8. Historias de después (2014, 53 textos, 113 páginas)

 HISTORIAS DE DESPUÉS

I-¿ADULTOS?

 

1-Cotidiano

Manejo el auto, rumbo a las oficinas donde entregan los aforos de la patente de este año.

Hoy vence la primera cuota. Siempre me entero a último momento. Ahora la larga cola para retirar, la larga cola para pagar.

El encuentro casual con algún conocido.

Volver rápido. Dejé el almuerzo casi listo.

Luchar para que los chicos coman. No les gusta mucho lo que les preparo. Y enseguida llevar a la nena a la escuela.

El reloj me corre. Las dos manecillas son las botas implacables de un gigante que viene tras de mí con intención de aplastarme.

Luego mi trabajo.

Componer la expresión imperturbable de quien escucha las consultas angustiadas de otros.

El 24 vence el Impuesto Inmobiliario.

El 26 Obras Sanitarias.

A las 12 le toca el antibiótico al nene.

Tengo que recordar a mi hija que lleve la carpeta. Ayer la olvidó...Todavía es chiquita...Primer grado.

 

Primer grado.

La espalda apoyada en la pared inmensa y gris. Primer día de clase.

Las monjas revoloteando como cuervos en el patio.

Primer día de clase de primer grado...qué miedo,  qué miedo...¡¡no tengo que llorar!!.

Si hermana Tercilia, traje el cuaderno...Qué grande es el pupitre...Grande y oscuro...Me pierdo en él.

Si hermana, le diré a mi mamá que me ponga un lazo en el pelo.

Si hermana, le diré que mande la cuota de la cooperadora.

Si hermana, si...

Soy una buena chica, una chica obediente...

Estudio, voy al catecismo.

 

No, no padre, no beso a los muchachos. Confieso que sí, que solo una vez, pero ya no lo haré más.

 

Si mamá, ya me levanto.

Voy a la escuela. Voy a la biblioteca.

Debo llegar a horario.

 

Me falta el tiempo.

Voy al trabajo.

Voy a hacer las compras.

¿Qué les gusta a estos chicos? No tengo mano para la cocina.

Ni ganas.

Ni forma   de experimentar...

 

No mamá, no le digas a papá que no quise comer.

 

Hijos, no le digan a nadie que se me quemó el arroz. ¡Ya escondo esta cacerola tiznada!

 

Si mamá, ya sabía que el arroz no se cocina bien en acero inoxidable...pero... Si mamá, ya le cambié los pañales al nene...Tiene la cola paspada? Bueno, bueno, voy a ver...

 

No, no sé dónde están tus llaves...Tu agenda? En la mesita rodante...

 

Hija, tus hebillitas ¿dónde las dejaste? No hay tiempo de buscarlas...¿Andá con el pelo suelto!.

No, no sé dónde está tu disfraz de Batman...fijate en la caja de los juguetes...¿Y el chupete? ¡Qué sé yo! ¿Vas a dejarme poner la mesa?

 

Cruzo la plaza trotando, no hay tiempo para mirar el juego del sol entre las hojas, ni aspirar el perfume de los rosales...

Adivino, más que miro, el cartel sobre el verde. Total, ya se lo que dice:

Prohibido pisar el césped.

Prohibido estacionar.

Prohibido para menores de 18.

Prohibido fumar.

Prohibido el paso.

Prohibido hablar con el conductor.

Prohibido girar a la izquierda.

Prohibido usar la radio después de las 23 horas.

Prohibido!

Prohibido!

Prohibido!

Basta!!!

“Desabrochen el pensamiento tan a menudo como la bragueta”.

 

¿Sabrán los jóvenes de estos lemas?

¿Sabrán de mayo del 68 en Francia?

Yo tenía...Y ya pasaron trece años...

¿Y sabrán del nazismo?

¿Y de Hiroshima y Nagasaki?

¿Y qué? Yo tampoco tuve tiempo de enterarme bien de lo que estuvo pasando en Nicaragua...De lo que está pasando en Irán...

¡Cómo corre el tiempo...!

Y cómo me corre el tiempo...

Si no me apuro llego tarde...

 

Si señora, debe haber sido difícil...¡cómo reponerse de la pérdida de un hijo?. ¡Tenía 20 años cuando se lo llevaron? ¿Esa es su foto?. Ya veo, siempre la lleva consigo...(Siento el corazón más chico, como si sus hipos y sollozos tuvieran un efecto constrictor. Pienso en mis propios hijos).

 

No mamá, no salimos esta noche. Nos quedamos con los chicos...

Si, te cuento un cuento.

Si, te armo una casita.

Ya voy, ya voy, no puedo hacerlo todo al mismo tiempo...!

¿Qué hacés con el bebé alzado? Es peligroso...sos chiquita aún...

¿Se te ha caído un diente hija? ¿¡¿¡Ya!?!?

Vamos a guardarlo debajo de la almohada para que el ratoncito te deje una moneda...

¿Qué quién hizo el sol?. Ya te explico...Hay distintas teorías...Esperá, dejé la canilla abierta y desborda la pileta...¡Llaman a la puerta, fijate quién es!

¡Has perdido tu primer diente de leche! ¡Cuánto creciste!.

 

Mamá, tengo manchas de sangre en la bombacha...

No, por favor, no le digas a papá...No le digas a nadie...Yo la lavo, no le digas...

¿Qué me ha pasado? ¿Qué pasará ahora? ¿Debo temer?

 

Si, te amo...

No, por favor, no, no puedo...

Siento tanto , tanto...

Pero no, no puedo...

 

Sí, quiero. Y prometo amarlo y serle fiel tanto en la salud como en la enfermedad...

 

Tengo que apurarme o llego tarde.

Primera consulta. El tema parece ser el amor.

Escucho sus dudas: aceptarlo o no. Responderle o no.

Me oigo decir cuando la despido, al mejor estilo “Corín Tellado”:_ Mirá dentro tuyo, preguntale a tus sentimientos, antes de decidir.-

Estoy transgrediendo desvergonzadamente el encuadre que hubiese exigido un silencio impasible. Si mis colegas lacanianos me oyeran, se rasgarían escandalizados sus vestiduras.

Segundo turno. Hace frío. El sol no alcanza a entibiar del todo.

La escucho. ¿Así que no quiere vivir por vivir...?. ¿Qué quiere saber por qué vive, para qué vive?.

Pienso: ¿Y quién no querría lo mismo?. Al fin estamos ocupando distintos lugares y aspiramos a lo mismo...

 

Este arroz está hecho un engrudo, nunca aprendo a hacerlo bien...

El chiquito tiene temperatura, ¿podés tenerlo mientras busco que darle? ¿Por qué llora, acá está mamá...ya va, ya va...Tiene cada vez más fiebre...delira...¿qué vamos a hacer? ¡Cómo quisiera calmarlo!

 

Encanezco...ayer lo descubrí...¿Qué haré cuando mi piel se marchite?. ¿Cuándo las líneas de mi cuerpo se ablanden y pierda fuerza y lozanía?.

¡Adios juventud!.

¿Me amás?. ¿Todavía me amás?.

Si, si, ya se, han sido años juntos...

Sí, yo tampoco se...

Nunca sabré...

Muchas veces me encontrás desaliñada.

Muchas veces me encontrás hablándole ásperamente a los chicos, llena de impaciencia.

Muchas veces, malhumorada, no te escucho, me doy vuelta y nos alejamos...

¡Qué difícil preservar la magia en medio del cansancio, las corridas y tantas cosas...

Y sin embargo, también pude, alguna vez, sentirme hermosa bajo tu mirada.

 

Si mamá, el guardapolvo le queda justo a la nena. Lo que le van chicos son los zapatos. El mes entrante le compraremos las botas que eligió.

 

Si, si señorita, ya canto el himno: “Oíd mortales el grito sagrado...” fuerte, la cabeza bien alta.

Si, Si, tiraré de la cintita de la torta. A lo mejor saco el anillo. ¿Una saca el anillo y tiene buena suerte?

 

Si, si, el domingo de ramos consigo las hojas de olivo que mamá quema  cuando hay tormenta para atraer la calma. ¿Qué miedo me dan los truenos! ¿Podrá venir otra vez el Diluvio? Estoy tan asustada...

Y en la Navidad, ¡qué hermoso el arbolito! Nace el Salvador...

 

 

No, hijo, no es el Salvador porque tenga una escopeta. Es otra clase de Salvador ¿Entendés?

 

No entiendo, no entiendo los logaritmos. Si, si, estudiaré más. Debo traer buenas notas, eximirme de todas las materias, lograr un buen promedio. Es lo menos que puedo hacer...

 

¿Cómo puedo hacer?. Besar.. ¿cómo se besa?. ¿Con la boca abierta?. Pero, y ¿se respira al mismo tiempo?.

Si me gustás mucho.

Pero siento tanta  inquietud cuando me abrazás. No, no, tengo miedo.

¿Cómo no temer?

Si, si, ya se...

 

¡Ay mi Príncipe Valiente! En lucha con los dragones insidiosos  del tiempo...

             Frente a mí, crisálida que en vez de mariposa se convirtió en bruja...Con su marmita de arroz pegoteado, con su tiempo partido por las demandas de otros, con silencio para otros, con palabras para otros...

 

Si señora, tendremos que poner en palabras lo que siente. Entiendo que es difícil hablar de ello, pero puede ser necesario si queremos encontrar una salida positiva.

 

              Positivo. Acá está el Gravindex. Positivo. ¿Se da cuenta?. Me parece increíble. Y sin embargo, ya es como un pececito flotando en mí.

 

¿Qué es eso?. ¿Con qué estás jugando?. ¿Qué querés ir a pescar con tu papá?. Si, en los canteros hay lombrices. Te ayudaré a buscarlas, aunque no me gustan, me cuesta, no puedo tocarlas.

 

No, no, no puedo. No, ...si, me gusta tu piel, la piel de tu cuello, de tu espalda desnuda, de tus brazos alrededor  de mí. Recorro tu piel con la punta de los dedos, con mis labios, con mis mejillas...pero, por favor, no sigas. No...es que temo...

 

Temo cuando te sube tanta fiebre hijo ¿estás mejor?  Dejame besarte, quiero sentirte la frente...Si, aquí me quedo a tu lado.

 

 Si señora directora, presentaré la planificación a tiempo. Yo cumplo. Yo siempre cumplo.

 

Sí, sí. Ya voy. ¿Ahora? ¡Cuántas cosas! ¡Qué cansada estoy!

 

¿Qué te cuente cuándo nos conocimos con tu padre? No, es un secreto...

 

En el secreto de nuestra primera cita trajiste una rosa. Era bella, frágil, efímera.

                    Era la primera vez que recibía algo tan hermoso...Para conservarla más tiempo la puse en la heladera.         Cada vez que abría para buscar algo, me encontraba con el espectáculo surrealista de la rosa en su caja transparente, en medio de cosas banales. Y parecía tan absurdo el contraste...Después aprendí que la coexistencia de lo sublime y lo burdo son tan frecuentes...

¿Valió la pena tratar de conservar más tiempo aquella flor?

Yo quería que nuestro amor permaneciese siempre igual. ¿Es acaso posible?

 

¡No es posible, no es posible hija! ¿Dónde aprendiste tantas cosas y tan pronto?.

Si las canciones me las has enseñado a todas. Y ya reconocés las letras de tu nombre...

¿Y dónde aprendiste a cruzar así los ojos?. ¿En la escuela?. ¡Qué cómica con esa cara de payasa!. ¡Qué absurda!.

 

Sí, me he sentido absurda a veces. Y sin embargo, nunca, nunca olvidaré aquel momento bajo el resplandor de la lámpara...Traté de cubrirme avergonzada de mi desnudez. El embarazo redondeaba mi vientre.

Recuerdo tu mirada y tu voz, no sé cuál acariciándome más. Y recuerdo como apartaste mis manos y me dijiste: “- ¡Qué linda estás!”-¡¿¡ ¿Qué linda estás?!?! con mi panza que tu amor convertía en milagro.

 

Será un milagro la recuperación. Si mamá, iré a acompañarlos. No, no te preocupes, yo los alcanzo en el auto. ¿Cómo sigue papá doctor? ¿Cómo será el tratamiento? Sí, yo me ocupo...y según siga le aviso...

 

Le aviso, no me quejo.. solo le aviso, las contracciones son cada cinco minutos.

Debo pensar algo lindo, algo bueno para no sentir tanto el dolor. ¿Ya está! Era de color muy claro y casi en capullo. La sacó de la planta y me la dio.  ¡Ya viene! ¡Qué intensa! ¿Se aliviará si grito? No, no debo gritar, debo estar tranquila...Ya pasa. Es el privilegio de tener un hijo.

 

¿Qué tengo los ojos brillantes? Sí, me siento hermosa... y el bebé ¿viste cómo se prende al pecho?

 

Sí, puedo darle un turno para el martes. El consultorio queda en la calle...

¿Qué la lucha para no enamorarse le parece inútil?

Sí, tal vez sea así.

¿Qué lo sorprende su mejor relación con todos desde que está enamorado? Sí, tal vez sea el poder transformador del amor...Quién sabe...

 

Quién sabe si podemos comprar una casa, ahora que se da esta oportunidad. Si tiene terreno plantaremos un duraznero.

Si hija, podés correr por el parque. ¿Qué dice: “Prohibido pisar el césped”? No importa, corramos juntas....

 

La cuota del Banco vence mañana. Si estoy preocupada... No, triste no.

Si, ya sé, no soy tan joven, ni linda, ni brillante. A veces no tengo ganas, y, para colmo, no se cocinar el arroz.

No puedo tenerlo todo.

Ya es bastante con tener cuerda para correr, para ser responsable, para acordarme...

 

Llego harta.

Consultas desde temprano.

La casa llena de niños, los propios y los otros.

Entro pasando y pisando juguetes desparramados en todas las habitaciones.

Levanto un revolver rojo cerca de la estufa.

Sobre la mesada un Colt azul metalizado me sonríe.

Junto a la bañera, el rifle que dispara corchitos, yace indolente.

Confío en llegar al dormitorio. Apoyada en la mesita de luz, la pistola espacial espera a lanzar rayos y centellas, y una Magnum amenazante se queda silenciosa.

 

Silencioso, si, así te siento. Y silenciosa también estoy yo.

¡Qué sueño tengo! Sí, ya se...

¡Qué cansada estoy!

Sí, nos cuesta escucharnos...

 

Si, te escucho hijo. Ya voy. A las 12 te toca tomar el antibiótico.

El 24 vence el Impuesto Inmobiliario.

El 26 Obras Sanitarias.

Tengo que recordar a mi hija que lleve la carpeta.   1981

 

 

 

 

2-Homenaje irreverente a la nostalgia

 

Al despertar escucho el bochinche que meten los gorriones en el jacarandá, justo frente a mi dormitorio. Un ratito más tarde, de la escuela que está al otro lado de la calle, un tocadiscos afónico vuelve a recordarme que: “…alta en el cielo, un águila guerrera, audaz se eleva, en vuelo triunfal…” Cualquier mañana de éstas le bajo la audacia de un hondazo.

 

Trato de estirarme pero mi hijo, que anoche se pasó (película de terror mediante) me incrusta las rodillas en los riñones, y del otro lado, mi marido me clava los codos en las costillas. Esto de dormir con dos hombres podría ser fascinante en otras circunstancias (según plantea avanzados), pero a mí, estar entablillada entre las huesosas presencias de cónyuge y retoño, ya se me está haciendo pesado. Me deslizo por lo pies de la cama, el único lugar que creo libre, pero me encuentro empujando al gato, que me mira altanero, como si yo fuera la intrusa.

Entonces, fuera ya de esta cama promiscua, me tiro en la ducha, que por lo menos es un lugar privado. Y recuerdo, la ducha es un buen sitio para recordar en esta temprana hora.

Vuelven los versos de María Tiberti:

   …Tu alma, tu alma

   Prado de luces, y cuchillos y tréboles

   Luchando contra las albas, los otoños y las viejas cosas”.

 

¿Así que ella también luchaba contra las albas?...¡Menos mal…no soy la única!

¿Y no era Cecilia Absatz la que diferenciaba el mundo de la noche del de las mañanas? El mundo de las mañanas…Pollera escocesa tableada, olor a jabón y un orden en la vida. Un orden difícil y exigente…Más los lunes.

Como se queja Susana Torres Molina: “…Ir a trabajar, destino de los imbéciles; levantarse temprano, tragedia de los mediocres. ¡Y por si fuera poco drama, invierno…!”.

 

Este parece ser un lunes de invierno, más lunes que los otros. Trámites pendientes, con la escribanía, con el estudio jurídico, con el banco, con la escuela, también consultas…

Empezar temprano: “Al que madruga, Dios lo ayuda”. “Primero el deber después el placer”.

Pero, la puta que lo reparió…¿Quién me hizo TAN responsable?

No, la vieja no, ella se toma su tiempo para vivir  para joder y cuando puede trampea a las distintas burocracias que se le ponen por delante.

¿Y yo? ¡¿A qué viene tanto respeto reverencial por la ley?!

Ojalá hubiera heredado de ella, en vez de la artrosis, sus dotes para tomarse la vida en solfa…! Porque la vida es toda una cuestión. Y este asunto de crecer va dando trabajo. Crecer desde que era chica, y me portaba como grande hasta ahora, en que soy grande aunque me sienta chica.

¿Soy grande?

 

Soy del tiempo en que Tribilín se llamaba Dippy, las vueltas a la manzana eran toda una aventura y las rubias empezaban a jugar un papel en mi vida: eso que nunca sería.

Hoy el mundo es diferente. Nos invaden Mazinger y Robotech. Para vivir aventuras ni se necesita dar vueltas por el barrio, y aquellas rubias fueron arrasadas como Marilyn.

Hoy el mundo es diferente, pero hay cosas que me hubiera gustado que mis hijos conocieran y ya no están: el bazar Manavella con sus vidrieras iluminadas, especialmente la de los juguetes. Los cigarrillos Comander. Los higos y granadas que crecían en los árboles del barrio y se obsequiaban entre vecinos al llegar el tiempo de la fruta.

El hielero que sostenía sobre el hombro, apoyado en una bolsa de arpillera, el bloque transparente que rompía con unos ganchos temibles. El barquillero que convocaba con su clank-clank a toda la pibada, ansiosa de girar la ruleta que decidiría cuántos barquillos se ganaban. El afilador que pasaba por las casas con su silbato que era como un trino convocando a las vecinas. (Hoy tenemos el ulular de ECO, las estridencias de las bocinas Sorpasso y alguna que otra sirena de bomberos o brigada antibombas. Y en vez del ruido del tenedor batiendo el huevo para las milanesas, el zumbido de la multi-procesadora que funciona en la cocina).

Mis hijos tampoco conocen Ocalito y Tumbita, el perro Batuque ni la vaca Aurora. Seguro que no entraron en una casa con sótano misterioso y carbonera oscura, como la de mi abuela paterna, sótano que atisbábamos cuando bajaban a buscar vinos y carbonera donde amenazaban ponernos cuando rompíamos más de la cuenta.

La otra abuela vivía en el barrio del Abasto, en una casa con un fondo inmenso donde había catorce higueras con higos negros y blancos, y tenía en la parte de atrás un cañaveral donde jugábamos a los exploradores. La abuela de mis hijos (mi vieja) sólo tiene un patio embaldosado con unas helechos mustios en macetas descoloridas…Para nada sugieren imágenes de acechanzas en la selva tropical, como aquel cañaveral que les cuento.

Es que las casas ya no son lo que solían ser. Ni los Bancos, ni las Iglesias son los templos de otrora. Falta el estilo solemne que sabían tener. Se ven señoras en ruleros, bebés en cochecito, un pensionado con su bolsa de verduras, una gorda con vaqueros y un perro que seguía a su dueño a pagar el impuesto inmobiliario.

 

Tampoco los médicos son los mismos. Me acuerdo del consultorio de Torresetti (él me curó la urticaria, que me daba los cubanitos de dulce de leche) y que atendía en un lugar majestuoso: las paredes revestidas de maderas y diplomas. El escritorio gigantesco y lleno de cajones, y hasta la actitud: ademanes medidos, concentrada atención, prescripción escrita en el recetario clásico con una pluma fuente de oro, de los remedios mágicos; y en dicho consultorio una pintura inmensa representando una escena temible, dos colosos gigantescos y musculosos luchando con serpientes que los enroscaban. Él me explicó que las serpientes representaban a los vicios que aprisionan a los hombres para quitarles su libertad.

Uno de los últimos médicos que tuvimos ocasión de consultar, además del aspecto adolescente, llevaba indolente el guardapolvo abierto sobre los vaqueros arrugados, tenía las manos en los bolsillos y tal aire de despiste mientras nos hablaba en el pasillo, que si no hubiera sido por las circunstancias, hubiéramos salido huyendo. No pudimos hacerlo, y luego, una vez que lo conocimos mejor, nos culpamos por aquella primera apreciación apresurada que lo descalificaba, sólo en base a lo desmañado de su aspecto.

 

También en aquel tiempo de mi niñez, los policías eran buenos y merecían nuestra confianza. Ustedes recuerdan aquella advertencia: “Si te llegás a perder lo que tenés que hacer es buscar un vigilante, y cuando lo encuentres, sólo a él decíle lo que te pasa, él te resolverá el problema porque los vigilantes están para eso…para devolver a su casa a los chicos que se pierden”. (!)

 ¿Y recuerdan aquellos tiempos de la adolescencia en que se consideraba como una cualidad importante en los muchachos, una de la que se oye hablar poco: que fueran respetuosos. Esto quería decir en aquel tiempo, que no se hicieran propuestas deshonestas. (Aunque una tuviera muchas ganas de que le hicieran la más deshonesta de las propuestas). Mi abuela se hubiera escandalizado con tales sugerencias, pero mi abuela era bastante mentirosa. Con ella y mi mamá iba a las procesiones del Sagrado Corazón de María. Y con mi papá a los desfiles del 20 de junio en calle Córdoba, y él siempre me avisaba cuando pasaba el “11 de Infantería”, porque allí había hecho la colimba.

El me legó la melancolía veneciana (ciertos matices del gris) y esa terquedad de empujar ciegamente como un toro, que aún no se si es mérito o defecto. Y mi vieja, un sentido común tipo topadora y cierta ironía para mirar las cosas burlonamente, un poco de Andalucía, pero me basta.

 Crecer fue también cuidad en mí, ese cacho de Andalucía para que no se me disolviera en los canales venecianos cuando inundaban todo.

También crecer fue aprender cierta poesía urbana encontrando belleza en las hileras de lapachos y jacarandás en primavera, ya que nunca pude ver los campos de lino, que dicen que son azules. Y mirar la magia de los letreros luminosos duplicados en el suelo, las noches de lluvia, tan fascinantes para mí como debieron serlo para los indios, los espejitos con que los sedujeron desvergonzadamente los conquistadores.

 

Los adelantos de la técnica que vinieron en los últimos tiempos a estas pampas, importados y escasos, me siguen pareciendo, de puro sub-desarrollada “cosas de mandinga”: radiodespertadores, relojes lapicera y las computadores chiquitas, que ni pila llevan.

 

Y en este recuento nostalgioso, me pegunto por esta vida, tan distinta ahora. Tal vez no como en el tango, según Cátulo Castillo: “una herida absurda”, pero sí con algo de “trámite engorroso o alegre charada”, como plantea Fernández Tiscornia. Como silogismo o milagro, como “flor misteriosa y perfumada”, como propone mi amigo Abel, o como caramelo gigantesco, según el poeta Sandro Tedeschi, o apenas como un boceto que no hay tiempo de completar.

 

Y así sigo como urraca de las palabras, guardándolas a todas, hasta que alguna vez saco una del escondite, para ofrecerla como se ofrece una rosa o zamparla como un garrotazo.

Sintiendo que tengo toda la campaña hecha y las confirmaciones necesarias desde que mi hijo me aseguró que no importaría si no fuera su madre, porque me tomaría en adopción (!) y desde que mi madre se pudo envanecer por la nota que me hicieron en Ecos, máxima aspiración de rosarina con pretensiones (aunque la nota no se la pueda mostrar a mis amigos intelectuales, porque me dirían tilinga y me mirarían con asco).

 

Sintiendo también, que aunque viva mil años, hay cosas que seguirán en el misterio…Por ejemplo: por qué mi hija pueda sonreír SIEMPRE al despertar, cuando otros nos sentimos tan miserables…y también por qué este hijo, más que hijo, me salió una experiencia surrealista, como cuando canta el himno y yo me hago cruces, porque se refiere a los “soretitos unidos del sud”. O cuando especula si: “…el Hitler, ese, para hacer todo lo que hizo ¿Tendría un ayudante?”. O cuando pasa, sin solución de continuidad de una pregunto: ¿Cómo se creó el Universo” a otra: “¿Por qué chocho, cuchufleta y cachucha se escriben con ch?”.

 

En fin, conservando, pese a los amaneceres de día lunes, en invierno, una pizca de locura, de irreverencia, porque si no cómo haría para seguir creciendo…? ¿Cómo haría para sobrellevar la nostalgia     María del Carmen Marini 1987

 

3-Melancolía de los domingos

 

Tarde de domingos. Salimos con mi hijo, y de los programas posibles no engancha uno, el que dan en el planetario. Por Navidad, cuando intentamos ver “La estrella de Belén”, no conseguimos localidades, esta vez dan “La guerra de los mundos” y tampoco logramos entrar. No nos desalienta mucho el fracaso, y decidimos caminar.

Lo hacemos por el centro, donde se encuentran las cuatro jugueterías que recorremos ritualmente cada vez que estamos en la zona. Empezando desde Rioja vemos la de la escalera, con sus naves interplanetarias, héroes rubios y villanos monstruosos. Tomamos San Martín y en la Galería Rosario, vemos las vidrieras colmadas de animalitos de peluche y autos a pilas. En la vereda de enfrente, en la galería revestida de mármol color panteón, vemos la juguetería de los japoneses amables y media cuadra más allá, en esa galería nueva que tiene arbolitos bajo el cielo abierto, la cuarta fuente de tentaciones, aunque tenga un angelito en el cartel.

 

Mi hijo se pega a las vidrieras, elige, descarta, calcula precios y evalúa el tiempo de ahorros que le demandaría tal robot, o cuánto falta para la Navidad o el día del niño, en que puede anotarse para alguno de los regalos que desea.

El mira las vidrieras, y yo lo miro a él mientras va atardeciendo y la gente pasa. Un muchacho con un bolso, una gorda muy gorda, un matrimonio formal (trajeado él, con tacos y aritos ella), una pareja de la mano, muy rubia ella, muy trigueño él. Luego un adolescente vestido exóticamente y con el cabello hasta los hombros. Todos son hermosos y me parecen tristes. Entonces me detengo y advierto que no es cierto. Ni son hermosos, ni tal vez estén tristes. Yo debo estar triste, porque atardece en domingo: día y hora de la melancolía.

No soy nada original. Hasta a Julio Iglesias le sucede, lo dijo en un reportaje.

 

¿Y cómo es que todo se ve triste los domingos al caer el día?

Lo que siento es una fea mordida en el alma. Entonces me pregunto: ¿Qué coartadas le doy a la tristeza para que no me arrincone, para que no me demore en averiguación de antecedentes? Rápido, rápido…un argumento que pueda plantear con supuesta seguridad, tal vez zafo y logro que no me atrape…

Pienso en lo que puede contraponerle, las cosas proyectadas…sí, debo escribir dos cuentos y un artículo para el congreso de abril. Eso es serio, eso tiene sentido, es muy convincente… Además están los alumnos y están los pacientes que creen y esperan. Que apuestan a que soy razonable, sensata, fuerte y a que estoy bastante entera. La confianza que ellos tienen, también es un argumento con el cual apuntalarme en esta hora perversa, en dónde, ¡Maldito sea!, se me ocurrió plantearme: ¿Y ahora qué?

 

No le voy a comentar a mi hijo estas reflexiones, él no vino a darme argumentos por los cuales vivir. Más bien debería recibirlos de mí, pero…¡mierda!, no se me ocurre alguno verdaderamente sólido. Debe ser porque es domingo y anochece.

 

Y su padre quedó allá, agarrado a su martillo, como de una tabla de salvación, con olor a madera y protegido de los avatares del mundo por una capa de fino aserrín que, seguro lo aísla de la angustia, de las angustias existenciales…Mientras tenga madera para serruchar, lijar y clavar ya tiene excusas, ya sabe por qué vivir.

Lástima que no hablemos de estas cosas…Tal vez pudiera tirarme un argumento con el cual darme una tregua a esta opresión de garfio oxidado, mientras camino la peatonal y mi hijo hace cálculos para saber cuándo tendrá el transformen rojo con rayas plateadas, y con eso ya tiene sus días encaminados.

Pero…¿Qué deberé hacer por él más tarde, cuando también a él los atardeceres de domingo lo inunden de tristeza?

Yo aprendía a gambetearla y voy sobreviviendo. Reconozco que a veces al precio de simular que estoy ocupada en cosas importantes, y otras al de huir cobardemente. En el fondo sé que todas son pobres excusas frente al paso del tiempo y a las pérdidas que nos despojan.

 

Este es un asunto de lo más difícil. Entendí cabalmente lo del tango: “fiera venganza la del tiempo”, cuando empecé a ver envejecida a la que era la más pizpireta del grupo. Y cuando él, que era “el novio de América”, pasó a ser un abuelo levemente confundido (decimos que se convirtió en pollo patriarca en vez de decirle gallo viejo, porque queda más solemne). Y cuando mi gato, que era un fatuo narcisista que se la pasaba acicalándose, empezó a volver de sus correrías dañado y desalentado por la empresa de crecer y fijar su territorio…Se le veía decaído y decepcionado, como si la vida no le estuviera resultando como la planeaba.

Tal vez nos suceda un poco a todos, no sólo a Malandrín, mi gato.

Nos sucede cuando la búsqueda de motivos para trascender, se convierte en un rastreo de excusas para sobrevivir (escribir dos cuentos y un artículo, regar las plantas, criar los hijos, cumplir con los que creen en una).

 

Porque hay que sobrevivir. Con contradicciones y todo. Con mordida en el alma, angustia existencial, conciencia del tiempo y de la muerte o como carajo se quiera llamar. ¿No tiene eso cierta grandeza?

Sobre todo, porque, no nos engañemos, sabemos bien que son sólo intentos. Y como dice la canción, las más de las veces, consisten en “inventarse una esperanza para volver a vivir”. Para ello habrá que ser capaz de desentenderse del otoño. No asumir esa lucidez de atardeceres de domingo. Y en la lucha entre Venecia y Andalucía…seguir apostando por Anadalucía.

 

 

                                                                                              María del Carmen Marini

                                                                                                  Otoño-invierno 87

 

 

 

 

4-Homenaje

 

Mi hermano pregunta: ¿Qué podremos como inscripción en la placa?

Si por mí fuera, le diría que pongamos la verdad: bromeaba con los chicos y nos hacía trampas a los grandes.

Decía refranes con humor y se divertía aplicándolos a las situaciones más variadas. Tenía un repertorio de ellos que no eludía las malas palabras, y que Mario atesoraba.

Estaba aprendiendo a jugar truco y chin-chón con su nieto.

Miraba la telenovela de las nueve y suspiraba con los amores contrariados de Milagros y Catriel. Escuchaba en la radio los resultados del fútbol y seguía el lugar de Ñuls en la tabla de posiciones pero no miraba los partidos para cuidar su corazón.

Decía que había cosas que no podía entender, por ejemplo el atentado a AMIA.

Se cuestionaba Sarajevo y Ruanda y nos acosaba con preguntas que no le sabíamos responder.

Nos contaba los noticiosos aunque a veces se confundía Irak con Irán o Paquistán con Turquestán.

Miraba películas románticas, pero se ponía nerviosa con las escenas eróticas.

Era generosa hasta la exasperación y cuando tenía dinero en la mano se constituía en un verdadero peligro comprando regalos y trayendo cosas útiles e inútiles.

Era sincera hasta más allá de lo que podíamos sobrellevar, diciendo todo lo que se le ocurría sin pasarlo por la censura.

Y era de una fidelidad desmesurada que le hacía encontrar excusas para los que amaba, cualquiera hubiese sido la falta cometida.

Estaba convencida de muchas cosas y las defendía con pasión.

Se maquillaba y perfumaba a la mañana para estar bonita todo el día.

Verla con el espejito en la mano era como la garantía de que los planetas seguían en su órbita y la historia continuaba su curso. Alardeaba de los dos pretendientes que había tenido desde su viudez, uno en la cola del Banco y el otro en el cementerio mientras acomodaba las flores.

Chacoteaba con Oscar y con Jorge cuando le sugerían presentarle un viejito rico, a comisión, y con su cardiólogo que le recomendó encontrar un “usado en buen estado” antes de cerrar trato.

Declinó la propuesta del novio de su nieta cuando le planteó: ¡Abuela, qué rico cocina...cásese conmigo!.

Se ocupó de regalarle anillitos y dijes a todas sus hermanas cuando midió sus tiempos y sintió que le quedaba poco.

Me dijo a mí que tuviera coraje, que la vida es así.

Le quedó sin terminar la partida de chin-chón que había iniciado.

Sin ver el final de la telenovela de los horizontes expandidos.

Y sin escuchar el final de “Ilusiones”, de Richard Bach, que Pablo le leía por  las noches.

Le quedó sin entregar el regalo del día del Niño a Micaela y a Iara.

Le faltó ir a comer a Capri en su cumple de septiembre. (Tenía dos cumple y los festejaba a los dos como buena tramposa).

Tal vez le faltó decirme algún secreto.

Y le faltó poder mirar los malvones rojos, y los blancos , y los de color salmón que están floreciendo en el patio, justo ahora, que se fue sigilosa. Sin tiempos de despedida.

Y a nosotros, no tan generosos, no tan sinceros, no tan leales y apasionados, sino medidos, cautos, discretos y respetuosos, no tan originales ni entusiastas sino convencionales, previsibles e incoloros nos dejó en el colmo del aburrimiento. Congelados en la añoranza de sus 86 años tan jóvenes y alegres.   invierno 1994

 

5-Cómo no mentir en el saludo

La idea de encontrar respuestas genuinas a la Pregunta del Millón, me surgió hablando con Oscar.

El me preguntó: ¿Cómo te va?

Y yo le contesté: A vos no te puedo mentir.

Porque de eso se trataba, de no contestar con la frase hecha, que no dice realmente como nos va, sino que solo salva las apariencias. Había que encontrar una forma, que sin faltar a la verdad y sin ser descortés, pudiera no obstante decir al amigo algo más que una fórmula vacía. Algo que pudiera dar cuenta de cómo es que se siente una, sin desnudarse demasiado, si es que no se tienen ganas o se tienen ganas pero se percibe que no es el momento adecuado para el interlocutor.

 

Entonces me puse a pensar en dicha forma y encontré una que me sirve, y que uso desde entonces, cuando no tengo ganas de abundar. A la pregunta respondo: Estoy luchando, como todos. Lo cual es cierto desde que me constituí, por esas cosas de la vida, en una “batalla que camina”, según dijera Adriana Steiger una vez, y a mí me sirve para siempre.

 

Desde entonces he pensado en las muchas formas en que se puede dar respuesta a ese saludo y a esa pregunta y he recopilado algunas.

Mafalda en una de sus tiras responde: ¡Aquí estoy, meta vivir! Ese optimismo y entusiasmo solo ella puede permitírselo.

Inodoro Pereyra es más veraz cundo contesta: Mal, pero “acostumbrau…”

La versión irónica de Inodoro sería: Bien. ¿O querés que te cuente?

La versión trágica diría: Si le digo mal, fanfarroneo.

También estuvo la respuesta de Mariano, diciendo: ¡Mejor, mejor y mejor!, pero él podía dar esa respuesta, porque como es un Franciscano coherente, elude decir de su artrosis, de la devaluación y del clima. Solo así a alguien le puede ir mejor, mejor y mejor.

También está la versión francesa: “No tan mal…”

Y la versión norteamericana: “Usted no querría saberlo!”

 

¿Y cuando hemos sido nosotros los que formulábamos la pregunta? Bueno, están los que se la toman en serio, y se ponen a relatar minuciosamente cómo es que les va. Y entonces entran en detalle sobre los planes del próximo lustro, o se ponen a referir los acontecimientos del último decenio, mientras el colectivo se nos está yendo.

Nos cuentas sus éxitos académicos, sus conquistas o ¡peor!, sus cirugías.

Todos hemos pasado por situaciones de ese tipo.

 

Por eso, la formalidad de los saludos en los que solo se deseaba: Buenas tardes, no parecen tan inapropiada. Y era mucho menos complicada, porque solo requería ajustar la respuesta a la hora en que se saludaba en tres grandes categorías: antes del mediodía, después del mediodía y a la noche.

 

De modo que si vemos lo complejo de ser interpelados para contestar cómo es que nos va, o saludar al otro con una pregunta que disparará una respuesta que no siempre estamos dispuestos a  escuchar, bien vale la reflexión que les proponía.

 

Así, pensando en eludir el interrogatorio existencial de indagar ¿cómo me va?, cuando es eso lo que me preguntan, y yo puedo suponer que al otro no le importa, he desarrollado una serie de estratégicas respuestas, que no mienten, pero que tampoco dicen la verdad. En todo caso me evitan la tarea de recorrer mis laberintos interiores para otro momento, para cuando tenga ganas.

Y responder entre tanto:- A veces bien, a veces mal.

-Haciendo experiencias, vos sabés….

-Siempre yendo y viniendo, como todos…

¿Quién puede decir que estas respuestas no sean válidas?

 

Si soy la que saluda, y no deseo saber cómo es que le va, tan fervientemente como para correr con los riesgos, en vez de la pregunta peligrosa he descubierto que se puede poner el acento en cuestiones neutras. Por ejemplo: ¡Hace mucho que no te veo!

O: ¡Hace mucho que no hablamos!. También eventualmente: Me alegra verte.

En esta línea he descubierto también que es oportuno si se pregunta por alguien, que sea por los hijos. A cierta edad, preguntar por los padres puede ser chocante, disparar un gesto apesadumbrado, porque pueden no estar. Y preguntar por los hijos es adecuado además por otra sencilla razón: de los hijos no hay divorcio, así se evitan riesgos de respuesta irónica o contrariada. ¿Quién no metió la pata alguna vez? Noviembre 2007

 

6-Entre el cielo y el muro

Mi vida transcurre en una cueva-caverna-consultorio durante muchas de mis horas. Tengo frente a mi sillón una ventana. Y ante la ventana, del otro lado, se levanta un muro que cubre las dos terceras partes de lo que puedo ver. En sus rajaduras y manchas puedo buscar y descubrir formas caprichosas que me dicen de faunos y montañas, de bosques y palacios.  Hay una tercera parte por encima del muro que me muestra el cielo.

            Así puedo ver pasar las nubes y saber si está nublado, llueve o hay sol. A veces por el muro pasa uno de los gatos desde el fondo hacia la calle, o vuelve de sus aventuras y yo lo miro pasar, mientras escucho a quienes en ese momento desgranan sus historias. En algunas oportunidades, y según la hora y el clima veo volar pájaros por el cielo. Una vez un colibrí se posó en el marco por un momento.

            A la cueva-caverna-consultorio llegan los relatos de los que buscan ser escuchados, y a su vez oír lo que les pueda decir de lo que me cuentan. Historias de amor, de dolor, de incertidumbre, de miedos, de obsesiones, de logros, de descubrimientos. Aquí se gesta la parte de sus vidas en la que se confrontan consigo mismos  a veces se encuentran, a veces, recuerdan, a veces construyen, a veces proyectan, a veces caen en la cuenta de...

            Darse cuenta es lo que nos proponemos ellos y yo, y cuando lo alcanzamos siento que la tarea fue fructífera. Eso es lo que puedo darles de mí en este espacio y en este tiempo en que trabajamos juntos. Y ellos me traen relatos de sus mundos- a mí que estoy en el adentro de este lugar- y así he sabido de cosas que eran importantes y de las que tuve la primera noticia a través de sus relatos. Como hace mucho tiempo que llevo adelante mi tarea en ese lugar es que allí supe entusiasmo del mayo francés, cuando aún no se había difundido, de la gestación de lo siniestro en los años de plomo y de la angustia de las cárceles del Proceso, también de las celebraciones que acompañaron el Mundial de fútbol y el carnaval desplegado en las calles. Allí escuché sorprendida del terremoto que se inició en Chile y repercutió en nuestro suelo,  de la insólita nevada aquella vez en Brasil. Y también una noche  supe, esperanzada, de la puesta en marcha del cóctel para el tratamiento del H.I.V. que a la mañana siguiente leería en el periódico. Y más recientemente también oí de las marchas antiglobalización que en Porto Alegre, en Seatle o en Barcelona.

