Insistencias Hubo un fracaso terapéutico que me convocó a revisar mis ideas respecto de éste tema. La revisión del caso me permitió despejar un par de puntas desde las cuales considerar lo acaecido. Digo fracaso terapéutico, porque en el tiempo en que esta paciente consultó, no fue posible establecer en el trabajo terapéutico ninguna autocrítica respecto al origen de su sufrimiento, ni poder examinar su propio relato en una historia como hija de tal madre, como madre de tales hijos. Había en esa historia antecedentes de intentos frustrados de suicidio años atrás. De los mismos había sido asistida oportunamente. En la historia de M.. es relevante un dato: el suicidio de su madre y de una tía, cuando ella era niña. No pensó en ningún momento de que la actual distancia con el hijo y la relación de hostilidad con la hija pudieran ser modificadas. Estaba segura de que es imposible. No había disposición para examinar y cuestionar su propia modalidad relacional. Lo que se planteaba es que: “Esto es así”. (la ingratitud de los hijos y su perfecto desempeño como madre, que no era pasible de ninguna revisión) Le costaba establecer asociaciones entre su propia orfandad y su modo de asumir la maternidad, salvo tomando dicha orfandad como justificatoria de dicho estilo de maternaje omnipresente. Estilo que excluía cualquier otro interés que pudiera interferir la dedicación a ellos, el estar disponible todo el tiempo y para todo. Las frases que se mencionan con insistencia (en este caso y en otros) son: “Con todos los sacrificios que hice…” La otra; “Hay madres que tratan para el culo a sus hijos y ellos las adoran…” “Con todo lo que hice por “estos chicos”… Estas frases comportan un sentimiento de base: el de una injusticia de la que se considera víctima y la dificultad para efectuar una autocrítica de su propia posición. Este ejercicio del rol materno subordinando toda la vida familiar a los niños (Por 10 años no tuve una salida con mi esposo) y la subsecuente decepción cuando los hijos “no son lo que esperaba” entrar a formar parte de una forma solapada de ferocidad. “Tus hijos no son tus hijos” decía Khalil Gibrán. ( 14 ) Pero ¿quién se convence? Una dimensión oculta (¿secreta o inconsciente?) en anhelos maternales pone en marcha el mecanismo por el cual los hijos son pensados no como “otros”, sino como prolongaciones de sí. Por tanto obligados a proveer las satisfacciones que la vida negó, o que por su propia historia no pudo conseguir. Otro ángulo es el peso de la frustración en el vínculo conyugal en las actitudes hostiles de esa madre para con sus hijos, Pero como desarrollara en mi tesis de Maestría, ¿cuanto más es posible, que habiéndose generado el universo afectivo en vínculos hostiles se perturbe la formación de los siguientes? Así la niña que tuvo una relación difícil con su madre, y en su familia de origen, cargará con un plus de dificultades para generar relaciones cordiales, cooperativas y satisfactorias en lo conyugal. La consecuencia que me propongo subrayar en este trabajo, es la de la sobrecarga en el hijo/a de demandas y reproches. Se le exige demasiado. Sobre él cae el peso de una desdichada historia previa. Este reclamo de lo materno protector y nutriente (clave en la evolución de todo ser humano) en cuánto más está potenciado por la carencia? (Parias) Y desde los hijos? También fue interesante escuchar a lo hijos e hijas. En la original descripción de la ferocidad de lo materno la expresión más contundente fue la siguiente: “Mi mamá es tan mala, que al lado de ella Hitler es Gandhi”. Otra: “Mamá, como te odio por todo lo que nos hiciste pasar” se decía a sí misma una joven a años de la muerte de su madre. El sentimiento de ella y sus hermanos, por las explosiones de violencia era de estar en riesgo constante. “La palabra, entre nosotros, era: hoy nos mata”. “Lo peor que me pasó en la vida fue mi madre” expresó aquella joven a quien su madre acusaba de “sucia por dentro y por fuera”. “Quisiera devolverle todo…lo que gastó para que yo me recibiera, porque me lo sigue echando en cara…Si pudiera devolverle todo, hasta el óvulo con que me gestó, quedaría libre”. Así la hostilidad de los hijos, consecuente con la de las madres puede tomar diferentes formas e intensidades. En algunos casos se expresa en los esfuerzos por mantener la distancia respecto a sus madres. Distancia protectora que hace que los perturbe la demanda de que la visiten, reclamo que se tratará de eludir, y también la demanda de ser recibida en la casa de los hijos pues esa visita se siente como interferencia, y peligro. “Mentí cuando mi mamá me dijo que quería venir a visitarme e Rosario. Le dije que estaba estudiando para rendir, pero yo ya había dado examen…Cuando viene deja tanta tensión que hasta pongo sahumerios para ahuyentar el clima que queda” En una oportunidad registré la forma en que un consultante trajo simultáneamente la noticia de la adquisición de su casa y de la muerte de su madre con el mismo énfasis. Como refirió los dos hechos consecutivamente y en el mismo tono, se explicó diciendo: - No estaba enferma, no era previsible, pero…Mi madre, antes o después iba a morir. En cambio era difícil poder tener una casa… y las dos cosas se dieron juntas También he registrado la actitud de distancia irreversible de un hombre que al revisar las circunstancias de su historia, y al relatarse su propia vida pudo dimensionar su exclusión (cuando regresó de la conscripción, ya no tenía