplegarse ante mis ojos las escenas del drama grotesco, repetido, banal: una historia vieja como el mundo, una historia de decepción y amargura.
¿Cómo expresar que en esa pérdida se me iba la vida?. Que como en los peores folletines “el cielo se hundía y la tierra dejaba de sostenerme”.
¿Cómo aceptar que entonces yo no era tan fuerte y tan entera... y que él no era tan sincero y leal como había creído por años?. ¿Cómo asumir que aún así, no me imaginaba viviendo sin él, el compañero de siempre?.
La voz empañada de la mujer, que se extendía como telón de fondo a mis pensamientos se quebró y sus sollozos me volvieron a la habitación. Sacudí la cabeza y me moví en el sillón mientras las otras imágenes se dispersaban. Hubiera querido quedarme sola. Pero ella estaba allí y supuestamente yo podía ayudarla. ¿No era acaso la profesional eficiente, entrenada especialmente para asistir y aconsejar en este tipo de problemas?.
Recordé una frase de Anohuil: “Qué intolerable es ser dos. Dos pieles, dos envoltorios impermeables alrededor de nosotros, cada uno para sí, con su oxígeno, con su propia sangre, haga lo que haga, bien cerrado, bien solo en su bolsa de piel...Uno se aprieta contra otro para salir un poco de esta espantosa soledad...pero pronto vuelve a encontrarse solo... Entonces uno habla. También se ha encontrado eso. Un alfabeto complicado. Dos prisioneros se golpean contra el muro del fondo de su celda. Dos prisioneros que no se verán jamás. Ah!. Uno está solo...Demasiado solo”.
Pensé que no valía la pena.
Si, lo había dicho muchas veces, a otras mujeres, en otras consultas. El discurso en que se apela al propio respeto. Hoy no podía.
Si fuera fuerte, si fuera capaz de sobrevivir a esta muerte. Si tuviera la dignidad necesaria para seguir adelante con la propia vida... una vida que había sido vivida equivocadamente. A través del otro. Del que se iba llevándose todos los sentidos.
Pero, para qué engañarse?. Era tarde, no podría intentar nada. No se borra de un plumazo media vida.
La mujer lloraba ahora quedamente y sentí que no tenía mucho para decirle. Que no podía decirle nada a ella, ni a nadie. No en este momento, ni después, ni nunca.
Sin embargo... sin embargo, como cumpliendo un viejo ceremonial cuyos pasos se despliegan solos, empecé a hablarle, igual que a la mañana, cuando despedí a los chicos, me vestí como siempre y salí a la calle para hacer el camino de todos los días.
Intenté decirle del propio respeto, de la propia estima, tan vulnerada por lo que le estaba sucediendo, pero que debía cambiar ahora. Ahora que había consultado. Ahora que había salido a buscar ayuda. Tenía que pensar en recuperar el sentido de la propia dignidad.
¿Para quién estaba hablando?. Confiaba en que mis palabras le sirvieran a ella, ya que para mi no tenía esperanzas.
El esfuerzo de vivir se me hacía insostenible.
Lo que deseaba era descansar. Descansar largamente... dormir. ¿Cómo podría querer seguir viviendo?. El no me amaba.
Tercer tiempo
Y porque aunque el diploma decía que había nacido el mismo año que yo, nadie podría creerlo, porque yo estaba vieja, fea y gastada. Y llorosa y golpeada, tanto como para que él se fuera con otra. Y ella, tan hermosa, tan rica, tan sabia...no podría entenderlo. Porque a ella, seguro, no le habría pasado, ni le podía llegar a pasar.
Por eso fue.
Por eso fue que la maté.
Cuarto tiempo
El esfuerzo de vivir se me hacía insostenible.
Lo que deseaba era descansar. Descansar largamente... dormir. ¿Cómo podría querer seguir viviendo?. El no me amaba.
Cuando levanté los ojos, la vi caer sobre mi, el cortapapeles en alto, rasgando el aire con su brillo.
Y antes de la oscuridad pude pensar: ¡Qué extraño!. La calma llega por su mano... ¡Qué ironía!...Ella me da lo que no tiene, me trae lo que venía a buscar, me alcanza lo que necesito...
1987
La historia de siempre
A Ilíana
Se encontraron en el bar después de días de no verse. La pregunta surgió en un tono que quería ser neutro, indiferente. (¿Había entre líneas un segundo interrogante?).
-¿Qué hiciste en este tiempo...¿saliste?.
-Sí, salí... Fui al cine...
-¿Solo al cine?. (¡Ah!. Era ese el interrogante entre líneas y vino en un tono entre apremiante y censurador).
La respuesta llegó calmada y contundente: -No, sabés que no fui solo al cine, ya lo habíamos hablado...
Como estas palabras provocaron un cambio en el tono de la charla y el ambiente se iba enrareciendo, decidió pararle la andanada de reproches. Le recordó lo sabido.
Que la cosa había empezado clara. Verse sin compromisos formales. Y además como cada cual tenía su historia, sabían que la de ellos iba a ser una relación complicada, difícil.
Pero los reproches igual empezaron a caer como cascotazos, así que el esfuerzo fue en vano. Fue allí que empezó el monólogo previsible y pesado. La historia de siempre.
-Sí, ya se que no tenemos firmado ningún contrato. Pero tu actitud no era la misma antes...(se tragó a tiempo decir: antes de conseguir lo que querías por no parecer una antigüedad). Pero siguió: -Al fin, por vos he dejado otras cosas, he puesto mucho de mi...y es más, no pude evitar hacerme ilusiones.
Tomó aliento y anunció con énfasis: -No quiero sentirme un objeto sexual, y casi me estás tratando como si fuera eso...Cuando vos querés me ves, y por un rato...¡y ni siquiera con exclusividad!.
Como las palabras no surtían el efecto esperado, el clima se iba poniendo gélido y la distancia crecía y crecía decidió cambiar de estrategia.
Suavizó el tono y con actitud conciliadora agregó, como quien reflexiona en voz alta: -Sí, ya se que tenés tantas ocupaciones corriendo de un lado para otro para cumplir con todas, y que tenés entre manos ese proyecto tan importante...Ya se que no me podés dedicar todo el tiempo que te reclamo...También se que no resignás tu libertad y esas cosas...pero es que me pone mal no verte como quisiera y además pensarte en otros espacios, en otras compañías.
Ante el silencio volvió a impacientarse: -Mirá que no podemos seguir así. No me podés tener esperando. No me podés tener pendiente... no me podés hacer esto. Porque ¡cómo quedo yo en esta historia?. En un segundo lugar... ¿y por cuánto tiempo más?. ¡O es que te vas a definir por fin?. Siento como si estuvieras jugando conmigo.
Entonces fue que vino la respuesta. Ya se había hartado de escuchar al grandulón levantador de pesas de 2 metros y 150 kilos recriminantes frente a ella. Así que le gritó: -¡Basta!. Te la hago corta, no te aguanto más. Y le cortó el monólogo.
1994
La clase de labor
A Mariel
Ustedes saben en qué consistía la clase de labor. En bordar una servilleta en punto cruz, hacer una vainilla en un pañuelo que se regalaría al padre en su día. Tejer una bufanda.
Mientras los varones en aeromodelismo fabricaban piezas estilizadas, o en carpintería daban forma a repisas y mesitas, las niñas bordábamos o tejíamos dejando pasar el tiempo hasta que viniera la vida en serio.
Pero esta vez sucedió que una niña se negó. Y dijo: -No tejo nada.
Tenía que pasar después de siglos. Y fue este año en Rosario, en una escuela fiscal “de cuyo número no quiero acordarme”, pero que pudo ser cualquiera. Lo cierto es que los hechos que se suscitaron y que son los que contaré provocaron escándalo, sorpresa, conmoción.
En realidad la historia había empezado antes. Mariel es una niña que desde la firma se diferencia de sus compañeras. Cuando a su nombre agrega el apellido paterno, no se queda ahí, lo continúa con el materno y eso es poco frecuente en un mundo en que la mayoría de las personas se mueven como si solo fuesen hijas del Sr. Mengueche, y que la Sra. estuvo allí solo como incubadora y su nombre puede permanecer anónimo. ¡Total...da lo mismo!. Una incubadora es una incubadora.
Esquilo planteaba a sus paisanos: -No es la madre la que engendra, es el padre. Eurípides confirmaba: -Ella es solo la nodriza del germen. Más tarde Santo Tomás chismearía: -El padre debe ser más amado que la madre, atendiendo a que él es el principio activo de la generación, mientras que la madre es solo el principio pasivo.
Lo cierto es que Mariel remontando viejos mitos avalados por las firmas del Esquilo, del Eurípides y del Tomás, insiste en darle a su mamá el papel que le corresponde. Y eso no es tan común, ni siquiera ahora.