            Y además de toda esa información que me hizo saber de tantas cosas, pude saber acerca de muchos de los recursos que podemos poner en marcha para solucionar conflictos y aliviar angustias, desde una sabiduría que me dejó pasmada más de una vez. En general se ha tratado de soluciones personales a conflictos individuales que quedaban acotados ahí.

           

            Esta vez el grupo que me propuso supervisar el trabajo que hacía con mujeres me trajo otra dimensión de la realidad que yo conocía poco, que yo conocía mal. Se  desempeñan en un barrio: Ludueña Norte, en un ámbito: La Vicaría del Sagrado Corazón. Así supe sobre ese mundo diferente  al otro que me traían quienes consultan por sus propias problemáticas de vida-tan parecidas a las mías- y donde se corrió para mí una cortina y pude ver otras formas que es importante saber que existen.

            El trabajo de estas mujeres con mujeres y con chicos del barrio es otro trabajo. Por eso lo que escuchaba y lo que trataba de pensar con ellas abrió una dimensión diferente a lo que puede ser el trabajo clínico, y eludida por lo difícil. Un trabajo en donde hay que desarrollar estrategias que den otra legitimidad al hacer, cuando en ese hacer hay tantos y tan diferentes obstáculos. Trabajos difíciles en lugares difíciles en los que el sentimiento de impotencia ronda a cada instante y en donde la magnitud de las interpelaciones es tal, que no da tregua.

            Con las integrantes del grupo “Desde el pie” desarrollamos un vínculo y afrontamos los sucesos y buscamos soluciones sabiendo que en la tarea había algo de quijotesco y algo de ineludible. Oír de ese mundo sacude, conmueve, marca los límites pero convoca sin que puedan mediar excusas.

            Escuchar, a través de estas mujeres lo que sienten y piensan aquellas otras y lo que dicen sus hijos no es algo que pueda quedar sin provocar efectos. Que un chico pueda mencionar entre sus derechos, “el de morir joven”, y otro entre sus sueños “el de tocar una computadora” no son olvidables, y que pese al desgaste que imponen estos cimbronazos se desee seguir en la lucha, es algo que vale.

            Ella, la más joven del grupo dijo: -Hay que salvar la cabeza, en medio de tanta oscuridad y ataque a la capacidad de pensar. Y también dijo: -Hay que resistir, pero desde la alegría. Creo que si ellas pueden, a pesar de la parálisis que muchas veces induce la lucha cotidiana es porque las alienta la convicción de que no pueden sustraerse. Como que en este combate con la vida van al frente desde esta certidumbre: tener esperanza es una obligación. Eso es lo que me transmitieron, eso es lo que aprendí, en mi lugar, frente a la ventana que encuadra el muro y el cielo.

María del Carmen Marini- 4-2002

 

 

 

7-Madres

Ella me contó el proyecto de sus hijos: la escalada a Los Gigantes, esta vez un tramo más lejos que en los años anteriores. Me dije: con esas iniciativas para vacaciones los hijos saben cómo aterrarnos. Tal vez todos los hijos. Porque allí, confesémoslo, pensé como madre. Y recordé la lista de peligros con que solemos alertarlos.

(Yo había confeccionado  en una oportunidad una lista de los peligros que podían acechar a los míos, en orden creciente, de menor a mayor, y que eran los siguientes: accidentes, borrachos, patotas, ladrones y la cana. Pero estos son peligros en la noche urbana. En el caso que ella me planteaba los riesgos son otros).

Pero convengamos que en general, los recursos con que cuentan los hijos (los suyos y los míos) los ponen en mejores condiciones para afrontar la aventura. Quiero decir que saben de peligros y los reconocen con más sagacidad de la que esperamos.

En este caso, estos hijos, los de la escalada a Los Gigantes, ya tienen edad suficiente como para estar terminando medicina uno y promediando ingeniería el otro. Así que el mayor bien puede llevar su botiquín salvador de contingencias y al menor lo acompañan los instrumentos necesarios para orientarse en la montaña. Entre ellos uno muy sofisticado que capta las señales satelitales y puede indicar latitud y esa cosas  complejas y específicas de las que saben los geógrafos, los meteorólogos y demás. O sea que los chicos, desprovistos no van. Pero a las madres cualquier reaseguro les parece poco y yo la entiendo.

La adolescencia se ha prolongado y aunque la madurez asuma otras formas cuesta adaptarse al crecimiento de los hijos, a quienes ayer nomás les limpiábamos los mocos y los ayudábamos con la tabla del tres.

Lo que ellos saben, suele ser lo que necesitan saber y por eso el desdén con que nos escuchan, y  si pueden ser condescendientes es  porque los divertimos con nuestras aprehensiones.

Así pensando en el botiquín y en esa brújula de ciencia ficción le dije:- Lo único que vas a poder decirles es que se lleven una bufanda

"Llevate una bufanda", a eso se reduce la sabiduría materna en sus consejos a hijos aventureros.

Y lo comprendo desde la propia experiencia. Porque los hijos aprenden tan rápido que pronto nos superan. Y recordé que suele ser tan rápido como lo fue en la primera partida de ajedrez que jugué con mi hijo hace años, y en donde su desempeño fue tan brillante, y el mío tan lamentable que en pocas jugadas me había hecho jaque y entonces perdí la dignidad y quise tirar el tablero al patio. ¿Cómo un chiquilín así me podía revolcar ?

¿Acaso no soy una profesional responsable que ha aprendido lo necesario para suscitar respeto? ¿Acaso no soy una mujer madura con sabiduría de la vida? ¿Acaso no lo tuve en la panza cuando él era solo una cigota? Todo eso me dije entonces. Pero lo acaecido era una pequeña muestra de lo que vendría. ¿Qué lugar nos queda entonces a las madres? ¿El de las que preparan pastafrolas?

Al fin es cierto que las madres estamos para sorprendernos por los crecimientos de nuestros hijos, pero como ella  solía decirle al menor, tan cientificista y tan tecnocrático él. "Me podrás ganar a muchas cosas, pero a grande no".

Y a ella le había sucedido el conmoverse cuando vio por primera vez a su hijo mayor con la chaquetilla y más cuando se superpuso a  esta imagen el recuerdo de él en su primer día de jardín enfundado en su guardapolvo a cuadritos. ¿Tanto tiempo había pasado?

En fin, como escribía Cristina Wargón, las madres somos todas deleznables, pero puede establecerse una clasificación entre ellas. Así están las abandónicas, están las sofocantes y están las "ponete un saquito". Me parece que ella y yo pertenecemos a esta última categoría.

 

Yo sabía que ella tenía una relación profunda con sus hijos y que venía baqueteada por los crecimientos. Que a veces hay una suerte de relación telepática entre madres e hijos que asombra y que se expresa en anécdotas increíbles.

Pero eso da para otra historia.

 

Volviendo al proyecto de sus hijos y a la inquietud que a ella le generaba, me contaba que la primera vez que  quisieron escalar eran mucho más jóvenes, apenas adolescentes.

Y que ella accedió después de muchas insistencias, pero con la condición de ser de la partida, esto es, con la condición de acompañarlos en la empresa.

 

La excursión era a El Champaquí.

Cuando llegaron a la base, en Villa Alpina ella contrató a un guía de la zona, que los acompañaría en el intento.

El proyecto era salir muy temprano y regresar en el día. Así que a las cinco emprendieron la marcha y empezaron a subir. A las siete ella ya estaba cumpliendo con el máximo de esfuerzo que le era posible, así que quedó instalada a la vera de un río en un lugar que se llama El Paraíso del Champaquí,  con la recomendación de esperarlos hasta la vuelta. El lugar era muy bello pero muy, muy solitario. A lo lejos un puntito que se veía apenas: era una casita. El guía comentó que era de una pareja de hippies amigables a los cuales podía recurrir si hiciera falta, pero que supiera que acostumbraban a andar desnudos.

Debería esperar doce horas. Y las esperó con la conciencia del paso del tiempo, apenas interrumpido por la presencia de vacas tan curiosas como suelen ser las vacas, con sus grandes ojos lánguidos y  la de un par de lugareños que pasaron a media tarde y tras saludar amablemente siguieron su camino.

Lo demás, el río, los árboles, el paisaje serrano y la reflexión sobre lo que estarían viviendo los exploradores.

Al cabo del tiempo prometido y al atardecer volvieron  lo tres, habían hecho cumbre, los chicos estaban eufóricos, y el guía satisfecho por la misión cumplida. Solo que con ellos venía una tormenta.

 

El guía se adelantó con la propuesta de conseguir un taxi que los llevara desde la base del cerro y tranquilizándola en que los chicos sabrían volver sin contratiempos porque los había visto desempeñarse y estaba convencido de su pericia para hacer las dos horas de descenso que faltaban. "¡Estos chicos sube y bajan cualquier montaña!"

 

Cuando se desató la tormenta ya estaban los tres bajando. Pronto en medio del  granizo, de la oscuridad, de la soledad. Y del miedo.

Los hijos descendían ágiles y la ayudaban entre las piedras sin que hubiera un sendero visible y azotados por el agua. Y ella se tragaba la angustia. Hacía un recorrido minuciosos por las palabrotas que destinaría al escurridizo guía, que debiera haber quedado con ellos hasta completar el regreso, aunque siendo la dama que es, es difícil imaginarla en tal trance.

La lluvia arreciaba y el cielo se quebraba en relámpagos y resonaba en truenos. A tientas, a los tumbos, golpeados por el granizo siguieron la marcha. En algunos momentos se detenían, los hijos deliberaban entre sí, ella los observaba mientras decidían el rumbo y luego continuaban. La estaban protegiendo y ella lo advertía.

En determinado momento, caminando los tres, uno tras otro en la noche y en la lluvia, ella que hacía tiempo no rezaba se dijo: -Si hay alguien allí que escuche, te pido que cuides de ellos...

No era una plegaria convencional, tal vez ni siquiera una plegaria pero mirándolos se sintió más serena.

Y un resplandor se insinuó por un momento ante ellos. El hijo mayor y ella cruzaron las miradas sin decirse nada.

Aquel resplandor había aparecido como desde el suelo, desde la nada, solo por un momento y se había desvanecido.

¿Respuesta? ¿Mensaje? ¿Presencia de ángeles? ¿Trampa de la imaginación? ¿Por qué descreer de lo que ignoramos? Porque estamos tan domesticados en la absoluta racionalidad que cualquier otra aproximación nos sobresalta. Pero el hecho de que no podamos explicar algo no significa que no existe.

Ella se cuidó de comentar este aspecto de lo sucedido por el pudor de las burlas que pudiera suscitar, y con el fin de cuidar la apariencia de sensata y reflexiva tan necesaria en el ejercicio del rol materno, más aún, del rol materno de hijos adolescentes. Pero supo, y ese saber le quedó sedimentado y le sirve ahora, que contar con instrumentos de alta tecnología para orientarse en la montaña, está muy bien. Pero que contar con el ángel de la guarda no está nada mal.

 

Porque esa excursión al Champaquí fue más que una aventura a relatar, tuvo aspectos de descubrimiento del potencial que albergaban, tuvo ribetes de una recorrida metafísica, y tuvo toques de humor.

¿Dejó un sentido a descifrar?

 

Tal vez esta historia debería tener un desenlace, pero me gusta dejarla picando como serie de reflexiones. Sobre el lugar de las madres en la vida de los hijos ("Ponete un saquito" o lo que es lo mismo "Llevate una bufanda").

Del lugar de los hijos en la vida de las madres para completar ese sentido que ninguna otra experiencia aporta y que como me confió Iliana, le permitió sentir que una pieza encajaba al fin en el engranaje para que su vida funcionara a pleno desde que nació Julián.

O como para, como escribió Marcelo Birmager, superar para siempre esa soledad existencial, que nunca, pero  nunca  más registraría después del nacimiento de su hijo.

Tal vez para aceptar también la cuota de misterio de este universo vasto, enigmático y maravilloso. Un universo en el que solo podemos abarcar con nuestro pensamiento fragmentos, chispazos. Un universo respecto del cual sería  seria soberbio y pretencioso esperar saberlo todo.

 

María del Carmen Marini Verano del 2004

 

8-Polvo, pelusa y telarañas

Dedico este trabajo a las mujeres que todos los días del año, en todos los lugares del mundo y a lo largo de toda la historia, plumerean montañas de polvo, barren kilómetros de pisos, lavan toneladas de ropa, preparan las comidas y lavan los platos de insistentes y reiterativas multitudes.

Dedico este trabajo a aquellas que no pudieron construir catedrales, descubrir planetas, confeccionar códices... Ni escribir “La divina Comedia”, componer “Las cuatro estaciones”, ni cincelar “El Moisés” o “La Piedad” porque sucede que estaban sacando a basura.

Pero que intentaron que la vida fuera una comedia alegre y humana, durante el frío o el calor sin importar las estaciones, suavizando las leyes de Decálogo con profunda piedad y sabiduría.

 

            Vivo en una casa grande de ladrillos, con tejas francesas, aberturas de madera y rejas coloniales de hierro forjado. Tiene fondo y jardín.

            Todos dicen que es una suerte vivir en una casa como esa y yo creo que es así.

            Demoramos 15 años contados uno por uno en hacerla, pues sólo disponíamos de nuestro trabajo para comprar los materiales y contratar los operarios. En ese tiempo, en todo ese tiempo no recibimos herencias, ni ganamos la lotería, el prode o algo así. Se fue haciendo por etapas porque es muy amplia. Nos costó gran esfuerzo ir completándola y debimos ahorrar todo lo que podíamos hasta que llegó a ser lo que es hoy.

            En un mundo en el que existe el Taj Mahal que aún no he visto, la Alhambra de Granada que quién sabe si veré y los Jardines de Tívoli que desearía llegar a ver, en realidad es una casa modesta.

            Está construida en un terreno largo, por eso lo del jardín adelante y el fondo atrás. La casa está en medio y es inevitable que la tierra de jardín y fondo vuele y se deposite en cada lugar de la casa. Queda a mi cargo cuando la empleada no está. Ahora no está desde Navidad.

            Yo trato de no hacerle caso, pero cuando al abrir una puerta se agitan las telarañas pendientes del techo y salen volando manojos de pelusa pienso que es preciso limpiar.

            El polvo suele estar en los torneados de las maderas de la baranda, en los paneles rectangulares de los postigos y en las volutas de las rejas formando una película gris. Las volutas de las rejas son también el lugar preferido por las arañas para hacer sus nidos. Este otoño encontré las arañas más grandes, negras y amenazantes que ponen unos huevos pegajosos, blancos y esféricos. Tenía miedo que las arañas me saltaran a la cara en justa represalia cuando les rompía las telas y sacaba los huevos.

            Además de las arañas también tenemos gatos. Un gato amarillo que se cree perro y monta guardia sentado en el felpudo y una gata gris que se cree emperatriz rusa en el exilio y nos mira desdeñosamente por ser latinos y subdesarrollados. A los gatos los tenemos por pedido de los chicos que querían animalitos domésticos y también por una cuestión de poco carácter. Sucedió que los gatos vinieron. Y pese a nuestra oposición se fueron quedando. Al principio los espantamos con convicción. Pero ellos insistían en permanecer, mirándonos con sus grandes ojos fijos. Nosotros nos fuimos cansando y ellos ganando espacio. Así fue.

            Ahora para usar las sillas para sentarnos a comer tenemos que sacar a los gatos. O correrlos al menos, para que nos dejen un pedazo de asiento. Lástima que pierdan tanto el pelo. Se nos queda pegado en faldas y pantalones. Comen hígado y carne picada, eso sí, tibios porque fríos no les gustan. Toman leche y agua.

            Son los regalones de la casa, pero tienen una costumbre odiosa. En época de celo marcan con pis su territorio para avisar a los otros gatos que no deben pasar, que ellos son los dueños del lugar. Los otros gatos se dan cuenta rápidamente. En realidad cualquiera puede darse cuenta.

            El olor a pis sale con “Pinoluz lavanda” y la época de celo dura bastante.

            También tenemos un ratoncito blanco que vive en una pecera en la pieza de mi hijo. Come semillas, lechuga y galletitas todos los días. Y una tortuga que se llama Manuelita. Vive en el fondo y come las flores caídas de la rosa china. No es necesario acercarle las rosas, ella las encuentra tiradas en el pastito.

            En el patio hay un jacarandá. Es hermoso. Nació solo en un cantero cuando el patio era de cemento, antes de hacerlo de cerámicos. Bueno, en el cantero nació una planta que fue creciendo muy alta como la planta de las habichuelas de “Fantasía” y recién el segundo verano supimos que era un jacarandá porque floreció. Me puse muy contenta porque siempre me habían gustado los jacarandáes con sus hermosas flores celestes. Y pensé que era un milagro que justo, justo hubiese nacido uno en mi patio sin haberlo plantado.

            Hasta que me hicieron notar que en la esquina había cinco, y que no fuera sonsa. Que las semillas están desparramadas por todo el vecindario cuando caen. Así que no es extraño que si una cae en tierra pueda dar lugar a un árbol como sucedió con éste. Muchas otras habrán caído en la vereda y no pasó nada.

            Las semillas en otoño llenan el patio con sus vainas de color castaño que son muy decorativas. He visto cortinas y móviles hechas con ellas.

            Las hojas y ramitas caen en el invierno. También para esa época las hojas del plátano y la hiedra. Así que forman un colchón que a mi amiga Liliana que es tan juguetona le gusta pisar por el crujido que producen y que yo debo barrer del patio mientras dura ese tiempo.

            Cuando termina de deshojarse el jacarandá ya están en capullo las espléndidas flores. Cuando abren el árbol todo celeste es un espectáculo. Dura poco, pero es un espectáculo. Digo que dura poco porque pronto empiezan a desprenderse y cuando están en el suelo forman una alfombra. Claro, una alfombra transitoria porque pronto volverán a caer las semillas de color castaño.

            Y mientras barro y barro en las cuatro estaciones, semillas, ramitas, hojas, flores, mi marido hace arreglos en la casa por ejemplo, o poda la parra o la enredadera.

            Él es capaz de arreglar casi todo en casa. Su primer oficio es el de carpintero. Su segundo oficio es el de psicoanalista.

            Mi segundo oficio también es el de psicoanalista. El primero es el de escritora.

            Cuando ayer le dije, apoyándome en la escoba y mirando las telarañas, el polvo y las hojas: -¡Estoy desesperada!- él muy psicoanalíticamente contestó: -¿Y qué querés que te diga?-. También dice: -Hum...-, y –Aja!- y se va a hacer trámites como pagar impuestos, gestionar créditos o asegurar el Citröen.

            Hace años que estamos juntos. Cuando mis amigas ven a mi marido carpintero me felicitan y dicen: -¡Qué suerte tenés!-

            Porque un marido que arregla casi todo y además hace hermosas aberturas de madera es una gran suerte. Me miran a mí con gesto de desaprobación y duda como preguntándose si realmente merezco  al marido y a las aberturas. Yo también me lo pregunto.

            Todos dicen: -¡Qué hermosas ventanas!-. O: -¡La madera es tan cááálida...!- (Así, arrastrando la  “a”). Nadie nunca, nunca dijo: -¡Qué limpitas están estas ventanas!-. Me parece injusto. Él las hizo una vez y sirve para que lo elogien siempre. Yo las limpio muchas veces y no me elogian nunca.

 

            En total, las que tienen vidrios son 17. En la planta baja son 7 contando las 2 del living, 1 en el comedor, 2 en el estar y 2 en la cocina. En la planta alta son 10, contando las 4 de los dormitorios, las 5 de los consultorios y la de la sala de espera.

            Cada una está dividida en paneles y cada panel en cuadrados de  vidrio enmarcados en varillas muy finas que sobresalen un cachito del panel.

            En total son 369 vidrios sumando todas las aberturas: ventanas, puertas y puertas ventanas. Cada vidrio está enmarcado en esas varillas que sobresalen y juntan polvo. Ese que les comentaba, especialmente las varillas de arriba y de abajo.

            Como son 369 vidrios, las varillas que requieren Blem y franela son 738, de cada lado. Porque se sabe que cada ventana, cada panel y cada vidrio tienen un lado de afuera y un lado de adentro. Los lados de los vidrios son 738. Las varillas en cuestión 1.476.

            Las limpio cuando las veo muy sucias. Algunas una vez al año. Otras cada trimestre. Pero las de los lugares donde estamos más, cada semana. Por eso mientras limpio, cuento y pienso.

Me acuerdo de Teresa de Ávila que se formulaba planteos de compleja matemática mientras miraba las vigas del techo perderse en perspectiva.

            También yo me formulo planteos mientras limpio maderitas, también pienso e imagino. Pienso en los usos no tradicionales del martillo sobre quienes expresan su admiración por las aberturas de madera que son... ¡tan cálidas!.

 

            Y hablando de monjas...a mí el silencio de las Congregaciones de Clausura no me pesaría demasiado. No soy muy charlatana, así que podría sobrellevarlo sin traumas. Esa sería una solución.

            La otra se me ocurrió después de ver a  Meryl Streep en “El amor es un eterno vagabundo”. Me di cuenta que también se puede rescatar cierto encanto en la vida a la ventura de los mendigos sin casa, ni ataduras, sin limpiavidrios, sin tejas, rejas, torneados ni biseles.

También de seguir así, deberé pensar en maneras creativas de utilizar mi talento literario mientras limpio. Por ejemplo, imaginé, para mi lápida, que deberá ser sencilla, por favor, nada ostentosa, una inscripción que diga:

            “Usó Pinoluz, fragancia a limpio; Odex con amoníaco que desengrasa cubiertos y vajilla; Ala con blanqueador óptico que hace que su ropa refulja esplendente; Cera Suiza para los pisos de madera  y Autobrillo Ceramicol que deja como un espejo los pisos cerámicos”. Diciembre 2007

 

9-Romance de barrio

Era muy flaco y estaba en la puerta. Qué se puede hacer con el ímpetu adolescente?

Miraba hacia la casa. Ella, refinada, la piel blanquísima, orgullosa de su alcurnia y de su porte tomaba sol, tendida sensualmente y ajena a los anhelos del galán, que esperaba más allá de las rejas. Todavía no lo había visto.

 

Mientras iba entrando, él dejó el abrigo y  me pregunto: -¿Viste al negrito ordinario que está montando guardia? Seguro que es porque la vio y ha de estar medio enamorado.

Me salió del alma la suegra y pensé: Pero ella es muy chica. Y podemos tener otras pretensiones para un candidato, el flaco orejón no es del barrio, no conocemos de dónde viene. Seguro que gusta de ella porque es muy linda. Pero yo no le voy a facilitar la entrada a un advenedizo pobre que quién sabe quién es …No la cuidé para eso. No la eduqué esmeradamente y velé para que tuviera todo lo necesario para que esté con un negrito como ese…

Y mientras me decía esto, sentí cierto malestar al escucharme. Advertí como la situación que se había creado con el galán esperando en la puerta, metía el dedo en la llaga de mis contradicciones ideológicas,  casi diría que hasta me creaba un conflicto existencial. Porque una cosa es pensar la lucha de clases y las injusticias sociales en abstracto y otra cuando te tocan en carne viva como en ese momento.

Porque una cosa es sostener un discurso progre sobre la igualdad para todos y otra meter a cualquiera en tu casa y en tu vida.

Me sentía miserable por estas reflexiones, incoherente, hipócrita, en suma: un verdadero fraude. No concordaban ni con la caridad cristiana, ni con las convicciones democráticas, ni con nada de lo que en mi vida sostengo como banderas. Pensé: ¡Qué vacío entre lo que se dice y lo que se siente! ¡Qué abismo entre las consignas gritadas a viva voz y los dogmatismos que sostiene el enano fascista del subsuelo! Estaba tan abochornada por lo que me pasaba que me podía cortar las venas con una margarita.

 

Pero sucedió que ella, linda y refinada y todo, cuando lo vio, cuando al fin advirtió la expectativa del que más allá del jardín, más allá de la reja la aguardaba anhelante, se olvidó de quien era, de su porte, de su alcurnia, y escuchando solo la interpelación de las hormonas se precipitó por el pasillo y a los aullidos agudos y a los ladridos penetrantes nos hizo saber, le hizo saber a él, que también se había enamorado. M.C.M. agosto 2006

 

 

II - OTRA ETAPA

10-Qué haría yo sin vos

Antes de escribir esta historia, le pedí a Pablo que cambiara la lamparita quemada de la habitación. Él se estiró, quitó la que estaba quemada y colocó la nueva. Entonces le dije, medio en broma, medio en serio: ¿Qué haría yo sin vos?

Qué haría sin un hijo alto y hermoso, que sin esfuerzo alza su brazo lleno de biceps y con los dedos índice y pulgar desenrosca, enrosca y ¡abracadabra! ¡problema solucionado! Donde yo tendría que haber buscado una escalera, trepar  sudar y putear sin certeza de poder cambiar la lamparita, él lo hacía como lo más fácil del mundo

Y es que los hijos, (único hijo varón, después de la experiencia de una primera hija mujer) para los cuales una viene a ser la única madre, suscitan estos comentarios, como el de ¿Qué haría yo sin vos?

 

Cuando Iliana eligió para representar un viejo escrito, "El machista", en el que me refería a Pablo niño, ella sintió que podía identificarse conmigo, porque su hijo Julián se ajustaba perfectamente al perfil de lo relatado. En realidad cualquier madre de hijo varón atorrante y seductor podía resonar a lo planteado.

Y es que el tiempo pasa, pero los chicos siguen creciendo de manera bastante similar en casi todas las familias y dan lugar a situaciones que se reiteran a lo largo de generaciones. Y las madres establecemos entre nosotras una suerte de complicidades por ir viendo que nos pasan las mismas cosas.  Tal vez por eso a Iliana le resonó mi cuento de hace 20 años.

 

En nuestro caso,  como en tantos, después de los avatares de la adolescencia, del viaje a Europa con recalada en el barrio gótico de Barcelona, con caminatas con ocupas en Cádiz en las marchas contra las leyes de extranjería de los gallegos garcas, y con un retorno a Argentina que nos hizo recuperarlo, dijimos: Nuestro hijo está otra vez en casa. Su hermana, la única sensata en la familia, cedió los espacios necesarios y volvimos a la rutina.

Mi marido supo acotar: ¿Y te imaginabas que iban a estar tanto en casa?

 

Viene siendo la situación de muchas familias de hijos e hijas creciditos en tiempos de despegue, cuando a veces están y otras veces no.

En un entretiempo en la facultad, me encontré con dos amigas. Zulma contó : Franco se vuelve de España. Y la Negra, cuya hija también volvió de Dinamarca, y a quién  comenté que acababa de pasar momentos antes por el hall (porque también estudia a allí como nosotras) dijo: ¡Ah, qué bueno que está acá, porque hace dos días que no la veo y necesitaba comentarle algo!

 

Esta situación de hijos en los veintipico, que a veces están y a veces no, que a veces se van y otras veces vuelven nos exige una adaptación que asombra a las abuelas. Claro, para ellas cuando un hijo se iba, se iba. Y se iba cuando estaba por casarse o cuando se iba a trabajar a otro lado. Esta etapa de tránsito mucho no les cuadra.

Para mí, el hecho de que Pablo se fuera y por un año en el 2000, fue toda una puesta a prueba, que pude sortear. Cuando Susana, la madre de Emilio el amigo que viajó con él a Europa, me preguntaba cómo sobrellevaba la ausencia le contestaba: Recurriendo a dos mecanismos fantásticos, a saber: "reprimir" y "negar". Reprimir la nostalgia y negar el nudo en el esófago y las cosquillitas en los ojos. Ella, y todos los que escucharon esa respuesta me miraban como si yo estuviera loca, pero a mí me resultó. Al menos durante ese año que por suerte ya pasó,

 

Pablo nos escribía y hablaba seguido, de vez en cuando daba noticias de los nuevos piercings y tatuajes que se hacía y acá temblábamos. Cuando antes de partir ya se había adornado con tachas de metal en la ceja, en las orejas y en el labio inferior nos inquietamos. Cuando se dibujó una serpiente en la espalda y una mandala en la panza ya estábamos acostumbrados y nos parecieron decorativas.

Había sido interesante recoger los comentarios de nuestros amigos al respecto. Porque descubrimos que, como con todo, cada quien lo hacía desde sí mismo. Así hubo quién preguntó: "¿Y no lo corriste a escobazos?" Otra que arrobada acotó: "¡Ay que les queda taaaan liiindo!" Y al fin, otra que aportó: "Y bueno, el hacer  algo así es un signo de su autonomía. La mía se puso un arito en el pupo y uno en la nariz..."

Cuando Pablo regresó ya no tenía tachas visibles así que nos calmamos. Solo que al abrir la boca tenía uno nuevo que le atravesaba la lengua. Decía que le gustaba y que era erótico.

 Para las minas de mi generación erótico era Serrat, pero obviamente los gustos han cambiado y él sabrá porque lo dice. Además si es por erótico me quedo con Sabina, que él me hizo conocer en uno de los primeros compact, ese donde figuraba: "Sentados en corro..."Aunque ningún tema como el de: "Más de cien palabras, más de cien motivos..." que viene siendo como un himno, no un himno patrio, sino existencial y al que me remito bien seguido.

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Cuando a la vuelta él se reencontró con sus amigos volví a tener la casa llena de chicos, y valió la pena.

Andrea como nueva hija adoptiva y hermana postiza de Pablo luchaba para que me sembraran pastito en el jardín. Y José Luis, el otro hijo adoptivo, me traía de regalo salames del campo, como premio a mi postgrado.

El hecho de que Pablo se pusiera de novio fue mejorando el clima y las expectativas de la vida en común. El amor dulcifica y amansa. Mis primos se asombraban de que me hiciera solidaria, porque para el mito de suegras y nueras en competencia y conflicto  esta complicidad parecía contra natura. Pero lo cierto es que verlo embalado y entusiasta era lo más que podía desear.

El transplante  a Rosario estaba resultando.

Al llegar hablaba con modismos como que "tal chaval es muy majo" y traía el pelo rubio. Después rojizo. Después platinado. El tema de los cambios de color no tuvo ningún significado hasta la semana pasada.

Porque la semana pasada se lo cortó. Y pude ver su pelo natural después de mucho tiempo. Y estaba lleno de canas.

El bebé que ocupaba el exacto lugar en mis brazos cuando lo amamantaba. El plumón tibio que me costaba devolver al Moisés.

El preguntón que a los dos años me pedía cuentos antes de dormir diciendo: "Tame toria".

El viajero que mandaba sus cartas desde la computadora de una biblioteca que nos describía como la de "El nombre de la rosa" y desataba nuestra imaginación desde su barrio barcelonés.

Ya tiene canas. Ahora tiene canas.

¿Y cómo se es madre de un hijo que tiene canas?

Explíquenme por favor porque la melancolía me invade, y puedo encontrar respuestas para muchas cosas, pero ésta ¿Cómo se remonta?

Otoño, 2003

 

11-Una historia de amor

Le dijo: Te estoy llamando sin que sepan. No quieren que vuelva a verte. Y no sabés cuánto te extraño.

Le respondió: Sabíamos que podía pasar ésto. Yo también estoy muy triste. Tengamos paciencia, ya comprenderán.

Le dijo: ¿Cómo vamos a poder con esta separación? No entiendo. ¿Por qué nuestro amor tiene que costarnos tanto? ¿ Por qué es tan difícil de llevar adelante? ¿Por qué son tan duros? Y sin embargo sé que están sufriendo, y hacen esto porque me aman y creen obrar bien.

Le contestó : No sé...Creo que le pesan los viejos mandatos, y solo pueden pensar las cosas desde allí. Pero si podemos mostrarle la fuerza de lo que sentimos, llegará un momento en que podrán aceptarlo.

Le dijo: Estuve recordando a Romeo y Julieta, no son cosas del pasado. Están sucediendo aquí, ahora.

Le contestó: Sucede muchas veces, sucede por muchas razones.

Sucede como una prueba que deberemos atravesar, y porque lo que sentimos tiene la potencia de lo verdadero.

Eso no cambiará. Aunque no podamos vernos. Eso nos constituye.

 

Les sucedió a tantos...

A Angélica y Suger les pasó porque ella era de familia católica y el de familia judía.

Y entonces era tan importante el peso de la oposición familiar, que solo pudieron volver cuando tuvieron su primer hijo.

A Elsa y Manuel porque ella le llevaba diez años. Era impensable que hicieran un proyecto.

Cuando se casaron ella tenía treinta años y él veinte. Y vivieron tantos años juntos, que cuando él murió, ella que ya tenía más de noventa, se pasaba los días llamándolo.

A Pedro y Liliana porque él era muy pobre y vivía más allá de la vía qué separaba el pueblo en dos. Iban a la misma escuela, pertenecían a mundos distintos.

A Luisa y Juan porque los padres de él no aceptaban a la que llamaban “esa advenediza”, extranjera, pobre y despreciada,

Toda historia de amor tiene su lucha.

¿Por qué pensar que la de ellas tiene que ser diferente? Diciembre 2004

 

12-Recorrida por la Feria Retro

Una recorrida por la Feria Retro es como una recorrida por la propia historia.

 

Está en el barrio de Pichincha. Y convengamos que Pichincha no es un barrio como cualquier otro. Tiene magia y tiene enigmas. Se le puede aplicar lo que el mejicano Fernando Benitez dice de la selva: "ese gran ser de vida caótica y desenfrenada, en la que los hombres deben buscar significado para no volverse locos. Tal vez, éste es el origen de tantas leyendas que tratan de domesticar sus misterios y sus fuerzas irracionales de vida y muerte." Pensé: tal cual como Pichincha.

 Y es que Pichincha tiene historias. Y "leyendas que tratan de domesticar sus misterios..." Una de las más interesantes la contó Omar Torres y tiene que ver con los prostíbulos y con una expresión que quedó incluida en nuestro decir. Es la expresión "dar la lata", y era lo primero que le decían las prostitutas a cada cliente: "Dame la lata",  porque esa ficha de metal que recibía de sus manos  era garantía que él había pagado a la madama por el servicio. Tantas fichas, equivalía a  tantos clientes, y a tanta paga. Algunos venían solo a charlar, por eso el "dar la lata" se convirtió en sinónimo de charlar a otro, ocupando su tiempo, y como expresión se usa hasta ahora para el que viene con su conversación para el aguante. "Me dio la lata", se siguió aplicando a : lo escuché, me contó cosas,  dijo lo que tenía que decir.

Pensé que al fin, como dice Angélica, el oficio más viejo del mundo, verdaderamente no es el que se dice, sino que lo es contar  y escuchar historias. Si lo pensamos, el reclamo de que nos cuenten historias y escuchen las nuestras es un reclamo que nos atañe a todos. Y responde a una necesidad tan fundamental como las que generan el hambre o la sed. Es la sed de historias.

En cambio, el que se  llamara a los prostíbulos en la jerga corriente "kilombos" es contradictorio, porque kilombos fueron las Repúblicas de africanos en Brasil, que huían a la selva, se liberaban de la esclavitud y constituían en grupos organizados que, dándose sus propias reglas subsistieron durante años a pesar del asedio de los colonizadores. Entre las razones por las que esas Repúblicas de esclavos que habían dejado de serlo, no persistieron se alude a la baja tasa de natalidad, porque eran muchos los varones y pocas las mujeres, también a la poliandria que esta desigualdad numérica generó. Pero lo que es irritante pensar es que se desvirtuó el término kilombo que designaba la República de luchadores por su libertad, al nombrar con él a estos lugares en donde lo que prevalecía era otra forma de esclavitud. Después se extendió el término para designar  desorden o caos, pero ¿cuál?. ¿El de la libertad asumida por los esclavos o el de la esclavitud de las que brindaban servicio a los señoritos?

 

Volviendo al barrio. Y dentro de barrio a la feria. Bajando por Callao empieza la fiesta. También si vas en auto podés estacionarlo cerca de "El Riel" y dejar allí a los que prefieran quedarse tomando un café, mientras te vas a sumergir en la magia de los puestos.

Esa mañana, de la que voy a contarles estaba fresco, además se corría no sé qué maratón cuyo circuito pasaba  por el costado a lo largo de la Feria. Y sucedió lo siguiente.

En uno de los primeros puestos vi un almanaque del año 78 con Graciela Alfano sonriente y con una flor en el pelo, y me recordó lo enamorado que estaba Pablo de ella. Él la había visto en una película, así, como estaba en el afiche, y pedía por "la chica de la flor" y cuando aparecía en la pantalla, viéndola se fascinaba tanto, que hasta se le caía el chupete. Esa pizpireta teñida  había seducido a mi bebé. Y le duró varios años. Lo supe porque una vez en que me observaba maquillarme, se subió a mi falda, y me dijo:- ¡Que linda estás!. Linda como Graciela Alfano. Y luego, después observarme detenidamente, mientras me levantaba el cabello y lo llevaba hacia atrás continuó. - Pero Má, tendrías que teñirte de rubia. Y ponerte una flor en el pelo. Y acercando su cara para mirarme de cerca:- Y estirarte la piel para parecer más joven. ¡Con todo eso serías igualita a Graciela Alfano!.

Recuerdo que el filicidio nunca estuvo en mis planes, recuerdo que pensé que habría que reformular el Complejo de Edipo, pues en nuestros niños no se ajustaba a la versión tradicional, pues los Edipitos ya no venían como antes, y que pensé también que al fin, los hijos son los templos del Espíritu Santo, así que me quedé mansa.

El encuentro con el almanaque me trajo el episodio de aquel revolcón a mi narcisismo, y pensé que los años han pasado y a Pablo adolescente le gustó Kim Bassinger y que al fin Graciela Alfano y yo, pasamos a la historia de sus devaneos eróticos.

 

Seguí adelante y en medio de ejemplares de "Caras y caretas" vi un álbum forrado en cuerina oscura y me detuve a hojearlo. Era un libro sobre Rosario editado por la Biblioteca Vigil en 1970, con fotos hermosas y textos de autores locales: Riestra, Martini, tal vez Ielpi... Lugares y gentes, iguales y diferentes, la moda de entonces y rincones de la ciudad. El reflejo en las vidrieras de la vida de entonces y convocadas por las imágenes en papel, surgieron otras y me atravesaron. Dábamos clase en la Facultad y compartíamos las peñas y los ciclos de cine. Durante el Rosariazo estábamos exaltados y creíamos en eso grande y poderoso que se estaba gestando.  La ingenuidad de entonces naufragaría en pocos años. Mil imágenes que se desprendían de lo vivido en aquel tiempo, convocadas por el libro que tenía entre las manos como testimonio de una época de sueños. Pensé: Ya sé que voy a pedir de regalo para mi cumpleaños.

 

Continué caminando y me crucé con Caburo que miraba unas cámaras fotográficas.   Un juego de porcelana con pocillos y tetera estilizada me remitió a la casa de mi abuela, y el reloj antiguo de madera oscura era parecido al que marcaba las horas en aquel tiempo.  Seguí y de un puesto surgió una carcajada rotunda. Me detuve y le pregunté a la mujer que reía leyendo la contratapa del diario, saboreando el gusto de entablar conversación porque si nomás, sin preámbulos ni vacilaciones. Ella contó el diálogo de los personajes. Uno dice a otro: -En esta época lo que puede dar es una empresa privada. Y el otro responde:- Si, un cementerio privado.

 

En un puesto, la amiga de una amiga desplegaba hermosos vestidos antiguos. Y esparcidos cerca, discos de la negra Sosa, de los T.N.T. y de Madrigal. Un Madrigal rosarino que cuando nacía Anahí, escuchábamos emocionados.

En otro, un colega, acomodaba libros. Entre ellos una versión de "Cuerpos y almas" que leyera a escondidas en la adolescencia. ¡Todo estaba allí! Solo se trataba de caminar de un puesto a otro para rearmar el mapa con tantos recuerdos...

Cerca del final, yendo hacia el túnel: reconocí un cuadrito. Uno como ese estuvo colgado en mi casa cuando era niña. El texto impreso de un obispo chileno  empieza con algo así como:" Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la infinita solicitud de sus cuidados..."