donde estar) tomó la decisión de romper totalmente con su familia de origen. Su verbalización fue entonces: “Debí haber hecho esto mucho antes…” El balance de vida de la hija que cuidó a su madre inválida desde los 8 años hasta los 30, la llevó a plantearse que empezó a vivir después que su madre había muerto. Que esa muerte había significado su liberación. En algunos casos el rechazo al contacto verbal, físico y emocional es categórico. En planteos como: “Esperaba que me hablara rápido, me dijera lo que me tenía que decir y terminara pronto, porque no quería escucharla…” O: “No soporto que me abrace, ni que me bese…” “Odio los domingos porque tengo que ir a verla, y cada vez me cuesta más.” Puede que haya casos en que la destructividad implícita haga necesaria la puesta de distancia. Otras en las que el deterioro de la imagen es tan letal que irradia sobre hijos e hijas una energía cuyo potencial destructivo apenas nos empezamos a plantear. Tanto más dañada en su subjetividad la madre (sea por cuestiones socio históricas (víctimas de guerras o inmigración, pobreza o catástrofes), familiares (huérfanas) o personales. tanto mayor su peligrosidad en la esfera íntima en donde su poder no ha sido suficientemente considerado. Y las madres buenas? Una única vez recibí a una madre que reivindicaba su función con toda contundencia. Se la escuchaba como totalmente opuesta a aquella que planteaba: “Con todos los sacrificios que hice…” como interpelación desoída por esos hijos supuestamente ingratos a los que repudiaba Esta otra madre dijo: “Mis hijos no me deben nada. Yo les debo a ellos la experiencia de gestarlos, parirlos y criarlos, que es la más maravillosa aventura que pude imaginar.” Reivindicar ese lugar para sus hijos me hizo pensar en un vínculo muy logrado, en acuerdo y mutua aceptación. Pero es inevitable reconocerlo, aún cuando esto fue registrado, por tanto posible, no constituye una modalidad frecuente. María del Carmen Marini Agosto 2010 Segunda parte de “Las madres atroces” El nombre Este trabajo continúa uno anterior, revisadas aquellas postulaciones, creo que cabe pensar lo maternal desde una amplitud, en donde quepan todas las posibilidades. Desde la abnegación y generosidad más absolutas, al egoísmo y crueldad más profundas, según la variabilidad de lo humano implicado en cada caso. Entonces, más que hablar de madres atroces, podríamos referirnos en toda maternidad, aún en las más armoniosas, a la cuota de lo atroz o lo feroz que porta ineludible y a sus efectos en la constitución subjetiva. Y tomando del diccionario alguna de las significaciones, definiremos lo atroz, como lo cruel, terrible, insoportable. Y como feroz, aquello que ataca con violencia y causa daño. Las utilizaremos en un mismo sentido. El propósito de este escrito es volver a reflexionar acerca de un mandato El que establece a la maternidad como eje vital de la subjetividad femenina. Mandato que cae sobre las mujeres desde que son niñas y determina la mayor parte de sus esfuerzos y logros. Las teorizaciones de la escuela de Psicoanálisis y Género cuestionan dicho mandato: Burin plantea: Si ponemos tanto énfasis en subrayar el análisis de la configuración de la subjetividad femenina , es porque entendemos que el privilegio del deseo maternal, como deseo constitutivo de su subjetividad, ha ejercido un modo de opresión específico sobre el aparato psíquico de las mujeres. ¿Qué clase de opresión? Aquella consistente en que para devenir sujetos, no alcancen a representarse más allá del deseo maternal, otros deseos, como posibles y legítimos. Nuestro objetivo, consiste en propiciar una ampliación de la subjetividad femenina mediante la representación de otros deseos, múltiples, diversos, más allá del deseo maternal. (pág. 216)(1) Bonaparte, a su vez agrega: El estigma santificador por excelencia es la maternidad. Pueden distinguirse dos aspectos en la consideración (¿manipulación?) sociocultural de la misma. El primero es la calificación de “exclusiva”. El otro aspecto del estigma santificador es el que califica a la maternidad de “excluyente”. Significa que “ser madre” es tan importante que absorbe y agota todas las posibilidades de ser de la mujer que ha tenido un hijo. Cualquier preocupación que y actividad que distraiga o aleje a la madre de su quehacer “trascendente” es vista como negativa, obstaculizante, contraindicada, contraproducente, transgresora, socialmente indeseable y hasta como casi diabólica…Se opera así un verdadero “chantaje ideológico” que toma al hijo como rehén, convirtiéndolo en pretexto para confinar a las mujeres dentro del hogar. (p. 75)(3) Fernandez aporta: Las significaciones imaginarias producen un real: Mujer=Madre. ..ha hecho reversibles dos ecuaciones muy diferentes, porque una cosa muy diferente es decir que para ser madre se necesita ser mujer, que decir que para ser mujer se necesita ser madre. ( 165) (4) Desde la experiencia clínica los discursos que fui registrando componen una galería que da cuenta de dicha cuestión. En la casuística, como motivos de consulta, fueron muchos aquellos en los que se destacaba la presencia de temas en torno al ejercicio del rol materno-filial. La mirada de la madre, el contacto piel a piel y el sentirse llamado por su nombre, como sedes de un encuentro fundamental para el cachorro humano. “Para el psicoanalista Donald Winnicott (especialmente en su artículo “Objetos transicionales y fenómenos transicionales, primera