A los seis años, cuando estábamos en primer grado, me preguntó si quería ser su novia.
Y ante mi vacilación tímida agregó con convicción un argumento irrefutable: -¡Mirá que tengo ojos verdes!-
Tenía ojos verdes bonitos, pero era travieso y cada vez que la madre pasaba por la escuela, la maestra le presentaba sus quejas.
Era lo que se llamaba entonces sin disimulo ni diplomacia (ni mucho menos consideraciones psicopedagógicas, que se inventaron después) “el peor del grado”.
En aquel tiempo los padres y madres tenían una amenaza que consistía en decirnos: -Si te portás mal te pongo pupilo/a en un colegio de curas/monjas.
Bueno, el de él fue el único caso en el que esta espantosa amenaza se cumplió. (La complicidad familiar-institucional como diría Oscar que también lo afectó a él respecto de su zurdería, en este caso se dio sin anestesia y alcanzó su trágica concreción )
La madre, esa bruja, alentada por la maestra, esa botona, lo alejaron para siempre de la escuela fiscal del barrio Echesortu, en cuyo patio seguí jugando “A la ese ese a, a la jota jota ka, entre flores y violetas, chumbalaleta, chumbalalá”. Patio en el que además dejé mis incisivos superiores, una vez que estrenaba zapatos y por eso me resbalé.
A él lo volví a encontrar y ya había egresado del colegio de curas donde estuvo pupilo, y me explicó que había aprendido mucho, porque allí no se podían hacer otras cosas.
Estaba por casarse y empezaba con su negocio. Tendría veintipico.
Ahora, cuando lo vi, avanzaba hacia mí contento. Se bajó del auto a saludarme. No sabría decir de cual marca, pero parecía un avión al que solo le falta el baño privado. Se ofreció a llevarme y en el camino charlamos. Me inundaba el vaho de su perfume importado, finísimo. Cuando me contaba de su empresa que se había extendido a Italia, España y Francia y de las cuatro manzanas que acababa de comprar en Lagos, y del egresado de Harvard que tenía como pinche, me acordé de aquel niñito: “el peor del grado”.
Pensé que mi maestría y logros académicos, al fin y al cabo no eran tan importantes.
Me preguntó por mis cosas y cuando supo que igual, opinó que si trasladara el consultorio desde Oroño hacia el centro podría mejorar los honorarios y trabajar más tranquila. Que ser y saber está bien, pero que también hay que parecer…Y allí lo sentí traidor a nuestros orígenes en la escuela fiscal del que sigue siendo mi barrio.
También me contó que iba por su cuarto matrimonio, y del último tenía un varón que era muy bueno en Inglés y Computación donde se destacaba.
La maestra lo había felicitado por el chiquilín. ¿Qué significarían los elogios a quien había suscitado tantas quejas…?
Me contó que seguía casado, pero que…
Y que quería que siguiéramos charlando y lo llamara al celular, y como vio mi vacilación y timidez, en aquel mismo tono en que había dicho: -Mirá que tengo ojos verdes…- esta vez dijo de su Agenda llena de viajes y de su vida de hombre exitoso. Y que había aprendido mucho y que con “motivaciones, proyectos y fantasías” se puede seguir viviendo.
Dijo que había estado enamorado de mí desde los seis años, que ese encuentro tenía que ser el principio de algo y que yo era la mujer de su vida.
Y casi, casi le creí.
Septiembre 2005
8 dic 2020
A los seis años
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