Creo que había aparecido por los años 50, y quedó colgado ante nuestros ojos como recordatorio, porque entonces se tomaba en serio la letra impresa, y aún más si se refería a algunos de los clásicos como en este caso, la veneración a la madre. Mi vieja nos hubiera tomado a plumerazos a mi hermano y a mí si nos hubiera visto burlarnos del cuadrito, así que quedó en la pared hasta que se cayó de viejo. Bueno, allí estaba, como antecedente remoto y barroco de los posters que fueron apareciendo luego.

En contraste con este, yo elegí (como muchos de  nuestra generación) el de Kahlil Gibrán: "Tus hijos no son tus hijos...", pero guay del que quiera interferir!

 

Cuando me iba yendo con ganas de quedarme, encontré a E. B., vecina de la zona. Fuimos compañeras y preparamos juntas algunas materias. Nos detuvimos a contarnos nuestras vidas y a mirar la maratón que coincidía con la feria. Apenas entibiaba el sol y el viento azotaba fuerte. Pasaban los corredores en short y musculosa y ella preguntó:  -¿No tendrán frío? Pensé un momento, y muy segura  le respondí: -No, para nada, no se pueden distraer en eso, en tener frío, porque están concentrados en llegar. Eso es lo importante. Entonces ella tomó la posta y sonriendo contestó: -Si, ellos tienen que llegar y nosotras también. Eso es lo importante...

 Por alguna razón misteriosa me sentí vigorizada y retomé el paseo.

Había re-encontrado suficientes cosas de mi historia como para procesar varias ideas.

Sería azaroso hallar alguna más. Y sin embargo, no me resignaba a irme todavía. Entré  en el local que está en la esquina  de Ovidio Lagos, y sobre una mesa vetusta y entremezclada con otras revistas, dos números de "La República de Pichincha" del 2000, me indicaron otro tiempo que pasó. Aunque en éste, otra Pichincha viniera llegando. (*)

 

Al fin, el 78 del almanaque, el 70 de las utopías, el 50 de la niñez, el tiempo de las canciones de Madrigal o el  2000 de la revista fueron significativos y me remitieron a sucesos vividos al modo en que se pudo, en este tiempo que fue el que tuvimos. Lo que la feria hizo (hace) fue ponerme (ponernos) ante los ojos y traer de la memoria parte de nuestras vidas. Por eso recorrerla no es banal, por eso recorrerla puede ser hasta peligroso, por eso recorrerla implica un desafío, y no salimos de ella  iguales a quienes éramos al entrar.

María del Carmen Marini

Octubre del 2002

(*)  “La República de Pichincha” fue una revista que llevamos a pleno pulmón, y que alcanzó la heroica suma de hasta 18 números.

 

13-Balamce de un año orquestado en torno a Emilio Rodrigué.

 

Dedico esta crónica a Aixa, que ha acompañado nuestras reuniones del grupo “Redecilla” con interés, paciencia y constancia, como la integrante más madura y sensata

 

Fueron varias las cosas de este año de las que puedo dar cuenta. ¿Curiosas, originales, risibles?

Había descubierto, pero descubierto en serio a Emilio Rodrigué a través de “El libro de las separaciones” que me prestara Iliana. “Mirá, habla de la constitución de la A.P.A., te va a interesar. Nombra gente de la época que fueron tus profesores…” Y si bien ya lo conocía por su libro sobre grupos, desde los sesenta, no me había convocado  entonces.

Pero cuando entré en el tono coloquial de esta “biografía incompleta” dije: tengo que leer más. Y entré a buscar “La lección de Ondina”.

 

Al empezar el otoño, una tarde miraba vidrieras. Estaba muy concentrada. Al girar bruscamente me tropecé con una panza, detrás de la cual un señor muy alto decía: ¿Vamos a tomar un café, linda?. En la fracción de segundo que se sucedió pensé: algún amigo, algún ex-alumno me gastaba una broma? Un paciente? No, los pacientes no hacen ese tipo de broma. Mientras pensaba todo esto subí desde la panza que me había llevado por delante, a la cara del señor alto.

Una cara afable de un hombre canoso, pero para nada conocido. Entonces, como soy cobarde, huí.

 

Más adelante, en otra librería de Corrientes, casi San Lorenzo encontré “Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis” de Emilio Rodrigué, dos tomos gordos y me los llevé. Ya había leído el trabajo de Jones sobre la vida y obra de Freud. Pero esto era otra cosa. Lo fiché minuciosamente, llevando nota de la cantidad de aportes que surgían. Por ejemplo cuándo se usó por primera vez la palabra antisemitismo. Por ejemplo, quién creó el término sociología. Por ejemplo el hecho de que tanto Freud como Hitler  se basaron en conceptos de Le Bon. En fin, que me quedé encandilada y se acrecentó el deseo surgido en “El libro de las separaciones” de conseguir “La lección de Ondina”, donde supuestamente se trabajaban con mayor detenimiento las pulsiones de vida y de muerte, que en su interjuego, determinan nuestros devenires.

Lo pedí con poca suerte en la Biblioteca Argentina, en la de la Facultad, y en la del Colegio de Psicólogos.

 

Por mitad de año mis amigas entraron a conspirar. Yo no me daba cuenta. Después que pasaron las cosas empecé a atar cabos de lo que fue la gran confabulación, en la que involucraron a otras amigas y a Alberto y los chicos. Se trató de una operación comando realizada según pasos impecables y estrategia perfecta.

Dorcas me pidió que nos viéramos en un bar, un sábado para ver unos materiales clínicos. No había nada inusual en ello. Y cuando estábamos allí, ya sentadas frente a los papeles, entró una horda con matracas y silbatos, globos y serpentinas haciendo bochinche. La ruidosa murga, estaba compuesta por Marta, Iliana y Estela, las otras integrantes del grupo. Pero se habían sumado los chicos: Noelia, Anahí, Pablo, Andrea y Betiana.  Con todos ellos venía también Aixa, que formaba parte de la confabulación. Más tarde llegó Alberto.

Habían armado, a mis espaldas una celebración por mi cumpleaños. Mi primer cumple sorpresa.

Fue hermoso. Y entre los obsequios, el más original lo constituyó un servicio en un SPA.

 

Ese servicio incluía toda una serie de cosas: limpieza y nutrición facial. Dermopulido corporal y máscara de algas. Masaje completo y un broche de oro: sesión relajante en la cámara de ozono.

Cuando acordé el turno para todo ello, estaba lejos de sospechar lo que habría de suceder.

Margarita, que se definió como esteticista y  Janina, masajista del instituto, me tomaron en sus manos. Literalmente. Despojada de ropa fui pasando por las diferentes maniobras que me pulían, nutrían, masajeaban. Al mismo tiempo escuchaba las sugerencias de los otros pasos que podrían darse en esta tarea de embellecimiento.

Como culminación y cubierta por una bata blanca, fui conducida escaleras arriba a una habitación amplia donde estaba la cámara de ozono.

Era una especie de cápsula espacial, parecida a las que se utilizan para las de resonancia magnética, pero más grande.

Debía acostarme sobre una tarima del tamaño de una cama de dos plazas, pero de motel suntuoso. La cerraba una tapa de acrílico transparente que Margarita ajustó con eficiencia. La cabeza quedaba afuera. En ese lugar el acrílico tenía una abertura, en forma de semicírculo, parcialmente obstruida por una cortinita plástica.

Me dijo que iba a sentir un viento cálido y que al cabo de media hora venía a buscarme.

Escuchaba el movimiento del instituto, voces y pasos más allá de la puerta.

Me fui quedando dormida, pero escuchaba el run-run de la cámara enviándome ese aire suave y tibio.

Cuando el run-run cesó creo que desperté. Las voces se habían acallado y los pasos también. En realidad no se escuchaba ningún sonido. Estimé que había pasado bastante tiempo. ¿Cuánto? No podría decirlo.

En   medio de la cápsula de acrílico podía incorporarme y me senté. La cámara de ozono, era como una celda plástica y transparente, bastante amplia como para que pudiera hacerlo. Exploré el semicírculo por el que mi cabeza había quedado afuera descubriendo que era bastante amplio y que la cortinita estaba adherida con abrojos y podía retirarse.

Entonces me dije, si pasan las caderas, pasa el resto (como los gatos, que miden con los bigotes antes de deslizarse). Saqué primero cautelosamente las piernas. Tanteando logré tocar el suelo con los pies y después pasé torso y hombros, ya casi había nacido en ese parto sofisticado que me reintegraba al mundo.

Por suerte tenía a mano mi ropa.

Cuando baje las escaleras todo estaba sospechosamente calmo. En la recepción una joven aburrida me miró con asombro.

Pregunté por Margarita, por Janina. No estaban. Había terminado su turno.

La empleada no sabía que me habían dejado olvidada.

Pensé que ya había notado que mucha gente no me reconoce en jogging, no me saluda y me hace sentir invisible. Y que en general, cuando hablo en mi tono natural no me responden porque no me escuchan. Debo alzarla voz, de lo contrario soy inaudible.

Así que ahora, venía a descubrir la amarga verdad: además de invisible e inaudible, resulta que soy olvidable.

Esperé por si a la tarde las chicas me llamaban acongojadas después de notar que me habían abandonado.

Al fin, pensaba yo, no siempre se deja olvidada  a una dama irresistible en la cámara de ozono, ni en ningún otro lado. Como no lo hicieron, al día siguiente llamé yo. Atendió Janina. Le dije que la piel me había quedado muy linda y que el masaje había sido muy relajante, pero que…Allí, sin dejarme terminar, se deshizo en disculpas.

Las acepté pero le di una recomendación para que utilicen en adelante: que presten a las usuarias de la cámara de ozono un silbato como los de los referís para que puedan avisar si quedan encerradas.

 

A esas alturas mi búsqueda de “La lección de Ondina” no declinaba. Pero volví a fracasar cuando le pregunté en Buenos Aires, en el Foro de Psicoanálisis y Género a Juan Carlos Volnovich. Me dijo: “Si lo conozco, lo leí, pero no lo tengo.”

Pensé en la Biblioteca Nacional, pero no hice a tiempo. Me volví a Rosario con la frustración de la tarea pendiente.

 

Llegó la primavera y con ella, las lluvias. Copiosas.

En la esquina esperaba un taxi refugiada en el alero de la confitería, pero alerta a los coches.

Esperaba sola hasta que llego una mujer joven y rubia.

Al rato asomó un taxi y las dos levantamos el brazo. Me parecía ridículo pelear por un taxi. En otras oportunidades he sugerido compartirlo.

Pero se ve que ese día no estaba conciliadora. Así, aunque ella estaba más cerca del taxi cuando este se detuvo, me acerque con absoluta resolución, tome la manija y me subí. No recuerdo si le dije: “Yo estaba desde antes.” Pero seguro que lo pensé.

Y ella al verse despojada me grito: “¡Ordinaria! ¡Guaranga! ¡Tarada!” Juro que fue la primera vez en mi vida en que me vi envuelta en una situación así, pero no me ofendí. Me insultaba a mí y a mis ancestros, incluyendo a mis abuelas andaluzas de las que según la novela familiar fueron antagónicas: una era una devota rezadora de la archicofradía de la Virgen. Se parecía a la abuelita del dibujo de Maladrín, la que protege a Twiti.La otra vivía en Pichincha y era tan puteadora que hasta los camioneros se ruborizaban cuando se ponía irascible.

 

Bueno, llovía, yo tenía el taxi y mientras me iba en él, ella se quedó vociferando. Entonces le dije al conductor: “Disculpe la escena. Todos podemos insultar. Yo no contesto porque sería vergonzoso.

Ahora  mire lo que le pasó, gracias a ésto hoy va a poder contar que dos mujeres se pelearon por usted. Si lo dice con aire reservado y se detiene allí, su silencio va a sugerir que la pelea fue por otra cosa  y que es por discreción de caballero que no lo dice.”

Él se sonrió y un chaparrón furioso se acentuó sobre la calle.

 

Llegando a diciembre, seguía en mis reflexiones sobre la mejor forma de llegar a “La lección de Ondina”.

Mónica que viajó a Bahía se llevó el encargo de consultar a Rodrigué, si podía contactarlo, sobre la forma de conseguir el libro. Por esas casualidades ella dio con un rosarino que tiene un negocio de arte. Este rosarino lo conoce y le comentó que Emilio, en esos días se estaba yendo a París. Pero le pasó la dirección de correo electrónico. Así que recibí como regalo previo a la Navidad esa dirección. Era mi chance de contactar con el fruto de mis desvelos.

Ya me habían dicho: “¿No estarás un poco enamorada? ¡Tanta perseverancia por un libro!”

La dirección quedó allí, en una carpeta esperando a que me decidiera a utilizarla.

 

 Cuando Silvana me llamó aquel domingo a la mañana, me comentó que seguía trabajando en lo lúdico, como había sido cuando en un Encuentro Regional de Mujeres hicimos un trabajo juntas.  Era un taller sobre identidad femenina y nos había salido lindo.

Ella había coincidido con Mónica en las playas de Bahía. También estaba de vacaciones los mismos días.

Silvana y yo nos habíamos conocido cuando en los sesenta se abrió en Rosario la primera Escuela de Psicología Social. La dirigía Gasparri y los docentes que nos dictaban clase venían de Buenos Aires.

Ella se remontó a esa época y empezó a rememorar nuestro encuentro con Pichón Riviere, Bauleo, Kesselman, Rodrigué….

“¿Te acordás?” me preguntó.

“¿Rodrigué nos dio clase?”.

“Sí, claro, como los otros” contestó Silvana. 

“Lo tenía olvidado” dije con un hilo de voz.

 Prudencio, el reflexivo, personaje de una tira de Sendra, que es un malevo de arrabal, habla de pincharse con los flecos de la bufanda, hacerse un tajo con un kinoto, de cortarse las venas con una margarita, porque al fin para un guapo: “la vida es una herida absurda”.

Eso fue lo que sentí hablando con Silvana.

Lo absurdo llevado a su enésima potencia

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Si es cierto, como ella reconstruye, y no tengo por qué pensar que está equivocada, que asistimos a las clases de Emilio Rodrigué, en nuestro primer año de la Escuela de Psicología Social, el año 68 ö 69, yo no advertí entonces lo que me deslumbró este año en sus textos. Esto  puede ser por dos razones: o él no era entonces tan sabio, tan erudito, tan chispeante y tan ingenioso, o yo era boba (para usar una expresión educada).

 

De todos modos, descifrar eso queda pendiente en un año, en que la búsqueda de su libro perseveró en medio de tropezones con la panza de señores, sesiones accidentadas de SPA y encontronazos callejeros en medio de la lluvia.  M.C.M. 08-1-08

 

14-Crónica de Aurora

 

1- Cuando Aurora me convocó para escribir, supe que era para reescribir, en una nueva versión ampliada, su primer libro. Le agregaría nuevas reflexiones y allá iría el texto, a las manos de las embarazadas que ella acompañaba, tal como en su momento me acompañó a mí.

Esa tarde, abrió ante nosotras una carpeta y desplegó una serie de papeles, algunos a máquina, otros manuscritos, muchos con tachados y correcciones.

El primero que leyó para mí, lo llamó “Latidos” y era un texto, hermoso y poético, ideal para abrir su nuevo libro.

También me leyó una breve recorrida autobiográfica, interesante para incluir en tanto esa recorrida daba las razones de su elección de carrera y entrega a la misma.

Luego, en la carpeta, otros textos, algunos para corregir, otros para descartar, distintas variaciones sobre un mismo tema: la vida.

 

2- ¿Qué sentí frente a la montaña de papeles? La responsabilidad de ayudar a Aurora a tomar la mejor decisión: embarcarse en la aventura de escribir sabiendo del esfuerzo que demandaría, o asociándome a sus vacilaciones, postergar o renunciar a la tarea.

 

La vi dudar por lo titánico del esfuerzo, pero también ilusionada ante la posibilidad de que su experiencia y su pasión pudieran quedar nuevamente plasmadas en tinta y papel.

Y me di cuenta que estábamos siendo complementarias. Ella me había acompañado en los momentos más importantes de mi vida: cuando estuve embarazada y pude parir a mis hijos. Y yo había estado con ella cuando concibió y dio a luz a su primer hijo-libro, asistiéndola en las correcciones de estilo y escribiendo el epílogo de su texto, un testimonio  en primera persona de lo que había sido mi experiencia con ella como preparadora de mi embarazo y parto.

Alguna vez yo había escrito algo que se ajustaba a este momento:

Si las tareas de todo ser humano, como bien dicen, son tres: criar tiernamente a un

árbol, cantándole canciones de cuna, escribir un hijo con palabras hermosas para

que pueda llegar a ser y cultivar un libro que crezca y pueda hablar, entonces…

podemos ir sintiendo que hemos cumplido ese mandato…

                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

3- Advertía asombrada que podía describir una simetría mágica entre nosotras. Esto en tanto cada una había estado el lado de la otra, para acompañar, ella el parto de mis hijos y yo el parto de su .libro.

Al fin: las dos habíamos gestado y parido con la otra al lado en una solidaria y silenciosa hermandad.

 

En la recorrida autobiográfica ella había contado que su nacimiento se había dado de una manera inusual, asomando primero los pies, esto es con una presentación podálica poco frecuente y a veces compleja. Aurora relató que el médico le dijo a su madre que esa niña, que ya empezaba su vida de una manera atípica, sería muy especial y estaría destinada a caminar la vida sobre nubes. Y algo hubo de eso.

 

Recordé que si bien nos habíamos conocido anteriormente cuando el nacimiento de mis hijos, otra de las cosas que nos habían acercado fue la ayuda en que Aurora me convocó para aprender a conducir vehículos, tarea en la que se había sentido inhibida. Lo suyo era el ámbito de lo humano en toda su diversidad. No pudo existir mayor antagonismo entre mujer y máquina que el que constatamos entonces.

La mujer destinada a caminar sobre nubes no lograba la sintonía con lo concreto y metálico del automóvil, con lo duro y frío de las calles. Aquel intento quedó en suspenso.

 

4- Su casa, ese jueves reciente, reflejaba como un espejo la índole de su habitante. Cuadros, flores, armoniosa disposición de cada cosa en los ambientes cálidos.

No se trataba de un dato sorprendente, por el talento de Aurora para la plástica. Sabía que muchas veces regalaba sus creaciones: dibujos y acuarelas. No obstante, algunas de ellas, enmarcadas, daban el tono al lugar.

La casa como extensión de Aurora. La casa bella, acogedora, la casa para transitar suavemente, respetando la penumbra y el silencio. Y a su ocupante la encontré hermosa pero inquieta, eran varias las causas. Hacía tiempo que no nos veíamos. Desde la publicación de su libro? Desde su fiesta de cuando cumplió ochenta años?

 

5- Y me pregunté cómo esta mujer, la que caminando sobre nubes se fue adentrando en el mundo, había logrado persuadir a su familia y lograr su espacio en la  Universidad, en tiempos donde poca presencia femenina se admitía. Eran ámbitos signados por un patriarcado intolerante. Y Aurora fue una de las primeras egresadas de la carrera de obstetricia. De los cincuenta partos solicitados para aprobar la práctica, ella llevó trescientos como anticipación a lo que sería el entusiasmo y la desmesura en su ejercicio profesional.

Porque luego fue el hospital y treinta años de trajinar pasillos. Acompañar a las mujeres más sencillas a tener a sus hijos. ¿Cuántos fueron? Miles.

Relataba la ternura que le despertaban las más jóvenes, las más pobres, las que cruzaban el río para llegar al hospital…El empeño era para que se sintieran cuidadas y protegidas, para que el trance se desplegara con el triunfo de esas madres que llegaban a sus manos.

Esas madres que se iban con sus bebés  nacidos entre llantos y sonrisas, habían hecho su  parte, pero de la mano de Aurora, bajo su mirada atenta, con el auxilio de sus manos, con el sostén de la delicadeza de su palabra.

 

Fueron las destinatarias de su amor.

Por ellas siguió con un aprendizaje continuo, cada vez nuevas herramientas, cada vez nuevos saberes, cada vez mejores experiencias.

Transmitió sus conocimientos y sus destrezas a todos los que se lo solicitaron. Y en la preparación psicoprofiláctica empezó a incluir a los padres. No solo en la sala de partos, sino también antes, durante las clases en que intentaba que ellos también participaran del milagro. Y hubo una oportunidad en que el bebé y ella (avisada a destiempo y tardíamente) llegaron juntos, pero el padre pudo,  merced a todo lo aprendido, cumplir con lo que se requería para que su bebé arribara con éxito. Cuando Aurora lo abrazó le dijo: “Te felicito “Auroro”. Pudiste ayudar a nacer a tu hijo.

Y él respondió: “Porque vos estabas en nosotros, en lo que nos enseñaste”.

 

6- De todas esas mujeres hubo quienes fueron privilegiadas en su afecto, y las llamó hijas. Mara, a quien yo conociera y que encontró en Aurora una madre con la que compartir tantas cosas.

Aquella otra que pudo vencer vacilaciones y temores y que con su ceguera a cuestas, sin luz para sí misma, pudo dar a luz a su bebé (y allí nunca fue tan cierto, pues su hijo no tuvo esa limitación) y completar un anhelo que quedó así colmado.

Yo sabía del lugar de esa paciente en la vida de Aurora desde hacía años. Pero la conocí personalmente en la celebración de sus ochenta años. Compartimos la misma mesa, Nuestros hijos habían nacido por el mismo tiempo.

Aurora recibió feliz en esa fiesta a sus invitados. Estaba rutilante. Se la veía hermosa en su vestido largo y rojo, ágil y sonriente entre quienes la acompañábamos en la celebración.

 

7- Si los nombres son preanunciadores de las vidas, los nombres de Aurora Pilar marcan las dos dimensiones de su lugar en mi vida, en las vidas de muchas de las que la elegimos.

Una Aurora que nos ilumine en el transito del embarazo por senderos  a veces escarpados, un  Pilar que no sostenga en la ardua y plenificante tarea de parir.

 

8- De sus amores del pasado, algunos dejaron huella.

De sus amores del presente cabe decir que le marcan que está viva, que sigue siendo hermosa, que irradia la turbación de quien ha sido conmovida, tocada por la devoción de un hombre.

 

9- Cuando nació Anahí, tuve deseos de saludar a la mujer que había acompañado a mi madre durante mi nacimiento. Aurora me alentó a buscarla. Nunca me animé.

 

10- Pero cuando Anahí tuvo su primer trabajo, justamente en la psicoprofiláxis de las embarazadas del dispensario, y supe lo que le significaba, no dude en comentarle a Aurora.

Solo ella podía enlazar los datos y darle el significado que los hechos tenían.

Como si un hilo invisible que me atravesara en mis propios afectos e intereses se desplegara desde Aurora que asistió mi parto y recibió a Anahí en aquella sala silenciosa y en penumbra, y la actitud de mi hija ante la tarea por venir, en el dispensario, al lado de las jóvenes que se preparaban para tener a sus hijos. Era la vida que continuaba alentando a la vida.

M.C.M. mayo del 2008

LATIDOS

 

Se habla de latidos de amor, de odio, de angustia, de sufrimiento, de alegría, de dulzura, de emoción, de ternura. Los latidos que más amé fueron los latidos fetales.

 

¡Ay mis bebés adorados!

Tenía un estetoscopio de madera. Mi transmisor desde mi oído al corazoncito del bebé.

Una vez en el Hospital Provincial, un colega me dijo: ¿Crees que los latidos fetales son la sinfónica?

Pues sí. Eso eran para mí.

Nada debe fallar. Ni el ritmo ni la intensidad. Es música sagrada. Es lo que transmite el bebé. Ni bradicardia, ni taquicardia, ni espacios silentes.

Comunicación directa con mis pequeños. Nada debe pasar. Es ritmo celestial.

 

Ellos percibían todo y se establecía una comunicación directa con mi propio corazón.

Hablaba con ellos.

Los amé, los cobijé, los protegí.

Daba mi vida a su favor.

 

Y el estetoscopio…No se imaginan cuántas vidas me ayudó a salvar.

Y ahora, esos latidos intensificados por el ampliador de sonidos, se parecen a trotes de caballos…

No se, en un momento profesional de mi vida, pedí a Dios no tener hipoacusia.  Y era todo tan milagroso que se cumplió.

 

Hoy, en mis 85 años tengo hipoacusia.

Se que Dios me escuchó.

Siempre, en mi vida de trabajo pude percibir hasta el más mínimo detalle de sufrimiento fetal.

Gracias a Dios y gracias  a mi oído y al estestocopio de madera que me ayudó.

 

El que tengo ahora como florerito en lugar privilegiado.

El que todavía me ayudó a escuchar los latidos de mis nietos y bisnietos,

 

Aurora Pilar Berdún

Martes 29 de enero de 2008

 

 

 

15-Carta inconclusa

                                               A Juan Carlos, que me hizo pensar en eso de ser el hijo de una madre, y a Graciela que me permitió ver eso otro, de ser la madre de un hijo.

 

            Si las tareas de todo ser humano, como bien dicen son tres: una, la de criar tiernamente a un árbol, cantándole canciones y acunándolo, otra, escribir un hijo con las palabras más bellas, para que pueda llegar a ser fuerte y noble y la última, cultivar un libro que crezca y pueda florecer en palabras justas y sabias, entonces, cumplidas estas tareas podemos ir sintiendo algo de paz y sosiego, aunque nos quede aún camino por recorrer…

 

            Las tres tareas implican una continuidad en el tiempo, porque los árboles, libros e hijos que ponemos en el mundo nos continúan en sombras y frutos, en palabras que quedan impresas en la memoria, y en la vida en acción de quienes nos continúan, y de esas tres tareas convengamos que la que requiere más dedicación y perseverancia, es la de la crianza de hijos.

            Por eso convocarlos deliberadamente fue una decisión a la que  arribé después de haberla pensado largamente.

            Después de la decisión vino la búsqueda.

            Que en mi caso nunca fue prolongada.

            A la primera invitación, mis hijos se hacían presentes, se instalaban y permanecían allí, firmemente asidos con las dos manos a su cordón umbilical.

            No llegué a saber de esa expectativa ansiosa que nos canta Arjona, con el almanaque bajo vigilancia y un suicidio de cigüeñas cuando sucede el fracaso.

            Mis niños vinieron inmediatamente cuando los llamamos. Nunca más volvieron a obedecer así, debo dejarlo en claro, pero esa primera vez sí.

            Por otro lado, el trabajo de gestación que involucró muchas energías, fue completado sin suspender ninguno de los otros que componían mi vida.

            En una versión marxista de la cuestión podría decirse que padre y madre invierten en la empresa de manufactura de un hijo, la mitad de la materia prima cada uno, a saber: un óvulo y uno de entre los quinientos mil espermatozoides. Pero el total del trabajo lo lleva a cabo la madre, neta proletaria en el asunto.

 

            Bueno, en esa tarea artesanal, puse el calcio de cada uno de los huesos, los glóbulos en la sangre, las neuronas una por una. También escuché la 5ta Sinfonía y miré paisajes hermosos para que los nutrieran.

            Por consejo de mi médico me apliqué las inyecciones de hierro que me tumbaban nauseosa, y que me venía en vaharadas al aliento, y que me dejaron marcas en las nalgas que duraron años y que me hacían ver en bikini como involucrada en rituales eróticos sadomasoquistas.

            No obstante dicen que estaba linda entonces, con la piel tersa de las embarazadas y tetas grandes por una vez en la vida.

 

            El nacimiento de Anahí fue armonioso. El de Pablo fue apoteótico. Porque ya daba señales de su estilo.

            Cuando empezó a empujar para salir, ya no cedió, ni se dio sosiego, ni se interrumpió para tomar resuello. Dijo: “Aquí estoy y éste soy yo”, y firme en la brecha del canal de parto se fue imponiendo, como luego se impondría a as otras circunstancias en la vida.

            En la clínica habían nacido en los últimos días solo niñitas. El cambió la racha y yo sentí inquietud ante las miradas codiciosas de las otras madres.

            La que compartía mi habitación tenía además otras tres hijas, dos de ellas casi adolescentes, y cuando se inclinaban sobre el moisés de Pablo tuve miedo de que me lo robaran.

            Así que lo tomé en brazos y no lo solté más.

            Sucedió así que por muy intelectual, y muy sofisticada y muy superada que yo me hubiera creído que era, a la hora de la verdad, me comporté tal cual mi tía Salustiana, la del campo.

            Cuando volvimos a casa, nos acostamos en la cama grande, y allí abrazados, reforzamos los primeros vínculos.

 

            Cuando pudo gatear, una de las preocupaciones fue la de evitar que se comiera los malvones y las begonias. Y cuando empezó a hablar el sobresalto fue por las preguntas. Intempestivas y a deshoras, él llegaba imperativo planteando: “Hoy quiero saber algo de la vida: ¿por qué vienen las tormentas?, ¿de qué se fabrica la gomina?, ¿cómo se hacen los pedos?”

            Al llegar a la edad escolar, no se mostró muy dispuesto a ir. Supongo que porque tenía el Jardín de Infantes en nuestro patio. Por otro lado sus ínfulas aristocráticas le hicieron sugerir que le contratáramos un tutor a domicilio, como en las películas británicas.

            Finalmente consintió en hacer la prueba, atraído por los juegos del Magdalena Güemes. Una de las primeras veces, me preguntó si podía saltar de lo más alto del trepador.

            Era justo lo que yo hubiera querido hacer. También deslizarme, como él, en cuclillas por la escalera, sobre los talones, como si fuera un tobogán. Y luego trepar al jacarandá para alcanzar las ramas más altas. El hizo todo lo que yo hubiera deseado.

 

            Llegó la adolescencia, y así como Anahí me había hecho conocer a Silvio (y Andrea me haría conocer a Eladia) Pablo me trajo a Sabina. O me llevó a mí hasta Sabina.

            Luego fue el año de su viaje, en el que me la pasé, tal como le comentaba a Oscar, reprimiendo y negando. Reprimiendo la nostalgia y negando la ausencia, Las cartas y llamadas me permitían fingir que no estaba tan lejos.

            Sus relatos del Monasterio desde cuya biblioteca nos escribía, y de las marchas en Granada, junto a los otros ocupas, contra las leyes de extranjería traían retazos de su vida allá.

            Cuando volvió, tenía nuevos tatuajes y el cabello rubio. Le mostré las cicatrices, del cuerpo y del alma, que se habían producido en su ausencia y seguimos andando.

            En otro lado escribí que a su regreso, su cabello fue cambiando de color, hasta que en algún momento se rapó y lo dejó crecer tal cual era.

            Y lo que yo escribí y quedó como fruto de mi consternación, es que descubrimos que estaba lleno de canas.

 

            Creo que allí caí en la cuenta de que había crecido. Así como lanzarse a caminar, empezar a hablar y hacer las preguntas que les contaba, marcaron una etapa, el exilio y las canas fueron los que me ubicaron como madre de un hijo grande.

            ¿Yo como madre de un hombre? Difícil de creer, de asumir y sostener.

            En realidad ya había tenido alertas, cuando de todos los miembros de la familia fue el que antes utilizó la compu. Eso fue de persona mayor. Y allí, donde los otros balbuceábamos, él ya hacía de eso una parte rutinaria de su vida. Y en honor a la verdad, tampoco se tomaba mucho tiempo para enseñarnos y quedábamos ante él, como fronterizos de aprendizaje lento.

 

            Pero lo que me interesa destacar hoy, y ese es el eje de estas reflexiones, son los réditos de tenerlo como hijo (de tener un hijo varón adulto) para con las actuales circunstancias. Sociedad patriarcal, tercer mundo, globalización en marcha. Inseguridad creciente en calles anchas y ajenas.

            Y eso que Blumberg nunca me gustó. Porque con las circunstancias a las que me refiero llega la ratificación del privilegio del hijo varón. Más aún si es alto, atlético y practica deportes de combate.

            Lo empecé a sospechar en las últimas elecciones. En la escuela que está frente a casa se vota.     Y en cada fecha de elecciones los automovilistas forman una larga hilera.

            Cuando sacaba el coche del garage, me cercioré de que podía maniobrar. Pero en ese mismo segundo, un conductor llegó raudo y se paró en doble fila, justo cuando sacaba mi auto. Inevitable: lo embestí. Lo embestí y él reaccionó irascible, aunque apenas lo había tocado. Se vino como un basilisco amenazante diciendo: “-Qué, ¿sos ciega?-”

            Yo iba a abrir la boca para protestar cuando apareció Pablo respondiendo: “-Y vos, ¿sos boludo?-“

            El dueño del auto que yo había chocado cambió súbitamente el tono, bajo el copete, amainó el gesto furioso y se fue a escribir cien veces: “No debo estacionar en doble fila”.

            Me percaté de lo fantástico que debieron sentirse Al Capone y los otros mafiosos con sus guardaespaldas.

            La otra fue un anochecer, en que nada amenazante me turbaba, pero que cuando ya salía, Pablo estimó que era tarde para andar sola, e insistió en acompañarme a la esquina. El cole tardaba, pero se quedó conmigo, aunque la calle estaba llena de gente y nada hacía presumir que quisieran raptarme. ¿Para qué?

            Y las salidas han ido cambiado, cuando pareciera que ya no lo saco a él de paseo, sino que él es el que me invita a mí. Y todas esas veces me asalta el mismo pensamiento: el tiempo pasa, mi hijo ha crecido, me protege aunque con ello yo esté en contradicción desde mi militancia feminista y reniegue de su modo tan peculiar de tomar posición acerca de lo que es masculinidad y feminidad.

 

            Pero al fin, tanta prédica para venir a babearme por ese prestigio que deviene de haber hecho un hijo ¿completo? ¿Qué me completa?

            No le creí a Juan Carlos cuando dijo una vez que el vínculo de la madre con el hijo varón es el más libre de ambivalencia. Tal como lo  planteaba Freud y al que Juan Carlos se remitía cuando se pensaba como hijo dilecto de su mamá.

            Si entendí a Graciela cuando reflexionaba respecto a lo que le había significado la llegada de Julián “como algo distinto”.

            Así, Juan Carlos y Graciela me pusieron en la pista de significar y entender cómo es esto. Tal vez deba agradecerles permitirme pensarlo, porque eso me va a dejar tomar los réditos de tal cosa.

 

            Porque hay verdades. Muchas.

            Tener a Anahí fue en su momento la reparación que la vida me dio. Esa es la primera verdad. No hubo niña más bella, sensible, criteriosa y chispeante, con ese sentido del humor que aún (pese al sarcasmo que le agregaron las experiencias) le brota como manantial. Mirándola me preguntaba muchas veces cómo es que yo podía haber hecho a alguien así.

            Andrea trajo la incondicionalidad en el afecto y los cuidados, es la hija con la que siempre se puede contar. La que está cuando se la precisa. Sabe acercar una boligoma cuando hay que pegar una foto, un caramelo después de la cena o una canción después de la tristeza, en todos los casos, cuando es exactamente eso lo que hace falta.

 

            Pero Pablo es otra cosa.

 

            Y pienso en el mundo de las madres que solo tuvieron hijos, y me pregunto por su soledad en medio de tanta testosterona, partidos de fútbol, y ropa tirada. Me digo que son madres que no tienen quien les diga si el ruedo de la pollera o el color de la sombra de los párpados está bien, o entrar en esa complicidad de mujeres tan necesaria. Madres de varones que no pueden compartir una poesía desde cierta sensibilidad o un Evanol para los dolores de panza.

            Pero también sucede que me invade cierta arrogancia frente a aquellas madres que solo tuvieron mujeres y que no vivieron la experiencia de parir, amamantar y cuidar de ese distinto, que fue parte del propio cuerpo, pero que se recorta como otro en medio de una selva. Selva en donde sus atributos aún son marca de jerarquía y superioridad. En una sociedad en donde todavía, y por mucho tiempo (como en aquella tribu de “Un hombre llamado caballo” en la que cuando una madre perdía a su hijo quedaba desamparada, a menos que otro guerrero la adoptara) el hijo varón confirma el propio valor.

 

            En fin, puede parecer pretenciosa esta conmiseración que me invade, ante las madres que solo tuvieron hijas, o que solo tuvieron hijos. Porque lo que hace a la significación de las personas no lo determina la inscripción a uno de los sexos.

Pero lo social pesa, y con respecto al hijo varón tal vez sea más significativo para mí, porque los atributos que anhelé y me faltan, vengo a descubrir que Pablo los despliega con toda naturalidad. Cuando niño, la destreza y coraje en el trepador. De adulto, la firmeza ante el prepotente. Y siempre la creatividad sin cortapisas.

 

            Tal vez porque sea cierta  (como decía Juan Carlos) alguna adhesión primitiva, inconciente e irracional que nos sitúa a las madres como a Yocastas en estas historias. M.C.M. 2006

 

16-Cuento cotidiano

 

Empieza el día.

Los chicos llegaron tarde y tenían hambre.

Decir los chicos, es un chiste.

En la cocina, platos, vasos y fuentes ocupan la mesa y la mesada. En los restos, las hormiguitas se dan un festín.

Allí recuerdo refranes, citas bíblicas y referencias científicas. Por ejemplo: “El casado, casa quiere”.

Por ejemplo: “El hombre dejará por su esposa a su padre y a su madre y ella será desde entonces hueso de sus huesos y carne de su carne…”

Por ejemplo, entre las referencias científicas: aquel sentimiento de “nido vacío” descripto en muchos tratados de Psicología Evolutiva. Ese sentimiento que me cuentan que existió en épocas remotas, se refería a la desolación de las madres cuyos hijos crecían y dejaban el hogar y se iban por esos mundos anchos y ajenos.

En los hogares actuales no se oye hablar de “nido vacío” sino más bien de nido superpoblado, con la suma de hijos, hijas, amigos y amigas, novios y novias de dichos hijos e hijas, que en dulce montón hacen a la superpoblación mencionada, y llenan el silencio con música tecno o en el mejor de los casos con lindas canciones de Sabina. Superpoblación de la que también hay estudios científicos, en ratas por lo menos, que dicen del efecto insalubre de meter en una jaula más ejemplares de los que caben.

Y hablando de ratas, menos mal que ya no tenemos los hampster, así que de esa me salvo.

Pero hay cierta anarquía en esto de los pajaritos comiendo el alimento balanceado de los gatos (que parece encantarles), un gato ocupando la casilla de la cachorra, y ella creyéndose ¿creyéndose? dueña de la casa y de paso, de todos nosotros.

Mientras recuerdo refranes, citas bíblicas y notas de psicología, veo a la gata gorda en la mesada, su lugar favorito, y con ella refregándose empiezo a despejar un espacio para preparar el desayuno.

¿Cómo manejarse con pocillos y tostadas y el edulcorante, y sobre todo con el agua de la pava, si ella insiste en expresar su sensualidad gatuna acariciándose en una? ¿Si una quisiera poder operar más libremente y sin riesgo de derramar el agua y quemarse?

En la casilla espera el gato destartalado y bajo el horno de barro, en un lugar más protegido, el ciego que llegó este verano y que recién empieza a socializar, pero que se guarda  allí de la perra que quiere jugar. Él no quiere, le bufa y le tira zarpazos que ella a veces elude y otras veces la alcanzan y le rayan el hocico.

También de su ímpetu perruno debimos proteger a las tortugas, con las que quería jugar a los autitos, con su patota encima del caparazón. Antes estaban libres por el patio de tierra y se comían las flores de la rosa china que encontraban en el pastito. Ahora hay que llevarles lechugas y zapallitos, detrás del alambrado que las guarda.

 

Al último bebé gato lo cuidamos dejándolo en el baño, pero se entretiene desenrollando el papel higiénico y esperamos poder ubicarlo pronto. Es incómodo que nos deje el tubo vacío y la montaña de papel picado debajo, imposible de utilizar.

En realidad ni tortugas, ni gatos, ni pajaritos quieren jugar con la perra. Nadie quiere jugar con ella porque treinta kilos de bestia es demasiado. Con la torpeza de sus seis meses y la fuerza de sansón ¿cómo manejarse?

 

Hay pulgas en la cama grande.

Y entre sus fauces han ido sucumbiendo escobas, escobillones, cepillos, la media sombra del invernadero, prendas de ropa interior, la regadera azul, el peluche blanco de Anahí, una chinela y varios C.D. (entre ellos el de “Buena Vista Social Club”) Ya mastico el celular de Pablo y el de Andrea. Hizo astillas un lápiz nuevo de carpintero de Alberto y varias de mis macetas.

