HISTORIAS DE DESPUÉS
I-¿ADULTOS?
1-Cotidiano
Manejo
el auto, rumbo a las oficinas donde entregan los aforos de la patente de este
año.
Hoy
vence la primera cuota. Siempre me entero a último momento. Ahora la larga cola
para retirar, la larga cola para pagar.
El
encuentro casual con algún conocido.
Volver
rápido. Dejé el almuerzo casi listo.
Luchar
para que los chicos coman. No les gusta mucho lo que les preparo. Y enseguida
llevar a la nena a la escuela.
El
reloj me corre. Las dos manecillas son las botas implacables de un gigante que
viene tras de mí con intención de aplastarme.
Luego
mi trabajo.
Componer
la expresión imperturbable de quien escucha las consultas angustiadas de otros.
El
24 vence el Impuesto Inmobiliario.
El
26 Obras Sanitarias.
A
las 12 le toca el antibiótico al nene.
Tengo
que recordar a mi hija que lleve la carpeta. Ayer la olvidó...Todavía es
chiquita...Primer grado.
Primer
grado.
La
espalda apoyada en la pared inmensa y gris. Primer día de clase.
Las
monjas revoloteando como cuervos en el patio.
Primer
día de clase de primer grado...qué miedo,
qué miedo...¡¡no tengo que llorar!!.
Si
hermana Tercilia, traje el cuaderno...Qué grande es el pupitre...Grande y
oscuro...Me pierdo en él.
Si
hermana, le diré a mi mamá que me ponga un lazo en el pelo.
Si
hermana, le diré que mande la cuota de la cooperadora.
Si
hermana, si...
Soy
una buena chica, una chica obediente...
Estudio,
voy al catecismo.
No,
no padre, no beso a los muchachos. Confieso que sí, que solo una vez, pero ya
no lo haré más.
Si
mamá, ya me levanto.
Voy
a la escuela. Voy a la biblioteca.
Debo
llegar a horario.
Me
falta el tiempo.
Voy
al trabajo.
Voy
a hacer las compras.
¿Qué
les gusta a estos chicos? No tengo mano para la cocina.
Ni
ganas.
Ni
forma de experimentar...
No
mamá, no le digas a papá que no quise comer.
Hijos,
no le digan a nadie que se me quemó el arroz. ¡Ya escondo esta cacerola
tiznada!
Si
mamá, ya sabía que el arroz no se cocina bien en acero inoxidable...pero... Si
mamá, ya le cambié los pañales al nene...Tiene la cola paspada? Bueno, bueno,
voy a ver...
No,
no sé dónde están tus llaves...Tu agenda? En la mesita rodante...
Hija,
tus hebillitas ¿dónde las dejaste? No hay tiempo de buscarlas...¿Andá con el
pelo suelto!.
No,
no sé dónde está tu disfraz de Batman...fijate en la caja de los juguetes...¿Y
el chupete? ¡Qué sé yo! ¿Vas a dejarme poner la mesa?
Cruzo
la plaza trotando, no hay tiempo para mirar el juego del sol entre las hojas,
ni aspirar el perfume de los rosales...
Adivino,
más que miro, el cartel sobre el verde. Total, ya se lo que dice:
Prohibido
pisar el césped.
Prohibido
estacionar.
Prohibido
para menores de 18.
Prohibido
fumar.
Prohibido
el paso.
Prohibido
hablar con el conductor.
Prohibido
girar a la izquierda.
Prohibido
usar la radio después de las 23 horas.
Prohibido!
Prohibido!
Prohibido!
Basta!!!
“Desabrochen
el pensamiento tan a menudo como la bragueta”.
¿Sabrán
los jóvenes de estos lemas?
¿Sabrán
de mayo del 68 en Francia?
Yo
tenía...Y ya pasaron trece años...
¿Y
sabrán del nazismo?
¿Y
de Hiroshima y Nagasaki?
¿Y
qué? Yo tampoco tuve tiempo de enterarme bien de lo que estuvo pasando en
Nicaragua...De lo que está pasando en Irán...
¡Cómo
corre el tiempo...!
Y
cómo me corre el tiempo...
Si
no me apuro llego tarde...
Si
señora, debe haber sido difícil...¡cómo reponerse de la pérdida de un hijo?.
¡Tenía 20 años cuando se lo llevaron? ¿Esa es su foto?. Ya veo, siempre la
lleva consigo...(Siento el corazón más chico, como si sus hipos y sollozos
tuvieran un efecto constrictor. Pienso en mis propios hijos).
No
mamá, no salimos esta noche. Nos quedamos con los chicos...
Si,
te cuento un cuento.
Si,
te armo una casita.
Ya
voy, ya voy, no puedo hacerlo todo al mismo tiempo...!
¿Qué
hacés con el bebé alzado? Es peligroso...sos chiquita aún...
¿Se
te ha caído un diente hija? ¿¡¿¡Ya!?!?
Vamos
a guardarlo debajo de la almohada para que el ratoncito te deje una moneda...
¿Qué
quién hizo el sol?. Ya te explico...Hay distintas teorías...Esperá, dejé la
canilla abierta y desborda la pileta...¡Llaman a la puerta, fijate quién es!
¡Has
perdido tu primer diente de leche! ¡Cuánto creciste!.
Mamá,
tengo manchas de sangre en la bombacha...
No,
por favor, no le digas a papá...No le digas a nadie...Yo la lavo, no le
digas...
¿Qué
me ha pasado? ¿Qué pasará ahora? ¿Debo temer?
Si,
te amo...
No,
por favor, no, no puedo...
Siento
tanto , tanto...
Pero
no, no puedo...
Sí,
quiero. Y prometo amarlo y serle fiel tanto en la salud como en la
enfermedad...
Tengo
que apurarme o llego tarde.
Primera
consulta. El tema parece ser el amor.
Escucho
sus dudas: aceptarlo o no. Responderle o no.
Me
oigo decir cuando la despido, al mejor estilo “Corín Tellado”:_ Mirá dentro
tuyo, preguntale a tus sentimientos, antes de decidir.-
Estoy
transgrediendo desvergonzadamente el encuadre que hubiese exigido un silencio
impasible. Si mis colegas lacanianos me oyeran, se rasgarían escandalizados sus
vestiduras.
Segundo
turno. Hace frío. El sol no alcanza a entibiar del todo.
La
escucho. ¿Así que no quiere vivir por vivir...?. ¿Qué quiere saber por qué
vive, para qué vive?.
Pienso:
¿Y quién no querría lo mismo?. Al fin estamos ocupando distintos lugares y
aspiramos a lo mismo...
Este
arroz está hecho un engrudo, nunca aprendo a hacerlo bien...
El
chiquito tiene temperatura, ¿podés tenerlo mientras busco que darle? ¿Por qué
llora, acá está mamá...ya va, ya va...Tiene cada vez más fiebre...delira...¿qué
vamos a hacer? ¡Cómo quisiera calmarlo!
Encanezco...ayer
lo descubrí...¿Qué haré cuando mi piel se marchite?. ¿Cuándo las líneas de mi
cuerpo se ablanden y pierda fuerza y lozanía?.
¡Adios
juventud!.
¿Me
amás?. ¿Todavía me amás?.
Si,
si, ya se, han sido años juntos...
Sí,
yo tampoco se...
Nunca
sabré...
Muchas
veces me encontrás desaliñada.
Muchas
veces me encontrás hablándole ásperamente a los chicos, llena de impaciencia.
Muchas
veces, malhumorada, no te escucho, me doy vuelta y nos alejamos...
¡Qué
difícil preservar la magia en medio del cansancio, las corridas y tantas
cosas...
Y
sin embargo, también pude, alguna vez, sentirme hermosa bajo tu mirada.
Si
mamá, el guardapolvo le queda justo a la nena. Lo que le van chicos son los
zapatos. El mes entrante le compraremos las botas que eligió.
Si,
si señorita, ya canto el himno: “Oíd mortales el grito sagrado...” fuerte, la
cabeza bien alta.
Si,
Si, tiraré de la cintita de la torta. A lo mejor saco el anillo. ¿Una saca el
anillo y tiene buena suerte?
Si,
si, el domingo de ramos consigo las hojas de olivo que mamá quema cuando hay tormenta para atraer la calma.
¿Qué miedo me dan los truenos! ¿Podrá venir otra vez el Diluvio? Estoy tan
asustada...
Y
en la Navidad, ¡qué hermoso el arbolito! Nace el Salvador...
No,
hijo, no es el Salvador porque tenga una escopeta. Es otra clase de Salvador ¿Entendés?
No
entiendo, no entiendo los logaritmos. Si, si, estudiaré más. Debo traer buenas
notas, eximirme de todas las materias, lograr un buen promedio. Es lo menos que
puedo hacer...
¿Cómo
puedo hacer?. Besar.. ¿cómo se besa?. ¿Con la boca abierta?. Pero, y ¿se
respira al mismo tiempo?.
Si
me gustás mucho.
Pero
siento tanta inquietud cuando me
abrazás. No, no, tengo miedo.
¿Cómo
no temer?
Si,
si, ya se...
¡Ay
mi Príncipe Valiente! En lucha con los dragones insidiosos del tiempo...
Frente a mí, crisálida que en vez
de mariposa se convirtió en bruja...Con su marmita de arroz pegoteado, con su
tiempo partido por las demandas de otros, con silencio para otros, con palabras
para otros...
Si
señora, tendremos que poner en palabras lo que siente. Entiendo que es difícil
hablar de ello, pero puede ser necesario si queremos encontrar una salida
positiva.
Positivo. Acá está el Gravindex.
Positivo. ¿Se da cuenta?. Me parece increíble. Y sin embargo, ya es como un
pececito flotando en mí.
¿Qué
es eso?. ¿Con qué estás jugando?. ¿Qué querés ir a pescar con tu papá?. Si, en
los canteros hay lombrices. Te ayudaré a buscarlas, aunque no me gustan, me
cuesta, no puedo tocarlas.
No,
no, no puedo. No, ...si, me gusta tu piel, la piel de tu cuello, de tu espalda
desnuda, de tus brazos alrededor de mí.
Recorro tu piel con la punta de los dedos, con mis labios, con mis
mejillas...pero, por favor, no sigas. No...es que temo...
Temo
cuando te sube tanta fiebre hijo ¿estás mejor?
Dejame besarte, quiero sentirte la frente...Si, aquí me quedo a tu lado.
Si señora directora, presentaré la
planificación a tiempo. Yo cumplo. Yo siempre cumplo.
Sí, sí. Ya voy. ¿Ahora? ¡Cuántas
cosas! ¡Qué cansada estoy!
¿Qué te cuente cuándo nos conocimos
con tu padre? No, es un secreto...
En el secreto de nuestra primera cita
trajiste una rosa. Era bella, frágil, efímera.
Era la primera vez que recibía algo tan
hermoso...Para conservarla más tiempo la puse en la heladera. Cada vez que abría para buscar algo,
me encontraba con el espectáculo surrealista de la rosa en su caja
transparente, en medio de cosas banales. Y parecía tan absurdo el
contraste...Después aprendí que la coexistencia de lo sublime y lo burdo son
tan frecuentes...
¿Valió la pena tratar de conservar más
tiempo aquella flor?
Yo quería que nuestro amor
permaneciese siempre igual. ¿Es acaso posible?
¡No es posible, no es posible hija!
¿Dónde aprendiste tantas cosas y tan pronto?.
Si las canciones me las has enseñado a
todas. Y ya reconocés las letras de tu nombre...
¿Y
dónde aprendiste a cruzar así los ojos?. ¿En la escuela?. ¡Qué cómica con esa
cara de payasa!. ¡Qué absurda!.
Sí,
me he sentido absurda a veces. Y sin embargo, nunca, nunca olvidaré aquel
momento bajo el resplandor de la lámpara...Traté de cubrirme avergonzada de mi
desnudez. El embarazo redondeaba mi vientre.
Recuerdo
tu mirada y tu voz, no sé cuál acariciándome más. Y recuerdo como apartaste mis
manos y me dijiste: “- ¡Qué linda estás!”-¡¿¡ ¿Qué linda estás?!?! con mi panza
que tu amor convertía en milagro.
Será
un milagro la recuperación. Si mamá, iré a acompañarlos. No, no te preocupes,
yo los alcanzo en el auto. ¿Cómo sigue papá doctor? ¿Cómo será el tratamiento?
Sí, yo me ocupo...y según siga le aviso...
Le aviso, no me quejo.. solo le aviso,
las contracciones son cada cinco minutos.
Debo
pensar algo lindo, algo bueno para no sentir tanto el dolor. ¿Ya está! Era de
color muy claro y casi en capullo. La sacó de la planta y me la dio. ¡Ya viene! ¡Qué intensa! ¿Se aliviará si
grito? No, no debo gritar, debo estar tranquila...Ya pasa. Es el privilegio de
tener un hijo.
¿Qué tengo los ojos brillantes? Sí, me
siento hermosa... y el bebé ¿viste cómo se prende al pecho?
Sí, puedo darle un turno para el martes.
El consultorio queda en la calle...
¿Qué la lucha para no enamorarse le
parece inútil?
Sí, tal vez sea así.
¿Qué
lo sorprende su mejor relación con todos desde que está enamorado? Sí, tal vez
sea el poder transformador del amor...Quién sabe...
Quién
sabe si podemos comprar una casa, ahora que se da esta oportunidad. Si tiene
terreno plantaremos un duraznero.
Si
hija, podés correr por el parque. ¿Qué dice: “Prohibido pisar el césped”? No
importa, corramos juntas....
La cuota del Banco vence mañana. Si
estoy preocupada... No, triste no.
Si, ya sé, no soy tan joven, ni linda,
ni brillante. A veces no tengo ganas, y, para colmo, no se cocinar el arroz.
No puedo tenerlo todo.
Ya es bastante con tener cuerda para
correr, para ser responsable, para acordarme...
Llego harta.
Consultas desde temprano.
La casa llena de niños, los propios y
los otros.
Entro pasando y pisando juguetes
desparramados en todas las habitaciones.
Levanto un revolver rojo cerca de la
estufa.
Sobre la mesada un Colt azul
metalizado me sonríe.
Junto a la bañera, el rifle que
dispara corchitos, yace indolente.
Confío en llegar al dormitorio.
Apoyada en la mesita de luz, la pistola espacial espera a lanzar rayos y
centellas, y una Magnum amenazante se queda silenciosa.
Silencioso, si, así te siento. Y
silenciosa también estoy yo.
¡Qué sueño tengo! Sí, ya se...
¡Qué cansada estoy!
Sí, nos cuesta escucharnos...
Si, te escucho hijo. Ya voy. A las 12
te toca tomar el antibiótico.
El 24 vence el Impuesto Inmobiliario.
El 26 Obras Sanitarias.
Tengo que recordar a mi hija que lleve
la carpeta. 1981
2-Homenaje irreverente a la nostalgia
Al
despertar escucho el bochinche que meten los gorriones en el jacarandá, justo
frente a mi dormitorio. Un ratito más tarde, de la escuela que está al otro
lado de la calle, un tocadiscos afónico vuelve a recordarme que: “…alta en el
cielo, un águila guerrera, audaz se eleva, en vuelo triunfal…” Cualquier mañana
de éstas le bajo la audacia de un hondazo.
Trato
de estirarme pero mi hijo, que anoche se pasó (película de terror mediante) me
incrusta las rodillas en los riñones, y del otro lado, mi marido me clava los
codos en las costillas. Esto de dormir con dos hombres podría ser fascinante en
otras circunstancias (según plantea avanzados), pero a mí, estar entablillada
entre las huesosas presencias de cónyuge y retoño, ya se me está haciendo
pesado. Me deslizo por lo pies de la cama, el único lugar que creo libre, pero
me encuentro empujando al gato, que me mira altanero, como si yo fuera la
intrusa.
Entonces,
fuera ya de esta cama promiscua, me tiro en la ducha, que por lo menos es un
lugar privado. Y recuerdo, la ducha es un buen sitio para recordar en esta
temprana hora.
Vuelven
los versos de María Tiberti:
…Tu alma, tu alma
Prado de luces, y cuchillos y tréboles
Luchando contra las albas, los otoños y las
viejas cosas”.
¿Así
que ella también luchaba contra las albas?...¡Menos mal…no soy la única!
¿Y
no era Cecilia Absatz la que diferenciaba el mundo de la noche del de las
mañanas? El mundo de las mañanas…Pollera escocesa tableada, olor a jabón y un
orden en la vida. Un orden difícil y exigente…Más los lunes.
Como
se queja Susana Torres Molina: “…Ir a trabajar, destino de los imbéciles;
levantarse temprano, tragedia de los mediocres. ¡Y por si fuera poco drama,
invierno…!”.
Este
parece ser un lunes de invierno, más lunes que los otros. Trámites pendientes,
con la escribanía, con el estudio jurídico, con el banco, con la escuela,
también consultas…
Empezar
temprano: “Al que madruga, Dios lo ayuda”. “Primero el deber después el
placer”.
Pero,
la puta que lo reparió…¿Quién me hizo TAN responsable?
No,
la vieja no, ella se toma su tiempo para vivir
para joder y cuando puede trampea a las distintas burocracias que se le
ponen por delante.
¿Y
yo? ¡¿A qué viene tanto respeto reverencial por la ley?!
Ojalá
hubiera heredado de ella, en vez de la artrosis, sus dotes para tomarse la vida
en solfa…! Porque la vida es toda una cuestión. Y este asunto de crecer va
dando trabajo. Crecer desde que era chica, y me portaba como grande hasta
ahora, en que soy grande aunque me sienta chica.
¿Soy
grande?
Soy
del tiempo en que Tribilín se llamaba Dippy, las vueltas a la manzana eran toda
una aventura y las rubias empezaban a jugar un papel en mi vida: eso que nunca
sería.
Hoy
el mundo es diferente. Nos invaden Mazinger y Robotech. Para vivir aventuras ni
se necesita dar vueltas por el barrio, y aquellas rubias fueron arrasadas como
Marilyn.
Hoy
el mundo es diferente, pero hay cosas que me hubiera gustado que mis hijos
conocieran y ya no están: el bazar Manavella con sus vidrieras iluminadas,
especialmente la de los juguetes. Los cigarrillos Comander. Los higos y
granadas que crecían en los árboles del barrio y se obsequiaban entre vecinos
al llegar el tiempo de la fruta.
El
hielero que sostenía sobre el hombro, apoyado en una bolsa de arpillera, el
bloque transparente que rompía con unos ganchos temibles. El barquillero que
convocaba con su clank-clank a toda la pibada, ansiosa de girar la ruleta que
decidiría cuántos barquillos se ganaban. El afilador que pasaba por las casas
con su silbato que era como un trino convocando a las vecinas. (Hoy tenemos el
ulular de ECO, las estridencias de las bocinas Sorpasso y alguna que otra
sirena de bomberos o brigada antibombas. Y en vez del ruido del tenedor
batiendo el huevo para las milanesas, el zumbido de la multi-procesadora que
funciona en la cocina).
Mis
hijos tampoco conocen Ocalito y Tumbita, el perro Batuque ni la vaca Aurora.
Seguro que no entraron en una casa con sótano misterioso y carbonera oscura,
como la de mi abuela paterna, sótano que atisbábamos cuando bajaban a buscar
vinos y carbonera donde amenazaban ponernos cuando rompíamos más de la cuenta.
La
otra abuela vivía en el barrio del Abasto, en una casa con un fondo inmenso
donde había catorce higueras con higos negros y blancos, y tenía en la parte de
atrás un cañaveral donde jugábamos a los exploradores. La abuela de mis hijos
(mi vieja) sólo tiene un patio embaldosado con unas helechos mustios en macetas
descoloridas…Para nada sugieren imágenes de acechanzas en la selva tropical,
como aquel cañaveral que les cuento.
Es
que las casas ya no son lo que solían ser. Ni los Bancos, ni las Iglesias son
los templos de otrora. Falta el estilo solemne que sabían tener. Se ven señoras
en ruleros, bebés en cochecito, un pensionado con su bolsa de verduras, una
gorda con vaqueros y un perro que seguía a su dueño a pagar el impuesto
inmobiliario.
Tampoco
los médicos son los mismos. Me acuerdo del consultorio de Torresetti (él me
curó la urticaria, que me daba los cubanitos de dulce de leche) y que atendía
en un lugar majestuoso: las paredes revestidas de maderas y diplomas. El
escritorio gigantesco y lleno de cajones, y hasta la actitud: ademanes medidos,
concentrada atención, prescripción escrita en el recetario clásico con una
pluma fuente de oro, de los remedios mágicos; y en dicho consultorio una
pintura inmensa representando una escena temible, dos colosos gigantescos y
musculosos luchando con serpientes que los enroscaban. Él me explicó que las
serpientes representaban a los vicios que aprisionan a los hombres para
quitarles su libertad.
Uno
de los últimos médicos que tuvimos ocasión de consultar, además del aspecto adolescente,
llevaba indolente el guardapolvo abierto sobre los vaqueros arrugados, tenía
las manos en los bolsillos y tal aire de despiste mientras nos hablaba en el
pasillo, que si no hubiera sido por las circunstancias, hubiéramos salido
huyendo. No pudimos hacerlo, y luego, una vez que lo conocimos mejor, nos
culpamos por aquella primera apreciación apresurada que lo descalificaba, sólo
en base a lo desmañado de su aspecto.
También
en aquel tiempo de mi niñez, los policías eran buenos y merecían nuestra
confianza. Ustedes recuerdan aquella advertencia: “Si te llegás a perder lo que
tenés que hacer es buscar un vigilante, y cuando lo encuentres, sólo a él
decíle lo que te pasa, él te resolverá el problema porque los vigilantes están
para eso…para devolver a su casa a los chicos que se pierden”. (!)
¿Y recuerdan aquellos tiempos de la
adolescencia en que se consideraba como una cualidad importante en los
muchachos, una de la que se oye hablar poco: que fueran respetuosos. Esto
quería decir en aquel tiempo, que no se hicieran propuestas deshonestas.
(Aunque una tuviera muchas ganas de que le hicieran la más deshonesta de las
propuestas). Mi abuela se hubiera escandalizado con tales sugerencias, pero mi
abuela era bastante mentirosa. Con ella y mi mamá iba a las procesiones del
Sagrado Corazón de María. Y con mi papá a los desfiles del 20 de junio en calle
Córdoba, y él siempre me avisaba cuando pasaba el “11 de Infantería”, porque
allí había hecho la colimba.
El
me legó la melancolía veneciana (ciertos matices del gris) y esa terquedad de
empujar ciegamente como un toro, que aún no se si es mérito o defecto. Y mi
vieja, un sentido común tipo topadora y cierta ironía para mirar las cosas
burlonamente, un poco de Andalucía, pero me basta.
Crecer fue también cuidad en mí, ese cacho de
Andalucía para que no se me disolviera en los canales venecianos cuando
inundaban todo.
También
crecer fue aprender cierta poesía urbana encontrando belleza en las hileras de
lapachos y jacarandás en primavera, ya que nunca pude ver los campos de lino,
que dicen que son azules. Y mirar la magia de los letreros luminosos duplicados
en el suelo, las noches de lluvia, tan fascinantes para mí como debieron serlo
para los indios, los espejitos con que los sedujeron desvergonzadamente los
conquistadores.
Los
adelantos de la técnica que vinieron en los últimos tiempos a estas pampas,
importados y escasos, me siguen pareciendo, de puro sub-desarrollada “cosas de
mandinga”: radiodespertadores, relojes lapicera y las computadores chiquitas, que
ni pila llevan.
Y en
este recuento nostalgioso, me pegunto por esta vida, tan distinta ahora. Tal
vez no como en el tango, según Cátulo Castillo: “una herida absurda”, pero sí
con algo de “trámite engorroso o alegre charada”, como plantea Fernández Tiscornia.
Como silogismo o milagro, como “flor misteriosa y perfumada”, como propone mi
amigo Abel, o como caramelo gigantesco, según el poeta Sandro Tedeschi, o
apenas como un boceto que no hay tiempo de completar.
Y
así sigo como urraca de las palabras, guardándolas a todas, hasta que alguna
vez saco una del escondite, para ofrecerla como se ofrece una rosa o zamparla
como un garrotazo.
Sintiendo
que tengo toda la campaña hecha y las confirmaciones necesarias desde que mi
hijo me aseguró que no importaría si no fuera su madre, porque me tomaría en
adopción (!) y desde que mi madre se pudo envanecer por la nota que me hicieron
en Ecos, máxima aspiración de rosarina con pretensiones (aunque la nota no se
la pueda mostrar a mis amigos intelectuales, porque me dirían tilinga y me
mirarían con asco).
Sintiendo
también, que aunque viva mil años, hay cosas que seguirán en el misterio…Por
ejemplo: por qué mi hija pueda sonreír SIEMPRE al despertar, cuando otros nos
sentimos tan miserables…y también por qué este hijo, más que hijo, me salió una
experiencia surrealista, como cuando canta el himno y yo me hago cruces, porque
se refiere a los “soretitos unidos del sud”. O cuando especula si: “…el Hitler,
ese, para hacer todo lo que hizo ¿Tendría un ayudante?”. O cuando pasa, sin
solución de continuidad de una pregunto: ¿Cómo se creó el Universo” a otra:
“¿Por qué chocho, cuchufleta y cachucha se escriben con ch?”.
En
fin, conservando, pese a los amaneceres de día lunes, en invierno, una pizca de
locura, de irreverencia, porque si no cómo haría para seguir creciendo…? ¿Cómo
haría para sobrellevar la nostalgia
María del Carmen Marini 1987
3-Melancolía de los domingos
Tarde
de domingos. Salimos con mi hijo, y de los programas posibles no engancha uno,
el que dan en el planetario. Por Navidad, cuando intentamos ver “La estrella de
Belén”, no conseguimos localidades, esta vez dan “La guerra de los mundos” y
tampoco logramos entrar. No nos desalienta mucho el fracaso, y decidimos
caminar.
Lo
hacemos por el centro, donde se encuentran las cuatro jugueterías que
recorremos ritualmente cada vez que estamos en la zona. Empezando desde Rioja
vemos la de la escalera, con sus naves interplanetarias, héroes rubios y
villanos monstruosos. Tomamos San Martín y en la Galería Rosario, vemos las
vidrieras colmadas de animalitos de peluche y autos a pilas. En la vereda de
enfrente, en la galería revestida de mármol color panteón, vemos la juguetería
de los japoneses amables y media cuadra más allá, en esa galería nueva que
tiene arbolitos bajo el cielo abierto, la cuarta fuente de tentaciones, aunque
tenga un angelito en el cartel.
Mi
hijo se pega a las vidrieras, elige, descarta, calcula precios y evalúa el
tiempo de ahorros que le demandaría tal robot, o cuánto falta para la Navidad o
el día del niño, en que puede anotarse para alguno de los regalos que desea.
El
mira las vidrieras, y yo lo miro a él mientras va atardeciendo y la gente pasa.
Un muchacho con un bolso, una gorda muy gorda, un matrimonio formal (trajeado
él, con tacos y aritos ella), una pareja de la mano, muy rubia ella, muy
trigueño él. Luego un adolescente vestido exóticamente y con el cabello hasta
los hombros. Todos son hermosos y me parecen tristes. Entonces me detengo y
advierto que no es cierto. Ni son hermosos, ni tal vez estén tristes. Yo debo
estar triste, porque atardece en domingo: día y hora de la melancolía.
No
soy nada original. Hasta a Julio Iglesias le sucede, lo dijo en un reportaje.
¿Y
cómo es que todo se ve triste los domingos al caer el día?
Lo
que siento es una fea mordida en el alma. Entonces me pregunto: ¿Qué coartadas
le doy a la tristeza para que no me arrincone, para que no me demore en
averiguación de antecedentes? Rápido, rápido…un argumento que pueda plantear
con supuesta seguridad, tal vez zafo y logro que no me atrape…
Pienso
en lo que puede contraponerle, las cosas proyectadas…sí, debo escribir dos
cuentos y un artículo para el congreso de abril. Eso es serio, eso tiene
sentido, es muy convincente… Además están los alumnos y están los pacientes que
creen y esperan. Que apuestan a que soy razonable, sensata, fuerte y a que
estoy bastante entera. La confianza que ellos tienen, también es un argumento
con el cual apuntalarme en esta hora perversa, en dónde, ¡Maldito sea!, se me
ocurrió plantearme: ¿Y ahora qué?
No
le voy a comentar a mi hijo estas reflexiones, él no vino a darme argumentos
por los cuales vivir. Más bien debería recibirlos de mí, pero…¡mierda!, no se
me ocurre alguno verdaderamente sólido. Debe ser porque es domingo y anochece.
Y su
padre quedó allá, agarrado a su martillo, como de una tabla de salvación, con
olor a madera y protegido de los avatares del mundo por una capa de fino
aserrín que, seguro lo aísla de la angustia, de las angustias
existenciales…Mientras tenga madera para serruchar, lijar y clavar ya tiene
excusas, ya sabe por qué vivir.
Lástima
que no hablemos de estas cosas…Tal vez pudiera tirarme un argumento con el cual
darme una tregua a esta opresión de garfio oxidado, mientras camino la peatonal
y mi hijo hace cálculos para saber cuándo tendrá el transformen rojo con rayas
plateadas, y con eso ya tiene sus días encaminados.
Pero…¿Qué
deberé hacer por él más tarde, cuando también a él los atardeceres de domingo
lo inunden de tristeza?
Yo
aprendía a gambetearla y voy sobreviviendo. Reconozco que a veces al precio de
simular que estoy ocupada en cosas importantes, y otras al de huir
cobardemente. En el fondo sé que todas son pobres excusas frente al paso del
tiempo y a las pérdidas que nos despojan.
Este
es un asunto de lo más difícil. Entendí cabalmente lo del tango: “fiera
venganza la del tiempo”, cuando empecé a ver envejecida a la que era la más
pizpireta del grupo. Y cuando él, que era “el novio de América”, pasó a ser un
abuelo levemente confundido (decimos que se convirtió en pollo patriarca en vez
de decirle gallo viejo, porque queda más solemne). Y cuando mi gato, que era un
fatuo narcisista que se la pasaba acicalándose, empezó a volver de sus
correrías dañado y desalentado por la empresa de crecer y fijar su
territorio…Se le veía decaído y decepcionado, como si la vida no le estuviera
resultando como la planeaba.
Tal
vez nos suceda un poco a todos, no sólo a Malandrín, mi gato.
Nos
sucede cuando la búsqueda de motivos para trascender, se convierte en un rastreo
de excusas para sobrevivir (escribir dos cuentos y un artículo, regar las
plantas, criar los hijos, cumplir con los que creen en una).
Porque
hay que sobrevivir. Con contradicciones y todo. Con mordida en el alma,
angustia existencial, conciencia del tiempo y de la muerte o como carajo se
quiera llamar. ¿No tiene eso cierta grandeza?
Sobre
todo, porque, no nos engañemos, sabemos bien que son sólo intentos. Y como dice
la canción, las más de las veces, consisten en “inventarse una esperanza para
volver a vivir”. Para ello habrá que ser capaz de desentenderse del otoño. No
asumir esa lucidez de atardeceres de domingo. Y en la lucha entre Venecia y
Andalucía…seguir apostando por Anadalucía.
María
del Carmen Marini
Otoño-invierno 87
4-Homenaje
Mi
hermano pregunta: ¿Qué podremos como inscripción en la placa?
Si
por mí fuera, le diría que pongamos la verdad: bromeaba con los chicos y nos
hacía trampas a los grandes.
Decía
refranes con humor y se divertía aplicándolos a las situaciones más variadas.
Tenía un repertorio de ellos que no eludía las malas palabras, y que Mario
atesoraba.
Estaba
aprendiendo a jugar truco y chin-chón con su nieto.
Miraba
la telenovela de las nueve y suspiraba con los amores contrariados de Milagros
y Catriel. Escuchaba en la radio los resultados del fútbol y seguía el lugar de
Ñuls en la tabla de posiciones pero no miraba los partidos para cuidar su
corazón.
Decía
que había cosas que no podía entender, por ejemplo el atentado a AMIA.
Se
cuestionaba Sarajevo y Ruanda y nos acosaba con preguntas que no le sabíamos
responder.
Nos
contaba los noticiosos aunque a veces se confundía Irak con Irán o Paquistán
con Turquestán.
Miraba
películas románticas, pero se ponía nerviosa con las escenas eróticas.
Era
generosa hasta la exasperación y cuando tenía dinero en la mano se constituía
en un verdadero peligro comprando regalos y trayendo cosas útiles e inútiles.
Era
sincera hasta más allá de lo que podíamos sobrellevar, diciendo todo lo que se
le ocurría sin pasarlo por la censura.
Y
era de una fidelidad desmesurada que le hacía encontrar excusas para los que
amaba, cualquiera hubiese sido la falta cometida.
Estaba
convencida de muchas cosas y las defendía con pasión.
Se
maquillaba y perfumaba a la mañana para estar bonita todo el día.
Verla
con el espejito en la mano era como la garantía de que los planetas seguían en
su órbita y la historia continuaba su curso. Alardeaba de los dos pretendientes
que había tenido desde su viudez, uno en la cola del Banco y el otro en el
cementerio mientras acomodaba las flores.
Chacoteaba
con Oscar y con Jorge cuando le sugerían presentarle un viejito rico, a
comisión, y con su cardiólogo que le recomendó encontrar un “usado en buen
estado” antes de cerrar trato.
Declinó
la propuesta del novio de su nieta cuando le planteó: ¡Abuela, qué rico
cocina...cásese conmigo!.
Se
ocupó de regalarle anillitos y dijes a todas sus hermanas cuando midió sus
tiempos y sintió que le quedaba poco.
Me
dijo a mí que tuviera coraje, que la vida es así.
Le
quedó sin terminar la partida de chin-chón que había iniciado.
Sin
ver el final de la telenovela de los horizontes expandidos.
Y
sin escuchar el final de “Ilusiones”, de Richard Bach, que Pablo le leía
por las noches.
Le
quedó sin entregar el regalo del día del Niño a Micaela y a Iara.
Le
faltó ir a comer a Capri en su cumple de septiembre. (Tenía dos cumple y los
festejaba a los dos como buena tramposa).
Tal
vez le faltó decirme algún secreto.
Y
le faltó poder mirar los malvones rojos, y los blancos , y los de color salmón
que están floreciendo en el patio, justo ahora, que se fue sigilosa. Sin
tiempos de despedida.
Y
a nosotros, no tan generosos, no tan sinceros, no tan leales y apasionados,
sino medidos, cautos, discretos y respetuosos, no tan originales ni entusiastas
sino convencionales, previsibles e incoloros nos dejó en el colmo del
aburrimiento. Congelados en la añoranza de sus 86 años tan jóvenes y
alegres. invierno 1994
5-Cómo
no mentir en el saludo
La idea de encontrar respuestas genuinas a la
Pregunta del Millón, me surgió hablando con Oscar.
El me preguntó: ¿Cómo te va?
Y yo le contesté: A vos no te puedo mentir.
Porque de eso se trataba, de no contestar con
la frase hecha, que no dice realmente como nos va, sino que solo salva las
apariencias. Había que encontrar una forma, que sin faltar a la verdad y sin
ser descortés, pudiera no obstante decir al amigo algo más que una fórmula
vacía. Algo que pudiera dar cuenta de cómo es que se siente una, sin desnudarse
demasiado, si es que no se tienen ganas o se tienen ganas pero se percibe que
no es el momento adecuado para el interlocutor.
Entonces me puse a pensar en dicha forma y
encontré una que me sirve, y que uso desde entonces, cuando no tengo ganas de
abundar. A la pregunta respondo: Estoy luchando, como todos. Lo cual es cierto
desde que me constituí, por esas cosas de la vida, en una “batalla que camina”,
según dijera Adriana Steiger una vez, y a mí me sirve para siempre.
Desde entonces he pensado en las muchas
formas en que se puede dar respuesta a ese saludo y a esa pregunta y he
recopilado algunas.
Mafalda en una de sus tiras responde: ¡Aquí
estoy, meta vivir! Ese optimismo y entusiasmo solo ella puede permitírselo.
Inodoro Pereyra es más veraz cundo contesta:
Mal, pero “acostumbrau…”
La versión irónica de Inodoro sería: Bien. ¿O
querés que te cuente?
La versión trágica diría: Si le digo mal,
fanfarroneo.
También estuvo la respuesta de Mariano,
diciendo: ¡Mejor, mejor y mejor!, pero él podía dar esa respuesta, porque como
es un Franciscano coherente, elude decir de su artrosis, de la devaluación y
del clima. Solo así a alguien le puede ir mejor, mejor y mejor.
También está la versión francesa: “No tan
mal…”
Y la versión norteamericana: “Usted no
querría saberlo!”
¿Y cuando hemos sido nosotros los que
formulábamos la pregunta? Bueno, están los que se la toman en serio, y se ponen
a relatar minuciosamente cómo es que les va. Y entonces entran en detalle sobre
los planes del próximo lustro, o se ponen a referir los acontecimientos del
último decenio, mientras el colectivo se nos está yendo.
Nos cuentas sus éxitos académicos, sus
conquistas o ¡peor!, sus cirugías.
Todos hemos pasado por situaciones de ese
tipo.
Por eso, la formalidad de los saludos en los que
solo se deseaba: Buenas tardes, no parecen tan inapropiada. Y era mucho menos
complicada, porque solo requería ajustar la respuesta a la hora en que se
saludaba en tres grandes categorías: antes del mediodía, después del mediodía y
a la noche.
De modo que si vemos lo complejo de ser
interpelados para contestar cómo es que nos va, o saludar al otro con una
pregunta que disparará una respuesta que no siempre estamos dispuestos a escuchar, bien vale la reflexión que les
proponía.
Así, pensando en eludir el interrogatorio
existencial de indagar ¿cómo me va?, cuando es eso lo que me preguntan, y yo
puedo suponer que al otro no le importa, he desarrollado una serie de
estratégicas respuestas, que no mienten, pero que tampoco dicen la verdad. En
todo caso me evitan la tarea de recorrer mis laberintos interiores para otro
momento, para cuando tenga ganas.
Y responder entre tanto:- A veces bien, a
veces mal.
-Haciendo experiencias, vos sabés….
-Siempre yendo y viniendo, como todos…
¿Quién puede decir que estas respuestas no
sean válidas?
Si soy la que saluda, y no deseo saber cómo
es que le va, tan fervientemente como para correr con los riesgos, en vez de la
pregunta peligrosa he descubierto que se puede poner el acento en cuestiones
neutras. Por ejemplo: ¡Hace mucho que no te veo!
O: ¡Hace mucho que no hablamos!. También
eventualmente: Me alegra verte.
En esta línea he descubierto también que es
oportuno si se pregunta por alguien, que sea por los hijos. A cierta edad,
preguntar por los padres puede ser chocante, disparar un gesto apesadumbrado,
porque pueden no estar. Y preguntar por los hijos es adecuado además por otra
sencilla razón: de los hijos no hay divorcio, así se evitan riesgos de
respuesta irónica o contrariada. ¿Quién no metió la pata alguna vez? Noviembre
2007
6-Entre
el cielo y el muro
Mi vida transcurre en una
cueva-caverna-consultorio durante muchas de mis horas. Tengo frente a mi sillón
una ventana. Y ante la ventana, del otro lado, se levanta un muro que cubre las
dos terceras partes de lo que puedo ver. En sus rajaduras y manchas puedo
buscar y descubrir formas caprichosas que me dicen de faunos y montañas, de
bosques y palacios. Hay una tercera
parte por encima del muro que me muestra el cielo.
Así
puedo ver pasar las nubes y saber si está nublado, llueve o hay sol. A veces
por el muro pasa uno de los gatos desde el fondo hacia la calle, o vuelve de
sus aventuras y yo lo miro pasar, mientras escucho a quienes en ese momento
desgranan sus historias. En algunas oportunidades, y según la hora y el clima
veo volar pájaros por el cielo. Una vez un colibrí se posó en el marco por un
momento.
A
la cueva-caverna-consultorio llegan los relatos de los que buscan ser
escuchados, y a su vez oír lo que les pueda decir de lo que me cuentan.
Historias de amor, de dolor, de incertidumbre, de miedos, de obsesiones, de
logros, de descubrimientos. Aquí se gesta la parte de sus vidas en la que se
confrontan consigo mismos a veces se
encuentran, a veces, recuerdan, a veces construyen, a veces proyectan, a veces
caen en la cuenta de...
Darse
cuenta es lo que nos proponemos ellos y yo, y cuando lo alcanzamos siento que
la tarea fue fructífera. Eso es lo que puedo darles de mí en este espacio y en
este tiempo en que trabajamos juntos. Y ellos me traen relatos de sus mundos- a
mí que estoy en el adentro de este lugar- y así he sabido de cosas que eran
importantes y de las que tuve la primera noticia a través de sus relatos. Como
hace mucho tiempo que llevo adelante mi tarea en ese lugar es que allí supe
entusiasmo del mayo francés, cuando aún no se había difundido, de la gestación
de lo siniestro en los años de plomo y de la angustia de las cárceles del
Proceso, también de las celebraciones que acompañaron el Mundial de fútbol y el
carnaval desplegado en las calles. Allí escuché sorprendida del terremoto que
se inició en Chile y repercutió en nuestro suelo, de la insólita nevada aquella vez en Brasil.