Otra oportunidad en que Mariel se diferenció de sus compañeras, fue aquella en que tenían que hacer el análisis sintáctico de una oración, señalando número y género.
Ella dibujó los signos universales en los lugares correspondientes. Ustedes saben, los signos son: un redondelito con una cruz abajo (siempre cargando cruces las mujeres) para designar el femenino, y el redondelito con la flechita para arriba (como pene en permanente erección) para designar el masculino.
La maestra la interpeló entonces: -¿Qué son estos garabatos Mariel?
- No son garabatos, son los signos de femenino y masculino.
- Eso es un invento de tu cabecita loca.
Mariel al día siguiente llevó un folleto de Naciones Unidas, sobre la Convención de Ginebra, en que estaban impresos los signos aludidos y dijo: -¿Ve señorita?. No son un invento de mi cabecita loca. Son signos universales. ¿Usted no los conocía?.
A lo que ella respondió: -Bueno, bueno...pero no me vengas con cosas raras. Cuando tengas que poner masculino, si no querés poner la palabra dibujá un pantaloncito, y si es femenino que sea una pollerita.
Ya no quedaba nada por decir.
No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver, ni peor ignorante que el que no quiere aprender. Si es maestra o maestro, peor.
Esa misma maestra, en una charla de fines del año pasado, cuando las chicas hablaban de sus proyectos y Mariel dudaba entre ser científica o actriz le había sugerido: -¿Por qué no elegís una actividad más común. A las mujeres les es difícil cumplir con grandes planes y a la vez atender a la familia.
Mariel le dijo que eso sucedía porque la sociedad es injusta y se despachó con una arenga sobre la igualdad de oportunidades. Lo que decía era coherente, pero podía sonar original a esa maestra que hablaba y escuchaba desde una cierta idea previa sobre el trabajo de la mujer y sobre el lugar de la mujer. Fue entonces. en trance de verse acorralada por argumentos tan sólidos que podían llevarla a cuestionarse ¿Qué cosas? que salió del paso con la siguiente adultez: -Vos ahora decís eso, pero hay muchas cosas que no sabés, por eso te expresás así...veremos más adelante.
Mariel reflexionaba luego: -¿Será cierto que soy yo la que no se muchas cosas?.
Luego vino lo de la bufanda.
Habían pedido a las niñas de sexto grado que trajeran lanas de colores y agujas No 3, que iban a enseñarles a hacer una cosa muy bonita.
Cuando sus compañeras empezaron a trabajar y quedó en descubierto que Mariel no había llevado lana ni agujas y se negaba a trabajar, la maestra intervino para ver que pasaba. ¿Qué pasaba con qué?. ¿Con el tema del tejido como actividad escolar?. ¿Con el tema de las actividades supuestamente femeninas?. ¿Con el tema de la obediencia irrestricta a todas las órdenes?. Debió ser bastante desconcertante la negativa de Mariel a tejer, como lo hubiera sido la negativa de cualquier pibe a cualquier cosa. En las escuelas, en general, no se espera que los alumnos se nieguen a cumplir lo prescripto. No se espera que se nieguen. No se espera nada.
La maestra planteaba lo sorprendida que estaba de que una niña tan linda no estuviera dispuesta a “prepararse para ser una mujer”. (Faltó que agregara: para casarse y tener hijitos, como hubiera dicho Susanita).Allí se dio el primer choque porque Mariela contestó que pensaba que: - Tejer no era la mejor manera de prepararse para ser una mujer.
Grave ofensa. ¿Cómo se puede dudar de las implicancias de “uno arriba, uno abajo” en los cuestionamientos filosóficos, éticos, psicoevolutivos en el crecimiento de las jóvenes hacia su destino adulto?.
Entonces preguntó: -¿Cómo que tejer no era la mejor manera... Acaso tu mamá no teje, no lava, no plancha?-.
¡Pregunta imprudente!. Mariel contestó: -No, mi mamá no plancha. Mi mamá estira-. Y extendiendo las manos como si tuviera una tela entre ellas en dirección vertical y horizontal, indicó la manera en que se resolvía el tema del planchado en su casa, con lo cual tapaba la boca a su maestra, pero escrachaba públicamente a su madre.
La maestra indignada por la respuesta protestó: -¡Pero es de mujeres el atender la casa, tener la ropa en orden, cocinar, coser, tejer...! (Chorreando ideología patriarcal).
A lo que Mariel contestó: -Pero yo creo que ese es un modo de ver que depende de que vivimos en una sociedad machista...- (También chorreando ideología, pero contestataria).
Algo estalló en la maestra que barbotó: -¡Vos sos muy gurrumina, tenés que tomar mucha sopa para llegar a crecer y pensar como se debe!-
(Quién está capacitado para decir cómo es que se debe pensar?. ¿Quién puede ser tan osado o tan soberbio?)
La respuesta fue: -Cuando crezca, yo preferiría seguir pensando como pienso ahora-.
Desde allí a la dirección a firmar el libro negro, ya no medió nada.
Lo firmó en silencio y con la dignidad con que se sostienen las convicciones más firmes.
Y en las clases de labor se suela ver a una maestra entre confusa y desesperada porque no sabe qué hacer con una niña que si sabe qué pensar.
Epílogo
Cuando en Ciencias Sociales Mariel debió responder a un cuestionario en el que se le preguntaba dónde aprende sus derechos contestó: -Aprendo en diferentes lugares, en mi casa, en el barrio, en el club, en la escuela...- Y después de reflexionar corrigió: -En la escuela más o menos-.
1989
La respuesta
A Mabel
El santiagueño de origen arábigo hispano no había alcanzado a completar su aspiración de un hijo varón. Lo deseaba por la milonga de la preservación del apellido y esas historias. En vez, había engendrado, criado, consentido y cuidado como un guardabosque a sus cuatro hijas, que ya eran cuatro jóvenes hermosas, inteligentes y tan rebeldes como es saludable que sean las jóvenes inteligentes y hermosas.
Esa tarde las cuatro estaban cuchicheando inquietas, planteándose cómo responder a la demanda que sin duda vendría. A la demanda que sin duda sería inquisitorial. A la demanda para la que deberían tener una respuesta lista. Para llegar a esa respuesta debatieron, discutieron y finalmente consensuaron, no sin antes sopesar todos los pro y los contra. Cuando el padre las convocó, ya sabían lo que dirían sin circunloquios ni vacilaciones.
Por supuesto, el tema del honor familiar, en ese, como en todo hogar tradicional (¿sabemos de eso?) influido por la cultura patriarcal hispano-arábiga-santiagueña, pasaba por la virtud de las mujeres. Virtud entendida casi exclusivamente como castidad en las solteras (en tanto propiedad del pater familia) y fidelidad en las casadas (en tanto propiedad del esposo-amo y señor).
Y he aquí que la tradición había quedado resquebrajada en esa casa, en tanto una de las cuatro jóvenes, la muy casquivana, se estaba casando “de apuro” como dirían el vecindario, la parentela y todos los lengua larga que acertaran a enterarse.
La cuestión no lo tomó lo suficientemente preparado. Nada preparado en realidad. Porque para él, que había vivido en la convicción de que las mujeres de la familia debían actuar según sus mandatos, para eso era el hombre de la casa, lo que aconteció lo dejó descolocado.
¿Cómo su hija bien amada podía haberle hecho eso a él?. ¿Cómo había podido atentar contra tabúes y prohibiciones?. ¿Cómo se había atrevido a desafiar reglas ancestrales?. ¿cómo había tenido el atrevimiento y la insolencia de tener relaciones sexuales sin las autorizaciones legales de rigor?.
Y junto a estas preguntas una duda emergió en las atormentadas circunvoluciones del santiagueño de origen arábigo hispano ( todo el peso del Corán y de la Biblia sobre su cabeza).
La duda era: -¿Y las otras?-.
Si una había osado desobedecer y transgredir el mandato de castidad, ¿qué pasaba con sus hermanas?. ¿Podía el ejemplo de esta oveja descarriada contaminar a las otras como la manzana picada en el canasto hace peligrar la salud de las demás?.
Con el ánimo ensombrecido por amargos pensamientos, pero con premura por salvar al resto del rebaño, las convocó a una reunión de familia para ajustar las clavijas. Debía hablar con ellas, y en función de lo que le dijeran, sabría cómo sermonearlas.
Como ellas de inmediato sospecharon el motivo de la convocatoria se apresuraron a acordar una respuesta que fuera adecuada.
Así avanzaron aplomadas en la certeza de haber dado con la más exacta. Con la que pondría las cosas en su justo lugar. La que haría tronar el escarmiento para el desprevenido santiagueño. La que mostraría que ya no había señores feudales, ni dueños de vidas y haciendas, ni patrones custodios de la tradición.