De las mesitas de la sala y de la cómoda tiró jarrones y portarretratos. Los que vamos salvando los escondemos.

Mirando lo despojado que va quedando todo, recordé una película: “Cautivos del amor”.

En ella, un profesor de música que da clases a un grupo de niños, vive en un “palazzo” romano, posiblemente heredado, rodeado de mármoles, porcelanas, cuadros y tapices. El emplea a una africana que se hace cargo de la limpieza, de la que se enamora. Cuando intenta acercarse, ella le expresa que si es cierto que la ama, rescate a su marido, preso político en su país de origen.

En el transcurso de la película, lo que se sugiere es  que él se va desprendiendo de todo su patrimonio, las obras de arte, para intentar salvarlo. Desaparecen porcelanas y tapices, cuadros y esculturas. Al fin, unos obreros, se llevan el piano de cola, que era el espacio de su vida más significativo. Las paredes, antes ornadas suntuosamente van quedando vacías.

Es el precio que paga por demostrar lo que siente a la mujer amada.

 

Mi casa va quedando así. Desolada como el palacio

Y esto tiene que ver con que de algún modo todos somos “cautivos de un amor”.

Del afecto de Pablo por la cachorra, de quien se enamoró y fue el flechazo instantáneo desde que se vieron y abrazaron por primera vez.

Ella corre a saludarlo cuando él llega de la calle mientras se hace pis de pura emoción y lo lava a lengüetazos.

También cautivos de nuestro amor, primero por él y después por ella, que llora tras la puerta si la dejamos sola.

 

En el patio los nísperos van dejando su marca. Y las flores del jacarandá hacen una alfombra.

Pero muchos malvones, rojos, bancos y de color salmón, las achiras y el lirio japonés, quedaron arrasados.

La sandalia misionera sufrió varias amputaciones, y los lazos de amor vieron disminuido su número.

La hiedra resiste heroica, pero pálida y amedrentada.

Cuando miro mi patio, que antes era frondoso como una selva y ahora se ve bajo lo que llaman “efecto de desertización” me entristezco.

 

Marta me pide que consigne que estar en familia es como un apostolado. Dice que lo aprendió en la escuela de monjas.

Creo que se refiere a estar con nuestros hijos, como apostolado. Los que componen esta generación que no se va. O que se va pero vuelve. O que se va pero no del todo.

Y también a estar con sus mascotas.

Creo que tiene razón. M.C.M.         diciembre 2005

 

17-De muertes y nacimientos

 

1-  Él me había contado que en el galpón de herramientas, en el campo donde tanto tiempo pasa, campo que es el eje de sus charlas y centro de sus esfuerzos, (donde además toma fotos, escribe y piensa) habían quedado las urnas con los restos de los abuelos irlandeses. Aquellos que con tantos otros habían iniciado en argentina la saga rural.

El abuelo y la abuela habían armado su vida con ese duro trabajo, y cuando murieron él aún no estaba, pero supo por sus padres de la bravura de aquellos luchadores.

Por eso se le antojó que era un buen lugar para ellos, ese galpón en el campo que habían cultivado, en el que llevaron adelante sus vidas y proyectos, en el que se amaron, campo que luego legaron a sus hijos y que hoy él cuida y atiende con alegría.

 

Las urnas estaban allí como continuidad de esas vidas cuyos restos guardaban, cuando entraron ladrones. Y tal vez sobresaltados al ver su contenido de huesos y cenizas las dejaron caer, y huesos y cenizas se mezclaron en el suelo de ese galpón en el campo.

Y cuando él llegó, decidió entonces, que ya que el azar lo había dispuesto, era bueno que los abuelos ocuparan una sola urna.

Y allí están, abrazados, compartiendo una misma caja para siempre. 

 

2-  En cambio, el destino de los restos del chico, fue tan triste como triste había sido su vida.

Dicen que el de sus padres fue un divorcio más que conflictivo, que él quedó como botín de guerra, que no encontró su rumbo, que en su adolescencia fue a vivir a un departamento, lejos del padre, de la madre y de la abuela.

Que después de mucho peregrinar renunció a los tratamientos con que se intentaba aliviar su angustia.

Que se fue aislando. Que finalmente quedó solo.

Que tenía conductas bizarras, que alejaban más a los que querían ayudarlo. Que una noche se encerró y se puso en una tarea que le demandó horas. Romper todos los objetos a su alrededor. Destruyó hasta los cimientos el lugar en que vivía, arrancó griferías y aparatos, masacró muebles y objetos.

Después escribió un par de cartas, en donde decía de estar “en medio de un silencio que aturde”, se desnudó, se recostó en la cama que tanto sabía de sus llantos y se mató.

Los que entraron encontraron el lugar en ruinas y a él como otra ruina en su delgadez pálida de 19 años.

La madre insistió en algo inusual en el cementerio, no había antecedentes en lo que ella planteó. Luego de la cremación, dividieron las cenizas y las colocaron separadas en dos urnas.

Dos urnas que iban a parar al mismo río, pero desde dos lugares diferentes.

 

3-  Patricia nos mostraba, al grupo de mujeres, la filmación de la primera ecografía de su bebé.

Era difícil distinguirlo dentro de su panza.

En determinado momento, se colocó de tal modo que fue visible claramente en la pantalla.

No recuerdo cuantas semanas tenía. Pero sobre el fondo oscuro era como un fantasmita de gran cabezota, manoplas al extremo de frágiles brazos y desde el torso hacia abajo se lo veía como a Oaki, el personaje de historieta que se desliza  reptando, fajadas piernas y abdomen en un mismo envoltorio.

Allí estábamos embobadas mirando las imágenes de esa larva cabezona, cuando tal vez, percibiendo nuestro regocijo, levantó y agitó una de las desproporcionadas manoplas en lo que parecía un entusiasta saludo.

Alguien a mi lado, no recuerdo quién, dijo: -Vamos a tener que volver a pensar en esto de la vida intrauterina.

 

4- Miguel y Ana ya tenían dos hijas. No estaba en sus planes aumentar la familia.

Por eso la noticia de un nuevo embarazo sorprendió a ambos. Ya estaba

instalado pese a la zozobra que su existencia despertaba.

Ana pudo hacerse cargo de eso que había acontecido en sus vidas.

Miguel permaneció ensimismado. Pasaron los primeros días.

Su silencio y parquedad, su seriedad y distanciamiento no tenían fisura.

Pasaron más días aún.

Llegó el momento de la primera ecografía y cuando estuvo lista la llevó para verla en la computadora de su trabajo.

Pasó una tarde mirándola, una y otra vez, sin poder despegar sus ojos de la pantalla. Una y otra vez, en una suerte de fascinación son coto ni medida.

Y sucedió algo. En determinado momento, algo en él hizo click.

Y sintió que podía aceptar e incorporar a ese hijo que venía. Que podía nombrarlo, nada menos.

Que más allá de altibajos y conflictos, había podido ser un buen padre de las hijas que ya tenían y que si se daba tiempo, también podría ser un buen padre para quien lo interpelaba desde las imágenes, por el solo hecho de estar allí.

Levantó el teléfono para hablar, al fin.

 

5-  Miriam me trajo las imágenes en 3D de su nieta.

Ya había visto otras, y siempre son emocionantes.

Pero esta vez hubo algo especial. En la sucesión de imágenes podía verse la carita y sus rasgos singulares. Chupándose el dedo en una, durmiendo, volcándose de costado en otra.

Miriam dijo: Aquí el médico ha de haber apoyado más fuerte el censor del aparato que registra. Y mirá lo que pasó: En la imagen siguiente, la bebé hacía pucheros. Era tan inequívoca la expresión, que no daba lugar a dudas.

Todos los rasgos se contorsionaban en un gesto de pena, como el que precede al llanto y desde ese gesto convocaba la protección, el amparo de quienes mirando las fotografías, pensábamos en la inauguración de un repertorio de emociones. Algunas empezaban ya, y con ese puchero nos contaba algo. Que no es cierto que con el número dos es que empieza la tristeza.

 

M.C.M. abril de 2009

 

III- INTERPELACIONES

 

18-El gato ciego

 

Apareció una mañana en el techo del invernadero.

Sus ojos inmensos eran dos espejitos raros, tornasolados. ¿Cataratas felinas?

Se mantuvo a cautelosa distancia, pero aceptando la comida que le acercamos. Nuestros otros dos gatos no parecían darle la bienvenida.

Digo, los dos gatos que sobrevivieron en casa porque no pueden trepar. Había más gatos, pero fuimos dándolos a otras familias porque corren riesgo de ser envenenados por una vecina que los odia.

 

El macho, el Destartalado gris, que tiene problemas en la columna y corre de costado, pudo subir con dificultad al techo, pero fue para confrontar al ciego. (Ese gato había encontrado un adversario a su medida en otro discapacitado del vecindario, que perdió una de las manitos, de bebé en un accidente. Cuando mi gato Destartalado pelea con Trespatas me recuerdan la pelea de South Park entre el niño con muletas y el que está en silla de ruedas).

La gata es una duquesa pero su obesidad le impide grandes despliegues. Está con nosotros desde que fracasamos en el intento de regalarla. Habíamos querido dársela a una familia que la devolvió después de un par de días. No comía y quedó escondida bajo un sillón sin socializar, así que comprendimos que nos estaba eligiendo, y la dejamos en casa. Ella fue sorteando los peligros hasta llegar a ser tan gorda y pesada, que creemos que ya no se va a acercar al tapial de la asesina.

 

El ciego estuvo así, instalado en el techo por varios días, de noche se guardaba en un hueco entre las ramas de la bignonia rosa. De día se desplegaba al sol.

Una mañana pude ver a un picaflor que le revoloteaba delante de la cabeza. Él se quedó quieto, en la misma posición, sin registrarlo.

Con el paso de los días parecía acostumbrarse a su habitat, pero no parecía aumentar su confianza.

Mi hijo decidió bajarlo al patio y fue una batalla encarnizada la que libraron entre maullidos, puteadas y arañazos. Aunque tenía guantes y es ágil, no le fue fácil, manejarse con el ciego, enfurecido y terco.

Ya en el suelo, el gato se refugió entre las plantas y comenzó otra etapa.

Tanteando fue midiendo las dimensiones del terreno, descubrió que puede refugiarse en varios lugares, si no quiere ser molestado. También aprendió a encontrar el alimento, pero siguió sin permitir  mayor proximidad.

Lo más que he logrado, una vez que estaba tras las cañas, fue acercarme y llegar a acariciarle el bigote izquierdo, antes que diera media vuelta con desprecio y se zambullera más adentro entre las plantas.

Ni siquiera con comida rica, tipo atún o pollo, he logrado seducirlo. Aunque él acepta cualquier cosa, a diferencia de los otros dos, de los que mi marido dice que son unos cerdos burgueses y que tienen una tilinguería de clase media. También propuso para el ciego, una consulta a Ferroni, para evaluar si necesita de su cirugía con láser.

Pero se suman a la desdicha del ciego, de no ver y tener que moverse tanteando, lo que para un gato ha de ser grave, otras cosas.

Por empezar el malhumor del otro gato, que ahora lo acepta, pero a regañadientes, y sobre todo un nuevo infortunio. Parece haberse prendado de la gata obesa, que es bella de cara aunque parezca un surubí, y que lo rechaza ostensiblemente. No sé si porque es advenedizo, porque es ciego o porque es pobre y desclasado.

Lo cierto es que se lo escucha maullar plañideramente en sus subidas hormonales, y ella: nada.

Anoche pareció especialmente melancólico. Andrea sugirió que para atenuar su pena, le consigamos una gata inflable en un porno-shop.

 Para colmo, los dos horneros y la calandria que bajan a picotear su comida, me hicieron pensar en las contradicciones de su vida. Pudo defenderse con todo su salvajismo, de mi hijo, que pesa ochenta kilos y es una masa, cuando lo bajaba del techo, pero a los pajaritos que lo invaden y le roban su alimento, no los puede poner a raya porque no los ve. Y además la casquivana que le quita el sueño no le da bola. Temo una grave crisis en su autoestima, temo que su narcisismo de matón del arrabal se vaya erosionando y tengamos un drama en la familia. M.C.M. noviembre 2007

 

19-Los amigos de mi hijo

 

Germán y Juan me trajeron una velita perfumada al limón en mi cumple, aquel año, hace varios, cuando Pablo había viajado lejos.

Nunca olvidaré ese gesto. Fue como que tomaran la posta de él, que no estaba, y me lo trajeran un poco.

Con Pablo en Barcelona yo me movía entre inciertas defensas ante los sentimientos que generó su partida. Me había inventado una broma, cuando me preguntaban cómo estaba yo, respondía: “Bien. Reprimiendo la angustia y negando la ausencia”. Una joyita.

Debía conformarme con los correos y las llamadas.

Respondía a los correos y eludía las llamadas. No quería que él advirtiera en mi voz los signos de lo que yo sentía: su falta.

 

Germán ya formaba parte del grupo de amigos, desde que el año anterior había colaborado en la presentación de una de las “Pichincha” elaborando y trayendo para su degustación tartitas vegetarianas. Con ellas es que intentaba poner en marcha un emprendimiento que luego quedó en suspenso. Pero el día de la presentación de la revista estuvo entusiasta, repartiendo porciones aquí y allá tratando de que se conocieran sus productos.

Enfundado en cuero negro y con una serie de tatuajes en sus brazos y de piercings de lo más variados en su cara, ese chico alto, desgarbado y extraño, no convocaba a la calma. Más bien no se sabía que esperar de él. ¿Sacaría de entre sus ropas un nung chaco? Seguro que lo que no se esperaba de él eran tartitas vegetarianas. Cuando él se acercó, Jor que estaba a mi lado pegó un respingo.

Luego dijo: -¡Que cariñoso el chico que vino a saludarte! Yo lo estaba mirando y me llamaba la atención…

 

Juan, semejante a un Johnny Deep como pirata del Caribe, el cabello enrulado al viento también formaba parte del grupo.

En ese tiempo nos hacía conocer sus incursiones en los ahumados que preparaba en un horno especial. Especialmente pescados que hacía que en casa se chuparan los dedos.

Su fascinación por la cocina alternaba con otras inquietudes que lo llevaron primero a trabajar con niños especiales y luego con adolescentes en riesgo social. Aún se lo escucha en la defensa de sus chicos. Y si él los defiende es porque hay quienes los atacan. Su cruzada es de esas patriadas difíciles y largas.

Tal vez prolonga en estos chicos el cuidado que prodiga a su hijo, un niño que es su clon y que suele acompañarlo. Juan es el único en el grupo que ya es papá, y ejerce muy orgullosamente su rol.

 

Mauricio es kantiano. Digo, porque lleva la duda metódica siempre a cuestas. Se lo escucha vacilar reflexivo ante cada cosa con incertidumbre, pero no cualquiera, sino la incertidumbre apesadumbrada, que parece ser su ámbito.

La alterna con toques de ironía y actitud de sospecha y revisión crítica de todas las cosas: desde si está soleado, a la cinta de Moebius.

Una vez le dije que como escribió Marcelo Birmajer de sí mismo, él primero se angustia y después ya verá el por qué. Total, siempre hay algo.

Ahora está contento porque empezó a cursar un seminario en la Facultad y es el único varón del grupo, así que está en la mirada de todas las chicas. Capaz que se pueda instalar mejor con su autoestima, porque es muy inteligente y hace observaciones sagaces. Y si hay algo que a las mujeres nos erotiza es la inteligencia, yo sé por qué lo digo.

Para él, el “Pienso, luego existo” se ha transformado en “Me angustio, luego existo”. (1)

 

Matías tiene un auto terrible. Para invitar a sentarme debió despejar el asiento de botellas vacías, papeles, botones, ratas muertas y no sé qué más.

 

Pero fue solidario al ofrecerse a llevarme, así que lo otro es solo un detalle.

Yo le había preguntado a Pablo: ¿Quién es el desgreñado? Entonces Pablo le dijo: “Mi mamá dice que sos un desgreñado”.

Y me dio un poquito de vergüenza.

Después supe que además de desgreñado, como es arqueólogo y hace buceo lo han contratado para el rescate de los galeones hundidos. Como el de Puerto Madero en el 2008. Otro en Sri Lanka y algunos que Pablo no se acordaba. Pero que hicieron que yo empezara a mirarlo con respeto. Al fin también las rastas son solo otro detalle para quien tiene una misión tan importante como recuperar tesoros legendarios. Y digamos que no suena igual decir que un amigo va en misión especial a Sri Lanka que decir Fulano veranea en Calamuchita.

 

Y hablando de rastas, el Turu y su peinado imposible son otro capítulo. No existe uno como el de él. Los desafío a buscarlo. Es una mata extraña. Mitad rodete, mitad batido y trencitas en algún lugar. Es músico y muy cordial.

Me comentaron que recientemente, en un recital, se le acercó un pibito que le dijo: -¡Loco, que pelo fantástico. Que peinado increíble! ¿Me dejás que te tome unas fotos?

Y el Turu lo dejó, y posaba para el pibito, que con el celular, le tomaba fotos desde distintos ángulos.

 

Los Gustavos son dos. Y también dieron lugar a malentendidos telefónicos cuando yo tomaba a uno por otro y el que hablaba me seguía la conversación para no poner en evidencia mi error.

Por ejemplo, un domingo en que un Gustavo llamó le dije: “Leí recién la nota sobre los soldados de Malvinas, que salió de tu oficina. Qué buena che!” (Silencio del otro lado de la línea. Era el otro el que llamaba, pero no me contradijo, ni me aclaró nada, porque es muy tímido).

 

Porque hay, de los dos, un Gustavo que hace una por color. La última fue, que cuando yo llegaba apurada al Museo, porque ya empezaba el panel, un chico con gorro de visera y gesto cabizbajo, me abrió la puerta del taxi, pidiendo “una monedita señora” con voz plañidera. Abrí la cartera y cuando levante la vista, era él, muerto de risa por mi despiste.

Con soltura y cara de atorrante le sale al paso a lo que se presente.

 

Y hay el otro Gustavo. Con talento y sensibilidad artística, que muestra sus creaciones cauteloso y discreto. Que jamás se atrevería a bromear, ni a levantar la voz, ni a tomarme el pelo.

 

Franco, que es grandote y de vozarrón, me había creado la impresión de ser muy fuerte y seguro. Pero se me definió a sí mismo en su faceta sensible, una vez que contó sus expectativas de reencuentro con la que fuera su novia. Parecía extraño que los dos metros de hombre volcaran tan sinceramente su ansiedad por la distancia y la urgencia de reconciliación. Más ante mí, que soy solo una madre. Pablo le había prestado un libro machista y horrible con estrategias en solfa para casos de ruptura y desazón.

Y Franco seguía relatando acerca de sus amores, planteándome sus dudas respecto a si la casquivana volvería a aceptarlo. Y a raíz de lo que contaba,  terció Pablo que recién llegaba: -Sí, pero tenés que cuidar de no ser sólo un “ojeto sesual” para ella.

La frase me pareció de antología porque en mis tiempos, ese cuidado solo lo debían tener las mujeres. ¡Cómo cambiaron las cosas!

Lo cierto es que la última vez que lo vi, caminaba con un chica linda, así que me pareció que tiene posibilidades de que la cosa se encarrile.

 

El Edu es tan místico que parece flotar y ninguna inquietud terrena lo roza. Parece bien claro que él está para otra cosa. Cuando nos da clases de yoga, es bastante generoso conmigo, que apenas si logro la vela y para hacer el arado me descoyunto. Pero el me estimula: -Muy bien, muy bien… para tu edad…

Sin el menor escrúpulo ni conciencia respecto a lo que está diciendo.

 

El Negro, que es tan serio, trajo de su viaje  al Brasil, unas hermosas láminas en 3D que me puse a descifrar. Y un vaso para Pablo con dibujitos en color rojo. Creí que eran motivos folklóricos hasta que lo miré bien. No me había dado cuenta de que eran reproducciones del Kama Sutra.

 

Dieguito tiene el aspecto de un oriental. Con los ojos achinados y la coleta le propusimos que se cotizara más alto cuando entró a trabajar en una casa de sushi.  Sus empleadores jamás encontrarían otro como él, con tanta portación de cara y estilo. Con el físico de rol exacto, como un Sumo sonriente tomó la idea, pero no sé si la hizo prosperar.

 

Dieguito como les decía, no lo es, pero parece tan oriental como Franchi, otro amigo, al que cuando niño, si le preguntaban si él era japonés respondía con sonrisa enigmática: “No, mi papá viene de Córdoba”.

Como había compañeros tontos que lo discriminaban, Pablo, que lo consideraba su alma gemela, una vez trató de darle el siguiente consuelo: “No hagás caso. Vos serás japonés, pero sos un buen chico. Además capaz que cuando crezcas se te pongan redondos los ojos…”

Yo, desesperada, no sabía cómo hacerlo callar a Pablo, pero Franchi seguía sonriendo enigmáticamente, más allá del bien y del mal.

Los dos habían encontrado una manera, saltando el tapial que comunicaba las casas por los fondos, en vez de dar la vuelta por la calle, para llegar más rápidamente.

Pero Franchi era muy educado y yo temía a veces que no lo dejaran seguir frecuentando al indisciplinado de mi hijo. En una oportunidad en que preparaba la merienda le pregunté: “Ya va a estar…¿Tenés hambre?” Y él respondió: “Yo tengo hambre solo cuando la comida está lista”. Solo pude decir “¡Glup!”

 

Definir a Shambala es definir a un Shambala con el templo implícito.

De lo más exótico, alterna música con filosofía.

 

Santi, el de la barba mutilada por una malvada amiga de la madre que lo agarró descuidado, me hizo pensar que debe tener una entereza estoica para no putearla en el momento y planear una venganza después.

 

Y con Daniel es con el único con el que intercambiamos escritos. Él me ha mandado sus poesías y yo mis relatos. Como es muy reflexivo solemos ponernos a arreglar el mundo cuando charlamos. El mundo sigue tal cual, pero nosotros nos vamos un poco más contentos. Parecemos los simpáticos inoperantes de los que habla Mafalda.

 

En fin, es una galería. Pero una galería incompleta porque no están todos y porque no está todo de cada uno. Es solo un paneo por la forma en que ellos componen mi vida, parte de mi vida, La parte de mi vida que me trae, que me acerca Pablo, para que sea más divertida.

M.C.M. primavera 2009

 

(1)   En relación a Mauri, nobleza obliga, tengo que confesar  que un par de veces me ha pescado en situaciones en que yo disimulaba. Por ejemplo, mirando la foto de la graduación de Pablo fue el que comentó: “María, estabas triste esa noche…”, como si hubiera adivinado la ambigüedad respecto al crecimiento de los hijos.

Y otra vez que comentábamos acerca del valor de la sinceridad y el me dijo: “Lo grave no es que te mientan, sino que te lo creas”

 

20.La fantasía cumplida

 

Todos los que trabajamos en psicología o en psiquiatría, con neuróticos habitados por ansiedades, fobias, obsesiones o esos cuadros que dan lugar a la exploración del inconciente, tenemos una fantasía que nos acompaña. Y es la del encuentro con otro tipo de paciente, esto es, con un loco-loco, de esos que en las películas asaltan cuchillo en mano a su terapeuta, para acabar con él, atravesado con 25 puñaladas. Algo así sucedió en la trama de una novela muy leída en mi generación como fue “Cuerpos y almas”, y fue tema también de algunas películas más recientes. Ustedes recordarán a “Copy cat” o a “Dragón rojo”.

Lo cierto fue que cuando esa mañana el timbre sonó estridente y continuo, sin parar, yo estaba lejos de pensar en la que se me venía: la presentación, sin anestesia de uno de tales “casos”.

Estaba ante la mesada previendo el almuerzo, con delantal de cocina y en pantuflas, cuando ese timbre perentorio y sin interrupción me hizo volar al jardín, cucharón en ristre. Y entonces lo vi, en sus dos metros y doscientos kilos, un dedo pegado al botón y expresión furibunda. En la otra mano tenía encendidos dos cigarrillos y los chupaba con entusiasmo e impaciencia

Hace treinta años, una amiga me llamó una noche para pedirme que viera a su hermano adolescente que había entrado en una crisis violenta en donde se puso a destruir cosas y que además amenazaba suicidarse. Lo recibí y lo derivé a tratamiento psiquiátrico. Había registrado la emergencia de un cuadro que por sus características y edad de aparición me daba muy mala espina.

Entró en tratamiento psiquiátrico y desde entonces tuve noticias ocasionales de sucesivas internaciones, de preocupación familiar, de problemas en el barrio por los desaguisados de un enfermo crónico, que perturbaba a los vecinos, que a veces tenía mejoría, pero que nunca pudo recuperar el juicio, y así poder caer en la bolsa heterogénea de los más o menos neuróticos, como somos la mayoría. Esto es, se trataba de un loco-loco.

Bueno, era él el que estaba pegado al timbre, ante la reja. Plantado como un poste de alumbrado, pero ceñudo. Cuando me acerqué con idea de hablarle, empezó la catarata de demandas, y cuando se dio cuenta que no las atendería - como aquella noche de hace treinta años, cuando me lo trajeron- continuó con la avalancha de insultos, de los cuales solo registré los primeros: Yo a usted no me la cogería porque es más fea que un sapo…Dijo esto mientras me tiraba el humo de los dos cigarrillos, y yo sostenía valientemente la mirada y trataba de no toser porque tengo dignidad, pero quedándome de este lado de la reja porque no soy sonsa.

Desde allí no recuerdo, porque la cosa se complicó, con la aparición desde la puerta, de mi hijo. Y sucedió que ante la actitud intimidatoria del que entre un insulto y otro, me tiraba a la cara el humo de los dos cigarrillos que fumaba simultáneamente, él se sintió convocado a defender a su madre (Madre hay una sola y si es psicóloga peor) y encrespado como un erizo se acercó a la reja como si fuera a comerse al ofensor. Algo en la escena me recordaba a Pappo y su voz ronca cantando: “Que nadie se atreva, a tocar a mi vieja, porque mi vieja, es lo más grande que hay…” Y como mi hijo también es una mole me costó pararlo jurándole que no pasaba nada. Nada que yo no pudiera entender y resolver le decía, plantada delante de él y mirándolo para arriba porque me lleva una cabeza, mientras lo empujaba con el cucharón dentro de la casa.

En eso estaba cuando se abrió la ventana de la planta alta y apareció mi hija en el balcón, no como la tímida Julieta, sino como una desatada y enfurecida bruja que le gritaba: Vas a ver si bajo y te rompo la cara gordo boludo, a mi mamá vos no la vas a tratar así… Y seguía profiriendo amenazas con términos impropios para una señorita de esas finas que hay, mostrando mi fracaso en educarla, pero términos impropios que tuvieron el efecto de dejar desconcertado al visitante. Tanto que alternativamente me miraba a mí, a mi hijo parado como un levantador de pesas y al balcón de donde procedían las palabrotas. Algo debió hacer clic en su cabeza.

Todavía yo intentaba hablar con él, empujar a mi hijo y lograr que mi hija se callara y se volviera a guardar en la casa, y todo eso era demasiado.

Entonces mirando al gordo le dije algo que no fue muy terapéutico, pero fue lo que me salió. Sé que muchos colegas se desgarrarán las vestiduras cuando lo cuente, pero hubiera querido verlos allí.

Le dije: Andate a atender al hospital, que está a la vuelta, porque si te quedás acá ellos te van a romper el alma a patadas.

El loco se fue, porque es loco pero no come vidrio, pero antes tiró los dos cigarrillos encendidos en el buzón. Junio 2005

 

21-Me gusta preparar la Navidad

El primer arbolito de Navidad que compré para Anahí es el recuerdo de un fracaso. Porque lo armé a escondidas para darle la sorpresa, y cuando ya estuvo listo sobre la mesa, festivo y alegre con sus globitos de colores y guirnaldas, la llevé upa a presentárselo y quedé a la expectativa de su asombro. Pero ella lo miro muy seriamente, desde sus  dos años y me dijo:- Bueno, ahora “prendei”.

Pero yo no tenía nada que prender porque el arbolito no tenía esa lucecitas que se encienden y se apagan.      

Me recordó al padre de Mafalda cuando le dice: -Te traje una sorpresa!

Ella dice : -Un televisor!

Y en el cuadrito siguiente se lo ve sentado en el suelo y deprimido comiendo algo, mientras dice:

-Nunca supuse que un chocolate pudiera tener gusto a fracaso.

 

De todas maneras me sigue gustando preparar la Navidad.

Implica sacar el arbolito del armario y ponerle ahora, además de los globitos de colores y guirnaldas, alguna de esas luminarias que cuando se encienden además son musicales.

Se pueden elegir entre los villancicos el más lindo.

 

Este año las perras (Huan y Lucien su cachorra) descubrieron que podían alcanzar la mesita donde lo apoyamos, así que al rescatarlo el árbol estaba tan aplastado como si se hubieran acostado encima con sus osamentas de dogas bien nutridas cuando lo arrastraron desde  el living a su cucha..

Pudimos recuperar muchos de los adornos y las lucecitas intactas. Ahora, rearmado y bastante digno pese a la aventura, lo escondimos para evitar nuevos estropicios en una habitación con llave.

 

De todos modos lo del arbolito es uno de los preparativos.

 

Solemos poner un pesebre adelante y un papá Noel al costado.

Todo eso es hermoso y se hace sin problemas.

Después viene lo de arreglar el patio con otras  lucecitas y por último buscar en la bolsa las guirnaldas para el jardín.

 

Esta vez había escuchado  que “la planta es a la tierra como el espíritu es al cuerpo”. Lo decía Analía y yo le creí.

En el jardín hay un muérdago que ha crecido mucho.

 

Pero este año, el 8 de diciembre cuando, como todas las Navidades tuve que poner las guirnaldas del jardín, para cumplir con la tradición, pensé lo de Analía, que dijo: la planta es a la tierra como el espíritu es al cuerpo, pero no pude dejar de preguntarme quién me manda y que hace una chica como yo en un lugar como éste, porque sucedió algo.

Me proponía adornar el muérdago, cada año más alto, estirándome hacia las ramas, y las hojas me rayaban las manos y los brazos.

Así que me pareció desencontrado del clima navideño el escuchar que alguien puteaba y puteaba al pincharse con las hojas del puto, puto, putísimo muérdago. Era yo.

M.C.M. 2009

 

22-Un fin de semana especial

 

Hay, a veces, hechos que se suceden y superponen para hacernos pensar.

El primero fue mi caída del viernes.

Yo leía tranquilita el Página 12, con la gata en la falda, cuando sonó estridente el timbre.

Me levanté sosteniendo con la mano izquierda y por la panza, a la gata, con intenciones de depositarla en la silla para que siguiera con su siesta, y con la mano derecha me estiré hacia el teléfono del portero eléctrico, que estaba allí nomás, a dos pasos, para contestar la llamada.

Pero no preví varias cosas: la complejidad de esas varias maniobras simultáneas, la ausencia en mí, de dotes de equilibrista y malabarista, y el piso encerado.

Así que cuando quise darme cuenta, estaba patinando vertiginosamente, sin alcanzar el aparato, sin depositar a la gata en la silla, pues conforme yo caía con estrépito, di contra el marco de la puerta vaivén, que soltó una de sus varillas con ruido a madera rota, al mismo tiempo que la gata salía despedida por el aire con cara de no entender por qué yo, que la había tenido amorosamente en la falda un momento antes, la revoleaba ahora por el aire como si fuese una bolsa de papas.

Cuando logré recuperarme del golpe y levantarme del suelo con el codo y el amor propio magullados, ella seguía mirándome asombrada, eso sí, a prudente distancia.

Pregunté por el portero y era Elena que venía a traer un cassette grabado con la intervención de Pablo en Plan A. Cuando volvía de la puerta con el cassette en la mano, la gata ya había recuperado su dignidad, pero ostentaba un aire algo ofendido.

 

Al día siguiente llegaban mis primos, Luis y Oscar, y siempre con ellos es lindo el encuentro. Esta vez había una celebración y era por los 91 años de su mamá ( mi tía).

Pero esta celebración se superpondría a otras cosas.

Luis me había contado la idea, compartida con su hermana, de proteger a su mamá, desde hacía un tiempo, de las malas noticias, para evitarle disgustos innecesarios. Y yo me había sumado a la idea.

La cuestión funcionó bien, con ellos y yo confabulados para filtrarle las cosas que pensábamos que podían afectarla.

Pero los hechos no fueron del todo como los planeábamos, porque un buen día la tía se  enteró por otras vías de alguna mala noticia, de las que le habíamos escamoteado, y los había increpado a ellos (yo me salvé de que “me agarrara” como prometió) por dejarla afuera de duelos, infartos, quiebras fraudulentas y otra pálidas.

Así que Luis había estado pensando en cambiar el enfoque. Y supo justo, justo, que un pariente, un tío político, con el que habían tenido una relación bastante cercana y que estaba enfermo, se había agravado y tenía pocas `posibilidades de recuperarse.

Mientras Luis y su hermana, Tere, pensaban como manejar la información esta vez, ese pariente falleció. Y ahí se vieron en la alternativa de decidir qué hacer con esa noticia.

Y a él se le ocurrió (hay un cuento de Cortazar con ese tema) tomar el toro por las astas. Pero con una vuelta de tuerca que me pareció genial.

Luis fue con su madre y le dijo compungido: “Andá sabiendo que el tío falleció, pero...lo más importante es que vayas pensando (esto dicho con una expresión seria, contenida y concentrada) cómo le damos la noticia a Tere, porque vos sabés cómo es ella de sensible, cómo lo quería al tío y cómo la puede afectar”.

Su madre, mi tía, pensó un momento y con la palma extendida hacia él como frenándolo y al mismo tiempo liberándolo de la tarea, afirmó contundente y segura: “Dejámelo a mí”.

Luis completó el relato: “Maté dos pájaros de un tiro, le dije a ella, pero al pedirle que viéramos como decirle a mi hermana,  volvió a sentir que se podía hacer cargo de cuidarla, de cuidarnos como cuando éramos chicos”.

 

Y en cuanto al cumpleaños, días después, lo celebramos en la parrilla que ella, mi tía, había elegido. Nos encontramos allí a la hora fijada, y todo transcurrió amable y cordial.

A los postres, uno de los mozos, maduro, de cabello cano, vestido de gaucho como los otros, con vozarrón de gaucho más bien aguardentoso, como cultivado en la ginebra muchos boliches, desenvuelto como gaucho en la pampa, llevando las bandejas de achuras y tiras de asado, se acercó a nuestra mesa y pidió la aceitera.

Luis se la alcanzó y el gaucho maduro y canoso lo miró fijo y dijo: “Cuando yo enviude, usted queda nominado”.

Como mi primo es un hombre de mundo no se altera con esas minucias, pero yo, que soy una chica de barrio confieso que quedé sobresaltada.

Y el avance del mozo vestido de gaucho  nominando a mi primo, me recordó otros avances, que me sonaron sorprendentes.

Es que últimamente vengo escuchando el discurso de los eventuales galanes y tratando de descifrar intenciones, y sucede que no entiendo y me pierdo.

 

Pero a veces hay reiteraciones sospechosas, me contaba alguien y yo he podido observar. En las que, más allá de ideologías, extracción y proximidad, los caballeros coinciden en sus planteos de un modo llamativo.

Esas reiteraciones se dan en algo que es como una especie de libreto que hemos podido detectar y no se advierten de primera, que sorprenden cuando se los escucha por segunda vez. Y ni les digo la tercera.

Así ha sucedido que viniera de un compañero del segundo grado, de un colega o de un ex novio los planteos pasan por tres momentos:

Primero plantear lo maravilloso del encuentro. El asegurar por ejemplo: “¡Cómo me estado acordando de vos! Vos sabés cuanto te quiero... pienso que fuiste la mujer de mi vida. ¿Por qué fue que no nos casamos? Si éramos el uno para el otro...No debí perderte de vista, y este encuentro casual debería ser una señal ...

Después proponer: “Esto tiene que ser un principio. Llamame a cualquier hora, cualquier día, que quiero que nos veamos para poder charlar. Este es mi número (celular, jamás fijo).

Y por último, como estocada existencial y en tono cómplice: “Cuando seamos viejitos y estemos en un geriátrico, sabés como nos vamos a arrepentir si no tomamos esta oportunidad que nos da el destino”.

¿Habrán leído las indicaciones en algún manual de Internet que los planteos vienen siendo tan semejantes? Porque de creatividad: cero.

 

Bueno, ¿Y qué tiene que ver la caída en la que me estrolé contra el piso y alarmé a mi gata, la juventud de los 91 años de mi tía retomando las riendas, y los lances de galanes atípicos o convencionales que nos sumergen en la sorpresa?

No sé, tal vez tengan que ver en que aunque seamos vulnerables nos podemos levantar si nos caemos, y hacernos cargo de cuidar a la propia madre o a los propios hijos, y además estar atentos a las convocatorias más  bizarras que aparecen con distintos disfraces pero los mismos argumentos...porque sucede que el zorro no pierde las mañas aunque se quede calvo.

M.C.M. mayo del 2007

 

23- Mi tía (carta a un amigo que no la conoce)

Empiezo con el recuento de un par de historias del fin de semana. La más importante es la de que mi tía de 92, la que elige Punta del Este para veranear, (la madre de Luis, mi primo de Bs. As), se enredó en la alfombra a los pies de la cama, se cayó y se fracturó la cabeza del fémur. Parece un accidente frecuente y que requiere cirugía. Los médicos consideran casi una rutina este tipo de intervenciones, pero ella es muy mayor...aunque asombraba a todos los que veían la historia clínica y tomaban nota de su edad.

Estuve ayer, y claro... ¿quién podría adivinar que la señora de piel impecable, maquillada con discreción y el pelo castaño claro, que conversaba incansable tiene esa pila de años!

Ella con coquetería se excusaba ante los halagos y argumentaba: "es que siempre use cremas y me teñí el cabello...no me gusta parecer descuidada..."

Bueno, estando allí me pidió que le avisara a Luis que estaba bien, calmada y animosa y que no se inquietara por ella. Le dije que mejor se lo dijera ella misma y lo conecté a su celular. Después se lo pasé para que hablaran ellos sin intermediarios.

Lo que quedó para grabar fue la conversación, porque sabiendo que él estaba saliendo de viaje y no podrá verla hasta su regreso, le dio todas las recomendaciones que suelen dar las madres: "No hables con extraños, manejá despacio en ruta, no vuelvas tarde a la noche y llevate abrigo que nunca se sabe" (Luis tiene poco menos que mi edad)

Luego habló Tere y notó que Luis estaba emocionado, porque imaginarla internada lo había perturbado, pero escucharla le sacó una mole de encima.

 

Las historias de mi tía siempre son singulares.

Creo que es un personaje atípico para su época. De las cuatro hermanas fue la más vital. Tuvo más hijos, viajó a más lugares, conversó más y de más cosas.

Recuerdo su disposición para todo tipo de paseos, con todos los hijos a cuesta cuando eran pequeñitos: Luis, Tere, Daniel y Enrique.   (Mi tío Vicente fue un Santo Varón que conoció cuando era catequista en El Sagrado Corazón de María, el templo del barrio).

Con sus hijos pequeños, no se amilanaba por el esfuerzo y cargando con todos los propios y con algún colado/a como yo, la emprendía con la canasta de  provisiones y el termo para pasar el día adonde hubiese elegido. Así que además de La Florida, solíamos ir a la pileta Municipal o a otro balneario en las márgenes del arroyo Saladillo, que tenía una cascada y algunas ollas (fosas) donde se podía nadar a gusto. Te cuento porque esto marca su disposición al disfrute, aunque implicara el esfuerzo del viaje en cole acarreando chicos y bártulos, para volver al atardecer con el buen cansancio de lo disfrutado.

 

También con ellos conocí el cine Sol de Mayo, en Avenida Pellegrini, toda una institución en el barrio del Abasto, donde pasaban tres películas de acción y que tenía como particularidad que se podía llevar los sándwiches de salame o mortadela que compartíamos, con la gaseosa comprada en el Kiosco. Los varones fumaban y había que oír la silbatina en las escenas de amor y el griterío en las escenas de pugilato no te lo puedo contar.

O sea que mi tía y mis primos están enlazados a buenos viejos momentos de niñez y adolescencia que hacen que hoy necesite estar con ellos.