Y también una noche supe, esperanzada,
de la puesta en marcha del cóctel para el tratamiento del H.I.V. que a la mañana
siguiente leería en el periódico. Y más recientemente también oí de las marchas
antiglobalización que en Porto Alegre, en Seatle o en Barcelona.
Y
además de toda esa información que me hizo saber de tantas cosas, pude saber
acerca de muchos de los recursos que podemos poner en marcha para solucionar
conflictos y aliviar angustias, desde una sabiduría que me dejó pasmada más de
una vez. En general se ha tratado de soluciones personales a conflictos
individuales que quedaban acotados ahí.
Esta
vez el grupo que me propuso supervisar el trabajo que hacía con mujeres me
trajo otra dimensión de la realidad que yo conocía poco, que yo conocía mal.
Se desempeñan en un barrio: Ludueña
Norte, en un ámbito: La Vicaría del Sagrado Corazón. Así supe sobre ese mundo
diferente al otro que me traían quienes
consultan por sus propias problemáticas de vida-tan parecidas a las mías- y
donde se corrió para mí una cortina y pude ver otras formas que es importante
saber que existen.
El
trabajo de estas mujeres con mujeres y con chicos del barrio es otro trabajo.
Por eso lo que escuchaba y lo que trataba de pensar con ellas abrió una
dimensión diferente a lo que puede ser el trabajo clínico, y eludida por lo
difícil. Un trabajo en donde hay que desarrollar estrategias que den otra
legitimidad al hacer, cuando en ese hacer hay tantos y tan diferentes
obstáculos. Trabajos difíciles en lugares difíciles en los que el sentimiento
de impotencia ronda a cada instante y en donde la magnitud de las
interpelaciones es tal, que no da tregua.
Con
las integrantes del grupo “Desde el pie” desarrollamos un vínculo y afrontamos
los sucesos y buscamos soluciones sabiendo que en la tarea había algo de
quijotesco y algo de ineludible. Oír de ese mundo sacude, conmueve, marca los
límites pero convoca sin que puedan mediar excusas.
Escuchar,
a través de estas mujeres lo que sienten y piensan aquellas otras y lo que
dicen sus hijos no es algo que pueda quedar sin provocar efectos. Que un chico
pueda mencionar entre sus derechos, “el de morir joven”, y otro entre sus
sueños “el de tocar una computadora” no son olvidables, y que pese al desgaste
que imponen estos cimbronazos se desee seguir en la lucha, es algo que vale.
Ella,
la más joven del grupo dijo: -Hay que salvar la cabeza, en medio de tanta
oscuridad y ataque a la capacidad de pensar. Y también dijo: -Hay que resistir,
pero desde la alegría. Creo que si ellas pueden, a pesar de la parálisis que
muchas veces induce la lucha cotidiana es porque las alienta la convicción de
que no pueden sustraerse. Como que en este combate con la vida van al frente
desde esta certidumbre: tener esperanza es una obligación. Eso es lo que me
transmitieron, eso es lo que aprendí, en mi lugar, frente a la ventana que
encuadra el muro y el cielo.
María del Carmen Marini- 4-2002
7-Madres
Ella me contó el proyecto de sus hijos: la
escalada a Los Gigantes, esta vez un tramo más lejos que en los años
anteriores. Me dije: con esas iniciativas para vacaciones los hijos saben cómo
aterrarnos. Tal vez todos los hijos. Porque allí, confesémoslo, pensé como
madre. Y recordé la lista de peligros con que solemos alertarlos.
(Yo había confeccionado en una oportunidad una lista de los peligros
que podían acechar a los míos, en orden creciente, de menor a mayor, y que eran
los siguientes: accidentes, borrachos, patotas, ladrones y la cana. Pero estos
son peligros en la noche urbana. En el caso que ella me planteaba los riesgos
son otros).
Pero convengamos que en general, los recursos
con que cuentan los hijos (los suyos y los míos) los ponen en mejores
condiciones para afrontar la aventura. Quiero decir que saben de peligros y los
reconocen con más sagacidad de la que esperamos.
En este caso, estos hijos, los de la escalada
a Los Gigantes, ya tienen edad suficiente como para estar terminando medicina
uno y promediando ingeniería el otro. Así que el mayor bien puede llevar su
botiquín salvador de contingencias y al menor lo acompañan los instrumentos
necesarios para orientarse en la montaña. Entre ellos uno muy sofisticado que
capta las señales satelitales y puede indicar latitud y esa cosas complejas y específicas de las que saben los
geógrafos, los meteorólogos y demás. O sea que los chicos, desprovistos no van.
Pero a las madres cualquier reaseguro les parece poco y yo la entiendo.
La adolescencia se ha prolongado y aunque la
madurez asuma otras formas cuesta adaptarse al crecimiento de los hijos, a
quienes ayer nomás les limpiábamos los mocos y los ayudábamos con la tabla del
tres.
Lo que ellos saben, suele ser lo que
necesitan saber y por eso el desdén con que nos escuchan, y si pueden ser condescendientes es porque los divertimos con nuestras
aprehensiones.
Así pensando en el botiquín y en esa brújula
de ciencia ficción le dije:- Lo único que vas a poder decirles es que se lleven
una bufanda
"Llevate una bufanda", a eso se
reduce la sabiduría materna en sus consejos a hijos aventureros.
Y lo comprendo desde la propia experiencia.
Porque los hijos aprenden tan rápido que pronto nos superan. Y recordé que suele
ser tan rápido como lo fue en la primera partida de ajedrez que jugué con mi
hijo hace años, y en donde su desempeño fue tan brillante, y el mío tan
lamentable que en pocas jugadas me había hecho jaque y entonces perdí la
dignidad y quise tirar el tablero al patio. ¿Cómo un chiquilín así me podía
revolcar ?
¿Acaso no soy una profesional responsable que
ha aprendido lo necesario para suscitar respeto? ¿Acaso no soy una mujer madura
con sabiduría de la vida? ¿Acaso no lo tuve en la panza cuando él era solo una
cigota? Todo eso me dije entonces. Pero lo acaecido era una pequeña muestra de
lo que vendría. ¿Qué lugar nos queda entonces a las madres? ¿El de las que
preparan pastafrolas?
Al fin es cierto que las madres estamos para
sorprendernos por los crecimientos de nuestros hijos, pero como ella solía decirle al menor, tan cientificista y
tan tecnocrático él. "Me podrás ganar a muchas cosas, pero a grande
no".
Y a ella le había sucedido el conmoverse
cuando vio por primera vez a su hijo mayor con la chaquetilla y más cuando se
superpuso a esta imagen el recuerdo de
él en su primer día de jardín enfundado en su guardapolvo a cuadritos. ¿Tanto
tiempo había pasado?
En fin, como escribía Cristina Wargón, las
madres somos todas deleznables, pero puede establecerse una clasificación entre
ellas. Así están las abandónicas, están las sofocantes y están las "ponete
un saquito". Me parece que ella y yo pertenecemos a esta última categoría.
Yo sabía que ella tenía una relación profunda
con sus hijos y que venía baqueteada por los crecimientos. Que a veces hay una
suerte de relación telepática entre madres e hijos que asombra y que se expresa
en anécdotas increíbles.
Pero eso da para otra historia.
Volviendo al proyecto de sus hijos y a la
inquietud que a ella le generaba, me contaba que la primera vez que quisieron escalar eran mucho más jóvenes,
apenas adolescentes.
Y que ella accedió después de muchas
insistencias, pero con la condición de ser de la partida, esto es, con la
condición de acompañarlos en la empresa.
La excursión era a El Champaquí.
Cuando llegaron a la base, en Villa Alpina
ella contrató a un guía de la zona, que los acompañaría en el intento.
El proyecto era salir muy temprano y regresar
en el día. Así que a las cinco emprendieron la marcha y empezaron a subir. A
las siete ella ya estaba cumpliendo con el máximo de esfuerzo que le era
posible, así que quedó instalada a la vera de un río en un lugar que se llama
El Paraíso del Champaquí, con la
recomendación de esperarlos hasta la vuelta. El lugar era muy bello pero muy,
muy solitario. A lo lejos un puntito que se veía apenas: era una casita. El
guía comentó que era de una pareja de hippies amigables a los cuales podía
recurrir si hiciera falta, pero que supiera que acostumbraban a andar desnudos.
Debería esperar doce horas. Y las esperó con
la conciencia del paso del tiempo, apenas interrumpido por la presencia de
vacas tan curiosas como suelen ser las vacas, con sus grandes ojos lánguidos
y la de un par de lugareños que pasaron
a media tarde y tras saludar amablemente siguieron su camino.
Lo demás, el río, los árboles, el paisaje
serrano y la reflexión sobre lo que estarían viviendo los exploradores.
Al cabo del tiempo prometido y al atardecer
volvieron lo tres, habían hecho cumbre,
los chicos estaban eufóricos, y el guía satisfecho por la misión cumplida. Solo
que con ellos venía una tormenta.
El guía se adelantó con la propuesta de
conseguir un taxi que los llevara desde la base del cerro y tranquilizándola en
que los chicos sabrían volver sin contratiempos porque los había visto
desempeñarse y estaba convencido de su pericia para hacer las dos horas de
descenso que faltaban. "¡Estos chicos sube y bajan cualquier
montaña!"
Cuando se desató la tormenta ya estaban los
tres bajando. Pronto en medio del
granizo, de la oscuridad, de la soledad. Y del miedo.
Los hijos descendían ágiles y la ayudaban
entre las piedras sin que hubiera un sendero visible y azotados por el agua. Y
ella se tragaba la angustia. Hacía un recorrido minuciosos por las palabrotas
que destinaría al escurridizo guía, que debiera haber quedado con ellos hasta
completar el regreso, aunque siendo la dama que es, es difícil imaginarla en
tal trance.
La lluvia arreciaba y el cielo se quebraba en
relámpagos y resonaba en truenos. A tientas, a los tumbos, golpeados por el
granizo siguieron la marcha. En algunos momentos se detenían, los hijos
deliberaban entre sí, ella los observaba mientras decidían el rumbo y luego
continuaban. La estaban protegiendo y ella lo advertía.
En determinado momento, caminando los tres,
uno tras otro en la noche y en la lluvia, ella que hacía tiempo no rezaba se
dijo: -Si hay alguien allí que escuche, te pido que cuides de ellos...
No era una plegaria convencional, tal vez ni
siquiera una plegaria pero mirándolos se sintió más serena.
Y un resplandor se insinuó por un momento
ante ellos. El hijo mayor y ella cruzaron las miradas sin decirse nada.
Aquel resplandor había aparecido como desde
el suelo, desde la nada, solo por un momento y se había desvanecido.
¿Respuesta? ¿Mensaje? ¿Presencia de ángeles?
¿Trampa de la imaginación? ¿Por qué descreer de lo que ignoramos? Porque
estamos tan domesticados en la absoluta racionalidad que cualquier otra
aproximación nos sobresalta. Pero el hecho de que no podamos explicar algo no
significa que no existe.
Ella se cuidó de comentar este aspecto de lo
sucedido por el pudor de las burlas que pudiera suscitar, y con el fin de
cuidar la apariencia de sensata y reflexiva tan necesaria en el ejercicio del
rol materno, más aún, del rol materno de hijos adolescentes. Pero supo, y ese
saber le quedó sedimentado y le sirve ahora, que contar con instrumentos de
alta tecnología para orientarse en la montaña, está muy bien. Pero que contar
con el ángel de la guarda no está nada mal.
Porque esa excursión al Champaquí fue más que
una aventura a relatar, tuvo aspectos de descubrimiento del potencial que
albergaban, tuvo ribetes de una recorrida metafísica, y tuvo toques de humor.
¿Dejó un sentido a descifrar?
Tal vez esta historia debería tener un
desenlace, pero me gusta dejarla picando como serie de reflexiones. Sobre el
lugar de las madres en la vida de los hijos ("Ponete un saquito" o lo
que es lo mismo "Llevate una bufanda").
Del lugar de los hijos en la vida de las
madres para completar ese sentido que ninguna otra experiencia aporta y que
como me confió Iliana, le permitió sentir que una pieza encajaba al fin en el
engranaje para que su vida funcionara a pleno desde que nació Julián.
O como para, como escribió Marcelo Birmager,
superar para siempre esa soledad existencial, que nunca, pero nunca
más registraría después del nacimiento de su hijo.
Tal vez para aceptar también la cuota de
misterio de este universo vasto, enigmático y maravilloso. Un universo en el
que solo podemos abarcar con nuestro pensamiento fragmentos, chispazos. Un
universo respecto del cual sería seria
soberbio y pretencioso esperar saberlo todo.
María del Carmen Marini Verano del 2004
8-Polvo, pelusa y telarañas
Dedico este trabajo a las
mujeres que todos los días del año, en todos los lugares del mundo y a lo largo
de toda la historia, plumerean montañas de polvo, barren kilómetros de pisos,
lavan toneladas de ropa, preparan las comidas y lavan los platos de insistentes
y reiterativas multitudes.
Dedico este trabajo a
aquellas que no pudieron construir catedrales, descubrir planetas, confeccionar
códices... Ni escribir “La divina Comedia”, componer “Las cuatro estaciones”,
ni cincelar “El Moisés” o “La Piedad” porque sucede que estaban sacando a
basura.
Pero que intentaron que la
vida fuera una comedia alegre y humana, durante el frío o el calor sin importar
las estaciones, suavizando las leyes de Decálogo con profunda piedad y
sabiduría.
Vivo en una casa grande de
ladrillos, con tejas francesas, aberturas de madera y rejas coloniales de
hierro forjado. Tiene fondo y jardín.
Todos dicen que es una suerte vivir
en una casa como esa y yo creo que es así.
Demoramos 15 años contados uno por
uno en hacerla, pues sólo disponíamos de nuestro trabajo para comprar los
materiales y contratar los operarios. En ese tiempo, en todo ese tiempo no
recibimos herencias, ni ganamos la lotería, el prode o algo así. Se fue
haciendo por etapas porque es muy amplia. Nos costó gran esfuerzo ir
completándola y debimos ahorrar todo lo que podíamos hasta que llegó a ser lo
que es hoy.
En un mundo en el que existe el Taj Mahal
que aún no he visto, la Alhambra de Granada que quién sabe si veré y los
Jardines de Tívoli que desearía llegar a ver, en realidad es una casa modesta.
Está construida en un terreno largo,
por eso lo del jardín adelante y el fondo atrás. La casa está en medio y es
inevitable que la tierra de jardín y fondo vuele y se deposite en cada lugar de
la casa. Queda a mi cargo cuando la empleada no está. Ahora no está desde
Navidad.
Yo trato de no hacerle caso, pero
cuando al abrir una puerta se agitan las telarañas pendientes del techo y salen
volando manojos de pelusa pienso que es preciso limpiar.
El polvo suele estar en los
torneados de las maderas de la baranda, en los paneles rectangulares de los
postigos y en las volutas de las rejas formando una película gris. Las volutas
de las rejas son también el lugar preferido por las arañas para hacer sus
nidos. Este otoño encontré las arañas más grandes, negras y amenazantes que
ponen unos huevos pegajosos, blancos y esféricos. Tenía miedo que las arañas me
saltaran a la cara en justa represalia cuando les rompía las telas y sacaba los
huevos.
Además de las arañas también tenemos
gatos. Un gato amarillo que se cree perro y monta guardia sentado en el felpudo
y una gata gris que se cree emperatriz rusa en el exilio y nos mira
desdeñosamente por ser latinos y subdesarrollados. A los gatos los tenemos por
pedido de los chicos que querían animalitos domésticos y también por una
cuestión de poco carácter. Sucedió que los gatos vinieron. Y pese a nuestra
oposición se fueron quedando. Al principio los espantamos con convicción. Pero
ellos insistían en permanecer, mirándonos con sus grandes ojos fijos. Nosotros
nos fuimos cansando y ellos ganando espacio. Así fue.
Ahora para usar las sillas para
sentarnos a comer tenemos que sacar a los gatos. O correrlos al menos, para que
nos dejen un pedazo de asiento. Lástima que pierdan tanto el pelo. Se nos queda
pegado en faldas y pantalones. Comen hígado y carne picada, eso sí, tibios
porque fríos no les gustan. Toman leche y agua.
Son los regalones de la casa, pero
tienen una costumbre odiosa. En época de celo marcan con pis su territorio para
avisar a los otros gatos que no deben pasar, que ellos son los dueños del
lugar. Los otros gatos se dan cuenta rápidamente. En realidad cualquiera puede
darse cuenta.
El olor a pis sale con “Pinoluz
lavanda” y la época de celo dura bastante.
También tenemos un ratoncito blanco
que vive en una pecera en la pieza de mi hijo. Come semillas, lechuga y
galletitas todos los días. Y una tortuga que se llama Manuelita. Vive en el
fondo y come las flores caídas de la rosa china. No es necesario acercarle las
rosas, ella las encuentra tiradas en el pastito.
En el patio hay un jacarandá. Es
hermoso. Nació solo en un cantero cuando el patio era de cemento, antes de
hacerlo de cerámicos. Bueno, en el cantero nació una planta que fue creciendo
muy alta como la planta de las habichuelas de “Fantasía” y recién el segundo
verano supimos que era un jacarandá porque floreció. Me puse muy contenta
porque siempre me habían gustado los jacarandáes con sus hermosas flores
celestes. Y pensé que era un milagro que justo, justo hubiese nacido uno en mi
patio sin haberlo plantado.
Hasta que me hicieron notar que en
la esquina había cinco, y que no fuera sonsa. Que las semillas están
desparramadas por todo el vecindario cuando caen. Así que no es extraño que si
una cae en tierra pueda dar lugar a un árbol como sucedió con éste. Muchas
otras habrán caído en la vereda y no pasó nada.
Las semillas en otoño llenan el patio
con sus vainas de color castaño que son muy decorativas. He visto cortinas y
móviles hechas con ellas.
Las hojas y ramitas caen en el
invierno. También para esa época las hojas del plátano y la hiedra. Así que
forman un colchón que a mi amiga Liliana que es tan juguetona le gusta pisar
por el crujido que producen y que yo debo barrer del patio mientras dura ese
tiempo.
Cuando termina de deshojarse el
jacarandá ya están en capullo las espléndidas flores. Cuando abren el árbol
todo celeste es un espectáculo. Dura poco, pero es un espectáculo. Digo que
dura poco porque pronto empiezan a desprenderse y cuando están en el suelo
forman una alfombra. Claro, una alfombra transitoria porque pronto volverán a
caer las semillas de color castaño.
Y mientras barro y barro en las
cuatro estaciones, semillas, ramitas, hojas, flores, mi marido hace arreglos en
la casa por ejemplo, o poda la parra o la enredadera.
Él es capaz de arreglar casi todo en
casa. Su primer oficio es el de carpintero. Su segundo oficio es el de
psicoanalista.
Mi segundo oficio también es el de
psicoanalista. El primero es el de escritora.
Cuando ayer le dije, apoyándome en
la escoba y mirando las telarañas, el polvo y las hojas: -¡Estoy desesperada!-
él muy psicoanalíticamente contestó: -¿Y qué querés que te diga?-. También
dice: -Hum...-, y –Aja!- y se va a hacer trámites como pagar impuestos,
gestionar créditos o asegurar el Citröen.
Hace años que estamos juntos. Cuando
mis amigas ven a mi marido carpintero me felicitan y dicen: -¡Qué suerte
tenés!-
Porque un marido que arregla casi
todo y además hace hermosas aberturas de madera es una gran suerte. Me miran a
mí con gesto de desaprobación y duda como preguntándose si realmente
merezco al marido y a las aberturas. Yo
también me lo pregunto.
Todos dicen: -¡Qué hermosas
ventanas!-. O: -¡La madera es tan cááálida...!- (Así, arrastrando la “a”). Nadie nunca, nunca dijo: -¡Qué limpitas
están estas ventanas!-. Me parece injusto. Él las hizo una vez y sirve para que
lo elogien siempre. Yo las limpio muchas veces y no me elogian nunca.
En total, las que tienen vidrios son
17. En la planta baja son 7 contando las 2 del living, 1 en el comedor, 2 en el
estar y 2 en la cocina. En la planta alta son 10, contando las 4 de los
dormitorios, las 5 de los consultorios y la de la sala de espera.
Cada una está dividida en paneles y
cada panel en cuadrados de vidrio
enmarcados en varillas muy finas que sobresalen un cachito del panel.
En total son 369 vidrios sumando
todas las aberturas: ventanas, puertas y puertas ventanas. Cada vidrio está
enmarcado en esas varillas que sobresalen y juntan polvo. Ese que les
comentaba, especialmente las varillas de arriba y de abajo.
Como son 369 vidrios, las varillas
que requieren Blem y franela son 738, de cada lado. Porque se sabe que cada
ventana, cada panel y cada vidrio tienen un lado de afuera y un lado de
adentro. Los lados de los vidrios son 738. Las varillas en cuestión 1.476.
Las limpio cuando las veo muy
sucias. Algunas una vez al año. Otras cada trimestre. Pero las de los lugares
donde estamos más, cada semana. Por eso mientras limpio, cuento y pienso.
Me
acuerdo de Teresa de Ávila que se formulaba planteos de compleja matemática
mientras miraba las vigas del techo perderse en perspectiva.
También yo me formulo planteos
mientras limpio maderitas, también pienso e imagino. Pienso en los usos no
tradicionales del martillo sobre quienes expresan su admiración por las
aberturas de madera que son... ¡tan cálidas!.
Y hablando de monjas...a mí el
silencio de las Congregaciones de Clausura no me pesaría demasiado. No soy muy
charlatana, así que podría sobrellevarlo sin traumas. Esa sería una solución.
La otra se me ocurrió después de ver
a Meryl Streep en “El amor es un eterno
vagabundo”. Me di cuenta que también se puede rescatar cierto encanto en la
vida a la ventura de los mendigos sin casa, ni ataduras, sin limpiavidrios, sin
tejas, rejas, torneados ni biseles.
También
de seguir así, deberé pensar en maneras creativas de utilizar mi talento
literario mientras limpio. Por ejemplo, imaginé, para mi lápida, que deberá ser
sencilla, por favor, nada ostentosa, una inscripción que diga:
“Usó Pinoluz, fragancia a limpio;
Odex con amoníaco que desengrasa cubiertos y vajilla; Ala con blanqueador
óptico que hace que su ropa refulja esplendente; Cera Suiza para los pisos de
madera y Autobrillo Ceramicol que deja
como un espejo los pisos cerámicos”. Diciembre 2007
9-Romance de barrio
Era
muy flaco y estaba en la puerta. Qué se puede hacer con el ímpetu adolescente?
Miraba
hacia la casa. Ella, refinada, la piel blanquísima, orgullosa de su alcurnia y
de su porte tomaba sol, tendida sensualmente y ajena a los anhelos del galán,
que esperaba más allá de las rejas. Todavía no lo había visto.
Mientras
iba entrando, él dejó el abrigo y me
pregunto: -¿Viste al negrito ordinario que está montando guardia? Seguro que es
porque la vio y ha de estar medio enamorado.
Me
salió del alma la suegra y pensé: Pero ella es muy chica. Y podemos tener otras
pretensiones para un candidato, el flaco orejón no es del barrio, no conocemos
de dónde viene. Seguro que gusta de ella porque es muy linda. Pero yo no le voy
a facilitar la entrada a un advenedizo pobre que quién sabe quién es …No la
cuidé para eso. No la eduqué esmeradamente y velé para que tuviera todo lo
necesario para que esté con un negrito como ese…
Y
mientras me decía esto, sentí cierto malestar al escucharme. Advertí como la situación
que se había creado con el galán esperando en la puerta, metía el dedo en la
llaga de mis contradicciones ideológicas,
casi diría que hasta me creaba un conflicto existencial. Porque una cosa
es pensar la lucha de clases y las injusticias sociales en abstracto y otra
cuando te tocan en carne viva como en ese momento.
Porque
una cosa es sostener un discurso progre sobre la igualdad para todos y otra
meter a cualquiera en tu casa y en tu vida.
Me
sentía miserable por estas reflexiones, incoherente, hipócrita, en suma: un
verdadero fraude. No concordaban ni con la caridad cristiana, ni con las
convicciones democráticas, ni con nada de lo que en mi vida sostengo como
banderas. Pensé: ¡Qué vacío entre lo que se dice y lo que se siente! ¡Qué
abismo entre las consignas gritadas a viva voz y los dogmatismos que sostiene
el enano fascista del subsuelo! Estaba tan abochornada por lo que me pasaba que
me podía cortar las venas con una margarita.
Pero
sucedió que ella, linda y refinada y todo, cuando lo vio, cuando al fin
advirtió la expectativa del que más allá del jardín, más allá de la reja la
aguardaba anhelante, se olvidó de quien era, de su porte, de su alcurnia, y
escuchando solo la interpelación de las hormonas se precipitó por el pasillo y
a los aullidos agudos y a los ladridos penetrantes nos hizo saber, le hizo
saber a él, que también se había enamorado. M.C.M. agosto 2006
II - OTRA ETAPA
10-Qué
haría yo sin vos
Antes
de escribir esta historia, le pedí a Pablo que cambiara la lamparita quemada de
la habitación. Él se estiró, quitó la que estaba quemada y colocó la nueva.
Entonces le dije, medio en broma, medio en serio: ¿Qué haría yo sin vos?
Qué
haría sin un hijo alto y hermoso, que sin esfuerzo alza su brazo lleno de
biceps y con los dedos índice y pulgar desenrosca, enrosca y ¡abracadabra!
¡problema solucionado! Donde yo tendría que haber buscado una escalera,
trepar sudar y putear sin certeza de
poder cambiar la lamparita, él lo hacía como lo más fácil del mundo
Y es
que los hijos, (único hijo varón, después de la experiencia de una primera hija
mujer) para los cuales una viene a ser la única madre, suscitan estos
comentarios, como el de ¿Qué haría yo sin vos?
Cuando
Iliana eligió para representar un viejo escrito, "El machista", en el
que me refería a Pablo niño, ella sintió que podía identificarse conmigo,
porque su hijo Julián se ajustaba perfectamente al perfil de lo relatado. En
realidad cualquier madre de hijo varón atorrante y seductor podía resonar a lo
planteado.
Y es
que el tiempo pasa, pero los chicos siguen creciendo de manera bastante similar
en casi todas las familias y dan lugar a situaciones que se reiteran a lo largo
de generaciones. Y las madres establecemos entre nosotras una suerte de
complicidades por ir viendo que nos pasan las mismas cosas. Tal vez por eso a Iliana le resonó mi cuento
de hace 20 años.
En
nuestro caso, como en tantos, después de
los avatares de la adolescencia, del viaje a Europa con recalada en el barrio
gótico de Barcelona, con caminatas con ocupas en Cádiz en las marchas contra
las leyes de extranjería de los gallegos garcas, y con un retorno a Argentina
que nos hizo recuperarlo, dijimos: Nuestro hijo está otra vez en casa. Su
hermana, la única sensata en la familia, cedió los espacios necesarios y volvimos
a la rutina.
Mi
marido supo acotar: ¿Y te imaginabas que iban a estar tanto en casa?
Viene
siendo la situación de muchas familias de hijos e hijas creciditos en tiempos
de despegue, cuando a veces están y otras veces no.
En
un entretiempo en la facultad, me encontré con dos amigas. Zulma contó : Franco
se vuelve de España. Y la Negra, cuya hija también volvió de Dinamarca, y a
quién comenté que acababa de pasar
momentos antes por el hall (porque también estudia a allí como nosotras) dijo:
¡Ah, qué bueno que está acá, porque hace dos días que no la veo y necesitaba
comentarle algo!
Esta
situación de hijos en los veintipico, que a veces están y a veces no, que a
veces se van y otras veces vuelven nos exige una adaptación que asombra a las
abuelas. Claro, para ellas cuando un hijo se iba, se iba. Y se iba cuando
estaba por casarse o cuando se iba a trabajar a otro lado. Esta etapa de
tránsito mucho no les cuadra.
Para
mí, el hecho de que Pablo se fuera y por un año en el 2000, fue toda una puesta
a prueba, que pude sortear. Cuando Susana, la madre de Emilio el amigo que
viajó con él a Europa, me preguntaba cómo sobrellevaba la ausencia le
contestaba: Recurriendo a dos mecanismos fantásticos, a saber:
"reprimir" y "negar". Reprimir la nostalgia y negar el nudo
en el esófago y las cosquillitas en los ojos. Ella, y todos los que escucharon
esa respuesta me miraban como si yo estuviera loca, pero a mí me resultó. Al
menos durante ese año que por suerte ya pasó,
Pablo
nos escribía y hablaba seguido, de vez en cuando daba noticias de los nuevos
piercings y tatuajes que se hacía y acá temblábamos. Cuando antes de partir ya
se había adornado con tachas de metal en la ceja, en las orejas y en el labio
inferior nos inquietamos. Cuando se dibujó una serpiente en la espalda y una
mandala en la panza ya estábamos acostumbrados y nos parecieron decorativas.
Había
sido interesante recoger los comentarios de nuestros amigos al respecto. Porque
descubrimos que, como con todo, cada quien lo hacía desde sí mismo. Así hubo
quién preguntó: "¿Y no lo corriste a escobazos?" Otra que arrobada
acotó: "¡Ay que les queda taaaan liiindo!" Y al fin, otra que aportó:
"Y bueno, el hacer algo así es un
signo de su autonomía. La mía se puso un arito en el pupo y uno en la
nariz..."
Cuando
Pablo regresó ya no tenía tachas visibles así que nos calmamos. Solo que al
abrir la boca tenía uno nuevo que le atravesaba la lengua. Decía que le gustaba
y que era erótico.
Para las minas de mi generación erótico era
Serrat, pero obviamente los gustos han cambiado y él sabrá porque lo dice.
Además si es por erótico me quedo con Sabina, que él me hizo conocer en uno de
los primeros compact, ese donde figuraba: "Sentados en
corro..."Aunque ningún tema como el de: "Más de cien palabras, más de
cien motivos..." que viene siendo como un himno, no un himno patrio, sino
existencial y al que me remito bien seguido.
.
Cuando
a la vuelta él se reencontró con sus amigos volví a tener la casa llena de
chicos, y valió la pena.
Andrea
como nueva hija adoptiva y hermana postiza de Pablo luchaba para que me
sembraran pastito en el jardín. Y José Luis, el otro hijo adoptivo, me traía de
regalo salames del campo, como premio a mi postgrado.
El
hecho de que Pablo se pusiera de novio fue mejorando el clima y las expectativas
de la vida en común. El amor dulcifica y amansa. Mis primos se asombraban de
que me hiciera solidaria, porque para el mito de suegras y nueras en
competencia y conflicto esta complicidad
parecía contra natura. Pero lo cierto es que verlo embalado y entusiasta era lo
más que podía desear.
El
transplante a Rosario estaba resultando.
Al
llegar hablaba con modismos como que "tal chaval es muy majo" y traía
el pelo rubio. Después rojizo. Después platinado. El tema de los cambios de
color no tuvo ningún significado hasta la semana pasada.
Porque
la semana pasada se lo cortó. Y pude ver su pelo natural después de mucho
tiempo. Y estaba lleno de canas.
El
bebé que ocupaba el exacto lugar en mis brazos cuando lo amamantaba. El plumón
tibio que me costaba devolver al Moisés.
El
preguntón que a los dos años me pedía cuentos antes de dormir diciendo:
"Tame toria".
El
viajero que mandaba sus cartas desde la computadora de una biblioteca que nos
describía como la de "El nombre de la rosa" y desataba nuestra
imaginación desde su barrio barcelonés.
Ya
tiene canas. Ahora tiene canas.
¿Y
cómo se es madre de un hijo que tiene canas?
Explíquenme
por favor porque la melancolía me invade, y puedo encontrar respuestas para
muchas cosas, pero ésta ¿Cómo se remonta?
Otoño,
2003
11-Una
historia de amor
Le dijo: Te estoy llamando sin que sepan. No
quieren que vuelva a verte. Y no sabés cuánto te extraño.
Le respondió: Sabíamos que podía pasar ésto.
Yo también estoy muy triste. Tengamos paciencia, ya comprenderán.
Le dijo: ¿Cómo vamos a poder con esta
separación? No entiendo. ¿Por qué nuestro amor tiene que costarnos tanto? ¿ Por
qué es tan difícil de llevar adelante? ¿Por qué son tan duros? Y sin embargo sé
que están sufriendo, y hacen esto porque me aman y creen obrar bien.
Le contestó : No sé...Creo que le pesan los
viejos mandatos, y solo pueden pensar las cosas desde allí. Pero si podemos
mostrarle la fuerza de lo que sentimos, llegará un momento en que podrán
aceptarlo.
Le dijo: Estuve recordando a Romeo y Julieta,
no son cosas del pasado. Están sucediendo aquí, ahora.
Le contestó: Sucede muchas veces, sucede por
muchas razones.
Sucede como una prueba que deberemos
atravesar, y porque lo que sentimos tiene la potencia de lo verdadero.
Eso no cambiará. Aunque no podamos vernos.
Eso nos constituye.
Les sucedió a tantos...
A Angélica y Suger les pasó porque ella era
de familia católica y el de familia judía.
Y entonces era tan importante el peso de la
oposición familiar, que solo pudieron volver cuando tuvieron su primer hijo.
A Elsa y Manuel porque ella le llevaba diez
años. Era impensable que hicieran un proyecto.
Cuando se casaron ella tenía treinta años y
él veinte. Y vivieron tantos años juntos, que cuando él murió, ella que ya
tenía más de noventa, se pasaba los días llamándolo.
A Pedro y Liliana porque él era muy pobre y
vivía más allá de la vía qué separaba el pueblo en dos. Iban a la misma
escuela, pertenecían a mundos distintos.
A Luisa y Juan porque los padres de él no
aceptaban a la que llamaban “esa advenediza”, extranjera, pobre y despreciada,
Toda historia de amor tiene su lucha.
¿Por qué pensar que la de ellas tiene que ser
diferente? Diciembre 2004
12-Recorrida
por la Feria Retro
Una recorrida por la Feria Retro es como una
recorrida por la propia historia.
Está en el barrio de Pichincha. Y convengamos
que Pichincha no es un barrio como cualquier otro. Tiene magia y tiene enigmas.
Se le puede aplicar lo que el mejicano Fernando Benitez dice de la selva:
"ese gran ser de vida caótica y desenfrenada, en la que los hombres deben
buscar significado para no volverse locos. Tal vez, éste es el origen de tantas
leyendas que tratan de domesticar sus misterios y sus fuerzas irracionales de
vida y muerte." Pensé: tal cual como Pichincha.
Y es
que Pichincha tiene historias. Y "leyendas que tratan de domesticar sus
misterios..." Una de las más interesantes la contó Omar Torres y tiene que
ver con los prostíbulos y con una expresión que quedó incluida en nuestro
decir. Es la expresión "dar la lata", y era lo primero que le decían
las prostitutas a cada cliente: "Dame la lata", porque esa ficha de metal que recibía de sus
manos era garantía que él había pagado a
la madama por el servicio. Tantas fichas, equivalía a tantos clientes, y a tanta paga. Algunos
venían solo a charlar, por eso el "dar la lata" se convirtió en
sinónimo de charlar a otro, ocupando su tiempo, y como expresión se usa hasta
ahora para el que viene con su conversación para el aguante. "Me dio la
lata", se siguió aplicando a : lo escuché, me contó cosas, dijo lo que tenía que decir.
Pensé que al fin, como dice Angélica, el
oficio más viejo del mundo, verdaderamente no es el que se dice, sino que lo es
contar y escuchar historias. Si lo
pensamos, el reclamo de que nos cuenten historias y escuchen las nuestras es un
reclamo que nos atañe a todos. Y responde a una necesidad tan fundamental como
las que generan el hambre o la sed. Es la sed de historias.
En cambio, el que se llamara a los prostíbulos en la jerga
corriente "kilombos" es contradictorio, porque kilombos fueron las
Repúblicas de africanos en Brasil, que huían a la selva, se liberaban de la
esclavitud y constituían en grupos organizados que, dándose sus propias reglas
subsistieron durante años a pesar del asedio de los colonizadores. Entre las
razones por las que esas Repúblicas de esclavos que habían dejado de serlo, no
persistieron se alude a la baja tasa de natalidad, porque eran muchos los
varones y pocas las mujeres, también a la poliandria que esta desigualdad
numérica generó. Pero lo que es irritante pensar es que se desvirtuó el término
kilombo que designaba la República de luchadores por su libertad, al nombrar
con él a estos lugares en donde lo que prevalecía era otra forma de esclavitud.
Después se extendió el término para designar
desorden o caos, pero ¿cuál?. ¿El de la libertad asumida por los
esclavos o el de la esclavitud de las que brindaban servicio a los señoritos?
Volviendo al barrio. Y dentro de barrio a la
feria. Bajando por Callao empieza la fiesta. También si vas en auto podés
estacionarlo cerca de "El Riel" y dejar allí a los que prefieran
quedarse tomando un café, mientras te vas a sumergir en la magia de los
puestos.
Esa mañana, de la que voy a contarles estaba
fresco, además se corría no sé qué maratón cuyo circuito pasaba por el costado a lo largo de la Feria. Y
sucedió lo siguiente.
En uno de los primeros puestos vi un
almanaque del año 78 con Graciela Alfano sonriente y con una flor en el pelo, y
me recordó lo enamorado que estaba Pablo de ella. Él la había visto en una
película, así, como estaba en el afiche, y pedía por "la chica de la
flor" y cuando aparecía en la pantalla, viéndola se fascinaba tanto, que
hasta se le caía el chupete. Esa pizpireta teñida había seducido a mi bebé. Y le duró varios
años. Lo supe porque una vez en que me observaba maquillarme, se subió a mi
falda, y me dijo:- ¡Que linda estás!. Linda como Graciela Alfano. Y luego,
después observarme detenidamente, mientras me levantaba el cabello y lo llevaba
hacia atrás continuó. - Pero Má, tendrías que teñirte de rubia. Y ponerte una
flor en el pelo. Y acercando su cara para mirarme de cerca:- Y estirarte la
piel para parecer más joven. ¡Con todo eso serías igualita a Graciela Alfano!.
Recuerdo que el filicidio nunca estuvo en mis
planes, recuerdo que pensé que habría que reformular el Complejo de Edipo, pues
en nuestros niños no se ajustaba a la versión tradicional, pues los Edipitos ya
no venían como antes, y que pensé también que al fin, los hijos son los templos
del Espíritu Santo, así que me quedé mansa.
El encuentro con el almanaque me trajo el
episodio de aquel revolcón a mi narcisismo, y pensé que los años han pasado y a
Pablo adolescente le gustó Kim Bassinger y que al fin Graciela Alfano y yo,
pasamos a la historia de sus devaneos eróticos.
Seguí adelante y en medio de ejemplares de
"Caras y caretas" vi un álbum forrado en cuerina oscura y me detuve a
hojearlo. Era un libro sobre Rosario editado por la Biblioteca Vigil en 1970,
con fotos hermosas y textos de autores locales: Riestra, Martini, tal vez Ielpi...
Lugares y gentes, iguales y diferentes, la moda de entonces y rincones de la
ciudad. El reflejo en las vidrieras de la vida de entonces y convocadas por las
imágenes en papel, surgieron otras y me atravesaron. Dábamos clase en la
Facultad y compartíamos las peñas y los ciclos de cine. Durante el Rosariazo
estábamos exaltados y creíamos en eso grande y poderoso que se estaba
gestando. La ingenuidad de entonces
naufragaría en pocos años. Mil imágenes que se desprendían de lo vivido en
aquel tiempo, convocadas por el libro que tenía entre las manos como testimonio
de una época de sueños. Pensé: Ya sé que voy a pedir de regalo para mi
cumpleaños.
Continué caminando y me crucé con Caburo que
miraba unas cámaras fotográficas. Un
juego de porcelana con pocillos y tetera estilizada me remitió a la casa de mi
abuela, y el reloj antiguo de madera oscura era parecido al que marcaba las
horas en aquel tiempo. Seguí y de un
puesto surgió una carcajada rotunda. Me detuve y le pregunté a la mujer que
reía leyendo la contratapa del diario, saboreando el gusto de entablar
conversación porque si nomás, sin preámbulos ni vacilaciones. Ella contó el
diálogo de los personajes. Uno dice a otro: -En esta época lo que puede dar es
una empresa privada. Y el otro responde:- Si, un cementerio privado.
En un puesto, la amiga de una amiga
desplegaba hermosos vestidos antiguos. Y esparcidos cerca, discos de la negra
Sosa, de los T.N.T. y de Madrigal. Un Madrigal rosarino que cuando nacía Anahí,
escuchábamos emocionados.
En otro, un colega, acomodaba libros. Entre
ellos una versión de "Cuerpos y almas" que leyera a escondidas en la
adolescencia. ¡Todo estaba allí! Solo se trataba de caminar de un puesto a otro
para rearmar el mapa con tantos recuerdos...
Cerca del final, yendo hacia el túnel:
reconocí un cuadrito. Uno como ese estuvo colgado en mi casa cuando era niña.
El texto impreso de un obispo chileno
empieza con algo así como:" Hay una mujer que tiene algo de Dios
por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la infinita solicitud de sus
cuidados..."