Por eso, mirándose entre si con la complicidad que surge de las certezas compartidas enfrentaron al patriarca, y aunque fuera una mentira tan grande que casi les hace crecer la nariz como a Pinocho, le dijeron, poniendo cara de inimputables, que si, que las cuatro ya habían tenido relaciones, y que no se preocupara, que en adelante iban a ser más cuidadosas.
1994
Dos mujeres
Inspirado en una crónica policial
Ella salió temprano hacia su trabajo. No había podido dormir, tal vez por eso sus movimientos eran lentos y sentía la boca amarga. Tomó un colectivo. Pensaba en que era sorprendente que coincidiera la forma en que distintas persona contaban como sentían la angustia. Decían por ejemplo: “Es un peso en el pecho que no deja respirar”. Decían: “Es como una garra muy fuerte en la garganta”. Decían: “Es como una losa que te aplasta el corazón hasta partirlo”. Ahora ella podía decir que todos esos relatos eran verdaderos porque los estaba viviendo. Hasta las canciones decían de ese dolor. Recordó la de Silvio Rodríguez que tanto se ajustaba a lo que estaba sintiendo:
“Ojalá pase algo, que te borre de pronto
una luz cegadora, un disparo de nieve
ojalá por lo menos, que me lleve la muerte.”
Sí, se dijo: “Ojalá por lo menos, me llevara la muerte”. Miró por la ventanilla y se preparó para bajar. Ya estaba llegando.
La otra también salió temprano. Mientras esperaba en la parada se dijo: -Si conseguía el crédito que iba a tramitar podrían construir la otra pieza, y entonces si, organizarse mejor. Con los chicos en su propio lugar estarían más cómodos. Porque no estaban bien las cosas. No era vida esa, todos amontonados con los tres pibes, se hacía difícil que el esfuerzo rindiera, que se vieran los resultados de tanto y tanto trabajar. En verdad, se hacía difícil vivir se dijo, pero desechó pronto la idea porque le pareció un sacrilegio cuestionar la vida mientras estuvieran sanos y tuvieran trabajo su compañero y ella. Y trabajo no le faltaba, dentro de la casa, cocinando, lavando, cuidando a todos y afuera con esas changas que eran bienvenidas, pero que sumaban más cansancio y más dolor en la cintura y en los brazos.
Ella se dijo que había tenido indicios antes, no era como para sorprenderse. Señales de un alejamiento, de un desamor que le costaba aceptar. Pero, si ya no la quería, si ya estaba en otra historia, ¿para qué insistir?, ¿para qué volver sobre lo mismo?.
La desgarraba pensar que habían terminado, se había puesto con todo y se sentía estafada, pero además ridícula en sus reclamos y reproches.
La otra se dijo: Si me dan ese dinero, ahora que podemos hacer frente a una cuota, les construimos una pieza, acomodamos sus cosas, pongo una cortina hasta comprar la puerta y todos nos vamos a sentir bien. El que va a remolonear es el chiquito. A él le gusta estar en medio, en la cama grande, está lleno de mimos. Pero cuando vea a sus hermanos también le va a gustar. Pongo la cuna de él más cerca y la cama marinera de los mayores al lado de la ventana. Y en una repisa los autillos. Hasta el triciclo con el que se tropieza a cada rato se sacaría de encima.
Entró al Banco con esperanza.
Ella bajó del colectivo y caminó el par de cuadras que todos los días hacía hasta llegar a su trabajo como agente de vigilancia. Ya el sol estaba calentando el aire y el cielo se veía límpido. Pero ella pensaba que nunca se había sentido tan en sombras, tan en medio de nubarrones, tan como flotando en el vacío, sin proyectos, ni ilusiones, ni esperanzas.
Nada, no le interesaba nada si él no la quería. Lo único que deseaba era aliviar esa opresión, ese dolor sobre el pecho.
Se vistió con su uniforme y verificó que el arma reglamentaria estuviese en su funda.
La otra se sentó a esperar a que la llamaran por número, para presentar la solicitud del crédito. No estaba muy acostumbrada a hacer trámites y la asustaba un poco, pero se dijo que valía la pena, por lo que significaría conseguir ese préstamo.
Ella sintió que le costaba y la agobiaba empezar la rutina. Se quiso ver en el espejo pero éste le devolvió una imagen nublada porque se miraba a través de las lágrimas.
Hizo un último esfuerzo para entrar en el amplio salón. La gente hacía cola delante de las ventanillas. Algunos pedían información, otros pagaban impuestos. Había quienes esperaban a ser atendidos. Caminó despacio entre la gente.
Debía de haber alguna manera de aplacar ese dolor. Debía de haber una forma para no seguir sufriendo tanto.
La otra, sentada en medio de la sala tan amplia, en medio de quienes se movían haciendo diligencias de un lado a otro, vio pasar a esa agente que caminaba despacio con las manos en la espalda. Se miraron un momento.
Ella se detuvo. Se apoyó en una columna. El dolor era tal que le cortaba la respiración. Tanteó el arma, con cuidado la sacó y la miró un momento. La apoyó en su pecho, allí donde dolía tanto, tanto, que no podía doler más.
La otra se acomodó en su asiento. Las manos ásperas sobre la falda. Ya faltaba poco para que la llamaran. Escuchó un estampido, y curiosamente, todo empezó a oscurecerse a su alrededor, cada vez más y más oscuro.
Esta historia fue imaginada a partir de una noticia periodística aparecida en Página 12, en diciembre de 1993. El encabezado dice: Suicidio en el Banco Nacional Hipotecario. Un disparo y dos muertes. Una agente de vigilancia se disparó un tiro en medio del Banco . La bala atravesó su pecho e impactó a otra mujer que esperaba frente a una ventanilla. Las dos murieron en el acto.
El texto describe: Cuando la agente desenfundó su pistola, los clientes que a esa hora estaban en el Banco Nacional Hipotecario contuvieron por unos segundos su respiración. La mujer, una agente de custodia, apoyó la boca del arma contra su pecho y presionó el gatillo. Al estampido le siguieron gritos y después del estupor del público al descubrir que detrás de la suicida había otra víctima: una cliente había sido alcanzada por la misma bala que atravesó el pecho de la mujer policía y la mató en el acto. El hecho se suma a la seguidilla de episodios que parecen coronar las crisis anímicas o angustias de índole económica: solo en la provincia de Buenos Aires, la policía registró 530 casos en lo que va del año.
1994
Otras dos mujeres
A Olga
Rosa y la Pepi crecieron juntas. Rosa era la niña de la casa y Pepi la muchacha que ayudaba en los quehaceres, pero que estaba en la familia desde siempre. En aquel tiempo era frecuente tener trabajando cama adentro a chicas del interior. De chiquilina y a medio criar, pues se decía que era huérfana, la había traído el padre de Rosa, y quedó con la familia y se acostumbró a la casa y nunca volvió al campo.
Cuando los padres de Rosa murieron, la Pepi se quedó con Rosa que ya se había casado. Se había casado, pero como trabajaba como dentista tenía necesidad de alguien en la casa. Por eso cuando nació Rosita la criaron entre las dos.
A Rosita el prestigio de su mamá dentista y de su papá médico la envalentonaba con las chicas del barrio. Además tenía las carpetas más lindas y el delantal mejor planchado. En las carpetas la ayudaba la mamá y el el delantal estaba Pepi atenta y diligente y era como tener dos mamás.
Pero cuando Rosita creció empezó a tener un secreto que no se atrevía a hablar con nadie. Un secreto que le roía el corazón, que le ensombrecía el carácter y enturbiaba sus proyectos. Porque ella iba a las mejores escuelas, y tenía entonces amigas de familias prestigiosas y ricas que la incluían en sus fiestas, tenía una mamá que era toda una señora y que además tenía el reconocimiento de las otras mamás por el trabajo que realizaba. Pero en ella crecía cada vez más una duda. No se veía parecida a su mamá. Se veía parecida a la Pepi. La misma cara redonda. Los mismos ojos negros. Sólidas y robustas las dos.
En cambio Rosa tenía la frente alta y las manos finas y la piel más clara.
Se sentía avergonzada de pensarse hija de la sirvienta, cuando su lugar en el mundo parecía garantizado por el prestigio de esa otra mamá especial, de la que cualquiera se enorgullecería.
Desde la adolescencia la duda se fue haciendo certidumbre porque al crecer el parecido de Rosita con la Pepi se acentuó. Y así creció partida entre dos lealtades hacia esas dos mujeres que la amaban y desde ese amor adivinaban su sufrimiento.
Creció desconforme con su destino que le había permitido situarse en un lugar que tal vez no era el suyo, que le había permitido acceder a privilegios, pero que la confundía y la llenaba de resentimiento. Sospechaba un fraude en toda esa realidad que constituía su vida. Se sentía ella misma un fraude.
Rosa y la Pepi la miraban con amor y sin palabras.