A raíz de la anestesia de esta cirugía, ha hablado las pavadas que son sosas en otros pacientes, pero que en ella son para sacar balcón. Al hijo menor le dijo saliendo de la borrachera: "Sos más lindo que Sean Cónery". Y al Kinesiólogo que vino a sentarla por primera vez en la cama, como se le deslizó la bata, le ordenó: "Tápeme las tetas". ¿Te imaginás lo rojo que se puso interpelado así por la dulce pero autoritaria viejecita?

 

Jamás la vi declinar una invitación para lo que fuere. Y allí partía llevando a sus chicos como clueca con pollitos. Entre sus salidas se contaros los pic-nics nocturnos en el club Ben Hur.

De mayor importancia fueron los viajes a Capilla del Monte (donde todos los de la familia veraneamos alguna vez).

Y no se sustrajo a las peregrinaciones a San Lorenzo. En ese caso y para soportar la caminata, se llenaba los bolsillos de caramelos, cosa de no ir pesada, pero con el refuerzo necesario para la ocasión.

Cuando Luis se instaló en Buenos Aires recuerdo haberle oído decir: ¡Otro lugar para ir a pasear! ¿Qué otra cosa podía decir, si no esa?

 

La única vez que aflojó…fue hace años, cuando reconoció ante el doctor al que la llevamos, por su dolor de estómago, que tal vez, lo que le estaba sucediendo tenía que ver con la pena que la acompañaba desde la muerte de uno de sus hijos, Daniel, había partido hacía muy poco tiempo.  Esa fue, la única oportunidad, en que se dejó ver frágil, ella, la más fuerte. Entonces todos nos quedamos en silencio.

En el silencio del respeto.

Recordé aquello de que es ley de la vida que sean los hijos los que entierran a sus padres, y que cuando no se cumple la ley no se entiende la vida.

 

Y así ella debió buscar todos los argumentos para poder proseguir, desde el dolor, con su vida…

Y es que realmente es un personaje…

 

El sentido común tipo topadora creo que fue una disposición que nos viene genéticamente determinada. Lo tenía mi abuela, lo heredó mi mamá y es patente en ella, su hermanas más parecida. Y me consideraría afortunada si algo de eso llegara a formar parte de mí.

Sería como un pasaporte a una vida más plena y con mayor significado.

Porque para todos, mis primos y yo, la tía sigue siendo un referente, alguien que toma de la vida, todo lo que la vida ofrece a raudales. M.C.M. octubre del 2008

 

 

24-El otro barrio

En la calle de los locos y los perros, siempre está pasando algo.

Frente a la Facultad, el quiosquero encarcelado entre chocolatines tiene una mirada triste. O tal vez, me parece a mí.

Desde la cochería de la otra cuadra, salen a diario los entierros. Vienen por Santa Fe, doblan por Francia.

Los veo desde el balcón pasar frente a la Facultad  con su cortejo de autos grises que siguen al que va adelante con el féretro y las flores. Allí toman hacia El Salvador con la ceremonia de costumbre.

Un domingo a la mañana, eran también muchas motocicletas las que se sumaban. Jóvenes con cascos, solos o con acompañante seguían la procesión.

Después supimos que un integrante del grupo de los motoqueros había muerto en un accidente. Los que formaron parte de su guardia de honor lo despedían.

 

Los locos son varios y vienen del Agudo Ávila que está en la esquina de Suipacha. Una mujer de expresión melancólica que pide cigarrillos, el anciano tímido y sonriente que se queda de pie al lado del quiosco, un muchacho que está como ajeno, mirando el vacío. Una obesa de expresión ausente que espera monedas.

 

En el verano, en el refugio de la parada de colectivos, una familia se instaló unos días. Conservaba los ritos de clase media. El jefe de familia sentado, leía el diario tomando mate, con la radio apoyada en un banquito y su perro a los pies. Más allá, en un carro y envueltas en plástico, sus pertenencias.

 

En el baldío, al lado de Unplugged, que antes se llamaba Tejedor, también se puede ver a una familia de gatos.

Hay uno gris, soberbio, que se asoma desde un pilar y mira pasar la gente. Otro manchado con la nariz negra. También una gata tricolor bizca y mansa.

Frente a la Facultad hay un grupo de perros, con el collar de Perros Comunitarios.  Un ovejero parece el líder, siempre lleva una botella de plástico entre los dientes y los otros se la disputan.

Sobre Córdoba están los perros del mendigo. Ahora que él no está (lo llevaron en ambulancia hace días, me contó Camila) quedaron huérfanos, él los cuidaba con cariño. Se sumaron al otro grupo. Es frecuente verlos torear a los autos y colectivos.

 

Camila es de Neuquén. Estudia biotecnología. Cuando la conocí, como su timbre suena al lado del mío, había bajado a abrirle la puerta a Noelia que me visitaba y que llegó antes de darme tiempo a que yo, que venía de la calle, estuviera para recibirla. Camila  la estaba invitando a esperarme en su departamento.

Con Noelia pensamos que Camila era muy gentil, pero arriesgada. Dudamos entre advertirla de los riesgos de hacer pasar a personas desconocidas o dejar que siguiera siendo así…

Pensé que la mejor decisión tenía que ver con preservarla, con “no escandalizar al inocente” y esperar a que fuera aprendiendo.

Una de las últimas veces que nos cruzamos en el palier, venía de donar sangre, porque uno de los profesores los había convocado a hacerlo, ya que hay pocos donantes y grandes necesidades.

Así que sigue siendo así, luminosa.

A pesar de algún episodio que le va dejando sabiduría. Un par de veces tomamos café y me mostró las fotos de sus vacaciones en San Luis.

Además la admiro porque se animó a algo maravillosos. En un campo de entrenamiento cercano, hizo un salto con un instructor desde un avión y en caída libre (hasta que él abrió el paracaídas en el momento justo). Y pudo tener la experiencia de vuelo que quedó filmada y que yo pude ver.

 

También cerca está Guido, que es de Chaco y estudia Psicología.

Es cordial y parece siempre contento.

En el piso escuchábamos la música de Sabina que él ponía, y el año pasado, los viernes ensayaba con una chica de hermosa voz algunas canciones.

 

Elisa y Gisella comparten un lugar. Estudian fonoaudiología.

Ale ya está en el medicato y es muy tímido.

Juan Pablo que aspira a ser abogado, es además mi ángel de la guarda, que resuelve los problemas prácticos, como destapar el desague o cambiar el fluorescente del techo.

Creo que me ven como a una especie de tía, a la que le cuentan de sus exámenes.

Cuando lo pienso, mi piso es el mejor del edificio.

 

Lo más espectacular que pasa en el barrio es “la bajada de Medicina”, que todos los diciembres se despliega con todo su colorido.

En una fecha, que se mantiene en riguroso secreto, hasta ese día, los alumnos del último año tienen su celebración.

Empieza con una bomba de estruendo temprano. Es la que convoca  y desde entonces van llegando los disfraces más insólitos.

Hay música y máquina de nieve y baile toda la mañana frente a la Facultad.

Se desvía el tránsito para que señoras serías y censuradoras no tengan nada qué decir, y todo el mundo festeja. Los familiares toman fotos a las odaliscas, a los hombres de las cavernas, a los bomberos, a los velludos disfrazados de bailarinas, a los equipos de diversos deportes, a los que representan escenas de sala de cirugía. He visto a alguno disfrazado de caja de cartón gigante, a  otro de ducha con cortina de plástico. Al de más allá, de exhibicionista con un pene gigante de goma que se erectaba escandaloso cuando abría  el guardapolvo.

 

Esta fiesta en el barrio me divierte, me hace reír, me da otra dimensión de las cosas.

Es el último juego de esta etapa. A partir de aquí, inician otra.

Se les viene encima la vida en serio, está bien que se despidan así.

           

Las esquinas de mi barrio siempre están llenas de estudiantes. En el ciber de enfrente compro chocolates y a veces leo mis correos. Laura está a cargo algunas veces. Ella es del sur.

Una vez me preocupé cuando uno de los pacientes del psiquiátrico compraba cigarrillos, y ella estaba sola. Al día siguiente le pregunté si tenía celular. Dijo que no había problema, que era un loco manso que venía con frecuencia.

Otra vez, era un hombre alto, con el antebrazo lleno de cicatrices el que bromeaba mientras se llevaba una cerveza. Me inquietaron las huellas de múltiples cortes y me hicieron pensar en algo: en  automutilaciones. Pensé que esas marcas podían ser las que quedaron en un ex presidiario, de alguna protesta del pasado.

Pero pese a esos encuentros bizarros, a Laura no se la ve prevenida, ni triste.

 

A veces me cruzo con Daniel, y él me habla de libros. Nos quedamos arreglando el mundo un rato, para luego volver, cada uno a lo suyo.

 

Por la noche la historia en mi barrio sigue, y en el silencio y en la soledad ya no escucho en la noche, el silbo del tren como en la infancia.

Ni el run-run de las locomotoras. Ni los sonidos metálicos de los vagones durante las maniobras con las que se enganchaba uno y se desenganchaba otro.

Vagones que quedaban como casitas móviles, hace tiempo que no están. Y en la playa de la Estación de los Franceses, como se la llamaba entonces, las vías fueron levantadas y en el parque trazaron senderos.

Ahora se la conoce como Estación Terminal.

El Patio de la Madera (remozados galpones del viejo ferrocarril) es lugar de Convenciones y Congresos.

 

Ya no escucho en la noche, el silbo del tren como en la infancia.

En cambio escucho los sonidos en la habitación: el tic tac del reloj, el goteo de una canilla, el zumbido de la heladera.

En el edificio el ascensor se detiene en el piso de arriba. Un despertador hace oír su suave chicharra. Una puerta se abre en algún lugar.

En la calle debió cambiar el semáforo pues los autos aceleran y se precipitan camino al centro. Uno de los perros del mendigo de la media cuadra, ladra. Alguien habla más allá de la ventana y la voz sube.

 

Por la mañana se escuchan en breve intervalo, las chicharras de los despertadores. Las cortinas se van levantando. Empieza la actividad y todos nos ponemos en marcha.

El edificio empieza a pulsar y con los ojos aún llenos de sueño, empezamos el día.

Esa esquina de mi barrio, con sus locos y sus perros,  tiene allí mucho de pueblo y mucho de feria.

Creo que tiene mucho de vida.

María del Carmen Marini  Abril del 2009

 

 

25-A los seis años

A los seis años, cuando estábamos en primer grado, me preguntó si quería ser su novia.

Y ante mi vacilación tímida agregó con convicción un argumento irrefutable: -¡Mirá que tengo ojos verdes!-

Tenía ojos verdes bonitos, pero era travieso y cada vez que la madre pasaba por la escuela, la maestra le presentaba sus quejas.

Era lo que se llamaba entonces sin disimulo ni diplomacia (ni mucho menos consideraciones psicopedagógicas, que se inventaron después) “el peor del grado”.

En aquel tiempo los padres y madres tenían una amenaza que consistía en decirnos: -Si te portás mal te pongo pupilo/a en un colegio de curas/monjas.

Bueno, el de él fue el único caso en el que esta espantosa amenaza se cumplió. (La complicidad familiar-institucional como diría Oscar que también lo afectó a él respecto de su zurdería, en este caso se dio sin anestesia  y alcanzó su trágica concreción )

La madre, esa bruja, alentada por la maestra, esa botona, lo alejaron para siempre de la escuela fiscal del barrio Echesortu, en cuyo patio seguí jugando  “A la ese ese a, a la jota jota ka, entre flores y violetas, chumbalaleta, chumbalalá”. Patio en el que además dejé mis incisivos superiores, una vez que estrenaba zapatos y por eso me resbalé.

A él lo volví a encontrar y ya había egresado del colegio de curas donde estuvo pupilo, y me explicó que había aprendido mucho, porque allí no se podían hacer otras cosas.

Estaba por casarse y empezaba con su negocio. Tendría veintipico.

Ahora, cuando lo vi, avanzaba hacia mí contento. Se bajó del auto a saludarme. No sabría decir de cual marca, pero parecía un avión al que solo le falta el baño privado. Se ofreció a llevarme y en el camino charlamos. Me inundaba el vaho de su perfume importado, finísimo. Cuando me contaba de su empresa que se había extendido a Italia, España y Francia y de las cuatro manzanas que acababa de comprar en Lagos, y del egresado de Harvard que tenía como pinche, me acordé de aquel niñito: “el peor del grado”.

Pensé que mi maestría y logros académicos, al fin y al cabo no eran tan importantes.

Me preguntó por mis cosas y cuando supo que igual, opinó que si trasladara el consultorio desde Oroño hacia el centro podría mejorar los honorarios y trabajar más tranquila. Que ser y saber está bien, pero que también hay que parecer…Y allí lo sentí traidor a nuestros orígenes en la escuela fiscal del que sigue siendo mi barrio.

También me contó que iba por su cuarto matrimonio, y del último tenía un varón que era muy bueno en Inglés y Computación donde se destacaba.

La maestra lo había felicitado por el chiquilín. ¿Qué significarían los elogios a quien había suscitado tantas quejas…?

Me contó que seguía casado, pero que…

Y que quería que siguiéramos charlando y lo llamara al celular, y como vio mi vacilación y timidez, en aquel mismo tono en que había dicho: -Mirá que tengo ojos verdes…- esta vez dijo de su Agenda llena de viajes y de su vida de hombre exitoso. Y que había aprendido mucho y que con “motivaciones, proyectos y fantasías” se puede seguir viviendo.

Dijo que había estado enamorado de mí desde los seis años, que ese encuentro tenía que ser el principio de algo y que yo era la mujer de su vida.

Y casi, casi le creí.  Septiembre 2005

 

26-Robos y estafas

 

Alberto dijo: Con lo que roban las editoriales españolas es un problema comprar libros. Así que me reivindica el haber podido llevarme algunos, como al descuido.

 

Andres dijo: lo que yo me robaba eran los libros de Ross, pero antes había que revisar que no tuvieran esa seguridad que les ponen en la última hoja, que suena en el detector.

Hay una manera de eludirlo que es forrar un bolso con papel aluminio. Así podés sacar los que quieras sin problema…

Mi vieja se enojó una vez que se me escapó contarle.

 

Mirta dijo: Yo una vez me llevé un cenicero de un hotel y estuve tan preocupada que por ese puto cenicero no disfruté y estuve perseguida por semanas, pensando que me iban a venir a reclamar que lo devolviera.

 

Inés dijo: Cuando era chica, en un super, me puse un tubo de dentífrico en el bolsillo de la campera. Y me sentía como Rififí.

 

Marcela contó: ¡las cosas que se hacen por amor…!

Yo fui una madrugada a la fábrica y me guardé en la mochila las herramientas que el padre del nene me pasaba por una ventana. Hacerlo era como una prueba de que me arriesgaba por él…¡las cosas que se hacen por boludez! ¡Pero yo creía que era por amor!

 

Ana dijo: A mí en la escuela, el compañero de banco me robaba las Opera del bolsillo, yo me daba cuenta pero…¡Se las hubiera dado si me las hubiera pedido!

 

Y Ale: Y yo me llevaba las pinturitas que me gustaban. Nunca me pescaron …Se las sacaba a una chica que tenía un guardapolvo almidonado, perfecto.

 

Marcela dijo: Yo también tenía una compañera que siempre tenía el guardapolvo planchado que parecía de tintorería, y el pelo tirante en una colita que no se le escapaba ni un pelito. ¡Le tenía broca por tan prolija! A ella si le hubiera robado…

 

Yo dije: Robar no es tan grave.

 

Y cerró Marcela: Robar no es tan grave, claro, pero lo que no tolero es la estafa, el engaño, eso no, eso no va.

M.C.M. septiembre 2005

 

27-Él dice

 

Él dice que los negros no trabajan porque no quieren, y son sucios porque son vagos y no se las arreglan para llevar el agua como hicieron él y un grupo de amigos en un campamento en la isla, y además lo único que piensan es en chuparse hasta quedar tirados.

 

Él dice que no está de acuerdo con que la hija y el yerno críen así a los chicos, dejándoles hacer todo lo que quieren. Que el nene hasta antes de ir al jardín se lo podía sacar de paseo, pero que ahora aprendió todas esas malas palabras, ni soñar.

Que hay que enseñarles a marchar derechito desde chicos porque si no después se pasan.

 

Él dice que colecciona pistolas y revólveres y que restauró un mueble como armero para guardarlas, y que además compra una revista sobre el Tercer Reich.

 

Él dice que la mujer es una boluda que puso en la cama un pequinés y que desde entonces él duerme en la otra pieza.

 

Él dice que antes había respeto, y la gente era otra cosa, pero que ahora no se puede vivir.

 

Él dice que hasta los maricas ganaron la calle, con eso de la Marcha de orgullo gay, en vez de esconderse, y que a él le dan asco.

 

Él dice que con la jubilación de la Compañía Aseguradora no le alcanza para seguir con el mismo tren y que está pensando en achicarse para pagar menos impuestos.

 

Él dice que a hija soltera que es médica hace guardias, pero gasta más de lo que gana y ya le debe un vagón…

 

Él dice que se enojó cuando el hijo se fue a Italia antes de recibirse, pero que ahora piensa que debería quedarse porque este país se hunde. Y que además le vendría bien si le mandara unos Euros de vez en cuando.

Que allá gana bien y trajo fotos de lugares hermosos y ciudades de edificios cuidados donde no van a tener escrito en las paredes “Pocho vive”, como ahí enfrente. (1)

 

Él dice que le pasaron datos de un lugar donde hay unas chicas muy lindas y está pensando en ir.

Él dice que su amigo de la infancia que es médico le dijo que tenga ojo con el Viagra, y que él lo sabe porque la vez anterior cuando tomó no se le pasaba el efecto y se asustó.

 

Él dice que muchas veces se siente solo.

Que en la casa de la hija, con los nietos que les dejan hacer lo que quieren, va para sufrir.

 

Él dice que le gustaba ir a la isla con los amigos, donde charlaban, jugaban al truco y tomaban cerveza, pero que no va más desde que a la mujer le fueron con el cuento una vez que tomó de más y se descompuso.

 

Él dice que le gustaría volver a estudiar idiomas, en lo que era bueno, pero que todo cuesta.

 

Él dice que de niño fue pobre, que vivía en un departamento de pasillo, dormía en un sofá en el comedor. Que siempre tenía frío.

Que la madre murió pronto y que el padre estuvo poco en el geriátrico al que había ido a parar.

Que la hermana se había casado tan temprano, que los hijos ya habían crecido cuando ella faltó, al morir tan joven.

 

Él dice que los zurditos se la buscaron porque sabían lo que les podía pasar.

 

Él dice que al hijo lo aconseja que no suelte las riendas, que sea él el que diga que hacer a su mujer, y tome las decisiones, que para eso está.

 

Él dice que cuando era joven el romanticismo de las chicas era lo que lo atraía.

Que con la mujer no pasa nada y que se alivia cuando ella se va a la parroquia con las otras viejas porque lo deja tranquilo.

Que no le hace caso cuando él le dice que se corte el pelo en vez de andar con ruleros.

 

Pero él dice que esa amante le gustaba porque era muy menuda y tan activa que nunca se había sintió así. Pero que se alejó cuando ella le pidió plata y tuvo miedo de que lo usara.

 

Él dice que, en cambio, hubo otra que era buena, pero que era tan morocha…Que había dicho cuando lo conoció: este va  a ser mío. Que se enamoró de él porque era muy blanco.

 

Él dice que ya no sabe por qué vive. Que si tuviera plata sería otra cosa.

 

Él dice que la mujer cree que él ya no puede. Y que él deja que lo crea. Y que ya no sabe si podría…

 

Él dice que está muy triste. Que le gustaría que alguien lo amara…

Él dice que los domingos con el asado toma vino y después duerme la siesta para que pase el tiempo.

Y a la noche Ribotril, y a otra cosa…

 

Él dice que jamás pensó en probar, pero sabe que sus hijos alguna vez fumaron yerba, pero que él no lo ve bien.

 

Él dice que el país, el continente y el mundo son una porquería y que es un asco vivir.

 

POST SCRIPTUM

Cuando llegaba la Navidad comenté que siempre regalo a las chicas bikinis rosa de la buena suerte, que cada año se agregaban más. Así debía contar a mi hija. A la novia de mi hijo. A las compañeras del grupo de trabajo, a una amiga cercana y a su novia. Yo iba enumerando y contando con los dedos. Él se sobresaltó: - ¿Y esa viene a tu casa?-

-¿Quién?-

-¡La de la novia!-

-Claro, como las otras…-

-¡Entonces tu casa es un kilombo!-

 

Allí fue que algo me cerró definitivamente, y es que no quiero seguir escuchándolo, cuando él dice.

M.C.M. septiembre 2005

 

1-     Pintada en un muro de Urquiza y Dorrego. Pocho Lepratti, dirigente barrial, asesinado en dic. de 2001 por la policía.

 

IV- OTRAS HISTORIAS

28-Contarles de ella

 

Me pregunto cómo contarles de ella. Sin exagerar, pero dando una serie de pistas  para poder imaginarla. ¿Cómo es ella?

¿Qué puedo decir?

Eran épocas difíciles, las de su venida, y supo ir de casa en casa buscando refugio.

¿Qué pensaría cuando la trasladaban de uno a otro lugar y solo contaba con su mantita de conejos para acompañarse en el éxodo de los tiempos oscuros? Dejaba su casa, dejaba su cuna, y abrazada a su mantita se dejaba llevar por quienes anegados de angustia no podían soslayar las caras largas, la nerviosidad y la impaciencia y esa expectativa de tragedia que lo inundaba todo.

Tal vez eso haya tenido que ver con que los otros tropiezos, las otras penurias que vinieron después, fueron nada comparados con ese inicio de su historia en medio de una huida.

Cuando estaba yendo a catequesis una vez tuvo que responder un cuestionario. Una de las preguntas era:

-¿Qué tendrías que agradecer a la Divina Providencia?- Los otros chicos contestaron: “La bici nueva”, “el paseo al campo”, “la buena nota en aritmética”.

Pero ella contestó: “La vida” y su maestra tuvo una gran sorpresa. Y empecé a recordar por qué agradece la vida.

Y pensé que hay gente que es así, saber dar su lugar a lo importante y no enredarse en huevadas. En cambio a mí me cabía la pregunta de Felipe, al amigo de Mafalda: -¿Por qué justo a mí me toca ser como soy?

Ya venía dando sorpresas, a su niñera la descolocó cuando a sus tres años estaban comprando un Billiken en el kiosco y ella preguntó: -¿Qué dice ahí? En una revista de actualidad con la fotografía de Jackeline Bisset a todo color en la tapa de papel satinado.  Mutti le leyó: -Ahí dice “ Jackeline Bisset, la cara más linda del mundo”. Ella pensó un momento y dijo:-Ah! Pero...¿cómo?, ¿no era yo...?

Mutti rápida en sus reflejos contestó: -Sí, pero los de la revista a vos no te conocen...-

En pre-jardín, su maestra al terminar el año, sorteó alguna de las cosas con las que habían jugado. Y a ella le toco una bola-bodoque de plastimasa verde (Harina, témpera y aceite). Estaba tan fascinada con su regalo como si fuera la Barbie más suntuosa. Hizo tanto festejo por su regalo que la maestra dijo que pensaba que a ella le iba a ir bien la vida, porque todo era capaz de disfrutarlo al mango. Bueno, hay quienes nacen con esa suerte.

Todo lo pueden tomar como un regalo maravilloso. Ella, tal como su abuela preparaba las agujas de tejer cuando sabía que venía algún bebé en camino, también prepara el plush y la goma pluma para la rana de peluche que le viene saliendo genial. Ahora está ensayando para hacer cangrejos.

Creo que tomó muchas cosas de su abuela, el gusto por la cocina, la habilidad para tareas manuales, la sociabilidad siempre dispuesta. Por eso no me sorprendió cuando hace un tiempo contó que había ido con el “set de la abuela” al cementerio en una visita: Trapo, botella para el agua de las flores y pincel para barrer la tierrita de la lápida de mármol.


Sabe cómo saludar al viajero que llama desde lejos y preguntarle cosas importantes, “¿Cómo estás, te extrañamos mucho, qué conociste hasta ahora?” No como yo, que solo se me ocurre decirle si le alcanza la plata.

Sabe cómo acercar el cochecito del bebé down que quedó al margen de los otros chicos, en la fiesta de cumple, para integrarlo al grupo. Y sabe cómo recibir el abrazo del loco manso que se recuesta en su hombro confiado, porque intuye que no lo va a rechazar, y que ella acepta sin inquietarse. ¿Cómo es que sabe tantas cosas?

 

Cuando yo debía dar una conferencia y me confundí de Auditorio, era ella la que tenía el volante con la dirección correcta. Como tenía aquella vez unos billetitos arrugados cuando habíamos comprado mielcitas para otro de los chicos, y me di cuenta  (tarde) que no tenía la billetera. Y con esos billetitos pudimos pagar y nos salvó del papelón.

Ha podido remontar esas torpezas y tantas otras que me pregunto si nació adulta.

 Desde el Jardín, siempre tuvo novio. Solo que no el mismo, fueron cambiando a medida que pasaba el tiempo. Debe tener que ver con algún misterio de su modo apacible.

En el Jardín de 5, Santiago que la amaba en silencio, lloró cuando el papelito donde tenía anotado su número de teléfono se le manchó con pizza. La madre tuvo que consolarlo.

 

A los 13 años en el libro de biología ella leyó la descripción de la cópula de las ranas, en la que el macho, presiona con los pulgares el abdomen de la hembra para que ponga huevos que él fecunda. Y cuando yo me compadecí de la rana porque: “Come bichitos, vive en un charco, y para colmo hacer el amor era “eso” que ella describía, me salió con que: “Quien sabe , a lo mejor el rano tiene pulgares eróticos” y yo me quise morir preguntándome qué sabía ella de erotismos y pulgares.

Ahora, que da clases de educación sexual a adolescentes ya averiguó cuántas páginas de Internet hay para “pene”. Me vengo a enterar que son varios cientos...

Cuando empezó a trabajar en un Centro de Salud, la tarea era en psicoprofilaxis obstétrica, es decir preparación para el parto con menos temor y menos dolor. El nombre del taller era tan rimbombante que me asombró cuando lo que pidió para empezar era agujas y lanitas. Porque la confección del ajuar era simultánea a las clases y de allí, de lo concreto, se arrancaba con lo que después sería reflexión y aprendizaje.

Y cuando le dio el alta a su primer paciente, cumplió con lo que había prometido al empezar el tratamiento, regalarle el almohadón del diván donde había trabajado.

Y se conmovió cuando se cruzó con uno de sus ex alumnos que ya iba a ser papá.

 

La última peripecia fue en el Centro Comunitario donde recibían evacuados de las inundaciones. Se había ido con las sandalias más viejas. Y se le despegaron. _¿Te quedaste en patitas?- pregunté.

-¡No, me las até con scoth y seguí atendiendo...! Agustina cuando supo que yo tomaba ese trabajo en el barrio “Plumas Verdes” (porque queda en la concha de la lora) me dijo burlándose que me iba a tener que poner botas para llegar cuando llovía...¡Y al final tuvo razón!

(Agustina sabe de barrios e inundaciones porque en la anterior fue como voluntaria a Santa Fe. Pero ella se había ido preparada como para llegar en un helicóptero como los de SWAT a salvar inundados, y por eso llevaba los vaqueros más rotosos, el guardapolvo más viejo y en la campera de jean, el prendedor de Timi de “South Park”. Y en vez de esa epopeya heroica la destinaron a una clínica donde todos los otros médicos estaban formalmente vestidos con saco y corbata y la miraban  con el ceño y la nariz fruncidos.)

En fin, por suerte ella, más que su amiga, tiene capacidad para ubicarse en la realidad, que sin duda la trajo puesta y la ayuda a dar las respuestas correctas en el momento justo. Por eso cuando ayudaba a los cartoneros se pudo hacer aceptar,  como se haría aceptar en otros espacios más finolis y sofisticados.

Cuando en el Supermercado de El Bolsón, nos preguntaron si estábamos en el Festival de la Luna Llena, yo me pregunté si sería por nuestro aspecto. Le dije en disimulada complicidad: “¿Nos habrán visto como Hippies?”. Y ella práctica contestó: “No, es por la pulserita”. Llevábamos en la muñeca la pulsera que era la entrada y contraseña del Festival y que todos conocían. Yo me había olvidado que la llevábamos puesta.

Y cuando en Navidad traje unos muñequitos de cotillón, alguien preguntó: “¿Es el niñito Jesús?”. Y ella respondió: “No, son angelitos ¿no ves las alitas? Si Jesús hubiera tenido alitas, lo mataban de chiquito nomás”.

Esa capacidad para la ironía, es sin duda una herramienta.

Si puede pensar así las cosas, puedo quedarme tranquila, porque sabrá seguir viviendo y dando las respuestas a las cosas que se le pongan por delante.

Al fin tengo que recordar que ella me impuso respeto de entrada con su seriedad. Y aunque era muy chiquitita con sus dos kilos, al nacer, en esa inmensa sala de partos , y húmeda, resbaladiza y sonrosada como todos los bebés, yo no dudé de que había acabado de parir a alguien muy especial.

Abril-07 M.C.M.

 

29-Reiteraciones

Hace veinte años escribí un texto que se llamaba “Una vida complicada” donde contaba los contratiempos de volver como guerrera de la calle, de la lucha por la vida, a la supuesta paz del hogar, dulce hogar. Y allí decía:

 

“…el marido chista a la hija que lee el texto de Buscaglia y a la gata que maúlla avisando la escapada del gatito. Chista porque quiere escuchar a Pavarotti que canta Santa Luchía, Santa Luchía desde la T.V.. Entonces el hijo (el mío, no el de la gata), me desafía a una partida de ajedrez, y entre Buscaglia, los maullidos, los chistidos y Pavarotti, el muy cretino me come la reina en la segunda jugada y yo tengo ganas de tirar el tablero al patio, porque es una deshonra vergonzante que un mocoso de 10 años me arrase de esa manera. Pero antes de putearlo me acuerdo que Freud no quiere, que Rascovsky me censuraría y además que los niños son templos vivos dice el Evangelio, y finjo indiferencia, porque, como le decía doctor, una es una señora que cuida la imagen, aunque, siendo sincera, al mocoso ya mi imagen le resulta medio deslucida, sobre todo cuando pasan los video-clips de Madonna, y él se queda pegado a la pantalla como si tuviera Poxipol.

            ¡Tenía que venir justo Madonna, porque mire si será complicada mi vida doctor, que de chica, estaba Marilyn, al lado de la cual, cualquiera se sentía desnutrida. Después en la adolescencia, Brigitte Bardot traía medio chiflados a los novios que se pudiera tener, y ahora que soy una señora adulta, esta Madonna lo seduce al hijo de las entrañas, de las neuronas y de la médula de los huesos...porque usted sabe doctor, como los bebés se hacen a expensas de toda la mamá y no solo de sus entrañas, y así la frase “hijo de las entrañas” resulta bastante amarreta”.

 

En aquel tiempo pensaba: “No importa perder puntos al lado de Madonna porque es mi hijo. Y si no se las respuestas a todas sus preguntas, tampoco”. Pero estaba inquieta, y me tranquilicé al decirme: “Al fin soy solo una madre, o sea alguien que apenas sirve para limpiar mocos, ayudar con la tabla del 3 y arropar en la noche con la consigna de que siga cuidándolo el “Angel de la Guarda, dulce compañía….”

 

Pasaron los años.

Vino un tiempo de caminatas por el centro, los domingos a la mañana

Y las salidas con sus amigos, a explorar el parque Urquiza, al lado de la Parábola del sembrador, donde están esos túneles misteriosos.

Un Viernes Santo, lo encontré sentado en el patio, con la espalda apoyada en la pared y gesto taciturno. Me dijo: Estoy aburrido y te estaba llamando con el pensamiento. Nos fuimos a caminar a La Florida, escalamos la barranca y terminamos en el Centro Castilla cual audaces invasores de la propiedad ajena. Fue la primera vez que advertimos que podíamos comunicarnos con la mente.

Después hubo otras, que programábamos para ver cómo nos salía.

Una vez, pusimos día y hora para conectarnos, desde Rosario a Bariloche

Otras veces enviando y recibiendo formas geométricas, en un juego interesante, que tenía mucho de puesta a prueba de nuestra conexión.

A la vuelta de mis viajes siempre había cambios. El más importante fue cuando lo encontré más alto que yo. En mi ausencia, el muy astuto,  había aprovechado para crecer, y al medirnos, sucedió que me había pasado.

Otra, en que le había traído un Ta-te-ti me esperaba enfundado en cuero negro y con Piercings en las cejas y bajo el labio.

Allí advertí que me estaba quedando en el tiempo, y desajustándome de sus realidades.

Pero me las ingenié para recuperar créditos.

Fue cuando vino “La fura de Baus”, que compartimos con su amigo de aventuras. El que ahora está en Alemania. 

Mis amigas tenían miedo, por lo que se contaba de la puesta, acerca de hombres y mujeres siniestros y semidesnudos reptando entre la gente y hablando lenguajes incomprensibles, de paquetes oscuros y misteriosos, con movimiento propio. Se contaba que hacían participar al público y muchos se asustaban, y había corridas y que en caso de ir, había que estar preparado para lo que fuere.  Nosotros fuimos y nos perdimos en medio del gentío del CEC. Y después pudimos comentar esa experiencia extraña, como de inmersión en el inconciente, y comprender  por qué era tan temida.

 (Allí fue donde yo, sudada y desgreñada por los apretujones y las espantadas encontré a una amiga de su padre, toda una dama vestida de riguroso trajecito sastre y con tacones, aterrada contra una de las paredes, tratando de eludir la montonera que nos llevaba y traía, a los que estábamos metidos en el revoltijo, y me encantó estar donde estaba y burlarme de la boluda que no tenía coraje de participar).

Y luego, hace un par de años, seguí ganando créditos cuando fuimos a ver “De la Guarda”.  Allí él estuvo como guardabosque, sin dejarme meter en medio de la acción, dónde llegaba la garúa que salpicaba y donde levantaban a los voluntarios que se animaban a dar una vuelta en trapecio, allá a lo alto y como volando.

Y cuando uno de los chicos que integraban el grupo, circulaba entre el público, desatando estampidas de señoras tímidas, metiéndolas en interacciones bizarras, él se bancó como un duque que yo me abrazara con el provocador.

Ahora es el serio y adulto, que se preocupa cuando en la heladera solo hay medio limón (y exprimido) e insiste para que yo coma las galletitas, latas de atún, cereales y frutos secos que trae, como si temiera que no me fuera a alimentar bien.

Es el que unos veranos atrás me enseñó a andar en bici en el patio, sosteniéndola desde atrás para ayudarme a conservar el equilibrio..

Y el que  tiene paciencia para que yo aprenda a mandar mensajes de texto en ese celular nuevo, que tiene tantas funciones que solo le falta cebar mate, pero que es más complicado que Lacán.

Es el que me estimula a usar el auto nuevo (primero cero kilómetro) honor que yo declino, porque si llego a usarlo, y como cosa del destino ineluctable, le abollaré un guardabarros (como a todos los otros). ¡Y ellos, los varones de la familia, a los que se les juegan tantas cosas con ese chiche, están tan contentos con él, que sería como abollarles el alma!

En fin, él es el que hace tantas cosas que el tiempo siempre le es poco, para todo lo que quiere.

Por eso a  veces se lo ve apurado, impaciente y a las corridas. En un estilo vertiginoso. Con el celular funcionando mientras vive, mientras come, mientras habla conmigo.

Y allí me quedo mirándolo con pocas pulgas, a ver si se da cuenta y me jerarquiza como corresponde.

Lo que me viene pareciendo interesante para mejorar mi comunicación con él, es pedirle que me enseñe a chatear, porque veo que ese modo de vincularse lo utiliza frecuentemente ¿Y no podría ser una vía para que me dé bolilla aunque siga estando tan ocupado?

Y están los amigos, y están las amigas.

Y está su manera de entender el amor, que lo lleva a vínculos diversos que yo no entiendo cuando dice: “son amigas”, porque en mi tiempo la amistad era distinta y no incluía intimidades.

Y esto  me hace pensar algo. Me hace pensar si en ese terreno no seremos opuestos complementarios. Digo, si tal vez por estar anclada yo en una sola y única historia (a pesar de Sting, Brad Pitt y Sabina), es que él elije otro modo y en esa diversidad elude un compromiso que lo capture, como me ha de ver a mí cautiva, por ese modo de vincularme, y le teme como a la peste.

 

Y todavía se mueve con cierta inconciencia.

Cuando ocupa todos los espacios, y podemos enterarnos de que llegó porque hay ropa regada, o la cocina es un caos.

También cuando da por sentado que yo sé algo sin que me lo haya avisado. Y parte del supuesto de que yo sé eso que ignoro, que no me compartió, y aún se asombra de que yo no lo sepa.

Como si en algún punto creyera que aquella posibilidad de comunicarnos mentalmente, que se dio algunas, veces fuera la constante.

Y yo tuviera las dotes adivinatorias que no siempre me salen.

Al fin. como si fuera medio hechicera o medio bruja.

¿Cómo todas las mamás? Septiembre 2008

 

30-Reseña de una mujer

Ella cumplió 80 años, y una de sus hijas (la que se ocupa de jurisprudencia nada menos) le regaló un porro, que era justo, justo, lo que ella quería.

Había dicho claramente que no iba a dejar pasar más sin probar que carajo era lo que se sentía. Que esperaba que su vida no pasara sin tener la experiencia.

Así que el día de la celebración, con críos corriendo  en medio y adolescentes suspicaces, se decidió que no era oportuno encenderlo.

Esperarían a encontrar momento y lugar, lejos de interferencias y sobre todo, sin el peso de dar “malos ejemplos”.

Cuando se pueda, y en mi casa, me lo fumo.

-Vos sola no, le dije alarmada.

Y es que aunque pueda parecer excesiva, mi advertencia no estaba de más.

Y es que ella es tan tempestuosa, arrebatada, impulsiva y desenfrenada que ninguna recomendación de cautela alcanza.

Hay amigas que le dicen que es impresentable. Sobre todo cuando putea. Ella se ríe.

Y hay anécdotas que la pintan entera.

Como cuando una vez, celebrábamos el día de la amistad con las otras Brujas, y ella recibió un llamado de saludo de una mujer que había trabajado en su casa.

Si esta mujer podía recordarla como amiga, es que algo especial, por fuera del estereotipo patrona-empleada se había dado en el vínculo.

Otra vez contó que en el estanque de su jardín, que tiene las plantas más lindas, se había caído una laucha, que se debatía en el agua.

Ella le acercó un palito al que la laucha se subió, y con él la llevó hasta el borde, donde la dejó diciéndole:- Ahora, que la suerte te ayude!

Pero la anécdota más desopilante se remonta a la época en que los fondos de su casa daban con los de un bar. Un bar de dudosa clientela, para decirlo con elegancia. Y que los viernes se ponía más que pesado.

 Una noche de viernes precisamente, se escucharon movimientos y corridas desde los techos vecinos, y del de su lavadero, saltaron al patio dos jóvenes asustados.

Cuando ella escuchó el batifondo, ya estaban frente a la puerta de la cocina pidiendo auxilio: -¡Nos persiguen desde el bar, déjenos esconder por favor…

Ella pensó un momento, respiró hondo y abrió la puerta. Después mientras les decía: -Mocosos de mierda, que solo dan disgustos… llevó a los dos, a empujones  y agitando furiosa el índice en alto hasta la otra salida, para que los chicos en peligro pudieran irse sin ser vistos.

No tuvo en cuenta los riesgos que ella podía estar corriendo, sino que retándolos enérgicamente  por haberse metido en problemas, y con un tono de reconvención muy convincente, los condujo hasta la calle y los salvó de la golpiza.

Los chicos se salvaron de la agresión en el bar, pero no se salvaron de la reprimenda, y ni se les ocurrió retobarse viéndola con tan pocas pulgas.

En el grupo, algunas pensaron que había sido poco precavida al abrir su puerta a los desconocidos.

Yo insistí en que no había otra conducta posible.

Y es que aunque, como les decía, es tan tempestuosa, arrebatada, impulsiva y desenfrenada que ninguna recomendación de cautela alcanza, ella no iba a poder obrar de otra manera.

No sé si me entienden. Mayo 2009

 

31-Segunda vuelta

Me faltó preguntarle algo. Si el porro le había pegado o no. El que había pedido para sus 80, “para no quedarse sin saber que se siente”.