Creo que había aparecido por los años 50, y
quedó colgado ante nuestros ojos como recordatorio, porque entonces se tomaba
en serio la letra impresa, y aún más si se refería a algunos de los clásicos
como en este caso, la veneración a la madre. Mi vieja nos hubiera tomado a
plumerazos a mi hermano y a mí si nos hubiera visto burlarnos del cuadrito, así
que quedó en la pared hasta que se cayó de viejo. Bueno, allí estaba, como
antecedente remoto y barroco de los posters que fueron apareciendo luego.
En contraste con este, yo elegí (como muchos
de nuestra generación) el de Kahlil
Gibrán: "Tus hijos no son tus hijos...", pero guay del que quiera
interferir!
Cuando me iba yendo con ganas de quedarme,
encontré a E. B., vecina de la zona. Fuimos compañeras y preparamos juntas
algunas materias. Nos detuvimos a contarnos nuestras vidas y a mirar la maratón
que coincidía con la feria. Apenas entibiaba el sol y el viento azotaba fuerte.
Pasaban los corredores en short y musculosa y ella preguntó: -¿No tendrán frío? Pensé un momento, y muy
segura le respondí: -No, para nada, no
se pueden distraer en eso, en tener frío, porque están concentrados en llegar.
Eso es lo importante. Entonces ella tomó la posta y sonriendo contestó: -Si,
ellos tienen que llegar y nosotras también. Eso es lo importante...
Por
alguna razón misteriosa me sentí vigorizada y retomé el paseo.
Había re-encontrado suficientes cosas de mi
historia como para procesar varias ideas.
Sería azaroso hallar alguna más. Y sin
embargo, no me resignaba a irme todavía. Entré
en el local que está en la esquina
de Ovidio Lagos, y sobre una mesa vetusta y entremezclada con otras
revistas, dos números de "La República de Pichincha" del 2000, me
indicaron otro tiempo que pasó. Aunque en éste, otra Pichincha viniera
llegando. (*)
Al fin, el 78 del almanaque, el 70 de las
utopías, el 50 de la niñez, el tiempo de las canciones de Madrigal o el 2000 de la revista fueron significativos y me
remitieron a sucesos vividos al modo en que se pudo, en este tiempo que fue el
que tuvimos. Lo que la feria hizo (hace) fue ponerme (ponernos) ante los ojos y
traer de la memoria parte de nuestras vidas. Por eso recorrerla no es banal,
por eso recorrerla puede ser hasta peligroso, por eso recorrerla implica un
desafío, y no salimos de ella iguales a
quienes éramos al entrar.
María del Carmen Marini
Octubre del 2002
(*)
“La República de Pichincha” fue una revista que llevamos a pleno pulmón,
y que alcanzó la heroica suma de hasta 18 números.
13-Balamce
de un año orquestado en torno a Emilio Rodrigué.
Dedico esta crónica a Aixa, que ha acompañado nuestras
reuniones del grupo “Redecilla” con interés, paciencia y constancia, como la
integrante más madura y sensata
Fueron varias las cosas de este año de las
que puedo dar cuenta. ¿Curiosas, originales, risibles?
Había descubierto, pero descubierto en serio
a Emilio Rodrigué a través de “El libro de las separaciones” que me prestara
Iliana. “Mirá, habla de la constitución de la A.P.A., te va a interesar. Nombra
gente de la época que fueron tus profesores…” Y si bien ya lo conocía por su
libro sobre grupos, desde los sesenta, no me había convocado entonces.
Pero cuando entré en el tono coloquial de
esta “biografía incompleta” dije: tengo que leer más. Y entré a buscar “La
lección de Ondina”.
Al empezar el otoño, una tarde miraba
vidrieras. Estaba muy concentrada. Al girar bruscamente me tropecé con una
panza, detrás de la cual un señor muy alto decía: ¿Vamos a tomar un café,
linda?. En la fracción de segundo que se sucedió pensé: algún amigo, algún
ex-alumno me gastaba una broma? Un paciente? No, los pacientes no hacen ese
tipo de broma. Mientras pensaba todo esto subí desde la panza que me había
llevado por delante, a la cara del señor alto.
Una cara afable de un hombre canoso, pero
para nada conocido. Entonces, como soy cobarde, huí.
Más adelante, en otra librería de Corrientes,
casi San Lorenzo encontré “Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis” de Emilio
Rodrigué, dos tomos gordos y me los llevé. Ya había leído el trabajo de Jones
sobre la vida y obra de Freud. Pero esto era otra cosa. Lo fiché
minuciosamente, llevando nota de la cantidad de aportes que surgían. Por
ejemplo cuándo se usó por primera vez la palabra antisemitismo. Por ejemplo,
quién creó el término sociología. Por ejemplo el hecho de que tanto Freud como
Hitler se basaron en conceptos de Le
Bon. En fin, que me quedé encandilada y se acrecentó el deseo surgido en “El
libro de las separaciones” de conseguir “La lección de Ondina”, donde supuestamente
se trabajaban con mayor detenimiento las pulsiones de vida y de muerte, que en
su interjuego, determinan nuestros devenires.
Lo pedí con poca suerte en la Biblioteca
Argentina, en la de la Facultad, y en la del Colegio de Psicólogos.
Por mitad de año mis amigas entraron a
conspirar. Yo no me daba cuenta. Después que pasaron las cosas empecé a atar
cabos de lo que fue la gran confabulación, en la que involucraron a otras
amigas y a Alberto y los chicos. Se trató de una operación comando realizada
según pasos impecables y estrategia perfecta.
Dorcas me pidió que nos viéramos en un bar,
un sábado para ver unos materiales clínicos. No había nada inusual en ello. Y
cuando estábamos allí, ya sentadas frente a los papeles, entró una horda con
matracas y silbatos, globos y serpentinas haciendo bochinche. La ruidosa murga,
estaba compuesta por Marta, Iliana y Estela, las otras integrantes del grupo.
Pero se habían sumado los chicos: Noelia, Anahí, Pablo, Andrea y Betiana. Con todos ellos venía también Aixa, que
formaba parte de la confabulación. Más tarde llegó Alberto.
Habían armado, a mis espaldas una celebración
por mi cumpleaños. Mi primer cumple sorpresa.
Fue hermoso. Y entre los obsequios, el más
original lo constituyó un servicio en un SPA.
Ese servicio incluía toda una serie de cosas:
limpieza y nutrición facial. Dermopulido corporal y máscara de algas. Masaje
completo y un broche de oro: sesión relajante en la cámara de ozono.
Cuando acordé el turno para todo ello, estaba
lejos de sospechar lo que habría de suceder.
Margarita, que se definió como esteticista
y Janina, masajista del instituto, me
tomaron en sus manos. Literalmente. Despojada de ropa fui pasando por las
diferentes maniobras que me pulían, nutrían, masajeaban. Al mismo tiempo escuchaba
las sugerencias de los otros pasos que podrían darse en esta tarea de
embellecimiento.
Como culminación y cubierta por una bata
blanca, fui conducida escaleras arriba a una habitación amplia donde estaba la
cámara de ozono.
Era una especie de cápsula espacial, parecida
a las que se utilizan para las de resonancia magnética, pero más grande.
Debía acostarme sobre una tarima del tamaño
de una cama de dos plazas, pero de motel suntuoso. La cerraba una tapa de
acrílico transparente que Margarita ajustó con eficiencia. La cabeza quedaba
afuera. En ese lugar el acrílico tenía una abertura, en forma de semicírculo,
parcialmente obstruida por una cortinita plástica.
Me dijo que iba a sentir un viento cálido y
que al cabo de media hora venía a buscarme.
Escuchaba el movimiento del instituto, voces
y pasos más allá de la puerta.
Me fui quedando dormida, pero escuchaba el
run-run de la cámara enviándome ese aire suave y tibio.
Cuando el run-run cesó creo que desperté. Las
voces se habían acallado y los pasos también. En realidad no se escuchaba
ningún sonido. Estimé que había pasado bastante tiempo. ¿Cuánto? No podría
decirlo.
En
medio de la cápsula de acrílico podía incorporarme y me senté. La cámara
de ozono, era como una celda plástica y transparente, bastante amplia como para
que pudiera hacerlo. Exploré el semicírculo por el que mi cabeza había quedado
afuera descubriendo que era bastante amplio y que la cortinita estaba adherida
con abrojos y podía retirarse.
Entonces me dije, si pasan las caderas, pasa
el resto (como los gatos, que miden con los bigotes antes de deslizarse). Saqué
primero cautelosamente las piernas. Tanteando logré tocar el suelo con los pies
y después pasé torso y hombros, ya casi había nacido en ese parto sofisticado
que me reintegraba al mundo.
Por suerte tenía a mano mi ropa.
Cuando baje las escaleras todo estaba
sospechosamente calmo. En la recepción una joven aburrida me miró con asombro.
Pregunté por
Margarita, por Janina. No estaban. Había terminado
su turno.
La empleada no sabía que me habían dejado
olvidada.
Pensé que ya había notado que mucha gente no
me reconoce en jogging, no me saluda y me hace sentir invisible. Y que en
general, cuando hablo en mi tono natural no me responden porque no me escuchan.
Debo alzarla voz, de lo contrario soy inaudible.
Así que ahora, venía a descubrir la amarga
verdad: además de invisible e inaudible, resulta que soy olvidable.
Esperé por si a la tarde las chicas me
llamaban acongojadas después de notar que me habían abandonado.
Al fin, pensaba yo, no siempre se deja
olvidada a una dama irresistible en la
cámara de ozono, ni en ningún otro lado. Como no lo hicieron, al día siguiente
llamé yo. Atendió Janina. Le dije que la piel me había quedado muy linda y que
el masaje había sido muy relajante, pero que…Allí, sin dejarme terminar, se
deshizo en disculpas.
Las acepté pero le di una recomendación para
que utilicen en adelante: que presten a las usuarias de la cámara de ozono un
silbato como los de los referís para que puedan avisar si quedan encerradas.
A esas alturas mi búsqueda de “La lección de
Ondina” no declinaba. Pero volví a fracasar cuando le pregunté en Buenos Aires,
en el Foro de Psicoanálisis y Género a Juan Carlos Volnovich. Me dijo: “Si lo
conozco, lo leí, pero no lo tengo.”
Pensé en la Biblioteca Nacional, pero no hice
a tiempo. Me volví a Rosario con la frustración de la tarea pendiente.
Llegó la primavera y con ella, las lluvias.
Copiosas.
En la esquina esperaba un taxi refugiada en
el alero de la confitería, pero alerta a los coches.
Esperaba sola hasta que llego una mujer joven
y rubia.
Al rato asomó un taxi y las dos levantamos el
brazo. Me parecía ridículo pelear por un taxi. En otras oportunidades he
sugerido compartirlo.
Pero se ve que ese día no estaba
conciliadora. Así, aunque ella estaba más cerca del taxi cuando este se detuvo,
me acerque con absoluta resolución, tome la manija y me subí. No recuerdo si le
dije: “Yo estaba desde antes.” Pero seguro que lo pensé.
Y ella al verse despojada me grito:
“¡Ordinaria! ¡Guaranga! ¡Tarada!” Juro que fue la primera vez en mi vida en que
me vi envuelta en una situación así, pero no me ofendí. Me insultaba a mí y a
mis ancestros, incluyendo a mis abuelas andaluzas de las que según la novela
familiar fueron antagónicas: una era una devota rezadora de la archicofradía de
la Virgen. Se parecía a la abuelita del dibujo de Maladrín, la que protege a
Twiti.La otra vivía en Pichincha y era tan puteadora que hasta los camioneros
se ruborizaban cuando se ponía irascible.
Bueno, llovía, yo tenía el taxi y mientras me
iba en él, ella se quedó vociferando. Entonces le dije al conductor: “Disculpe
la escena. Todos podemos insultar. Yo no contesto porque sería vergonzoso.
Ahora
mire lo que le pasó, gracias a ésto hoy va a poder contar que dos
mujeres se pelearon por usted. Si lo dice con aire reservado y se detiene allí,
su silencio va a sugerir que la pelea fue por otra cosa y que es por discreción de caballero que no
lo dice.”
Él se sonrió y un chaparrón furioso se
acentuó sobre la calle.
Llegando a diciembre, seguía en mis
reflexiones sobre la mejor forma de llegar a “La lección de Ondina”.
Mónica que viajó a Bahía se llevó el encargo
de consultar a Rodrigué, si podía contactarlo, sobre la forma de conseguir el
libro. Por esas casualidades ella dio con un rosarino que tiene un negocio de
arte. Este rosarino lo conoce y le comentó que Emilio, en esos días se estaba
yendo a París. Pero le pasó la dirección de correo electrónico. Así que recibí
como regalo previo a la Navidad esa dirección. Era mi chance de contactar con
el fruto de mis desvelos.
Ya me habían dicho: “¿No estarás un poco
enamorada? ¡Tanta perseverancia por un libro!”
La dirección quedó allí, en una carpeta
esperando a que me decidiera a utilizarla.
Cuando
Silvana me llamó aquel domingo a la mañana, me comentó que seguía trabajando en
lo lúdico, como había sido cuando en un Encuentro Regional de Mujeres hicimos
un trabajo juntas. Era un taller sobre
identidad femenina y nos había salido lindo.
Ella había coincidido con Mónica en las
playas de Bahía. También estaba de vacaciones los mismos días.
Silvana y yo nos habíamos conocido cuando en
los sesenta se abrió en Rosario la primera Escuela de Psicología Social. La
dirigía Gasparri y los docentes que nos dictaban clase venían de Buenos Aires.
Ella se remontó a esa época y empezó a
rememorar nuestro encuentro con Pichón Riviere, Bauleo, Kesselman, Rodrigué….
“¿Te acordás?” me preguntó.
“¿Rodrigué nos dio clase?”.
“Sí, claro, como los otros” contestó
Silvana.
“Lo tenía olvidado” dije con un hilo de voz.
Prudencio, el reflexivo, personaje de una tira
de Sendra, que es un malevo de arrabal, habla de pincharse con los flecos de la
bufanda, hacerse un tajo con un kinoto, de cortarse las venas con una
margarita, porque al fin para un guapo: “la vida es una herida absurda”.
Eso fue lo que sentí hablando con Silvana.
Lo absurdo llevado a su enésima potencia
.
Si es cierto, como ella reconstruye, y no
tengo por qué pensar que está equivocada, que asistimos a las clases de Emilio
Rodrigué, en nuestro primer año de la Escuela de Psicología Social, el año 68 ö
69, yo no advertí entonces lo que me deslumbró este año en sus textos.
Esto puede ser por dos razones: o él no
era entonces tan sabio, tan erudito, tan chispeante y tan ingenioso, o yo era
boba (para usar una expresión educada).
De todos modos, descifrar eso queda pendiente
en un año, en que la búsqueda de su libro perseveró en medio de tropezones con
la panza de señores, sesiones accidentadas de SPA y encontronazos callejeros en
medio de la lluvia. M.C.M. 08-1-08
14-Crónica de Aurora
1-
Cuando Aurora me convocó para escribir, supe que era para reescribir, en una
nueva versión ampliada, su primer libro. Le agregaría nuevas reflexiones y allá
iría el texto, a las manos de las embarazadas que ella acompañaba, tal como en
su momento me acompañó a mí.
Esa
tarde, abrió ante nosotras una carpeta y desplegó una serie de papeles, algunos
a máquina, otros manuscritos, muchos con tachados y correcciones.
El
primero que leyó para mí, lo llamó “Latidos” y era un texto, hermoso y poético,
ideal para abrir su nuevo libro.
También
me leyó una breve recorrida autobiográfica, interesante para incluir en tanto
esa recorrida daba las razones de su elección de carrera y entrega a la misma.
Luego,
en la carpeta, otros textos, algunos para corregir, otros para descartar,
distintas variaciones sobre un mismo tema: la vida.
2-
¿Qué sentí frente a la montaña de papeles? La responsabilidad de ayudar a
Aurora a tomar la mejor decisión: embarcarse en la aventura de escribir sabiendo
del esfuerzo que demandaría, o asociándome a sus vacilaciones, postergar o
renunciar a la tarea.
La
vi dudar por lo titánico del esfuerzo, pero también ilusionada ante la
posibilidad de que su experiencia y su pasión pudieran quedar nuevamente plasmadas
en tinta y papel.
Y me
di cuenta que estábamos siendo complementarias. Ella me había acompañado en los
momentos más importantes de mi vida: cuando estuve embarazada y pude parir a
mis hijos. Y yo había estado con ella cuando concibió y dio a luz a su primer
hijo-libro, asistiéndola en las correcciones de estilo y escribiendo el epílogo
de su texto, un testimonio en primera
persona de lo que había sido mi experiencia con ella como preparadora de mi
embarazo y parto.
Alguna vez yo había escrito algo que se
ajustaba a este momento:
Si las tareas de todo ser humano, como
bien dicen, son tres: criar tiernamente a un
árbol, cantándole canciones de cuna,
escribir un hijo con palabras hermosas para
que pueda llegar a ser y cultivar un
libro que crezca y pueda hablar, entonces…
podemos ir sintiendo que hemos cumplido
ese mandato…
3-
Advertía asombrada que podía describir una simetría mágica entre nosotras. Esto
en tanto cada una había estado el lado de la otra, para acompañar, ella el
parto de mis hijos y yo el parto de su .libro.
Al
fin: las dos habíamos gestado y parido con la otra al lado en una solidaria y
silenciosa hermandad.
En
la recorrida autobiográfica ella había contado que su nacimiento se había dado
de una manera inusual, asomando primero los pies, esto es con una presentación
podálica poco frecuente y a veces compleja. Aurora relató que el médico le dijo
a su madre que esa niña, que ya empezaba su vida de una manera atípica, sería
muy especial y estaría destinada a caminar la vida sobre nubes. Y algo hubo de
eso.
Recordé
que si bien nos habíamos conocido anteriormente cuando el nacimiento de mis
hijos, otra de las cosas que nos habían acercado fue la ayuda en que Aurora me
convocó para aprender a conducir vehículos, tarea en la que se había sentido
inhibida. Lo suyo era el ámbito de lo humano en toda su diversidad. No pudo
existir mayor antagonismo entre mujer y máquina que el que constatamos
entonces.
La
mujer destinada a caminar sobre nubes no lograba la sintonía con lo concreto y
metálico del automóvil, con lo duro y frío de las calles. Aquel intento quedó
en suspenso.
4-
Su casa, ese jueves reciente, reflejaba como un espejo la índole de su
habitante. Cuadros, flores, armoniosa disposición de cada cosa en los ambientes
cálidos.
No
se trataba de un dato sorprendente, por el talento de Aurora para la plástica.
Sabía que muchas veces regalaba sus creaciones: dibujos y acuarelas. No
obstante, algunas de ellas, enmarcadas, daban el tono al lugar.
La
casa como extensión de Aurora. La casa bella, acogedora, la casa para transitar
suavemente, respetando la penumbra y el silencio. Y a su ocupante la encontré
hermosa pero inquieta, eran varias las causas. Hacía tiempo que no nos veíamos.
Desde la publicación de su libro? Desde su fiesta de cuando cumplió ochenta
años?
5- Y
me pregunté cómo esta mujer, la que caminando sobre nubes se fue adentrando en
el mundo, había logrado persuadir a su familia y lograr su espacio en la Universidad, en tiempos donde poca presencia
femenina se admitía. Eran ámbitos signados por un patriarcado intolerante. Y
Aurora fue una de las primeras egresadas de la carrera de obstetricia. De los
cincuenta partos solicitados para aprobar la práctica, ella llevó trescientos
como anticipación a lo que sería el entusiasmo y la desmesura en su ejercicio
profesional.
Porque
luego fue el hospital y treinta años de trajinar pasillos. Acompañar a las
mujeres más sencillas a tener a sus hijos. ¿Cuántos fueron? Miles.
Relataba
la ternura que le despertaban las más jóvenes, las más pobres, las que cruzaban
el río para llegar al hospital…El empeño era para que se sintieran cuidadas y
protegidas, para que el trance se desplegara con el triunfo de esas madres que
llegaban a sus manos.
Esas
madres que se iban con sus bebés nacidos
entre llantos y sonrisas, habían hecho su
parte, pero de la mano de Aurora, bajo su mirada atenta, con el auxilio
de sus manos, con el sostén de la delicadeza de su palabra.
Fueron
las destinatarias de su amor.
Por
ellas siguió con un aprendizaje continuo, cada vez nuevas herramientas, cada
vez nuevos saberes, cada vez mejores experiencias.
Transmitió
sus conocimientos y sus destrezas a todos los que se lo solicitaron. Y en la
preparación psicoprofiláctica empezó a incluir a los padres. No solo en la sala
de partos, sino también antes, durante las clases en que intentaba que ellos
también participaran del milagro. Y hubo una oportunidad en que el bebé y ella
(avisada a destiempo y tardíamente) llegaron juntos, pero el padre pudo, merced a todo lo aprendido, cumplir con lo
que se requería para que su bebé arribara con éxito. Cuando Aurora lo abrazó le
dijo: “Te felicito “Auroro”. Pudiste ayudar a nacer a tu hijo.
Y él
respondió: “Porque vos estabas en nosotros, en lo que nos enseñaste”.
6-
De todas esas mujeres hubo quienes fueron privilegiadas en su afecto, y las
llamó hijas. Mara, a quien yo conociera y que encontró en Aurora una madre con
la que compartir tantas cosas.
Aquella
otra que pudo vencer vacilaciones y temores y que con su ceguera a cuestas, sin
luz para sí misma, pudo dar a luz a su bebé (y allí nunca fue tan cierto, pues
su hijo no tuvo esa limitación) y completar un anhelo que quedó así colmado.
Yo
sabía del lugar de esa paciente en la vida de Aurora desde hacía años. Pero la
conocí personalmente en la celebración de sus ochenta años. Compartimos la
misma mesa, Nuestros hijos habían nacido por el mismo tiempo.
Aurora
recibió feliz en esa fiesta a sus invitados. Estaba rutilante. Se la veía
hermosa en su vestido largo y rojo, ágil y sonriente entre quienes la
acompañábamos en la celebración.
7-
Si los nombres son preanunciadores de las vidas, los nombres de Aurora Pilar
marcan las dos dimensiones de su lugar en mi vida, en las vidas de muchas de
las que la elegimos.
Una
Aurora que nos ilumine en el transito del embarazo por senderos a veces escarpados, un Pilar que no sostenga en la ardua y
plenificante tarea de parir.
8-
De sus amores del pasado, algunos dejaron huella.
De
sus amores del presente cabe decir que le marcan que está viva, que sigue
siendo hermosa, que irradia la turbación de quien ha sido conmovida, tocada por
la devoción de un hombre.
9-
Cuando nació Anahí, tuve deseos de saludar a la mujer que había acompañado a mi
madre durante mi nacimiento. Aurora me alentó a buscarla. Nunca me animé.
10-
Pero cuando Anahí tuvo su primer trabajo, justamente en la psicoprofiláxis de
las embarazadas del dispensario, y supe lo que le significaba, no dude en
comentarle a Aurora.
Solo
ella podía enlazar los datos y darle el significado que los hechos tenían.
Como
si un hilo invisible que me atravesara en mis propios afectos e intereses se
desplegara desde Aurora que asistió mi parto y recibió a Anahí en aquella sala
silenciosa y en penumbra, y la actitud de mi hija ante la tarea por venir, en
el dispensario, al lado de las jóvenes que se preparaban para tener a sus
hijos. Era la vida que continuaba alentando a la vida.
M.C.M.
mayo del 2008
LATIDOS
Se
habla de latidos de amor, de odio, de angustia, de sufrimiento, de alegría, de
dulzura, de emoción, de ternura. Los latidos que más amé fueron los latidos
fetales.
¡Ay
mis bebés adorados!
Tenía
un estetoscopio de madera. Mi transmisor desde mi oído al corazoncito del bebé.
Una
vez en el Hospital Provincial, un colega me dijo: ¿Crees que los latidos
fetales son la sinfónica?
Pues
sí. Eso eran para mí.
Nada
debe fallar. Ni el ritmo ni la intensidad. Es música sagrada. Es lo que
transmite el bebé. Ni bradicardia, ni taquicardia, ni espacios silentes.
Comunicación
directa con mis pequeños. Nada debe pasar. Es ritmo celestial.
Ellos
percibían todo y se establecía una comunicación directa con mi propio corazón.
Hablaba
con ellos.
Los
amé, los cobijé, los protegí.
Daba
mi vida a su favor.
Y el
estetoscopio…No se imaginan cuántas vidas me ayudó a salvar.
Y
ahora, esos latidos intensificados por el ampliador de sonidos, se parecen a
trotes de caballos…
No
se, en un momento profesional de mi vida, pedí a Dios no tener hipoacusia. Y era todo tan milagroso que se cumplió.
Hoy,
en mis 85 años tengo hipoacusia.
Se
que Dios me escuchó.
Siempre,
en mi vida de trabajo pude percibir hasta el más mínimo detalle de sufrimiento
fetal.
Gracias
a Dios y gracias a mi oído y al
estestocopio de madera que me ayudó.
El
que tengo ahora como florerito en lugar privilegiado.
El
que todavía me ayudó a escuchar los latidos de mis nietos y bisnietos,
Aurora
Pilar Berdún
Martes
29 de enero de 2008
15-Carta
inconclusa
A Juan Carlos, que me hizo pensar en eso de
ser el hijo de una madre, y a Graciela que me permitió ver eso otro, de ser la
madre de un hijo.
Si las tareas de todo ser humano,
como bien dicen son tres: una, la de criar tiernamente a un árbol, cantándole
canciones y acunándolo, otra, escribir un hijo con las palabras más bellas,
para que pueda llegar a ser fuerte y noble y la última, cultivar un libro que
crezca y pueda florecer en palabras justas y sabias, entonces, cumplidas estas
tareas podemos ir sintiendo algo de paz y sosiego, aunque nos quede aún camino
por recorrer…
Las tres tareas implican una
continuidad en el tiempo, porque los árboles, libros e hijos que ponemos en el
mundo nos continúan en sombras y frutos, en palabras que quedan impresas en la
memoria, y en la vida en acción de quienes nos continúan, y de esas tres tareas
convengamos que la que requiere más dedicación y perseverancia, es la de la
crianza de hijos.
Por eso convocarlos deliberadamente
fue una decisión a la que arribé después
de haberla pensado largamente.
Después de la decisión vino la
búsqueda.
Que en mi caso nunca fue prolongada.
A la primera invitación, mis hijos
se hacían presentes, se instalaban y permanecían allí, firmemente asidos con
las dos manos a su cordón umbilical.
No
llegué a saber de esa expectativa ansiosa que nos canta Arjona, con el
almanaque bajo vigilancia y un suicidio de cigüeñas cuando sucede el fracaso.
Mis niños vinieron inmediatamente
cuando los llamamos. Nunca más volvieron a obedecer así, debo dejarlo en claro,
pero esa primera vez sí.
Por otro lado, el trabajo de
gestación que involucró muchas energías, fue completado sin suspender ninguno
de los otros que componían mi vida.
En una versión marxista de la
cuestión podría decirse que padre y madre invierten en la empresa de
manufactura de un hijo, la mitad de la materia prima cada uno, a saber: un
óvulo y uno de entre los quinientos mil espermatozoides. Pero el total del
trabajo lo lleva a cabo la madre, neta proletaria en el asunto.
Bueno, en esa tarea artesanal, puse
el calcio de cada uno de los huesos, los glóbulos en la sangre, las neuronas
una por una. También escuché la 5ta Sinfonía y miré paisajes hermosos para que
los nutrieran.
Por consejo de mi médico me apliqué
las inyecciones de hierro que me tumbaban nauseosa, y que me venía en vaharadas
al aliento, y que me dejaron marcas en las nalgas que duraron años y que me
hacían ver en bikini como involucrada en rituales eróticos sadomasoquistas.
No obstante dicen que estaba linda
entonces, con la piel tersa de las embarazadas y tetas grandes por una vez en
la vida.
El nacimiento de Anahí fue
armonioso. El de Pablo fue apoteótico. Porque ya daba señales de su estilo.
Cuando empezó a empujar para salir,
ya no cedió, ni se dio sosiego, ni se interrumpió para tomar resuello. Dijo:
“Aquí estoy y éste soy yo”, y firme en la brecha del canal de parto se fue
imponiendo, como luego se impondría a as otras circunstancias en la vida.
En la clínica habían nacido en los
últimos días solo niñitas. El cambió la racha y yo sentí inquietud ante las
miradas codiciosas de las otras madres.
La que compartía mi habitación tenía
además otras tres hijas, dos de ellas casi adolescentes, y cuando se inclinaban
sobre el moisés de Pablo tuve miedo de que me lo robaran.
Así que lo tomé en brazos y no lo
solté más.
Sucedió así que por muy intelectual,
y muy sofisticada y muy superada que yo me hubiera creído que era, a la hora de
la verdad, me comporté tal cual mi tía Salustiana, la del campo.
Cuando volvimos a casa, nos
acostamos en la cama grande, y allí abrazados, reforzamos los primeros
vínculos.
Cuando pudo gatear, una de las
preocupaciones fue la de evitar que se comiera los malvones y las begonias. Y
cuando empezó a hablar el sobresalto fue por las preguntas. Intempestivas y a
deshoras, él llegaba imperativo planteando: “Hoy quiero saber algo de la vida:
¿por qué vienen las tormentas?, ¿de qué se fabrica la gomina?, ¿cómo se hacen
los pedos?”
Al llegar a la edad escolar, no se
mostró muy dispuesto a ir. Supongo que porque tenía el Jardín de Infantes en
nuestro patio. Por otro lado sus ínfulas aristocráticas le hicieron sugerir que
le contratáramos un tutor a domicilio, como en las películas británicas.
Finalmente consintió en hacer la
prueba, atraído por los juegos del Magdalena Güemes. Una de las primeras veces,
me preguntó si podía saltar de lo más alto del trepador.
Era justo lo que yo hubiera querido
hacer. También deslizarme, como él, en cuclillas por la escalera, sobre los
talones, como si fuera un tobogán. Y luego trepar al jacarandá para alcanzar
las ramas más altas. El hizo todo lo que yo hubiera deseado.
Llegó la adolescencia, y así como
Anahí me había hecho conocer a Silvio (y Andrea me haría conocer a Eladia)
Pablo me trajo a Sabina. O me llevó a mí hasta Sabina.
Luego fue el año de su viaje, en el
que me la pasé, tal como le comentaba a Oscar, reprimiendo y negando.
Reprimiendo la nostalgia y negando la ausencia, Las cartas y llamadas me
permitían fingir que no estaba tan lejos.
Sus relatos del Monasterio desde
cuya biblioteca nos escribía, y de las marchas en Granada, junto a los otros
ocupas, contra las leyes de extranjería traían retazos de su vida allá.
Cuando volvió, tenía nuevos tatuajes
y el cabello rubio. Le mostré las cicatrices, del cuerpo y del alma, que se
habían producido en su ausencia y seguimos andando.
En otro lado escribí que a su
regreso, su cabello fue cambiando de color, hasta que en algún momento se rapó
y lo dejó crecer tal cual era.
Y lo que yo escribí y quedó como
fruto de mi consternación, es que descubrimos que estaba lleno de canas.
Creo que allí caí en la cuenta de
que había crecido. Así como lanzarse a caminar, empezar a hablar y hacer las
preguntas que les contaba, marcaron una etapa, el exilio y las canas fueron los
que me ubicaron como madre de un hijo grande.
¿Yo como madre de un hombre? Difícil
de creer, de asumir y sostener.
En realidad ya había tenido alertas,
cuando de todos los miembros de la familia fue el que antes utilizó la compu.
Eso fue de persona mayor. Y allí, donde los otros balbuceábamos, él ya hacía de
eso una parte rutinaria de su vida. Y en honor a la verdad, tampoco se tomaba
mucho tiempo para enseñarnos y quedábamos ante él, como fronterizos de
aprendizaje lento.
Pero lo que me interesa destacar
hoy, y ese es el eje de estas reflexiones, son los réditos de tenerlo como hijo
(de tener un hijo varón adulto) para con las actuales circunstancias. Sociedad
patriarcal, tercer mundo, globalización en marcha. Inseguridad creciente en
calles anchas y ajenas.
Y eso que Blumberg nunca me gustó.
Porque con las circunstancias a las que me refiero llega la ratificación del
privilegio del hijo varón. Más aún si es alto, atlético y practica deportes de
combate.
Lo empecé a sospechar en las últimas
elecciones. En la escuela que está frente a casa se vota. Y en cada fecha de elecciones los
automovilistas forman una larga hilera.
Cuando sacaba el coche del garage,
me cercioré de que podía maniobrar. Pero en ese mismo segundo, un conductor
llegó raudo y se paró en doble fila, justo cuando sacaba mi auto. Inevitable:
lo embestí. Lo embestí y él reaccionó irascible, aunque apenas lo había tocado.
Se vino como un basilisco amenazante diciendo: “-Qué, ¿sos ciega?-”
Yo iba a abrir la boca para
protestar cuando apareció Pablo respondiendo: “-Y vos, ¿sos boludo?-“
El dueño del auto que yo había
chocado cambió súbitamente el tono, bajo el copete, amainó el gesto furioso y
se fue a escribir cien veces: “No debo estacionar en doble fila”.
Me percaté de lo fantástico que
debieron sentirse Al Capone y los otros mafiosos con sus guardaespaldas.
La otra fue un anochecer, en que
nada amenazante me turbaba, pero que cuando ya salía, Pablo estimó que era
tarde para andar sola, e insistió en acompañarme a la esquina. El cole tardaba,
pero se quedó conmigo, aunque la calle estaba llena de gente y nada hacía
presumir que quisieran raptarme. ¿Para qué?
Y las salidas han ido cambiado,
cuando pareciera que ya no lo saco a él de paseo, sino que él es el que me
invita a mí. Y todas esas veces me asalta el mismo pensamiento: el tiempo pasa,
mi hijo ha crecido, me protege aunque con ello yo esté en contradicción desde
mi militancia feminista y reniegue de su modo tan peculiar de tomar posición
acerca de lo que es masculinidad y feminidad.
Pero al fin, tanta prédica para
venir a babearme por ese prestigio que deviene de haber hecho un hijo
¿completo? ¿Qué me completa?
No le creí a Juan Carlos cuando dijo
una vez que el vínculo de la madre con el hijo varón es el más libre de
ambivalencia. Tal como lo planteaba
Freud y al que Juan Carlos se remitía cuando se pensaba como hijo dilecto de su
mamá.
Si entendí a Graciela cuando
reflexionaba respecto a lo que le había significado la llegada de Julián “como
algo distinto”.
Así, Juan Carlos y Graciela me
pusieron en la pista de significar y entender cómo es esto. Tal vez deba
agradecerles permitirme pensarlo, porque eso me va a dejar tomar los réditos de
tal cosa.
Porque hay verdades. Muchas.
Tener a Anahí fue en su momento la
reparación que la vida me dio. Esa es la primera verdad. No hubo niña más
bella, sensible, criteriosa y chispeante, con ese sentido del humor que aún
(pese al sarcasmo que le agregaron las experiencias) le brota como manantial.
Mirándola me preguntaba muchas veces cómo es que yo podía haber hecho a alguien
así.
Andrea trajo la incondicionalidad en
el afecto y los cuidados, es la hija con la que siempre se puede contar. La que
está cuando se la precisa. Sabe acercar una boligoma cuando hay que pegar una
foto, un caramelo después de la cena o una canción después de la tristeza, en
todos los casos, cuando es exactamente eso lo que hace falta.
Pero Pablo es otra cosa.
Y pienso en el mundo de las madres que
solo tuvieron hijos, y me pregunto por su soledad en medio de tanta
testosterona, partidos de fútbol, y ropa tirada. Me digo que son madres que no
tienen quien les diga si el ruedo de la pollera o el color de la sombra de los
párpados está bien, o entrar en esa complicidad de mujeres tan necesaria.
Madres de varones que no pueden compartir una poesía desde cierta sensibilidad
o un Evanol para los dolores de panza.
Pero también sucede que me invade
cierta arrogancia frente a aquellas madres que solo tuvieron mujeres y que no
vivieron la experiencia de parir, amamantar y cuidar de ese distinto, que fue
parte del propio cuerpo, pero que se recorta como otro en medio de una selva.
Selva en donde sus atributos aún son marca de jerarquía y superioridad. En una
sociedad en donde todavía, y por mucho tiempo (como en aquella tribu de “Un
hombre llamado caballo” en la que cuando una madre perdía a su hijo quedaba
desamparada, a menos que otro guerrero la adoptara) el hijo varón confirma el
propio valor.
En fin, puede parecer pretenciosa
esta conmiseración que me invade, ante las madres que solo tuvieron hijas, o
que solo tuvieron hijos. Porque lo que hace a la significación de las personas
no lo determina la inscripción a uno de los sexos.
Pero
lo social pesa, y con respecto al hijo varón tal vez sea más significativo para
mí, porque los atributos que anhelé y me faltan, vengo a descubrir que Pablo
los despliega con toda naturalidad. Cuando niño, la destreza y coraje en el
trepador. De adulto, la firmeza ante el prepotente. Y siempre la creatividad
sin cortapisas.
Tal vez porque sea cierta (como decía Juan Carlos) alguna adhesión
primitiva, inconciente e irracional que nos sitúa a las madres como a Yocastas
en estas historias. M.C.M. 2006
16-Cuento
cotidiano
Empieza
el día.
Los
chicos llegaron tarde y tenían hambre.
Decir
los chicos, es un chiste.
En
la cocina, platos, vasos y fuentes ocupan la mesa y la mesada. En los restos,
las hormiguitas se dan un festín.
Allí
recuerdo refranes, citas bíblicas y referencias científicas. Por ejemplo: “El
casado, casa quiere”.
Por
ejemplo: “El hombre dejará por su esposa a su padre y a su madre y ella será
desde entonces hueso de sus huesos y carne de su carne…”
Por
ejemplo, entre las referencias científicas: aquel sentimiento de “nido vacío”
descripto en muchos tratados de Psicología Evolutiva. Ese sentimiento que me
cuentan que existió en épocas remotas, se refería a la desolación de las madres
cuyos hijos crecían y dejaban el hogar y se iban por esos mundos anchos y ajenos.
En
los hogares actuales no se oye hablar de “nido vacío” sino más bien de nido
superpoblado, con la suma de hijos, hijas, amigos y amigas, novios y novias de
dichos hijos e hijas, que en dulce montón hacen a la superpoblación mencionada,
y llenan el silencio con música tecno o en el mejor de los casos con lindas
canciones de Sabina. Superpoblación de la que también hay estudios científicos,
en ratas por lo menos, que dicen del efecto insalubre de meter en una jaula más
ejemplares de los que caben.
Y
hablando de ratas, menos mal que ya no tenemos los hampster, así que de esa me
salvo.
Pero
hay cierta anarquía en esto de los pajaritos comiendo el alimento balanceado de
los gatos (que parece encantarles), un gato ocupando la casilla de la cachorra,
y ella creyéndose ¿creyéndose? dueña de la casa y de paso, de todos nosotros.
Mientras
recuerdo refranes, citas bíblicas y notas de psicología, veo a la gata gorda en
la mesada, su lugar favorito, y con ella refregándose empiezo a despejar un
espacio para preparar el desayuno.
¿Cómo
manejarse con pocillos y tostadas y el edulcorante, y sobre todo con el agua de
la pava, si ella insiste en expresar su sensualidad gatuna acariciándose en
una? ¿Si una quisiera poder operar más libremente y sin riesgo de derramar el agua
y quemarse?
En
la casilla espera el gato destartalado y bajo el horno de barro, en un lugar
más protegido, el ciego que llegó este verano y que recién empieza a
socializar, pero que se guarda allí de
la perra que quiere jugar. Él no quiere, le bufa y le tira zarpazos que ella a
veces elude y otras veces la alcanzan y le rayan el hocico.
También
de su ímpetu perruno debimos proteger a las tortugas, con las que quería jugar
a los autitos, con su patota encima del caparazón. Antes estaban libres por el
patio de tierra y se comían las flores de la rosa china que encontraban en el
pastito. Ahora hay que llevarles lechugas y zapallitos, detrás del alambrado
que las guarda.
Al
último bebé gato lo cuidamos dejándolo en el baño, pero se entretiene
desenrollando el papel higiénico y esperamos poder ubicarlo pronto. Es incómodo
que nos deje el tubo vacío y la montaña de papel picado debajo, imposible de
utilizar.
En
realidad ni tortugas, ni gatos, ni pajaritos quieren jugar con la perra. Nadie
quiere jugar con ella porque treinta kilos de bestia es demasiado. Con la
torpeza de sus seis meses y la fuerza de sansón ¿cómo manejarse?
Hay
pulgas en la cama grande.
Y
entre sus fauces han ido sucumbiendo escobas, escobillones, cepillos, la media
sombra del invernadero, prendas de ropa interior, la regadera azul, el peluche
blanco de Anahí, una chinela y varios C.D. (entre ellos el de “Buena Vista
Social Club”) Ya mastico el celular de Pablo y el de Andrea. Hizo astillas un
lápiz nuevo de carpintero de Alberto y varias de mis macetas.
De
las mesitas de la sala y de la cómoda tiró jarrones y portarretratos. Los que
vamos salvando los escondemos.