El tiempo pasó. Rosa primero y la Pepi después murieron.
Cuando nació su primera hija una circunstancia la deslumbró: la beba era el calco de Rosa. La misma frente alta. Las mismas manos finas.
Parecía una réplica en miniatura de esa dama tan distinguida, de esa señora afable pero con algo de inaccesible que se había dicho su mamá y le había garantizado un lugar en el mundo. La bebita era su pasaporte a la legitimidad. Se decía que casi no parecía su hija pues Rosita se había visto a si misma con algo de tosquedad. Sin embargo...buscó las fotos de cuando ella era beba. Había algunas en que estaba con Rosa y la Pepì y las dos sonreían mirándola.
Se comparó a si misma en sus fotos de niñita con esa hija que nacía para dar vuelta sus mitos y su mundo. Buscó fotos más antiguas aún. Allí estaban: Rosa y la Pepi en la adolescencia. Una fotografía en el parque. Las dos de pie, tomadas de la cintura. No recordaba esta foto. La acercó para mirarla mejor. Eran las dos parecidas, recién lo advertía. La misma cara redondeada, los mismos ojos negros. Hasta la misma estatura. Cualquiera lo hubiera notado Era este, un parecido muy evidente. Como el que se da algunas veces entre hermanas.
Pero ya no estaban para preguntarles.
1994
El incidente
A Guadalupe
La casona es antigua y suntuosa. Está construida en medio de un parque y separada de la vereda por altas verjas que protegen el césped y las flores. Da sobre el boulevard más tradicional de la ciudad.
El edificio es lindo, pero el jardín es precioso. En el edificio funciona de día un secundario y a la noche un terciario. Hay dos directoras, una para cada sección. La fanática del jardín es la del secundario. ¿Y cómo lograr que un jardín se preserve en una escuela donde transitan, potrean y retozan adolescentes urbanas entre los 13 y 18 años?. Se logra con prohibiciones estrictas. A las flores se las mira de lejos. Ni pensar en acercarse. Y las alumnas están domesticadas, ni las miran. En todo caso, nada más que de reojo.
El terciario es otra cosa, vienen alumnas más grandes que no están en la efervescencia de la edad difícil.
Y justamente en el terciario pasó esto. Casi a fin de año, una noche calurosa.
Lupe y Ana, profesora y alumna terminaron la tarea, era una evaluación con la que Ana establecía su regularidad en la materia que dictaba Lupe y ganaba el derecho al examen final. Bajaron del aula y las sorprendió el silencio y la quietud de la casa. Era el último viernes de noviembre. Comúnmente los cursos se retiraban a las 10 de la noche y la gente de secretaría también. Quedaban un rato más los porteros encargados de ordenar todo y cerrar con llave.
Pero ese viernes a la noche, justo ese viernes a la noche, serían las diez y media, pasó algo inusual. Pasó que en esos últimos días de clase previos a los exámenes y ya instalada la primavera, con los alumnos alborotados por el fin de curso, los administrativos cansados por la tarea del año, la Directora anhelando el término de las actividades y las porteras planeando su fin de semana, la urgencia por irse era mayor. Y sucedió, sí, sucedió que todos se habían ido.
Sin verificar la planta alta, y por tanto sin advertir que en un aula del primer piso quedaban sumergidas en los recónditos secretos de la geografía una profesora y su alumna.
La luz de la sala de la entrada estaba encendida, tal como era rutina que estuviese. Todas las demás apagadas. Las puertas de secretaría cerradas con llave. El teléfono en la mesa de recepción con candado. La puerta de calle herméticamente cerrada.
Profesora y alumna, adultas las dos, responsables las dos, incrédulas las dos, se miraron. Estaban encerradas en el edificio sin poder dar crédito a lo que les estaba pasando. Las habían dejado olvidadas allí, ese viernes a la noche y hasta donde podían ver, aisladas del mundo exterior.
Sin acceso al teléfono, con la puerta cerrada, pudiendo mirar a través de los vidrios fijos, pero sin poder hacerse oír hasta la calle, por esos mismos vidrios que les permitían ver hacia fuera pero que no dejaban que se escucharan sus llamadas. Volvieron a revisar puertas, ventanas y cerraduras en la esperanza de encontrar alguna posibilidad de salida. Todo clausurado, con candados y cerrojos prolijamente instalados asegurando que allí no podrían entrar eventuales invasores. Ni tampoco salir ellas.
Volvieron a la sala iluminada y tras los vidrios de la puerta, nunca más sólida, trataron por señas de llamar la atención de quienes pasaban allá lejos, más allá del parque, por las aceras de una calle que parecía estar en la lontananza.
Lupe se preguntaba que posibilidades habría de que sus hijas se sorprendieran por su demora, de allí pasaran a preocuparse e intentaran rastrearla. Siendo viernes a la noche y contando con que habitualmente tenían programas para salir, era difícil que hasta la mañana siguiente pudieran advertir la situación y hacer algo.
Ana se intranquilizaba por las especulaciones en que estaría su marido ante su demora y además porque esa noche sin falta debía confeccionar el disfraz de conejito a su nene, que debía actuar al día siguiente en la fiesta de fin de año de su jardín.
Las dos hacían señas desde atrás del vidrio de la sala a los que pasaban por el boulevard. Pero claro, nadie miraba. ¿Qué tiene de particular un edificio antiguo, para colmo, escolar, para que puedan querer mirarlo quienes en un viernes a la noche pasan por allí.
Hasta que dos chicas que caminaban por la vereda, si se quedaron mirando porque el edificio era significativo para ellas. Eran alumnas del mismo, que egresaban del secundario en el turno vespertino y volvían de festejar el fin de las clases.
Primero miraron azoradas. Luego parecieron comprender, y tras vacilar saltaron la reja en la parte más accesible, que daba precisamente al cuidado jardín. Desde allí se acercaron a la entrada.
Ana y Lupe se sintieron revivir. A los gritos y a través de los vidrios, les dieron instrucciones para localizar a la Directora de la noche por teléfono y avisarle que estaban encerradas, para que viniera a abrirles. Pero las chicas volvieron al rato con la noticia de que en el teléfono respondía el contestador automático, por tanto no había esperanza de conseguir la llave. Pero tenían una sugerencia, que era que la Directora del Secundario vivía cerca y ellas podían ir a plantearle el problema.
En tanto, se habían acercado vecinos a la reja y las chicas que eran las que saltaban al interior, iban y venían transmitiendo la noticia y recogiendo opiniones. Algún comedido avisó a la policía y al rato llegó un móvil que pudo comprobar lo eficientes que eran las medidas de seguridad que protegían al edificio, que se mostraba como una verdadera fortaleza, un búnker. La Directora del Secundario, mienta sucedía esto, había sido localizada, pero se negaba a venir a abrir, o proveer la llave argumentando que era responsabilidad de la autoridad en el turno de la noche resolver el problema. La escena iba tomando ribetes de teatro del absurdo.
Lupe tenía hambre. Por la abertura rectangular del buzón las chicas le alcanzaron un triple y sugirieron que con una pajita podía tomar una coca, si se la sostenían desde afuera. Ana se lamentaba por el disfraz de conejito que no llegaría a terminar si no las rescataban pronto. Los policías después de haber fracasado con puertas y ventanas se dedicaron a esperar con ellas y tratar de tranquilizarlas. Insistieron en reclamar la presencia de la Directora esquiva, que tal vez por eso consintió en ir a llevarles la llave. Llegó rauda en un automóvil imponente, y con ademanes airados de reina magnánima o molesta, abrió primero la reja y luego la puerta de la casona y las cautivas pudieron salir entre vítores.
También habían llamado a las familias y en el ínterin las hijas de Lupe habían llegado en un taxi, así que, cuando ya pasada la media noche, Lupe y Ana estuvieron afuera, las aclamaciones se escucharon en toda la manzana y las llevaron prácticamente en andas.
Después que la Directora abriera la reja y luego la puerta con gesto de perdonavidas, recién se volvió y su mirada recayó en el jardín al lado del cual había pasado con la llave en la mano y la nariz levantada. Y fue allí que tomó contacto con la realidad, antes de que las prisioneras salieran y la multitud la empujara, y el alegre bullicio marcara el fin de la aventura. Y la realidad era que las chicas en las idas y venidas desde la calle a la casa, al saltar las rejas, recordaban las prohibiciones que habían regido durante todos sus años escolares respecto al parque, de uso prácticamente vedado: ese jardín del que la alumnas habían sido espantadas como cachorras imprudentes. Ese paraíso prohibido que no habían podido transitar ni para oler una rosa. Así que, en esta oportunidad, mientras entraban y salían escalando la reja y atravesando el parque, lo que cantaban gozosamente consagrando su venganza era: -¡Pisamos las prímulas, pisamos las petunias, pisamos las margaritas, pisamos, pisamos, pisamos...