Ya les hablé de ella.

Dice que era feminista antes de saber que era el feminismo.

Por ejemplo cuando la madre tenía que salir y le encargaba que hiciera la merienda para ella y para su hermano ella intuía que había algo que estaba mal. Alguna cosa que chirriaba en el asunto… Así que preparar, preparaba para los dos. Pero escondía la taza y las tostadas del hermano, cada vez en un lugar diferente, para obligarlo, por lo menos, a que se tomara algún trabajo al buscarlas.

Y así siguió, porque cuando se recién casada, el marido le trajo una campera a la que se le había salido un botón, ella tomó rauda el costurero, y le cosió el ojal. Problema resuelto.

Es que entre las clases que tenía que dar, y las cuestiones domésticas su vida era bastante complicada.

Cuando tuvieron  a las chicas la cosa fue vertiginosa. Salía volando a la escuela a dar clases y pasaba saltando las piernas de su vecino adolescente, que sentado en el umbral de su casa de Balcarce al 700, tocaba la guitarra mientras dejaba pasar el tiempo. Y ella, a la que siempre le resultaba escaso y tenía la convicción del valor del esfuerzo y la disciplina, le decía mientras seguía rumbo al cole: -Ay, ay , adonde va a llegar usted, siempre con la guitarrita…El vecino adolescente sentado en el umbral  con la guitarra era Fito. Fito Paez. (*)

Dice que recordando las corridas de la época, le ocurría pasar delante de un taller de bordado. Y veía a través de la ventana al grupo de mujeres sentadas apaciblemente, conversando entre ellas, tomando mate y dedicadas a su tarea. Y pensaba ¡qué buena vida la de estas bordadoras! ¡Qué tranquilas se las ve! ¡Qué felices deben ser!

También contó el otro día, y eso es algo que no escuché decir  a nadie antes, que le hubiera gustado ser guardabarreras, vivir en esas casitas pintorescas, esperando el pasaje de los trenes, y tener tiempo para leer, para hacer palabras cruzadas o escuchar la radio.

Es que como a muchas de las que inauguraron el cambio, trabajar fuera de la casa le traía sus exigencias. Y compaginar lo profesional con lo doméstico implicaba hacer malabarismos.

Como la época en que las mayores eran chiquitas y anticipando lo que se le venía, se quedaba absorta cuando esperaba en la esquina para ir a dar clase, mientras pensaba en cómo organizarse. Cuenta que esa fue la época en que se le escapaban los ómnibus, porque enroscada en sus reflexiones, los venía asomarse y cuando se acordaba y volvía a mirar, ya habían pasado y se le habían ido.

O sea que la cosa de la doble jornada la tiene vivida.

La última vez que resonó a cuestiones que tienen que ver con la lucha de las mujeres fue cuando pasaba por plaza San Martín,

Había un grupo de manifestantes, y mujeres que ante una olla enorme, una olla popular, preparaban algo para todos. Se las veía resueltas y tranquilas. Conversaban entre ellas, parecían contentas sintiendo que hacían algo. Participar, acompañar, acompañarse.

Y las sintió como pares en la lucha.

Contó esto con afecto, con emoción, cuando llegó al bar donde tomamos café. Aunque sabe decir de sí misma que tiene corazón de titanio.

Una vez en que volvía de alguno sus países mágicos, Mele, que la conoce bien, dijo que ella tiene corazón de oro, no de titanio.

Y yo creo que tiene corazón de manteca. Lo creo por buenas razones. Pero no las puedo contar porque son un secreto.  M.C.M. 21-9-09

(*) Como el Goro cuando era profesor de Fontanarrosa en el Politécnico. Y era tan mal alumno, que el Goro le dijo. _Fontanarrosa, usted va a terminar vendiendo choripanes en la cancha de Rosario Central   M.C.M. abril 2009

 

32-Balance de un año especial

1-En Venecia cenábamos en un lindo lugar.

César nuestro compañero más querido, compartía con un grupo de otros pasajeros. Todos teníamos la disposición de acompañarlo y ayudarlo a sortear cualquier dificultad que él  no pudiera resolver. Su espasticidad hacía que fuera más dificultosa su marcha, más lento al hablar, más complicada cada tarea. Pero con simpatía y afabilidad iba llevando adelante paseos y excursiones como todos los otros integrantes del contingente.

Esa noche el mozo pasaba preguntando las bebidas que cada quien de los cuarenta y pico elegía. Unos pedían gaseosas, otros le encargaban vino, algunos cerveza. Pero claro, al no tomar nota por escrito el mozo olvidaba los pedidos, y volvía a preguntar.

Cuando pasó por tercera vez, por lo mismo, por las bebidas de cada uno, miré a César. En complicidad a sus compañeras, hacía en ese momento el gesto del chiste del espástico que recibe de premio un helado, y al querer llevarlo a la boca, se lo aplasta en la frente. El chiste que se hace extensivo a toda equivocación,  lentitud en entender o muestra de estupidez.

Fue un segundo inefable, me quedé colgada de esa, su capacidad para hacer humor burlándose de la torpeza  del  otro. Un espástico, capaz de reírse de sí mismo con el chiste sobre la espasticidad y de ese mozo que no acertaba en su desempeño. Mozo que lento y despistado daba lugar a su comentario mudo pero impecable. Impecable e implacable.


2-Conversaba con Bea. Me comentó el nacimiento de su séptima nieta. La escuché en silencio, recordando su inconsolable duelo.

Como adivinando mis pensamientos ella continuó: Es un acontecimiento a celebrar. Es una fiesta…Nos da tanta alegría, tanta felicidad…  solo por el hecho de nacer esta niñita nos trae una fuerza, como de un caudal maravilloso.

Lo dice ella y debo creerle. Porque uno de sus hijos murió recientemente, y a pesar de ese dolor, ella  puede bendecir a la vida.

Me conmueve su grandeza, el que pese a lo inconmensurable de su pena, pueda hacer ésta opción. Hay una lección implícita en sus palabras.


3-Claudia me preguntó si estoy escribiendo sobre en algún tema. Le cuento que trato de establecer relaciones entre Holocausto y Dictadura. Le comento que me fue muy útil un documental de Bernardo Kononovich, en el que filma entrevistas con víctimas de la Dictadura y sobrevivientes de los campos. Le digo que, para mí, el testimonio más fuerte fue el de una mujer griega residente en Buenos Aires.

 -En él, ella relata que casi adolescente fue prisionera, y junto con sus padres y su hermano trasladada a Auschwitz. Del mismo ya sabía que se entraba por los portones y se salía por las chimeneas, como humo de los crematorios. Al tiempo de estar, a través de un alambrado, pudo hablar con su hermano que le confirmó lo que suponía: sus padres ya no estaban. El hermano fue imperativo “¡No llores!”. Y ella secó sus lágrimas y no volvió a llorar, hasta el día de la liberación.

Ese día lo hizo en un grito sin medida, por todo lo acallado, y según cuenta, sin parar por horas. Y siguió llorando por años y años.

-¿Hasta cuando?- preguntó el entrevistador en esa secuencia del film.

Y ella respondió: -Seguí llorando hasta que nació mi hija, para poder escucharla a ella cuando llamaba--

Hasta aquí el comentario con el que respondí a  la pregunta de Claudia. Pero sucedió algo sorprendente, impensado, conmovedor.  Ella quedó callada un momento y dijo:

-Conozco a esa mujer griega, es la madre de Linda, la esposa de mi hermano. Es una mujer anciana, muy vital, ahora los hijos de mi hermano están estudiando en Buenos Aires y la visitan con frecuencia.

Linda nunca quiso hablar del tema de la experiencia de su mamá, antes de que ella naciera, pero forma parte de la historia familiar. Y Linda fue la bebé por la que su madre dejó de llorar.

Esto contó Claudia. Recordé entonces que conozco a Linda, hemos intercambiado algunos diálogos, en Bariloche donde ella vivía, en oportunidad de un viaje  y también una vez que vinieron a Rosario. Pero no la sabía protagonista de esta historia hasta esa tarde, la del relato que trajo Claudia.

Esos chicos, sobrinos de Claudia que es prima segunda llevan el mismo apellido que mis hijos.


4-El 12 de agosto nuestra perra, Huan, embarazada de otro hermoso ejemplar de dogo argentino, se refugió en la cama de Pablo para tener al primero de los 7 cachorritos que iría pariendo con intervalos hasta esa medianoche. Vimos nacer a varios, el que abrió camino fue el del nacimiento más laborioso. Con Vanesa acompañamos a Huan que fue valiente.

Eran como larvas al nacer y reptaban hacia la madre.

Ella los lamía incansablemente a cada uno de ellos hasta que quedaban limpios, y los cobijaba entre las patas mientras se prendían a mamar

Los vimos ir creciendo en el día a día. Huan se comportó como una madre solícita y nos quedamos con una de las bebés, que Pablo llamó Luthien, tomando el nombre del Silmarillión.

Huan con la maternidad pasó a ser aún más dama de lo que solía ser y Luthién, ahora adolescente sigue juguetona y consentida como corresponde.

Yo resistí hace años, como gato panza arriba (y valga la comparación) el propósito de Pablo de traer un perro a casa. Ante los hechos consumados terminé aceptándola. Luego resistí la idea de que tuviera cachorros, pero debo confesar que el embarazo de Huan, su parto y la crianza de los bebés constituyen una de las grandes experiencias de este año, y diría una de las grandes experiencias de mi vida. Al fin, esta vez, Pablo tenía razón, porque la alegría incondicional que un perro/a da, por el solo hecho de recibirnos siempre como si valiésemos la pena, compensa afanes y trabajos. 


5-Recibo un mensaje en el celular. Es Andrea que escribe que me extraña. Andrea es una hija que se adoptó como tal, hace varios años, cuando  vino a Rosario y quedó viviendo en casa. Una hija que ahora se mudó al centro, por lo que no nos vemos con la misma frecuencia.

Le comento el mensaje de Andrea a ella. Ella está a mi lado Y le digo que quien lo envía es una huérfana, que lo es desde pequeñita, lo cual explica el vínculo que creó con nosotros, su apego y afecto. Como corolario planteo: -¿Sabés lo que debe ser  haberte sentido huérfana desde chica?

Cuando me responde categóricamente: -No, la verdad es que no…, recién advierto la paradoja en que la he metido. En que nos he metido a ambas. Porque ella cuida de su madre anciana desde hace años. Todas sus horas están afectadas y comprometidas en ese vínculo complejo y absorbente. Lo que menos sabe ella es de orfandad. Hay allí una sobreabundancia de madre como centro de su vida, que surge del afecto y la gratitud, pero que ordena todos sus tiempos, todos sus movimientos, todos sus proyectos, en función a la asistencia de esa madre omnipresente a la que permanecerá ligada de modo indeclinable. El centro de sí misma está ligado a esa otra vida, la de su madre, que ahora depende de ella, de modo tan total como pudiera pensarse. No hay vacío allí, hubo una madre que crió a sus hijos y ahora una hija se convierte en madre de su madre, para protegerla en su fragilidad, y cerrar el ciclo de recíprocos cuidados en donde no cabe la orfandad.


6-Iba en el colectivo hacia el centro.

En una esquina ascendió un ciego con su correspondiente bastón blanco, que pidió el asiento a la persona que ocupaba el primero.

Una joven de la otra hilera se levantó rápidamente para dejarle el suyo. Pero el ciego insistió, en que se levantase y se lo cediera, a la persona  que ocupaba el asiento reservado a discapacitados.

Todos observamos que trabajosamente, una señora con dos bastones se levantó y cedió al ciego el lugar que ocupaba, sin decirle nada.

Así que el ciego no llegó a enterarse de lo que había sucedido.


7-Algo me afecta. Es un film de Subiela, “Nunca mires hacia abajo”.  Su protagonista, un joven que tiene un encuentro con una mujer mayor que él, vive una experiencia singular. De la mano de su maestra en erotismo, descubre que en la culminación del encuentro sexual, puede tener visiones como si se transportara a otros lugares. A otras geografías. Como si el orgasmo potenciara en él capacidades desconocidas.

Recuerdo el fenómeno de la cenestesia, que permite vincular datos de diferentes sentidos. Capacidad que posibilitan algunas experiencias intensísimas y que algunas drogas potencian. Con la cenestesia se  fusionan datos de diferentes fuentes sensoriales para llegar a ver la música como formas ondulantes,  o registrar colores en las caricias recibidas en la piel, es decir sumar impresiones visuales a sensaciones táctiles. O ante un sonido estridente, percibir un gusto o una fragancia.

¿Y si este fenómeno que creía inusual no lo fuera tanto? ¿Y si lo que había desestimado fuera un caudal sensorial valioso e inexplorado?


8-Y siguiendo con el tema de la sexualidad y el erotismo vale hacer referencia a lo que tuvo que ver con mis hijos.

Pablo me preguntó una vez: -¿A qué edad tuviste orgasmo?

Nadie, nunca, jamás se atrevió a tanto. Por supuesto, mentí. No podía decirle muy temprano para no parecerle demasiado suelta y perder autoridad moral. Y no podía tampoco decirle muy tarde para no resultarle temerosa y reprimida y perder créditos.

Este año fue Anahí la que me sorprendió. Al plantearle que tenía unas fotos de desnudos en la compu y si se animaba a mirarlos, me preguntó:     -¿De vos?

Yo la miré con la expresión del Guille diciendo ¡Pod favod! Cuando Mafalda le pregunta al padre si probó drogas.

Pero pensándolo bien, ese fue un gran momento del año, porque si Anahí puede llegar a pensar que yo hago desnudos fotográficos es que me tiene muy jerarquizada después de todo…

(Las fotos en la compu eran unos saludos humorísticos mis cuatro primos, saludando alegremente vestidos de Adán, es decir cubiertos solo en lo imprescindibles, y en vez de hoja de parra, con los globitos y guirnaldas navideñas. Es decir,  desvestidos y descalzos en el resto)

Están tan lindos que les digo que voy a hacer posters con las fotos para mostrar a mis amigos.


9-Visito en Buenos Aires a mis primos.  Sí, a los de las fotos. Una de sus amigas nos invita a una función de Teatro Ciego.

Sus hijos, que son músicos tienen un conjunto que hace folklore y ritmos latinoamericanos.

Sabemos por comentarios que será una experiencia inusual. Llegamos con anticipación y esperamos con otros asistentes.

Cuando llega el momento nos formamos en hileras, tomados de los hombros de la persona que esta adelante. Entramos en grupos de ocho a un recinto guiados por alguien que nos conduce en medio de la más absoluta oscuridad. Nos acompaña hasta que cada uno está situado en su asiento.

Pronto empieza la música. Se despliegan con toda potencia en esa oscuridad envolvente, en la que ni el más mínimo haz de luz se cuela.

Registro cada nota, cada sonido. Las vibraciones nos llegan en oleadas y las percibo con todo el cuerpo, Las yemas de los dedos apoyadas en la falda son como otros órganos que escuchan tonos e intensidades.

En un momento pareciera que relámpagos surcan el espacio y al unísono con una canción alusiva, registramos una lluviecita que cae sobre nosotros, apenas perceptible, por unos segundos. La idea de tormenta se completa. Hay aromas que nos atraviesan.

Recordando la niñez, los integrantes del conjunto hacen mención de sus juegos

Y podemos oír a una pelota rebotar en torno, y el timbre de una bicicleta que se desplaza, viene de lejos, se acerca y después se va.

En una de las últimas canciones una luna enorme y anaranjada aparece en el fondo.

Para la composición del final se encienden las luces y podemos ver a los chicos, el puñado de músicos que nos crearon la ilusión de espacios y de imágenes con su música.

Me sorprende un dato: en la oscuridad, creía que los músicos estaban en una plataforma, más altos y a unos metros.

Pero al encenderse los vemos a nuestra altura y tan cerca que extendiendo la mano los alcanzaríamos.

Todos, los asistentes a ese Teatro Ciego y quienes lo hacen podemos ver con nuestros ojos. Pero con esa experiencia utilizando los otros sentidos hemos enriquecido nuestra experiencia.

Nos invitan a bailar. Corremos las sillas y todos participamos con alegría, de ésta, que fue una función diferente

.

10-Marta me invita a compartir un premio que recibió en la cena del Colegio de Arquitectos: un día de SPA en Ros Tower, el hotel con todas las estrellas. Es la primera vez que resulta premiada y está llena de entusiasmo.

No obstante a ambas el lugar nos suscita todas las contradicciones  que pudieran pensarse, precisamente por lo que ese lugar representa.

La oferta implica un día en ese ámbito suntuoso, con acceso a la pileta y  a todos los servicios, almuerzo incluido.

Eso en cuanto a lo específico. También, al mismo tiempo,  es la oportunidad  de compartir con Marta un tiempo extenso de diálogo y trabajo sin interferencias. Y eso es importante. Acepto y parto ese día al hotel por la mañana, con traje de baño nuevo y mil dudas.

Nos reciben con gentileza y nos muestran el programa del día. Tenemos una clase de gimnasia acuática, una sesión de masaje. La piscina y el jaccuzi, en la terraza están disponibles durante todo el día y hasta las 9 de la noche. La vista de Rosario es bella e impresionante desde esa altura.

También  tenemos sesiones de ducha escocesa, de sauna seco y de sauna húmedo.

Qué subrayo de la experiencia? En primer lugar el comentario de la masajista, que refiriéndose a la Índole de su tarea se mostró entusiasta. Ama lo que hace y hace lo que ama.

No obstante, por las características de los usuarios, de la gente que allí recibe un masaje, se refirió a estar acostumbrada a trabajar adaptando sus expectativas  a las Barbies y los Kent. Pude intuir lo que quería decir, pero no pedí explicaciones.

La profesora de la clase de gimnasia en el agua, parecía más identificada con las características de los pasajeros. En un descanso relató que había contado sus labiales y tenía 43. Debo confesar que nunca, hasta ese día había conocido a alguien que tuviera tal cantidad. (Si exceptúo un número igual de inverosímil de zapatos de la periodista de “Sex and the city”).

Y lo definitivo para posicionarme fue el chiste (¿?) que una de las mujeres en la pileta contaba a otra y que yo escuché sin festejar.

“Según la teoría de la evolución de Darwin, primero habían sido los anfibios, después los reptiles. Más tarde los mamíferos que se fueron perfeccionando hasta alcanzar en la escala zoológica a los grandes monos.  De ellos se evolucionó al cromagnon. De allí al epitecantropus y al neanderthal en sucesión. Luego se evolucionó a Evo Morales y la culminación llega en Hugo Chavez”.

Tengo mis reservas con Evo (“Evo sin Eva” critican las feministas, entre ellas María Galindo, para referirse al machismo del mandatario)  y no me cabe lo teatral de Chavez (como tampoco lo payasesco en Berlusconi). Para mí los mandatarios debieran asumir con digna reserva el uso de la palabra, con cuidado especialmente minucioso léxico, tonos y gestos. Pero tal vez es porque en eso soy anticuada.

Lo digo para despejar dudas. Pero sí sentí que la  inclusión de Evo y Chavez, ambos en una historia como la relatada, me punzaba como un estilete. Y que siendo referentes de la lucha latinoamericana, el chiste oído sin querer queriendo, terminó de convencerme de que ese hotel, esa pileta no eran para mí.

Ese fue el momento en que me pregunté algo que ya venía esbozándose : ¿Qué hace una chica como yo en un lugar como éste?

M.C.M. 2010

 

33-Ella andaba por los andamios

Y como a la miopía se le había sumado en el último tiempo la presbicia, ella renegaba con los bifocales, mientras planeaba alguna solución.

No podía dejar de andar por los andamios por su profesión, no podía dejar de subir y bajar escaleras precarias, y tampoco dejar de atravesar en lo alto tablones de destino incierto. Así que la cirugía podía llegar como solución. Cuando la estaba decidiendo, Darío con su bonhomía habitual, la estimuló diciendo no sé qué cosas acerca de bastones blancos y perros lazarillos.

La cirugía fue exitosa así que al poco tiempo nuestra arquitecta volvió andar por los aires y moverse con mucho donaire.

Por eso resultó tan, pero tan, pero tan absurdo que cuando ya se movía segura sin los bifocales, limpiando un vidriecito de mierda en la sacrosanta paz del hogar, dulce hogar. se viniera en banda, con los resultados que son de prever. Malos pero no tan malos, porque como todos dicen sabios y concienzudos: “Hubiera podido ser peor”.

La rodilla atada con alambre como en la canción de Ignacio Copani, que sabe mucho de la idiosincrasia nacional. La mano en cabestrillo como corresponde en estos casos.

Y también, provisoriamente, durante la convalescencia, la silla de ruedas, pasando a formar parte de su cotidiano.

Como en la cancha es que se ven los pingos, allí estuvieron todos, pero él, más.

Con la sagacidad de los silenciosos que traen las soluciones cuando es necesario, tomó en alquiler el departamento con ascensor que utilizarían en este tiempo de convalecencia. Provisoriamente dejaban la bella casa del vidriecito de mierda y de los dos pisos de escaleras.

Un departamento pequeño, con ascensor que facilitaba las salidas para consultas y tratamientos. Y sobre todo, que estaba enfrente de la plaza del romance.  La habían frecuentado de novios, cuando se busca el silencio y la oscuridad cómplices para el acercamiento del que se sale con el pulso agitado, rojos y con sofocones.

Pero bueh! Esta vez llegaron a la plaza con sol, donde había mamás con sus bebés en cochecito, niñitos jugando, perros de diverso pelaje correteando, adolescentes tomando cerveza y viejitos tomando aire.

Y ellos dos,  se dieron cuenta de que si bien la plaza es la misma de los tiempos de noviazgo, ella en la silla empujada por él, jodiendo sobre lisiaditos y otras yerbas, digo, esa plaza no daba para la remembranza de libidos desbordantes de otra hora.

Pero ya que el paseo no daba no para romance,  para lo que si daba era para tomarse en solfa los contrastes. Y eso sí que ya fue mucho!

M.C.M. septiembre 2010

 

34-Encuentro con las de entonces

Eran los primeros 70.

Era un grupo que  seguía mis clases cuando nos trasladamos a la Facultad de Humanidades.

La carrera  era Periodismo, más tarde se llamaría Comunicación Social.

Como mi materia era optativa, yo tenía la alegría y la certeza de que estaban las que querían estar, más allá de burocracias…

Como nos mudamos a mitad de año, en Humanidades a veces no había aulas. Pero como el frío ya no era un impedimento, a veces dábamos clases en el patio.

Recuerdo al pequeño grupo, al atardecer sobre uno de los bancos. El mismo patio donde años atrás empezara mi historia con él, cuando éramos estudiantes.

Pero ahora, él y yo éramos profesores.

Y estas nuestras alumnas, las confiables, las que estaban cerca, las que estaban siempre: Elba, Raquel, Norma.

Las que tenían el entusiasmo y la perseverancia. Después vendrían los años oscuros, los años de plomo, pero todavía…Dejamos de vernos cuando terminaron las clases.

Elba fue la primera en tener una niña, me llegó la noticia y recuerdo la emoción y un enterito gris minúsculo.

 La vida siguió ¿por cuánto tiempo?

A veces nos cruzábamos, y venía el relato de lo sucedido en cada historia: hijos, amores, trabajos y trajines

Y este agosto volvimos a reunirnos. Elba cumplía años y nos reunía. Celebraba con alegría su vida, sus hijos, sus amigos de entonces y de ahora.

Y en el salón nos encontramos: Elba desde el esplendor de la vida vivida sin retaceos, con su niña seria convertida en reciente mamá. (Que como todas las hijas ejerce la prudencia y la censura y no le dejó llevar el strapless de color salmón que ella hubiera elegido, porque es muy seria y muy formal).

No importa Elba, igual estabas muy bella cuando te veía bailar incansable.

Y estuvo Raquel, la del diario que lleva adelante con toda su fuerza , y que ya es un referente en la prensa que refleja su empeño y su talento. Raquel que trajo los chocolates  preparados como souvenires en forma de corazón y con envoltura de celofán. Tenía la misma sonrisa de sus 20 años y el orgullo de acompañarse con su hijo bienamado. El Hijo que la llevó a elegirse a sí misma como madre desde el deseo, el entusiasmo y la generosidad. Hijo que entró a formar parte de su vida cuando era apenas una brizna, y que hoy, todo sonrisas (como su mamá)  es un despliegue de vitalidad, simpatía e inteligencia.

Y estuvo la dulce Norma, gestora de mi única experiencia, cuando tenía un programa en Radio Nacional. Con el compañero con que comparte  la vida, la crianza de sus niños, las lecturas y los proyectos.

Que como todas nosotras, armó su historia para que fructificara en lo que es hoy.

Como Raquel, como Elba. Para que pudiéramos compartir desde la alegría esta celebración. A pesar del tiempo, a pesar delos años estuvimos allí, como entonces.

Y valió la pena. Nos hizo recuperar aquellos momentos, cuando nos preguntábamos cómo sería lo que vendría luego. Lo que iría componiendo nuestros días para darles significado.

Ahora, un poco (solo un poco) más sabias, podemos decirnos que sí, que tuvo sentido.

M.C.M. agosto 2010

 

35-La amiga de mi hija

17/06/10 

Los primeros recuerdos que tengo son de la época en que iban a Jardín de Infantes en la Escuela Magdalena Güemes. Mi hija y ella estaban juntas a la Salita Verde. Licena ya era linda, rubia, menuda y grácil. Y se había prendado de un gordito insignificante llamado Nicolás. Esperaba que él se diera cuenta y le retribuyera su interés. Como tuvo poco éxito, una tarde decidió ser más expeditiva: tomó la escoba de la portera y lo corrió a escobazos para convencerlo de que la amara, pero fracasó. Dijo resignada: -Bueno, pero al menos hice lo que pude.

Siguieron las clases y llegó fin de curso. Recibieron un Diploma de Egresadas. El primero.

Como habían programado compartir tiempo en las vacaciones las llevamos a la pileta del club. Recuerdo ese primer día. Tomamos sol y nos bañamos. Anahí tenía la piel más morena y más curtida. La de Licena era de un blanco transparente. Al volver, era roja tirando a salmón. Y yo me quería cortar las venas con un kinoto. Su madre fue comprensiva y no hubo reproches. Creo que porque era una mujer sabia.

Tiempo después planearon que una noche se quedara a dormir en casa. Jugaron y charlaron hasta tarde.

Esa madrugada escuché ruidos en el comedor y cuando me asomé, la vi muy vestidita y compuesta, con la cartera sobre las rodillas, esperando que amaneciera y pudiéramos llevarla. No hay duda que pese al episodio de los escobazos, ya de chiquita era toda una dama.

Después estuvieron juntas en la Escuela Pestalozzi y empezaron a crecer.

Cuando llegó el tiempo de la secundaria, se habían puesto de acuerdo en inscribirse en la misma escuela. Su padre consiguió incluirla en el mismo curso y volvieron a compartir espacios. Siguieron creciendo con velocidad irrespetuosa.

Yo había empezado a quererla desde antes, pero una noche en que nosotros salíamos por un compromiso fuera de casa,  y Anahí tenía su primera cita, fue ella la que quedó acompañando a mi mamá, a quien ella también empezó a llamar  abuela. Esa noche fue definitoria en el lugar que ocuparía.

 

Ya de más chica, ella había planteado la posibilidad de consultar a un sacerdote, para ver si dándoles una bendición, ellas tan amigas, no podrían pasar a ser primas, un grado más fuerte de unión.

También planeaban entonces que cuando fueran mayores podrían vivir juntas.

Y eso sucedió. Sucedió muchos años después, en este tiempo en que ella alojó  y guardó a Anahí en su casa como si fueran primas, como si fueran hermanas.

 

Por esa razón, porque se del afecto que la une a mi hija.

Porque los golpes de la vida se le presentaron a ella demasiado pronto e inapelables. 

Porque cuando la muerte de su papá asumió responsabilidades en los trámites, ritos y ceremonias como una adulta, desde una entereza que sobrepasaba sus 14 años.

Porque cuando la radioterapia de su mamá, ella era la única con acceso a la habitación y encargada de acompañarla. Y solamente tenía 17 años.

Por su valentía, que yo admiraba, y por su generosidad en estos días, es que sigue ocupando ese lugar ganado desde niña.

 Me quedó una charla pendiente con su mamá, que partió de pronto, antes de que pudiéramos tenerla. Y era una explicación que yo le debía, respecto al por qué, yo me había retraído en ese tiempo amargo . Después de haber compartido tanto, no pude sostener el encuentro en ese tiempo, que resultó ser el último.

Al hablar de mi deuda  esa mujer sabia, me había liberado de mi preocupación con una frase medio en broma pero verdadera: "No te apenes, que andando el carro, se acomodan los melones. Ya charlaremos alguna vez". No hubo oportunidad, porque se fue sin avisar.

 Y cuando hice referencia al tema, también ella, la amiga de mi hija, digna hija de su madre, sonrió apenas, y dio por saldado el tema. Se ve que porque han sido así: realmente unas auténticas damas. Junio 2010

 

36-Mirar y ver. La historia.

Empezó hace tantos años.

Cuando Pablo era bebé me pareció que bizqueaba, así que pedí consulta con el Doctor G. que lo examinó y me dijo: -Los ojos están bien, lo que está mal es la cara, tiene el tabique muy ancho, así cuando mira a la derecha, se esconde el ojo izquierdo, y cuando mira a la izquierda se esconde el ojo derecho. A medida que crezca y se le alargue la cara, ese aparente efecto de bizquera va a desaparecer.

A continuación trajo la foto de un grupo familiar y me señaló un niño, y dijo: _Mire, a mi hijo le pasa lo mismo que al suyo. Efectivamente, el niño de la foto también daba la misma impresión. Me fui tranquila, sintiendo que ese doctor era muy sabio.

Mucho tiempo después, cuando Pablo tenía unos 15 años, necesitó una consulta y volvimos a esa clínica donde lo atendió esta vez, un joven Doctor G., que yo presumí que podía ser aquel de la vieja fotografía. También tenía sobre el escritorio un portarretratos del grupo familiar.

Dos años después, en una consulta por cambio de cristales, sucedió que la cosa se había complicado.

Pablo trajo el diagnóstico. El Doctor G. dijo que tengo que hacer unos exámenes. Parece que tengo glaucoma.

El Doctor G.  no supo el lugar que ocupó en nuestra historia cuando Pablo comentó la noticia. A mí se me cayeron las medias y el alma. Hablé por teléfono para saber si había escuchado bien. Luego esa presunción se confirmaría y tuvimos la certeza. Cuando fui a hablar personalmente. me dijo que se trataba de un cuadro de evolución lenta, pero  progresivo e irreversible, si nos dejábamos estar. Empezó el tratamiento convencional. Cuando le hablamos de una terapia alternativa, no la apoyó. Eludió pronunciarse sobre experiencias que nos ponían en el borde…. Igual  apostamos. A todo lo posible.

Después fui yo a consulta.

Hace tres años me dijo: cataratas incipientes. Hace dos enunció: definitivamente cataratas. Y me indicó bifocales hasta que me decidiera

Este año, al examinarme dijo: Ya estás en grado 3 y además hay un principio de glaucoma. Está excavado el nervio del ojo izquierdo, así que veremos cómo tratarlo, después de salir de esto. Como soy una dama el “Que lo parió” como Inodoro Pereira prócer, lo dije despacito pero con dignidad.

Y ahora llega el momento de decidir mi cirugía. Primero el ojo izquierdo. ¿Cómo será la visión de uno y otro cuando aún no haya sido operado el derecho?

Veré los colores más brillantes dicen. No me enceguecerá  el sol, cuentan. No habrá más nubes obturando la mirada.

La falta de visión no se advierte  sino por el contraste,   al ver diferente mirando el mundo después.  Conozco un play boy que se pudo ver las arrugas después de una cirugía y reprochó a su hija que no le hubiera contado de ellas.

A mí misma me sucedió a los 12 años que eran más lindas aquellas estrellas de antes de los lentes, luego las vería más pequeñas y nítidas. Pero las estrellas,  entonces y ahora, son más grandes y  hermosas sin anteojos. 

Será una visión diferente, pero no necesariamente más bello lo que registre cuando, después de la cirugía, pueda mirar sin cataratas,

Y la palabra “cataratas” tiene una historia en la familia. La rechazó mi madre, cuando dijo  “que ella no tenía cataratas, porque eso era cosa de viejos” (tenía ochentaypico), aunque aceptó el diagnóstico más fino de “opacidad del cristalino”.  Si bien, para ella eran “unas nubes de porquería que no me dejan ver bien”.

Y había decidido afrontarlas mi hermano antes de partir, pero una mala jugada del corazón lo dejó sin tiempo.

¿Y cómo será para mí esta jugada? Aquí sí que vale la expresión : Ya veremos.

Ya veremos. Lo que no quiero olvidarme es preguntarle al Doctor G., si por casualidad no es el niño de la foto.

M.C.M.  septiembre 2010

 

37-Subsuelo de sala 7

a los integrantes del equipo de salud que pusieron su saber su disposición  y su solidaridad

1er tiempo

Ella comentó que en el taller que la Universidad implementó para los estudiantes haitianos, había un chico que lloraba y lloraba. Se acercó, le dio un pañuelo y después le apoyó una mano en el hombro, pero cuando vino un amigo, lo dejó con él.

Y allí empezó a preguntarse si había estado bien, si su gesto había sido oportuno. Porque ellos vienen de otra historia y otra cultura, otros modos de encuentro. No sabía si era lo esperable. Porque tienen otras costumbres.

No nombran la muerte a menos que estén cerca. Pero en este caso…tal vez  no iban a estar cerca los que le pudieran dar noticias de los padres y hermanos  que quedaron allá, bajo los escombros.

Los chicos debían seguir esperando hasta que las dudas pudieran despejarse, para congratularse con la sobrevivencia de los amados distantes o iniciar el penoso duelo.

Yo la escuchaba con atención, porque era la primera vez que hablaba del asunto. Su padre dijo: “- Bueno, basta de cuestiones de trabajo”. Pero no estábamos hablando de trabajo sino de cómo ella se había topado con el dolor inconmensurable y como había respondido.

Y recordé la máxima, que nos indicaba medio en serio, medio en broma: “El médico debe tocar pero no puede sentir. El psicólogo debe sentir, pero no puede tocar”.

Allí estaba el por qué de la pregunta que se formuló a sí misma. Pregunta que llegó después del gesto. Pregunta que engarza en su disposición a trabajar con cuidado y poniendo su resonancia en el centro de las apalabras y la acción.

Y me acordé de que a pesar de sus dos kilos al nacer yo intuí que era muy fuerte.

Y también de lo impecable de su guardapolvo de primer grado, aunque fuera un poco grande.

Y de mi estoicismo cuando estuve en la Facultad para fotografiar el enchastre de harina, huevos, yerba y coca cola el día de su graduación.

Y de la firmeza de sus decisiones, que para los ambiguos como yo, resulta sorprendente.

 

2do tiempo

Desde el balcón mirábamos el festival. “Por suerte hay más gente esta segunda noche. ¿Sabés que para el primer taller nos dieron el aula de ginecología? Así que sobre las vitrinas y bibliotecas, había piezas de yeso, o resina, réplicas anatómicas. Eran de mujeres, desde el abdomen y con los genitales entre las piernas abiertas. En ellas enseñan las maniobras de la especialidad a los estudiantes. Y nosotros, los de psicología, trabajando con los pibes en ese escenario…parecía Almodovar.

Entonces les dijimos que se pusieran media pila y para las otras reuniones nos dieron la sala del Consejo Directivo de la Facultad. Es el salón que está sobre el hall de entrada. Y allí teníamos muebles hermosos, el piso encerado, todo impecable, todo perfecto.

Después del trabajo grupal,  los chicos  podían tener entrevistas privadas. Yo vi a uno, era cuando recién llegaban noticias y estaba tan angustiado…

Hasta que se fueron organizando, viendo cómo van a seguir sus vidas…Dónde vivir, en qué trabajar y con este festival, ya se fueron ordenando. Han pasado 40 días desde el terremoto”.

 

3er tiempo

Nos metemos entre la gente. Desde los micrófonos la locutora dice que hay cerca de 4.000 personas.

Pienso que soy la única adulta, hasta que veo a un mozo de bigotes que lleva una bandeja en alto. Se suceden las bandas. Hay parejas, gente en grupos, gente suelta y padres jóvenes con sus bebés en cochecito.

En el escenario las palabras. Hablan el Decano, alguien del Centro de Estudiantes, Raquel en representación de los estudiantes haitianos. Es este Festival la única actividad organizada a nivel nacional para recaudar fondos, que tenga esta envergadura.

Me gusta el himno de Haití. Es bello. Siguen los músicos sus largo rato.

 

4to tiempo

De vuelta en el departamento escucho las interpretaciones de los últimos grupos: Vudú, Cielo Raso y Los Vándalos.

Me parece que me resuena más Cielo Raso, pero no escucho hasta el final porque me duermo.

Un poco después, en un lugar del edificio, en un piso más alto, hay percusión y voces. Un haitiano habla con su particular acento y está llevando el ritmo con golpecitos. Creo que les está enseñando algo a las chicas con que se acompaña. Conversan y ríen y me alegra escucharlos.

Cuando vuelvo a despertarme ya está todo en silencio.

 

M.C.M.  Febrero de 2010

 

38--Carlos, Carli, Marcos

Carlos

Mi hermano de la niñez supo llevarme una noche a la casa de un amigo. Lo fantástico fue que me llevó, con mi familia de muñecas, en un carrito enganchado a su triciclo. No por la vereda sino por el medio de la calle. Es uno de los más  hermosos recuerdos el que conservo  de ese paseo. Los faros de los autos iluminando y nosotros en la aventura de transitar entre los vehículos, por la calzada y como intrépidos viajeros. Fuimos por calle Alsina, desde Córdoba hasta Mendoza. El pedaleaba adelante y yo miraba el paisaje, como desde una carroza descapotada, abrazada a mis muñecas. El tendría once años y yo cuatro.

Ese paseo quedó grabado como uno de los más bellos de mi vida, tal vez por el sentimiento de transgresión de ir por la calle, sobre un empedrado reservado a vehículos más grandes e imponentes.

Otro de mis recuerdos, me remite a un tiempo en que el teléfono era inusual. En el barrio, solo tenía el almacén de la esquina, y fue de epopeya que él se ingeniara para fabricar uno muy original. Y para hablar solamente entre nosotros dos. Lo hizo con la larga manguera de lavar el patio, y en los extremos dos tapas del polvo Coty robados a mi mamá. Uno de ellos quedaba con él, en el altillo que era su habitación. Pero sacando la manguera por la ventana, y llevándola a lo largo de la escalera y atravesando el patio, quedaba justo. Justo delante del comedor, que era donde yo dormía entonces. Luego hizo que entrara el otro extremo a través de la persiana de la habitación donde yo esperaba. Toda la maniobra era (como fuera el paseo en triciclo) secreta y destinada a ver si el invento funcionaba. Lo pusimos a prueba una noche y el teléfono estuvo destinado a la lectura de cuentos. El primero fue Alicia en el país de las maravillas.

Cuando mi vieja necesitó la manguera para fines más prosaicos, se desbarató la lectura nocturna.

También supo fabricar un teatro de títeres con una caja de zapatos y figuras de cartulina dibujadas por él. Pero me asusté tanto de la bruja malvada de nariz ganchuda que amenazaba a Blanca Nieves, que terminó recortándole la nariz y la joroba y transformándola en buena, para calmarme.

Cuando crecí y estaba por casarme, fue mi hermano el  que compró los antibióticos cuando  estuve enferma. Ya era otra época. En ese tiempo no tenía Obra Social, y estábamos en la lona pues, con A., habíamos gastado todos nuestros ahorros en la compra del primer departamento.(Mi médica era  Eneri , amiga cercana, y los análisis necesarios para ver el curso de la enfermedad los hacía Deoly, otra amiga. Ambas me cuidaban por el vínculo previo. Y él me cuidaba porque era mi hermano)

Y en la madurez, muchos años más tarde, fue mi hermano el que, detallista como pocos, corrigió lo formal de la presentación de mi tesis de post grado para que no tuviera ninguna falla, y fuera a la evaluación del  jurado como escrito impecable. No me acuerdo si se lo agradecí.

