Él me contaba que buscaba un lugar donde reposar un rato.
“Abrí la puerta de la habitación y todo era calor y humedad. Todo era una selva enmarañada que pendía del techo, se enredaba en las puertas del placard, se deslizaba sobre el escritorio y se extendía sobre la lámpara. Un koala se asomó y me miró con curiosidad. Las ramas de las que estaba colgado eran verdes y fragantes y ocupaban la mayor superficie de la habitación. Una boa constrictora se apareció ante mí, así que cerré apresurado la puerta, antes de huir.
Traté de buscar en el otro cuarto, un lugar más tranquilo, pero la misma selva tapizaba muebles y paredes. Hasta en los marcos de las ventanas ramas y hojas trepaban y se enredaban sobre sí mismas y obturaban el paso. Del suelo húmedo brotaban musgo y líquenes. Allí revoloteaban mariposas y zumbaban abejorros, así que aunque el aire era tibio y perfumado, vi que era difícil entrar, por el obstáculo que ponían las matas a mi paso, de modo que renuncié y salí de allí.
Pensé que el cuarto de baño podía ser un espacio propicio la soledad, podría sentarme allí un rato a descansar en el banquito junto a la ducha antes de volver al trabajo, pero ni bien me asomé, la misma selva me trabó el paso con firme resolución. Era densa y frondosa. Pensé en abrirme camino en la penumbra a machetazos si lograba trasponer el umbral. Cuando acomodé la vista descubrí que había colibriés y papagayos de hermosos colores bebiendo del lavabo, pero el rugido de un jaguar que salía de la bañera me hizo desistir. Los dejé así entre el verde y me alejé por la escalera. Tomé la puerta y caminé hacia la calle.
Allí, la luz me deslumbró y sentí el aire impregnado otra vez del smog de los colectivos. Me aturdieron los bocinazos de los autos. El troley cada vez más lleno e impasible llevando a la gente, por Mendoza desde el Oeste hacia el centro. Me fui a dar una vuelta porque Echesortu sigue siendo un barrio muy tranquilo.
mayo de 2013
11 dic 2020
La selva en un sueño
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