Desde esa noche la Directora de Secundario está más irritable e intolerante de lo que ya sabía ser.
A Lupe, las hijas la gastan, llamándola “la encerradita”.
Ana se consagró como confeccionista de disfraces infantiles en tiempo récord.
Y al jardín se lo ve medio deteriorado, como un poco deprimido.
1994
4- Historias de vida
Mujer
Silenciosa sombra sometida
sierva subyugada
sobre suelos cenagosos
sobre salinas blancas
sobre selvas densas,
sombra silenciosa siempre.
Sugestiva sirena
y serpiente sibilante
solitaria habitante de mundos subterráneos
sobreviviente sigilosa
de sismos salvajes,
sacerdotisa sacrílega
sabia sin significados propios,
sombra silenciosa siempre.
Sofisticada o soez
sonriente o sollozante
sincera o solapada
sórdida o sublime,
sed sin sosiego
y surtidor sosegado
suplicante y soberbia,
sombra silenciosa siempre.
Sumergida, sujetada siempre a ser una sombra
susurrando en salmos
sustancia de siglos,
sepultada siempre
al fin subversiva
ya nunca más sola
sangrará senderos
surcará suplicios
romperá simbiosis
segará su siembra y al fin gritará. 1984
Mujer II
Fui sombra
fui eco
satélite en el espacio,
reflejo en un cristal.
Palabra muda
para designar nada,
ausencia de sentidos
tiempo deslizado
sin aconteceres propios.
De pronto, el horror.
De pronto, el vacío.
La soledad de siempre
ahora sin disfraces.
Saber que no,
que es mentira el encuentro
cuando se es sombra,
eco, satélite, reflejo.
Me miro, me palpo,
De pie, siento mi fuerza.
Existo por mi misma,
pariéndome con dolor
busco mi voz
y encuentro un grito...
es el primer vagido
de este, mi ser con consistencia.
Estoy naciendo entera
(no sombra ni reflejo).
Estoy naciendo entera.
Tengo un cuerpo, ideas, sentimientos,
tengo un rumbo que es mío
(y no prestado).
Se adónde voy
y es a la conquista de mi misma
a rescatar allá adentro
lo que pudo quedar enajenado.
No me importa lastimarme las rodillas
ni arañarme en los escollos de la ruta,
estor recién nacida,
estoy entera...
no me importa el dolor.
Vale la pena. 1985
Autobiografía breve
Tuve un osito de felpa y una muñeca de trapo.
Luego guardapolvos blancos y manchas de tinta en los dedos.
Después tuve un hombre y esperé que me diera una casa con jardín,
un automóvil rojo, los gestos del amor y también hijos.
¡Guay de él si no llegaba a dármelos!.
También esperé que me diera palabras solo a mí.
Las palabras más bellas y un sentido para vivir.
Cuando pude (recién cuando pude, y fue bastante tarde...)
Descubrí que debía darme a mí misma razones y argumentos.
Porque las razones prestadas no sirven.
Desde las hebillas del pelo, hasta los zapatos que calzo,
los conseguí trabajando.
Y con esfuerzo conseguí, de los gestos del amor,
el goce que nadie puede darnos, ya listo y terminado.
Y, sobre todo, con desgarramiento me doy
las ideas que puedo pensar
y las palabras que llenan el silencio. 1984
Poema I
Compré un poco de sol
con un poco de lluvia
y un poco de alegría
con un poco de tristeza,
pagando una sonrisa
con dos lágrimas pequeñas.
Valoré la compañía del amigo
por haber caminado sola
y jerarquicé las rosas
porque mucho tiempo
anduve en el desierto.
Llegué a saber
(la gloria del descubrimiento
me costó heridas en las manos
y en las rodillas mientras avanzaba)
que todo se compensa
antes o después...
(más bien después).
El silencio es hermoso
luego del bullicio
y el sosiego
luego de la inquietud.
Pero no se comprenden uno separado del otro. 1977
Poema II
Si pudiera resignarme
a la pérdida de la magia
y aceptar que el tiempo
se lleva cosas
dejándonos otras a cambio...
Tal vez debería bastarme
la sonrisa de mi hija
para compensar
que el Trintignan
que me fascinó en “Un hombre y una mujer”
ha envejecido,
y que aquel vestido claro
que tanto le gustó
está en el fondo de un cajón
convertido en delantal de cocina...
Tal vez debería bastarme
el color de los malvones en el patio
para compensar
su ironía de hoy
y mi silencio o mi violencia.
Pero lo exijo todo. 1977
Fragmento
...mi bebé retoza en las suaves praderas de mi vientre.
Siento que se deja rodar por colinas color bermellón, que se desliza por el tapiz aterciopelado del mundo que lo contiene.
Que navega en el agua tibia y cristalina, dejándose ir, manso y juguetón.
Siento que explora, curioso, las dimensiones del espacio...que se inicia en cabriolas graciosas, y a veces como un trapecista, da un salto mortal.
Pienso en él, como en otro Principito, también él único habitante de un mundo pequeño. Pero como el suyo es un mundo cerrado, no puede perseguir las puestas de sol.
También él, como el otro, dejará su mundo pequeño y se largará a la aventura de conocer otros nuevos.
Mi niño no abandonará una rosa que anhele su vuelta. Solo quedará yo, que aunque sabiendo que es necesario, tal vez lamente verlo partir...es que será tan débil, y los otros mundos tan peligrosos...!
Por ahora es el dueño exclusivo, el único habitante y soberano de su reino...
Y a través de mi piel cada vez más combada, pueden adivinarse sus brincos inquietos, su tensión y su calma... 1974
Agenda
Como soy adulta y eficiente
cada mañana, al comenzar el día
hago una lista de tareas.
Entre ellas se encuentra proteger al colibrí
que está en el limonero
de la mirada verde y felina,
hasta que marzo lo empuje hacia aires más tibios.
También está sobrevivir al otoño
que me acecha cada año
como cada semana me acechan los lunes
y cada día el atardecer.
Otoños, atardeceres y lunes
siempre listos a saltarme a la garganta.
Y entre proteger al colibrí
y sobrevivir al otoño
deberé cumplimentar otras tareas
(en fecha y con toda diligencia).
Trámites burocráticos
burocráticos trámites
como autorizar órdenes,
pagar impuestos
gestionar expedientes
actualizar legajos
sin olvidarme , claro,
de vigilar los amarantos
que avanzan sobre la gramilla
y controlar que haya pan fresco
y manteca en la heladera.
Deberé recordar también
buscar causas y razones
a las cosas que
(aunque soy adulta y eficiente)
aún no entiendo.
¿Por qué el sol sale por el Oeste?.
¿Cuántos boletos capicúa hay en un rollo?.
¿Cómo es que son tan difíciles los caminos hacia la paz?.
Entre las tareas de mi lista figurará
esperar el paso para cruzar la calle,
atender por dónde voy,
escuchar lo que me dicen,
encontrar la mirada de mis iguales.
También, en la penumbra
amarlo sigilosamente
para que no se espante la magia.
Y, sobre todo,
buscar explicaciones para mis hijos
cuando me preguntan
por qué la angustia y para qué vivir.
Esta tarea
no se si podré concluirla a tiempo,
y sucede que es la más importante. 1989
Prosa Versificada
Razones
Ayer mi hija comentó (casi al pasar, impersonalmente)
la angustia que sintió el año pasado al comenzar su escuela
pensando que entraba de día y cuando salía ya estaba anocheciendo.
Y yo, que recién hoy supe de su angustia de hace un año
seguí muy seria haciendo lo que estaba haciendo
mientras le respondía banalidades sobre exigencias y rendimientos.
Pero quedé alertada porque se lo que es la angustia de sentir
que por cumplir deberes, obligaciones, responsabilidades
se nos pierden fragmentos de sol.
(El sol que espera mi madre cada primavera).
Y me turbó porque se que ella (como mi madre, como yo)
es fuerte y solo a veces, como ayer, habla de su angustia,
pues es reservada como su padre
y como su padre dice mucho con pocas palabras
. Y además porque está invirtiendo sus energías en crecer
aunque para crecer deba perder cosas a cambio.
Y recordé que también a mi una vez me angustió
el paso del tiempo y que se nos deslice la vida
y tampoco pude decirlo y cuando lo dije
fue en el tono impersonal de quien dice algo al pasar, algo sin importancia.
Pensé en mi hijo, que es un niño
que parece entusiasmado con libros de Stephen King, video juegos y films,
pero que en el fondo duda si tendrá un futuro
en un mundo tan incierto como el que le damos,
y ese es un dolor en mi costado.
Que se apasiona (y es justo que así sea) contra la injusticia
pero que es tan débil para combatirla.
Que a veces se aburre y no sabe todavía
demasiadas estrategias para vivir y se ve tan vulnerable.