Pintó en un óleo, un retrato a mi hija, como había hecho con algunas personas amadas. ¿Fue su último retrato?  Anahí esta sobre un fondo de flores y mirando al frente. Es una bella imagen en donde el parecido es patente en la mirada. Estaba orgulloso de haber logrado.

Carli

Nació como mi primer sobrino, y vino a conmover cierta certeza: yo dejaba de ser la menor. No me lo prestaban mucho. Al menos, no tanto como yo deseaba.

El primer encuentro que tuvo con A. fue memorable. El debió intuir que ese intruso venía a perturbar nuestra relación de tía primeriza con sobrino mimado, a interferirla, tal vez a  funcionar como un obstáculo. Tendría tres años. Además había nacido su hermana. Lo cierto es que desde donde estaba en el extremo del patio, lejos, tomó impulso y fue directo a darle un cabezazo en cierta zona sensible.

Después se hicieron amigos. Cuando creció lo fuimos incluyendo en salidas y paseos. El recuerda los domingos en San Lorenzo, donde jugaba con el arco y la catapulta que le fabricaba A. en el taller de carpintería de su padre. Disfrutaba y por eso nos alegraba llevarlos cuando visitábamos la casa.

También ahora refiere las conversaciones con nosotros, que formaban parte de sus aprendizajes: libros, música, alguna salida al cine. Sabía dibujar paisajes desérticos que me obsequiaba. Eran estampas de lugares quietos y vacíos, y que luego de muchos años encontró mágicamente  en Barriales, en San Juan, donde anheló, aún anhela vivir. Adonde vuelve cada vez que puede y adonde insiste en llevarnos, como al lugar más hermoso del mundo.

Luego, con la adolescencia lo perdí de vista y ahora compartimos desde otro lugar. Me ha pedido que guarde en mi compu sus escritos, honor al que accedí de inmediato.

Y por alguna misteriosa razón, él, mi hijo y su hijo Marcos componen un trío exótico

Marcos

¿Su talento para la plástica le viene por designios de la herencia? Como su abuelo, como su padre, como su primo (mi hijo) una creatividad y destreza que pone en juego, sin esfuerzo.

Anahí  sabe decir que es un talento de los hombres de la familia que nos soslaya a las mujeres.  Creo que tiene razón.

Cuando regalé, a Marcos y a su padre, pero sin discriminar cuál para cada uno, dos calendarios, uno con imágenes de esculturas de Miguel Ángel  y el otro con imágenes de pinturas de Rafael, estuvieron vacilando semanas antes de  decidir cual se quedaba cada quien.

La última vez que charlé con Marcos, yo estaba por cocinar Chop Suey,  me contó que está buscando su proyecto. Que dibujar, escribir y hacer música le han valido momentos de plenitud. Pero que está pensando en dejar de eludir el compromiso que implicaría otras tareas. Le dije que si  podía situar esa tarea y ese compromiso, como medio para un fin, (aceptar un empleo cualunque para poder seguir con su vocación artística) esa tarea y ese compromiso quedarían redimensionadas.

Juro que cocinar no es mi fuerte, pero esta vez no me corté, ni me quemé, ni me raspé, ni me pinché, mientras charlando con Marcos, preparaba mi Chop Suey. Cocinar era el medio para el fin, que fue sostener esta conversación.

Mientras yo picaba el pollo en la tablita, él me contó que había vivido postergando la decisión de tomar las riendas de su vida.

Yo cortaba en rodajas finas la cebolla y en tiritas el pimiento, y le dije, que en cierto sentido, el tiempo de la adolescencia nos hace vivir  como en una burbuja, y ahora tal vez él sentía que podía empezar a hacer otras apuestas hacia su futuro. El agregó algo que me dejó pensando: todos vivimos, cada quien en su burbuja, pero está bien tratar de  contactar con  otros para trazar nuestros proyectos. Me dije: ¿Tiene que venir un pendejo a hacerme darme cuenta de esta verdad incuestionable? Y me imaginé un medio acuático en el que flotábamos. Como embriones cada cual en su saco amniótico.

Yo puse la cebolla y el pimiento a saltar, tratando de que no me salpicara el aceite.

Él me dijo, que lo ponía mal, al ponerse en contacto con otros venía a descubrir que se le habían pasado muchas cosas por alto, que no había advertido cuestiones obvias y que le daba pena sentir que no había estado al tanto de lo que le pasaba a su hermano (¿Su mayor preocupación?) Que se describía por eso a sí mismo como “pánfilo”.

Mientras buscaba los brotes de soja, la palabra “pánfilo” me resonó, le comenté que muchas veces me había sucedido, y después, al advertir que había quedado fuera de situaciones que me concernían, después de enfurecerme, me había reprochado como él cierta candidez o falta de sagacidad o cautela para evaluar las cosas o las personas. Pensé, pero no le dije, que esos descubrimientos nos hacen sentir no solo como pánfilos sino también como sobrevivientes después de atravesarlos. Y que de algún modo todos somos sobrevivientes. Sobrevivientes de esos tropiezos, sobrevivientes  de nuestras discapacidades, de cada quien la suya.

Yo preparaba el aderezo con caldo y especias, pegada  aún a la idea de sobrevivencia, cuando me dijo que según el calendario maya debiera serle fácil el vínculo con las chicas, pero que ya se había terminado con la que más le interesaba. Era hermosa, fuerte, segura  y allí tuvo la oportunidad de ver, de darse cuenta de algo: que soportar lo que se desea tanto, también implica una exigencia muy grande. Entonces recordé que además de discapacidades tenemos dones, y que entre ellas y ellos (discapacidades y dones), Marcos y yo estábamos en camino de hacer el insoslayable balance de todos los sobrevivientes.

Cuando puse los brotes de alfalfa, tomo algunos de la bandeja. Allí recordé que es vegetariano.

Mi Chop Suey de pollo no serviría. Así que me puse a pensar en esta crónica, dispuesta a lavar la lechuga para su ensalada.  M.C.M.  junio 2011

 

V-LA VIDA VA TOMANDO FORMA

 

39-Graduaciones

La graduación de Anahí había sido la clásica para estos tiempos. El padre se quedó en el bar porque sabía que no iba a soportar la andanada de huevazos, harina, yerba y demás con la que iban a bañar a su princesita.

Yo me lo banqué estoica y digna, cual dama, junto a los padres y madres de las otras dos graduadas en ese día y tomé las fotos de rigor. Luego me encargué personalmente de avisar por teléfono a amigos y familiares que teníamos una nueva profesional en la familia. Y así les compartí uno de los momentos emocionantes que nos es dado vivir.

La graduación de Pablo se planteaba diferente. A su padre, su hermana y a mí nos involucraba por el acompañamiento que íbamos a tener durante la exposición de su tesis. También nos involucraba  desde la previa.

La previa suponía tener encuadernados los ejemplares que quedarían en biblioteca, ayudarlo a decidir si llevaría traje, él que jamás se viste formal. Había uno, un traje digo,  olvidado hace años en el placard de su padre. Para acompañarlo en la cuestión, yo también vestí traje, dándole un sentido de solidaridad en la patriada de ese día. Lo único diferente, es que no usé corbata, hubiera sido demasiado.

Partimos a la hora señalada, los hermanos en el asiento de atrás, en la unión que suponen los momentos feroces. Su padre conduciendo. Todos mudos.

Y allá, en la Facultad, esperaban los cuatro mosqueteros: Gustavo el tímido, que forma parte de la casa estos días, ya que prepara una tarea artística en el taller del fondo. Encontró en ese lugar allí  un espacio adecuado para sus pinceles, para su creatividad y para su talento.

Mauri, que volvía de Misiones donde visitó a su mamá y de Córdoba, donde está su novia. Menos angustiado que lo que lo conocemos, tal vez por el efecto bienhechor de sus amores. Mauri casi contento, es demasiado. Estamos acostumbrados a su estilo cuestionador de certezas y de ironía demoledora.

Nacho, un caballero  del grupo, con afinidades en ciertos temas, que siempre está sonriente.

Y Lucho, que es el ángel de la guarda que llevó los cuatro gatitos que aparecieron en el garaje de casa, y que los hizo salir adelante, criándolos en colaboración con su hermano, con una mamadera para prematuros, paciencia y una generosidad que me hace deudora permanente. Si no se hubiera hecho cargo de los huérfanos,  a mí me hubiera comprometido en una tarea difícil y absorbente. Ahora Lucho anda con las filmaciones de los gatitos en el celu, orgulloso de los logros. Le debo una. En realidad le debo dos, porque además de hacerse cargo de los gatitos, se hizo cargo de la filmación del evento. Tendremos el documento de la defensa gracias a él y su pericia.

En la Facultad se sumó Leo, y más tarde en la celebración, que fue en el bar del otro Gustavo, del Gustavo atorrante, se nos sumó el Tomi.

Pero volviendo a la presentación…Como la espera iba a ser larga, bajamos al bar. Yo los miraba frente a sándwiches y alfajores y me preguntaba ¿Cómo es que pueden comer? En una mesa cercana se habían ubicado unas chicas muy jóvenes. Escuché cuando Lucho  y Nacho, mirándolas de soslayo, evaluaban sus posibilidades de conquista.

Volvimos y cuando después de larga espera, llegó el turno de Pablo fuimos ocho los que entramos como patota al aula donde estaban los integrantes del tribunal: ellos eran un elfo y un orco, diría el prestigioso y muy británico  J. R. R.  Tolkien. Además, al orco los alumnos  lo llaman Shrek. Y después de la exposición de Pablo fue el que más encarnizadamente preguntó y repreguntó.

El orco grande y cuadrado está rapado, lleva dos aritos en el lóbulo de la oreja izquierda y tiene también tatuado el brazo. Y para quienes no lo conocíamos resultó excesivo en todo, en el tono de voz, en las actitudes, en el tiempo de interrogatorio. La impresión fue de permanente equilibrio en una línea de fuego.

El padre se removía un par de filas más atrás, en tensa espera, y según dijo más tarde, para nada de acuerdo con el modo del exámen. Los otros testigos intercambiábamos miradas de vez en cuando.

Cristalería frágil en el borde. Pero cuando más tarde Pablo nos comentó que el orco es así siempre, no por un tema personal sino que es avasallante siempre, se desvanecieron mis prevenciones.

El otro jurado, el elfo, era gentil y había acompañado a Pablo en un trabajo anterior. Se lo veía mesurado y en sintonía. Cuando empezó la exposición, observé que  asentía con la cabeza a los planteos. Y cuando expuso su  apreciación de la tesis, rescató el hecho de que un tema así desde la frontera, abre caminos y por ello, implica valor.

Yo estaba sentada en la fila de atrás, en medio del elfo y el orco, así que podía seguir de cerca la escena. Creo que me quería meter dentro de las cabezas de cada uno de ellos para saber cómo seguían y que procesaban de lo que Pablo estaba exponiendo.  Y además les enviaba un mensaje, ¡ojito a cómo iban a evaluarlo, o se la iban a tener que ver! Si mis mensajes telepáticos llegaron no lo sé.

Creo que debieron sentir mi peso, tal vez como sombra amenazadora sobrevolando el lugar.

Tal vez como advertencia ominosa, si ellos no llegaban a estar a la altura de mis, de nuestras expectativas.

Claro, como dice Fred Vargas: “las madres nunca hacen las cosas como el resto de la gente”. Y ¿qué quieren que les diga? no soy una excepción.

M.C.M. 18 de marzo de 2011        

 

40-Tiempo de limpieza

Pronto es su cumpleaños, y así como las mesas del cafetín de Buenos Aires, que nunca preguntan, yo bien sé que el inconsciente  nunca traiciona, así que me dejé guiar por él, en la caminata por las galerías. Y entonces  me vi (cumpliendo lo encomendado por las Redecillas) eligiendo un presente para Marta. ¿El más adecuado? Sí, el más adecuado.

Bien vale el nombre de presente para designar la intención: la de estar ahí, celebrando otra vez.

Lo que no sabía aún, pero tal vez mi inconsciente adivinó, fue cuanto de simbólico tendría, la índole de lo elegido para este momento.

La empleada de la perfumería dijo: aroma de gardenias? Y era exquisito, de modo que asentí entusiasmada.

Loción, jabón líquido, crema para el cuerpo, sales, una esponja. Todo bello, blanco, translúcido. Para este tiempo de limpieza.

Y recién hoy, de vuelta de los Tribunales Federales, (*) puedo evaluar lo insustituible de esos objetos, banales en otras circunstancias, enormemente pertinentes hoy.

Porque en este tiempo de limpieza, el testimonio que llenó la sala,  a través de  las palabras que esperaban ser pronunciadas parecían limpiar por dentro. Tal su fuerza, su mesura y su cadencia. Y esta  tarea de aseo del alma, que supone decir lo que debía ser dicho, fue impecable. Como lo que espera en su sofisticado envoltorio hasta mañana, para la otra limpieza que atañe al cuerpo, y linda con una coquetería.

Escuchaba la voz adelante, en el frente, y como sonido de fondo suspiros, agitación en alguien, tal vez un leve sollozo allá atrás. Y cuando terminó el testimonio y salimos, pude percibir su temblor. No podía decirle mucho. Pero sí  pude decirle, que ese temblor me recordaba el que suele suceder muchas veces al parto. Que es un temblor que tiene su razón de ser, que es la respuesta del organismo al esfuerzo y a la abrupta pérdida de líquidos del cuerpo. Qué crea en la recién parida, si no  sabe que ese temblor puede suceder,  extrañeza e inquietud. Pero que solo tiene que ver con haber logrado poner afuera la nueva vida del hijo nacido. Pero esas son solo explicaciones que atañen a la fisiología.

Y que el temblor ahora, tal vez tenía que ver con otra cosa, pero con otra cosa semejante. Ese otro parto de palabras, que la dejaban limpia y liviana.

Un parto demorado 35 años.

Y aunque es cierto que el fondo de tristeza nunca se borre del todo, ojalá se atenúe en este tiempo de limpieza, y en la caricia que las gardenias puedan proveer.

A las Redecillas nos gustaría pensar que así pueda ser.                 30 de marzo de 2011

 

(*) Tribunales Federales donde declaró en la Causa Feced por delitos de lesa humanidad durante el terrorismo de estado.

 

41-De robos

Mi gratitud a todos los que en el Heca y fuera de él fueron solidarios y nos acompañaron en este trance, que ahora podemos contar como si fuera una comedia

Iara  había dejado un mensaje en mi celular: “Tía, anoche hirieron a mi mamá para robarle. La operaron y está en el Heca. Ahora está bien, pero te aviso porque el horario de visitas es de 16 a 18”. Iara es la hija de Marcela, que a su vez,  es más que una sobrina para mí.

Ese sábado, además de ella, en el Heca habían sido internados otras dos personas heridas en robos. Las dos con balazos.

Yo antes  no le temía a los ladrones. A la policía sí, desde siempre. Desconfiaba de ellos en mi infancia y me escondía temiendo que me sancionaran por usar chupete. Después mis padres, para contrarrestar un poco, me dijeron que eran los encargados de devolver a los niñitos que se perdían a  casa. Pero en los 70 supe que en realidad,  eran los que se los robaban después de matar a sus padres. (Miara por ejemplo, que se quedó con los mellizos Reggiardo-Tolosa) Pero lo sucedido a Marcela influyó en mi posición respecto a ladrones y policías.

Lo sucedido según el relato, fue que ese sábado, en ese atardecer tan bello y antes de que oscureciera,  Marcela volvía de la casa de su amigo Victor y tomó por Carriego, cuando la detuvo el semáforo de Córdoba, frente a la estación de servicio de Shell. Detrás venía una motito sin luces, con dos  chicos. Uno, muy joven, se bajó y poniéndose a su lado, apoyó la mano en el manubrio y le dijo algo que pudo ser: “Bajate” o “Dámela”. Como el semáforo ya estaba por darle paso ella aceleró, y entonces el pibe le dio un puñetazo en el pecho. O  lo que ella entendió que era un puñetazo en el pecho. Daba gracias, al  acelerar para alejarse,  porque no habían podido robarle su moto, cuando se sintió la remera mojada. Al llevar allí la mano la sangre le saltó hasta la cara. Siguió hasta que en una parada de colectivo, unas chicas la auxiliaron. Llamaron a su hija y a la ambulancia. ( El ataque fue similar a que pocos días después sucediera en Capital, frente al reloj de Retiro, en que un fotógrafo francés fue apuñalado en el corazón por un joven que quería despojarlo de su cámara  y que  murió ante quienes circulaban por la plaza y registraron confusamente el incidente).

Marcela zafó, aunque las jóvenes que la ayudaron primero se asustaron mucho de esa mujer  ensangrentada y sangrante que  detenía junto a ellas su moto.

La ambulancia que llamaron  llegó, pero después de 40 minutos y la médica muy joven le preguntó: “¿Por qué me miras con cara de culo?” Marcela no tuvo ganas de contestar, tampoco fuerzas. Cuando llegaron al hospital la recibieron dos médicos muy bellos.

Determinaron que debía ser operada de inmediato. Ella preguntó: “¿Cuando viene el cirujano?”. El más bello, llamado Rodrigo  dijo: “¡Yo soy el cirujano!” Marcela pegunto, con la voz en un hilo: “¿Pero vos estás capacitado? ¿Tenés experiencia?” Él le respondió: “¡Siiiii! Ya tuve dos pacientes, Ése señor que se me murió y vos.” Todavía Marcela ´preguntó: “¿Y no hay cirujano plástico, por la estética digo…” . “¡No, este es Hospital de Emergencias!” Entonces ella le recomendó: “Bueno, entonces haceme puntaditas chiquitas para que se note menos…”

 Así que allí fueron a cirugía, donde comprobaron que por las características de la herida, había sido hecha por una faca, de las que se fabrican con flejes en la cárcel, y filo de los dos lados. Como había perforado el pulmón, tuvieron que insertarle un tubo que drenara la sangre. Y que la faca no produjo la muerte de Marcela,  porque según le dijo Rodrigo “Como vos no tenés corazón,  no pudo atravesarlo”, 

También le dijo: “Che…¿no me hacés pata con tu hija, que está linda? Mirá , soy soltero, tengo trabajo ¿qué te parece? Es cierto que Iara es linda, pero Marcela desestimó la propuesta porque según le dijo: “¡Qué antigüedad! Haceme pata…¿Quién habla así hoy en día…? Además vos estás aquí adentro todo el día. No creo que seas un buen partido…”

Lo cierto es que no le preguntamos a Iarita, si le interesaba lo dicho por Rodrigo. Igual ella se hacía la que no escuchaba cuando hablábamos del tema.

Me estrujaba el alma pensar que mientras Marce estaba internada, Iara se volvía sola a la casa de Funes. Pero me aseguró: “Quedate tranquila tía, que están los cinco perros, y sobre todo Frodo, que es muy guardián y no deja acercarse a nadie”. Efectivamente, Frodo se había instalado en la cama de Marcela y quedó allí todo el tiempo de la internación. Cuando estaban por darle el alta, Iara intentó  moverlo de la cama, para lavar las sábanas, pero él  no se lo permitió y hasta se puso gruñón.

La mañana que Marce volvió a su casa de Funes y Frodo la vio después de la ausencia, saltó de la cama y así Iara pudo al fin  sacar las sábanas mugrosas y pulguientas. Él se paró sobre sus patas traseras,  abrazó a Marcela y estuvo así por un rato. Ahora la sigue a todos lados como si no quisiera perderla de vista.

Al fin, todo va retomando su cauce.

Yo me mantengo en contacto con ellas, por si las moscas. Pero tengo una actitud más prevenida con respecto a las motos con jovencitos de aspecto inocente. Sigo en el tironeo de conciencia, frente a los delincuentes, porque pienso que en este  desprecio por la vida del otro, que los lleva a herir y a matar,  hay en espejo, un  desprecio por sí mismos. Como si  tampoco valoraran su propia vida y estuviesen dispuestos  a cualquier riesgo. Y me pregunto por su impotencia para construirse otro destino. Por otro lado sigo con mi desconfianza  respecto a todos los uniformados de cualquier color, aunque sean inofensivos como los conductores de tranvías de mi niñez (que tenían un uniforme gris, con gorra con visera como la de  los policías).

Las chicas ya están instaladas en Funes y en sus rutinas. Iara sin la angustia y los apurones de ir al Hospital, volvió a su trabajo. Y Marcela está mirando diseños, porque piensa  hacerse un tatuaje sexi que disimule la cicatriz.

¡Esas sí que son sobrinas!                                                                                  M.C.M.   marzo 2012

 

42-Un marzo con tres acontecimientos que fueron cuatro

1-     El casamiento de Maite.

 

Maite es la hija de Susy, una paciente  de muchos años atrás. Era la esposa de un colega y nos habíamos conocido en un taller de juegos psicodramáticos. Uno de los juegos consistía en retirar de una caja, papelitos con el nombre de un animal, que había que representar gestualmente, hasta encontrar al par que hubiera sacado el papelito con el mismo animal. Éramos las dos jirafas del grupo.

 

Poco después pidió una consulta e inició tratamiento. En aquel tiempo quedó embarazada. Como era más conversadora que las otras pacientes y muy afectuosa, mi madre, que a veces atendía la puerta y veía progresar la panza, decidió por su cuenta, tejerle un tapadito blanco al bebé que venía. Era una transgresión enorme para los criterios de la época, pero mi mamá estaba muy decidida y era muy categórica. Pensé que era un asunto en el que yo no debía intervenir y Susy recibió la prenda fascinada y llena de gratitud cuando volvió de la maternidad. Yo ya había conocido a su hija de recién nacida, en su  primer día. Relaté todo los hechos tan atípicos  en un texto que fue publicado (por supuesto, conservando el anonimato de sus protagonistas) y que pensé compartirle cuando pasara un tiempo. Y pasó mucho tiempo. Diríamos (podríamos decir) que soy un poco lenta para tomar algunas decisiones.

El día que Susy me avisó que Maite se casaba y me invitaba a la celebración pensé que había llegado el momento de hacerle conocer aquel texto en el que ella estaba mencionada.

Unas flores para la novia. Ese libro para Susy.

Lo vivido desde entonces, me interpelaba desde su llamada telefónica. Lo vivido por ella. También por mí. Recordé la historia del vínculo. Aquel tapadito blanco.

Nos habían pasado muchas cosas.

Nos había pasado la vida.

 La suya fue delineándose y a veces me llegaban noticias.  Una  enfermedad neurológica cruel e invalidante  le puso límites hace unos años. Y también puso a toda su historia en revisión.

Pero ella pudo hacerle frente y con un tratamiento experimental, dejar la silla de ruedas y volver a andar.

Su fuerza y los talentos que le dieron réditos le permitieron seguir adelante, pese a todo.

 Y los hijos, Maite y Marcos,  le dieron la sensación de triunfo que  me compartía.

Fue hermoso estar con ellos, fue recobrar parte de una historia, que con sus luces y sus sombras los tiene de protagonistas valientes, y sobre todo llenos de vida.

M.C.M.  abril de 2011

 

2-     El cumple de Aurora. 

Aurora fue mi partera. Y cumplía 89 años. Cuando me invitó a su fiesta supe que igual que en la celebración de sus 80, vestiría de rojo, que bailaría pasodobles y que la encontraría alegre y entusiasta. Llena de vida, como siempre.

Un bisnieto violinista abrió la celebración.

Un amigo cantando boleros del tiempo de María Cucú, siguió con los homenajes. Una amiga de su grupo actual de narradores y poetas  cantó tangos... Los pasodobles que siguieron fueron bailados con entusiasmo.

Como culminación, Aurora recitó el clásico de Amado Nervo: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida…”

 

Y la compañía de Sergio y María, en la mesa que me asignaron, completó la noche.

María estuvo embarazada en el mismo tiempo en que yo lo estuve de mi hija mayor. En aquel tiempo, Aurora sabía contarme que atendía en la preparación  para el parto  a una muchacha ciega. No la conocí entonces. Supe que el niño había nacido sano, que María se separó del padre de su hijo. Que más tarde había hecho pareja con un médico. 

Que él tenía limitaciones en la marcha. Lo que descubrí esa noche es que además tiene un sentido del humor muy especial y gigantesco.

Un hombre con una profesión que ama y un hobbie que lo apasiona: el cultivo de orquídeas, de lo que me contó anécdotas increíbles. El relato de tráfico de  orquídeas que se trae de Brasil cada verano, amparado por su condición de disminuido físico,  era desopilante. Las autorreferencias bizarras no daban pie a ninguna compasión, más bien a la admiración por su sagacidad en sacar partido y hacer de la desgracia, aventura. “Beneficios secundarios” los llamaba él desde su mirada psicoanalítica.

  A todo esto, María quería bailar. Así que  fuimos las dos a la pista, y allí estuvimos, hasta que yo caí cansada y ella siguió cumbiambiando primero y después iniciando el trencito, con Aurora al frente, que recorrió el salón.

Ellos  le habían llevado de regalo, orquídeas de su jardín.

 

Y de Aurora ¿qué dijeron los otros invitados? Un amigo con tono de picardía le reprochó que si estaba tan joven y tan linda a los 89 era porque había vivido descansando y sin problemas (en realidad dijo que era porque había vivido al pedo). Y la Aurora de los 10.000 nacimientos, con su mirada de ángel y su alegría de duende, se largó a reír, tal como correspondía.

 

3-     La marcha de los 35 años.

Dieguito,  es enorme y redondo como un sumo, tiene parte de la cabeza rapada y un rodete en la coronilla.  Nacho,  mide cerca de dos metros. Pablo,  con su aspecto de Peter Pan, pero deportista, es el menos intimidatorio de los tres. Pero juntos… Esa tarde, íbamos los cuatro, dejamos el auto en una lateral, y caminamos hacia la plaza desde la que partían las columnas.

Caminábamos, distraídos,  hasta que vimos la expresión de  una señora. A pocos pasos, se había quedado inmóvil, con la mirada clavada en nosotros y gesto de angustia. Nos creyó ladrones? Violentos? Quién sabe? Qué cosa de nosotros, que veníamos boleando cachilos, pudo parecerle amenazante? El aspecto? El hecho de que fuéramos en grupo?

Pero algo dijo, cuando recuperó el habla, en el sentido que la habíamos sobresaltado y pensó asustada: “Justo frente a mi casa…”

En la plaza los encuentros.

El clima de fervor. Los cantos y las consignas. Resistir el cansancio de la caminata hasta el Monumento.

 Y la vuelta.

Con la sensación de haber tenido hoy, presencia en nuestra historia. En nuestra Historia con mayúscula.            

 

Pero esa confusión inicial, antes de la marcha, con la señora que nos creyó ladrones y se asustó de nosotros, me dejó pensando, nunca hasta esta vez me pensaron como ladrona.

La fuerza de la patota tiene su encanto, me dije y me recordó  otras situaciones en que me habían confundido.

Una fue cuando en  oportunidad de un encuentro de mujeres una vez nos habían preguntado a una amiga y a mí, si éramos lesbianas. Distribuían las cabañas y como Noe y yo habíamos aceptado la propuesta de algunas de ellas (de un grupo lésbico), de compartir el lugar, la pregunta surgió espontánea. Noe es compañera del grupo Psique y de otras actividades. Como es la más joven, pero muy capaz y estudiosa siempre me enorgullece con sus logros.

Noe estuvo un poco de novia con mi hijo el año pasado.

 

Otra se dio después de  la presentación del libro “Presas Políticas” en el Teatro “La Comedia” cuando fuimos a cenar en un grupo enorme. Allí me preguntaron  en qué tiempo yo había estado en Villa Devoto.             

 Había ido con Marta. Antes de tener la opción de salir del país, ella había estado varios años compartiendo la cárcel con las compañeras que hoy traían su relato, composición de muchos textos, a modo de gran friso.

A Marta, a quien yo había atendido como paciente con amnesia, la  acompañé luego en la escritura  de su libro “Seda cruda. Crónicas de cárcel, exilio y regreso”. Fue a través de ella,  que conocí Devoto.

 

Y  la tercera, después de la presentación en la Feria del Libro de “La bufona”, la vida de Sandra Cabrera, nos quedamos conversando con las chicas de Amar Rosario, con quien habíamos trabajado en un taller sobre prevención de la violencia. Son mujeres muy expuestas a  abusos y riesgos de todo tipo, y me resultó muy significativo conocerlas y respetarlas. A las que conocía se sumaron otras de Buenos Aires que habían venido a apoyar el momento. Una de ellas me pregunto si también yo era trabajadora sexual.

 

Así, podemos decir, me he visto frente a algunas situaciones semejantes. Cuando nos tomaron por ladrones fue la cuarta.

 

La quinta fue la noche del martes. Los veteranos de Malvinas, con su cocina ambulante, estaban ofreciendo un plato cliente a quienes se acercaban a su camioneta. Vi el movimiento de la cola de quienes rodeaban al vehículo, detenido en la Plaza Pinasco y me quedé un momento sin entender lo inusual del panorama, hasta que recordé que para acompañar en las noches frías a quienes viven en la calle, los veteranos, como todos los inviernos (y con aportes de provisiones de la Municipalidad) ofrecen refugio y comida.

Cuando retome mi camino al Centro Cultural, uno de los muchachos que pasaba con su bandejita  y un pan, me dijo al pasar a mi lado: -¿Quiere un poquito? Le di las gracias y seguí.

Y me quedé otra vez pensando en el ofrecimiento, medio en serio, medio en broma, surgido otra vez de una especie de confusión. Que da cuenta de algo en él, pero también tal vez de algo indefinido en mí. Caleidoscopio de identidades posibles?

 

M.C.M. invierno de 2011

 

43-Contradicciones

Si pude nacer en una familia que me esperaba.

Si tuve padres que me amaron.

Una casa fresca en verano y cálida en invierno.

Si tuve escuela, guardapolvos, cuadernos, libros.

Si tuve médicos cuando las gripes y las anginas.

Si tuve juguetes, paseos, plazas, circos.

Vacaciones en las sierras y en el mar.

Si tuve una Primera Comunión con vestido largo y blanco.

Si tuve fiesta de quince y amigas y romances.

Si amé y me amaron.

Si tuve un trabajo digno del cual vivir.

Si puedo hablar con gentes con las que tengo afinidades…

Si no te esperaron con alegría.

Si eras una carga más, entre muchos.

Si en la casilla de chapas el viento se colaba y las goteras humedecían todo.

Si la escuela era un lujo que no te podías permitir, cuando saliste a cirujear.

Si cuando te enfermabas no había remedios.

Si no tuviste juguetes.

Si el centro lo conociste como lugar para mendigar desde chico.

Si el Templo era un lugar al que ir  a pedir.

Si no tuviste más fiesta que la del Poxirran.

Si te violentaron y abusaron desde siempre.

Si no pudiste conseguir que te cuidaran.

Si te mandaron a robar con una faca.

Entonces ¿por qué me asombro cuando me sentís tu enemiga?     M.C.M. marzo 2012

 

44-De cuestiones familiares

1-     Mi tía me cuenta: Cuando la abuela vino del campo, viuda y con muchos hijos, tuvo que hacer malabarismos para seguir adelante. Para colmo, uno de los chicos, el mayor de los varones, había nacido con una malformación en su mano derecha, que lo dejaba en inferioridad de condiciones para pelear la vida desde un trabajo medianamente  pago. Para los hermanos era “el Manco” y para la madre, llegada la adolescencia, una preocupación. Tomando coraje y valiéndose de que  era una consecuente feligresa de la Iglesia del barrio, de Misa diaria y asistencia a todas las Procesiones de la Virgen, fue a hablar con el Párroco para preguntarle si él podría ayudarla, ubicando a su hijo en alguna tarea. Algo así como darle un trabajito y supervisarlo desde un lugar de jerarquía, colaborando así con ella que se sentía agobiada por la responsabilidad de asumir sola la crianza.

Mi tía prosigue: “Pero el cura me sacó de vuelo”, le dijo que a Dios hay que ofrecerle los mejores hijos, los más perfectos. Y ella sintió que también allí le rebotaban ese hijo fallado, y que había sido una insolencia pensar en un lugar allí para él, en ese Templo claro y luminoso. La abuela siguió sus prácticas devotas, pero creo que algo se resquebrajó en ella.  El Manco finalmente, después de intentar trabajar vendiendo diarios (y daba miedo pensarlo colgándose de los tranvías) aprendió a lustrar zapatos, y con su cajoncito con cepillos y pomadas se fue ganando la vida en Avenida Pellegrini, al lado del cine Sol de Mayo.

 

2-     Marce  y también Iara, su hija, me son muy cercanas. Marce cuenta que en el lugar donde su hija trabaja como moza,  también se baila, y así de vez en cuando, Iara deja pasar a su mamá con alguna amiga, y para ellas es todo un programa llegar al boliche y circular en ese ámbito sofisticado. Además uno de los habituales concurrentes, un caballero mayor, piropeaba a Marce y la invitaba a bailar, pero ella lo eludía, desdeñosa como princesa. Hasta que una noche en que salía del baño, al cruzarse con él, Iara los presentó, y el apellido que él portaba, ostentosamente  empresarial, de esos que se escuchan en la T.V., hizo que ella lo mirara con otros ojos. De todas maneras siguió de largo, y la anécdota llegó días después, cuando él se dirigió a Iara  con una propuesta: “Te cambio un cero kilómetro por tu mamá”.

No lo hubiéramos tenido en cuenta si no es porque esa era contrapartida de lo sucedido en enero. Marce, había llegado al  Heca después de un asalto, en que le habían clavado una faca. Y el médico que la atendía en la urgencia le dijo: Qué linda que está tu hija!.  ¿No me haces pata? Mirá tengo trabajo, soy soltero, dale…Y ella le respondió: No,  sos muy antiguo ¿ quién habla así hoy?, , “haceme pata , haceme pata…” agregó burlona, mientras Iara se hacía la desentendida.

Así como antes habían rondado a la madre para llegar a la hija, esta otra vez, en perfecta simetría, la hija era le mediadora de los afanes del empresario galante.

 

3-     Ella, como nos suele suceder, no sabía cómo hablar con él. Ambos debían remontar una historia en donde la cárcel significó pena, riesgo, violencia. Y en el caso de ellos además el contagio para madres y para niños de la Unidad 5.

Y aunque él ya no era un niño, ella sentía que no podía dejar de inquietarse cuando lo veía fumar tanto, perder peso, alimentarse mal. La tuberculosis había remitido entonces con el tratamiento, y aunque él ya había dejado de ser niño,  la necesidad de ser prudentes y evitar riesgos en cuestiones de salud, continuaba. Así que pensando las palabras le dijo: -Lamentaría que vos te murieras antes que yo, primero porque sos mi hijo, y lo esperable que sean los hijos los que entierren a los padres. Es ley de la vida que los hijos entierren a los padres. Si no se cumple la ley, no se entiende la vida. Pero además de esa razón, por otra cosa, y es  porque yo luche mucho, mucho, para que vos vivieras. El no dijo nada, pero entendió.

 

4-     Sabía que las expectativas familiares estaban en que quedara en el pueblo, acompañando a  la madre, después de la muerte del padre. Pero ella quería otra cosa para su vida. Le costó mucho tomar la decisión de dejar la casa paterna, instalarse en la ciudad, completar sus estudios, valerse mediante su trabajo, y volver como de visita. Todos, la hermana que se había casado años antes, las primas y tías…todos tuvieron miradas críticas a quien desafiara lo que esperaban de ella la tradición y las costumbres. No estuvo segura por mucho tiempo de haber tomado la decisión correcta, a veces se sintió culpable. Pudo trabajar en lo que amaba, ordenarse con sus proyectos y sentirse satisfecha de algunos logros. Pudo también acompañar desde otro lugar a la madre y a la hermana que quedaron allá, lejos. Pero fue recién cuando vio “Como agua  para el chocolate” supo que el viejo mandato la había alcanzado, la había golpeado y no había sido fácil eludirlo.

María del Carmen Marini, 16 de agosto de 2012

 

VI-REDONDEANDO

 

45-La casa de la reja verde

En el fondo de la casa hay árboles  y plantas. Hay un jacarandá alto, que no se resignó a la poda y volvió a desarrollar sus ramas  y un castaño coposo. Un limonero y un naranjo y  la fragancia de sus flores de azahar. También hay un pequeño manzano cerca de la medianera  y un gran níspero, bajo él está el horno de barro.

Hay sombrillas de la virgen, que puso hace años la madre de Eneri, y malvones de color salmón que puso mi mamá. Ellas ya no están, pero quedaron de esta forma tan hermosa.

 Hay dos sandalias gigantescas y empieza a dar frutitos morados una frambuesa que nos dio Estela de su planta en Funes.

Ah! Hay una planta de incienso y otras de lavanda que puso Anahí. Y hay áloes macho y hembra para cosmética y medicina. Un tabaquito solitario en medio del cantero. Y en macetas hay amarantos, begonias, helechos serrucho, helechos pluma que son bonitos, corazón de estudiante y la planta del dólar. Otra bella, de hojas aterciopeladas que me regaló Hilda.

Tuve almácigos con plantines de alegrías de colores, pero perdí la batalla con las babosas que las comían.                                                                                                                                                     También hay otras plantas que cuidan Pablo y los otros chicos y son perfumadas.

 Y hay pájaros, gorriones, cachilos, muy vivaces,  tacuaritas  que se ponen a chillar celosas, cuando me acerco a su territorio, en la enredadera del fondo del terreno, donde deben tener su nido. Deben sentir que soy una atrevida que invado su privacidad y me lo hacen sentir con sus protestas.  Hay  benteveos gentiles, palomas, horneros  y hasta colibríes. Bajan a comer con confianza. Los he encontrado hasta dentro de la cocina buscando miguitas, pero se vuelan si me acerco. Hubo un tiempo en que un cardenal pasaba todas las mañanas, como si viniera a saludar, antes de seguir con su vida.

También están las tortugas. La hembra suele poner huevos, destinados al fracaso, ya que en este clima no prosperan.

Y está la gata, que sabe avisar cuando necesita que le renovemos el alimento en su lugar en el alfeizar de la ventana. Que era huraña, pero que ya no nos teme, ni nos elude.

Y están las perras, que saben expresar lo que necesitan, si lo que necesitan es salir al jardín. Les gusta mirar la calle, y aunque tienen más espacio en el fondo, parece que prefirieran el jardín, para ver la gente que pasa.  Y que siempre, siempre, SIEMPRE  nos reciben con alegría, como si fuera un gran gusto vernos. Y me llevan a preguntarme : ¿Qué tendrán en su cabezota para ponerse contentas con tan poco? En invierno, o cuando duermen, ni abren los ojos, pero mueven la cola cuando notan que llegamos. Y si estamos a tiro, nos lavan la cara con sus lenguas húmedas.

He mirado a otros perros dormir, y creo que sueñan porque los he visto mover las patas como si corrieran, o gruñir como si estuvieran enojados. Pero la menor de las nuestras, mientras soñaba una vez, movía la alegremente la cola como un ventilador…¿Qué  es lo que estaría viendo entonces?

Son mis amigos en  la cueva verde, que es lo que parece el fondo cuando lo miras desde la casa.

El fondo es verde, y a veces el jardín del frente también lo es. Tiene un arbusto que se enciende en rojo en el invierno y una enredadera que se ilumina de fragancia cuando abren, todos juntos, los pequeños jazmines,  cada primavera. Un muérdago con cuyas hojas me pincho al sostener  las guirnaldas en Navidad

Hay una palmera en el cantero que va creciendo despacio, entre el helecho y el lirio. Y sobre la medianera, un cactus que puso Andrea  para recordarnos que también existen  las espinas, pero que forman parte de ese mundo  que no es por eso menos bello.

M.C.M. enero 2012


46-El indigente

 

PRIMERA PARTE. LA HISTORIA

"Un infeliz pordiosero

Sobre un puente reclinado
descansaba fatigado
de tanto pedir y andar.

Un joven que iba de prisa
tropezó con el anciano
y le arrancó de la mano
su garrote y su morral.
…………………………
-¡Anda! le dijo el anciano
que si llegas a mis años,
otros te harán igual daño
y no tendrá compasión.
……………………………..
A la voz del viejo, el joven
volvióse y dijo apenado:

Dispensad, he tropezado
porque al pasar no os miré-

A tu edad nada se mira,
joven, porque nada importa
¡cuando la vida se acorta
es cuando se comienza a ver!”

 

Aprendí esta poesía, creo que de Amado Nervo, en un libro ilustrado que se llamaba “El niño argentino” y que estaba en mi casa, libro considerado, ya en ese entonces, como una antigüedad. Era mucho más interesante “Upa”.