posesión no-yo”), los cuidados maternos son responsables de que el aparato psíquico del bebé inscriba un silencio primordial; un silencio confiable para sostener las palabras; un silencio cuyo destino no será devenir hostil a la palabra sino, por el contrario, ser punto de apoyo de todo futuro decir que tenga vocación de diálogo. El silencio que se hereda de los cuidados maternos nutre toda posible elocuencia en un futuro parlante.” (5) El psicoanalista Daniel Ripesi lo plantea, retomando la obra de Donald Winnicott, y señala que el verdadero acceso al diálogo –y a la palabra misma– sólo es posible cuando en el primer vínculo con la madre pudo instaurarse, tenso pero confiable, un silencio. A poco de revisar encontré ratificada la idea de que para el universo de consultantes femeninas ese silencio confiable integraba la problemática existencial y la de ser madre y recibido en consulta a mujeres que siendo madres hablaban en primera persona de si mismas y a hijos e hijas que trían su relato acerca de la presencia materna en sus vidas. Casuística: En mi tesis de maestría, investigué en un grupo de consultantes los motivos por los que llegaban, y fue sobresaliente el referido al tema que nos convoca. Las consultantes recibidas fueron 53. Así escuché a madres. A hijas. A mujeres que eran hijas, e intentaban ser madres, o a las que ya lo eran. Allí se esbozó el interés que dio lugar a Madres Atroces y a este nuevo escrito. (6) Conversando el tema La gravedad de la ferocidad materna deviene del desamparo y dependencia del infante y del niño, así como de la conflictiva en la mujer que, bien o mal, va a maternar. Las posibles marcas quedan aún cuando cronológicamente se hayan alcanzado recursos, y con la edad se puedan arbitrar defensas. En algún rincón el niño desvalido clama, aunque el vagido se transforme en reivindicación y el miedo a perder el amor, en anhelo de venganza. A mayor necesidad primero, mayor hostilidad después hacia esa fuente de vida que si se sustrae se transforma en amenaza de muerte. Así los primeros niveles de sufrimiento y angustia, que no van a depender solo de la capacidad de respuesta materna, sino también de la carga tanática, la pulsión mortífera que porte el niño, esto es, la suma de ambas (capacidad de respuesta materna y disposición del infante), influirán en la historia que se genere desde allí y en más. Existe una convicción y es que la posibilidad de vinculación amorosa u hostil de la madre, escribirá el rumbo de dicha historia. Ello ha significado para muchas el deseo de no hacer a los hijos lo padecido en aquella antigua etapa de vulnerabilidad, como hija de aquella madre. Para otras no ha sido así, por el contrario, ha creado la oportunidad de ejercer un poder despótico y arbitrario. Una de las eventualidades es que con el paso del tiempo y el envejecimiento de los que fueron adultos cuando los/as hijos/as era niños/as, los roles se modifican y la vulnerabilidad cambia de lugar así como la capacidad de cuidado o de ejercicio de un poder, que a veces fue destructivo. Aunque los cuestionamientos pueden variar, en la actitud que se tome frente a estos hechos (y al cuidado de hijos y de padres ancianos) es útil pesquisar lo que faltó, así como que el tono de las historias varía según quien la relate, y no es infrecuente que se den repeticiones, que el psicoanálisis descifraría como “el repetir activamente lo padecido pasivamente”. . Es así que casi como en una fórmula, puede interrogarse la correlación entre el desamparo y dependencia del cachorro humano y la posibilidad de la ferocidad materna. A mayor fragilidad, mayores posibilidades de que ejercicio despótico de un poder que entonces se expresa (puede expresarse) sin límites. La eventual protección generosa que ese desvalimiento convoca, constituye la otra respuesta posible, y es preciso incluirla, (¿es la descripta por Winnicott?) pero como lo que produce efectos demoledores es la hostilidad que mencionamos en primer lugar, prestaremos atención a esta eventualidad. Así cabe considerar las genealogías, pues el vislumbrar como se vivieron las experiencias desde la filiación puede iluminar el modo de maternar. Y así entran a tejerse historias respecto a la madre de la madre de la madre…que iluminan el territorio que exploramos. El cuestionamiento cobra mayor fuerza si consideramos diversas posibilidades, flexibilizamos la mirada para dar lugar en el examen del caso por caso, y registrar lo que pudo faltar en la historia relatada en donde cabe preguntar quién cuenta acerca de quién. Pero tampoco faltan las miradas comprensivas y compasivas en algunos balances. Da cuenta de ello lo siguiente. Sobre Las madres atroces (primera parte), una colega escribió un texto, del que presento algunos extractos: “Yo junto todas esas clasificaciones (de diferentes modos de asumir la maternidad) en una sola y me pregunto: ¿quién no tiene en su personalidad facetas perversas, injustas, filicidas, matricidas, abandónicas, etc.? El género humano es una exposición de lo más impuro... Pero si la Vida continúa es porque han prevalecido las buenas, las sanas…. El libro se denomina La doble trampa del apego y el rechazo, su autor Lama Lobsang Tsultrim , quien nos invita a meditar sobre la impermanencia y el apego entre otros temas, en el tema que se refiere a superar el egoísmo nos propone “ver a los seres como si fueran la propia madre”, ”Podremos ver la bondad de una madre si pensamos en nuestra madre de esta