Mirando
lo despojado que va quedando todo, recordé una película: “Cautivos del amor”.
En
ella, un profesor de música que da clases a un grupo de niños, vive en un
“palazzo” romano, posiblemente heredado, rodeado de mármoles, porcelanas,
cuadros y tapices. El emplea a una africana que se hace cargo de la limpieza,
de la que se enamora. Cuando intenta acercarse, ella le expresa que si es
cierto que la ama, rescate a su marido, preso político en su país de origen.
En
el transcurso de la película, lo que se sugiere es que él se va desprendiendo de todo su
patrimonio, las obras de arte, para intentar salvarlo. Desaparecen porcelanas y
tapices, cuadros y esculturas. Al fin, unos obreros, se llevan el piano de
cola, que era el espacio de su vida más significativo. Las paredes, antes
ornadas suntuosamente van quedando vacías.
Es
el precio que paga por demostrar lo que siente a la mujer amada.
Mi
casa va quedando así. Desolada como el palacio
Y
esto tiene que ver con que de algún modo todos somos “cautivos de un amor”.
Del
afecto de Pablo por la cachorra, de quien se enamoró y fue el flechazo
instantáneo desde que se vieron y abrazaron por primera vez.
Ella
corre a saludarlo cuando él llega de la calle mientras se hace pis de pura
emoción y lo lava a lengüetazos.
También
cautivos de nuestro amor, primero por él y después por ella, que llora tras la
puerta si la dejamos sola.
En
el patio los nísperos van dejando su marca. Y las flores del jacarandá hacen
una alfombra.
Pero
muchos malvones, rojos, bancos y de color salmón, las achiras y el lirio
japonés, quedaron arrasados.
La
sandalia misionera sufrió varias amputaciones, y los lazos de amor vieron
disminuido su número.
La
hiedra resiste heroica, pero pálida y amedrentada.
Cuando
miro mi patio, que antes era frondoso como una selva y ahora se ve bajo lo que
llaman “efecto de desertización” me entristezco.
Marta
me pide que consigne que estar en familia es como un apostolado. Dice que lo
aprendió en la escuela de monjas.
Creo
que se refiere a estar con nuestros hijos, como apostolado. Los que componen
esta generación que no se va. O que se va pero vuelve. O que se va pero no del
todo.
Y
también a estar con sus mascotas.
Creo
que tiene razón. M.C.M. diciembre
2005
17-De
muertes y nacimientos
1- Él
me había contado que en el galpón de herramientas, en el campo donde tanto
tiempo pasa, campo que es el eje de sus charlas y centro de sus esfuerzos,
(donde además toma fotos, escribe y piensa) habían quedado las urnas con los
restos de los abuelos irlandeses. Aquellos que con tantos otros habían iniciado
en argentina la saga rural.
El abuelo y la abuela habían armado su vida
con ese duro trabajo, y cuando murieron él aún no estaba, pero supo por sus
padres de la bravura de aquellos luchadores.
Por eso se le antojó que era un buen lugar
para ellos, ese galpón en el campo que habían cultivado, en el que llevaron
adelante sus vidas y proyectos, en el que se amaron, campo que luego legaron a
sus hijos y que hoy él cuida y atiende con alegría.
Las urnas estaban allí como continuidad de
esas vidas cuyos restos guardaban, cuando entraron ladrones. Y tal vez
sobresaltados al ver su contenido de huesos y cenizas las dejaron caer, y
huesos y cenizas se mezclaron en el suelo de ese galpón en el campo.
Y cuando él llegó, decidió entonces, que ya
que el azar lo había dispuesto, era bueno que los abuelos ocuparan una sola
urna.
Y allí están, abrazados, compartiendo una
misma caja para siempre.
2- En
cambio, el destino de los restos del chico, fue tan triste como triste había
sido su vida.
Dicen que el de sus padres fue un divorcio
más que conflictivo, que él quedó como botín de guerra, que no encontró su
rumbo, que en su adolescencia fue a vivir a un departamento, lejos del padre,
de la madre y de la abuela.
Que después de mucho peregrinar renunció a
los tratamientos con que se intentaba aliviar su angustia.
Que se fue aislando. Que finalmente quedó
solo.
Que tenía conductas bizarras, que alejaban
más a los que querían ayudarlo. Que una noche se encerró y se puso en una tarea
que le demandó horas. Romper todos los objetos a su alrededor. Destruyó hasta
los cimientos el lugar en que vivía, arrancó griferías y aparatos, masacró
muebles y objetos.
Después escribió un par de cartas, en donde
decía de estar “en medio de un silencio que aturde”, se desnudó, se recostó en
la cama que tanto sabía de sus llantos y se mató.
Los que entraron encontraron el lugar en
ruinas y a él como otra ruina en su delgadez pálida de 19 años.
La madre insistió en algo inusual en el
cementerio, no había antecedentes en lo que ella planteó. Luego de la
cremación, dividieron las cenizas y las colocaron separadas en dos urnas.
Dos urnas que iban a parar al mismo río, pero
desde dos lugares diferentes.
3-
Patricia nos mostraba, al grupo de mujeres, la filmación de la primera
ecografía de su bebé.
Era difícil distinguirlo dentro de su panza.
En determinado momento, se colocó de tal modo
que fue visible claramente en la pantalla.
No recuerdo cuantas semanas tenía. Pero sobre
el fondo oscuro era como un fantasmita de gran cabezota, manoplas al extremo de
frágiles brazos y desde el torso hacia abajo se lo veía como a Oaki, el
personaje de historieta que se desliza
reptando, fajadas piernas y abdomen en un mismo envoltorio.
Allí estábamos embobadas mirando las imágenes
de esa larva cabezona, cuando tal vez, percibiendo nuestro regocijo, levantó y
agitó una de las desproporcionadas manoplas en lo que parecía un entusiasta
saludo.
Alguien a mi lado, no recuerdo quién, dijo:
-Vamos a tener que volver a pensar en esto de la vida intrauterina.
4- Miguel y Ana ya tenían dos hijas. No
estaba en sus planes aumentar la familia.
Por eso la noticia de un nuevo embarazo
sorprendió a ambos. Ya estaba
instalado pese a la zozobra que su existencia
despertaba.
Ana pudo hacerse cargo de eso que había
acontecido en sus vidas.
Miguel permaneció ensimismado. Pasaron los
primeros días.
Su silencio y parquedad, su seriedad y
distanciamiento no tenían fisura.
Pasaron más días aún.
Llegó el momento de la primera ecografía y
cuando estuvo lista la llevó para verla en la computadora de su trabajo.
Pasó una tarde mirándola, una y otra vez, sin
poder despegar sus ojos de la pantalla. Una y otra vez, en una suerte de
fascinación son coto ni medida.
Y sucedió algo. En determinado momento, algo
en él hizo click.
Y sintió que podía aceptar e incorporar a ese
hijo que venía. Que podía nombrarlo, nada menos.
Que más allá de altibajos y conflictos, había
podido ser un buen padre de las hijas que ya tenían y que si se daba tiempo,
también podría ser un buen padre para quien lo interpelaba desde las imágenes,
por el solo hecho de estar allí.
Levantó el teléfono para hablar, al fin.
5-
Miriam me trajo las imágenes en 3D de su nieta.
Ya había visto otras, y siempre son
emocionantes.
Pero esta vez hubo algo especial. En la
sucesión de imágenes podía verse la carita y sus rasgos singulares. Chupándose
el dedo en una, durmiendo, volcándose de costado en otra.
Miriam dijo: Aquí el médico ha de haber
apoyado más fuerte el censor del aparato que registra. Y mirá lo que pasó: En
la imagen siguiente, la bebé hacía pucheros. Era tan inequívoca la expresión,
que no daba lugar a dudas.
Todos los rasgos se contorsionaban en un
gesto de pena, como el que precede al llanto y desde ese gesto convocaba la
protección, el amparo de quienes mirando las fotografías, pensábamos en la
inauguración de un repertorio de emociones. Algunas empezaban ya, y con ese
puchero nos contaba algo. Que no es cierto que con el número dos es que empieza
la tristeza.
M.C.M. abril de 2009
III-
INTERPELACIONES
18-El gato ciego
Apareció
una mañana en el techo del invernadero.
Sus
ojos inmensos eran dos espejitos raros, tornasolados. ¿Cataratas felinas?
Se
mantuvo a cautelosa distancia, pero aceptando la comida que le acercamos.
Nuestros otros dos gatos no parecían darle la bienvenida.
Digo,
los dos gatos que sobrevivieron en casa porque no pueden trepar. Había más
gatos, pero fuimos dándolos a otras familias porque corren riesgo de ser
envenenados por una vecina que los odia.
El
macho, el Destartalado gris, que tiene problemas en la columna y corre de
costado, pudo subir con dificultad al techo, pero fue para confrontar al ciego.
(Ese gato había encontrado un adversario a su medida en otro discapacitado del
vecindario, que perdió una de las manitos, de bebé en un accidente. Cuando mi
gato Destartalado pelea con Trespatas me recuerdan la pelea de South Park entre
el niño con muletas y el que está en silla de ruedas).
La
gata es una duquesa pero su obesidad le impide grandes despliegues. Está con
nosotros desde que fracasamos en el intento de regalarla. Habíamos querido
dársela a una familia que la devolvió después de un par de días. No comía y
quedó escondida bajo un sillón sin socializar, así que comprendimos que nos
estaba eligiendo, y la dejamos en casa. Ella fue sorteando los peligros hasta
llegar a ser tan gorda y pesada, que creemos que ya no se va a acercar al
tapial de la asesina.
El
ciego estuvo así, instalado en el techo por varios días, de noche se guardaba
en un hueco entre las ramas de la bignonia rosa. De día se desplegaba al sol.
Una
mañana pude ver a un picaflor que le revoloteaba delante de la cabeza. Él se
quedó quieto, en la misma posición, sin registrarlo.
Con
el paso de los días parecía acostumbrarse a su habitat, pero no parecía
aumentar su confianza.
Mi
hijo decidió bajarlo al patio y fue una batalla encarnizada la que libraron
entre maullidos, puteadas y arañazos. Aunque tenía guantes y es ágil, no le fue
fácil, manejarse con el ciego, enfurecido y terco.
Ya
en el suelo, el gato se refugió entre las plantas y comenzó otra etapa.
Tanteando
fue midiendo las dimensiones del terreno, descubrió que puede refugiarse en
varios lugares, si no quiere ser molestado. También aprendió a encontrar el
alimento, pero siguió sin permitir mayor
proximidad.
Lo
más que he logrado, una vez que estaba tras las cañas, fue acercarme y llegar a
acariciarle el bigote izquierdo, antes que diera media vuelta con desprecio y
se zambullera más adentro entre las plantas.
Ni
siquiera con comida rica, tipo atún o pollo, he logrado seducirlo. Aunque él
acepta cualquier cosa, a diferencia de los otros dos, de los que mi marido dice
que son unos cerdos burgueses y que
tienen una tilinguería de clase media. También propuso para el ciego, una
consulta a Ferroni, para evaluar si necesita de su cirugía con láser.
Pero
se suman a la desdicha del ciego, de no ver y tener que moverse tanteando, lo
que para un gato ha de ser grave, otras cosas.
Por
empezar el malhumor del otro gato, que ahora lo acepta, pero a regañadientes, y
sobre todo un nuevo infortunio. Parece haberse prendado de la gata obesa, que
es bella de cara aunque parezca un surubí, y que lo rechaza ostensiblemente. No
sé si porque es advenedizo, porque es ciego o porque es pobre y desclasado.
Lo
cierto es que se lo escucha maullar plañideramente en sus subidas hormonales, y
ella: nada.
Anoche
pareció especialmente melancólico. Andrea sugirió que para atenuar su pena, le
consigamos una gata inflable en un porno-shop.
Para colmo, los dos horneros y la calandria que
bajan a picotear su comida, me hicieron pensar en las contradicciones de su
vida. Pudo defenderse con todo su salvajismo, de mi hijo, que pesa ochenta
kilos y es una masa, cuando lo bajaba del techo, pero a los pajaritos que lo
invaden y le roban su alimento, no los puede poner a raya porque no los ve. Y
además la casquivana que le quita el sueño no le da bola. Temo una grave crisis
en su autoestima, temo que su narcisismo de matón del arrabal se vaya
erosionando y tengamos un drama en la familia. M.C.M. noviembre 2007
19-Los
amigos de mi hijo
Germán y Juan me trajeron una velita
perfumada al limón en mi cumple, aquel año, hace varios, cuando Pablo había
viajado lejos.
Nunca olvidaré ese gesto. Fue como que
tomaran la posta de él, que no estaba, y me lo trajeran un poco.
Con Pablo en Barcelona yo me movía entre
inciertas defensas ante los sentimientos que generó su partida. Me había
inventado una broma, cuando me preguntaban cómo estaba yo, respondía: “Bien.
Reprimiendo la angustia y negando la ausencia”. Una joyita.
Debía conformarme con los correos y las
llamadas.
Respondía a los correos y eludía las
llamadas. No quería que él advirtiera en mi voz los signos de lo que yo sentía:
su falta.
Germán ya formaba parte del grupo de amigos,
desde que el año anterior había colaborado en la presentación de una de las
“Pichincha” elaborando y trayendo para su degustación tartitas vegetarianas.
Con ellas es que intentaba poner en marcha un emprendimiento que luego quedó en
suspenso. Pero el día de la presentación de la revista estuvo entusiasta,
repartiendo porciones aquí y allá tratando de que se conocieran sus productos.
Enfundado en cuero negro y con una serie de
tatuajes en sus brazos y de piercings de lo más variados en su cara, ese chico
alto, desgarbado y extraño, no convocaba a la calma. Más bien no se sabía que
esperar de él. ¿Sacaría de entre sus ropas un nung chaco? Seguro que lo que no
se esperaba de él eran tartitas vegetarianas. Cuando él se acercó, Jor que
estaba a mi lado pegó un respingo.
Luego dijo: -¡Que cariñoso el chico que vino
a saludarte! Yo lo estaba mirando y me llamaba la atención…
Juan, semejante a un Johnny Deep como pirata
del Caribe, el cabello enrulado al viento también formaba parte del grupo.
En ese tiempo nos hacía conocer sus incursiones
en los ahumados que preparaba en un horno especial. Especialmente pescados que
hacía que en casa se chuparan los dedos.
Su fascinación por la cocina alternaba con
otras inquietudes que lo llevaron primero a trabajar con niños especiales y
luego con adolescentes en riesgo social. Aún se lo escucha en la defensa de sus
chicos. Y si él los defiende es porque hay quienes los atacan. Su cruzada es de
esas patriadas difíciles y largas.
Tal vez prolonga en estos chicos el cuidado
que prodiga a su hijo, un niño que es su clon y que suele acompañarlo. Juan es
el único en el grupo que ya es papá, y ejerce muy orgullosamente su rol.
Mauricio es kantiano. Digo, porque lleva la
duda metódica siempre a cuestas. Se lo escucha vacilar reflexivo ante cada cosa
con incertidumbre, pero no cualquiera, sino la incertidumbre apesadumbrada, que
parece ser su ámbito.
La alterna con toques de ironía y actitud de
sospecha y revisión crítica de todas las cosas: desde si está soleado, a la
cinta de Moebius.
Una vez le dije que como escribió Marcelo
Birmajer de sí mismo, él primero se angustia y después ya verá el por qué.
Total, siempre hay algo.
Ahora está contento porque empezó a cursar un
seminario en la Facultad y es el único varón del grupo, así que está en la
mirada de todas las chicas. Capaz que se pueda instalar mejor con su
autoestima, porque es muy inteligente y hace observaciones sagaces. Y si hay
algo que a las mujeres nos erotiza es la inteligencia, yo sé por qué lo digo.
Para él, el “Pienso, luego existo” se ha
transformado en “Me angustio, luego existo”. (1)
Matías tiene un auto terrible. Para invitar a
sentarme debió despejar el asiento de botellas vacías, papeles, botones, ratas
muertas y no sé qué más.
Pero fue solidario al ofrecerse a llevarme,
así que lo otro es solo un detalle.
Yo le había preguntado a Pablo: ¿Quién es el
desgreñado? Entonces Pablo le dijo: “Mi mamá dice que sos un desgreñado”.
Y me dio un poquito de vergüenza.
Después supe que además de desgreñado, como
es arqueólogo y hace buceo lo han contratado para el rescate de los galeones
hundidos. Como el de Puerto Madero en el 2008. Otro en Sri Lanka y algunos que
Pablo no se acordaba. Pero que hicieron que yo empezara a mirarlo con respeto.
Al fin también las rastas son solo otro detalle para quien tiene una misión tan
importante como recuperar tesoros legendarios. Y digamos que no suena igual
decir que un amigo va en misión especial a Sri Lanka que decir Fulano veranea
en Calamuchita.
Y hablando de rastas, el Turu y su peinado
imposible son otro capítulo. No existe uno como el de él. Los desafío a
buscarlo. Es una mata extraña. Mitad rodete, mitad batido y trencitas en algún
lugar. Es músico y muy cordial.
Me comentaron que recientemente, en un
recital, se le acercó un pibito que le dijo: -¡Loco, que pelo fantástico. Que
peinado increíble! ¿Me dejás que te tome unas fotos?
Y el Turu lo dejó, y posaba para el pibito,
que con el celular, le tomaba fotos desde distintos ángulos.
Los Gustavos son dos. Y también dieron lugar
a malentendidos telefónicos cuando yo tomaba a uno por otro y el que hablaba me
seguía la conversación para no poner en evidencia mi error.
Por ejemplo, un domingo en que un Gustavo
llamó le dije: “Leí recién la nota sobre los soldados de Malvinas, que salió de
tu oficina. Qué buena che!” (Silencio del otro lado de la línea. Era el otro el
que llamaba, pero no me contradijo, ni me aclaró nada, porque es muy tímido).
Porque hay, de los dos, un Gustavo que hace
una por color. La última fue, que cuando yo llegaba apurada al Museo, porque ya
empezaba el panel, un chico con gorro de visera y gesto cabizbajo, me abrió la
puerta del taxi, pidiendo “una monedita señora” con voz plañidera. Abrí la
cartera y cuando levante la vista, era él, muerto de risa por mi despiste.
Con soltura y cara de atorrante le sale al
paso a lo que se presente.
Y hay el otro Gustavo. Con talento y
sensibilidad artística, que muestra sus creaciones cauteloso y discreto. Que
jamás se atrevería a bromear, ni a levantar la voz, ni a tomarme el pelo.
Franco, que es grandote y de vozarrón, me
había creado la impresión de ser muy fuerte y seguro. Pero se me definió a sí
mismo en su faceta sensible, una vez que contó sus expectativas de reencuentro
con la que fuera su novia. Parecía extraño que los dos metros de hombre
volcaran tan sinceramente su ansiedad por la distancia y la urgencia de
reconciliación. Más ante mí, que soy solo una madre. Pablo le había prestado un
libro machista y horrible con estrategias en solfa para casos de ruptura y
desazón.
Y Franco seguía relatando acerca de sus
amores, planteándome sus dudas respecto a si la casquivana volvería a
aceptarlo. Y a raíz de lo que contaba,
terció Pablo que recién llegaba: -Sí, pero tenés que cuidar de no ser
sólo un “ojeto sesual” para ella.
La frase me pareció de antología porque en
mis tiempos, ese cuidado solo lo debían tener las mujeres. ¡Cómo cambiaron las
cosas!
Lo cierto es que la última vez que lo vi,
caminaba con un chica linda, así que me pareció que tiene posibilidades de que
la cosa se encarrile.
El Edu es tan místico que parece flotar y
ninguna inquietud terrena lo roza. Parece bien claro que él está para otra
cosa. Cuando nos da clases de yoga, es bastante generoso conmigo, que apenas si
logro la vela y para hacer el arado me descoyunto. Pero el me estimula: -Muy
bien, muy bien… para tu edad…
Sin el menor escrúpulo ni conciencia respecto
a lo que está diciendo.
El Negro, que es tan serio, trajo de su
viaje al Brasil, unas hermosas láminas
en 3D que me puse a descifrar. Y un vaso para Pablo con dibujitos en color
rojo. Creí que eran motivos folklóricos hasta que lo miré bien. No me había
dado cuenta de que eran reproducciones del Kama Sutra.
Dieguito tiene el aspecto de un oriental. Con
los ojos achinados y la coleta le propusimos que se cotizara más alto cuando
entró a trabajar en una casa de sushi.
Sus empleadores jamás encontrarían otro como él, con tanta portación de
cara y estilo. Con el físico de rol exacto, como un Sumo sonriente tomó la
idea, pero no sé si la hizo prosperar.
Dieguito como les decía, no lo es, pero
parece tan oriental como Franchi, otro amigo, al que cuando niño, si le
preguntaban si él era japonés respondía con sonrisa enigmática: “No, mi papá
viene de Córdoba”.
Como había compañeros tontos que lo
discriminaban, Pablo, que lo consideraba su alma gemela, una vez trató de darle
el siguiente consuelo: “No hagás caso. Vos serás japonés, pero sos un buen
chico. Además capaz que cuando crezcas se te pongan redondos los ojos…”
Yo, desesperada, no sabía cómo hacerlo callar
a Pablo, pero Franchi seguía sonriendo enigmáticamente, más allá del bien y del
mal.
Los dos habían encontrado una manera,
saltando el tapial que comunicaba las casas por los fondos, en vez de dar la
vuelta por la calle, para llegar más rápidamente.
Pero Franchi era muy educado y yo temía a
veces que no lo dejaran seguir frecuentando al indisciplinado de mi hijo. En
una oportunidad en que preparaba la merienda le pregunté: “Ya va a estar…¿Tenés
hambre?” Y él respondió: “Yo tengo hambre solo cuando la comida está lista”.
Solo pude decir “¡Glup!”
Definir a Shambala es definir a un Shambala
con el templo implícito.
De lo más exótico, alterna música con
filosofía.
Santi, el de la barba mutilada por una
malvada amiga de la madre que lo agarró descuidado, me hizo pensar que debe
tener una entereza estoica para no putearla en el momento y planear una
venganza después.
Y con Daniel es con el único con el que
intercambiamos escritos. Él me ha mandado sus poesías y yo mis relatos. Como es
muy reflexivo solemos ponernos a arreglar el mundo cuando charlamos. El mundo
sigue tal cual, pero nosotros nos vamos un poco más contentos. Parecemos los
simpáticos inoperantes de los que habla Mafalda.
En fin, es una galería. Pero una galería
incompleta porque no están todos y porque no está todo de cada uno. Es solo un
paneo por la forma en que ellos componen mi vida, parte de mi vida, La parte de
mi vida que me trae, que me acerca Pablo, para que sea más divertida.
M.C.M. primavera 2009
(1)
En relación a Mauri, nobleza obliga, tengo
que confesar que un par de veces me ha
pescado en situaciones en que yo disimulaba. Por ejemplo, mirando la foto de la
graduación de Pablo fue el que comentó: “María, estabas triste esa noche…”,
como si hubiera adivinado la ambigüedad respecto al crecimiento de los hijos.
Y
otra vez que comentábamos acerca del valor de la sinceridad y el me dijo: “Lo
grave no es que te mientan, sino que te lo creas”
20.La
fantasía cumplida
Todos
los que trabajamos en psicología o en psiquiatría, con neuróticos habitados por
ansiedades, fobias, obsesiones o esos cuadros que dan lugar a la exploración
del inconciente, tenemos una fantasía que nos acompaña. Y es la del encuentro
con otro tipo de paciente, esto es, con un loco-loco, de esos que en las
películas asaltan cuchillo en mano a su terapeuta, para acabar con él,
atravesado con 25 puñaladas. Algo así sucedió en la trama de una novela muy
leída en mi generación como fue “Cuerpos y almas”, y fue tema también de
algunas películas más recientes. Ustedes recordarán a “Copy cat” o a “Dragón
rojo”.
Lo
cierto fue que cuando esa mañana el timbre sonó estridente y continuo, sin
parar, yo estaba lejos de pensar en la que se me venía: la presentación, sin
anestesia de uno de tales “casos”.
Estaba
ante la mesada previendo el almuerzo, con delantal de cocina y en pantuflas,
cuando ese timbre perentorio y sin interrupción me hizo volar al jardín,
cucharón en ristre. Y entonces lo vi, en sus dos metros y doscientos kilos, un
dedo pegado al botón y expresión furibunda. En la otra mano tenía encendidos
dos cigarrillos y los chupaba con entusiasmo e impaciencia
Hace
treinta años, una amiga me llamó una noche para pedirme que viera a su hermano
adolescente que había entrado en una crisis violenta en donde se puso a
destruir cosas y que además amenazaba suicidarse. Lo recibí y lo derivé a
tratamiento psiquiátrico. Había registrado la emergencia de un cuadro que por
sus características y edad de aparición me daba muy mala espina.
Entró
en tratamiento psiquiátrico y desde entonces tuve noticias ocasionales de
sucesivas internaciones, de preocupación familiar, de problemas en el barrio
por los desaguisados de un enfermo crónico, que perturbaba a los vecinos, que a
veces tenía mejoría, pero que nunca pudo recuperar el juicio, y así poder caer
en la bolsa heterogénea de los más o menos neuróticos, como somos la mayoría.
Esto es, se trataba de un loco-loco.
Bueno,
era él el que estaba pegado al timbre, ante la reja. Plantado como un poste de
alumbrado, pero ceñudo. Cuando me acerqué con idea de hablarle, empezó la
catarata de demandas, y cuando se dio cuenta que no las atendería - como
aquella noche de hace treinta años, cuando me lo trajeron- continuó con la
avalancha de insultos, de los cuales solo registré los primeros: Yo a usted no
me la cogería porque es más fea que un sapo…Dijo esto mientras me tiraba el
humo de los dos cigarrillos, y yo sostenía valientemente la mirada y trataba de
no toser porque tengo dignidad, pero quedándome de este lado de la reja porque
no soy sonsa.
Desde
allí no recuerdo, porque la cosa se complicó, con la aparición desde la puerta,
de mi hijo. Y sucedió que ante la actitud intimidatoria del que entre un
insulto y otro, me tiraba a la cara el humo de los dos cigarrillos que fumaba
simultáneamente, él se sintió convocado a defender a su madre (Madre hay una
sola y si es psicóloga peor) y encrespado como un erizo se acercó a la reja
como si fuera a comerse al ofensor. Algo en la escena me recordaba a Pappo y su
voz ronca cantando: “Que nadie se atreva, a tocar a mi vieja, porque mi vieja,
es lo más grande que hay…” Y como mi hijo también es una mole me costó pararlo
jurándole que no pasaba nada. Nada que yo no pudiera entender y resolver le decía,
plantada delante de él y mirándolo para arriba porque me lleva una cabeza,
mientras lo empujaba con el cucharón dentro de la casa.
En
eso estaba cuando se abrió la ventana de la planta alta y apareció mi hija en
el balcón, no como la tímida Julieta, sino como una desatada y enfurecida bruja
que le gritaba: Vas a ver si bajo y te rompo la cara gordo boludo, a mi mamá
vos no la vas a tratar así… Y seguía profiriendo amenazas con términos
impropios para una señorita de esas finas que hay, mostrando mi fracaso en
educarla, pero términos impropios que tuvieron el efecto de dejar desconcertado
al visitante. Tanto que alternativamente me miraba a mí, a mi hijo parado como
un levantador de pesas y al balcón de donde procedían las palabrotas. Algo
debió hacer clic en su cabeza.
Todavía
yo intentaba hablar con él, empujar a mi hijo y lograr que mi hija se callara y
se volviera a guardar en la casa, y todo eso era demasiado.
Entonces
mirando al gordo le dije algo que no fue muy terapéutico, pero fue lo que me
salió. Sé que muchos colegas se desgarrarán las vestiduras cuando lo cuente,
pero hubiera querido verlos allí.
Le
dije: Andate a atender al hospital, que está a la vuelta, porque si te quedás
acá ellos te van a romper el alma a patadas.
El
loco se fue, porque es loco pero no come vidrio, pero antes tiró los dos
cigarrillos encendidos en el buzón. Junio 2005
21-Me gusta preparar la Navidad
El primer arbolito de Navidad que compré para
Anahí es el recuerdo de un fracaso. Porque lo armé a escondidas para darle la sorpresa,
y cuando ya estuvo listo sobre la mesa, festivo y alegre con sus globitos de
colores y guirnaldas, la llevé upa a presentárselo y quedé a la expectativa de
su asombro. Pero ella lo miro muy seriamente, desde sus dos años y me dijo:- Bueno, ahora “prendei”.
Pero yo no tenía nada que prender porque el
arbolito no tenía esa lucecitas que se encienden y se apagan.
Me recordó al padre de Mafalda cuando le
dice: -Te traje una sorpresa!
Ella dice : -Un televisor!
Y en el cuadrito siguiente se lo ve sentado
en el suelo y deprimido comiendo algo, mientras dice:
-Nunca supuse que un chocolate pudiera tener
gusto a fracaso.
De todas maneras me sigue gustando preparar
la Navidad.
Implica sacar el arbolito del armario y
ponerle ahora, además de los globitos de colores y guirnaldas, alguna de esas
luminarias que cuando se encienden además son musicales.
Se pueden elegir entre los villancicos el más
lindo.
Este año las perras (Huan y Lucien su
cachorra) descubrieron que podían alcanzar la mesita donde lo apoyamos, así que
al rescatarlo el árbol estaba tan aplastado como si se hubieran acostado encima
con sus osamentas de dogas bien nutridas cuando lo arrastraron desde el living a su cucha..
Pudimos recuperar muchos de los adornos y las
lucecitas intactas. Ahora, rearmado y bastante digno pese a la aventura, lo
escondimos para evitar nuevos estropicios en una habitación con llave.
De todos modos lo del arbolito es uno de los
preparativos.
Solemos poner un pesebre adelante y un papá
Noel al costado.
Todo eso es hermoso y se hace sin problemas.
Después viene lo de arreglar el patio con
otras lucecitas y por último buscar en
la bolsa las guirnaldas para el jardín.
Esta vez había escuchado que “la planta es a la tierra como el
espíritu es al cuerpo”. Lo decía Analía y yo le creí.
En el jardín hay un muérdago que ha crecido
mucho.
Pero este año, el 8 de diciembre cuando, como
todas las Navidades tuve que poner las guirnaldas del jardín, para cumplir con
la tradición, pensé lo de Analía, que dijo: la planta es a la tierra como el
espíritu es al cuerpo, pero no pude dejar de preguntarme quién me manda y que
hace una chica como yo en un lugar como éste, porque sucedió algo.
Me proponía adornar el muérdago, cada año más
alto, estirándome hacia las ramas, y las hojas me rayaban las manos y los
brazos.
Así que me pareció desencontrado del clima
navideño el escuchar que alguien puteaba y puteaba al pincharse con las hojas
del puto, puto, putísimo muérdago. Era yo.
M.C.M. 2009
22-Un
fin de semana especial
Hay,
a veces, hechos que se suceden y superponen para hacernos pensar.
El
primero fue mi caída del viernes.
Yo
leía tranquilita el Página 12, con la gata en la falda, cuando sonó estridente
el timbre.
Me
levanté sosteniendo con la mano izquierda y por la panza, a la gata, con
intenciones de depositarla en la silla para que siguiera con su siesta, y con
la mano derecha me estiré hacia el teléfono del portero eléctrico, que estaba
allí nomás, a dos pasos, para contestar la llamada.
Pero
no preví varias cosas: la complejidad de esas varias maniobras simultáneas, la
ausencia en mí, de dotes de equilibrista y malabarista, y el piso encerado.
Así
que cuando quise darme cuenta, estaba patinando vertiginosamente, sin alcanzar
el aparato, sin depositar a la gata en la silla, pues conforme yo caía con
estrépito, di contra el marco de la puerta vaivén, que soltó una de sus
varillas con ruido a madera rota, al mismo tiempo que la gata salía despedida
por el aire con cara de no entender por qué yo, que la había tenido amorosamente
en la falda un momento antes, la revoleaba ahora por el aire como si fuese una
bolsa de papas.
Cuando
logré recuperarme del golpe y levantarme del suelo con el codo y el amor propio
magullados, ella seguía mirándome asombrada, eso sí, a prudente distancia.
Pregunté
por el portero y era Elena que venía a traer un cassette grabado con la
intervención de Pablo en Plan A. Cuando volvía de la puerta con el cassette en
la mano, la gata ya había recuperado su dignidad, pero ostentaba un aire algo
ofendido.
Al
día siguiente llegaban mis primos, Luis y Oscar, y siempre con ellos es lindo
el encuentro. Esta vez había una celebración y era por los 91 años de su mamá (
mi tía).
Pero
esta celebración se superpondría a otras cosas.
Luis
me había contado la idea, compartida con su hermana, de proteger a su mamá,
desde hacía un tiempo, de las malas noticias, para evitarle disgustos
innecesarios. Y yo me había sumado a la idea.
La
cuestión funcionó bien, con ellos y yo confabulados para filtrarle las cosas
que pensábamos que podían afectarla.
Pero
los hechos no fueron del todo como los planeábamos, porque un buen día la tía
se enteró por otras vías de alguna mala
noticia, de las que le habíamos escamoteado, y los había increpado a ellos (yo
me salvé de que “me agarrara” como prometió) por dejarla afuera de duelos,
infartos, quiebras fraudulentas y otra pálidas.
Así
que Luis había estado pensando en cambiar el enfoque. Y supo justo, justo, que
un pariente, un tío político, con el que habían tenido una relación bastante
cercana y que estaba enfermo, se había agravado y tenía pocas `posibilidades de
recuperarse.
Mientras
Luis y su hermana, Tere, pensaban como manejar la información esta vez, ese
pariente falleció. Y ahí se vieron en la alternativa de decidir qué hacer con
esa noticia.
Y a
él se le ocurrió (hay un cuento de Cortazar con ese tema) tomar el toro por las
astas. Pero con una vuelta de tuerca que me pareció genial.
Luis
fue con su madre y le dijo compungido: “Andá sabiendo que el tío falleció,
pero...lo más importante es que vayas pensando (esto dicho con una expresión
seria, contenida y concentrada) cómo le damos la noticia a Tere, porque vos
sabés cómo es ella de sensible, cómo lo quería al tío y cómo la puede afectar”.
Su
madre, mi tía, pensó un momento y con la palma extendida hacia él como
frenándolo y al mismo tiempo liberándolo de la tarea, afirmó contundente y
segura: “Dejámelo a mí”.
Luis
completó el relato: “Maté dos pájaros de un tiro, le dije a ella, pero al
pedirle que viéramos como decirle a mi hermana,
volvió a sentir que se podía hacer cargo de cuidarla, de cuidarnos como
cuando éramos chicos”.
Y en
cuanto al cumpleaños, días después, lo celebramos en la parrilla que ella, mi
tía, había elegido. Nos encontramos allí a la hora fijada, y todo transcurrió
amable y cordial.
A
los postres, uno de los mozos, maduro, de cabello cano, vestido de gaucho como
los otros, con vozarrón de gaucho más bien aguardentoso, como cultivado en la
ginebra muchos boliches, desenvuelto como gaucho en la pampa, llevando las
bandejas de achuras y tiras de asado, se acercó a nuestra mesa y pidió la
aceitera.
Luis
se la alcanzó y el gaucho maduro y canoso lo miró fijo y dijo: “Cuando yo
enviude, usted queda nominado”.
Como
mi primo es un hombre de mundo no se altera con esas minucias, pero yo, que soy
una chica de barrio confieso que quedé sobresaltada.
Y el
avance del mozo vestido de gaucho
nominando a mi primo, me recordó otros avances, que me sonaron
sorprendentes.
Es
que últimamente vengo escuchando el discurso de los eventuales galanes y
tratando de descifrar intenciones, y sucede que no entiendo y me pierdo.
Pero
a veces hay reiteraciones sospechosas, me contaba alguien y yo he podido
observar. En las que, más allá de ideologías, extracción y proximidad, los
caballeros coinciden en sus planteos de un modo llamativo.
Esas
reiteraciones se dan en algo que es como una especie de libreto que hemos
podido detectar y no se advierten de primera, que sorprenden cuando se los
escucha por segunda vez. Y ni les digo la tercera.
Así
ha sucedido que viniera de un compañero del segundo grado, de un colega o de un
ex novio los planteos pasan por tres momentos:
Primero
plantear lo maravilloso del encuentro. El asegurar por ejemplo: “¡Cómo me
estado acordando de vos! Vos sabés cuanto te quiero... pienso que fuiste la
mujer de mi vida. ¿Por qué fue que no nos casamos? Si éramos el uno para el
otro...No debí perderte de vista, y este encuentro casual debería ser una señal
...
Después
proponer: “Esto tiene que ser un principio. Llamame a cualquier hora, cualquier
día, que quiero que nos veamos para poder charlar. Este es mi número (celular,
jamás fijo).
Y
por último, como estocada existencial y en tono cómplice: “Cuando seamos
viejitos y estemos en un geriátrico, sabés como nos vamos a arrepentir si no
tomamos esta oportunidad que nos da el destino”.
¿Habrán
leído las indicaciones en algún manual de Internet que los planteos vienen
siendo tan semejantes? Porque de creatividad: cero.
Bueno,
¿Y qué tiene que ver la caída en la que me estrolé contra el piso y alarmé a mi
gata, la juventud de los 91 años de mi tía retomando las riendas, y los lances
de galanes atípicos o convencionales que nos sumergen en la sorpresa?
No
sé, tal vez tengan que ver en que aunque seamos vulnerables nos podemos levantar
si nos caemos, y hacernos cargo de cuidar a la propia madre o a los propios
hijos, y además estar atentos a las convocatorias más bizarras que aparecen con distintos disfraces
pero los mismos argumentos...porque sucede que el zorro no pierde las mañas aunque
se quede calvo.
M.C.M.
mayo del 2007
23- Mi tía (carta a un amigo que no la conoce)
Empiezo con el recuento de un par de
historias del fin de semana. La más importante es la de que mi tía de 92, la
que elige Punta del Este para veranear, (la madre de Luis, mi primo de Bs. As),
se enredó en la alfombra a los pies de la cama, se cayó y se fracturó la cabeza
del fémur. Parece un accidente frecuente y que requiere cirugía. Los médicos
consideran casi una rutina este tipo de intervenciones, pero ella es muy
mayor...aunque asombraba a todos los que veían la historia clínica y tomaban
nota de su edad.
Estuve ayer, y claro... ¿quién podría
adivinar que la señora de piel impecable, maquillada con discreción y el
pelo castaño claro, que conversaba incansable tiene esa pila de años!
Ella con coquetería se excusaba ante los
halagos y argumentaba: "es que siempre use cremas y me teñí el
cabello...no me gusta parecer descuidada..."
Bueno, estando allí me pidió que le
avisara a Luis que estaba bien, calmada y animosa y que no se inquietara por
ella. Le dije que mejor se lo dijera ella misma y lo conecté a su celular.
Después se lo pasé para que hablaran ellos sin intermediarios.
Lo que quedó para grabar fue la
conversación, porque sabiendo que él estaba saliendo de viaje y no podrá verla
hasta su regreso, le dio todas las recomendaciones que suelen dar las
madres: "No hables con extraños, manejá despacio en ruta, no vuelvas tarde
a la noche y llevate abrigo que nunca se sabe" (Luis tiene poco menos que
mi edad)
Luego habló Tere y notó que Luis estaba
emocionado, porque imaginarla internada lo había perturbado, pero escucharla le
sacó una mole de encima.
Las historias de mi tía siempre son
singulares.
Creo que es un personaje atípico para su
época. De las cuatro hermanas fue la más vital. Tuvo más hijos, viajó a más
lugares, conversó más y de más cosas.
Recuerdo su disposición para todo tipo de
paseos, con todos los hijos a cuesta cuando eran pequeñitos: Luis, Tere, Daniel
y Enrique. (Mi tío Vicente fue un Santo
Varón que conoció cuando era catequista en El Sagrado Corazón de María, el
templo del barrio).
Con sus hijos pequeños, no se amilanaba por
el esfuerzo y cargando con todos los propios y con algún colado/a como yo, la
emprendía con la canasta de provisiones y el termo para pasar el día
adonde hubiese elegido. Así que además de La Florida, solíamos ir a la pileta
Municipal o a otro balneario en las márgenes del arroyo Saladillo, que tenía
una cascada y algunas ollas (fosas) donde se podía nadar a gusto. Te cuento
porque esto marca su disposición al disfrute, aunque implicara el esfuerzo del
viaje en cole acarreando chicos y bártulos, para volver al atardecer con
el buen cansancio de lo disfrutado.
También con ellos conocí el cine Sol de Mayo,
en Avenida Pellegrini, toda una institución en el barrio del Abasto, donde
pasaban tres películas de acción y que tenía como particularidad que se podía
llevar los sándwiches de salame o mortadela que compartíamos, con la gaseosa
comprada en el Kiosco. Los varones fumaban y había que oír la silbatina en las
escenas de amor y el griterío en las escenas de pugilato no te lo
puedo contar.
O sea que mi tía y mis primos están enlazados
a buenos viejos momentos de niñez y adolescencia que hacen que hoy necesite
estar con ellos.
