1 dic 2020

18. EN DEFENSA DE MIS ALAS

                No, yo no soy un  ángel. Cuando hablo de defender mis alas me refiero a  las de la imaginación, acosada a hondazos por los cuatro costados, en  estas obligaciones prosaicas del vivir, que me arrinconan para que me ocupe de cosas presuntamente importantes: pagar impuestos, mirar las ecuaciones en el cuaderno de mi hijo, cumplir horarios, aparecer como una señora sensata. Digo presuntamente porque bien se, que en verdad me arrinconan para que deje de delirar, de imaginar, de soñar. Parece que es peligroso.
               Yo creo que esta disposición para imaginar me viene de mi abuelo andaluz, que no conocí, pero del que me contaron que era un rico tipo, vago y alegre. Que había aprendido solo, sin maestros toda una cantidad de cosas, entre ellas a nadar en el mar y a tocar la guitarra. Se llamaba Antonio Alfonso.
               Y me recuerda a aquel otro Alfonso: Alfonso Alonso Aragón para más datos, que en tantos carnavales se adueñara del cetro de transitorio rey. Y este Alonso Alfonso rey, me trae a aquel Alonso. Alonso Quijano, “el bueno”. El de las historias de caballería que combatiera con los molinos de viento.
               Y de los tres: mi abuelo Antonio Alfonso, el rey Alfonso Alonso y el ilustre caballero Alonso Quijano...pues no se cuál de los tres fue más Quijote.
               De mi abuelo se dice que provenía de una familia de gitanos pobres y audaces. Poco se cuenta de sus principios en Argentina. Poco se cuenta (porque es la parte dudosa del relato) de cómo y cuándo se instaló en Rosario el grupo familiar, poniendo algo así como un cafetín  en la zona de Pichincha (nunca me dicen por qué) y cómo entonces las tres hermosas hermanas mayores trabajaban allí para ayudar a sus padres (no me cuentan en qué cosa). Y como entonces mi abuelo, en trance de casarse consiguió un empleo en ferrocarriles, por intermediación de un inglés rico e influyente, amigo de la familia (¿y enamorado de una de las tres chicas?). Y con ese empleo como principio, mi abuelo partió destinado a algún pueblito de campaña. Allí comienzan los relatos más consistentes y minuciosos de mi madre, porque los que se refieren a épocas anteriores son deshilvanados y en retazos (¿por acción de la censura?).
               Lo que recuerda mi madre de mi abuelo es que tenía una linda voz. Cantaba por bulerías, enhebraba largas verónicas, estudiaba los registros de sus hijos haciéndolos poner a su alrededor (de ella decía que chirriaba como un grillo) y... meta fandango. Mientras otros inmigrantes laburaban hasta los domingos “para hacerse la América”, él hacía de su vida un largo domingo y permitía, como quien le hace un favor, que América lo dejara ir viviendo.
               Lo que también se dice de él, es que era un tipo imaginativo, con visión de futuro, que chumbaba a sus amigos, contándole sus figuraciones. Por ejemplo les decía que habría un tiempo (en ese entonces recién existía la telegrafía sin hilos y el biógrafo era un invento raro de unos franchutes al que no se le veía ningún futuro) en que podía verse  en una pantalla y por algún aparatejo que ya se inventaría, lo que estaba pasando    en cualquier lugar del mundo.
               Todos al escucharlo se miraban socarronamente y decían: -¡Qué andaluz más loco...pura fantasía. Mira si vamos a poder ver acá lo que pasa en otro lado...Qué tío más chalaó!
               Lo mirarían con sarcasmo, como ahora me miran a mí algunos, incluyendo a los irrespetuosos de mis hijos, cuando les hablo del invento que yo anhelo: el cinturón de volar. Un cinturón sencillito y liviano, con una pequeña botonera que permitirá el ascenso, el desplazamiento y el descenso, con solo pulsar los botones. Estoy convencida de que no se trata de nada tan exótico, y de que lo van a a poder lograr en poco tiempo. Lo que no se, es si se podrá industrializar y comercializar tan pronto. Esto es, si tendrá suficiente difusión como  para aspirara tenerlo y usarlo antes de que yo sea tan viejita, que eso me impida sacar el registro. Cuando alguien se ríe de la seguridad con que planteo lo del cinturón de volar, yo lo miro con desprecio, recordando que también se burlaban de mi abuelo, el Julio Verne de estas pampas. Abuelo que fue de veras un visionario, un tipo fantástico, aunque se murió tan pronto.