vida, porque en el fondo estamos aquí gracias a ella y todo lo que somos es gracias también a esa madre, es decir, nos ha llevado durante nueve meses y diez días en su vientre y después, cuando hemos nacido, nos ha enseñado las cosas más esenciales y más adelante todo lo que hemos ido aprendiendo a lo largo de la vida....Por lo tanto se puede decir que nuestra madre ha sido muy bondadosa con nosotros “(7 ) Se entrevé que el amor a la madre es el mejor modelo de amor. Uno se pregunta si los orientales han idealizado el amor a la madre. O cuál es el concepto oriental de madre. Así desde este arco, que toma diferentes perspectivas, es que partimos. Y porque fundamentalmente el no tener madre, esto es, la historia de las huérfanas suele interpelarnos sin atenuantes. Aún en jóvenes que en la consulta recuerdan aspectos conflictivos del vínculo con la madre fallecida, el reclamo de esa presencia materna se reitera, como no saldada y no sustituible. Una planteaba: -“Hay cosas sencillas, cotidianas que quisiera consultarle si estuviera acá, Cómo vestirme, cómo peinarme…y no es lo mismo la opinión de mi papá, o de una amiga…” Otra, una joven de 20 años, que perdió a su madre en un incidente luctuoso, que no fue despejado y del que quedaron dudas, traía esta reflexión: -“Me duele pensar que mi mamá sufrió mucho, también mi abuela…Y tengo que armar mi vida con esto, con la ausencia de ella. No puedo decirle la bronca que tengo, ni decirle que no la necesito. Pero, no se que pasó de última, con ella. No pensó en nosotros, con los problemas en que se metió. Pero pienso, si no hubiéramos nacido, ¿le hubiera ido tan mal? Y cómo hubiera sido mi vida si ella estuviera? Veo a mis amigas, que tienen una madre que les resuelve cosas, y yo tengo que arreglarme sola.” II El vínculo materno filial y sus vicisitudes. a)La ambigüedad o tibieza respecto al afecto de la madre es expresado en algunos mujeres con claridad: -“Se que mi padre me quiso, me lo demostró de mil modos, estoy convencida de eso. Pero de mi mamá, no se…no estoy segura.” En otra: -“Recuerdo que con mi padre jugábamos, tengo claro que disfrutábamos recortando figuras de revistas, pero con mi mamá no… siempre tenía otras cosas que hacer.” Una expresó: -“Mi mamá es tan narcisista que dice que quiere ser una alienada en su vejez, para no verse deteriorada por el paso del tiempo ¿Podés creer que sea tan egoísta?” Un aporte que acerca una colega de otra madre narcisistas, que tal como dijera su hija: “Está todo el tiempo pensando en sí mismas: Poco y nada me mira y/o me miró de niña. Ella nos decía que teníamos que ser independientes porque así se crece en la vida, entonces, llegábamos de la escuela y nos teníamos que hacer la leche y atendernos entre nosotras ella estaba para cosas mucho más importantes que hacer que esas boludeces.”(8) En el caso de mujeres que en caso de conflicto conyugal, optaron por sí mismas y dejaron a sus hijas, el reclamo de éstas, pasa por el desamor que supone esa separación, inscripta como abandono. Una niña, que había quedado a cargo del padre cuando la madre se fue, y en casa de la abuela, veía a ésta leer los obituarios y preguntó que era eso, y de quién eran las fotos. La abuela explicó que se trataba de personas fallecidas. Desde entonces, la niña siempre miró las fotos, porque, según explicó: “Si la madre no estaba en las fotos, es que no había muerto y todavía podía volver a buscarla.” Otra niña, cuya madre se había suicidado, confrontó a una tía con la pregunta de si la madre la había amado y hasta dónde, para llevar adelante la decisión de eliminarse. En estos casos queda planteado cierto enigma respecto a la manera del ejercicio maternal de estas mujeres, para quienes los hijos no significaron un anclaje suficientemente vigoroso en su proyecto de vida. b)En otros casos la hostilidad que surge de la rivalidad, da lugar a desencuentros feroces. -“¿Cómo le pueden molestar tanto mis logros a mi mamá? No ve que me esfuerzo todos los días para forjarme un futuro, ¿o a caso le molesta que no necesite más de ella? Me parece que esa es su gran molestia. Mi crecimiento y su vejez, su soledad. Ya nos fuimos les tres de la casa.”(9) La hostilidad que surge de La lucha por el poder. Ser madre, ser hija, ser mujer ¿ser iguales? Burin expresa: Luce Irigaray muestra a la madre y a la hija prisioneras una de la otra, intentando a la vez establecer ..una relación de sujeto a sujeto. Afirma que “la mayoría de nosotras hemos padecido la sobreprotección materna, paralizante. Esto correspondería a un maternaje prescripto y culpable, no a una relación de deseo y amor entre dos personas..En el fondo falta una genealogía de mujeres. Al restablecer dicha genealogía, ponemos sobre el tapete el orden patriarcal. Nosotras hijas, debemos hacer surgir a nuestras madres como mujeres.” Pero hablarle a la madre como mujer supone hacer el duelo del poder maternal total. (peedípico) (p. 112 )(10) Los testimonios vertidos por RIMA por integrantes de la lista aportan y enriquecen lo considerado hasta aquí. Presentamos parte de algunos testimonios: 1)Durante casi veinte años peleé con mi mamá, tratando de transformarme en mujer a la vez que me desprendía de ella. En esta historia no podían ir juntas las dos cosas: madurar y seguir siendo hija. 2)Mientras deshojaba la margarita me daba vuelta la frase 'nadie quiere como una madre'. Está incompleta, pensé, 'nadie quiere como una madre y como una hija'. Yo sería capaz de perdonar todo y recomenzar mil veces, siempre esperando. Y esa fidelidad ciega me dio un poco de temor. Qué poder tienen. 