A raíz de la anestesia de esta cirugía, ha
hablado las pavadas que son sosas en otros pacientes, pero que en ella son para
sacar balcón. Al hijo menor le dijo saliendo de la borrachera: "Sos más
lindo que Sean Cónery". Y al Kinesiólogo que vino a sentarla por primera
vez en la cama, como se le deslizó la bata, le ordenó: "Tápeme las
tetas". ¿Te imaginás lo rojo que se puso interpelado así por la dulce
pero autoritaria viejecita?
Jamás la vi declinar una invitación para lo
que fuere. Y allí partía llevando a sus chicos como clueca con pollitos. Entre
sus salidas se contaros los pic-nics nocturnos en el club Ben Hur.
De mayor importancia fueron los viajes a
Capilla del Monte (donde todos los de la familia veraneamos alguna vez).
Y no se sustrajo a las peregrinaciones a San
Lorenzo. En ese caso y para soportar la caminata, se llenaba los bolsillos de
caramelos, cosa de no ir pesada, pero con el refuerzo necesario para la
ocasión.
Cuando Luis se instaló en Buenos Aires
recuerdo haberle oído decir: ¡Otro lugar para ir a pasear! ¿Qué otra cosa podía
decir, si no esa?
La única vez que aflojó…fue hace años, cuando
reconoció ante el doctor al que la llevamos, por su dolor de estómago, que tal
vez, lo que le estaba sucediendo tenía que ver con la pena que la acompañaba
desde la muerte de uno de sus hijos, Daniel, había partido hacía muy poco
tiempo. Esa fue, la única oportunidad,
en que se dejó ver frágil, ella, la más fuerte. Entonces todos nos quedamos en
silencio.
En el silencio del respeto.
Recordé aquello de que es ley de la vida que
sean los hijos los que entierran a sus padres, y que cuando no se cumple la ley
no se entiende la vida.
Y así ella debió buscar todos los argumentos
para poder proseguir, desde el dolor, con su vida…
Y es que realmente es un personaje…
El sentido común tipo topadora creo que fue
una disposición que nos viene genéticamente determinada. Lo tenía mi abuela, lo
heredó mi mamá y es patente en ella, su hermanas más parecida. Y me
consideraría afortunada si algo de eso llegara a formar parte de mí.
Sería como un pasaporte a una vida más plena
y con mayor significado.
Porque para todos, mis primos y yo, la tía
sigue siendo un referente, alguien que toma de la vida, todo lo que la vida
ofrece a raudales. M.C.M.
octubre del 2008
24-El
otro barrio
En la calle de los locos y los perros,
siempre está pasando algo.
Frente a la Facultad, el quiosquero
encarcelado entre chocolatines tiene una mirada triste. O tal vez, me parece a
mí.
Desde la cochería de la otra cuadra, salen a
diario los entierros. Vienen por Santa Fe, doblan por Francia.
Los veo desde el balcón pasar frente a la
Facultad con su cortejo de autos grises
que siguen al que va adelante con el féretro y las flores. Allí toman hacia El
Salvador con la ceremonia de costumbre.
Un domingo a la mañana, eran también muchas
motocicletas las que se sumaban. Jóvenes con cascos, solos o con acompañante
seguían la procesión.
Después supimos que un integrante del grupo
de los motoqueros había muerto en un accidente. Los que formaron parte de su
guardia de honor lo despedían.
Los locos son varios y vienen del Agudo Ávila
que está en la esquina de Suipacha. Una mujer de expresión melancólica que pide
cigarrillos, el anciano tímido y sonriente que se queda de pie al lado del
quiosco, un muchacho que está como ajeno, mirando el vacío. Una obesa de
expresión ausente que espera monedas.
En el verano, en el refugio de la parada de
colectivos, una familia se instaló unos días. Conservaba los ritos de clase
media. El jefe de familia sentado, leía el diario tomando mate, con la radio
apoyada en un banquito y su perro a los pies. Más allá, en un carro y envueltas
en plástico, sus pertenencias.
En el baldío, al lado de Unplugged, que antes
se llamaba Tejedor, también se puede ver a una familia de gatos.
Hay uno gris, soberbio, que se asoma desde un
pilar y mira pasar la gente. Otro manchado con la nariz negra. También una gata
tricolor bizca y mansa.
Frente a la Facultad hay un grupo de perros,
con el collar de Perros Comunitarios. Un
ovejero parece el líder, siempre lleva una botella de plástico entre los
dientes y los otros se la disputan.
Sobre Córdoba están los perros del mendigo.
Ahora que él no está (lo llevaron en ambulancia hace días, me contó Camila)
quedaron huérfanos, él los cuidaba con cariño. Se sumaron al otro grupo. Es
frecuente verlos torear a los autos y colectivos.
Camila es de Neuquén. Estudia biotecnología.
Cuando la conocí, como su timbre suena al lado del mío, había bajado a abrirle
la puerta a Noelia que me visitaba y que llegó antes de darme tiempo a que yo,
que venía de la calle, estuviera para recibirla. Camila la estaba invitando a esperarme en su
departamento.
Con Noelia pensamos que Camila era muy
gentil, pero arriesgada. Dudamos entre advertirla de los riesgos de hacer pasar
a personas desconocidas o dejar que siguiera siendo así…
Pensé que la mejor decisión tenía que ver con
preservarla, con “no escandalizar al inocente” y esperar a que fuera
aprendiendo.
Una de las últimas veces que nos cruzamos en
el palier, venía de donar sangre, porque uno de los profesores los había
convocado a hacerlo, ya que hay pocos donantes y grandes necesidades.
Así que sigue siendo así, luminosa.
A pesar de algún episodio que le va dejando
sabiduría. Un par de veces tomamos café y me mostró las fotos de sus vacaciones
en San Luis.
Además la admiro porque se animó a algo
maravillosos. En un campo de entrenamiento cercano, hizo un salto con un
instructor desde un avión y en caída libre (hasta que él abrió el paracaídas en
el momento justo). Y pudo tener la experiencia de vuelo que quedó filmada y que
yo pude ver.
También cerca está Guido, que es de Chaco y
estudia Psicología.
Es cordial y parece siempre contento.
En el piso escuchábamos la música de Sabina
que él ponía, y el año pasado, los viernes ensayaba con una chica de hermosa
voz algunas canciones.
Elisa y Gisella comparten un lugar. Estudian
fonoaudiología.
Ale ya está en el medicato y es muy tímido.
Juan Pablo que aspira a ser abogado, es
además mi ángel de la guarda, que resuelve los problemas prácticos, como
destapar el desague o cambiar el fluorescente del techo.
Creo que me ven como a una especie de tía, a
la que le cuentan de sus exámenes.
Cuando lo pienso, mi piso es el mejor del
edificio.
Lo más espectacular que pasa en el barrio es
“la bajada de Medicina”, que todos los diciembres se despliega con todo su
colorido.
En una fecha, que se mantiene en riguroso
secreto, hasta ese día, los alumnos del último año tienen su celebración.
Empieza con una bomba de estruendo temprano.
Es la que convoca y desde entonces van
llegando los disfraces más insólitos.
Hay música y máquina de nieve y baile toda la
mañana frente a la Facultad.
Se desvía el tránsito para que señoras serías
y censuradoras no tengan nada qué decir, y todo el mundo festeja. Los
familiares toman fotos a las odaliscas, a los hombres de las cavernas, a los
bomberos, a los velludos disfrazados de bailarinas, a los equipos de diversos
deportes, a los que representan escenas de sala de cirugía. He visto a alguno
disfrazado de caja de cartón gigante, a
otro de ducha con cortina de plástico. Al de más allá, de exhibicionista
con un pene gigante de goma que se erectaba escandaloso cuando abría el guardapolvo.
Esta fiesta en el barrio me divierte, me hace
reír, me da otra dimensión de las cosas.
Es el último juego de esta etapa. A partir de
aquí, inician otra.
Se les viene encima la vida en serio, está
bien que se despidan así.
Las esquinas de mi barrio siempre están
llenas de estudiantes. En el ciber de enfrente compro chocolates y a veces leo
mis correos. Laura está a cargo algunas veces. Ella es del sur.
Una vez me preocupé cuando uno de los
pacientes del psiquiátrico compraba cigarrillos, y ella estaba sola. Al día
siguiente le pregunté si tenía celular. Dijo que no había problema, que era un
loco manso que venía con frecuencia.
Otra vez, era un hombre alto, con el antebrazo
lleno de cicatrices el que bromeaba mientras se llevaba una cerveza. Me
inquietaron las huellas de múltiples cortes y me hicieron pensar en algo:
en automutilaciones. Pensé que esas
marcas podían ser las que quedaron en un ex presidiario, de alguna protesta del
pasado.
Pero pese a esos encuentros bizarros, a Laura
no se la ve prevenida, ni triste.
A veces me cruzo con Daniel, y él me habla de
libros. Nos quedamos arreglando el mundo un rato, para luego volver, cada uno a
lo suyo.
Por la noche la historia en mi barrio sigue,
y en el silencio y en la soledad ya no escucho en la noche, el silbo del tren
como en la infancia.
Ni el run-run de las locomotoras. Ni los
sonidos metálicos de los vagones durante las maniobras con las que se
enganchaba uno y se desenganchaba otro.
Vagones que quedaban como casitas móviles,
hace tiempo que no están. Y en la playa de la Estación de los Franceses, como
se la llamaba entonces, las vías fueron levantadas y en el parque trazaron
senderos.
Ahora se la conoce como Estación Terminal.
El Patio de la Madera (remozados galpones del
viejo ferrocarril) es lugar de Convenciones y Congresos.
Ya no escucho en la noche, el silbo del tren
como en la infancia.
En cambio escucho los sonidos en la
habitación: el tic tac del reloj, el goteo de una canilla, el zumbido de la
heladera.
En el edificio el ascensor se detiene en el
piso de arriba. Un despertador hace oír su suave chicharra. Una puerta se abre
en algún lugar.
En la calle debió cambiar el semáforo pues
los autos aceleran y se precipitan camino al centro. Uno de los perros del
mendigo de la media cuadra, ladra. Alguien habla más allá de la ventana y la
voz sube.
Por la mañana se escuchan en breve intervalo,
las chicharras de los despertadores. Las cortinas se van levantando. Empieza la
actividad y todos nos ponemos en marcha.
El edificio empieza a pulsar y con los ojos
aún llenos de sueño, empezamos el día.
Esa esquina de mi barrio, con sus locos y sus
perros, tiene allí mucho de pueblo y
mucho de feria.
Creo que tiene mucho de vida.
María del Carmen Marini Abril del 2009
25-A
los seis años
A los seis años, cuando estábamos en primer
grado, me preguntó si quería ser su novia.
Y
ante mi vacilación tímida agregó con convicción un argumento irrefutable:
-¡Mirá que tengo ojos verdes!-
Tenía
ojos verdes bonitos, pero era travieso y cada vez que la madre pasaba por la
escuela, la maestra le presentaba sus quejas.
Era
lo que se llamaba entonces sin disimulo ni diplomacia (ni mucho menos
consideraciones psicopedagógicas, que se inventaron después) “el peor del
grado”.
En
aquel tiempo los padres y madres tenían una amenaza que consistía en decirnos:
-Si te portás mal te pongo pupilo/a en un colegio de curas/monjas.
Bueno,
el de él fue el único caso en el que esta espantosa amenaza se cumplió. (La
complicidad familiar-institucional como diría Oscar que también lo afectó a él
respecto de su zurdería, en este caso se dio sin anestesia y alcanzó su trágica concreción )
La
madre, esa bruja, alentada por la maestra, esa botona, lo alejaron para siempre
de la escuela fiscal del barrio Echesortu, en cuyo patio seguí jugando “A la ese ese a, a la jota jota ka, entre
flores y violetas, chumbalaleta, chumbalalá”. Patio en el que además dejé mis
incisivos superiores, una vez que estrenaba zapatos y por eso me resbalé.
A él
lo volví a encontrar y ya había egresado del colegio de curas donde estuvo
pupilo, y me explicó que había aprendido mucho, porque allí no se podían hacer
otras cosas.
Estaba
por casarse y empezaba con su negocio. Tendría veintipico.
Ahora,
cuando lo vi, avanzaba hacia mí contento. Se bajó del auto a saludarme. No
sabría decir de cual marca, pero parecía un avión al que solo le falta el baño
privado. Se ofreció a llevarme y en el camino charlamos. Me inundaba el vaho de
su perfume importado, finísimo. Cuando me contaba de su empresa que se había
extendido a Italia, España y Francia y de las cuatro manzanas que acababa de
comprar en Lagos, y del egresado de Harvard que tenía como pinche, me acordé de
aquel niñito: “el peor del grado”.
Pensé
que mi maestría y logros académicos, al fin y al cabo no eran tan importantes.
Me
preguntó por mis cosas y cuando supo que igual, opinó que si trasladara el
consultorio desde Oroño hacia el centro podría mejorar los honorarios y
trabajar más tranquila. Que ser y saber está bien, pero que también hay que
parecer…Y allí lo sentí traidor a nuestros orígenes en la escuela fiscal del
que sigue siendo mi barrio.
También
me contó que iba por su cuarto matrimonio, y del último tenía un varón que era
muy bueno en Inglés y Computación donde se destacaba.
La
maestra lo había felicitado por el chiquilín. ¿Qué significarían los elogios a
quien había suscitado tantas quejas…?
Me
contó que seguía casado, pero que…
Y
que quería que siguiéramos charlando y lo llamara al celular, y como vio mi
vacilación y timidez, en aquel mismo tono en que había dicho: -Mirá que tengo
ojos verdes…- esta vez dijo de su Agenda llena de viajes y de su vida de hombre
exitoso. Y que había aprendido mucho y que con “motivaciones, proyectos y
fantasías” se puede seguir viviendo.
Dijo
que había estado enamorado de mí desde los seis años, que ese encuentro tenía
que ser el principio de algo y que yo era la mujer de su vida.
Y
casi, casi le creí. Septiembre 2005
26-Robos
y estafas
Alberto
dijo: Con lo que roban las editoriales españolas es un problema comprar libros.
Así que me reivindica el haber podido llevarme algunos, como al descuido.
Andres
dijo: lo que yo me robaba eran los libros de Ross, pero antes había que revisar
que no tuvieran esa seguridad que les ponen en la última hoja, que suena en el
detector.
Hay
una manera de eludirlo que es forrar un bolso con papel aluminio. Así podés
sacar los que quieras sin problema…
Mi
vieja se enojó una vez que se me escapó contarle.
Mirta
dijo: Yo una vez me llevé un cenicero de un hotel y estuve tan preocupada que
por ese puto cenicero no disfruté y estuve perseguida por semanas, pensando que
me iban a venir a reclamar que lo devolviera.
Inés
dijo: Cuando era chica, en un super, me puse un tubo de dentífrico en el
bolsillo de la campera. Y me sentía como Rififí.
Marcela
contó: ¡las cosas que se hacen por amor…!
Yo
fui una madrugada a la fábrica y me guardé en la mochila las herramientas que
el padre del nene me pasaba por una ventana. Hacerlo era como una prueba de que
me arriesgaba por él…¡las cosas que se hacen por boludez! ¡Pero yo creía que
era por amor!
Ana
dijo: A mí en la escuela, el compañero de banco me robaba las Opera del
bolsillo, yo me daba cuenta pero…¡Se las hubiera dado si me las hubiera pedido!
Y
Ale: Y yo me llevaba las pinturitas que me gustaban. Nunca me pescaron …Se las
sacaba a una chica que tenía un guardapolvo almidonado, perfecto.
Marcela
dijo: Yo también tenía una compañera que siempre tenía el guardapolvo planchado
que parecía de tintorería, y el pelo tirante en una colita que no se le
escapaba ni un pelito. ¡Le tenía broca por tan prolija! A ella si le hubiera
robado…
Yo
dije: Robar no es tan grave.
Y
cerró Marcela: Robar no es tan grave, claro, pero lo que no tolero es la
estafa, el engaño, eso no, eso no va.
M.C.M.
septiembre 2005
27-Él dice
Él
dice que los negros no trabajan porque no quieren, y son sucios porque son
vagos y no se las arreglan para llevar el agua como hicieron él y un grupo de
amigos en un campamento en la isla, y además lo único que piensan es en
chuparse hasta quedar tirados.
Él
dice que no está de acuerdo con que la hija y el yerno críen así a los chicos,
dejándoles hacer todo lo que quieren. Que el nene hasta antes de ir al jardín
se lo podía sacar de paseo, pero que ahora aprendió todas esas malas palabras,
ni soñar.
Que
hay que enseñarles a marchar derechito desde chicos porque si no después se
pasan.
Él
dice que colecciona pistolas y revólveres y que restauró un mueble como armero
para guardarlas, y que además compra una revista sobre el Tercer Reich.
Él
dice que la mujer es una boluda que puso en la cama un pequinés y que desde
entonces él duerme en la otra pieza.
Él
dice que antes había respeto, y la gente era otra cosa, pero que ahora no se
puede vivir.
Él
dice que hasta los maricas ganaron la calle, con eso de la Marcha de orgullo
gay, en vez de esconderse, y que a él le dan asco.
Él
dice que con la jubilación de la Compañía Aseguradora no le alcanza para seguir
con el mismo tren y que está pensando en achicarse para pagar menos impuestos.
Él
dice que a hija soltera que es médica hace guardias, pero gasta más de lo que
gana y ya le debe un vagón…
Él
dice que se enojó cuando el hijo se fue a Italia antes de recibirse, pero que
ahora piensa que debería quedarse porque este país se hunde. Y que además le
vendría bien si le mandara unos Euros de vez en cuando.
Que
allá gana bien y trajo fotos de lugares hermosos y ciudades de edificios
cuidados donde no van a tener escrito en las paredes “Pocho vive”, como ahí
enfrente. (1)
Él
dice que le pasaron datos de un lugar donde hay unas chicas muy lindas y está
pensando en ir.
Él
dice que su amigo de la infancia que es médico le dijo que tenga ojo con el
Viagra, y que él lo sabe porque la vez anterior cuando tomó no se le pasaba el
efecto y se asustó.
Él
dice que muchas veces se siente solo.
Que
en la casa de la hija, con los nietos que les dejan hacer lo que quieren, va
para sufrir.
Él
dice que le gustaba ir a la isla con los amigos, donde charlaban, jugaban al
truco y tomaban cerveza, pero que no va más desde que a la mujer le fueron con
el cuento una vez que tomó de más y se descompuso.
Él
dice que le gustaría volver a estudiar idiomas, en lo que era bueno, pero que
todo cuesta.
Él
dice que de niño fue pobre, que vivía en un departamento de pasillo, dormía en
un sofá en el comedor. Que siempre tenía frío.
Que
la madre murió pronto y que el padre estuvo poco en el geriátrico al que había
ido a parar.
Que
la hermana se había casado tan temprano, que los hijos ya habían crecido cuando
ella faltó, al morir tan joven.
Él
dice que los zurditos se la buscaron porque sabían lo que les podía pasar.
Él
dice que al hijo lo aconseja que no suelte las riendas, que sea él el que diga
que hacer a su mujer, y tome las decisiones, que para eso está.
Él
dice que cuando era joven el romanticismo de las chicas era lo que lo atraía.
Que
con la mujer no pasa nada y que se alivia cuando ella se va a la parroquia con
las otras viejas porque lo deja tranquilo.
Que
no le hace caso cuando él le dice que se corte el pelo en vez de andar con
ruleros.
Pero
él dice que esa amante le gustaba porque era muy menuda y tan activa que nunca
se había sintió así. Pero que se alejó cuando ella le pidió plata y tuvo miedo
de que lo usara.
Él
dice que, en cambio, hubo otra que era buena, pero que era tan morocha…Que
había dicho cuando lo conoció: este va a
ser mío. Que se enamoró de él porque era muy blanco.
Él
dice que ya no sabe por qué vive. Que si tuviera plata sería otra cosa.
Él
dice que la mujer cree que él ya no puede. Y que él deja que lo crea. Y que ya
no sabe si podría…
Él
dice que está muy triste. Que le gustaría que alguien lo amara…
Él
dice que los domingos con el asado toma vino y después duerme la siesta para
que pase el tiempo.
Y a
la noche Ribotril, y a otra cosa…
Él
dice que jamás pensó en probar, pero sabe que sus hijos alguna vez fumaron
yerba, pero que él no lo ve bien.
Él
dice que el país, el continente y el mundo son una porquería y que es un asco
vivir.
POST
SCRIPTUM
Cuando
llegaba la Navidad comenté que siempre regalo a las chicas bikinis rosa de la
buena suerte, que cada año se agregaban más. Así debía contar a mi hija. A la
novia de mi hijo. A las compañeras del grupo de trabajo, a una amiga cercana y
a su novia. Yo iba enumerando y contando con los dedos. Él se sobresaltó: - ¿Y
esa viene a tu casa?-
-¿Quién?-
-¡La
de la novia!-
-Claro,
como las otras…-
-¡Entonces
tu casa es un kilombo!-
Allí
fue que algo me cerró definitivamente, y es que no quiero seguir escuchándolo,
cuando él dice.
M.C.M.
septiembre 2005
1- Pintada
en un muro de Urquiza y Dorrego. Pocho Lepratti, dirigente barrial, asesinado
en dic. de 2001 por la policía.
IV-
OTRAS HISTORIAS
28-Contarles
de ella
Me pregunto cómo contarles de ella. Sin
exagerar, pero dando una serie de pistas
para poder imaginarla. ¿Cómo es ella?
¿Qué puedo decir?
Eran
épocas difíciles, las de su venida, y supo ir de casa en casa buscando refugio.
¿Qué
pensaría cuando la trasladaban de uno a otro lugar y solo contaba con su
mantita de conejos para acompañarse en el éxodo de los tiempos oscuros? Dejaba
su casa, dejaba su cuna, y abrazada a su mantita se dejaba llevar por quienes
anegados de angustia no podían soslayar las caras largas, la nerviosidad y la
impaciencia y esa expectativa de tragedia que lo inundaba todo.
Tal
vez eso haya tenido que ver con que los otros tropiezos, las otras penurias que
vinieron después, fueron nada comparados con ese inicio de su historia en medio
de una huida.
Cuando
estaba yendo a catequesis una vez tuvo que responder un cuestionario. Una de
las preguntas era:
-¿Qué
tendrías que agradecer a la Divina Providencia?- Los otros chicos contestaron:
“La bici nueva”, “el paseo al campo”, “la buena nota en aritmética”.
Pero
ella contestó: “La vida” y su maestra tuvo una gran sorpresa. Y empecé a
recordar por qué agradece la vida.
Y
pensé que hay gente que es así, saber dar su lugar a lo importante y no
enredarse en huevadas. En cambio a mí me cabía la pregunta de Felipe, al amigo
de Mafalda: -¿Por qué justo a mí me toca ser como soy?
Ya
venía dando sorpresas, a su niñera la descolocó cuando a sus tres años estaban
comprando un Billiken en el kiosco y ella preguntó: -¿Qué dice ahí? En una
revista de actualidad con la fotografía de Jackeline Bisset a todo color en la
tapa de papel satinado. Mutti le leyó:
-Ahí dice “ Jackeline Bisset, la cara más linda del mundo”. Ella pensó un
momento y dijo:-Ah! Pero...¿cómo?, ¿no era yo...?
Mutti
rápida en sus reflejos contestó: -Sí, pero los de la revista a vos no te
conocen...-
En
pre-jardín, su maestra al terminar el año, sorteó alguna de las cosas con las
que habían jugado. Y a ella le toco una bola-bodoque de plastimasa verde
(Harina, témpera y aceite). Estaba tan fascinada con su regalo como si fuera la
Barbie más suntuosa. Hizo tanto festejo por su regalo que la maestra dijo que
pensaba que a ella le iba a ir bien la vida, porque todo era capaz de
disfrutarlo al mango. Bueno, hay quienes nacen con esa suerte.
Todo
lo pueden tomar como un regalo maravilloso. Ella, tal como su abuela preparaba
las agujas de tejer cuando sabía que venía algún bebé en camino, también
prepara el plush y la goma pluma para la rana de peluche que le viene saliendo
genial. Ahora está ensayando para hacer cangrejos.
Creo
que tomó muchas cosas de su abuela, el gusto por la cocina, la habilidad para
tareas manuales, la sociabilidad siempre dispuesta. Por eso no me sorprendió
cuando hace un tiempo contó que había ido con el “set de la abuela” al
cementerio en una visita: Trapo, botella para el agua de las flores y pincel
para barrer la tierrita de la lápida de mármol.
Sabe cómo saludar al viajero que llama desde lejos y preguntarle cosas
importantes, “¿Cómo estás, te extrañamos mucho, qué conociste hasta ahora?” No
como yo, que solo se me ocurre decirle si le alcanza la plata.
Sabe
cómo acercar el cochecito del bebé down que quedó al margen de los otros
chicos, en la fiesta de cumple, para integrarlo al grupo. Y sabe cómo recibir
el abrazo del loco manso que se recuesta en su hombro confiado, porque intuye
que no lo va a rechazar, y que ella acepta sin inquietarse. ¿Cómo es que sabe
tantas cosas?
Cuando
yo debía dar una conferencia y me confundí de Auditorio, era ella la que tenía
el volante con la dirección correcta. Como tenía aquella vez unos billetitos
arrugados cuando habíamos comprado mielcitas para otro de los chicos, y me di
cuenta (tarde) que no tenía la
billetera. Y con esos billetitos pudimos pagar y nos salvó del papelón.
Ha
podido remontar esas torpezas y tantas otras que me pregunto si nació adulta.
Desde el Jardín, siempre tuvo novio. Solo que
no el mismo, fueron cambiando a medida que pasaba el tiempo. Debe tener que ver
con algún misterio de su modo apacible.
En
el Jardín de 5, Santiago que la amaba en silencio, lloró cuando el papelito
donde tenía anotado su número de teléfono se le manchó con pizza. La madre tuvo
que consolarlo.
A
los 13 años en el libro de biología ella leyó la descripción de la cópula de
las ranas, en la que el macho, presiona con los pulgares el abdomen de la
hembra para que ponga huevos que él fecunda. Y cuando yo me compadecí de la
rana porque: “Come bichitos, vive en un charco, y para colmo hacer el amor era
“eso” que ella describía, me salió con que: “Quien sabe , a lo mejor el rano
tiene pulgares eróticos” y yo me quise morir preguntándome qué sabía ella de
erotismos y pulgares.
Ahora,
que da clases de educación sexual a adolescentes ya averiguó cuántas páginas de
Internet hay para “pene”. Me vengo a enterar que son varios cientos...
Cuando
empezó a trabajar en un Centro de Salud, la tarea era en psicoprofilaxis
obstétrica, es decir preparación para el parto con menos temor y menos dolor.
El nombre del taller era tan rimbombante que me asombró cuando lo que pidió
para empezar era agujas y lanitas. Porque la confección del ajuar era
simultánea a las clases y de allí, de lo concreto, se arrancaba con lo que
después sería reflexión y aprendizaje.
Y
cuando le dio el alta a su primer paciente, cumplió con lo que había prometido
al empezar el tratamiento, regalarle el almohadón del diván donde había
trabajado.
Y se
conmovió cuando se cruzó con uno de sus ex alumnos que ya iba a ser papá.
La
última peripecia fue en el Centro Comunitario donde recibían evacuados de las
inundaciones. Se había ido con las sandalias más viejas. Y se le despegaron.
_¿Te quedaste en patitas?- pregunté.
-¡No,
me las até con scoth y seguí atendiendo...! Agustina cuando supo que yo tomaba
ese trabajo en el barrio “Plumas Verdes” (porque queda en la concha de la lora)
me dijo burlándose que me iba a tener que poner botas para llegar cuando
llovía...¡Y al final tuvo razón!
(Agustina
sabe de barrios e inundaciones porque en la anterior fue como voluntaria a
Santa Fe. Pero ella se había ido preparada como para llegar en un helicóptero
como los de SWAT a salvar inundados, y por eso llevaba los vaqueros más
rotosos, el guardapolvo más viejo y en la campera de jean, el prendedor de Timi
de “South Park”. Y en vez de esa epopeya heroica la destinaron a una clínica
donde todos los otros médicos estaban formalmente vestidos con saco y corbata y
la miraban con el ceño y la nariz
fruncidos.)
En
fin, por suerte ella, más que su amiga, tiene capacidad para ubicarse en la
realidad, que sin duda la trajo puesta y la ayuda a dar las respuestas
correctas en el momento justo. Por eso cuando ayudaba a los cartoneros se pudo
hacer aceptar, como se haría aceptar en
otros espacios más finolis y sofisticados.
Cuando
en el Supermercado de El Bolsón, nos preguntaron si estábamos en el Festival de
la Luna Llena, yo me pregunté si sería por nuestro aspecto. Le dije en
disimulada complicidad: “¿Nos habrán visto como Hippies?”. Y ella práctica
contestó: “No, es por la pulserita”. Llevábamos en la muñeca la pulsera que era
la entrada y contraseña del Festival y que todos conocían. Yo me había olvidado
que la llevábamos puesta.
Y
cuando en Navidad traje unos muñequitos de cotillón, alguien preguntó: “¿Es el
niñito Jesús?”. Y ella respondió: “No, son angelitos ¿no ves las alitas? Si
Jesús hubiera tenido alitas, lo mataban de chiquito nomás”.
Esa
capacidad para la ironía, es sin duda una herramienta.
Si
puede pensar así las cosas, puedo quedarme tranquila, porque sabrá seguir
viviendo y dando las respuestas a las cosas que se le pongan por delante.
Al
fin tengo que recordar que ella me impuso respeto de entrada con su seriedad. Y
aunque era muy chiquitita con sus dos kilos, al nacer, en esa inmensa sala de
partos , y húmeda, resbaladiza y sonrosada como todos los bebés, yo no dudé de
que había acabado de parir a alguien muy especial.
Abril-07 M.C.M.
29-Reiteraciones
Hace
veinte años escribí un texto que se llamaba “Una vida complicada” donde contaba
los contratiempos de volver como guerrera de la calle, de la lucha por la vida,
a la supuesta paz del hogar, dulce hogar. Y allí decía:
“…el
marido chista a la hija que lee el texto de Buscaglia y a la gata que maúlla
avisando la escapada del gatito. Chista porque quiere escuchar a Pavarotti que
canta Santa Luchía, Santa Luchía desde la T.V.. Entonces el hijo (el mío, no el
de la gata), me desafía a una partida de ajedrez, y entre Buscaglia, los
maullidos, los chistidos y Pavarotti, el muy cretino me come la reina en la
segunda jugada y yo tengo ganas de tirar el tablero al patio, porque es una
deshonra vergonzante que un mocoso de 10 años me arrase de esa manera. Pero
antes de putearlo me acuerdo que Freud no quiere, que Rascovsky me censuraría y
además que los niños son templos vivos dice el Evangelio, y finjo indiferencia,
porque, como le decía doctor, una es una señora que cuida la imagen, aunque,
siendo sincera, al mocoso ya mi imagen le resulta medio deslucida, sobre todo
cuando pasan los video-clips de Madonna, y él se queda pegado a la pantalla
como si tuviera Poxipol.
¡Tenía que venir justo Madonna,
porque mire si será complicada mi vida doctor, que de chica, estaba Marilyn, al
lado de la cual, cualquiera se sentía desnutrida. Después en la adolescencia,
Brigitte Bardot traía medio chiflados a los novios que se pudiera tener, y
ahora que soy una señora adulta, esta Madonna lo seduce al hijo de las
entrañas, de las neuronas y de la médula de los huesos...porque usted sabe
doctor, como los bebés se hacen a expensas de toda la mamá y no solo de sus
entrañas, y así la frase “hijo de las entrañas” resulta bastante amarreta”.
En aquel tiempo pensaba: “No importa perder
puntos al lado de Madonna porque es mi hijo. Y si no se las respuestas a todas
sus preguntas, tampoco”. Pero estaba inquieta, y me tranquilicé al decirme: “Al
fin soy solo una madre, o sea alguien que apenas sirve para limpiar mocos,
ayudar con la tabla del 3 y arropar en la noche con la consigna de que siga
cuidándolo el “Angel de la Guarda, dulce compañía….”
Pasaron los años.
Vino un tiempo de caminatas por el centro,
los domingos a la mañana
Y las salidas con sus amigos, a explorar el
parque Urquiza, al lado de la Parábola del sembrador, donde están esos túneles
misteriosos.
Un Viernes Santo, lo encontré sentado en el
patio, con la espalda apoyada en la pared y gesto taciturno. Me dijo: Estoy
aburrido y te estaba llamando con el pensamiento. Nos fuimos a caminar a La
Florida, escalamos la barranca y terminamos en el Centro Castilla cual audaces
invasores de la propiedad ajena. Fue la primera vez que advertimos que podíamos
comunicarnos con la mente.
Después hubo otras, que programábamos para
ver cómo nos salía.
Una vez, pusimos día y hora para conectarnos,
desde Rosario a Bariloche
Otras veces enviando y recibiendo formas
geométricas, en un juego interesante, que tenía mucho de puesta a prueba de
nuestra conexión.
A la vuelta de mis viajes siempre había
cambios. El más importante fue cuando lo encontré más alto que yo. En mi
ausencia, el muy astuto, había
aprovechado para crecer, y al medirnos, sucedió que me había pasado.
Otra, en que le había traído un Ta-te-ti me
esperaba enfundado en cuero negro y con Piercings en las cejas y bajo el labio.
Allí advertí que me estaba quedando en el
tiempo, y desajustándome de sus realidades.
Pero me las ingenié para recuperar créditos.
Fue cuando vino “La fura de Baus”, que
compartimos con su amigo de aventuras. El que ahora está en Alemania.
Mis amigas tenían miedo, por lo que se
contaba de la puesta, acerca de hombres y mujeres siniestros y semidesnudos
reptando entre la gente y hablando lenguajes incomprensibles, de paquetes
oscuros y misteriosos, con movimiento propio. Se contaba que hacían participar
al público y muchos se asustaban, y había corridas y que en caso de ir, había
que estar preparado para lo que fuere.
Nosotros fuimos y nos perdimos en medio del gentío del CEC. Y después
pudimos comentar esa experiencia extraña, como de inmersión en el inconciente,
y comprender por qué era tan temida.
(Allí
fue donde yo, sudada y desgreñada por los apretujones y las espantadas encontré
a una amiga de su padre, toda una dama vestida de riguroso trajecito sastre y
con tacones, aterrada contra una de las paredes, tratando de eludir la
montonera que nos llevaba y traía, a los que estábamos metidos en el revoltijo,
y me encantó estar donde estaba y burlarme de la boluda que no tenía coraje de
participar).
Y luego, hace un par de años, seguí ganando
créditos cuando fuimos a ver “De la Guarda”.
Allí él estuvo como guardabosque, sin dejarme meter en medio de la
acción, dónde llegaba la garúa que salpicaba y donde levantaban a los
voluntarios que se animaban a dar una vuelta en trapecio, allá a lo alto y como
volando.
Y cuando uno de los chicos que integraban el
grupo, circulaba entre el público, desatando estampidas de señoras tímidas,
metiéndolas en interacciones bizarras, él se bancó como un duque que yo me
abrazara con el provocador.
Ahora es el serio y adulto, que se preocupa
cuando en la heladera solo hay medio limón (y exprimido) e insiste para que yo
coma las galletitas, latas de atún, cereales y frutos secos que trae, como si
temiera que no me fuera a alimentar bien.
Es el que unos veranos atrás me enseñó a
andar en bici en el patio, sosteniéndola desde atrás para ayudarme a conservar
el equilibrio..
Y el que
tiene paciencia para que yo aprenda a mandar mensajes de texto en ese
celular nuevo, que tiene tantas funciones que solo le falta cebar mate, pero
que es más complicado que Lacán.
Es el que me estimula a usar el auto nuevo
(primero cero kilómetro) honor que yo declino, porque si llego a usarlo, y como
cosa del destino ineluctable, le abollaré un guardabarros (como a todos los
otros). ¡Y ellos, los varones de la familia, a los que se les juegan tantas
cosas con ese chiche, están tan contentos con él, que sería como abollarles el
alma!
En fin, él es el que hace tantas cosas que el
tiempo siempre le es poco, para todo lo que quiere.
Por eso a
veces se lo ve apurado, impaciente y a las corridas. En un estilo
vertiginoso. Con el celular funcionando mientras vive, mientras come, mientras
habla conmigo.
Y allí me quedo mirándolo con pocas pulgas, a
ver si se da cuenta y me jerarquiza como corresponde.
Lo que me viene pareciendo interesante para
mejorar mi comunicación con él, es pedirle que me enseñe a chatear, porque veo
que ese modo de vincularse lo utiliza frecuentemente ¿Y no podría ser una vía
para que me dé bolilla aunque siga estando tan ocupado?
Y están los amigos, y están las amigas.
Y está su manera de entender el amor, que lo
lleva a vínculos diversos que yo no entiendo cuando dice: “son amigas”, porque
en mi tiempo la amistad era distinta y no incluía intimidades.
Y esto
me hace pensar algo. Me hace pensar si en ese terreno no seremos opuestos
complementarios. Digo, si tal vez por estar anclada yo en una sola y única
historia (a pesar de Sting, Brad Pitt y Sabina), es que él elije otro modo y en
esa diversidad elude un compromiso que lo capture, como me ha de ver a mí
cautiva, por ese modo de vincularme, y le teme como a la peste.
Y todavía se mueve con cierta inconciencia.
Cuando ocupa todos los espacios, y podemos
enterarnos de que llegó porque hay ropa regada, o la cocina es un caos.
También cuando da por sentado que yo sé algo
sin que me lo haya avisado. Y parte del supuesto de que yo sé eso que ignoro,
que no me compartió, y aún se asombra de que yo no lo sepa.
Como si en algún punto creyera que aquella
posibilidad de comunicarnos mentalmente, que se dio algunas, veces fuera la
constante.
Y yo tuviera las dotes adivinatorias que no
siempre me salen.
Al fin. como si fuera medio hechicera o medio
bruja.
¿Cómo todas las mamás? Septiembre 2008
30-Reseña
de una mujer
Ella cumplió 80 años, y una de sus hijas (la
que se ocupa de jurisprudencia nada menos) le regaló un porro, que era justo,
justo, lo que ella quería.
Había dicho claramente que no iba a dejar
pasar más sin probar que carajo era lo que se sentía. Que esperaba que su vida
no pasara sin tener la experiencia.
Así que el día de la celebración, con críos
corriendo en medio y adolescentes
suspicaces, se decidió que no era oportuno encenderlo.
Esperarían a encontrar momento y lugar, lejos
de interferencias y sobre todo, sin el peso de dar “malos ejemplos”.
Cuando se pueda, y en mi casa, me lo fumo.
-Vos sola no, le dije alarmada.
Y es que aunque pueda parecer excesiva, mi
advertencia no estaba de más.
Y es que ella es tan tempestuosa, arrebatada,
impulsiva y desenfrenada que ninguna recomendación de cautela alcanza.
Hay amigas que le dicen que es impresentable.
Sobre todo cuando putea. Ella se ríe.
Y hay anécdotas que la pintan entera.
Como cuando una vez, celebrábamos el día de
la amistad con las otras Brujas, y ella recibió un llamado de saludo de una
mujer que había trabajado en su casa.
Si esta mujer podía recordarla como amiga, es
que algo especial, por fuera del estereotipo patrona-empleada se había dado en
el vínculo.
Otra vez contó que en el estanque de su
jardín, que tiene las plantas más lindas, se había caído una laucha, que se
debatía en el agua.
Ella le acercó un palito al que la laucha se
subió, y con él la llevó hasta el borde, donde la dejó diciéndole:- Ahora, que
la suerte te ayude!
Pero la anécdota más desopilante se remonta a
la época en que los fondos de su casa daban con los de un bar. Un bar de dudosa
clientela, para decirlo con elegancia. Y que los viernes se ponía más que
pesado.
Una
noche de viernes precisamente, se escucharon movimientos y corridas desde los
techos vecinos, y del de su lavadero, saltaron al patio dos jóvenes asustados.
Cuando ella escuchó el batifondo, ya estaban
frente a la puerta de la cocina pidiendo auxilio: -¡Nos persiguen desde el bar,
déjenos esconder por favor…
Ella pensó un momento, respiró hondo y abrió
la puerta. Después mientras les decía: -Mocosos de mierda, que solo dan
disgustos… llevó a los dos, a empujones
y agitando furiosa el índice en alto hasta la otra salida, para que los
chicos en peligro pudieran irse sin ser vistos.
No tuvo en cuenta los riesgos que ella podía
estar corriendo, sino que retándolos enérgicamente por haberse metido en problemas, y con un
tono de reconvención muy convincente, los condujo hasta la calle y los salvó de
la golpiza.
Los chicos se salvaron de la agresión en el
bar, pero no se salvaron de la reprimenda, y ni se les ocurrió retobarse
viéndola con tan pocas pulgas.
En el grupo, algunas pensaron que había sido
poco precavida al abrir su puerta a los desconocidos.
Yo insistí en que no había otra conducta
posible.
Y es que aunque, como les decía, es tan
tempestuosa, arrebatada, impulsiva y desenfrenada que ninguna recomendación de
cautela alcanza, ella no iba a poder obrar de otra manera.