Todavía no sabía leer, no iba aún a la escuela. Debió enseñarme esa poesía mi hermano, y cuando venían visitas, alguien, tal vez mi mamá decía: -Nena, decí el versito. Y yo lo declamaba, con grandes gestos de brazos barriendo el aire en círculos, sin la menor comprensión del sentido de lo que recitaba, ( “Cuando la vista se acorta, es cuando se comienza a ver” ) y por supuesto, sin el menor sentido del ridículo.

Como en general era bien aceptada, todos quedábamos contentos, mis viejos por lucir a la nena,  y yo, por el halago que suponía ser escuchada y aplaudida.

Hasta que pasaron dos cosas, un amigo de mi papá, más inteligente y más sincero que los demás opinó que algo estaba mal en que una niñita tan pequeña recordara y repitiera versos tan dramáticos. La otra fue que el año siguiente, mi primera maestra me designó para decir en la fiesta de fin de año una poesía sobre “La gallina Co-co-co”. Y mi familia se indignó, porque supuestamente, yo estaba para otras cosas más elevadas desde lo filosófico y más jerarquizadas desde lo literario. (¿Y yo me lo creí?)

Algo entre el mundo y mi familia empezó a chirriar, pero yo seguí recitando versitos para las visitas, hasta que tuve la fuerza de negarme con firmeza.

 

Traigo este recuerdo porque esa poesía es el primer antecedente de lo que fue mi conocimiento del mundo de indigentes, linyeras, pordioseros y pobres que mendigan en calles y templos.

 

En la década de los 50 supo recorrer el barrio Echesortu, un  mendigo que golpeaba las columnas con un bastón y que se conocía que había enloquecido en la guerra. Allí aprendí la expresión “loco de la guerra”. También decían que comía carne ruda, razón por la cual, (¿) los niños le temíamos.

 

En años recientes, cursando la Maestría de Estudios de Género en mi Facultad, calle Entre Ríos y Córdoba, sabían recorrer las aulas, niñas que pedían monedas.  Y era muy contradictorio estar allí debatiendo sobre los derechos femeninos, y ver a esas nenas privadas de todo, que recorrían el centro y encontraban en la Facultad tal vez un espacio menos hostil. Una vez que esperábamos a  la profesora de Epistemología, nada menos que la prestigiosa Matilde C. que venía a darnos una conferencia. Ya estaba preparado el escritorio con una jarra de agua  y un vaso.

Y una de las chicas que pedían monedas, con toda soltura se acercó al escritorio y se sirvió agua. La bedel, la persona encargada de preparar el aula para la invitada, intentó protestar, pero la niña, muy segura y aplomada, lejos de sentirse asustada dijo, mientras se tomaba el agua del vaso tranquilamente: -¿Y qué…? No tengo el cáncer, ni el sida…-

Pensé: cuánta calle, cuánta experiencia en una niña, para tener una respuesta casi desafiante en un lugar tan solemne, al que muchos adultos ni se animan a entrar.

 

Otra experiencia fue el día que volvíamos de “El Bolsón” después de asistir a la fiesta de la luna llena que se celebra en febrero todos los años. Esperábamos, todavía bajo los ecos de lo que había sido la bella experiencia de la música en  los bosques. En el colectivo que  nos traería de retorno, se disponían las valijas en el porta equipajes. Y  ayudaba en la tarea un hombre joven, desmañado, con la ropa muy sucia. Daba la impresión de que en la estación lo conocían. Parecía medio linyera y medio niño, como esos “locos de pueblo” a los que la gente del lugar tiene incorporados. En medio de los otros turistas había una familia con varios hijos. El más chico, en un cochecito. Cuando este “loco del pueblo” que no parecía intimidar a nadie se le acercó, diciendo: -¡Lindo…! la madre lo levantó bruscamente, para evitar que lo tocara, y se apartó con gesto de disgusto.

Mirábamos la escena y él se acercó entonces a mi hija. Se quedó parado a su lado un momento y luego recostó la cabeza en su hombro, le acarició el cabello y mirándome me dijo: - Es hermosa.

Ella aceptó el contacto, sin rechazo.

Nos fuimos y sentí que por tener esa hija tan sabia, yo debía también debía haberme vuelto sabia, sin haberlo notado, sin haberme dado cuenta.

 

SEGUNDA PARTE.  EL PRESENTE

 

Apareció en la cuadra, tan inmóvil que la primera vez que lo vi, me pregunté si estaba vivo o muerto. Era una quietud muy extrema y alarmante.

Me despertaba en medio de la noche pensando que sucedería con él. Si ya habría muerto y me quedaría la culpa de no haber hecho algo para ayudarlo.

Cuando llovía era peor.

En una oportunidad desapareció de la zona y lo vi en un banco en el Patio de la Madera.

Más tarde, apareció frente a la reja, mientras yo regaba el jardín. Se dirigió a mí y yo me apresuré a entrar, para volver con fruta y pan, que él aceptó, pero extendiéndome una botella desvencijada me dijo: “agua”.  Yo no me había dado tiempo de escucharlo.

 

En este tiempo ha reaparecido en la Avenida Francia. Está allí, quieto como los árboles y rodeado de mantas. Recostado bajo el alero de un negocio abandonado. Recostado durante casi todo el tiempo, excepto cuando va a buscar agua, Pasando frente a él, vi que tenía pan y manzanas.

Una vez nos pidió cigarrillos con un gesto.

Un domingo a la mañana vi a un dúo de padre e hijo que pateando por turnos una latita, caminaban la cuadra, pasaron a su lado y siguieron. Otra vez, dos hombres lo saludaron con un gesto y le dejaron cigarrillos.

Un grupo de mujeres que habían pasado a su lado, venían comentando sus largas rastas: “Tiene tiempo, no hace nada en todo el día” dijo una de ellas.

 Los pájaros no le temen y se le acercan. Una mañana, dos perros se llevaron una de sus bolsas con pan. El los dejó sin disgustarse.

Otra vecina me comentó que también a ella la afligía, que lo saludaba al pasar, hasta que el dejó de mirarla.

Solamente lo eludió, una mujer mayor que cruzó de vereda para no pasar frente a él. Era menuda, de pelo cano, muy enredado y descuidado. Vestía muy humildemente y desprolija.  Tenía una pollera muy cortita que dejaba ver las piernas surcadas de várices azuladas. ¿Veía en un espejo su propio deterioro? ¿Le temía por su aspecto?

He deseado acercarme al mendigo quieto sin saber cómo hacerlo. He molestado a amigos y vecinos con mi preocupación. Me dijeron que estuvo en un refugio del que salió aseado y con ropa nueva. Pero volvió a la calle y a este modo.

¿Qué piensa? Suele quedarse golpeteando en una botella, como llevando el ritmo.

Por eso pensé que podría acercarle un tamborcito, o algo para hacer percusión. Pero no sé si me voy a animar.                     M.C.M. enero 2012

 

47-El viaje de abril a Buenos Aires

Cuando volvía de Buenos Aires pensé que debía escribir mis impresiones. Había pasado dos días llenos de acontecimientos y ya volvía…Pasábamos por la Villa 31 y vi un cartel…que es el que me disparó la necesidad de escribir este texto. El Foro, los paseos quedaban atrás, pero yo iniciaba mi viaje de retorno con algo que pensar.

Como en años anteriores, cada último jueves, el jueves 26 empezaron las reuniones del Foro de Psicoanálisis y género en el Museo Roca. Para mí, siempre es un placer viajar, saludar a las Irenes (que son dos), asistir al Foro y quedarme un par de días en casa de mis primos. Me gusta ir porque la ciudad es bella y tiene rincones a descubrir y porque ellos son fantásticos. Luis me llama “muñeca”, su compañero Oscar me dice “dulce” y Enrique “cielo”. ¿Cómo no va a desear ir una señora madura y a veces alicaída con ese recibimiento? Además me llevan a pasear a lugares bonitos en Puerto Madero, o al teatro cerca del Abasto. A veces invitan amigos y nos quedamos en el departamento que es hermoso y tiene vista a la izquierda al Congreso, y a la derecha al Palacio Barolo. Son lugares interesantes. Al palacio Barolo fui en visita guiada un jueves y llegamos por escalinatas hasta el mirador desde donde se tiene una vista amplísima.

Bueno, lo cierto que esta vez llegué un rato antes de la hora del Foro. Me alcanzaba para un paseo corto, y como hacía tiempo que no miraba vidrieras bonitas me fui al Patio Bulrrich.  No sé si los zapatos de Ricki Sarkani, son cómodos pero con sus enormes plataformas  y tachonados de strass llamaban la atención. Las vidrieras ofrecían todo lo que pudiera deslumbrar. No me hubiera imaginado que un minishort  pudiera ser dorado, pero lucía deslumbrante. Yo sentía un poquito de culpa, de estar allí pasando el tiempo, pero la pude sobrellevar…

Al salir tomé Uruguay y caminé hasta Las Heras. En el camino un bello edificio antiguo me llamó la atención por su porte. Ocupaba toda la manzana y no me atreví a preguntar qué era. ¿Un hotel cinco estrellas? ¿Un edificio público? ¿Un teatro de ópera? Luis me dijo después que debía ser la Nunciatura. El lugar donde se alojó Juan Pablo en su visita.

Ya en Las Heras me encontré con lugares familiares. Caminé hasta el 2.000 y busqué a la derecha la calle Vicente López. La del Museo Roca donde se presenta el Foro. Pero esta vez el shopping de Recoleta me apabulló con sus escalinatas flanqueando la cascada de agua. No lo había visto terminado y no pude menos que ceder a la tentación de subir, a la frivolidad de volver a mirar todo lo que ese exponente del primer mundo exhibe.  Eso sí, ya envalentonada en la crítica, desde la mirada de sudaca cuestionadora y contestataria.

En la planta baja de tanta construcción suntuosa sigue la librería Cúspide para detenerse. Muy buena para excusas y coartadas como las que yo estaba necesitando para no recriminarme. Además como el shopping da al cementerio, fue fácil ponerme filosófica sobre el impudor en  esa arrogancia mundana frente a los misterios de la eternidad. Misterios que estaban allí asomándose en los ángeles esculpidos tras el paredón de la vereda de enfrente.

Y después del Foro, el encuentro con Luis y los planes para la mañana siguiente en que me llevaría a conocer un nuevo hotel de la cadena en que él trabaja. Recién inaugurado y en San Telmo. Hace tiempo me venía contando sus características de “hotel boutique” con pocas habitaciones que estaban por inaugurar. Cuando llegamos, Lucio, el arquitecto, y Miguel, uno de los dueños, nos hicieron una visita guiada. La casa de tres patios y reciclado en todos los detalles es el “sueño del pibe”, al punto que recibió un premio en intervenciones urbanas.

“Los patios de San Telmo” debió ser en sus inicios (¿principios de siglo XX?) la casa señorial de una familia acaudalada. El frente art decó y la magnificencia de la puerta de hierro forjado lo imponían.   De aquellas familias con muchos hijos y personal de servicio numeroso. Familia que como en muchos otros casos, dejó la zona y se trasladó al norte de la ciudad a consecuencia de la peste (¿era la fiebre amarilla?), dejándola deshabitada.  En  otro tiempo parece haber funcionado como convento y años después, con la oleada inmigratoria fue reconvertida en inquilinato. Desde allí, desde su pasado de inquilinato, se planeó el rescate, como de otras de la zona,  para transformarla en lo que es hoy, reutilizando sus materiales y completándola con sesgos de actualidad: el bar a la calle y la piscina en la terraza. Fue casi una lección de historia y se le sumó  ver el entusiasmo de sus artífices. Me faltó decirle a Luis, a Lucio y a Miguel que tienen que llenar los tres patios con plantas para que sea lo que debe ser. Darle el clima selvático que funcionaría como el mejor ornamento. Sin duda los viveros y planterías de la zona pueden proveer a esa IMPRESCINDIBLE NECESIDAD.

Cuando volvía, el cole de Retiro salió demorado y a paso de hombre fue rodeando la Villa 31 para buscar otra ruta de salida.  La feria con sus puestos extendía toda una  diversidad desde las veredas a las calzadas. La feria acompañaba desde afuera, desde el borde, a la multitud de casitas de colores. Verdes, rojos, morados, azules, amarillos restallantes. Los pasillos ponían grietas grises entre los montones de colores de las casas. Esos pasillos se perdían hasta donde la mirada podía seguirlos. La villa se extendía, pero ante ella y por un tramo largo, un paredón de bloques ponía un tabique de enigmático sentido.

En las ventanas de las casitas que ya tienen tres y hasta cuatro pisos, se podía leer diferentes ofertas. Yo leía a través de las ventanillas: Panadería “Mangucho”. Lavadero “El limpito”. Brasería “El pollo listo”.  Y sucedió algo… en una ventana de un primer piso de una casita medio despintada un cartel que me dejó pensando: “Apoyo escolar. Computación. Matemáticas. Lectura y escritura.” 

Y allí empecé a sentir un nudito en el estómago, eso que Felipe, el amigo de Mafalda dijo de sí mismo en una tira: “¿Por qué a mí  justo me toca ser como soy?” Me refiero a mis contradicciones, a las culpas que me generan, al deseo de hacer algo no sé dónde, no sé cuándo, no sé con quién…

El patio Bullrrich, el shopping de Recoleta, hasta Los patios de San Telmo corresponden a una parte de mi realidad. Y la Villa 31 fue el garrotazo que me volvió a la otra, que también existe. A la que pese a paredones, pasillos grises que se pierden en la lejanía y el todo vale de las construcciones multicolores, esa realidad tan humilde, tan marginal, tan improvisada  se redime cuando  en una ventana de un primer piso, alguien pone un cartel que dice “Apoyo escolar”.

A que pese a que las luces restallen en los lugares bellos y exclusivos y sofisticados de quienes tuvieron el privilegio de tener familia, protección, cuidados, educación, existen otros muy humildes, en donde la lucha es del día por día, pero que alientan la nobleza de que algunos, o muchos aspiren a hacer algo más con la propia vida, porque hay un cartel que promete apoyar esos sueños.

Y es que allí pivoteo yo, en la contradicción entre esas dos realidades. La de la grandiosidad que pone la suerte y la de las limitaciones que pone la vida. Aquí sobrenado yo en esa línea frágil. Como algunos, como muchos. Como vos?

M.C.M. abril de 2012

 

48-Historia de un casamiento

Cuando Andrea comentó que deberíamos, sí o sí, viajar a Bs As, le pregunté por qué? Y era porque ella se casaba. Así que decididos, preparamos el viaje. Y esta hija que y que nos adoptara como padres sustitutos hace años, se casaba con Diana. Andrea había vivido con nosotros parte de su historia, y esto que le sucedía a ella, nos llegaba a todos.

La ceremonia fue hermosa, a cargo de una jueza alegre y sensible que huyendo de formalidades convirtió lo que pudiera haber sido solo un trámite, en un encuentro, en que todos nos sentimos involucrados desde los afectos más profundos. Ceremonia para nada parecida a una mera gestión burocrática, ley de matrimonio igualitario mediante.

En la puerta un puesto de venta de bolsitas de arroz a cargo de la señora que voceaba: arroz para los novios. Hasta que la corregí: ¡Arroz para las novias!

Los testigos ocuparon sus lugares y era hermoso verlos allí dando testimonio del deseo y el amor de las que se unían.

La jueza preguntó a los testigos y a las novias que idea tenían del paso que estaban dando. Y con destreza fue enlazando esas respuestas y completó ella contando las tres cuestiones centrales en el matrimonio: una, la promesa de lealtad que las unía, que era ante sí mismas, ante la pareja  y ante  las otras personas, dos, el compromiso de compartir la vida y, tres, también el de asistencia recíproca de tal modo que la una fuera protección de la otra y viceversa. A la emoción de las chicas también la jueza respondió con los ojos llenos de lágrimas. Yo no me imaginaba antes que una funcionaria pudiese compenetrarse tanto en lo que estaba haciendo: casar a Andrea y Diana.

Estaban los primos más queridos: Facundo y Jony, que con Andrea habían compartido el dolor de las pérdidas más penosas el año pasado. Hicieron de ese, el momento de mayor unión, en que los tres se habían sostenido unos a otros apostando a seguir. Y hoy acompañaban la alegría. También estaba la bella Mariana, novia de Facu y parte de la tribu de casa Zaraza, la casona en la que, músicos y artesanos organizan las fiestas que en el barrio ya son tradición.

Y estábamos los padres para las fotos, los adoptados (como nosotros) y todos los demás.

Pudimos conocer al padre de Diana, que había preparado una celebración en su casa. Así que a ella fuimos después del Registro civil, las palabras bellas, las promesas, el intercambio de alianzas y la lluvia de arroz.

Las chicas estaban visiblemente emocionadas. La hermosa casa tenía el salón y el parque preparados para el agasajo.

Y estaban todos. Los hermanos de Diana compartiendo ese presente, y en las fotografías la historia, con esa mamá sonriente, que desde el pasado narraba una historia familiar. Ella partió  años atrás, pero su amor cuidó esos hijos de los cuales, hoy la primera daba un paso trascendente.

Y se me ocurrió que tal vez, quién sabe, la madre de Andrea, Lidia desde sus jóvenes 21 años, los que tenía cuando partió como un ángel y los tíos de Andrea, unidos y de la mano, como estuvieron desde los 15 hasta la tragedia que se los llevo sin que avisaran, y Graciela, la mamá de Diana, rubia y bella como en la fotografía, estaban participando desde el otro lado. Y miraban la celebración desde un balcón en una nube en esa tarde. Una nube blanca y algodonosa, instalados allí como en una platea privilegiada para los que han sido bondadosos. Y se congratulaban de que las chicas estuvieran tan, pero tan felices.

Acá, de este lado, los mozos se movían entre los invitados con la destreza de expertos. Una bella fiesta en que no faltaron las ceremonias tradicionales: la ruptura de la copa, las novias levantadas por amigos en sus sillas, el trencito que atravesaron con entusiasmo.

Y a la casa preparada para la festividad llegaron los amigos y familiares.

Y estaban todos. La hermana de Andrea reencontrada, y la hermana de la hermana, que había traído a su niño, y los primos del clan materno con sus instrumentos de percusión.

 Alberto, que se había cuestionado como vestirse,  me señaló constatando: los únicos clásicos en el aspecto y la vestimenta, somos tres: el padre de Diana, el testigo de gris y yo. Mira a los demás…Sí, los amigos de casa Zaraza tenían otra onda. La casa donde Andrea y sus primos y primas, amigos y amigas vivían en Boedo.

Aquella casa singular en donde en el viejo local de panadería y vivienda de los abuelos, que quedara desocupada, se habían instalado como bullicioso grupo de bohemios .

También me dijo: Mirá el Cristito Sonriente, refiriéndose  uno de los amigos de cabello largo y barba…Viéndolos llegar, en sandalias, con túnicas coloridas, sonrientes y despreocupados,  listos a compartir la velada, me pregunté ¿qué sentiría el padre de la otra novia, el padre de Diana? Este padre serio y formal… Este padre que sugería haber llevado una vida de tesón, la de un hombre que con sabiduría y generosidad había transitado su historia y amparado a su familia…¿cómo llegaba a compartir la boda de Diana y Andrea? ¿La llegada de estos amigos tan distintos…?  Se deslizaba por el salón, yendo y viniendo, atento a las conversaciones, a sus invitados, a las chicas que desbordaban alegría. Caminando de arriba abajo y por poco por las paredes, en el afán de atender a esa multitud. Gloria lo acompañaba en la tarea de circular entre los invitados y en la disposición de que todos disfrutaran la fiesta. Los invitados componían universos que convergían en esa casa y se complementaban en un todo diferente.

En la ceremonia de tambores vi a ese padre sentarse en el parque, a escuchar a los percusionistas… algunos de los primos de Andrea, convocados a regalarnos su destreza.

Entre ellos los primos más cercanos, Facundo y Jony, los dos preferidos, Facu    con su novia.

Vi a Mariana esforzarse en preservar, un trozo de torta de la mesa dulce, para su novio, el ejecutor de uno de los tambores. Inútil intento, los mozos levantaban todo al instante. La vi perseverar, pero en vano…

La fiesta siguió con un tango y se prolongó hasta bien entrada la noche.

Pero lo más, más y más singular de la boda vino después…Con la decisión de incluir en el viaje de bodas a los primos y la novia, además de la más pequeña de las mascotas, Gizmo, que ladra en las filmaciones para acompañar la celebración.

Los miro en las fotos de todos ellos, en la cabaña en las sierras, la escucho a Andrea en las llamadas y sigue siendo el viaje de bodas más insólito que yo haya conocido.

M.C.M.

P.D. Como regalo especial, el primo de barba hirsuta, había confeccionado unos bomboncitos de chocolate con una carga especial de hierba, así que se veía, era más fácil compartir la risa, los colores, los sonidos. Yo me traje dos para comerlos en privado con A., porque allí no era cuestión…Los padres de las novias son por tradición, muy serios y no podíamos estar  corriendo el riesgo de hacer papelones. Enero de 2013

 

49-Sobre machismos siglo  XXI

1-     Ella es joven, tiene dos hijas. Trabaja en una fábrica textil. Para ahorrarse el colectivo va en su bicicleta todas las mañanas. A veces en este invierno, el frío la acobarda un poco. El movimiento de vehículos también es amenazante  y por eso suele eludir las calles más transitadas. Aquella mañana parecía igual a tantas otras, pero iba a ser diferente, un motociclista se le puso apenas  atrás, y mientras pasaba le pegó una palmada en el trasero, eso dicho de manera elegante.  Si fuera más directa, diría que lo que hizo fue darle un manotazo en el culo. Los manubrios de la bici y de la moto se rozaron y ella perdió estabilidad y fue a dar al pavimento, mientras él se alejaba raudo en su moto de macho triunfal, sin mirar atrás.

No, ella no dio con la cabeza en el cordón. Pero dio con la rodilla contra el suelo, lo que le está costando dos semanas de ausencia  en el trabajo.

¿Qué puede implicar para un hombre agraviar a una mujer y dejarla herida en la calle? ¿No será sentir que puede hacerlo, es más, que tiene derecho a hacerlo porque la calle sigue siendo su espacio, y hay que confirmarlo con gestos como ese?

 

2-     En un hospital de Rosario de cuyo nombre no quiero acordarme, una médica recién egresada ganó el derecho a cursar una residencia, acreditando los antecedentes necesarios para ello. Las especialidades tienen una cierta jerarquía. Las hay más valoradas (por el prestigio que implican en esta feria de vanidades) como neurología y cardiología. Y hay otras residencias que se consideran menos glamorosas. Esas son las que frecuentemente ocupaban ¿y ocupan? las mujeres: pediatría, ginecología, dermatología.

La residencia que se concursara en esta oportunidad era en traumatología. Una especialidad  en que las  mujeres no han sido tradicionalmente  bien recibidas. Los compañeros de residencia que ingresaron con ella hicieron causa común con los residentes de segundo y tercero para sabotear a la que consideraban intrusa en un ámbito masculino. A la sobrecarga de tareas se fue sumando el acoso hostil. Ella resistió la situación de creciente agresión todo el tiempo que pudo. Pero la conflagración instrumentaba cada más encerronas, para hacer de la residencia, no el lugar de compañerismo y aprendizaje que soñara, sino un infierno de desprecios, insinuaciones groseras y abiertas  intimidaciones. Resistió lo que pudo y terminó renunciando.

Esto sucedió este año, no en el medioevo, y en Rosario, no entre talibanes. ¿O sí?

 

3-     La violencia física sigue siendo noticia frecuente y perturbadora. Entre los titulares de hoy, Miércoles 15 de agosto encontramos en el diario Página 12:

 

.Una mujer fue golpeada y picaneada en Avellaneda durante cuatro horas por el ex novio.

Violencia de género en su grado más perverso.

María Elizabeth Elías accedió a una invitación a la casa del hombre con quien había salido hasta hace un mes. Pero una vez allí, la emprendió a los golpes y la picaneó. Ella terminó internada y debe ser operada. Él fue detenido.

 

.La mujer filmada al ser golpeada

Natalia Riquelme, la mujer que fue golpeada por su ex pareja delante de su hija de cinco años en Bahía Blanca, consideró ayer que la situación que está viviendo “es difícil”, porque aún no cuenta con una resolución de la Justicia que impida el acercamiento del hombre a ella y a su hija. El domingo último, la mujer fue agredida por su pareja y las imágenes de lo ocurrido se difundieron por varios medios nacionales y sitios de Internet, luego de que la joven dijo que realizó “más de 15 denuncias que no prosperaron”.

 

.Femicidio en San Juan

Una mujer murió ayer a la madrugada tras ser atacada a cuchillazos en plena calle de la ciudad de San Juan, y por el homicidio la policía busca al ex novio, quien se cree que la mató en un acto de venganza porque horas antes la mujer le había reprochado una infidelidad y lo había golpeado.

 

 

Reflexión

Qué conexión cabe establecer entre el incidente callejero de la joven ciclista, el rechazo de la residente de traumatología y las noticias de violencias, que van de las amenazas a los golpes, algunos con consecuencias gravísimas que llegan al femicidio: cabe una base común en la devaluación de la mujer en el imaginario patriarcal.

 

Aquel motociclista que se sintió autorizado para avanzar sobre la joven que circulaba por la calle dio un mensaje bien preciso, “a calle es mía, mía y mía y si te aventurás en ella, puede suceder que termines manoseada y golpeada”.

Como los residentes de traumatología que dejaron bien en claro que allí las mujeres no son bienvenidas, que es un ámbito en el que por ahora quedan excluidas, y que si a alguna otra audaz se le ocurre acercarse, debe saber que lo va a pasar tan mal como corresponde a lo que ese ámbito de varones puede decidir.

 

De los incidentes reproducidos de las noticias del diario, poco cabe agregar excepto que constituyen la forma esperpéntica de una actitud que es la caricatura de la masculinidad.

 

50-Tres historias

1-     En la Unidad 5 estaban las madres con sus bebés.

Cuando llegó M.B. con Alejandra recién nacida, M.R. que estaba hacía tiempo le dijo: - Mi hijo Mariano ya no está, lo llevaron mis padres para tratarlo porque se enfermó en este lugar. Otros niños también enfermaron. Me había quedado con esta batita de recuerdo, la hice yo misma…Pero te la doy para tu niña.- Era de colores tan vivos que se destacaba entre las otras prendas pastel de los bebés. Cuando la puso en manos de la otra recordó el momento de la inevitable partida de su hijo, a quien debían llevar sus padres para asistirlo. Mientras desarmaba la cuna en su rincón en la sala de madres, sentía toda la desolación: “cada tuerca, un temblorosa lágrima de pena”.

Registró la delgadez de quien venía de Jefatura,  las ojeras violetas surcando la palidez espectral, y sintió que le acercaba más que una batita: ¿un poco de esperanza tal vez? La recién llegada también recordaba. La habían esposado cuando iba a parir. Pero no habían previsto algo. Que en la habitación en que habían quedado solas, después que naciera su hija, un rayito de luz se iba a filtrar por las ventanas cerradas como señal de que pese a tanta muerte, la vida se imponía.

Eran dos madres, una dando, la otra recibiendo, compartían un lugar: la Unidad 5.

Cuando las trasladaron a Devoto estaban en distintos pabellones, y  cuando desde el patio M.R. veía flamear la batita multicolor en la soga donde tendían la ropa se decía: ¡Entonces es que la bebé sigue viva! ¡Está con su madre!

Pasaron los años ¿Cuántos? Surgió el tema de las reparaciones.

Todo el legajo de Mariano, con las tablas que registraban el descenso de peso, las placas radiográficas, la historia clínica y los informes de pediatra que lo atendió cuando estuvo con sus abuelos..… el expediente con las pruebas de que había enfermado en la Unidad 5, fue y vino muchas veces. Esperaban el reconocimiento de que allí en esos documentos médicos estaban testimoniados los hechos: en la Unidad 5 se había cometido un delito. Se había producido a sabiendas la enfermedad del niño que Mariano era.

Con tantas idas y vueltas el expediente quedó en algún ignoto lugar, cajoneado tal vez. Y cuando empezaba a ser posible gestionar una reparación a quienes habían salido dañados de la cárcel, se preguntaban qué hacer.

Había una persona encargada de decidir el reconocimiento y la reparación y a falta de pruebas, ella debía creer en el relato de lo sucedido. Esa persona era la madre de Alejandra. La que había recibido aquella batita de colores para su hija, cuando apenas sobreviviente llegaba a la Unidad 5.

2--Cuenta Laura:

-Con el traslado de mi padre al Sur, solo había un Colegio al que podía ir. Tendría 8 ó 9 años. El colegio era de monjas. Con la preparación a la primera Comunión, tuvimos un ensayo de Confesión. Era una experiencia importante y fuerte para las todas niñas.

Cuando fue al Confesionario, haciendo un recuento de sus faltas: mentir, desobedecer, faltar a misa, la sorprendió que el sacerdote le preguntara dónde ponía las manos cuando se iba a dormir.

Respondió: -Creo que agarrando la almohada… Pero al llegar, comento en su casa la singular cuestión. -Y entonces mi mamá (que algo intuyó de doble intención en la pregunta) me prohibió que volviera a confesarme. Así que me encontré con mi primer dilema de conciencia. Y era toda una cuestión, porque debía hacer caso a las monjas cuando nos llevaban a confesar, y temía desobedecerlas, pero más le temía a mi mamá. Así que me propuse portarme siempre muy bien, ser siempre buena para no tener pecados que confesar. Pero eso duró un tiempo, no se puede cumplir para siempre…

Las monjas premiaban cada semana a la que hubiera rezado más jaculatorias.  El premio era llevarse a la casa la estatua de una virgencita que había en el aula. Y yo, por más que rezara y rezara, nunca llegaba…Mi compañera de banco, que era de familia evangélica, la había llevado varias veces. Siempre rezaba más. Si yo rezaba 20 ella rezaba 50. Si yo 50, ella 70. Hasta que una vez me dijo algo que me asombró. Me dijo que para poder llevarse la virgencita, en realidad, ella mentía.

 

3-Margarita cuenta:

-En los 70, a los libros censurados los forraba con las tapas de Corín Tellado, cosa de poder llevarlos y leerlos en el cole, o en la playa. Estaba vinculada a los Movimientos cristianos. Cuando las amenazas la cercaron tuvo que tomar una decisión.

Fue al  exilio con sus dos hijas.

El desarraigo, esa Europa tan extraña. Otro idioma, otro clima. Otras costumbres. Empezar de nuevo construyendo otra vida. De sus hijas, la mayor siempre fue muy formal, cumplidora, ejemplar. Como si quisiera eludir cualquier sombra de sospecha sobre su historia. Como si quisiera desandar el itinerario de miedos e inseguridades. Como si adhiriera a una legalidad sin tropiezos. Como si quisiera que su seriedad pudiera dar absoluta garantía sobre su inserción inmaculada y prolija en ese mundo europeo que había hecho suyo, y del que había entrado a formar parte. Fue una gran cantidad de energía destinada a granjearse ese, su lugar en un universo claro, límpido, eficiente.

Cuando, después del 84, se vio la posibilidad de volver, Margarita retornó al país con sus hijas. Pero al tiempo, la mayor decidió volver para instalarse en esa Europa donde había transcurrido su niñez. Llegó a hacer prometedora carrera en una empresa, con casa central en París. Quedó allá aun cuando su madre y su hermana permanecían en Argentina.

Curiosamente, en uno de sus viajes a visitarlas, en una fiesta, conoció a un francés que recorría Argentina. Se enamoraron y a poco, decidieron casarse. Dos bodas. Una bella ceremonia allá. Otra conmovedora acá, con sus viejos amigos con los que compartiera el exilio europeo. Los novios planeaban su viaje de luna de miel. También planeaban no separarse, pero al llegar a una de las escalas del viaje, sucedió que ella no podía ingresar. Su secretaria en la empresa, que había contratado todo el paquete no había gestionado su visa para  EEUU.  Y ella debió quedar en tránsito. Y volar desde allí, sin entrar en el país de la desconfianza.

Y para volver a Francia demoró cinco días recorriendo el globo, de aeropuerto en aeropuerto hasta llegar a su meta. Pero como tenía sellos insólitos de Egipto, Rusia, Israel y otros países en que había hecho combinación, como además, en algún punto de su historia había tenido el estatuto de refugiada política, sucedió que en su retorno a Francia, le objetaron el ingreso, sospechada  de terrorista internacional. Tuvo que intervenir la titular de la Empresa en que ella estaba inserta, para que se desvaneciesen las prevenciones, pudiera entrar, reencontrarse con su flamante esposo y retomar su vida.

Ella, que tanto testimonio diera con su conducta del propósito de eludir cualquier cosa que le recordara el desarraigo y el miedo, que había sostenido una legalidad sin fisuras, se encontraba con el absurdo e insólito recelo de quienes  desconfiaban de ella. Como si fuese una peligrosa agente  de alguna misteriosa y amenazante sedición. M.C.M. diciembre 2012

 

51-Migajas para las aves                                                       

a Hilda por su fuerza y creatividad,

a Héctor en memoria de su disposición para la escucha

Cuando paso por la esquina de Santa Fe y Caferata, suelo ver palomas, gorriones y horneros picoteando las migajas que alguien deja para ellas bajo un árbol, cerca de la entrada al Patio de la Madera. Y esa imagen, de alguien, a quien nunca vi, pero que adivino infaltable por las mañanas me remite a un recuerdo.

Cuando conocí a Héctor supo contarme que una paloma había hecho nido en el balcón del departamento en el que vivía con Hilda. Y claro, aunque ellos no tenían costumbre de comer pan, decidieron proveérselo a la inquilina que vivió con ellos un tiempo. Los pichones nacieron, uno de ellos sobrevivió y Héctor escribió un texto dolido cuando el otro agonizó frente a sus ojos, y le desató una congoja, que tenía que ver con esa muerte…y quién sabe…con tantas otras.

Cuando se mudaron a otro departamento, se acercó a ellos una gata a la que llamaron Aspasia, y que tuvo gatitos. Platón quedó con ellos cuando los otros encontraron hogar. El caso fue que ellos, Hilda y Héctor, que eran vegetarianos, empezaron a comprar carne para Aspasia y sus hijitos. Y recordé que esa hospitalidad con aves y gatos era la que los había definido, como el rasgo prevaleciente también con los amigos.

Todas las veces que llegué a la casa de Hilda y Héctor fui recibida con la generosidad y gentileza de los espíritus más refinados. La delicadeza con que se disponían a hacer de anfitriones, siempre me pareció un rasgo especial. De genuina aristocracia del espíritu. Allí el prójimo era bienvenido y ellos lo hacían sentir a todos y cada uno de los que llevábamos nuestras inquietudes  literarias o filosóficas. Y esta disposición de ellos a compartir, y que se expresó de tantas formas es la que recordé  frente al Patio de la Madera.

¿Qué cualidad de generosidad y cortesía empujará a esa persona, que no conozco, a dejar todas las mañanas migajas para las aves? ¿Será parecida a la actitud de mis amigos que ofrecían un espacio-nido a cuantos llegábamos?

María del Carmen Marini – enero del 2013

 

52-La selva en un sueño

Él me contaba que buscaba un lugar donde reposar un rato.

“Abrí la puerta de la habitación y todo era calor y humedad. Todo era una selva enmarañada  que pendía del techo, se enredaba en las puertas del placard, se deslizaba sobre el escritorio y se extendía sobre la lámpara. Un koala se asomó y me miró con curiosidad. Las ramas de las que estaba colgado eran verdes y fragantes y ocupaban la mayor superficie de la habitación. Una boa constrictora se apareció ante mí, así que cerré apresurado la puerta, antes de huir.

Traté de buscar en el otro cuarto, un lugar más tranquilo, pero la misma selva tapizaba muebles y paredes. Hasta en los marcos de las ventanas ramas y hojas trepaban y se enredaban sobre sí mismas y obturaban el paso. Del suelo húmedo brotaban musgo y líquenes. Allí revoloteaban mariposas y zumbaban abejorros, así que aunque el aire era tibio y perfumado, vi que era difícil entrar, por el obstáculo que ponían las matas a mi paso, de modo que renuncié y salí de allí.

Pensé que el cuarto de baño podía ser un espacio propicio  la soledad, podría sentarme allí un rato a descansar en el banquito junto a la ducha antes de volver al trabajo, pero ni bien me asomé, la misma selva me trabó el paso con firme resolución. Era densa y frondosa. Pensé en abrirme camino en la penumbra a machetazos si lograba trasponer el umbral. Cuando acomodé la vista descubrí que había colibriés y papagayos de hermosos colores bebiendo del lavabo, pero el rugido de un jaguar que salía de la bañera me hizo desistir. Los dejé así entre el verde y me alejé por la escalera. Tomé la puerta y caminé hacia la calle.

Allí, la luz me deslumbró y sentí el aire impregnado otra vez del smog de los colectivos. Me aturdieron los bocinazos de los autos. El  troley cada vez más lleno e impasible llevando a la gente, por Mendoza desde el Oeste hacia el centro. Me fui a dar una vuelta porque Echesortu sigue siendo un barrio muy tranquilo. M.C.M.  mayo de 2013

 

53-Los hijos son para mí…

Pensando en el día de la madre, ayer escribí que mis hijos y mis hijas son la reparación que la vida me dio. Ese asunto del narcisismo medio alicaído ¿vio doña? y que ellos inflaron como el globo de Montgolfier.

Ellos no me deben nada, yo les debo la gloria de engendrarlos, parirlos y criarlos. Les debo el que me hayan hecho conocer a Silvio Rodriguez y a Joaquín Sabina. También que me hayan puesto en marcha para lidiar con celulares, correos electrónicos, face book y otras magias extravagantes. Sin ellos yo no estaría escribiendo esto y no hubiera crecido tanto.

Después recordé que también les adeudo el cuento que me leyeron de Elsa Bornemann sobre las palomitas de papel , y les debo los desafíos de "El Señor de los Anillos" que me compartieron. Sin ellos no hubiera escuchado "Latinoamérica" de Calle 13, ni visto "Avatar", ni asistido a las marchas donde sus amigos de peinados imposibles hacen una música que no entiendo, pero que me gusta.

Así que mi gratitud en el día de la madre a todos mis hijos. Los biológicos como Pablo y Anahí y los adoptivos como Gustavo y Andrea, Marcela, Iara...y las parejas de todos ellos y ellas y también los amigos y amigas de mis hijos y mis hijas, y sumaría a los hijos e hijas de mis amigas y amigos. Porque ellos y ellas componen nuestro mundo.  Octubre 2013



INDICE

I.  Primer tiempo


1. Cotidiano

2. Homenaje irreverente a la nostalgia

3. Melancolia de los domingos

4. Homenaje

5. Como no mentir en el saludo

6. Entre el cielo y el muro

7. Madres

8. Polvo, pelusa y telarañas

9. Romance de barrio


II Otra etapa

10. Que haria yo sin vos

11. Una historia de amor

12. Recorrida por la feria retro

13. Balance de uño orquestado en torno a Emilio Rodrigue

14. Crónica de Aurora

16. Carta inconclusa

16. Cuento cotidiano

17. De muertes y nacimientos


III Interpelaciones

18. El gato ciego

19. Los amigos de mi hijo

12.Recorrida por la feria retro

20. La fantasía cumplida

21. Me gusta preparar la Navidad

22. Un fin de semana especial

22. Mi tía ,carta a un amigo que no la conoce

24. El otro barrio

25. A los seis años

26. Robos y estafas

27. El dice


IV Otras historias

28. Contarles de ella

29. Reiteraciones

30. Reseña de una mujer

31. Segunda vuelta

32. Balance de un año especial

33. Ella andaba por los andamios 

34. Encuentro con las de entonces

35. La amiga de mi hija

36. M irar y ver. La historia

37.Subsuelo de sala siete

38. Carlos, Carli, Marcos


V La vida va tomando forma

39. Graduaciones

40. Tiempo de limpieza

41. De robos

42. Un marzo con tres acontecimientos

43. Contradicciones

44. De cuestiones familiares



VL Redoneando

45. La casa dela reja verde

44. El indigente

47. El viaje de abril a Buenos Aires

48. Historia de un casamiento

49,Sobre machismos en siglo XXI

50. Tres historias51| . Migajas para las aves

53, Loa hijos son para mi...




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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