3)Las madres tienen buena prensa. ¿Quién se atreve a hablar mal de ellas públicamente?(11) La Hostilidad alcanza formas sutiles y otras desembozadas También es violento el suponer y adjudicar malas intenciones en la hija, como la madre que decía a su hija: -“Estás muy contenta vos. Algo malo habrás hecho…” No registrar las necesidades del hijo, aunque sea muy obvia su angustia o su tristeza, han marcado la desconexión de estas madres que no saben, no pueden establecer una relación. Madres qué inciden en la vida de sus hijos con controles y espionajes en las áreas más privadas, sin límites a la intrusión. Hubo quien controlaba los mensajes, pesquisando los amores, hubo aún quien vigilaba las menstruaciones, e intervenía con su reprobación en la oportunidad de tener o no hijos. Ha habido en un caso, la fantasía de agredir al hijo durante una discusión, diciendo en ese momento, que estuvo por abortarlo. También una madre de hijas adultas que expresaba la convicción de tener el derecho de vida o muerte sobre ellas, por el hecho de haberlas engendrado. (se trata de casos reales) En la crónica conocemos situaciones en que las desavenencias son de tal magnitud que llegaron a una violencia física y a la denuncia policial. ¿Qué pasiones pueden estar en juego? ¿Qué patología vincular enturbia el panorama? Graves son aquellos acasos en la hostilidad de las madres las llevan a crear un infierno doméstico al formular reproches sin fin, demandar una dedicación total desde una actitud tiránica y despótica. (“Como agua para el chocolate” ilustra el tema. Con la longevidad alcanzada por muchas madres, estas situaciones son frecuentes) - Madres que enloquecen a sus hijas para que no se vayan de su lado. “Mi mamá a mi me vuelve loca, temo por lo que pueda llegar a pasar entre nosotras cuando falte mi papá. No soy dueña de ir sola a comprar ni el pan ni una ropa, mucho menos, pues, cuando vuelvo, está en la cama, diciéndome que se va a morir, que como me atreví a faltar tanto tiempo de mi casa, que si a ella le pasa algo quien la va asistir, que soy una desconsiderada y desagradecida, ella que me dio la vida y ahora yo le quiero sacar la vida a ella. Ella dice que yo no la quiero, que para que vine al mundo, mirá la hija que tengo, no me trae ninguna satisfacción. Me dice todo el tiempo, que mi destino es el de ella, la soledad, el desprecio de los demás. Mi condena está marcada, vine a la vida para eso. Ella, por momentos decía, no creo que haya venido para eso, es la vida que ella me dio, porque no me deja vivir.” (12) c) Están las que compatibilizan la maternidad con otras pasiones a costa de cierta impaciencia. Como la que apuraba a sus niñas que se preparaban para la escuela, mientras repasaba su propia agenda, hasta que una registrando la impaciencia materna una de ellas le preguntó. ¿A vos te gusta ser mamá? Así, aún en vínculos menos conflictivos, pueden darse sobresaltos. Pareciera que cierta dosis de intranquilidad fuese consubstancial al ejercicio del rol materno. Vale el ejemplo de una joven madre, que luego de una clase de gimnasia del hijo, de la que había salido dolorido, estaba inquieta. Me cuenta luego, en presencia del niño, que: -“Me había quedado preocupada, pero después que le tomaron unas placas, me quedé tranquila.” A lo que él, con expresión pícara acotó: -“Si vos nunca te quedás tranquila!” Foucault entra en las consideraciones del tema: El siglo XIX es el que crea a la Madre, y no es casual que sea en este siglo cuando se constituye la histeria como entidad psiquiátrica…Detrás de una buena madre, dirá Foucault, hay siempre una mujer nerviosa. Se asiste así a dos fenómenos contemporáneos: a) La exaltación de la Madre, b) La agudización de las patologías de sobreprotección sobre los hijos y las patologías del “nerviosismo femenino” (frigidez, neurosis del ama de casa, depresiones femeninas etc). (p. 178) (13) d) De Ambivalencias Pero, aún en ese amor ¿puede haber una hostilidad a considerar? Es posible pensarlo. En el cuidado de los hijos la ambigüedad está presente. Y la ambivalencia sienta su reinado. Una madre muy pendiente de su hija, y con una notable capacidad de análisis lo formuló con claridad: - “Mi grado de mi locura, es proporcional al grado de goce de mi hija. Me suscitan tanto miedo…los paseos a los que la llevan del Jardín. Y ella se va lo más contenta y yo me quedo penando. Temiendo que no la cuiden como yo, que le pase algo…” Otra comentaba que su bebé estaba por largarse a caminar, pero que : -“El grito que se me va a escapar, lo va a hacer caerse de culo.” El comentario me recordó la letra de una canción: “Pájaro Chogüi” En esta línea de reflexiones, la amenaza a la salud del hijo, permite ver que en algunos vínculos, es la más dura y amarga que pudiera pensarse. Hemos escuchado: -“Por qué a él? Quisiera que pudiéramos cambiar lugares, que él esté sano y ser yo la que enferma.” -En un caso, alguien creía que lo peor que podía pasarle era que se confirmara el diagnóstico que esperaba, que iba a implicar una cirugía con una mutilación irreversible. Simultáneamente conoció que su hija era hiv positiva. Su propio diagnóstico no se confirmó, el de su hija requirió medicación y desde allí vivió para asistirla hasta que con la introducción del cóctel en el tratamiento, se logró la nagativización del virus en sangre. Después