No sé si me entienden. Mayo 2009
31-Segunda
vuelta
Me faltó preguntarle algo. Si el porro le
había pegado o no. El que había pedido para sus 80, “para no quedarse sin saber
que se siente”.
Ya les hablé de ella.
Dice que era feminista antes de saber que era
el feminismo.
Por ejemplo cuando la madre tenía que salir y
le encargaba que hiciera la merienda para ella y para su hermano ella intuía
que había algo que estaba mal. Alguna cosa que chirriaba en el asunto… Así que
preparar, preparaba para los dos. Pero escondía la taza y las tostadas del
hermano, cada vez en un lugar diferente, para obligarlo, por lo menos, a que se
tomara algún trabajo al buscarlas.
Y así siguió, porque cuando se recién casada,
el marido le trajo una campera a la que se le había salido un botón, ella tomó
rauda el costurero, y le cosió el ojal. Problema resuelto.
Es que entre las clases que tenía que dar, y
las cuestiones domésticas su vida era bastante complicada.
Cuando tuvieron a las chicas la cosa fue vertiginosa. Salía
volando a la escuela a dar clases y pasaba saltando las piernas de su vecino
adolescente, que sentado en el umbral de su casa de Balcarce al 700, tocaba la
guitarra mientras dejaba pasar el tiempo. Y ella, a la que siempre le resultaba
escaso y tenía la convicción del valor del esfuerzo y la disciplina, le decía
mientras seguía rumbo al cole: -Ay, ay , adonde va a llegar usted, siempre con
la guitarrita…El vecino adolescente sentado en el umbral con la guitarra era Fito. Fito Paez. (*)
Dice que recordando las corridas de la época,
le ocurría pasar delante de un taller de bordado. Y veía a través de la ventana
al grupo de mujeres sentadas apaciblemente, conversando entre ellas, tomando
mate y dedicadas a su tarea. Y pensaba ¡qué buena vida la de estas bordadoras!
¡Qué tranquilas se las ve! ¡Qué felices deben ser!
También contó el otro día, y eso es algo que
no escuché decir a nadie antes, que le
hubiera gustado ser guardabarreras, vivir en esas casitas pintorescas,
esperando el pasaje de los trenes, y tener tiempo para leer, para hacer
palabras cruzadas o escuchar la radio.
Es que como a muchas de las que inauguraron
el cambio, trabajar fuera de la casa le traía sus exigencias. Y compaginar lo
profesional con lo doméstico implicaba hacer malabarismos.
Como la época en que las mayores eran
chiquitas y anticipando lo que se le venía, se quedaba absorta cuando esperaba
en la esquina para ir a dar clase, mientras pensaba en cómo organizarse. Cuenta
que esa fue la época en que se le escapaban los ómnibus, porque enroscada en
sus reflexiones, los venía asomarse y cuando se acordaba y volvía a mirar, ya
habían pasado y se le habían ido.
O sea que la cosa de la doble jornada la
tiene vivida.
La última vez que resonó a cuestiones que
tienen que ver con la lucha de las mujeres fue cuando pasaba por plaza San
Martín,
Había un grupo de manifestantes, y mujeres
que ante una olla enorme, una olla popular, preparaban algo para todos. Se las
veía resueltas y tranquilas. Conversaban entre ellas, parecían contentas
sintiendo que hacían algo. Participar, acompañar, acompañarse.
Y las sintió como pares en la lucha.
Contó esto con afecto, con emoción, cuando
llegó al bar donde tomamos café. Aunque sabe decir de sí misma que tiene
corazón de titanio.
Una vez en que volvía de alguno sus países
mágicos, Mele, que la conoce bien, dijo que ella tiene corazón de oro, no de
titanio.
Y yo creo que tiene corazón de manteca. Lo
creo por buenas razones. Pero no las puedo contar porque son un secreto. M.C.M. 21-9-09
(*) Como el Goro cuando era profesor de
Fontanarrosa en el Politécnico. Y era tan mal alumno, que el Goro le dijo.
_Fontanarrosa, usted va a terminar vendiendo choripanes en la cancha de Rosario
Central M.C.M. abril 2009
32-Balance
de un año especial
1-En Venecia cenábamos en un lindo lugar.
César nuestro compañero más querido,
compartía con un grupo de otros pasajeros. Todos teníamos la disposición de
acompañarlo y ayudarlo a sortear cualquier dificultad que él no pudiera resolver. Su espasticidad hacía
que fuera más dificultosa su marcha, más lento al hablar, más complicada cada
tarea. Pero con simpatía y afabilidad iba llevando adelante paseos y
excursiones como todos los otros integrantes del contingente.
Esa noche el mozo pasaba preguntando las
bebidas que cada quien de los cuarenta y pico elegía. Unos pedían gaseosas,
otros le encargaban vino, algunos cerveza. Pero claro, al no tomar nota por
escrito el mozo olvidaba los pedidos, y volvía a preguntar.
Cuando pasó por tercera vez, por lo mismo,
por las bebidas de cada uno, miré a César. En complicidad a sus compañeras,
hacía en ese momento el gesto del chiste del espástico que recibe de premio un
helado, y al querer llevarlo a la boca, se lo aplasta en la frente. El chiste
que se hace extensivo a toda equivocación,
lentitud en entender o muestra de estupidez.
Fue un segundo inefable, me quedé colgada de
esa, su capacidad para hacer humor burlándose de la torpeza del
otro. Un espástico, capaz de reírse de sí mismo con el chiste sobre la
espasticidad y de ese mozo que no acertaba en su desempeño. Mozo que lento y despistado
daba lugar a su comentario mudo pero impecable. Impecable e implacable.
2-Conversaba con Bea. Me comentó el
nacimiento de su séptima nieta. La escuché en silencio, recordando su
inconsolable duelo.
Como adivinando mis pensamientos ella
continuó: Es un acontecimiento a celebrar. Es una fiesta…Nos da tanta alegría,
tanta felicidad… solo por el hecho de
nacer esta niñita nos trae una fuerza, como de un caudal maravilloso.
Lo dice ella y debo creerle. Porque uno de
sus hijos murió recientemente, y a pesar de ese dolor, ella puede bendecir a la vida.
Me conmueve su grandeza, el que pese a lo
inconmensurable de su pena, pueda hacer ésta opción. Hay una lección implícita
en sus palabras.
3-Claudia me preguntó si estoy escribiendo
sobre en algún tema. Le cuento que trato de establecer relaciones entre
Holocausto y Dictadura. Le comento que me fue muy útil un documental de
Bernardo Kononovich, en el que filma entrevistas con víctimas de la Dictadura y
sobrevivientes de los campos. Le digo que, para mí, el testimonio más fuerte
fue el de una mujer griega residente en Buenos Aires.
-En él,
ella relata que casi adolescente fue prisionera, y junto con sus padres y su
hermano trasladada a Auschwitz. Del mismo ya sabía que se entraba por los
portones y se salía por las chimeneas, como humo de los crematorios. Al tiempo
de estar, a través de un alambrado, pudo hablar con su hermano que le confirmó
lo que suponía: sus padres ya no estaban. El hermano fue imperativo “¡No
llores!”. Y ella secó sus lágrimas y no volvió a llorar, hasta el día de la
liberación.
Ese día lo hizo en un grito sin medida, por
todo lo acallado, y según cuenta, sin parar por horas. Y siguió llorando por
años y años.
-¿Hasta cuando?- preguntó el entrevistador en
esa secuencia del film.
Y ella respondió: -Seguí llorando hasta que
nació mi hija, para poder escucharla a ella cuando llamaba--
Hasta aquí el comentario con el que respondí
a la pregunta de Claudia. Pero sucedió
algo sorprendente, impensado, conmovedor.
Ella quedó callada un momento y dijo:
-Conozco a esa mujer griega, es la madre de
Linda, la esposa de mi hermano. Es una mujer anciana, muy vital, ahora los
hijos de mi hermano están estudiando en Buenos Aires y la visitan con
frecuencia.
Linda nunca quiso hablar del tema de la
experiencia de su mamá, antes de que ella naciera, pero forma parte de la
historia familiar. Y Linda fue la bebé por la que su madre dejó de llorar.
Esto contó Claudia. Recordé entonces que conozco
a Linda, hemos intercambiado algunos diálogos, en Bariloche donde ella vivía,
en oportunidad de un viaje y también
una vez que vinieron a
Rosario. Pero no la sabía protagonista de esta historia hasta esa tarde, la del
relato que trajo Claudia.
Esos chicos, sobrinos de Claudia que es prima
segunda llevan el mismo apellido que mis hijos.
4-El 12 de agosto nuestra perra, Huan,
embarazada de otro hermoso ejemplar de dogo argentino, se refugió en la cama de
Pablo para tener al primero de los 7 cachorritos que iría pariendo con
intervalos hasta esa medianoche. Vimos nacer a varios, el que abrió camino fue
el del nacimiento más laborioso. Con Vanesa acompañamos a Huan que fue
valiente.
Eran como larvas al nacer y reptaban hacia la
madre.
Ella los lamía incansablemente a cada uno de
ellos hasta que quedaban limpios, y los cobijaba entre las patas mientras se
prendían a mamar
Los vimos ir creciendo en el día a día. Huan
se comportó como una madre solícita y nos quedamos con una de las bebés, que
Pablo llamó Luthien, tomando el nombre del Silmarillión.
Huan con la maternidad pasó a ser aún más dama
de lo que solía ser y Luthién, ahora adolescente sigue juguetona y consentida
como corresponde.
Yo resistí hace años, como gato panza arriba
(y valga la comparación) el propósito de Pablo de traer un perro a casa. Ante
los hechos consumados terminé aceptándola. Luego resistí la idea de que tuviera
cachorros, pero debo confesar que el embarazo de Huan, su parto y la crianza de
los bebés constituyen una de las grandes experiencias de este año, y diría una
de las grandes experiencias de mi vida. Al fin, esta vez, Pablo tenía razón,
porque la alegría incondicional que un perro/a da, por el solo hecho de
recibirnos siempre como si valiésemos la pena, compensa afanes y trabajos.
5-Recibo un mensaje en el celular. Es Andrea
que escribe que me extraña. Andrea es una hija que se adoptó como tal, hace
varios años, cuando vino a Rosario y
quedó viviendo en casa. Una hija que ahora se mudó al centro, por lo que no nos
vemos con la misma frecuencia.
Le comento el mensaje de Andrea a ella. Ella
está a mi lado Y le digo que quien lo envía es una huérfana, que lo es desde
pequeñita, lo cual explica el vínculo que creó con nosotros, su apego y afecto.
Como corolario planteo: -¿Sabés lo que debe ser
haberte sentido huérfana desde chica?
Cuando me responde categóricamente: -No, la
verdad es que no…, recién advierto la paradoja en que la he metido. En que nos
he metido a ambas. Porque ella cuida de su madre anciana desde hace años. Todas
sus horas están afectadas y comprometidas en ese vínculo complejo y absorbente.
Lo que menos sabe ella es de orfandad. Hay allí una sobreabundancia de madre
como centro de su vida, que surge del afecto y la gratitud, pero que ordena
todos sus tiempos, todos sus movimientos, todos sus proyectos, en función a la
asistencia de esa madre omnipresente a la que permanecerá ligada de modo
indeclinable. El centro de sí misma está ligado a esa otra vida, la de su
madre, que ahora depende de ella, de modo tan total como pudiera pensarse. No
hay vacío allí, hubo una madre que crió a sus hijos y ahora una hija se
convierte en madre de su madre, para protegerla en su fragilidad, y cerrar el
ciclo de recíprocos cuidados en donde no cabe la orfandad.
6-Iba en el
colectivo hacia el centro.
En una
esquina ascendió un ciego con su correspondiente bastón blanco, que pidió el
asiento a la persona que ocupaba el primero.
Una joven de
la otra hilera se levantó rápidamente para dejarle el suyo. Pero el ciego
insistió, en que se levantase y se lo cediera, a la persona que ocupaba el asiento reservado a
discapacitados.
Todos
observamos que trabajosamente, una señora con dos bastones se levantó y cedió
al ciego el lugar que ocupaba, sin decirle nada.
Así que el
ciego no llegó a enterarse de lo que había sucedido.
7-Algo me
afecta. Es un film de Subiela, “Nunca mires hacia abajo”. Su protagonista, un joven que tiene un
encuentro con una mujer mayor que él, vive una experiencia singular. De la mano
de su maestra en erotismo, descubre que en la culminación del encuentro sexual,
puede tener visiones como si se transportara a otros lugares. A otras
geografías. Como si el orgasmo potenciara en él capacidades desconocidas.
Recuerdo el
fenómeno de la cenestesia, que permite vincular datos de diferentes sentidos.
Capacidad que posibilitan algunas experiencias intensísimas y que algunas
drogas potencian. Con la cenestesia se
fusionan datos de diferentes fuentes sensoriales para llegar a ver la
música como formas ondulantes, o
registrar colores en las caricias recibidas en la piel, es decir sumar
impresiones visuales a sensaciones táctiles. O ante un sonido estridente,
percibir un gusto o una fragancia.
¿Y si este
fenómeno que creía inusual no lo fuera tanto? ¿Y si lo que había desestimado fuera
un caudal sensorial valioso e inexplorado?
8-Y siguiendo
con el tema de la sexualidad y el erotismo vale hacer referencia a lo que tuvo
que ver con mis hijos.
Pablo me
preguntó una vez: -¿A qué edad tuviste orgasmo?
Nadie, nunca,
jamás se atrevió a tanto. Por supuesto, mentí. No podía decirle muy temprano
para no parecerle demasiado suelta y perder autoridad moral. Y no podía tampoco
decirle muy tarde para no resultarle temerosa y reprimida y perder créditos.
Este año fue
Anahí la que me sorprendió. Al plantearle que tenía unas fotos de desnudos en
la compu y si se animaba a mirarlos, me preguntó: -¿De vos?
Yo la miré
con la expresión del Guille diciendo ¡Pod favod! Cuando Mafalda le pregunta al
padre si probó drogas.
Pero
pensándolo bien, ese fue un gran momento del año, porque si Anahí puede llegar
a pensar que yo hago desnudos fotográficos es que me tiene muy jerarquizada
después de todo…
(Las fotos en
la compu eran unos saludos humorísticos mis cuatro primos, saludando
alegremente vestidos de Adán, es decir cubiertos solo en lo imprescindibles, y
en vez de hoja de parra, con los globitos y guirnaldas navideñas. Es
decir, desvestidos y descalzos en el
resto)
Están tan
lindos que les digo que voy a hacer posters con las fotos para mostrar a mis amigos.
9-Visito en
Buenos Aires a mis primos. Sí, a los de
las fotos. Una de sus amigas nos invita a una función de Teatro Ciego.
Sus hijos,
que son músicos tienen un conjunto que hace folklore y ritmos latinoamericanos.
Sabemos por
comentarios que será una experiencia inusual. Llegamos con anticipación y
esperamos con otros asistentes.
Cuando llega
el momento nos formamos en hileras, tomados de los hombros de la persona que
esta adelante. Entramos en grupos de ocho a un recinto guiados por alguien que
nos conduce en medio de la más absoluta oscuridad. Nos acompaña hasta que cada
uno está situado en su asiento.
Pronto
empieza la música. Se despliegan con toda potencia en esa oscuridad envolvente,
en la que ni el más mínimo haz de luz se cuela.
Registro cada
nota, cada sonido. Las vibraciones nos llegan en oleadas y las percibo con todo
el cuerpo, Las yemas de los dedos apoyadas en la falda son como otros órganos
que escuchan tonos e intensidades.
En un momento
pareciera que relámpagos surcan el espacio y al unísono con una canción
alusiva, registramos una lluviecita que cae sobre nosotros, apenas perceptible,
por unos segundos. La idea de tormenta se completa. Hay aromas que nos
atraviesan.
Recordando la
niñez, los integrantes del conjunto hacen mención de sus juegos
Y podemos oír
a una pelota rebotar en torno, y el timbre de una bicicleta que se desplaza,
viene de lejos, se acerca y después se va.
En una de las
últimas canciones una luna enorme y anaranjada aparece en el fondo.
Para la
composición del final se encienden las luces y podemos ver a los chicos, el
puñado de músicos que nos crearon la ilusión de espacios y de imágenes con su
música.
Me sorprende
un dato: en la oscuridad, creía que los músicos estaban en una plataforma, más
altos y a unos metros.
Pero al
encenderse los vemos a nuestra altura y tan cerca que extendiendo la mano los
alcanzaríamos.
Todos, los
asistentes a ese Teatro Ciego y quienes lo hacen podemos ver con nuestros ojos.
Pero con esa experiencia utilizando los otros sentidos hemos enriquecido
nuestra experiencia.
Nos invitan a bailar. Corremos las sillas y todos participamos con alegría, de ésta, que fue una función diferente
.
10-Marta me
invita a compartir un premio que recibió en la cena del Colegio de Arquitectos:
un día de SPA en Ros Tower, el hotel con todas las estrellas. Es la primera vez
que resulta premiada y está llena de entusiasmo.
No obstante a
ambas el lugar nos suscita todas las contradicciones que pudieran pensarse, precisamente por lo
que ese lugar representa.
La oferta implica
un día en ese ámbito suntuoso, con acceso a la pileta y a todos los servicios, almuerzo incluido.
Eso en cuanto
a lo específico. También, al mismo tiempo,
es la oportunidad de compartir
con Marta un tiempo extenso de diálogo y trabajo sin interferencias. Y eso es
importante. Acepto y parto ese día al hotel por la mañana, con traje de baño
nuevo y mil dudas.
Nos reciben
con gentileza y nos muestran el programa del día. Tenemos una clase de gimnasia
acuática, una sesión de masaje. La piscina y el jaccuzi, en la terraza están
disponibles durante todo el día y hasta las 9 de la noche. La vista de Rosario
es bella e impresionante desde esa altura.
También tenemos sesiones de ducha escocesa, de sauna
seco y de sauna húmedo.
Qué subrayo
de la experiencia? En primer lugar el comentario de la masajista, que
refiriéndose a la Índole de su tarea se mostró entusiasta. Ama lo que hace y
hace lo que ama.
No obstante,
por las características de los usuarios, de la gente que allí recibe un masaje,
se refirió a estar acostumbrada a trabajar adaptando sus expectativas a las Barbies y los Kent. Pude intuir lo que
quería decir, pero no pedí explicaciones.
La profesora
de la clase de gimnasia en el agua, parecía más identificada con las
características de los pasajeros. En un descanso relató que había contado sus
labiales y tenía 43. Debo confesar que nunca, hasta ese día había conocido a
alguien que tuviera tal cantidad. (Si exceptúo un número igual de inverosímil
de zapatos de la periodista de “Sex and the city”).
Y lo
definitivo para posicionarme fue el chiste (¿?) que una de las mujeres en la
pileta contaba a otra y que yo escuché sin festejar.
“Según la
teoría de la evolución de Darwin, primero habían sido los anfibios, después los
reptiles. Más tarde los mamíferos que se fueron perfeccionando hasta alcanzar
en la escala zoológica a los grandes monos.
De ellos se evolucionó al cromagnon. De allí al epitecantropus y al
neanderthal en sucesión. Luego se evolucionó a Evo Morales y la culminación
llega en Hugo Chavez”.
Tengo mis
reservas con Evo (“Evo sin Eva” critican las feministas, entre ellas María
Galindo, para referirse al machismo del mandatario) y no me cabe lo teatral de Chavez (como
tampoco lo payasesco en Berlusconi). Para mí los mandatarios debieran asumir
con digna reserva el uso de la palabra, con cuidado especialmente minucioso
léxico, tonos y gestos. Pero tal vez es porque en eso soy anticuada.
Lo digo para
despejar dudas. Pero sí sentí que la
inclusión de Evo y Chavez, ambos en una historia como la relatada, me
punzaba como un estilete. Y que siendo referentes de la lucha latinoamericana,
el chiste oído sin querer queriendo, terminó de convencerme de que ese hotel,
esa pileta no eran para mí.
Ese fue el
momento en que me pregunté algo que ya venía esbozándose : ¿Qué hace una chica
como yo en un lugar como éste?
M.C.M. 2010
33-Ella
andaba por los andamios
Y como a la miopía se le había sumado en el
último tiempo la presbicia, ella renegaba con los bifocales, mientras planeaba
alguna solución.
No podía dejar de andar por los andamios por
su profesión, no podía dejar de subir y bajar escaleras precarias, y tampoco
dejar de atravesar en lo alto tablones de destino incierto. Así que la cirugía
podía llegar como solución. Cuando la estaba decidiendo, Darío con su bonhomía
habitual, la estimuló diciendo no sé qué cosas acerca de bastones blancos y
perros lazarillos.
La cirugía fue exitosa así que al poco tiempo
nuestra arquitecta volvió andar por los aires y moverse con mucho donaire.
Por eso resultó tan, pero tan, pero tan
absurdo que cuando ya se movía segura sin los bifocales, limpiando un
vidriecito de mierda en la sacrosanta paz del hogar, dulce hogar. se viniera en
banda, con los resultados que son de prever. Malos pero no tan malos, porque
como todos dicen sabios y concienzudos: “Hubiera podido ser peor”.
La rodilla atada con alambre como en la
canción de Ignacio Copani, que sabe mucho de la idiosincrasia nacional. La mano
en cabestrillo como corresponde en estos casos.
Y también, provisoriamente, durante la
convalescencia, la silla de ruedas, pasando a formar parte de su cotidiano.
Como en la cancha es que se ven los pingos,
allí estuvieron todos, pero él, más.
Con la sagacidad de los silenciosos que traen
las soluciones cuando es necesario, tomó en alquiler el departamento con
ascensor que utilizarían en este tiempo de convalecencia. Provisoriamente
dejaban la bella casa del vidriecito de mierda y de los dos pisos de escaleras.
Un departamento pequeño, con ascensor que
facilitaba las salidas para consultas y tratamientos. Y sobre todo, que estaba
enfrente de la plaza del romance. La
habían frecuentado de novios, cuando se busca el silencio y la oscuridad
cómplices para el acercamiento del que se sale con el pulso agitado, rojos y
con sofocones.
Pero bueh! Esta vez llegaron a la plaza con
sol, donde había mamás con sus bebés en cochecito, niñitos jugando, perros de
diverso pelaje correteando, adolescentes tomando cerveza y viejitos tomando
aire.
Y ellos dos,
se dieron cuenta de que si bien la plaza es la misma de los tiempos de
noviazgo, ella en la silla empujada por él, jodiendo sobre lisiaditos y otras
yerbas, digo, esa plaza no daba para la remembranza de libidos desbordantes de
otra hora.
Pero ya que el paseo no daba no para
romance, para lo que si daba era para
tomarse en solfa los contrastes. Y eso sí que ya fue mucho!
M.C.M. septiembre 2010
34-Encuentro
con las de entonces
Eran los primeros 70.
Era un grupo que seguía mis clases cuando nos trasladamos a la
Facultad de Humanidades.
La carrera
era Periodismo, más tarde se llamaría Comunicación Social.
Como mi materia era optativa, yo tenía la
alegría y la certeza de que estaban las que querían estar, más allá de
burocracias…
Como nos mudamos a mitad de año, en
Humanidades a veces no había aulas. Pero como el frío ya no era un impedimento,
a veces dábamos clases en el patio.
Recuerdo al pequeño grupo, al atardecer sobre
uno de los bancos. El mismo patio donde años atrás empezara mi historia con él,
cuando éramos estudiantes.
Pero ahora, él y yo éramos profesores.
Y estas nuestras alumnas, las confiables, las
que estaban cerca, las que estaban siempre: Elba, Raquel, Norma.
Las que tenían el entusiasmo y la
perseverancia. Después vendrían los años oscuros, los años de plomo, pero
todavía…Dejamos de vernos cuando terminaron las clases.
Elba fue la primera en tener una niña, me
llegó la noticia y recuerdo la emoción y un enterito gris minúsculo.
La
vida siguió ¿por cuánto tiempo?
A veces nos cruzábamos, y venía el relato de
lo sucedido en cada historia: hijos, amores, trabajos y trajines
Y este agosto volvimos a reunirnos. Elba
cumplía años y nos reunía. Celebraba con alegría su vida, sus hijos, sus amigos
de entonces y de ahora.
Y en el salón nos encontramos: Elba desde el
esplendor de la vida vivida sin retaceos, con su niña seria convertida en
reciente mamá. (Que como todas las hijas ejerce la prudencia y la censura y no
le dejó llevar el strapless de color salmón que ella hubiera elegido, porque es
muy seria y muy formal).
No importa Elba, igual estabas muy bella
cuando te veía bailar incansable.
Y estuvo Raquel, la del diario que lleva
adelante con toda su fuerza , y que ya es un referente en la prensa que refleja
su empeño y su talento. Raquel que trajo los chocolates preparados como souvenires en forma de
corazón y con envoltura de celofán. Tenía la misma sonrisa de sus 20 años y el
orgullo de acompañarse con su hijo bienamado. El Hijo que la llevó a elegirse a
sí misma como madre desde el deseo, el entusiasmo y la generosidad. Hijo que
entró a formar parte de su vida cuando era apenas una brizna, y que hoy, todo
sonrisas (como su mamá) es un despliegue
de vitalidad, simpatía e inteligencia.
Y estuvo la dulce Norma, gestora de mi única
experiencia, cuando tenía un programa en Radio Nacional. Con el compañero con
que comparte la vida, la crianza de sus
niños, las lecturas y los proyectos.
Que como todas nosotras, armó su historia
para que fructificara en lo que es hoy.
Como Raquel, como Elba. Para que pudiéramos
compartir desde la alegría esta celebración. A pesar del tiempo, a pesar delos
años estuvimos allí, como entonces.
Y valió la pena. Nos hizo recuperar aquellos
momentos, cuando nos preguntábamos cómo sería lo que vendría luego. Lo que iría
componiendo nuestros días para darles significado.
Ahora, un poco (solo un poco) más sabias,
podemos decirnos que sí, que tuvo sentido.
M.C.M. agosto 2010
35-La
amiga de mi hija
17/06/10
Los primeros recuerdos que tengo son de la
época en que iban a Jardín de Infantes en la Escuela Magdalena Güemes. Mi hija
y ella estaban juntas a la Salita Verde. Licena ya era linda, rubia, menuda y
grácil. Y se había prendado de un gordito insignificante llamado Nicolás.
Esperaba que él se diera cuenta y le retribuyera su interés. Como tuvo poco
éxito, una tarde decidió ser más expeditiva: tomó la escoba de la portera y lo
corrió a escobazos para convencerlo de que la amara, pero fracasó. Dijo
resignada: -Bueno, pero al menos hice lo que pude.
Siguieron las clases y llegó fin de curso.
Recibieron un Diploma de Egresadas. El primero.
Como habían programado compartir tiempo en
las vacaciones las llevamos a la pileta del club. Recuerdo ese primer día.
Tomamos sol y nos bañamos. Anahí tenía la piel más morena y más curtida. La de
Licena era de un blanco transparente. Al volver, era roja tirando a salmón. Y
yo me quería cortar las venas con un kinoto. Su madre fue comprensiva y no hubo
reproches. Creo que porque era una mujer sabia.
Tiempo después planearon que una noche se
quedara a dormir en casa. Jugaron y charlaron hasta tarde.
Esa madrugada escuché ruidos en el comedor y
cuando me asomé, la vi muy vestidita y compuesta, con la cartera sobre las
rodillas, esperando que amaneciera y pudiéramos llevarla. No hay duda que pese
al episodio de los escobazos, ya de chiquita era toda una dama.
Después estuvieron juntas en la Escuela
Pestalozzi y empezaron a crecer.
Cuando llegó el tiempo de la secundaria, se
habían puesto de acuerdo en inscribirse en la misma escuela. Su padre consiguió
incluirla en el mismo curso y volvieron a compartir espacios. Siguieron
creciendo con velocidad irrespetuosa.
Yo había empezado a quererla desde antes,
pero una noche en que nosotros salíamos por un compromiso fuera de casa, y Anahí tenía su primera cita, fue ella la
que quedó acompañando a mi mamá, a quien ella también empezó a llamar abuela. Esa noche fue definitoria en el lugar
que ocuparía.
Ya de más chica, ella había planteado la
posibilidad de consultar a un sacerdote, para ver si dándoles una bendición,
ellas tan amigas, no podrían pasar a ser primas, un grado más fuerte de unión.
También planeaban entonces que cuando fueran
mayores podrían vivir juntas.
Y eso sucedió. Sucedió muchos años después,
en este tiempo en que ella alojó y
guardó a Anahí en su casa como si fueran primas, como si fueran hermanas.
Por esa razón, porque se del afecto que la
une a mi hija.
Porque los golpes de la vida se le
presentaron a ella demasiado pronto e inapelables.
Porque cuando la muerte de su papá asumió
responsabilidades en los trámites, ritos y ceremonias como una adulta, desde
una entereza que sobrepasaba sus 14 años.
Porque cuando la radioterapia de su mamá,
ella era la única con acceso a la habitación y encargada de acompañarla. Y
solamente tenía 17 años.
Por su valentía, que yo admiraba, y por su
generosidad en estos días, es que sigue ocupando ese lugar ganado desde niña.
Me
quedó una charla pendiente con su mamá, que partió de pronto, antes de que
pudiéramos tenerla. Y era una explicación que yo le debía, respecto al por qué,
yo me había retraído en ese tiempo amargo . Después de haber compartido tanto,
no pude sostener el encuentro en ese tiempo, que resultó ser el último.
Al hablar de mi deuda esa mujer sabia, me había liberado de mi
preocupación con una frase medio en broma pero verdadera: "No te apenes,
que andando el carro, se acomodan los melones. Ya charlaremos alguna vez".
No hubo oportunidad, porque se fue sin avisar.
Y
cuando hice referencia al tema, también ella, la amiga de mi hija, digna hija
de su madre, sonrió apenas, y dio por saldado el tema. Se ve que porque han
sido así: realmente unas auténticas damas. Junio 2010
36-Mirar
y ver. La historia.
Empezó hace tantos años.
Cuando Pablo era bebé me pareció que
bizqueaba, así que pedí consulta con el Doctor G. que lo examinó y me dijo:
-Los ojos están bien, lo que está mal es la cara, tiene el tabique muy ancho,
así cuando mira a la derecha, se esconde el ojo izquierdo, y cuando mira a la
izquierda se esconde el ojo derecho. A medida que crezca y se le alargue la
cara, ese aparente efecto de bizquera va a desaparecer.
A continuación trajo la foto de un grupo
familiar y me señaló un niño, y dijo: _Mire, a mi hijo le pasa lo mismo que al
suyo. Efectivamente, el niño de la foto también daba la misma impresión. Me fui
tranquila, sintiendo que ese doctor era muy sabio.
Mucho tiempo después, cuando Pablo tenía unos
15 años, necesitó una consulta y volvimos a esa clínica donde lo atendió esta
vez, un joven Doctor G., que yo presumí que podía ser aquel de la vieja
fotografía. También tenía sobre el escritorio un portarretratos del grupo
familiar.
Dos años después, en una consulta por cambio
de cristales, sucedió que la cosa se había complicado.
Pablo trajo el diagnóstico. El Doctor G. dijo
que tengo que hacer unos exámenes. Parece que tengo glaucoma.
El Doctor G.
no supo el lugar que ocupó en nuestra historia cuando Pablo comentó la
noticia. A mí se me cayeron las medias y el alma. Hablé por teléfono para saber
si había escuchado bien. Luego esa presunción se confirmaría y tuvimos la
certeza. Cuando fui a hablar personalmente. me dijo que se trataba de un cuadro
de evolución lenta, pero progresivo e
irreversible, si nos dejábamos estar. Empezó el tratamiento convencional.
Cuando le hablamos de una terapia alternativa, no la apoyó. Eludió pronunciarse
sobre experiencias que nos ponían en el borde…. Igual apostamos. A todo lo posible.
Después fui yo a consulta.
Hace tres años me dijo: cataratas
incipientes. Hace dos enunció: definitivamente cataratas. Y me indicó bifocales
hasta que me decidiera
Este año, al examinarme dijo: Ya estás en
grado 3 y además hay un principio de glaucoma. Está excavado el nervio del ojo
izquierdo, así que veremos cómo tratarlo, después de salir de esto. Como soy
una dama el “Que lo parió” como Inodoro Pereira prócer, lo dije despacito pero
con dignidad.
Y ahora llega el momento de decidir mi
cirugía. Primero el ojo izquierdo. ¿Cómo será la visión de uno y otro cuando
aún no haya sido operado el derecho?
Veré los colores más brillantes dicen. No me
enceguecerá el sol, cuentan. No habrá
más nubes obturando la mirada.
La falta de visión no se advierte sino por el contraste, al ver diferente mirando el mundo
después. Conozco un play boy que se pudo
ver las arrugas después de una cirugía y reprochó a su hija que no le hubiera
contado de ellas.
A mí misma me sucedió a los 12 años que eran
más lindas aquellas estrellas de antes de los lentes, luego las vería más
pequeñas y nítidas. Pero las estrellas,
entonces y ahora, son más grandes y
hermosas sin anteojos.
Será una visión diferente, pero no
necesariamente más bello lo que registre cuando, después de la cirugía, pueda
mirar sin cataratas,
Y la palabra “cataratas” tiene una historia
en la familia. La rechazó mi madre, cuando dijo
“que ella no tenía cataratas, porque eso era cosa de viejos” (tenía
ochentaypico), aunque aceptó el diagnóstico más fino de “opacidad del cristalino”. Si bien, para ella eran “unas nubes de
porquería que no me dejan ver bien”.
Y había decidido afrontarlas mi hermano antes
de partir, pero una mala jugada del corazón lo dejó sin tiempo.
¿Y cómo será para mí esta jugada? Aquí sí que
vale la expresión : Ya veremos.
Ya veremos. Lo que no quiero olvidarme es
preguntarle al Doctor G., si por casualidad no es el niño de la foto.
M.C.M.
septiembre 2010
37-Subsuelo
de sala 7
a los integrantes del equipo de salud que pusieron su
saber su disposición y su solidaridad
1er
tiempo
Ella comentó que en el taller que la
Universidad implementó para los estudiantes haitianos, había un chico que
lloraba y lloraba. Se acercó, le dio un pañuelo y después le apoyó una mano en
el hombro, pero cuando vino un amigo, lo dejó con él.
Y allí empezó a preguntarse si había estado
bien, si su gesto había sido oportuno. Porque ellos vienen de otra historia y
otra cultura, otros modos de encuentro. No sabía si era lo esperable. Porque
tienen otras costumbres.
No nombran la muerte a menos que estén cerca.
Pero en este caso…tal vez no iban a
estar cerca los que le pudieran dar noticias de los padres y hermanos que quedaron allá, bajo los escombros.
Los chicos debían seguir esperando hasta que
las dudas pudieran despejarse, para congratularse con la sobrevivencia de los
amados distantes o iniciar el penoso duelo.
Yo la escuchaba con atención, porque era la
primera vez que hablaba del asunto. Su padre dijo: “- Bueno, basta de
cuestiones de trabajo”. Pero no estábamos hablando de trabajo sino de cómo ella
se había topado con el dolor inconmensurable y como había respondido.
Y recordé la máxima, que nos indicaba medio
en serio, medio en broma: “El médico debe tocar pero no puede sentir. El
psicólogo debe sentir, pero no puede tocar”.
Allí estaba el por qué de la pregunta que se
formuló a sí misma. Pregunta que llegó después del gesto. Pregunta que engarza
en su disposición a trabajar con cuidado y poniendo su resonancia en el centro
de las apalabras y la acción.
Y me acordé de que a pesar de sus dos kilos
al nacer yo intuí que era muy fuerte.
Y también de lo impecable de su guardapolvo
de primer grado, aunque fuera un poco grande.
Y de mi estoicismo cuando estuve en la
Facultad para fotografiar el enchastre de harina, huevos, yerba y coca cola el
día de su graduación.
Y de la firmeza de sus decisiones, que para
los ambiguos como yo, resulta sorprendente.
2do
tiempo
Desde el balcón mirábamos el festival. “Por
suerte hay más gente esta segunda noche. ¿Sabés que para el primer taller nos dieron
el aula de ginecología? Así que sobre las vitrinas y bibliotecas, había piezas
de yeso, o resina, réplicas anatómicas. Eran de mujeres, desde el abdomen y con
los genitales entre las piernas abiertas. En ellas enseñan las maniobras de la
especialidad a los estudiantes. Y nosotros, los de psicología, trabajando con
los pibes en ese escenario…parecía Almodovar.
Entonces les dijimos que se pusieran media
pila y para las otras reuniones nos dieron la sala del Consejo Directivo de la
Facultad. Es el salón que está sobre el hall de entrada. Y allí teníamos
muebles hermosos, el piso encerado, todo impecable, todo perfecto.
Después del trabajo grupal, los chicos
podían tener entrevistas privadas. Yo vi a uno, era cuando recién
llegaban noticias y estaba tan angustiado…
Hasta que se fueron organizando, viendo cómo
van a seguir sus vidas…Dónde vivir, en qué trabajar y con este festival, ya se
fueron ordenando. Han pasado 40 días desde el terremoto”.
3er
tiempo
Nos metemos entre la gente. Desde los
micrófonos la locutora dice que hay cerca de 4.000 personas.
Pienso que soy la única adulta, hasta que veo
a un mozo de bigotes que lleva una bandeja en alto. Se suceden las bandas. Hay
parejas, gente en grupos, gente suelta y padres jóvenes con sus bebés en
cochecito.
En el escenario las palabras. Hablan el
Decano, alguien del Centro de Estudiantes, Raquel en representación de los
estudiantes haitianos. Es este Festival la única actividad organizada a nivel
nacional para recaudar fondos, que tenga esta envergadura.
Me gusta el himno de Haití. Es bello. Siguen
los músicos sus largo rato.
4to
tiempo
De vuelta en el departamento escucho las
interpretaciones de los últimos grupos: Vudú, Cielo Raso y Los Vándalos.
Me parece que me resuena más Cielo Raso, pero
no escucho hasta el final porque me duermo.
Un poco después, en un lugar del edificio, en
un piso más alto, hay percusión y voces. Un haitiano habla con su particular
acento y está llevando el ritmo con golpecitos. Creo que les está enseñando
algo a las chicas con que se acompaña. Conversan y ríen y me alegra
escucharlos.
Cuando vuelvo a despertarme ya está todo en
silencio.
M.C.M.
Febrero de 2010
38--Carlos,
Carli, Marcos
Carlos
Mi hermano de la niñez supo llevarme una
noche a la casa de un amigo. Lo fantástico fue que me llevó, con mi familia de
muñecas, en un carrito enganchado a su triciclo. No por la vereda sino por el
medio de la calle. Es uno de los más
hermosos recuerdos el que conservo
de ese paseo. Los faros de los autos iluminando y nosotros en la aventura
de transitar entre los vehículos, por la calzada y como intrépidos viajeros.
Fuimos por calle Alsina, desde Córdoba hasta Mendoza. El pedaleaba adelante y
yo miraba el paisaje, como desde una carroza descapotada, abrazada a mis
muñecas. El tendría once años y yo cuatro.
Ese paseo quedó grabado como uno de los más
bellos de mi vida, tal vez por el sentimiento de transgresión de ir por la
calle, sobre un empedrado reservado a vehículos más grandes e imponentes.
Otro de mis recuerdos, me remite a un tiempo
en que el teléfono era inusual. En el barrio, solo tenía el almacén de la
esquina, y fue de epopeya que él se ingeniara para fabricar uno muy original. Y
para hablar solamente entre nosotros dos. Lo hizo con la larga manguera de
lavar el patio, y en los extremos dos tapas del polvo Coty robados a mi mamá.
Uno de ellos quedaba con él, en el altillo que era su habitación. Pero sacando
la manguera por la ventana, y llevándola a lo largo de la escalera y
atravesando el patio, quedaba justo. Justo delante del comedor, que era donde
yo dormía entonces. Luego hizo que entrara el otro extremo a través de la
persiana de la habitación donde yo esperaba. Toda la maniobra era (como fuera
el paseo en triciclo) secreta y destinada a ver si el invento funcionaba. Lo
pusimos a prueba una noche y el teléfono estuvo destinado a la lectura de
cuentos. El primero fue Alicia en el país de las maravillas.
Cuando mi vieja necesitó la manguera para
fines más prosaicos, se desbarató la lectura nocturna.
También supo fabricar un teatro de títeres
con una caja de zapatos y figuras de cartulina dibujadas por él. Pero me asusté
tanto de la bruja malvada de nariz ganchuda que amenazaba a Blanca Nieves, que
terminó recortándole la nariz y la joroba y transformándola en buena, para
calmarme.
Cuando crecí y estaba por casarme, fue mi
hermano el que compró los antibióticos
cuando estuve enferma. Ya era otra
época. En ese tiempo no tenía Obra Social, y estábamos en la lona pues, con A.,
habíamos gastado todos nuestros ahorros en la compra del primer
departamento.(Mi médica era Eneri ,
amiga cercana, y los análisis necesarios para ver el curso de la enfermedad los
hacía Deoly, otra amiga. Ambas me cuidaban por el vínculo previo. Y él me
cuidaba porque era mi hermano)
Y en la madurez, muchos años más tarde, fue
mi hermano el que, detallista como pocos, corrigió lo formal de la presentación
de mi tesis de post grado para que no tuviera ninguna falla, y fuera a la
evaluación del jurado como escrito
impecable. No me acuerdo si se lo agradecí.