Y recordé también (es preciso reconocerlo)
que lo que me arrancó de la angustia aquella vez
que lloraba el paso del tiempo y la pérdida de cosas
sin atreverme a decir por qué lloraba (pues no parecían razones valederas)
fue la llamada de auxilio de un hermano,
que porque me necesitaba me sacó de la angustia
y me metió en la vida para pelearla,
aunque debiera en la pelea renunciar a algunos anhelos de sol.
Pude sentir que entre mi madre,
que festeja la primavera por los rayos de sol que entran hasta el patio,
y la desazón de mi hija a la que se le arrebatan claridades,
estoy como nexo con razones no tan poderosas, pero razones al fin,
que recién ahora y con aprehensión me atrevo a enunciar,
como la continuidad, la lucha, el esfuerzo,
la persistencia de estar, de seguir estando, de volver a estar. 1989
Datos personales
Tuve un padre, un hermano, un marido, un hijo.
En estricto orden cronológico.
Todos ellos geniales e imprescindiblemente crueles.
Tuve también una madre y una hija.
Las dos apacibles, sensatas, firmes.
Mis anclas en la vida.
Tuve también mil hermanas de lucha.
Y hubo, sin faltar un solo día
Poder contar con amigos y amigas, uno por vez y sin solución de continuidad.
Son las coordenadas de mi mapa,
Los hilos que constituyen mi tejido. 1990
De color sepia
Ya he amado.
Encontré a quien amar,
por qué luchar, a quién cuidar
¿y ahora qué?
La muerte sigue acechando
Aunque vaya al lugar de la primavera.
Porque no voy entera.
Con los pedazos que quedan.
Con los pedazos de mí misma
entre las manos.
Sabiendo que
“hay vacíos imposibles de llenar”
pero que tal vez
“uno puede inventarse una esperanza”
porque quizá
“¿aún vale la pena
jugarse y vivir?.” 1987
Hombre
En mí
el sabor de tu espalda húmeda,
sauce, pino, ceibo,
cedro, roble.
Paso la lengua por tu piel,
y el polvo imperceptible y volátil
en que se deshace la madera
cuando la transformas
(limas y formones tus herramientas)
me acercan tu gusto, tu olor. 1987
Elogio de la ambigüedad
Mi oficio es provocar espanto
cuando me parto el pecho
para arrancar de allí palabras
y ofrecerlas brillando
como guijarros, como mariposas
en la palma de la mano.
(Y esto aunque se trate
de palabras bellas)
Mi otro oficio
es permanecer quieta
para no ahuyentar los duendes,
(esos que se atreven
a danzar en la penumbra).
Mi única certeza
es que mentiré
si, en la oscuridad
antes de encender
la frágil luz
me preguntan
¿cómo estás?.
Y mi modo de ser
sin duda es el silencio,
cuando no está.
Cuando le tragó por entero
el humo, el vino o la distancia. 1990
Cuento absurdo
De chica tenía tanta imaginación...
Pensaba ser partera, o aviadora, o actriz...
Pero, nunca supo muy bien como sucedió, se encontró con que en vez de la muñeca (era una pepona de trapo) tenía un bebé en serio entre los brazos. Un bebé que se agitaba y sonreía y balbuceaba...porque el tiempo había ido pasando...
Y entonces se encontró con la escoba en sus manos, y no se sabía quién tenía a quién, tan inseparables eran.
Si era ella la que tenía la escoba y la usaba como un bastón y un argumento para moverse en su vida, o era la escoba la que la tenía a ella y dirigía sus pasos.
Y claro, como tenía las manos ocupadas no podía acariciar a los chicos, o sostener el diario que solo podía leer de ojito, entre barrida y barrida.
Los otros seguían tirando cosas, bollitos de papel, o miguitas, o arena que ella barría interminablemente.
A veces le hablaban.
A veces seguían apurados porque tenían clases, o conferencias , o paseos.
A veces la miraban con simpatía.
Otras, ni advertían su presencia.
Alguna que otra vez se burlaban, solo un poco.
Ella seguía con su escoba –bastón barriendo y barriendo el mundo, desplazándose solo hasta donde su cansancio le permitía.
Y fantaseaba, porque la imaginación no la había perdido, que su escoba se tornaba mágica, y podía volar por los aires, montada en ella como en la escena final de “Milagro en Milán” sin sentirse una bruja.
O que podía trocarse en una varita como la de las hadas, con una estrella fulgurante en la punta, el grueso y áspero cabo de madera convertido en fino alambre de plata, y la paja desgastada y sucia en un chisporroteo como los fuegos artificiales que veía en Navidad.
Eran solo fantasías.
Porque aunque no había leído a Erika Jong, también tenía miedo de volar. Y aunque no había leído a García Márquez y su soledad de cien años, se le antojaba extraño perderse entre las nubes sin dejar razones.
Así que un buen día, llevando a cuestas solo miedos y extrañezas, debió hacer un gran esfuerzo para largarse a volar.
Y era tan hermoso, allá en lo alto, que pudo recitar un poema, y se parió a sí misma.
Los que la vieron pasar le dijeron escandalizados: irresponsable, irreverente e irrisoria. Le gritaron furiosos: irreductible, irrascible e irritante. También loca de mierda.
Ella, despojada al fin, libre al fin, voló. 1984
Homenaje
Mi hermano pregunta: ¿Qué podremos como inscripción en la placa?.
Si por mi fuera, le diría que pongamos la verdad: bromeaba con los chicos y nos hacía trampas a los grandes.
Decía refranes con humor y se divertía aplicándolos a las situaciones más variadas. Tenía un repertorio de ellos que no eludía las malas palabras, y que Mario atesoraba.
Estaba aprendiendo a jugar truco y chin-chón con su nieto.
Miraba la telenovela de las nueve y suspiraba con los amores contrariados de Milagros y Catriel. Escuchaba en la radio los resultados del fútbol y seguía el lugar de Ñuls en la tabla de posiciones pero no miraba los partidos para cuidar su corazón.
Decía que había cosas que no podía entender, por ejemplo el atentado a AMIA.
Se cuestionaba Sarajevo y Ruanda y nos acosaba con preguntas que no le sabíamos responder.
Nos contaba los noticiosos aunque a veces se confundía Irak con Irán o Paquistán con Turquestán.
Miraba películas románticas, pero se ponía nerviosa con las escenas eróticas.
Era generosa hasta la exasperación y cuando tenía dinero en la mano se constituía en un verdadero peligro comprando regalos y trayendo cosas útiles e inútiles.
Era sincera hasta más allá de lo que podíamos sobrellevar, diciendo todo lo que se le ocurría sin pasarlo por la censura.
Y era de una fidelidad desmesurada que le hacía encontrar excusas para los que amaba, cualquiera hubiese sido la falta cometida.
Estaba convencida de muchas cosas y las defendía con pasión.
Se maquillaba y perfumaba a la mañana para estar bonita todo el día.
Verla con el espejito en la mano era como la garantía de que los planetas seguían en su órbita y la historia continuaba su curso. Alardeaba de los dos pretendientes que había tenido desde su viudez, uno en la cola del Banco y el otro en el cementerio mientras acomodaba las flores.
Chacoteaba con Oscar y con Jorge cuando le sugerían presentarle un viejito rico, a comisión, y con su cardiólogo que le recomendó encontrar un “usado en buen estado” antes de cerrar trato.
Declinó la propuesta del novio de su nieta cuando le planteó: ¡Abuela, qué rico cocina...cásese conmigo!.
Se ocupó de regalarle anillitos y dijes a todas sus hermanas cuando midió sus tiempos y sintió que le quedaba poco.
Me dijo a mí que tuviera coraje, que la vida es así.
Le quedó sin terminar la partida de chin-chón que había iniciado.
Sin ver el final de la telenovela de los horizontes expandidos.
Y sin escuchar el final de “Ilusiones”, de Richard Bach, que Pablo le leía por las noches.
Le quedó sin entregar el regalo del día del Niño a Micaela y a Iara.
Le faltó ir a comer a Capri en su cumple de septiembre. (Tenía dos cumple y los festejaba a los dos como buena tramposa).
Tal vez le faltó decirme algún secreto.
Y le faltó poder mirar los malvones rojos, y los blancos , y los de color salmón que están floreciendo en el patio, justo ahora, que se fue sigilosa. Sin tiempos de despedida.
Y a nosotros, no tan generosos, no tan sinceros, no tan leales y apasionados, sino medidos, cautos, discretos y respetuosos, no tan originales ni entusiastas sino convencionales, previsibles e incoloros nos dejó en el colmo del aburrimiento. Congelados en la añoranza de sus 86 años tan jóvenes y alegres. 1994
Cotidiano
Manejo el auto, rumbo a las oficinas donde entregan los aforos de la patente de este año.
Hoy vence la primera cuota. Siempre me entero a último momento. Ahora la larga cola para retirar, la larga cola para pagar.