de un mes de saberlo, falleció de muerte súbita: ¿sintió que su hija ya tenía esperanzas, y que entonces dejaba de ser imprescindible? III.Disputas puntuales madre-hija en dos ámbitos privilegiados: a-por el varón trofeo b-por la entelequia del ejercicio de la maternidad como prueba de existencia. Flia y subjetividad La mujer que sucumbe a la crisis de la medina edad, la que lleva mal su identidad de mujer madura y compite con sus hijas adolescentes, la que se siente estafada por la vida, es justamente la más femenina, la que ha estructurado su deseo exclusivamente en torno a ser el objeto de deseo de un hombre o de los hijos. (p. 135)(14) De acuerdo a lo descripto por Emilse Dío Bleichmar, en el ideal del yo en las mujeres coexisten , con mayor o menor grado de conflicto, ideales tradicionales con ideales postconvencionales. Los ideales más acordes a la modernización se relacionan con el imperativo del trabajo, y son aquellos que tradicionalmente comandaron la producción de los varones. Entran en conflicto práctico y cotidiano con una práctica maternal aislada, no institucionalizada y que se hipertrofia debido a la difusión de la importancia de las experiencias tempranas en la estructuración del psiquismo. (p. 371) (15) Aporte Meler Mientras as madres sean solo eso, madres, el único ideal que se estructura en forma fuerte, coherente y muchas veces opresiva, es el ideal maternal. Este ideal resulta instrumental para una organización social que delega la función reproductora –incluyendo la crianza y la aculturación- en las mujeres. Planteado en términos tradicionales (exclusividad, altruismo etc.) es contradictorio con la producción cultural. Esta contradicción es una de las que desgarran a las mujeres de hoy. Podría plantearse como una antinomia entre el deseo de ser madre y el deseo de ser. (p. 370)(16) Castro describe: La forma de ejercer la maternidad como exclusiva y excluyente, la encontramos en mujeres para quienes la función maternal es fundante de su identidad…su carácter encerrante transforma la maternidad en un síntoma; constituye una coartada que enmascara un fuerte núcleo fóbico, que condensa el temor de la mujer al ámbito extradoméstico… (p. 384)(17) Uno de los principales obstáculos con que nos encontramos en la tarea terapéutica, uno de cuyos principales objetivos sería que las pacientes se cuestionen los deslizamientos ideológicos que edifican la identidad femenina sobre el ejercicio de la maternidad y la pasividad, y que puedan acceder a aquellos aspectos de la constitución del aparato psíquico que, en nuestra cultura, están más desarrollados en el varón, y que son la base de la autonomía, (p. 394)(18) a-Con respecto a la relación de rivalidad, competencia y celos que frecuentemente tiñe las relaciones de la madre con su hija, hemos encontrado registros, en que el crecimiento de las niñas hacia la época de la pubertad, suscita emociones maternas, que de no ser resueltas, enrarecen el vínculo. Tema desarrollado por Mabel Burín. Como si se tratase de “Vivir con la enemiga” que remite a una lucha encarnizada. ..la ambivalencia hacia la madre preedípica alcanza su pico más alto en la adolescencia, y este es el momento culminante para su resolución, en esta fase del desarrollo que se denomina “el segundo proceso de individuación”. Este proceso de desprendimiento pone en crisis el establecimiento de los juicios previos, organizados sobre la base de la identificación. Así , el proceso de desprendimiento da lugar a un reordenamiento enjuiciador, que sienta las bases para el surgimiento del juicio crítico en la adolescente. p. 224/225) (19) ” Mi mamá no soportaba que mi papá estuviera tan dedicado a mí. Como si le molestara haber perdido protagonismo. . Todavía está enojada por una casita de muñecas que me hizo de chica.” Cuando la relación conyugal ha estallado y los hijos, como es frecuente, quedan a cargo de la madre, los logros de estos hijos, así como la celebración en el cumplimiento de etapas, crearán nuevos problemas. El que se intente incluir al padre, después de la ruptura, queda supeditada muchas veces al conflicto conyugal. Lo hemos constatado en la lucha de una jovencita por invitar a su padre a la celebración de sus 15 años, o de otra por incluirlo en su ceremonia de bodas. Incluso en una ocasión (ya descripta en el trabajo anterior) registramos las quejas de una futura abuela a su hija embarazada, porque no aceptaba que el ex-esposo pudiera participar de la celebración del advenimiento del nieto. En casos en los que después de la separación, otro hombre establece relación con esa madre, e ingresa a la casa, las posibilidades de malestar son aún más difíciles de neutralizar. A la par que este actitud de desconfianza, como contrapartida, puede darse el riesgo de omisión en el cuidado de niñas y adolescentes, dejándolas expuestas ante la nueva presencia masculina en un ámbito de mujeres. (El tema de las niñas incestuadas ha sido debidamente tratado por el equipo de investigación de Nora Das Biaggio en “Figuras de la madre y fondos de lo materno”)(20) b-Respecto al otro de los ejes de estas reflexiones, la competencia respecto a los modos de la maternidad, parecieran confrontarse pasiones viscerales, tanto en lo literal como en lo metafórico. El embarazo de una mujer suele poner en quienes la rodean, actitudes contradictorias. Lo que hemos podido constatar, que a la par de los afectos tiernos y protectores, y en simultaneidad con estos, surgen