               La mujer, mi abuela, que si conocí porque lo sobrevivió muchos años y era igual a la abuelita del dibujo de Malandrín, la que protege al pajarito Twiti, le tenía mucha paciencia.
               Además de paciencia le tenía muchos hijos. Uno casi todos los años. Algunos morían, otros crecían, más o menos flacos, más o menos libres. El caso es que cuando él murió (no había suprimido licores ni cigarros...porque: “A vivir, a vivir, que el morir es un tris”) ella se quedó con una docena de hijos que terminar de criar, alguno tan pequeñito que aún tomaba el pecho.
               Una podría pensar: ¡qué andaluz más irresponsable...!. pero hasta dónde se puede planear la vida, hasta donde se puede anticipar la muerte...El vivió su gitanería, a como se le dio la gana, y algo se prolongó en los hijos que lo recuerdan como al loco lindo que les enseñó nada menos que a cantar. Y se prolonga también el los delirios de sus nietos. Seguro que este abuelo andaluz tiene que ver con la defensa de mis alas.
               Y por allí pienso que esta capacidad de delirar es antagónica de esa otra capacidad de razonamiento puntual, riguroso, sistemático y productivo, que aunque me lo proponga, solo me sale de vez en cuando. No importa, mis amigas igual me quieren, y hasta compensan mis fallas. Por ejemplo Lili, que empezó siendo mi alumna, pero que siguió estudiando con tanta seriedad, que ahora, cuando necesito fundamentos teóricos para alguno de mis panfletos...la tengo de referente para consultas serias. Así, yo escribo un testimonio virulento acerca de la condición femenina, como “La adolescencia del segundo sexo”, que hace que algún miedoso diga que estoy más loca que una cabra. Y entonces ella sostiene y amplia el testimonio con un ensayo de medulosas conceptualizaciones en que recorre Freud, lo fertiliza con Irigaray, lo atraviesa con Safuan e Israel y lo critica con Olivier. Desde entonces ya nadie se anima a decir que mis gruñidos son irrelevantes, porque con el trabajo bibliográfico que ella plasmó, es imposible rebatir nuestros argumentos. Verdadera tarea en equipo.
               Pero a mi  me sigue fascinando  la irracionalidad. Sin ir muy lejos, yo podría haberlo despertado a Alberto con varias noticias, a modo de telegrama surrealista, y él se hubiera quedado pensando, en medio de las brumas del sueño, si no me habría alucinado. Podría haberle dicho: -Se suicidó un alumno. El gato volvió a hacer pis en el living. Anahí está resfriada. -Todo lo cual era rigurosamente cierto.
               Pero tuve escrúpulos en hacerlo, porque ¿cómo meter en una misma bolsa lo trágico y lo banal. No estamos acostumbrados, aunque en realidad así es como se dan las cosas en lo cotidiano. La muerte está mezclada con la vida, pero tendemos a verla como tan solemne , que pareciera que hay que hacer punto y aparte para hablar de ella. Como dijo el Cuchi Leguizamón: “La muerte es una vulgaridad con aspiraciones de eternidad”, pero cuesta darse cuenta.
Yo ya tengo varios amigos del otro lado, del lado de la muerte, y me puedo imaginar a mí misma, llegando para reanudar las relaciones que quedaron interrumpidas.
               Para empezar, tengo allá a mi padre, con el que me quedaron  cosas por discutir, aunque creo que ni aún toda la eternidad nos alcanzaría para concordar en algunas. De todos modos sería  un alegrón verlo.También hay allá un par de maestros viejos y sabios. Como Tramontín, que fue mi primer profesor, de mi primera materia, en mi primer año en la Facultad, y con el que conversaríamos luego tantas veces. Es que más tarde de esos primeros principios, hubo muchos después. Y allá está también Fray Francisco Sussino, director del Colegio en  el que di clase por tanto tiempo. Que era un genio, y el hombre más bondadoso, al lado del cual me sentaba en las horas sandwich, como Mafalda en su sillita, solo para oírlo, porque siempre que hablaba, decía tantas cosas importantes, y enseñaba con tanta generosidad, que no se desperdiciaba ni uno solo de los segundos pasados a su lado.
