1 dic 2020

17. ACERCA DE LEALTADES Y TRAICIONES

                Mis vecinos mecánicos son amables. Gordos, robustos, alegres, gente común con la que  una espera poder tener siempre relaciones cordiales. Cuando se mudaron, y hasta tener la propia electricidad, necesitaron una  vez hacer una conexión desde casa, para proveerse, y se la cedimos con hospitalidad  por ser recién llegados al barrio.
               A su vez, ellos me ayudaron a desencajar el Citroen las dos o tres veces en que se  me quedó atascado en la cámara sin tapa del garage (con una rueda en el pozo, y  el resto todo ladeado). Ellos venían enseguida y con los dos dedos índices, tomaban al auto del paragolpes y : ¡Uno, dos, hop!, lo volvían a poner con sus cuatro ruedas sobre el piso. Buena vecindad, le dicen.
               Pero he aquí, que los dos robustos mecánicos, tal vez para asustar a incautas lauchitas, trajeron un gato. El gato vivía entre las tuercas, tal vez un poco aburrido de juntas y retenes, carburadores y     embriages, que, entre nosotros, no se que atractivo pueden tener.
               De vez en cuando espiaba con disimulo de gato hacia el lado de mi casa, donde, como en toda casa, pasan cosas entretenidas. No se que habrá podido juzgar, pero parece que empezó a evaluar la posibilidad de mudarse. Y meditando profundamente, debe habérsele ocurrido la idea de adoptarnos.
               Todo el mundo sabe que hay que ser muy, pero muy soberbio para decir: -Yo tengo un gato.
               Porque los gatos no se tienen. Ellos tienen a sus dueños. Por el tiempo que se les cante, con indolencia, insolencia y desparpajo, como quien hace un favor... y solo en tanto se sientan bien tratados, mejor servidos y formalmente reverenciados.
               Como buen gato cauteloso, éste del que les hablo, empezó  a observarnos, para ver que decidía respecto a nuestra adopción.
               La primera vez que lo noté, me miraba fijamente, sentado sobre un montón de arena, un domingo a la mañana en que yo barría n la vereda la tierra que quedó desparramada, después de sacar el cedro del frente para transplantarlo a Funes.
               Yo trabajaba y sudaba esforzadamente. El gato me miraba, me miraba y me miraba. Irrespetuoso y para nada solidario. No digo que agarrara otra escoba  para ayudarme a barrer, pero por lo menos podría haber mirado para otro lado, cosa de no hacerme sentir la humillación de estar allí trabajando, puteando y agitándome mientras todos dormían.
               Luego lo vimos acostado en el techo del Citroen. Y los chicos, ese fue el minuto fatal, quisieron llevarle leche: -Porque seguramente el gatito se sentía solo, ya que en día domingo el taller queda vacío y los mecánicos ni asoman.- fue lo que dijeron.
               Yo sabía que nuestra vida estaba a punto de cambiar. Pero como Pablo hacía tiempo que pedía un animalito doméstico...Y como en la opción un gato obliga menos que un perro porque es más independiente... Y como no los conformaban los gorriones, tacuaritas y palomas que bajaban al fondo a comer semillitas...
               La última vez que le habían preguntado si tenía algún animalito nos hizo quedar como el culo respondiendo: -Si. Tengo moscas, hormigas, cucarachas, bichos bolita y polillas.- Esto dicho mirándonos torvamente y mascullando con bronca, como para ver que efecto  producía.
               Así pues, ese domingo pensé que había llegado el momento de dejarle cuidar, alimentar y mimar a un animalito en casa.
               Bueh! El gato se fue instalando. Del techo del Citroen pasó a la puerta de entrada. De la puerta de entrada a los sillones de la sala. De los sillones de la sala a las sillas de la cocina. Lo alcancé a frenar en la puerta de los dormitorios (aunque no se por cuanto tiempo), con el estentóreo grito de Snoopi: -¡Estúpido gato!- Y él en lugar de huir asustado,  con altanería se pegó la media vuelta, me midió de arriba abajo casi con desprecio y se fue lentamente, con lo que me dejó pagando.
               Los chicos, pendientes de él, han festejado cada uno de sus movimientos, y él despreocupado, se ha dejado amar, como buen divo que es. (Tal vez sea eso lo que no le aguante. Hasta su llegada ese lugar era el mío.)
               El último paso para aceptar que nos adopte hubiera sido la consulta a la veterinaria, para ver que podría necesitar un gato chico, blanco y negro, común y corriente pero con aspiraciones de emperador. Pero antes que eso pensé que debíamos ponernos en orden con los vecinos.
               Como ellos, de vez en cuando, lo venían a buscar y lo llevaban al taller, pero el gato insistía en reaparecer por casa, era evidente que se mantenía bastante firme en su decisión de tomarnos como nueva familia. Así, decidí tratar formalmente la situación a fin de resolverla amigablemente, y de que no creyeran que estábamos sustrayéndoles el gato. ¿Cómo se llama al hurto de un gato?
               En fin, quería decirle que lo nuestro no era un robo sino la aceptación de los hechos consumados. El gato nos había elegido, tal vez por el halago de dos niños rindiéndole pleitesía, dándole leche y caricias, jugando con él.
               El mecánico más gordo dijo que estaba bien, que nos quedáramos con el gato. Que tendríamos que hacer la transferencia, como se hace de los autos y que en este caso sería una transferencia muy original. Pensé: -¡Oh! ¡Qué ocurrente...!-  Luego siguió contándome que el gato, a veces los va a visitar y que él lo embroma diciéndole: -¡Ah gato traidor hijo de puta...! Sos peor que las mujeres, que les ofrecen pieles y joyas y se van por detrás, dejando a quien sea...
               Yo dije de nuevo: -¡Oh! ¡Qué ocurrente...!- y me retiré a meditar sus palabras.
 
               Lo primero que se me cruzó fue: -Pero...¿qué se cree? ¿Es que nació de una almeja, de una lechuga o lo trajo la cigüeña? ¿Y cómo va a decir que todas las mujeres son traidoras como este gato traidor? Nos hace caer en la volteada a la madre que no es una lechuga, a mi a quien está hablando en este momento y a todas las otras mujeres, sean fieles o tramposas que andan por allí.
               Lo segundo que se me ocurrió es que tal vez la traición y la lealtad no estén igualmente distribuidas en el reino animal. Se que Lorenz, mi etólogo favorito,  tiene un capítulo memorable que se llama “La fidelidad también existe”, en donde se refiere a los perros de raza Chow como depositarios y máxima expresión de dicha cualidad, la fidelidad.  Dice: ...“Se entrega totalmente a un solo dueño, o bien, cuando no encuentra un verdadero dueño o lo ha perdido, no pertenece a nadie. En este caso se hace como un gato, con lo cual significo, que puede vivir junto a los hombres, aunque sin establecer una profunda relación con ellos.”...
               Así entonces, podría  ser justo atribuirle al gato menos fidelidad de la que tendrían otros animales. Pero ¿es lícito equiparar al gato con las mujeres como si fueran más traidoras?. ¡Con quienes traicionan las mujeres que traicionan?. En general con hombres, que a su vez están siendo desleales ...
               Así que lo tercero que se me ocurrió es que la capacidad para ser leal o desleal está distribuida en el género humano con bastante equidad.
Onetti escribe: “Dios no es racista (ni sexista agregaría yo), tal vez nos desconcierte a veces, pero tengo pruebas de que es imparcial cuando reparte la tilinguería entre  los mortales”.
Por eso ahora, y siguiendo esa línea de reflexiones, voy a prepararme para la próxima charla con mi vecino, el robusto mecánico. Y  si surge el tema, puedo persuadirlo para que piense  este asunto de las lealtades y traiciones, y, por ahí revise algunos puntos de vista.
Pero de lo que estoy más segura, es de que por si acaso, y como tengo bronca, voy a aprender karate.
               1986

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