comentarios que dan cuenta de otros, de una carga de una ferocidad inusitada. Consideremos que se están moviendo, sentimientos volcánicos. Y esto pareciera suceder, por las razones esbozadas, en torno de la maternidad como sede de la valoración como ser humano, que sin duda nos atraviesa a las mujeres en particular. Una de las mayores crueldades registradas en mi casuística, es la de una madre, que en una discusión con su hija, que no había podido quedar embarazada, le dijo: -“Vos hablás así, porque como nunca lo tuviste un hijo en el vientre, no sabés lo que es.” Desde las hijas: -“Yo no seré la hija soñada, pero ella tampoco es la madre que hubiera querido. Es inoportuna, irrespetuosa con mis tiempos y actividades. Era todo para mí, pero ya no la necesito… Pobre mina solitaria. Sigue funcionando como una adolescente que me compite como una igual.” -“Es tan peleadora, que cuando hablo con ella, tendría que llevar un chaleco antibalas. Cuando me llama, si empieza con las quejas y reproches, pongo lejos el teléfono y la dejo hablar sola. Me quiere convencer que no tenga hijos, que en vez de eso haga un postgrado…” -“No tengo nada que agradecerle, así que no tiene nada que reclamarme, desde que vine a estudiar acá contrariando su deseo, me dejó que me arreglara sola. Así que ahora ¿Qué viene a decirme nada?” -“No tiene en cuenta mis realidades, llega y critica que esta desordenado y sucio, pero no se ofrece a ayudar. Me preguntó ¿Por qué no toman a alguien?” Y quiso saber cuánto ganábamos… No aceptamos la casa que estaba dispuesta a comprar de acuerdo a su gusto, y entonces desvaloriza todo lo que conseguimos por nosotros mismos. -“Desde que me separé tuve que hacer malabarismos para dar de comer a los pibes Y viene ella y dice: ¿Cómo no te comprás un plasma? Parece una burla o que está totalmente ajena a lo que necesito.” La mayor hostilidad, a la hija, y de la cual esta deja testimonio, la refleja en “Árbol de familia”, María Rosa Lojo, (21) cuando refiere que una semana antes de tener su primer hijo, su madre se suicidó. ¿Qué puede llevar a una madre a inferir semejante daño en esa circunstancia? ¿Qué magnitud de envidia ante la plenitud de la vida de esa hija a punto de parir, viene a desafiarla, y genera esa respuesta? Aportes de Rima: 1) Mi abuela la quería mucho a mi mamá y le decía "mi nena", yo no logre que ella me llamara por mi nombre, nunca fui Patri, aludía a mi sin nombrarme. Siempre me hizo sentir culpable hasta que mi hijo mayor me dijo una vez , mami porque no aceptas que la abuela no te quiere y así fue que dejé de pensar en esto. PD con mi hermana siempre decimos que si hubiéramos desaparecido en la dictadura nunca mi madre nos hubiera buscado, creemos que hubiera dicho *por algo será* 2) No voy a justificar sus castigos, psícopateadas y gritos simplemente porque hacia/hace lo que puede y nadie tiene un manual. No, no la perdono, tampoco tuvo la delicadeza de pedir perdón por mellar mi autoestima, boicotearme y lastimarme. No me banco el doble discurso, el “hace lo que digo pero no lo que hago”, y ese rollo moralista que sobrevuela la culpa. Ser madre debe ser difícil, no lo dudo. Pero también lo es ser hija, mujer autónoma, feminista, lesbiana. Y no por eso una la emprende a golpes para que la otra entienda. Cuando se tira de un hilito, la trama se va desarmando no?, y deja ver que hay debajo de las ropas. 3) Pero mi madre era terriblemente competitiva. Le había costado tanto todo que no soportaba sentirse superada. Su "no tener título" la enojaba. y eso trajo consecuencias, como las trajo que yo entrara en la adolescencia, en fin, fue una relación muy difícil. El dolor es por lo que pudo ser y no fue, no solo por mí también por ella. Tal vez más por ella. 4) Leí con envidia (sana, creo) y emoción, los distintos testimonios de las compañeras colisteras. No tuve una buena relación con mi madre. Siempre sentí que no había lugar para mí en su mundo. Que sosteníamos valores opuestos. En la adolescencia la enfrenté mucho. Ella llevaba un diario con todas las cosas malas que yo le hacía que aún conserva, pero no me ha dejado leer. (22) IV El lugar de los hermanos varones. Primogenitura y mayorazgo. “¿Y qué pasa cuando hay para criar una hija y un hijo? ¿Cómo se educa en la diferencia de género? A ellos no se les interrumpe tanto el juego para que colaboren con algunos quehaceres domésticos, en tanto, sí a las nenas. A ellos se les permite no ser tan prolijos.. Siempre lo sentí como una injusticia”(23) La reparación que puede significar para la madre la gestación de un varón en nuestra sociedad patriarcal, tiene que ver por la valorización que implica lo masculino, tanto como por lo enigmático de haber podido crear lo otro, lo diferente de sí misma. Sin duda incide en la forma en que ese hijo varón entra a formar parte de la constelación familiar. El ser portador de créditos propios de la masculinidad pareciera otorgarle lugares de jerarquía. Así es frecuente escuchar a las hijas mujeres, sus protestas y quejas por los privilegios que suelen otorgársele. Pese a los cambios, quedan resabios de esa tradición, bajo formas solapadas en muchas de las familias actuales. V De las madres sabias -Y están las sabias, como aquella que frente a las exigencias planteada por una discapacidad de su hija llego a definir: “ De no haber mediado esto, yo hubiera querido para mi hija, tal vez lo mismo que mis padres quisieron para mí. Que estudiara, que tuviera una