El encuentro casual con algún conocido.
Volver rápido. Dejé el almuerzo casi listo.
Luchar para que los chicos coman. No les gusta mucho lo que les preparo. Y enseguida llevar a la nena a la escuela.
El reloj me corre. Las dos manecillas son las botas implacables de un gigante que viene tras de mí con intención de aplastarme.
Luego mi trabajo.
Componer la expresión imperturbable de quien escucha las consultas angustiadas de otros.
El 24 vence el Impuesto Inmobiliario.
El 26 Obras Sanitarias.
A las 12 le toca el antibiótico al nene.
Tengo que recordar a mi hija que lleve la carpeta. Ayer la olvidó...Todavía es chiquita...Primer grado.
Primer grado.
La espalda apoyada en la pared inmensa y gris. Primer día de clase.
Las monjas revoloteando como cuervos en el patio.
Primer día de clase de primer grado...qué miedo, qué miedo...¡¡no tengo que llorar!!.
Si hermana Tercilia, traje el cuaderno...Qué grande es el pupitre...Grande y oscuro...Me pierdo en él.
Si hermana, le diré a mi mamá que me ponga un lazo en el pelo.
Si hermana, le diré que mande la cuota de la cooperadora.
Si hermana, si...
Soy una buena chica, una chica obediente...
Estudio, voy al catecismo.
No, no padre, no beso a los muchachos. Confieso que si, que solo una vez, pero ya no lo haré más.
Si mamá, ya me levanto.
Voy a la escuela. Voy a la biblioteca.
Debo llegar a horario.
Me falta el tiempo.
Voy al trabajo.
Voy a hacer las compras.
¿Qué les gusta a estos chicos?. No tengo mano para la cocina.
Ni ganas.
Ni forma de experimentar...
No mamá, no le digas a papá que no quise comer.
Hijos, no le digan a nadie que se me quemó el arroz. ¡Ya escondo esta cacerola tiznada!
Si mamá, ya sabía que el arroz no se cocina bien en acero inoxidable...pero... Si mamá, ya le cambié los pañales al nene...Tiene la cola paspada?. Bueno, bueno, voy a ver...
No, no se dónde están tus llaves...Tu agenda?. En la mesita rodante...
Hija, tus hebillitas ¿dónde las dejaste?. No hay tiempo de buscarlas...¿Andá con el pelo suelto!.
No, no se dónde está tu disfraz de Batman...fijate en la caja de los juguetes...¿Y el chupete?. ¡Qué se yo!. ¿Vas a dejarme poner la mesa?.
Cruzo la plaza trotando, no hay tiempo para mirar el juego del sol entre las hojas, ni aspirar el perfume de los rosales...
Adivino, más que miro, el cartel sobre el verde. Total, ya se lo que dice:
Prohibido pisar el césped.
Prohibido estacionar.
Prohibido para menores de 18.
Prohibido fumar.
Prohibido el paso.
Prohibido hablar con el conductor.
Prohibido girar a la izquierda.
Prohibido usar la radio después de las 23 horas.
Prohibido!
Prohibido!
Prohibido!
Basta!!!
“Desabrochen el pensamiento tan a menudo como la bragueta”.
¿Sabrán los jóvenes de estos lemas?
¿Sabrán de mayo del 68 en Francia?
Yo tenía...Y ya pasaron trece años...
¿Y sabrán del nazismo?.
¿Y de Hiroshima y Nagasaki?.
¿Y qué?. Yo tampoco tuve tiempo de enterarme bien de lo que estuvo pasando en Nicaragua...De lo que está pasando en Irán...
¡Cómo corre el tiempo...!
Y cómo me corre el tiempo...
Si no me apuro llego tarde...
Si señora, debe haber sido difícil...¡cómo reponerse de la pérdida de un hijo?. ¡Tenía 20 años cuando se lo llevaron?. ¿Esa es su foto?. Ya veo, siempre la lleva consigo...(Siento el corazón más chico, como si sus hipos y sollozas tuvieran un efecto constrictor. Pienso en mis propios hijos).
No mamá, no salimos esta noche. Nos quedamos con los chicos...
Si, te cuento un cuento.
Si, te armo una casita.
Ya voy, ya voy, no puedo hacerlo todo al mismo tiempo...!
¿Qué hacés con el bebé alzado?. Es peligroso...sos chiquita aún...
¿Se te ha caído un diente hija?. ¿¡¿¡Ya!?!?
Vamos a guardarlo debajo de la almohada para que el ratoncito te deje una moneda...
¿Qué quién hizo el sol?. Ya te explico...Hay distintas teorías...Esperá, dejé la canilla abierta y desborda la pileta...¡Llaman a la puerta, fijate quién es!
¡Has perdido tu primer diente de leche!. ¡Cuánto creciste!.
Mamá, tengo manchas de sangre en la bombacha...
No, por favor, no le digas a papá...No le digas a nadie...Yo la lavo, no le digas...
¿Qué me ha pasado?. ¿Qué pasará ahora?. ¿Debo temer?.
Si, te amo...
No, por favor, no, no puedo...
Siento tanto , tanto...
Pero no, no puedo...
Si, quiero. Y prometo amarlo y serle fiel tanto en la salud como en la enfermedad...
Tengo que apurarme o llego tarde.
Primera consulta. El tema parece ser el amor.
Escucho sus dudas: aceptarlo o no. Responderle o no.
Me oigo decir cuando la despido, al mejor estilo “Corín Tellado”:_ Mirá dentro tuyo, preguntale a tus sentimientos, antes de decidir.-
Estoy transgrediendo desvergonzadamente el encuadre que hubiese exigido un silencio impasible. Si mis colegas lacanianos me oyeran, se rasgarían escandalizados sus vestiduras.
Segundo turno. Hace frío. El sol no alcanza a entibiar del todo.
La escucho. ¿Así que no quiere vivir por vivir...?. ¿Qué quiere saber por qué vive, para qué vive?.
Pienso: ¿Y quién no querría lo mismo?. Al fin estamos ocupando distintos lugares y aspiramos a lo mismo...
Este arroz está hecho un engrudo, nunca aprendo a hacerlo bien...
El chiquito tiene temperatura, ¿podés tenerlo mientras busco que darle?. ¿Por qué llora, acá está mamá...ya va, ya va...Tiene cada vez más fiebre...delira...¿qué vamos a hacer?. ¡Cómo quisiera calmarlo!.
Encanezco...ayer lo descubrí...¿Qué haré cuando mi piel se marchite?. ¿Cuándo las líneas de mi cuerpo se ablanden y pierda fuerza y lozanía?.
¡Adios juventud!.
¿Me amás?. ¿Todavía me amás?.
Si, si, ya se, han sido años juntos...
Si, yo tampoco se...
Nunca sabré...
Muchas veces me encontrás desaliñada.
Muchas veces me encontrás hablándole ásperamente a los chicos, llena de impaciencia.
Muchas veces, malhumorada, no te escucho, me doy vuelta y nos alejamos...
¡Qué difícil preservar la magia en medio del cansancio, las corridas y tantas cosas...
Y sin embargo, también pude, alguna vez, sentirme hermosa bajo tu mirada.
Si mamá, el guardapolvo le queda justo a la nena. Lo que le van chicos son los zapatos. El mes entrante le compraremos las botas que eligió.
Si, si señorita, ya canto el himno: “Oíd mortales el grito sagrado...” fuerte, la cabeza bien alta.
Si, Si, tiraré de la cintita de la torta. A lo mejor saco el anillo. ¿Una saca el anillo y tiene buena suerte?.
Si, si, el domingo de ramos consigo las hojas de olivo que mamá quema cuando hay tormenta para atraer la calma. ¿Qué miedo me dan los truenos!. ¿Podrá venir otra vez el Diluvio?. Estoy tan asustada...
Y en la Navidad, ¡qué hermoso el arbolito!. Nace el Salvador...
No, hijo, no es el Salvador porque tenga una escopeta. Es otra clase de Salvador ¿Entendés?.
No entiendo, no entiendo los logaritmos. Si, si, estudiaré más. Debo traer buenas notas, eximirme de todas las materias, lograr un buen promedio. Es lo menos que puedo hacer...
¿Cómo puedo hacer?. Besar.. ¿cómo se besa?. ¿Con la boca abierta?. Pero, y ¿se respira al mismo tiempo?.
Si me gustás mucho.
Pero siento tanta inquietud cuando me abrazás. No, no, tengo miedo.
¿Cómo no temer?.
Si, si, ya se...
¡Ay mi Príncipe Valiente!. En lucha con los dragones insidiosos del tiempo...
Frente a mí, crisálida que en vez de mariposa se convirtió en bruja...Con su marmita de arroz pegoteado, con su tiempo partido por las demandas de otros, con silencio para otros, con palabras para otros...