Pintó en un óleo, un retrato a mi hija, como
había hecho con algunas personas amadas. ¿Fue su último retrato? Anahí esta sobre un fondo de flores y mirando
al frente. Es una bella imagen en donde el parecido es patente en la mirada.
Estaba orgulloso de haber logrado.
Carli
Nació como mi primer sobrino, y vino a
conmover cierta certeza: yo dejaba de ser la menor. No me lo prestaban mucho.
Al menos, no tanto como yo deseaba.
El primer encuentro que tuvo con A. fue
memorable. El debió intuir que ese intruso venía a perturbar nuestra relación
de tía primeriza con sobrino mimado, a interferirla, tal vez a funcionar como un obstáculo. Tendría tres
años. Además había nacido su hermana. Lo cierto es que desde donde estaba en el
extremo del patio, lejos, tomó impulso y fue directo a darle un cabezazo en
cierta zona sensible.
Después se hicieron amigos. Cuando creció lo
fuimos incluyendo en salidas y paseos. El recuerda los domingos en San Lorenzo,
donde jugaba con el arco y la catapulta que le fabricaba A. en el taller de
carpintería de su padre. Disfrutaba y por eso nos alegraba llevarlos cuando
visitábamos la casa.
También ahora refiere las conversaciones con
nosotros, que formaban parte de sus aprendizajes: libros, música, alguna salida
al cine. Sabía dibujar paisajes desérticos que me obsequiaba. Eran estampas de
lugares quietos y vacíos, y que luego de muchos años encontró mágicamente en Barriales, en San Juan, donde anheló, aún
anhela vivir. Adonde vuelve cada vez que puede y adonde insiste en llevarnos,
como al lugar más hermoso del mundo.
Luego, con la adolescencia lo perdí de vista
y ahora compartimos desde otro lugar. Me ha pedido que guarde en mi compu sus
escritos, honor al que accedí de inmediato.
Y por alguna misteriosa razón, él, mi hijo y
su hijo Marcos componen un trío exótico
Marcos
¿Su talento para la plástica le viene por
designios de la herencia? Como su abuelo, como su padre, como su primo (mi
hijo) una creatividad y destreza que pone en juego, sin esfuerzo.
Anahí
sabe decir que es un talento de los hombres de la familia que nos
soslaya a las mujeres. Creo que tiene
razón.
Cuando regalé, a Marcos y a su padre, pero
sin discriminar cuál para cada uno, dos calendarios, uno con imágenes de esculturas
de Miguel Ángel y el otro con imágenes
de pinturas de Rafael, estuvieron vacilando semanas antes de decidir cual se quedaba cada quien.
La última vez que charlé con Marcos, yo
estaba por cocinar Chop Suey, me contó
que está buscando su proyecto. Que dibujar, escribir y hacer música le han
valido momentos de plenitud. Pero que está pensando en dejar de eludir el
compromiso que implicaría otras tareas. Le dije que si podía situar esa tarea y ese compromiso, como
medio para un fin, (aceptar un empleo cualunque para poder seguir con su
vocación artística) esa tarea y ese compromiso quedarían redimensionadas.
Juro que cocinar no es mi fuerte, pero esta
vez no me corté, ni me quemé, ni me raspé, ni me pinché, mientras charlando con
Marcos, preparaba mi Chop Suey. Cocinar era el medio para el fin, que fue
sostener esta conversación.
Mientras yo picaba el pollo en la tablita, él
me contó que había vivido postergando la decisión de tomar las riendas de su
vida.
Yo cortaba en rodajas finas la cebolla y en
tiritas el pimiento, y le dije, que en cierto sentido, el tiempo de la
adolescencia nos hace vivir como en una
burbuja, y ahora tal vez él sentía que podía empezar a hacer otras apuestas
hacia su futuro. El agregó algo que me dejó pensando: todos vivimos, cada quien
en su burbuja, pero está bien tratar de
contactar con otros para trazar
nuestros proyectos. Me dije: ¿Tiene que venir un pendejo a hacerme darme cuenta
de esta verdad incuestionable? Y me imaginé un medio acuático en el que
flotábamos. Como embriones cada cual en su saco amniótico.
Yo puse la cebolla y el pimiento a saltar,
tratando de que no me salpicara el aceite.
Él me dijo, que lo ponía mal, al ponerse en
contacto con otros venía a descubrir que se le habían pasado muchas cosas por
alto, que no había advertido cuestiones obvias y que le daba pena sentir que no
había estado al tanto de lo que le pasaba a su hermano (¿Su mayor
preocupación?) Que se describía por eso a sí mismo como “pánfilo”.
Mientras buscaba los brotes de soja, la
palabra “pánfilo” me resonó, le comenté que muchas veces me había sucedido, y
después, al advertir que había quedado fuera de situaciones que me concernían,
después de enfurecerme, me había reprochado como él cierta candidez o falta de
sagacidad o cautela para evaluar las cosas o las personas. Pensé, pero no le
dije, que esos descubrimientos nos hacen sentir no solo como pánfilos sino
también como sobrevivientes después de atravesarlos. Y que de algún modo todos
somos sobrevivientes. Sobrevivientes de esos tropiezos, sobrevivientes de nuestras discapacidades, de cada quien la
suya.
Yo preparaba el aderezo con caldo y especias,
pegada aún a la idea de sobrevivencia,
cuando me dijo que según el calendario maya debiera serle fácil el vínculo con
las chicas, pero que ya se había terminado con la que más le interesaba. Era
hermosa, fuerte, segura y allí tuvo la
oportunidad de ver, de darse cuenta de algo: que soportar lo que se desea
tanto, también implica una exigencia muy grande. Entonces recordé que además de
discapacidades tenemos dones, y que entre ellas y ellos (discapacidades y
dones), Marcos y yo estábamos en camino de hacer el insoslayable balance de
todos los sobrevivientes.
Cuando puse los brotes de alfalfa, tomo
algunos de la bandeja. Allí recordé que es vegetariano.
Mi Chop Suey de pollo no serviría. Así que me
puse a pensar en esta crónica, dispuesta a lavar la lechuga para su
ensalada. M.C.M. junio 2011
V-LA
VIDA VA TOMANDO FORMA
39-Graduaciones
La graduación de Anahí había sido la clásica
para estos tiempos. El padre se quedó en el bar porque sabía que no iba a
soportar la andanada de huevazos, harina, yerba y demás con la que iban a bañar
a su princesita.
Yo me lo banqué estoica y digna, cual dama,
junto a los padres y madres de las otras dos graduadas en ese día y tomé las
fotos de rigor. Luego me encargué personalmente de avisar por teléfono a amigos
y familiares que teníamos una nueva profesional en la familia. Y así les
compartí uno de los momentos emocionantes que nos es dado vivir.
La graduación de Pablo se planteaba
diferente. A su padre, su hermana y a mí nos involucraba por el acompañamiento
que íbamos a tener durante la exposición de su tesis. También nos
involucraba desde la previa.
La previa suponía tener encuadernados los
ejemplares que quedarían en biblioteca, ayudarlo a decidir si llevaría traje,
él que jamás se viste formal. Había uno, un traje digo, olvidado hace años en el placard de su padre.
Para acompañarlo en la cuestión, yo también vestí traje, dándole un sentido de
solidaridad en la patriada de ese día. Lo único diferente, es que no usé
corbata, hubiera sido demasiado.
Partimos a la hora señalada, los hermanos en
el asiento de atrás, en la unión que suponen los momentos feroces. Su padre
conduciendo. Todos mudos.
Y allá, en la Facultad, esperaban los cuatro
mosqueteros: Gustavo el tímido, que forma parte de la casa estos días, ya que
prepara una tarea artística en el taller del fondo. Encontró en ese lugar
allí un espacio adecuado para sus
pinceles, para su creatividad y para su talento.
Mauri, que volvía de Misiones donde visitó a
su mamá y de Córdoba, donde está su novia. Menos angustiado que lo que lo
conocemos, tal vez por el efecto bienhechor de sus amores. Mauri casi contento,
es demasiado. Estamos acostumbrados a su estilo cuestionador de certezas y de
ironía demoledora.
Nacho, un caballero del grupo, con afinidades en ciertos temas,
que siempre está sonriente.
Y Lucho, que es el ángel de la guarda que
llevó los cuatro gatitos que aparecieron en el garaje de casa, y que los hizo
salir adelante, criándolos en colaboración con su hermano, con una mamadera
para prematuros, paciencia y una generosidad que me hace deudora permanente. Si
no se hubiera hecho cargo de los huérfanos,
a mí me hubiera comprometido en una tarea difícil y absorbente. Ahora
Lucho anda con las filmaciones de los gatitos en el celu, orgulloso de los
logros. Le debo una. En realidad le debo dos, porque además de hacerse cargo de
los gatitos, se hizo cargo de la filmación del evento. Tendremos el documento
de la defensa gracias a él y su pericia.
En la Facultad se sumó Leo, y más tarde en la
celebración, que fue en el bar del otro Gustavo, del Gustavo atorrante, se nos
sumó el Tomi.
Pero volviendo a la presentación…Como la
espera iba a ser larga, bajamos al bar. Yo los miraba frente a sándwiches y
alfajores y me preguntaba ¿Cómo es que pueden comer? En una mesa cercana se
habían ubicado unas chicas muy jóvenes. Escuché cuando Lucho y Nacho, mirándolas de soslayo, evaluaban sus
posibilidades de conquista.
Volvimos y cuando después de larga espera,
llegó el turno de Pablo fuimos ocho los que entramos como patota al aula donde
estaban los integrantes del tribunal: ellos eran un elfo y un orco, diría el
prestigioso y muy británico J. R.
R. Tolkien. Además, al orco los
alumnos lo llaman Shrek. Y después de la
exposición de Pablo fue el que más encarnizadamente preguntó y repreguntó.
El orco grande y cuadrado está rapado, lleva
dos aritos en el lóbulo de la oreja izquierda y tiene también tatuado el brazo.
Y para quienes no lo conocíamos resultó excesivo en todo, en el tono de voz, en
las actitudes, en el tiempo de interrogatorio. La impresión fue de permanente
equilibrio en una línea de fuego.
El padre se removía un par de filas más
atrás, en tensa espera, y según dijo más tarde, para nada de acuerdo con el
modo del exámen. Los otros testigos intercambiábamos miradas de vez en cuando.
Cristalería frágil en el borde. Pero cuando
más tarde Pablo nos comentó que el orco es así siempre, no por un tema personal
sino que es avasallante siempre, se desvanecieron mis prevenciones.
El otro jurado, el elfo, era gentil y había
acompañado a Pablo en un trabajo anterior. Se lo veía mesurado y en sintonía.
Cuando empezó la exposición, observé que
asentía con la cabeza a los planteos. Y cuando expuso su apreciación de la tesis, rescató el hecho de
que un tema así desde la frontera, abre caminos y por ello, implica valor.
Yo estaba sentada en la fila de atrás, en
medio del elfo y el orco, así que podía seguir de cerca la escena. Creo que me
quería meter dentro de las cabezas de cada uno de ellos para saber cómo seguían
y que procesaban de lo que Pablo estaba exponiendo. Y además les enviaba un mensaje, ¡ojito a
cómo iban a evaluarlo, o se la iban a tener que ver! Si mis mensajes
telepáticos llegaron no lo sé.
Creo que debieron sentir mi peso, tal vez
como sombra amenazadora sobrevolando el lugar.
Tal vez como advertencia ominosa, si ellos no
llegaban a estar a la altura de mis, de nuestras expectativas.
Claro, como dice Fred Vargas: “las madres
nunca hacen las cosas como el resto de la gente”. Y ¿qué quieren que les diga?
no soy una excepción.
M.C.M. 18 de marzo de
2011
40-Tiempo
de limpieza
Pronto es su cumpleaños, y así como las mesas
del cafetín de Buenos Aires, que nunca preguntan, yo bien sé que el
inconsciente nunca traiciona, así que me
dejé guiar por él, en la caminata por las galerías. Y entonces me vi (cumpliendo lo encomendado por las Redecillas)
eligiendo un presente para Marta. ¿El más adecuado? Sí, el más adecuado.
Bien vale el nombre de presente para designar
la intención: la de estar ahí, celebrando otra vez.
Lo que no sabía aún, pero tal vez mi
inconsciente adivinó, fue cuanto de simbólico tendría, la índole de lo elegido
para este momento.
La empleada de la perfumería dijo: aroma de
gardenias? Y era exquisito, de modo que asentí entusiasmada.
Loción, jabón líquido, crema para el cuerpo,
sales, una esponja. Todo bello, blanco, translúcido. Para este tiempo de
limpieza.
Y recién hoy, de vuelta de los Tribunales
Federales, (*) puedo evaluar lo insustituible de esos objetos, banales en otras
circunstancias, enormemente pertinentes hoy.
Porque en este tiempo de limpieza, el
testimonio que llenó la sala, a través
de las palabras que esperaban ser
pronunciadas parecían limpiar por dentro. Tal su fuerza, su mesura y su
cadencia. Y esta tarea de aseo del alma,
que supone decir lo que debía ser dicho, fue impecable. Como lo que espera en
su sofisticado envoltorio hasta mañana, para la otra limpieza que atañe al
cuerpo, y linda con una coquetería.
Escuchaba la voz adelante, en el frente, y
como sonido de fondo suspiros, agitación en alguien, tal vez un leve sollozo
allá atrás. Y cuando terminó el testimonio y salimos, pude percibir su temblor.
No podía decirle mucho. Pero sí pude
decirle, que ese temblor me recordaba el que suele suceder muchas veces al
parto. Que es un temblor que tiene su razón de ser, que es la respuesta del
organismo al esfuerzo y a la abrupta pérdida de líquidos del cuerpo. Qué crea
en la recién parida, si no sabe que ese
temblor puede suceder, extrañeza e
inquietud. Pero que solo tiene que ver con haber logrado poner afuera la nueva
vida del hijo nacido. Pero esas son solo explicaciones que atañen a la
fisiología.
Y que el temblor ahora, tal vez tenía que ver
con otra cosa, pero con otra cosa semejante. Ese otro parto de palabras, que la
dejaban limpia y liviana.
Un parto demorado 35 años.
Y aunque es cierto que el fondo de tristeza
nunca se borre del todo, ojalá se atenúe en este tiempo de limpieza, y en la
caricia que las gardenias puedan proveer.
A las Redecillas nos gustaría pensar que así
pueda ser. 30 de marzo de
2011
(*) Tribunales Federales donde declaró en la
Causa Feced por delitos de lesa humanidad durante el terrorismo de estado.
41-De
robos
Mi
gratitud a todos los que en el Heca y fuera de él fueron solidarios y nos
acompañaron en este trance, que ahora podemos contar como si fuera una comedia
Iara
había dejado un mensaje en mi celular: “Tía, anoche hirieron a mi mamá
para robarle. La operaron y está en el Heca. Ahora está bien, pero te aviso
porque el horario de visitas es de 16 a 18”. Iara es la hija de Marcela, que a
su vez, es más que una sobrina para mí.
Ese sábado, además de ella, en el Heca habían
sido internados otras dos personas heridas en robos. Las dos con balazos.
Yo antes
no le temía a los ladrones. A la policía sí, desde siempre. Desconfiaba
de ellos en mi infancia y me escondía temiendo que me sancionaran por usar
chupete. Después mis padres, para contrarrestar un poco, me dijeron que eran
los encargados de devolver a los niñitos que se perdían a casa. Pero en los 70 supe que en
realidad, eran los que se los robaban
después de matar a sus padres. (Miara por ejemplo, que se quedó con los
mellizos Reggiardo-Tolosa) Pero lo sucedido a Marcela influyó en mi posición
respecto a ladrones y policías.
Lo sucedido según el relato, fue que ese
sábado, en ese atardecer tan bello y antes de que oscureciera, Marcela volvía de la casa de su amigo Victor
y tomó por Carriego, cuando la detuvo el semáforo de Córdoba, frente a la
estación de servicio de Shell. Detrás venía una motito sin luces, con dos chicos. Uno, muy joven, se bajó y poniéndose
a su lado, apoyó la mano en el manubrio y le dijo algo que pudo ser: “Bajate” o
“Dámela”. Como el semáforo ya estaba por darle paso ella aceleró, y entonces el
pibe le dio un puñetazo en el pecho. O
lo que ella entendió que era un puñetazo en el pecho. Daba gracias,
al acelerar para alejarse, porque no habían podido robarle su moto,
cuando se sintió la remera mojada. Al llevar allí la mano la sangre le saltó
hasta la cara. Siguió hasta que en una parada de colectivo, unas chicas la
auxiliaron. Llamaron a su hija y a la ambulancia. ( El ataque fue similar a que
pocos días después sucediera en Capital, frente al reloj de Retiro, en que un
fotógrafo francés fue apuñalado en el corazón por un joven que quería
despojarlo de su cámara y que murió ante quienes circulaban por la plaza y
registraron confusamente el incidente).
Marcela zafó, aunque las jóvenes que la
ayudaron primero se asustaron mucho de esa mujer ensangrentada y sangrante que detenía junto a ellas su moto.
La ambulancia que llamaron llegó, pero después de 40 minutos y la médica
muy joven le preguntó: “¿Por qué me miras con cara de culo?” Marcela no tuvo
ganas de contestar, tampoco fuerzas. Cuando llegaron al hospital la recibieron
dos médicos muy bellos.
Determinaron que debía ser operada de
inmediato. Ella preguntó: “¿Cuando viene el cirujano?”. El más bello, llamado
Rodrigo dijo: “¡Yo soy el cirujano!”
Marcela pegunto, con la voz en un hilo: “¿Pero vos estás capacitado? ¿Tenés
experiencia?” Él le respondió: “¡Siiiii! Ya tuve dos pacientes, Ése señor que
se me murió y vos.” Todavía Marcela ´preguntó: “¿Y no hay cirujano plástico,
por la estética digo…” . “¡No, este es Hospital de Emergencias!” Entonces ella
le recomendó: “Bueno, entonces haceme puntaditas chiquitas para que se note
menos…”
Así
que allí fueron a cirugía, donde comprobaron que por las características de la
herida, había sido hecha por una faca, de las que se fabrican con flejes en la
cárcel, y filo de los dos lados. Como había perforado el pulmón, tuvieron que
insertarle un tubo que drenara la sangre. Y que la faca no produjo la muerte de
Marcela, porque según le dijo Rodrigo
“Como vos no tenés corazón, no pudo
atravesarlo”,
También le dijo: “Che…¿no me hacés pata con
tu hija, que está linda? Mirá , soy soltero, tengo trabajo ¿qué te parece? Es
cierto que Iara es linda, pero Marcela desestimó la propuesta porque según le
dijo: “¡Qué antigüedad! Haceme pata…¿Quién habla así hoy en día…? Además vos
estás aquí adentro todo el día. No creo que seas un buen partido…”
Lo cierto es que no le preguntamos a Iarita,
si le interesaba lo dicho por Rodrigo. Igual ella se hacía la que no escuchaba
cuando hablábamos del tema.
Me estrujaba el alma pensar que mientras
Marce estaba internada, Iara se volvía sola a la casa de Funes. Pero me
aseguró: “Quedate tranquila tía, que están los cinco perros, y sobre todo
Frodo, que es muy guardián y no deja acercarse a nadie”. Efectivamente, Frodo
se había instalado en la cama de Marcela y quedó allí todo el tiempo de la
internación. Cuando estaban por darle el alta, Iara intentó moverlo de la cama, para lavar las sábanas,
pero él no se lo permitió y hasta se
puso gruñón.
La mañana que Marce volvió a su casa de Funes
y Frodo la vio después de la ausencia, saltó de la cama y así Iara pudo al
fin sacar las sábanas mugrosas y
pulguientas. Él se paró sobre sus patas traseras, abrazó a Marcela y estuvo así por un rato.
Ahora la sigue a todos lados como si no quisiera perderla de vista.
Al fin, todo va retomando su cauce.
Yo me mantengo en contacto con ellas, por si
las moscas. Pero tengo una actitud más prevenida con respecto a las motos con
jovencitos de aspecto inocente. Sigo en el tironeo de conciencia, frente a los
delincuentes, porque pienso que en este
desprecio por la vida del otro, que los lleva a herir y a matar, hay en espejo, un desprecio por sí mismos. Como si tampoco valoraran su propia vida y estuviesen
dispuestos a cualquier riesgo. Y me
pregunto por su impotencia para construirse otro destino. Por otro lado sigo
con mi desconfianza respecto a todos los
uniformados de cualquier color, aunque sean inofensivos como los conductores de
tranvías de mi niñez (que tenían un uniforme gris, con gorra con visera como la
de los policías).
Las chicas ya están instaladas en Funes y en
sus rutinas. Iara sin la angustia y los apurones de ir al Hospital, volvió a su
trabajo. Y Marcela está mirando diseños, porque piensa hacerse un tatuaje sexi que disimule la
cicatriz.
¡Esas sí que son sobrinas!
M.C.M. marzo 2012
42-Un
marzo con tres acontecimientos que fueron cuatro
1- El
casamiento de Maite.
Maite es la hija de Susy,
una paciente de muchos años atrás. Era
la esposa de un colega y nos habíamos conocido en un taller de juegos
psicodramáticos. Uno de los juegos consistía en retirar de una caja, papelitos
con el nombre de un animal, que había que representar gestualmente, hasta
encontrar al par que hubiera sacado el papelito con el mismo animal. Éramos las
dos jirafas del grupo.
Poco después pidió una
consulta e inició tratamiento. En aquel tiempo quedó embarazada. Como era más
conversadora que las otras pacientes y muy afectuosa, mi madre, que a veces
atendía la puerta y veía progresar la panza, decidió por su cuenta, tejerle un
tapadito blanco al bebé que venía. Era una transgresión enorme para los
criterios de la época, pero mi mamá estaba muy decidida y era muy categórica.
Pensé que era un asunto en el que yo no debía intervenir y Susy recibió la
prenda fascinada y llena de gratitud cuando volvió de la maternidad. Yo ya
había conocido a su hija de recién nacida, en su primer día. Relaté todo los hechos tan
atípicos en un texto que fue publicado
(por supuesto, conservando el anonimato de sus protagonistas) y que pensé
compartirle cuando pasara un tiempo. Y pasó mucho tiempo. Diríamos (podríamos
decir) que soy un poco lenta para tomar algunas decisiones.
El
día que Susy me avisó que Maite se casaba y me invitaba a la celebración pensé
que había llegado el momento de hacerle conocer aquel texto en el que ella
estaba mencionada.
Unas
flores para la novia. Ese libro para Susy.
Lo vivido desde entonces, me
interpelaba desde su llamada telefónica. Lo vivido por ella. También por mí.
Recordé la historia del vínculo. Aquel tapadito blanco.
Nos habían pasado muchas
cosas.
Nos había pasado la vida.
La suya fue delineándose y a veces me llegaban
noticias. Una enfermedad neurológica cruel e
invalidante le puso límites hace unos
años. Y también puso a toda su historia en revisión.
Pero ella pudo hacerle
frente y con un tratamiento experimental, dejar la silla de ruedas y volver a
andar.
Su fuerza y los talentos que
le dieron réditos le permitieron seguir adelante, pese a todo.
Y los hijos, Maite y Marcos, le dieron la sensación de triunfo que me compartía.
Fue hermoso estar con ellos,
fue recobrar parte de una historia, que con sus luces y sus sombras los tiene
de protagonistas valientes, y sobre todo llenos de vida.
M.C.M. abril de 2011
2- El
cumple de Aurora.
Aurora fue mi partera. Y
cumplía 89 años. Cuando me invitó a su fiesta supe que igual que en la
celebración de sus 80, vestiría de rojo, que bailaría pasodobles y que la
encontraría alegre y entusiasta. Llena de vida, como siempre.
Un bisnieto violinista abrió
la celebración.
Un amigo cantando boleros
del tiempo de María Cucú, siguió con los homenajes. Una amiga de su grupo
actual de narradores y poetas cantó
tangos... Los pasodobles que siguieron fueron bailados con entusiasmo.
Como culminación, Aurora
recitó el clásico de Amado Nervo: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida…”
Y la compañía de Sergio y
María, en la mesa que me asignaron, completó la noche.
María estuvo embarazada en
el mismo tiempo en que yo lo estuve de mi hija mayor. En aquel tiempo, Aurora
sabía contarme que atendía en la preparación
para el parto a una muchacha
ciega. No la conocí entonces. Supe que el niño había nacido sano, que María se
separó del padre de su hijo. Que más tarde había hecho pareja con un
médico.
Que él tenía limitaciones en
la marcha. Lo que descubrí esa noche es que además tiene un sentido del humor
muy especial y gigantesco.
Un hombre con una profesión
que ama y un hobbie que lo apasiona: el cultivo de orquídeas, de lo que me
contó anécdotas increíbles. El relato de tráfico de orquídeas que se trae de Brasil cada verano,
amparado por su condición de disminuido físico,
era desopilante. Las autorreferencias bizarras no daban pie a ninguna
compasión, más bien a la admiración por su sagacidad en sacar partido y hacer
de la desgracia, aventura. “Beneficios secundarios” los llamaba él desde su
mirada psicoanalítica.
A todo esto, María quería bailar. Así
que fuimos las dos a la pista, y allí
estuvimos, hasta que yo caí cansada y ella siguió cumbiambiando primero y
después iniciando el trencito, con Aurora al frente, que recorrió el salón.
Ellos le habían llevado de regalo, orquídeas de su
jardín.
Y de Aurora ¿qué dijeron los
otros invitados? Un amigo con tono de picardía le reprochó que si estaba tan
joven y tan linda a los 89 era porque había vivido descansando y sin problemas
(en realidad dijo que era porque había vivido al pedo). Y la Aurora de los
10.000 nacimientos, con su mirada de ángel y su alegría de duende, se largó a
reír, tal como correspondía.
3- La
marcha de los 35 años.
Dieguito, es enorme y redondo como un sumo, tiene parte
de la cabeza rapada y un rodete en la coronilla. Nacho,
mide cerca de dos metros. Pablo,
con su aspecto de Peter Pan, pero deportista, es el menos intimidatorio
de los tres. Pero juntos… Esa tarde, íbamos los cuatro, dejamos el auto en una
lateral, y caminamos hacia la plaza desde la que partían las columnas.
Caminábamos,
distraídos, hasta que vimos la expresión
de una señora. A pocos pasos, se había
quedado inmóvil, con la mirada clavada en nosotros y gesto de angustia. Nos
creyó ladrones? Violentos? Quién sabe? Qué cosa de nosotros, que veníamos
boleando cachilos, pudo parecerle amenazante? El aspecto? El hecho de que
fuéramos en grupo?
Pero algo dijo, cuando
recuperó el habla, en el sentido que la habíamos sobresaltado y pensó asustada:
“Justo frente a mi casa…”
En la plaza los encuentros.
El clima de fervor. Los
cantos y las consignas. Resistir el cansancio de la caminata hasta el
Monumento.
Y la vuelta.
Con la sensación de haber
tenido hoy, presencia en nuestra historia. En nuestra Historia con
mayúscula.
Pero esa confusión inicial,
antes de la marcha, con la señora que nos creyó ladrones y se asustó de
nosotros, me dejó pensando, nunca hasta esta vez me pensaron como ladrona.
La fuerza de la patota tiene
su encanto, me dije y me recordó otras
situaciones en que me habían confundido.
Una fue cuando en oportunidad de un encuentro de mujeres una
vez nos habían preguntado a una amiga y a mí, si éramos lesbianas. Distribuían
las cabañas y como Noe y yo habíamos aceptado la propuesta de algunas de ellas
(de un grupo lésbico), de compartir el lugar, la pregunta surgió espontánea.
Noe es compañera del grupo Psique y de otras actividades. Como es la más joven,
pero muy capaz y estudiosa siempre me enorgullece con sus logros.
Noe estuvo un poco de novia
con mi hijo el año pasado.
Otra se dio después de la presentación del libro “Presas Políticas”
en el Teatro “La Comedia” cuando fuimos a cenar en un grupo enorme. Allí me
preguntaron en qué tiempo yo había
estado en Villa Devoto.
Había ido con Marta. Antes de tener la opción
de salir del país, ella había estado varios años compartiendo la cárcel con las
compañeras que hoy traían su relato, composición de muchos textos, a modo de
gran friso.
A Marta, a quien yo había
atendido como paciente con amnesia, la
acompañé luego en la escritura de
su libro “Seda cruda. Crónicas de cárcel, exilio y regreso”. Fue a través de ella, que conocí Devoto.
Y la tercera, después de la presentación en la
Feria del Libro de “La bufona”, la vida de Sandra Cabrera, nos quedamos
conversando con las chicas de Amar Rosario, con quien habíamos trabajado en un
taller sobre prevención de la violencia. Son mujeres muy expuestas a abusos y riesgos de todo tipo, y me resultó
muy significativo conocerlas y respetarlas. A las que conocía se sumaron otras
de Buenos Aires que habían venido a apoyar el momento. Una de ellas me pregunto
si también yo era trabajadora sexual.
Así, podemos decir, me he
visto frente a algunas situaciones semejantes. Cuando nos tomaron por ladrones
fue la cuarta.
La quinta fue la noche del
martes. Los veteranos de Malvinas, con su cocina ambulante, estaban ofreciendo
un plato cliente a quienes se acercaban a su camioneta. Vi el movimiento de la
cola de quienes rodeaban al vehículo, detenido en la Plaza Pinasco y me quedé
un momento sin entender lo inusual del panorama, hasta que recordé que para
acompañar en las noches frías a quienes viven en la calle, los veteranos, como todos
los inviernos (y con aportes de provisiones de la Municipalidad) ofrecen
refugio y comida.
Cuando retome mi camino al
Centro Cultural, uno de los muchachos que pasaba con su bandejita y un pan, me dijo al pasar a mi lado:
-¿Quiere un poquito? Le di las gracias y seguí.
Y me quedé otra vez pensando
en el ofrecimiento, medio en serio, medio en broma, surgido otra vez de una
especie de confusión. Que da cuenta de algo en él, pero también tal vez de algo
indefinido en mí. Caleidoscopio de identidades posibles?
M.C.M. invierno de 2011
43-Contradicciones
Si pude nacer en una familia que me esperaba.
Si tuve padres que me amaron.
Una casa fresca en verano y cálida en
invierno.
Si tuve escuela, guardapolvos, cuadernos,
libros.
Si tuve médicos cuando las gripes y las
anginas.
Si tuve juguetes, paseos, plazas, circos.
Vacaciones en las sierras y en el mar.
Si tuve una Primera Comunión con vestido
largo y blanco.
Si tuve fiesta de quince y amigas y romances.
Si amé y me amaron.
Si tuve un trabajo digno del cual vivir.
Si puedo hablar con gentes con las que tengo
afinidades…
Si no te esperaron con alegría.
Si eras una carga más, entre muchos.
Si en la casilla de chapas el viento se
colaba y las goteras humedecían todo.
Si la escuela era un lujo que no te podías
permitir, cuando saliste a cirujear.
Si cuando te enfermabas no había remedios.
Si no tuviste juguetes.
Si el centro lo conociste como lugar para
mendigar desde chico.
Si el Templo era un lugar al que ir a pedir.
Si no tuviste más fiesta que la del Poxirran.
Si te violentaron y abusaron desde siempre.
Si no pudiste conseguir que te cuidaran.
Si te mandaron a robar con una faca.
Entonces ¿por qué me asombro cuando me sentís
tu enemiga? M.C.M. marzo 2012
44-De
cuestiones familiares
1- Mi
tía me cuenta: Cuando la abuela vino del campo, viuda y con muchos hijos, tuvo
que hacer malabarismos para seguir adelante. Para colmo, uno de los chicos, el
mayor de los varones, había nacido con una malformación en su mano derecha, que
lo dejaba en inferioridad de condiciones para pelear la vida desde un trabajo
medianamente pago. Para los hermanos era
“el Manco” y para la madre, llegada la adolescencia, una preocupación. Tomando
coraje y valiéndose de que era una
consecuente feligresa de la Iglesia del barrio, de Misa diaria y asistencia a
todas las Procesiones de la Virgen, fue a hablar con el Párroco para
preguntarle si él podría ayudarla, ubicando a su hijo en alguna tarea. Algo así
como darle un trabajito y supervisarlo desde un lugar de jerarquía, colaborando
así con ella que se sentía agobiada por la responsabilidad de asumir sola la
crianza.
Mi tía prosigue: “Pero el
cura me sacó de vuelo”, le dijo que a Dios hay que ofrecerle los mejores hijos,
los más perfectos. Y ella sintió que también allí le rebotaban ese hijo
fallado, y que había sido una insolencia pensar en un lugar allí para él, en
ese Templo claro y luminoso. La abuela siguió sus prácticas devotas, pero creo
que algo se resquebrajó en ella. El
Manco finalmente, después de intentar trabajar vendiendo diarios (y daba miedo
pensarlo colgándose de los tranvías) aprendió a lustrar zapatos, y con su
cajoncito con cepillos y pomadas se fue ganando la vida en Avenida Pellegrini,
al lado del cine Sol de Mayo.
2- Marce y también Iara, su hija, me son muy cercanas.
Marce cuenta que en el lugar donde su hija trabaja como moza, también se baila, y así de vez en cuando,
Iara deja pasar a su mamá con alguna amiga, y para ellas es todo un programa
llegar al boliche y circular en ese ámbito sofisticado. Además uno de los
habituales concurrentes, un caballero mayor, piropeaba a Marce y la invitaba a
bailar, pero ella lo eludía, desdeñosa como princesa. Hasta que una noche en
que salía del baño, al cruzarse con él, Iara los presentó, y el apellido que él
portaba, ostentosamente empresarial, de
esos que se escuchan en la T.V., hizo que ella lo mirara con otros ojos. De
todas maneras siguió de largo, y la anécdota llegó días después, cuando él se
dirigió a Iara con una propuesta: “Te
cambio un cero kilómetro por tu mamá”.
No lo hubiéramos tenido en
cuenta si no es porque esa era contrapartida de lo sucedido en enero. Marce,
había llegado al Heca después de un
asalto, en que le habían clavado una faca. Y el médico que la atendía en la
urgencia le dijo: Qué linda que está tu hija!.
¿No me haces pata? Mirá tengo trabajo, soy soltero, dale…Y ella le
respondió: No, sos muy antiguo ¿ quién
habla así hoy?, , “haceme pata , haceme pata…” agregó burlona, mientras Iara se
hacía la desentendida.
Así como antes habían
rondado a la madre para llegar a la hija, esta otra vez, en perfecta simetría,
la hija era le mediadora de los afanes del empresario galante.
3- Ella,
como nos suele suceder, no sabía cómo hablar con él. Ambos debían remontar una
historia en donde la cárcel significó pena, riesgo, violencia. Y en el caso de
ellos además el contagio para madres y para niños de la Unidad 5.
Y aunque él ya no era un
niño, ella sentía que no podía dejar de inquietarse cuando lo veía fumar tanto,
perder peso, alimentarse mal. La tuberculosis había remitido entonces con el
tratamiento, y aunque él ya había dejado de ser niño, la necesidad de ser prudentes y evitar
riesgos en cuestiones de salud, continuaba. Así que pensando las palabras le
dijo: -Lamentaría que vos te murieras antes que yo, primero porque sos mi hijo,
y lo esperable que sean los hijos los que entierren a los padres. Es ley de la
vida que los hijos entierren a los padres. Si no se cumple la ley, no se
entiende la vida. Pero además de esa razón, por otra cosa, y es porque yo luche mucho, mucho, para que vos
vivieras. El no dijo nada, pero entendió.
4- Sabía
que las expectativas familiares estaban en que quedara en el pueblo,
acompañando a la madre, después de la
muerte del padre. Pero ella quería otra cosa para su vida. Le costó mucho tomar
la decisión de dejar la casa paterna, instalarse en la ciudad, completar sus
estudios, valerse mediante su trabajo, y volver como de visita. Todos, la
hermana que se había casado años antes, las primas y tías…todos tuvieron
miradas críticas a quien desafiara lo que esperaban de ella la tradición y las
costumbres. No estuvo segura por mucho tiempo de haber tomado la decisión
correcta, a veces se sintió culpable. Pudo trabajar en lo que amaba, ordenarse
con sus proyectos y sentirse satisfecha de algunos logros. Pudo también
acompañar desde otro lugar a la madre y a la hermana que quedaron allá, lejos.
Pero fue recién cuando vio “Como agua
para el chocolate” supo que el viejo mandato la había alcanzado, la
había golpeado y no había sido fácil eludirlo.
María del Carmen Marini, 16 de agosto de 2012
VI-REDONDEANDO
45-La
casa de la reja verde
En el fondo de la casa hay árboles y plantas. Hay un jacarandá alto, que no se
resignó a la poda y volvió a desarrollar sus ramas y un castaño coposo. Un limonero y un naranjo
y la fragancia de sus flores de azahar.
También hay un pequeño manzano cerca de la medianera y un gran níspero, bajo él está el horno de
barro.
Hay sombrillas de la virgen, que puso hace
años la madre de Eneri, y malvones de color salmón que puso mi mamá. Ellas ya
no están, pero quedaron de esta forma tan hermosa.
Hay
dos sandalias gigantescas y empieza a dar frutitos morados una frambuesa que
nos dio Estela de su planta en Funes.
Ah! Hay una planta de incienso y otras de
lavanda que puso Anahí. Y hay áloes macho y hembra para cosmética y medicina.
Un tabaquito solitario en medio del cantero. Y en macetas hay amarantos,
begonias, helechos serrucho, helechos pluma que son bonitos, corazón de
estudiante y la planta del dólar. Otra bella, de hojas aterciopeladas que me
regaló Hilda.
Tuve almácigos con plantines de alegrías de
colores, pero perdí la batalla con las babosas que las comían.
También
hay otras plantas que cuidan Pablo y los otros chicos y son perfumadas.
Y hay
pájaros, gorriones, cachilos, muy vivaces,
tacuaritas que se ponen a chillar
celosas, cuando me acerco a su territorio, en la enredadera del fondo del
terreno, donde deben tener su nido. Deben sentir que soy una atrevida que
invado su privacidad y me lo hacen sentir con sus protestas. Hay
benteveos gentiles, palomas, horneros
y hasta colibríes. Bajan a comer con confianza. Los he encontrado hasta
dentro de la cocina buscando miguitas, pero se vuelan si me acerco. Hubo un
tiempo en que un cardenal pasaba todas las mañanas, como si viniera a saludar,
antes de seguir con su vida.
También están las tortugas. La hembra suele
poner huevos, destinados al fracaso, ya que en este clima no prosperan.
Y está la gata, que sabe avisar cuando
necesita que le renovemos el alimento en su lugar en el alfeizar de la ventana.
Que era huraña, pero que ya no nos teme, ni nos elude.
Y están las perras, que saben expresar lo que
necesitan, si lo que necesitan es salir al jardín. Les gusta mirar la calle, y
aunque tienen más espacio en el fondo, parece que prefirieran el jardín, para
ver la gente que pasa. Y que siempre,
siempre, SIEMPRE nos reciben con
alegría, como si fuera un gran gusto vernos. Y me llevan a preguntarme : ¿Qué
tendrán en su cabezota para ponerse contentas con tan poco? En invierno, o
cuando duermen, ni abren los ojos, pero mueven la cola cuando notan que
llegamos. Y si estamos a tiro, nos lavan la cara con sus lenguas húmedas.
He mirado a otros perros dormir, y creo que
sueñan porque los he visto mover las patas como si corrieran, o gruñir como si
estuvieran enojados. Pero la menor de las nuestras, mientras soñaba una vez, movía
la alegremente la cola como un ventilador…¿Qué
es lo que estaría viendo entonces?
Son mis amigos en la cueva verde, que es lo que parece el fondo
cuando lo miras desde la casa.
El fondo es verde, y a veces el jardín del
frente también lo es. Tiene un arbusto que se enciende en rojo en el invierno y
una enredadera que se ilumina de fragancia cuando abren, todos juntos, los
pequeños jazmines, cada primavera. Un
muérdago con cuyas hojas me pincho al sostener
las guirnaldas en Navidad
Hay una palmera en el cantero que va
creciendo despacio, entre el helecho y el lirio. Y sobre la medianera, un
cactus que puso Andrea para recordarnos
que también existen las espinas, pero
que forman parte de ese mundo que no es
por eso menos bello.
M.C.M. enero 2012
46-El indigente
PRIMERA PARTE. LA HISTORIA
"Un infeliz pordiosero
Sobre un puente reclinado
descansaba fatigado
de tanto pedir y andar.
Un joven que iba de prisa
tropezó con el anciano
y le arrancó de la mano
su garrote y su morral.
…………………………
-¡Anda! le dijo el anciano
que si llegas a mis años,
otros te harán igual daño
y no tendrá compasión.
……………………………..
A la voz del viejo, el joven
volvióse y dijo apenado:
Dispensad, he tropezado
porque al pasar no os miré-
A tu edad nada se mira,
joven, porque nada importa
¡cuando la vida se acorta
es cuando se comienza a ver!”
Aprendí esta poesía, creo que de Amado Nervo, en un libro ilustrado que
se llamaba “El niño argentino” y que estaba en mi casa, libro considerado, ya
en ese entonces, como una antigüedad. Era mucho más interesante “Upa”.
Todavía no sabía leer, no iba aún a la escuela. Debió enseñarme esa
poesía mi hermano, y cuando venían visitas, alguien, tal vez mi mamá decía:
-Nena, decí el versito. Y yo lo declamaba, con grandes gestos de brazos
barriendo el aire en círculos, sin la menor comprensión del sentido de lo que
recitaba, ( “Cuando la vista se acorta, es cuando se comienza a ver” ) y por
supuesto, sin el menor sentido del ridículo.
Como en general era bien aceptada, todos quedábamos contentos, mis
viejos por lucir a la nena, y yo, por el
halago que suponía ser escuchada y aplaudida.
Hasta que pasaron dos cosas, un amigo de mi papá, más inteligente y más
sincero que los demás opinó que algo estaba mal en que una niñita tan pequeña
recordara y repitiera versos tan dramáticos. La otra fue que el año siguiente,
mi primera maestra me designó para decir en la fiesta de fin de año una poesía
sobre “La gallina Co-co-co”. Y mi familia se indignó, porque supuestamente, yo
estaba para otras cosas más elevadas desde lo filosófico y más jerarquizadas
desde lo literario. (¿Y yo me lo creí?)
Algo entre el mundo y mi familia empezó a chirriar, pero yo seguí
recitando versitos para las visitas, hasta que tuve la fuerza de negarme con
firmeza.
Traigo este recuerdo porque esa poesía es el primer antecedente de lo
que fue mi conocimiento del mundo de indigentes, linyeras, pordioseros y pobres
que mendigan en calles y templos.
En la década de los 50 supo recorrer el barrio Echesortu, un mendigo que golpeaba las columnas con un
bastón y que se conocía que había enloquecido en la guerra. Allí aprendí la
expresión “loco de la guerra”. También decían que comía carne ruda, razón por
la cual, (¿) los niños le temíamos.
En años recientes, cursando la Maestría de Estudios de Género en mi
Facultad, calle Entre Ríos y Córdoba, sabían recorrer las aulas, niñas que
pedían monedas. Y era muy contradictorio
estar allí debatiendo sobre los derechos femeninos, y ver a esas nenas privadas
de todo, que recorrían el centro y encontraban en la Facultad tal vez un
espacio menos hostil. Una vez que esperábamos a
la profesora de Epistemología, nada menos que la prestigiosa Matilde C.
que venía a darnos una conferencia. Ya estaba preparado el escritorio con una
jarra de agua y un vaso.
Y una de las chicas que pedían monedas, con toda soltura se acercó al
escritorio y se sirvió agua. La bedel, la persona encargada de preparar el aula
para la invitada, intentó protestar, pero la niña, muy segura y aplomada, lejos
de sentirse asustada dijo, mientras se tomaba el agua del vaso tranquilamente:
-¿Y qué…? No tengo el cáncer, ni el sida…-
Pensé: cuánta calle, cuánta experiencia en una niña, para tener una
respuesta casi desafiante en un lugar tan solemne, al que muchos adultos ni se
animan a entrar.
Otra experiencia fue el día que volvíamos de “El Bolsón” después de
asistir a la fiesta de la luna llena que se celebra en febrero todos los años.
Esperábamos, todavía bajo los ecos de lo que había sido la bella experiencia de
la música en los bosques. En el
colectivo que nos traería de retorno, se
disponían las valijas en el porta equipajes. Y
ayudaba en la tarea un hombre joven, desmañado, con la ropa muy sucia.
Daba la impresión de que en la estación lo conocían. Parecía medio linyera y
medio niño, como esos “locos de pueblo” a los que la gente del lugar tiene
incorporados. En medio de los otros turistas había una familia con varios
hijos. El más chico, en un cochecito. Cuando este “loco del pueblo” que no
parecía intimidar a nadie se le acercó, diciendo: -¡Lindo…! la madre lo levantó
bruscamente, para evitar que lo tocara, y se apartó con gesto de disgusto.
Mirábamos la escena y él se acercó entonces a mi hija. Se quedó parado a
su lado un momento y luego recostó la cabeza en su hombro, le acarició el
cabello y mirándome me dijo: - Es hermosa.
Ella aceptó el contacto, sin rechazo.
Nos fuimos y sentí que por tener esa hija tan sabia, yo debía también
debía haberme vuelto sabia, sin haberlo notado, sin haberme dado cuenta.
SEGUNDA PARTE. EL PRESENTE
Apareció en la cuadra, tan inmóvil que la primera vez que lo vi, me
pregunté si estaba vivo o muerto. Era una quietud muy extrema y alarmante.
Me despertaba en medio de la noche pensando que sucedería con él. Si ya
habría muerto y me quedaría la culpa de no haber hecho algo para ayudarlo.
Cuando llovía era peor.
En una oportunidad desapareció de la zona y lo vi en un banco en el
Patio de la Madera.
Más tarde, apareció frente a la reja, mientras yo regaba el jardín. Se
dirigió a mí y yo me apresuré a entrar, para volver con fruta y pan, que él
aceptó, pero extendiéndome una botella desvencijada me dijo: “agua”. Yo no me había dado tiempo de escucharlo.
En este tiempo ha reaparecido en la Avenida Francia. Está allí, quieto
como los árboles y rodeado de mantas. Recostado bajo el alero de un negocio
abandonado. Recostado durante casi todo el tiempo, excepto cuando va a buscar
agua, Pasando frente a él, vi que tenía pan y manzanas.
Una vez nos pidió cigarrillos con un gesto.
Un domingo a la mañana vi a un dúo de padre e hijo que pateando por
turnos una latita, caminaban la cuadra, pasaron a su lado y siguieron. Otra
vez, dos hombres lo saludaron con un gesto y le dejaron cigarrillos.
Un grupo de mujeres que habían pasado a su lado, venían comentando sus
largas rastas: “Tiene tiempo, no hace nada en todo el día” dijo una de ellas.
Los pájaros no le temen y se le
acercan. Una mañana, dos perros se llevaron una de sus bolsas con pan. El los
dejó sin disgustarse.
Otra vecina me comentó que también a ella la afligía, que lo saludaba al
pasar, hasta que el dejó de mirarla.
Solamente lo eludió, una mujer mayor que cruzó de vereda para no pasar
frente a él. Era menuda, de pelo cano, muy enredado y descuidado. Vestía muy
humildemente y desprolija. Tenía una
pollera muy cortita que dejaba ver las piernas surcadas de várices azuladas.
¿Veía en un espejo su propio deterioro? ¿Le temía por su aspecto?
He deseado acercarme al mendigo quieto sin saber cómo hacerlo. He
molestado a amigos y vecinos con mi preocupación. Me dijeron que estuvo en un
refugio del que salió aseado y con ropa nueva. Pero volvió a la calle y a este
modo.
¿Qué piensa? Suele quedarse golpeteando en una botella, como llevando el
ritmo.
Por eso pensé que podría acercarle un
tamborcito, o algo para hacer percusión. Pero no sé si me voy a animar. M.C.M.
enero 2012
47-El
viaje de abril a Buenos Aires
Cuando volvía de Buenos Aires pensé que debía
escribir mis impresiones. Había pasado dos días llenos de acontecimientos y ya
volvía…Pasábamos por la Villa 31 y vi un cartel…que es el que me disparó la
necesidad de escribir este texto. El Foro, los paseos quedaban atrás, pero yo
iniciaba mi viaje de retorno con algo que pensar.
Como en años anteriores, cada último jueves,
el jueves 26 empezaron las reuniones del Foro de Psicoanálisis y género en el
Museo Roca. Para mí, siempre es un placer viajar, saludar a las Irenes (que son
dos), asistir al Foro y quedarme un par de días en casa de mis primos. Me gusta
ir porque la ciudad es bella y tiene rincones a descubrir y porque ellos son
fantásticos. Luis me llama “muñeca”, su compañero Oscar me dice “dulce” y
Enrique “cielo”. ¿Cómo no va a desear ir una señora madura y a veces alicaída
con ese recibimiento? Además me llevan a pasear a lugares bonitos en Puerto
Madero, o al teatro cerca del Abasto. A veces invitan amigos y nos quedamos en
el departamento que es hermoso y tiene vista a la izquierda al Congreso, y a la
derecha al Palacio Barolo. Son lugares interesantes. Al palacio Barolo fui en
visita guiada un jueves y llegamos por escalinatas hasta el mirador desde donde
se tiene una vista amplísima.
Bueno, lo cierto que esta vez llegué un rato
antes de la hora del Foro. Me alcanzaba para un paseo corto, y como hacía
tiempo que no miraba vidrieras bonitas me fui al Patio Bulrrich. No sé si los zapatos de Ricki Sarkani, son
cómodos pero con sus enormes plataformas
y tachonados de strass llamaban la atención. Las vidrieras ofrecían todo
lo que pudiera deslumbrar. No me hubiera imaginado que un minishort pudiera ser dorado, pero lucía deslumbrante.
Yo sentía un poquito de culpa, de estar allí pasando el tiempo, pero la pude
sobrellevar…
Al salir tomé Uruguay y caminé hasta Las
Heras. En el camino un bello edificio antiguo me llamó la atención por su porte.
Ocupaba toda la manzana y no me atreví a preguntar qué era. ¿Un hotel cinco
estrellas? ¿Un edificio público? ¿Un teatro de ópera? Luis me dijo después que
debía ser la Nunciatura. El lugar donde se alojó Juan Pablo en su visita.
Ya en Las Heras me encontré con lugares
familiares. Caminé hasta el 2.000 y busqué a la derecha la calle Vicente López.
La del Museo Roca donde se presenta el Foro. Pero esta vez el shopping de
Recoleta me apabulló con sus escalinatas flanqueando la cascada de agua. No lo
había visto terminado y no pude menos que ceder a la tentación de subir, a la
frivolidad de volver a mirar todo lo que ese exponente del primer mundo
exhibe. Eso sí, ya envalentonada en la
crítica, desde la mirada de sudaca cuestionadora y contestataria.
En la planta baja de tanta construcción
suntuosa sigue la librería Cúspide para detenerse. Muy buena para excusas y
coartadas como las que yo estaba necesitando para no recriminarme. Además como
el shopping da al cementerio, fue fácil ponerme filosófica sobre el impudor
en esa arrogancia mundana frente a los
misterios de la eternidad. Misterios que estaban allí asomándose en los ángeles
esculpidos tras el paredón de la vereda de enfrente.
Y después del Foro, el encuentro con Luis y
los planes para la mañana siguiente en que me llevaría a conocer un nuevo hotel
de la cadena en que él trabaja. Recién inaugurado y en San Telmo. Hace tiempo
me venía contando sus características de “hotel boutique” con pocas
habitaciones que estaban por inaugurar. Cuando llegamos, Lucio, el arquitecto,
y Miguel, uno de los dueños, nos hicieron una visita guiada. La casa de tres
patios y reciclado en todos los detalles es el “sueño del pibe”, al punto que
recibió un premio en intervenciones urbanas.
“Los patios de San Telmo” debió ser en sus
inicios (¿principios de siglo XX?) la casa señorial de una familia acaudalada.
El frente art decó y la magnificencia de la puerta de hierro forjado lo
imponían. De aquellas familias con
muchos hijos y personal de servicio numeroso. Familia que como en muchos otros
casos, dejó la zona y se trasladó al norte de la ciudad a consecuencia de la
peste (¿era la fiebre amarilla?), dejándola deshabitada. En
otro tiempo parece haber funcionado como convento y años después, con la
oleada inmigratoria fue reconvertida en inquilinato. Desde allí, desde su
pasado de inquilinato, se planeó el rescate, como de otras de la zona, para transformarla en lo que es hoy,
reutilizando sus materiales y completándola con sesgos de actualidad: el bar a
la calle y la piscina en la terraza. Fue casi una lección de historia y se le
sumó ver el entusiasmo de sus artífices.
Me faltó decirle a Luis, a Lucio y a Miguel que tienen que llenar los tres
patios con plantas para que sea lo que debe ser. Darle el clima selvático que
funcionaría como el mejor ornamento. Sin duda los viveros y planterías de la
zona pueden proveer a esa IMPRESCINDIBLE NECESIDAD.
Cuando volvía, el cole de Retiro salió
demorado y a paso de hombre fue rodeando la Villa 31 para buscar otra ruta de
salida. La feria con sus puestos
extendía toda una diversidad desde las
veredas a las calzadas. La feria acompañaba desde afuera, desde el borde, a la
multitud de casitas de colores. Verdes, rojos, morados, azules, amarillos
restallantes. Los pasillos ponían grietas grises entre los montones de colores
de las casas. Esos pasillos se perdían hasta donde la mirada podía seguirlos.
La villa se extendía, pero ante ella y por un tramo largo, un paredón de
bloques ponía un tabique de enigmático sentido.
En las ventanas de las casitas que ya tienen
tres y hasta cuatro pisos, se podía leer diferentes ofertas. Yo leía a través
de las ventanillas: Panadería “Mangucho”. Lavadero “El limpito”. Brasería “El
pollo listo”. Y sucedió algo… en una ventana
de un primer piso de una casita medio despintada un cartel que me dejó
pensando: “Apoyo escolar. Computación. Matemáticas. Lectura y escritura.”
Y allí empecé a sentir un nudito en el
estómago, eso que Felipe, el amigo de Mafalda dijo de sí mismo en una tira:
“¿Por qué a mí justo me toca ser como
soy?” Me refiero a mis contradicciones, a las culpas que me generan, al deseo
de hacer algo no sé dónde, no sé cuándo, no sé con quién…
El patio Bullrrich, el shopping de Recoleta,
hasta Los patios de San Telmo corresponden a una parte de mi realidad. Y la
Villa 31 fue el garrotazo que me volvió a la otra, que también existe. A la que
pese a paredones, pasillos grises que se pierden en la lejanía y el todo vale
de las construcciones multicolores, esa realidad tan humilde, tan marginal, tan
improvisada se redime cuando en una ventana de un primer piso, alguien
pone un cartel que dice “Apoyo escolar”.
A que pese a que las luces restallen en los
lugares bellos y exclusivos y sofisticados de quienes tuvieron el privilegio de
tener familia, protección, cuidados, educación, existen otros muy humildes, en
donde la lucha es del día por día, pero que alientan la nobleza de que algunos,
o muchos aspiren a hacer algo más con la propia vida, porque hay un cartel que
promete apoyar esos sueños.
Y es que allí pivoteo yo, en la contradicción
entre esas dos realidades. La de la grandiosidad que pone la suerte y la de las
limitaciones que pone la vida. Aquí sobrenado yo en esa línea frágil. Como
algunos, como muchos. Como vos?
M.C.M. abril de 2012
48-Historia
de un casamiento
Cuando Andrea comentó que deberíamos, sí o
sí, viajar a Bs As, le pregunté por qué? Y era porque ella se casaba. Así que
decididos, preparamos el viaje. Y esta hija que y que nos adoptara como padres
sustitutos hace años, se casaba con Diana. Andrea había vivido con nosotros
parte de su historia, y esto que le sucedía a ella, nos llegaba a todos.
La ceremonia fue hermosa, a cargo de una
jueza alegre y sensible que huyendo de formalidades convirtió lo que pudiera
haber sido solo un trámite, en un encuentro, en que todos nos sentimos
involucrados desde los afectos más profundos. Ceremonia para nada parecida a
una mera gestión burocrática, ley de matrimonio igualitario mediante.
En la puerta un puesto de venta de bolsitas
de arroz a cargo de la señora que voceaba: arroz para los novios. Hasta que la
corregí: ¡Arroz para las novias!
Los testigos ocuparon sus lugares y era
hermoso verlos allí dando testimonio del deseo y el amor de las que se unían.
La jueza preguntó a los testigos y a las
novias que idea tenían del paso que estaban dando. Y con destreza fue enlazando
esas respuestas y completó ella contando las tres cuestiones centrales en el
matrimonio: una, la promesa de lealtad que las unía, que era ante sí mismas,
ante la pareja y ante las otras personas, dos, el compromiso de
compartir la vida y, tres, también el de asistencia recíproca de tal modo que
la una fuera protección de la otra y viceversa. A la emoción de las chicas
también la jueza respondió con los ojos llenos de lágrimas. Yo no me imaginaba
antes que una funcionaria pudiese compenetrarse tanto en lo que estaba
haciendo: casar a Andrea y Diana.
Estaban los primos más queridos: Facundo y
Jony, que con Andrea habían compartido el dolor de las pérdidas más penosas el
año pasado. Hicieron de ese, el momento de mayor unión, en que los tres se
habían sostenido unos a otros apostando a seguir. Y hoy acompañaban la alegría.
También estaba la bella Mariana, novia de Facu y parte de la tribu de casa Zaraza,
la casona en la que, músicos y artesanos organizan las fiestas que en el barrio
ya son tradición.
Y estábamos los padres para las fotos, los
adoptados (como nosotros) y todos los demás.
Pudimos conocer al padre de Diana, que había
preparado una celebración en su casa. Así que a ella fuimos después del
Registro civil, las palabras bellas, las promesas, el intercambio de alianzas y
la lluvia de arroz.
Las chicas estaban visiblemente emocionadas.
La hermosa casa tenía el salón y el parque preparados para el agasajo.
Y estaban todos. Los hermanos de Diana
compartiendo ese presente, y en las fotografías la historia, con esa mamá
sonriente, que desde el pasado narraba una historia familiar. Ella partió años atrás, pero su amor cuidó esos hijos de
los cuales, hoy la primera daba un paso trascendente.
Y se me ocurrió que tal vez, quién sabe, la
madre de Andrea, Lidia desde sus jóvenes 21 años, los que tenía cuando partió
como un ángel y los tíos de Andrea, unidos y de la mano, como estuvieron desde
los 15 hasta la tragedia que se los llevo sin que avisaran, y Graciela, la mamá
de Diana, rubia y bella como en la fotografía, estaban participando desde el
otro lado. Y miraban la celebración desde un balcón en una nube en esa tarde.
Una nube blanca y algodonosa, instalados allí como en una platea privilegiada
para los que han sido bondadosos. Y se congratulaban de que las chicas
estuvieran tan, pero tan felices.
Acá, de este lado, los mozos se movían entre
los invitados con la destreza de expertos. Una bella fiesta en que no faltaron
las ceremonias tradicionales: la ruptura de la copa, las novias levantadas por
amigos en sus sillas, el trencito que atravesaron con entusiasmo.
Y a la casa preparada para la festividad
llegaron los amigos y familiares.
Y estaban todos. La hermana de Andrea
reencontrada, y la hermana de la hermana, que había traído a su niño, y los
primos del clan materno con sus instrumentos de percusión.
Alberto, que se había cuestionado como
vestirse, me señaló constatando: los
únicos clásicos en el aspecto y la vestimenta, somos tres: el padre de Diana,
el testigo de gris y yo. Mira a los demás…Sí, los amigos de casa Zaraza tenían
otra onda. La casa donde Andrea y sus primos y primas, amigos y amigas vivían
en Boedo.
Aquella casa singular en donde en el viejo
local de panadería y vivienda de los abuelos, que quedara desocupada, se habían
instalado como bullicioso grupo de bohemios .
También me dijo: Mirá el Cristito Sonriente,
refiriéndose uno de los amigos de
cabello largo y barba…Viéndolos llegar, en sandalias, con túnicas coloridas,
sonrientes y despreocupados, listos a
compartir la velada, me pregunté ¿qué sentiría el padre de la otra novia, el
padre de Diana? Este padre serio y formal… Este padre que sugería haber llevado
una vida de tesón, la de un hombre que con sabiduría y generosidad había
transitado su historia y amparado a su familia…¿cómo llegaba a compartir la
boda de Diana y Andrea? ¿La llegada de estos amigos tan distintos…? Se deslizaba por el salón, yendo y viniendo,
atento a las conversaciones, a sus invitados, a las chicas que desbordaban
alegría. Caminando de arriba abajo y por poco por las paredes, en el afán de
atender a esa multitud. Gloria lo acompañaba en la tarea de circular entre los
invitados y en la disposición de que todos disfrutaran la fiesta. Los invitados
componían universos que convergían en esa casa y se complementaban en un todo
diferente.
En la ceremonia de tambores vi a ese padre
sentarse en el parque, a escuchar a los percusionistas… algunos de los primos
de Andrea, convocados a regalarnos su destreza.
Entre ellos los primos más cercanos, Facundo
y Jony, los dos preferidos, Facu con
su novia.
Vi a Mariana esforzarse en preservar, un
trozo de torta de la mesa dulce, para su novio, el ejecutor de uno de los
tambores. Inútil intento, los mozos levantaban todo al instante. La vi
perseverar, pero en vano…
La fiesta siguió con un tango y se prolongó
hasta bien entrada la noche.
Pero lo más, más y más singular de la boda
vino después…Con la decisión de incluir en el viaje de bodas a los primos y la
novia, además de la más pequeña de las mascotas, Gizmo, que ladra en las
filmaciones para acompañar la celebración.
Los miro en las fotos de todos ellos, en la
cabaña en las sierras, la escucho a Andrea en las llamadas y sigue siendo el
viaje de bodas más insólito que yo haya conocido.
M.C.M.
P.D. Como regalo especial, el primo de barba
hirsuta, había confeccionado unos bomboncitos de chocolate con una carga
especial de hierba, así que se veía, era más fácil compartir la risa, los
colores, los sonidos. Yo me traje dos para comerlos en privado con A., porque
allí no era cuestión…Los padres de las novias son por tradición, muy serios y
no podíamos estar corriendo el riesgo de
hacer papelones. Enero de 2013
49-Sobre
machismos siglo XXI
1- Ella
es joven, tiene dos hijas. Trabaja en una fábrica textil. Para ahorrarse el
colectivo va en su bicicleta todas las mañanas. A veces en este invierno, el
frío la acobarda un poco. El movimiento de vehículos también es amenazante y por eso suele eludir las calles más
transitadas. Aquella mañana parecía igual a tantas otras, pero iba a ser
diferente, un motociclista se le puso apenas
atrás, y mientras pasaba le pegó una palmada en el trasero, eso dicho de
manera elegante. Si fuera más directa,
diría que lo que hizo fue darle un manotazo en el culo. Los manubrios de la
bici y de la moto se rozaron y ella perdió estabilidad y fue a dar al
pavimento, mientras él se alejaba raudo en su moto de macho triunfal, sin mirar
atrás.
No, ella no dio con la
cabeza en el cordón. Pero dio con la rodilla contra el suelo, lo que le está
costando dos semanas de ausencia en el
trabajo.
¿Qué puede implicar para un
hombre agraviar a una mujer y dejarla herida en la calle? ¿No será sentir que
puede hacerlo, es más, que tiene derecho a hacerlo porque la calle sigue siendo
su espacio, y hay que confirmarlo con gestos como ese?
2- En
un hospital de Rosario de cuyo nombre no quiero acordarme, una médica recién
egresada ganó el derecho a cursar una residencia, acreditando los antecedentes
necesarios para ello. Las especialidades tienen una cierta jerarquía. Las hay
más valoradas (por el prestigio que implican en esta feria de vanidades) como
neurología y cardiología. Y hay otras residencias que se consideran menos
glamorosas. Esas son las que frecuentemente ocupaban ¿y ocupan? las mujeres:
pediatría, ginecología, dermatología.
La residencia que se
concursara en esta oportunidad era en traumatología. Una especialidad en que las
mujeres no han sido tradicionalmente
bien recibidas. Los compañeros de residencia que ingresaron con ella
hicieron causa común con los residentes de segundo y tercero para sabotear a la
que consideraban intrusa en un ámbito masculino. A la sobrecarga de tareas se
fue sumando el acoso hostil. Ella resistió la situación de creciente agresión
todo el tiempo que pudo. Pero la conflagración instrumentaba cada más
encerronas, para hacer de la residencia, no el lugar de compañerismo y
aprendizaje que soñara, sino un infierno de desprecios, insinuaciones groseras
y abiertas intimidaciones. Resistió lo
que pudo y terminó renunciando.
Esto sucedió este año, no en
el medioevo, y en Rosario, no entre talibanes. ¿O sí?
3- La
violencia física sigue siendo noticia frecuente y perturbadora. Entre los
titulares de hoy, Miércoles 15 de agosto encontramos en el diario Página 12:
.Una
mujer fue golpeada y picaneada en Avellaneda durante cuatro horas por el ex
novio.
Violencia
de género en su grado más perverso.
María
Elizabeth Elías accedió a una invitación a la casa del hombre con quien había
salido hasta hace un mes. Pero una vez allí, la emprendió a los golpes y la
picaneó. Ella terminó internada y debe ser operada. Él fue detenido.
.La
mujer filmada al ser golpeada
Natalia Riquelme, la mujer que fue golpeada
por su ex pareja delante de su hija de cinco años en Bahía Blanca, consideró
ayer que la situación que está viviendo “es difícil”, porque aún no cuenta con
una resolución de la Justicia que impida el acercamiento del hombre a ella y a
su hija. El domingo último, la mujer fue agredida por su pareja y las imágenes
de lo ocurrido se difundieron por varios medios nacionales y sitios de
Internet, luego de que la joven dijo que realizó “más de 15 denuncias que no
prosperaron”.
.Femicidio
en San Juan
Una mujer murió ayer a la madrugada tras ser
atacada a cuchillazos en plena calle de la ciudad de San Juan, y por el
homicidio la policía busca al ex novio, quien se cree que la mató en un acto de
venganza porque horas antes la mujer le había reprochado una infidelidad y lo
había golpeado.
Reflexión
Qué
conexión cabe establecer entre el incidente callejero de la joven ciclista, el
rechazo de la residente de traumatología y las noticias de violencias, que van
de las amenazas a los golpes, algunos con consecuencias gravísimas que llegan
al femicidio: cabe una base común en la devaluación de la mujer en el
imaginario patriarcal.
Aquel
motociclista que se sintió autorizado para avanzar sobre la joven que circulaba
por la calle dio un mensaje bien preciso, “a calle es mía, mía y mía y si te
aventurás en ella, puede suceder que termines manoseada y golpeada”.
Como
los residentes de traumatología que dejaron bien en claro que allí las mujeres
no son bienvenidas, que es un ámbito en el que por ahora quedan excluidas, y
que si a alguna otra audaz se le ocurre acercarse, debe saber que lo va a pasar
tan mal como corresponde a lo que ese ámbito de varones puede decidir.
De los
incidentes reproducidos de las noticias del diario, poco cabe agregar excepto
que constituyen la forma esperpéntica de una actitud que es la caricatura de la
masculinidad.
50-Tres
historias
1- En
la Unidad 5 estaban las madres con sus bebés.
Cuando llegó M.B. con Alejandra recién
nacida, M.R. que estaba hacía tiempo le dijo: - Mi hijo Mariano ya no está, lo
llevaron mis padres para tratarlo porque se enfermó en este lugar. Otros niños
también enfermaron. Me había quedado con esta batita de recuerdo, la hice yo
misma…Pero te la doy para tu niña.- Era de colores tan vivos que se destacaba
entre las otras prendas pastel de los bebés. Cuando la puso en manos de la otra
recordó el momento de la inevitable partida de su hijo, a quien debían llevar
sus padres para asistirlo. Mientras desarmaba la cuna en su rincón en la sala
de madres, sentía toda la desolación: “cada tuerca, un temblorosa lágrima de
pena”.
Registró la delgadez de quien venía de
Jefatura, las ojeras violetas surcando
la palidez espectral, y sintió que le acercaba más que una batita: ¿un poco de
esperanza tal vez? La recién llegada también recordaba. La habían esposado
cuando iba a parir. Pero no habían previsto algo. Que en la habitación en que
habían quedado solas, después que naciera su hija, un rayito de luz se iba a
filtrar por las ventanas cerradas como señal de que pese a tanta muerte, la
vida se imponía.
Eran dos madres, una dando, la otra
recibiendo, compartían un lugar: la Unidad 5.
Cuando las trasladaron a Devoto estaban en
distintos pabellones, y cuando desde el
patio M.R. veía flamear la batita multicolor en la soga donde tendían la ropa
se decía: ¡Entonces es que la bebé sigue viva! ¡Está con su madre!
Pasaron los años ¿Cuántos? Surgió el tema de
las reparaciones.
Todo el legajo de Mariano, con las tablas que
registraban el descenso de peso, las placas radiográficas, la historia clínica
y los informes de pediatra que lo atendió cuando estuvo con sus abuelos..… el
expediente con las pruebas de que había enfermado en la Unidad 5, fue y vino
muchas veces. Esperaban el reconocimiento de que allí en esos documentos
médicos estaban testimoniados los hechos: en la Unidad 5 se había cometido un
delito. Se había producido a sabiendas la enfermedad del niño que Mariano era.
Con tantas idas y vueltas el expediente quedó
en algún ignoto lugar, cajoneado tal vez. Y cuando empezaba a ser posible
gestionar una reparación a quienes habían salido dañados de la cárcel, se
preguntaban qué hacer.
Había una persona encargada de decidir el
reconocimiento y la reparación y a falta de pruebas, ella debía creer en el
relato de lo sucedido. Esa persona era la madre de Alejandra. La que había
recibido aquella batita de colores para su hija, cuando apenas sobreviviente
llegaba a la Unidad 5.
2--Cuenta Laura:
-Con el traslado de mi padre al Sur, solo
había un Colegio al que podía ir. Tendría 8 ó 9 años. El colegio era de monjas.
Con la preparación a la primera Comunión, tuvimos un ensayo de Confesión. Era
una experiencia importante y fuerte para las todas niñas.
Cuando fue al Confesionario, haciendo un
recuento de sus faltas: mentir, desobedecer, faltar a misa, la sorprendió que
el sacerdote le preguntara dónde ponía las manos cuando se iba a dormir.
Respondió: -Creo que agarrando la almohada…
Pero al llegar, comento en su casa la singular cuestión. -Y entonces mi mamá
(que algo intuyó de doble intención en la pregunta) me prohibió que volviera a
confesarme. Así que me encontré con mi primer dilema de conciencia. Y era toda
una cuestión, porque debía hacer caso a las monjas cuando nos llevaban a
confesar, y temía desobedecerlas, pero más le temía a mi mamá. Así que me
propuse portarme siempre muy bien, ser siempre buena para no tener pecados que
confesar. Pero eso duró un tiempo, no se puede cumplir para siempre…
Las monjas premiaban cada semana a la que
hubiera rezado más jaculatorias. El
premio era llevarse a la casa la estatua de una virgencita que había en el
aula. Y yo, por más que rezara y rezara, nunca llegaba…Mi compañera de banco,
que era de familia evangélica, la había llevado varias veces. Siempre rezaba
más. Si yo rezaba 20 ella rezaba 50. Si yo 50, ella 70. Hasta que una vez me
dijo algo que me asombró. Me dijo que para poder llevarse la virgencita, en
realidad, ella mentía.
3-Margarita cuenta:
-En los 70, a los libros censurados los
forraba con las tapas de Corín Tellado, cosa de poder llevarlos y leerlos en el
cole, o en la playa. Estaba vinculada a los Movimientos cristianos. Cuando las
amenazas la cercaron tuvo que tomar una decisión.
Fue al
exilio con sus dos hijas.
El desarraigo, esa Europa tan extraña. Otro
idioma, otro clima. Otras costumbres. Empezar de nuevo construyendo otra vida.
De sus hijas, la mayor siempre fue muy formal, cumplidora, ejemplar. Como si
quisiera eludir cualquier sombra de sospecha sobre su historia. Como si
quisiera desandar el itinerario de miedos e inseguridades. Como si adhiriera a
una legalidad sin tropiezos. Como si quisiera que su seriedad pudiera dar
absoluta garantía sobre su inserción inmaculada y prolija en ese mundo europeo
que había hecho suyo, y del que había entrado a formar parte. Fue una gran
cantidad de energía destinada a granjearse ese, su lugar en un universo claro,
límpido, eficiente.
Cuando, después del 84, se vio la posibilidad
de volver, Margarita retornó al país con sus hijas. Pero al tiempo, la mayor
decidió volver para instalarse en esa Europa donde había transcurrido su niñez.
Llegó a hacer prometedora carrera en una empresa, con casa central en París.
Quedó allá aun cuando su madre y su hermana permanecían en Argentina.
Curiosamente, en uno de sus viajes a
visitarlas, en una fiesta, conoció a un francés que recorría Argentina. Se
enamoraron y a poco, decidieron casarse. Dos bodas. Una bella ceremonia allá.
Otra conmovedora acá, con sus viejos amigos con los que compartiera el exilio
europeo. Los novios planeaban su viaje de luna de miel. También planeaban no
separarse, pero al llegar a una de las escalas del viaje, sucedió que ella no
podía ingresar. Su secretaria en la empresa, que había contratado todo el
paquete no había gestionado su visa
para EEUU. Y ella debió quedar en tránsito. Y volar
desde allí, sin entrar en el país de la desconfianza.
Y para volver a Francia demoró cinco días
recorriendo el globo, de aeropuerto en aeropuerto hasta llegar a su meta. Pero
como tenía sellos insólitos de Egipto, Rusia, Israel y otros países en que
había hecho combinación, como además, en algún punto de su historia había
tenido el estatuto de refugiada política, sucedió que en su retorno a Francia,
le objetaron el ingreso, sospechada de
terrorista internacional. Tuvo que intervenir la titular de la Empresa en que
ella estaba inserta, para que se desvaneciesen las prevenciones, pudiera
entrar, reencontrarse con su flamante esposo y retomar su vida.
Ella, que tanto testimonio diera con su
conducta del propósito de eludir cualquier cosa que le recordara el desarraigo
y el miedo, que había sostenido una legalidad sin fisuras, se encontraba con el
absurdo e insólito recelo de quienes
desconfiaban de ella. Como si fuese una peligrosa agente de alguna misteriosa y amenazante sedición.
M.C.M. diciembre 2012
51-Migajas
para las aves
a Hilda por su fuerza y
creatividad,
a Héctor en memoria de su
disposición para la escucha
Cuando paso por la esquina de Santa Fe y
Caferata, suelo ver palomas, gorriones y horneros picoteando las migajas que
alguien deja para ellas bajo un árbol, cerca de la entrada al Patio de la Madera.
Y esa imagen, de alguien, a quien nunca vi, pero que adivino infaltable por las
mañanas me remite a un recuerdo.
Cuando conocí a Héctor supo contarme que una
paloma había hecho nido en el balcón del departamento en el que vivía con
Hilda. Y claro, aunque ellos no tenían costumbre de comer pan, decidieron
proveérselo a la inquilina que vivió con ellos un tiempo. Los pichones
nacieron, uno de ellos sobrevivió y Héctor escribió un texto dolido cuando el
otro agonizó frente a sus ojos, y le desató una congoja, que tenía que ver con
esa muerte…y quién sabe…con tantas otras.
Cuando se mudaron a otro departamento, se
acercó a ellos una gata a la que llamaron Aspasia, y que tuvo gatitos. Platón
quedó con ellos cuando los otros encontraron hogar. El caso fue que ellos,
Hilda y Héctor, que eran vegetarianos, empezaron a comprar carne para Aspasia y
sus hijitos. Y recordé que esa hospitalidad con aves y gatos era la que los
había definido, como el rasgo prevaleciente también con los amigos.
Todas las veces que llegué a la casa de Hilda
y Héctor fui recibida con la generosidad y gentileza de los espíritus más
refinados. La delicadeza con que se disponían a hacer de anfitriones, siempre
me pareció un rasgo especial. De genuina aristocracia del espíritu. Allí el prójimo
era bienvenido y ellos lo hacían sentir a todos y cada uno de los que
llevábamos nuestras inquietudes
literarias o filosóficas. Y esta disposición de ellos a compartir, y que
se expresó de tantas formas es la que recordé
frente al Patio de la Madera.
¿Qué cualidad de generosidad y cortesía
empujará a esa persona, que no conozco, a dejar todas las mañanas migajas para
las aves? ¿Será parecida a la actitud de mis amigos que ofrecían un
espacio-nido a cuantos llegábamos?
María del Carmen Marini – enero del 2013
52-La
selva en un sueño
Él me contaba que buscaba un lugar donde
reposar un rato.
“Abrí la puerta de la habitación y todo era
calor y humedad. Todo era una selva enmarañada
que pendía del techo, se enredaba en las puertas del placard, se
deslizaba sobre el escritorio y se extendía sobre la lámpara. Un koala se asomó
y me miró con curiosidad. Las ramas de las que estaba colgado eran verdes y
fragantes y ocupaban la mayor superficie de la habitación. Una boa constrictora
se apareció ante mí, así que cerré apresurado la puerta, antes de huir.
Traté de buscar en el otro cuarto, un lugar
más tranquilo, pero la misma selva tapizaba muebles y paredes. Hasta en los
marcos de las ventanas ramas y hojas trepaban y se enredaban sobre sí mismas y
obturaban el paso. Del suelo húmedo brotaban musgo y líquenes. Allí
revoloteaban mariposas y zumbaban abejorros, así que aunque el aire era tibio y
perfumado, vi que era difícil entrar, por el obstáculo que ponían las matas a
mi paso, de modo que renuncié y salí de allí.
Pensé que el cuarto de baño podía ser un
espacio propicio la soledad, podría
sentarme allí un rato a descansar en el banquito junto a la ducha antes de
volver al trabajo, pero ni bien me asomé, la misma selva me trabó el paso con
firme resolución. Era densa y frondosa. Pensé en abrirme camino en la penumbra
a machetazos si lograba trasponer el umbral. Cuando acomodé la vista descubrí
que había colibriés y papagayos de hermosos colores bebiendo del lavabo, pero
el rugido de un jaguar que salía de la bañera me hizo desistir. Los dejé así
entre el verde y me alejé por la escalera. Tomé la puerta y caminé hacia la
calle.
Allí, la luz me deslumbró y sentí el aire
impregnado otra vez del smog de los colectivos. Me aturdieron los bocinazos de
los autos. El troley cada vez más lleno
e impasible llevando a la gente, por Mendoza desde el Oeste hacia el centro. Me
fui a dar una vuelta porque Echesortu sigue siendo un barrio muy tranquilo.
M.C.M. mayo de 2013
53-Los
hijos son para mí…
Pensando en el día de la madre, ayer escribí
que mis hijos y mis hijas son la reparación que la vida me dio. Ese asunto del
narcisismo medio alicaído ¿vio doña? y que ellos inflaron como el globo de
Montgolfier.
Ellos no me deben nada, yo les debo la gloria
de engendrarlos, parirlos y criarlos. Les debo el que me hayan hecho conocer a
Silvio Rodriguez y a Joaquín Sabina. También que me hayan puesto en marcha para
lidiar con celulares, correos electrónicos, face book y otras magias
extravagantes. Sin ellos yo no estaría escribiendo esto y no hubiera crecido
tanto.
Después recordé que también les adeudo el
cuento que me leyeron de Elsa Bornemann sobre las palomitas de papel , y les
debo los desafíos de "El Señor de los Anillos" que me compartieron.
Sin ellos no hubiera escuchado "Latinoamérica" de Calle 13, ni visto
"Avatar", ni asistido a las marchas donde sus amigos de peinados
imposibles hacen una música que no entiendo, pero que me gusta.
Así que mi gratitud en el día de la madre a
todos mis hijos. Los biológicos como Pablo y Anahí y los adoptivos como Gustavo
y Andrea, Marcela, Iara...y las parejas de todos ellos y ellas y también los
amigos y amigas de mis hijos y mis hijas, y sumaría a los hijos e hijas de mis
amigas y amigos. Porque ellos y ellas componen nuestro mundo. Octubre 2013
INDICE
I. Primer tiempo
1. Cotidiano
2. Homenaje irreverente a la nostalgia
3. Melancolia de los domingos
4. Homenaje
5. Como no mentir en el saludo
6. Entre el cielo y el muro
7. Madres
8. Polvo, pelusa y telarañas
9. Romance de barrio
II Otra etapa
10. Que haria yo sin vos
11. Una historia de amor
12. Recorrida por la feria retro
13. Balance de uño orquestado en torno a Emilio Rodrigue
14. Crónica de Aurora
16. Carta inconclusa
16. Cuento cotidiano
17. De muertes y nacimientos
III Interpelaciones
18. El gato ciego
19. Los amigos de mi hijo
12.Recorrida por la feria retro
20. La fantasía cumplida
21. Me gusta preparar la Navidad
22. Un fin de semana especial
22. Mi tía ,carta a un amigo que no la conoce
24. El otro barrio
25. A los seis años
26. Robos y estafas
27. El dice
IV Otras historias
28. Contarles de ella
29. Reiteraciones
30. Reseña de una mujer
31. Segunda vuelta
32. Balance de un año especial
33. Ella andaba por los andamios
34. Encuentro con las de entonces
35. La amiga de mi hija
36. M irar y ver. La historia
37.Subsuelo de sala siete
38. Carlos, Carli, Marcos
V La vida va tomando forma
39. Graduaciones
40. Tiempo de limpieza
41. De robos
42. Un marzo con tres acontecimientos
43. Contradicciones
44. De cuestiones familiares
VL Redoneando
45. La casa dela reja verde
44. El indigente
47. El viaje de abril a Buenos Aires
48. Historia de un casamiento
49,Sobre machismos en siglo XXI
50. Tres historias51| . Migajas para las aves
53, Loa hijos son para mi...
.
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