profesión…Pero D. me abrió la cabeza, así que lo que más me importa es que esté contenta…Que tenga la mejor vida que pueda tener.” -También la sabiduría de la que pudo pensar en una instancia límite, tal como lo es la cárcel, que creyendo proteger a su hijo, tardó en advertir que en realidad el también la estaba protegiendo. Su hijo nació mientras ella estaba en los sótanos de la Jefatura de Rosario. Al octavo mes ambos habían enfermado, Marta tuvo que entregarlo a sus familiares para que pudieran tratarlo de una tuberculosis contraída por las condiciones en que habían vivido. De ese momento es el siguiente fragmento: Despacito desarmé la cuna, la de barandas rebatible para cuando creciera, cada tuerca, una lágrima temblorosa de pena. ¿Qué haría él cuando me extrañara, cuando me necesitara?. Y yo, ¿qué haría yo con la absoluta soledad que vislumbraba?. Destinatario de mis luchas, argumento de mi vida cotidiana, hijo que me enseñaste a quererte, a hacerme madre, a mantenerme viva con tu crecer sin pausa, sin tregua...te ibas. Desarmaba la cuna, el pequeño rectángulo de tu lugar en la sala de madres. El rincón que quedaría indefectiblemente vacío de tu volumen, tu risa, tu perfume, tus fiebres, tus reclamos...un lugar lleno de tu ausencia. Cayó la primera baranda. Eran para protegerte, para que no te cayeras. ¿ Y a mí quién me protege de éste desamparo?. Hijo, creí que solo te cuidaba y no vi hasta ahora que te vas, lo que me protegías a mí con tu necesitarme. Te tenía conmigo y en la imperiosa necesidad de sostenerte, me sostuve, con el pretexto de tu supervivencia, sobreviví. Cayó la segunda baranda. Como pedazos mío, de mi coraza, de mis defensas, como si fuera una parte que se desarma, que se desarticula, que ya no hace sombra. ¿Sanarán tus heridas?. La mía hijo mío, entreveo, no habrá remedio que la repare...eras el espejo en el que me miraba, y me veía tan necesaria, tan irreemplazable, tan amada, ahora se empaña de enfermedad, con tu ausencia se triza, ¿cómo voy a sobrellevar tus dolores, los míos (24) -Una madre relata que se embarazó de 15 años, al igual que su madre. Tuvo tres hijas que se casaron a los 14, 15 y 16 años. Ya tiene un nieto de 32 años. Pero más me conmueve aún cuando comenta que la segunda de sus hijas que tiene tres hijos, de 27, 26 y 24, que ya viven independientes, decidió reiniciar las tareas maternales adoptando a un niño desde recién nacido. ¿Cómo se gestionaron los afectos y responsabilidades en este modo de maternar, que parece transmitirse de una a otra generación, haciendo de la crianza de los hijos el argumento vital por excelencia? Rescatando a las madres en RIMA, hubo quienes escribieron: 1-Supo sobreponerse, supo siempre explotar el dolor para forjarse serena, fuerte frente a la adversidad. Nunca vi el ella un rasgo de víctima, siempre la caracterizó una fuerza de enojo y encono que supo transformar para ver hoy en sus nietos otra historia. Nada pudo menguar su espíritu y hoy sigue siendo simplemente mi mamá!!! 2-Y yo me pregunto cuándo es que nació esta madre mía. ¿Siempre fue así? ¿O nos nacimos juntas a esta manera de entender el mundo? Pero hace unos años que descubrí a esta otra, ¿o acaso es que aprendí a Mirar? 3-… quería que yo la recordara viva, riendo, fumando como loca, cantando por la calle y burlándose de todas las tonterías. Creo que lo consiguió.(25) __________________________________________ Y en todas estas diversas formas de ejercicio del rol de cuidado, cuanto de social, cuanto de personal, cuánto aún de misterioso? Andrea Homene plantea, respecto a la importancia de un vínculo confiable que mencionamos y escribe en consonancia con las reflexiones de Daniel Ripesi,: Se sabe que la castración inaugura el campo del deseo, que “eso que falta” constituye el motor que impulsa la búsqueda de ese encuentro siempre fallido, pero que a la vez justamente por eso es incesante. Pero para que esta operación castración, fundante del sujeto en tanto deseante, se lleve acabo más o menos eficazmente, es condición previa la existencia de un Otro que aloje y haga objeto de su propio deseo a ese sujeto en constitución. Cuando el Otro se ve imposibilitado de constituir como objeto de su deseo a ese niño, el proceso de libidinización se ve seriamente afectado. Y un niño escasamente libidinizado dispondrá de escasa libido para poder sostenerse en el aprendizaje y en la actividad cotidiana. …ciertos movimientos en la posición subjetiva sólo son posibles en la medida en que el joven encuentra un Otro capaz de alojarlo en el campo del deseo, reduciendo la exposición al goce del Otro; esto promueve la asunción de la responsabilidad subjetiva.(26) Así que tanto lo que Ripesi como Homene subrayan es esa calidad del vínculo, en madres que sean capaces de mirar, escuchar y nombrar al hijo en tanto otro respetado y amado. Vínculo instaurador de una confianza en el mundo y en si mismo en el niño/a, que puede surgir cuando esa mujer (reconocida primariamente como tal) ha alcanzado para si misma entidad de persona con autovaloración y proyectos propios. Mujer que puesto que ha alcanzado la entidad de “ser” por si misma puede expandirse en las tareas de la maternidad como constituyentes de las otras subjetividades en desarrollo. Disminuido, neutralizado o procesado el peso de lo atroz o lo feroz. Compensados éstos por el montante de ternura que logre conformar el vínculo. M.C.M 2011 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario