1- El casamiento de Maite.
Maite es la hija de Susy, una paciente de muchos años atrás. Era la esposa de un colega y nos habíamos conocido en un taller de juegos psicodramáticos. Uno de los juegos consistía en retirar de una caja, papelitos con el nombre de un animal, que había que representar gestualmente, hasta encontrar al par que hubiera sacado el papelito con el mismo animal. Éramos las dos jirafas del grupo.
Poco después pidió una consulta e inició tratamiento. En aquel tiempo quedó embarazada. Como era más conversadora que las otras pacientes y muy afectuosa, mi madre, que a veces atendía la puerta y veía progresar la panza, decidió por su cuenta, tejerle un tapadito blanco al bebé que venía. Era una transgresión enorme para los criterios de la época, pero mi mamá estaba muy decidida y era muy categórica. Pensé que era un asunto en el que yo no debía intervenir y Susy recibió la prenda fascinada y llena de gratitud cuando volvió de la maternidad. Yo ya había conocido a su hija de recién nacida, en su primer día. Relaté todo los hechos tan atípicos en un texto que fue publicado (por supuesto, conservando el anonimato de sus protagonistas) y que pensé compartirle cuando pasara un tiempo. Y pasó mucho tiempo. Diríamos (podríamos decir) que soy un poco lenta para tomar algunas decisiones.
El día que Susy me avisó que Maite se casaba y me invitaba a la celebración pensé que había llegado el momento de hacerle conocer aquel texto en el que ella estaba mencionada.
Unas flores para la novia. Ese libro para Susy.
Lo vivido desde entonces, me interpelaba desde su llamada telefónica. Lo vivido por ella. También por mí. Recordé la historia del vínculo. Aquel tapadito blanco.
Nos habían pasado muchas cosas.
Nos había pasado la vida.
La suya fue delineándose y a veces me llegaban noticias. Una enfermedad neurológica cruel e invalidante le puso límites hace unos años. Y también puso a toda su historia en revisión.
Pero ella pudo hacerle frente y con un tratamiento experimental, dejar la silla de ruedas y volver a andar.
Su fuerza y los talentos que le dieron réditos le permitieron seguir adelante, pese a todo.
Y los hijos, Maite y Marcos, le dieron la sensación de triunfo que me compartía.
Fue hermoso estar con ellos, fue recobrar parte de una historia, que con sus luces y sus sombras los tiene de protagonistas valientes, y sobre todo llenos de vida.
abril de 2011
2- El cumple de Aurora.
Aurora fue mi partera. Y cumplía 89 años. Cuando me invitó a su fiesta supe que igual que en la celebración de sus 80, vestiría de rojo, que bailaría pasodobles y que la encontraría alegre y entusiasta. Llena de vida, como siempre.
Un bisnieto violinista abrió la celebración.
Un amigo cantando boleros del tiempo de María Cucú, siguió con los homenajes. Una amiga de su grupo actual de narradores y poetas cantó tangos... Los pasodobles que siguieron fueron bailados con entusiasmo.
Como culminación, Aurora recitó el clásico de Amado Nervo: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida…”
Y la compañía de Sergio y María, en la mesa que me asignaron, completó la noche.
María estuvo embarazada en el mismo tiempo en que yo lo estuve de mi hija mayor. En aquel tiempo, Aurora sabía contarme que atendía en la preparación para el parto a una muchacha ciega. No la conocí entonces. Supe que el niño había nacido sano, que María se separó del padre de su hijo. Que más tarde había hecho pareja con un médico.
Que él tenía limitaciones en la marcha. Lo que descubrí esa noche es que además tiene un sentido del humor muy especial y gigantesco.
Un hombre con una profesión que ama y un hobbie que lo apasiona: el cultivo de orquídeas, de lo que me contó anécdotas increíbles. El relato de tráfico de orquídeas que se trae de Brasil cada verano, amparado por su condición de disminuido físico, era desopilante. Las autorreferencias bizarras no daban pie a ninguna compasión, más bien a la admiración por su sagacidad en sacar partido y hacer de la desgracia, aventura. “Beneficios secundarios” los llamaba él desde su mirada psicoanalítica.
A todo esto, María quería bailar. Así que fuimos las dos a la pista, y allí estuvimos, hasta que yo caí cansada y ella siguió cumbiambiando primero y después iniciando el trencito, con Aurora al frente, que recorrió el salón.
Ellos le habían llevado de regalo, orquídeas de su jardín.