Si señora, tendremos que poner en palabras lo que siente. Entiendo que es difícil hablar de ello, pero puede ser necesario si queremos encontrar una salida positiva.
Positivo. Acá está el Gravindex. Positivo. ¿Se da cuenta?. Me parece increíble. Y sin embargo, ya es como un pececito flotando en mí.
¿Qué es eso?. ¿Con qué estás jugando?. ¿Qué querés ir a pescar con tu papá?. Si, en los canteros hay lombrices. Te ayudaré a buscarlas, aunque no me gustan, me cuesta, no puedo tocarlas.
No, no, no puedo. No, ...si, me gusta tu piel, la piel de tu cuello, de tu espalda desnuda, de tus brazos alrededor de mí. Recorro tu piel con la punta de los dedos, con mis labios, con mis mejillas...pero, por favor, no sigas. No...es que temo...
Temo cuando te sube tanta fiebre hijo ¿estás mejor?. Dejame besarte, quiero sentirte la frente...Si, aquí me quedo a tu lado.
Si señora directora, presentaré la planificación a tiempo. Yo cumplo. Yo siempre cumplo.
Si , si.. Ya voy. ¿Ahora?. ¡Cuántas cosas!. ¡ Qué cansada estoy!
¿Que te cuente cuándo nos conocimos con tu padre?. No, es un secreto...
En el secreto de nuestra primera cita trajiste una rosa. Era bella, frágil, efímera.
Era la primera vez que recibía algo tan hermoso...Para conservarla más tiempo la puse en la heladera. Cada vez que abría para buscar algo, me encontraba con el espectáculo surrealista de la rosa en su caja transparente, en medio de cosas banales. Y parecía tan absurdo el contraste...Después aprendí que la coexistencia de lo sublime y lo burdo son tan frecuentes...
¿Valió la pena tratar de conservar más tiempo aquella flor?
Yo quería que nuestro amor permaneciese siempre igual. ¿Es acaso posible?
¡No es posible, no es posible hija!. ¿Dónde aprendiste tantas cosas y tan pronto?.
Si las canciones me las has enseñado a todas. Y ya reconocés las letras de tu nombre...
¿Y dónde aprendiste a cruzar así los ojos?. ¿En la escuela?. ¡Qué cómica con esa cara de payasa!. ¡Qué absurda!.
Sí, me he sentido absurda aveces. Y sin embargo, nunca, nunca olvidaré aquel momento bajo el resplandor de la lámpara...Traté de cubrirme avergonzada de mi desnudez. El embarazo redondeaba mi vientre.
Recuerdo tu mirada y tu voz, no se cuál acariciándome más. Y recuerdo como apartaste mis manos y me dijiste: “- ¡Qué linda estás!”-.¡¿¡ ¿Qué linda estás?!?! con mi panza que tu amor convertía en milagro.
Será un milagro la recuperación. Si mamá , iré a acompañarlos. No, no te preocupes, yo los alcanzo en el auto. ¿Cómo sigue papá doctor?. ¿Cómo será el tratamiento?. Si, yo me ocupo...y según siga le aviso...
Le aviso, no me quejo.. solo le aviso, las contracciones son cada cinco minutos.
Debo pensar algo lindo, algo bueno para no sentir tanto el dolor. ¿Ya está!. Era de color muy claro y casi en capullo. La sacó de la planta y me la dio. ¡Ya viene!. ¡Qué intensa!. ¿Se aliviará si grito?. No, no debo gritar, debo estar tranquila...Ya pasa. Es el privilegio de tener un hijo.
¿Qué tengo los ojos brillantes?. Si, me siento hermosa... y el bebé ¿viste como se prende al pecho?.
Sí, puedo darle un turno para el martes. El consultorio queda en la calle...
¿Qué la lucha para no enamorarse le parece inútil?
Sí, tal vez sea así.
¿Qué lo sorprende su mejor relación con todos desde que está enamorado?. Sí, tal vez sea el poder transformador del amor...Quién sabe...
Quién sabe si podemos comprar una casa, ahora que se da esta oportunidad. Si tiene terreno plantaremos un duraznero.
Si hija, podés correr por el parque. ¿Qué dice: “Prohibido pisar el césped”?. No importa, corramos juntas....
La cuota del Banco vence mañana. Si estoy preocupada... No, triste no.
Si, ya sé, no soy tan joven, ni linda, ni brillante. A veces no tengo ganas, y, para colmo, no se cocinar el arroz.
No puedo tenerlo todo.
Ya es bastante con tener cuerda para correr, para ser responsable, para acordarme...
Llego harta.
Consultas desde temprano.
La casa llena de niños, los propios y los otros.
Entro pasando y pisando juguetes desparramados en todas las habitaciones.
Levanto un revolver rojo cerca de la estufa.
Sobre la mesada un Colt azul metalizado me sonríe.
Junto a la bañera, el rifle que dispara corchitos, yace indolente.
Confío en llegar al dormitorio. Apoyada en la mesita de luz, la pistola espacial espera a lanzar rayos y centellas, y una Magnum amenazante se queda silenciosa.
Silencioso, si, así te siento. Y silenciosa también estoy yo.
¡Qué sueño tengo!. Si, ya se...
¡Qué cansada estoy!
Si, nos cuesta escucharnos...
Si, te escucho hijo. Ya voy. A las 12 te toca tomar el antibiótico.
El 24 vence el Impuesto Inmobiliario.
El 26 Obras Sanitarias.
Tengo que recordar a mi hija que lleve la carpeta. 1981
Nosotros
Tu amor me constituye
soy la que soy, una obra en pie
forjada mirada a mirada, caricia a caricia.
No cabe imaginar que hubiera sido
sin esa presencia tuya instaurada
¿desde cuándo? y ¿hasta dónde?.
No cabe tampoco imaginar otra vida
porque estás impregna tanto ésta
que se me antoja imposible tu ausencia
en mi piel y en mis recuerdos.
Los días modelados por vos y en vos
en esta historia, son éstos
y ya no pueden ser aquellos.
Y los frutos de mis otras pasiones
son como hijos bastardos
gestados a la sombra y con los restos
de los que fue la gran empresa:
nuestro encuentro y nuestra marcha.
El haber sido elegida,
deseada, recortada
por tu amor, como figura
sobre el fondo de los hechos
me determina.
El haberte dedicado
una constancia sin fracturas
en este largo y ancho
tiempo transcurrido
te define.
Lo que hizo que este amor
tuviera algo
de mortal peligro
y trágico holocausto
fue su fuerza
y su carácter incuestionable
de gran amor en nuestras vidas.
Y lo que hizo
de este amor
fuente de vida,
motor de las luchas que libramos
fue también su fuerza
y su carácter incuestionable
de gran amor en nuestras vidas. 1990
Encuentro
Podrá ser al atardecer, o tal vez a la mañana.
O por la noche, cuando se cierran las sombras
sobre el horizonte.
La hora no importará.
Pero será imprescindible
poder escuchar
el despliegue de una melodía
de cajita de música.
que rodará sus notas
mientras mi boca te busca
y el cristal de mi saliva
te envuelve y te pone luminoso
También podrá entonces comenzar,
la suave resonancia de la lluvia
más allá de la ventana.
Y el agua se deslizará como tus manos
cuando me buscan,
cuando me encuentran y me inundan
y me hacen zozobrar.
Y el espejo (melodía, cristal , agua)
nos reflejará en el estallido brillante
(ese que conocemos)
que es siempre el mismo,
que es diferente cada vez . 2002
Indice
I. Historias con sonrisa
1- Una vida complicada
2- La doña y su hija bien criada
3- Historia interrumpida
4- Al fin y al cabo soy adulta
5- Y fueron tantos hombres...
6- El machista
7- Metamorfosis
8- Este tema del erotismo
9- Polvo, pelusa y telarañas
10-La histérica
11-La sabiduría de Hegel
12-Cuando el gato no está
II.Historias con trampa
1- La intrusa
2- Le canté las cuarenta
3- El invierno de las adúlteras
4- Cuestión de conciencia
5- Homenaje al adulterio
III. Historias que me contaron
1- El abuelo
2- Historia de amor cruel
3- Chinita desagradecida
4- La espera
5- Historia con lupines
6- Del mismo año
7- La historia de siempre
8- La clase de labor
9- La respuesta
10- Dos mujeres
11- Otras dos mujeres
12- El incidente
IV. Historias de vida
1- Mujer
2- Mujer II
3- Autobiografía breve
4- Poema I
5- Poema II
6- Fragmento...
7- Agenda
8- Razones
9- Datos personales
10- De color sepia
11- Hombre
12- Elogio de la ambigüedad
13- Cuento absurdo
14- Homenaje
15- Cotidiano
16- Nosotros
17- Encuentro
No hay comentarios:
Publicar un comentario