Bueno, también hay allá un par de amigas y una prima, ero que se fue temprano, dejándonos a todos con la palabra en la boca.
Y si sigo con el recuento, también del otro lado hay hasta un ex novio de la adolescencia, que me había llegado a conmover, pero con el que no pasó nada, porque era tan displicente que no se ajustaba a mis demandas. Yo no me hubiera enganchado con nadie que no languideciera jurando amor eterno, que no me diera la certeza inconmovible de su adhesión...Porque a narcisismo, el de aquella edad, y a aires de reina, los de entonces.
Y este ex novio era medio indolente. Por ahí llamaba, por ahí no...así que nunca le di mucho crédito y el romance no prosperó. De todas formas, si lo encontrara allá...quien sabe...sería alguien con quien continuar el juego de la seducción.
Ni menciono la muchedumbre de tíos y tías que esperan tras el límite, porque con la mayoría no teníamos mucho en común antes y no creo que pudiéramos tenerlo después. Salvo me tía Lola, que fue tan dulce y tan paciente, y que solo tenía hijos varones, y me había tomado más como hija sustituta que como sobrina predilecta, y me dejaba subirme a su falda gigantesca como un médano y peinarla por horas. Y que además tenía fantasía.
Ahora es difícil encontrar gente con fantasía. Hasta los chicos vienen siendo tan adultos, es decir, tan insoportablemente racionales, que desmienten la frase de Lelé cuando dijo: “Yo quiero seguir siendo chica, a los adultos los odio, no los quiero, por eso jamás voy a se adulta”. Porque ahora hasta los niñitos vienen adulterados, es decir hechos adultos  antes de tiempo.
               Nelli Casas contaba de un niñito de pre jardín que al relatarle su maestra el nacimiento de Jesús y de cómo había sido en un establo, preguntó alarmado: -¿Pero...esa familia no tenía Obra Social?. – Faltaba que agregara: -¡Qué desaprensivos!-
               Yo recuerdo otro que escuchaba a gesta de Sn Martín. Le contaban la parte de la historia en que llega a San Lorenzo. El reflexionaba sobre el asunto cuando le surgió una duda: -San Martín, para entrar al convento y subir al mirador ¿tuvo que presentar una nota, o lo dejaron entrar así nomás...?-Valga esto como ejemplo de lo que es vivir en medio de burocracias.
En otra oportunidad, con la visita de los reyes de España a Rosario, hubo quien preguntó, viendo  pasar el coche fastuoso que conducía a sus reales majestades, entre aclamaciones de gallegos entusiastas: -¿El auto tendrá vidrios blindados? Digo...por si hay alguno con rifle con  mira telescópica...-
Se trataba en todos estos casos de comentarios totalmente espontáneos de niñitos pre-escolares de familias cualunques, lo que me lleva a pensar que las cosas están cambiando, y los niñitos ahora son distintos de lo que eran y van perdiendo “esa magia de la infancia”.
               Así, yo me refugio en los viejos, en los que están y en los que, como mi abuelo andaluz, se fueron tocando la guitarra, tomando manzanilla y pitando un negro, mientras los hombres serios los miraban torvamente, porque los vagos no eran capaces de asumir sacrificios, deberes y responsabilidades (palabras todas ellas horribles como sopa).
               Me consuelo cuando encuentro gente que aún conserva una buena dosis de fantasía. Para ponerla  prueba siempre hay oportunidades, como cuando el sifón se descompuso y hubo que llevarlo a arreglar. Yo podría haber dicho: -Falla el mecanismo, se gastó una pieza y no funciona.-  O podría haber dicho:- La soda sale despacio y con poca fuerza...- Todas ellas explicaciones largas, engorrosas y además parciales e incompletas.
                                       En cambio, cuando ella pregunto:- ¿Qué tiene?.- yo decidí ponerla a prueba y mirándola de reojo contesté muy
                                       seria: -Está triste.-
No se inmutó, pero percibí que me había entendido perfectamente. ¡Oh maravilla, me entendió, y no tuve que decirle ni una palabra más!
Cuando me lo devolvió arreglado tenía ganas, cuando menos de darle un beso, y cuanto más, de contarle de mi cinturón de volar.
1986

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