Y de Aurora ¿qué dijeron los otros invitados? Un amigo con tono de picardía le reprochó que si estaba tan joven y tan linda a los 89 era porque había vivido descansando y sin problemas (en realidad dijo que era porque había vivido al pedo). Y la Aurora de los 10.000 nacimientos, con su mirada de ángel y su alegría de duende, se largó a reír, tal como correspondía.
3- La marcha de los 35 años.
Dieguito, es enorme y redondo como un sumo, tiene parte de la cabeza rapada y un rodete en la coronilla. Nacho, mide cerca de dos metros. Pablo, con su aspecto de Peter Pan, pero deportista, es el menos intimidatorio de los tres. Pero juntos… Esa tarde, íbamos los cuatro, dejamos el auto en una lateral, y caminamos hacia la plaza desde la que partían las columnas.
Caminábamos, distraídos, hasta que vimos la expresión de una señora. A pocos pasos, se había quedado inmóvil, con la mirada clavada en nosotros y gesto de angustia. Nos creyó ladrones? Violentos? Quién sabe? Qué cosa de nosotros, que veníamos boleando cachilos, pudo parecerle amenazante? El aspecto? El hecho de que fuéramos en grupo?
Pero algo dijo, cuando recuperó el habla, en el sentido que la habíamos sobresaltado y pensó asustada: “Justo frente a mi casa…”
En la plaza los encuentros.
El clima de fervor. Los cantos y las consignas. Resistir el cansancio de la caminata hasta el Monumento.
Y la vuelta.
Con la sensación de haber tenido hoy, presencia en nuestra historia. En nuestra Historia con mayúscula.
Pero esa confusión inicial, antes de la marcha, con la señora que nos creyó ladrones y se asustó de nosotros, me dejó pensando, nunca hasta esta vez me pensaron como ladrona.
La fuerza de la patota tiene su encanto, me dije y me recordó otras situaciones en que me habían confundido.
Una fue cuando en oportunidad de un encuentro de mujeres una vez nos habían preguntado a una amiga y a mí, si éramos lesbianas. Distribuían las cabañas y como Noe y yo habíamos aceptado la propuesta de algunas de ellas (de un grupo lésbico), de compartir el lugar, la pregunta surgió espontánea. Noe es compañera del grupo Psique y de otras actividades. Como es la más joven, pero muy capaz y estudiosa siempre me enorgullece con sus logros.
Noe estuvo un poco de novia con mi hijo el año pasado.
Otra se dio después de la presentación del libro “Presas Políticas” en el Teatro “La Comedia” cuando fuimos a cenar en un grupo enorme. Allí me preguntaron en qué tiempo yo había estado en Villa Devoto.
Había ido con Marta. Antes de tener la opción de salir del país, ella había estado varios años compartiendo la cárcel con las compañeras que hoy traían su relato, composición de muchos textos, a modo de gran friso.
A Marta, a quien yo había atendido como paciente con amnesia, la acompañé luego en la escritura de su libro “Seda cruda. Crónicas de cárcel, exilio y regreso”. Fue a través de ella, que conocí Devoto.
Y la tercera, después de la presentación en la Feria del Libro de “La bufona”, la vida de Sandra Cabrera, nos quedamos conversando con las chicas de Amar Rosario, con quien habíamos trabajado en un taller sobre prevención de la violencia. Son mujeres muy expuestas a abusos y riesgos de todo tipo, y me resultó muy significativo conocerlas y respetarlas. A las que conocía se sumaron otras de Buenos Aires que habían venido a apoyar el momento. Una de ellas me pregunto si también yo era trabajadora sexual.
Así, podemos decir, me he visto frente a algunas situaciones semejantes. Cuando nos tomaron por ladrones fue la cuarta.
La quinta fue la noche del martes. Los veteranos de Malvinas, con su cocina ambulante, estaban ofreciendo un plato cliente a quienes se acercaban a su camioneta. Vi el movimiento de la cola de quienes rodeaban al vehículo, detenido en la Plaza Pinasco y me quedé un momento sin entender lo inusual del panorama, hasta que recordé que para acompañar en las noches frías a quienes viven en la calle, los veteranos, como todos los inviernos (y con aportes de provisiones de la Municipalidad) ofrecen refugio y comida.
Cuando retome mi camino al Centro Cultural, uno de los muchachos que pasaba con su bandejita y un pan, me dijo al pasar a mi lado: -¿Quiere un poquito? Le di las gracias y seguí.
Y me quedé otra vez pensando en el ofrecimiento, medio en serio, medio en broma, surgido otra vez de una especie de confusión. Que da cuenta de algo en él, pero también tal vez de algo indefinido en mí. Caleidoscopio de identidades posibles?
invierno de 2011
11 dic 2020
Un marzo con tres acontecimientos que fueron cuatro
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