Uno de los aspectos más fascinantes de mi actividad, es el decubrimiento de la complejidad de los mundos a los que se accede en cada consulta, pues cada ser humano trae la carga de su historia y está hecho de sucesos y de enigmas. Pero al mismo tiempo que es fascinante ese mundo psíquico que se constituye en área de trabajo, es también fascinante la realidad en la que se inserta en lo cotidiano la persona que asiste, que relata sus circunstancias y el ámbito en que éstas se desarrollan.
Así, a lo largo de los años he tomado contacto con intereses, profesiones, actividades tan diversas y apasionantes, que parece del caso mencionar este aspecto.
El hecho de escuchar las inquietudes que planteaban los consultantes respecto de su vida y de su inserción en el mundo me aportó datos interesantes de actividades, que de no mediar esta escucha, nunca hubiera conocido por dentro.
El mundo de la música y sus cultores, las exigencias que impone y el clima de competencia en que se desarrolla, la significación de los conciertos para quien debe poner a prueba su talento en algo que se juega a cara o cruz en cada presentación, y los sentimientos que esto genera son indescriptibles. Supe de los concursos para acceder a espacios en la orquesta sinfónica y cómo remiten a instancias únicas en la vida del músico. El deseo de reconocimiento de los pares como confirmatorios y las despiadadas envidias, son parte del folklore, tal vez comunes a otras actividades, pero en este caso, y mediando la inversión personal jugada en la actividad parecieran más estridentes. (¡¡¡Hablando de la música!!!) Sobre todo porque en otras actividades como la plástica y la literatura, el producto se elabora previamente y en soledad y cuando se lo pone a consideración de los otros, del público, los pasos seguidos, las maniobras a efectuadas hasta llegar a completar la obra (plástica o literaria) ya no están a prueba. En cambio músicos (como danzarines, cantantes, atletas) son quienes expresan sus capacidades ante quienes serán sus jueces. En ese momento una falla es equivalente a fracaso.
Conocí el mundo de la Asistencia Pública -hoy Hospital de Emergencias- a través de médicos y enfermeros de la institución que recibí como consultantes y pacientes, y de quienes aprendí el funcionamiento de un lugar clave en el que se asisten a las víctimas de accidentes y hechos policiales, las más de las veces en situación desesperada. De ellos aprendí que los fines de semana, además de heridos en choques y hombres heridos en grescas, también llegan las mujeres víctimas de abuso y maltrato, y las jovencitas desbordadas pon crisis emocionales.
También aprendí que en Navidad los profesionales se preparan de antemano para atender a las víctimas de armas de fuego, a quemados por petardos y cañitas voladoras y a los heridos en los ojos por las estampidas de corchos. Que cada día de la semana y cada época del año implica la probable repetición de ciertas emergencias que ellos deberán resolver, y para las que la experiencia los habilita.
A todos escuché decir, que por la pericia desarrollada, están allí los cirujanos más eficaces y creativos, y cada uno de los que llegaron a mi consulta, aunque tuvieran acceso a los Sanatorios más renombrados y suntuosos, provistos de modernas tecnologías y altos grados de sofisticación, plantearon que que en el caso de tener un accidente, desearían ser asistidos por sus colegas en la Asistencia Pública.
Vinculados al tema de la Salud, también tuve oportunidad de recibir a residentes que referían su vida y su inserción en las instituciones en las que cursaban su especialidad, así conocí lo absorbente de la tarea, la ferocidad de la competencia y la rígida jerarquización que rige para todos ellos, en la que ser residente de primer año implica padecer aquella ley descripta en sociología como "ley del gallinero". (Quien está en lo más bajo de la escala debe atenerse a las consecuencias).
Del mundo de la arquitectura supe de la fascinación del art-noveau y del art-decó y sus representantes más conspicuos en la ciudad. De la crítica a estilos según pasan los años y de la vuelta a lo clásico, de cuanto pesan todavía aquellos pensados para otra topografía, otro clima, otra luminosidad. Una arquitecta que completó su formación en Bélgica me enseñó que en terrenos irregulares, con tramos escarpados, sobre calles sinuosas, bajo un cielo nublado, y con nevadas frecuentes –como los de aquella ciudad europea-, todo ésto hacía al criterio que debería guiar el diseño. Y que era diferente al que debería prevalecer en nuestras ciudades de manzanas cuadriculadas, en terrenos llanos y con todo el sol disponible. Que aquellos castillitos con escalinatas y torres de techo a dos aguas, con ventanas vidriadas para capturar toda la luz, parecidos a los de los cuentos de hadas eran bellos, pero no podían trasladarse a nuestras pampas.
Del mundo de la Museología vine a contactar con tantas riquezas ignoradas, escondidas a la mirada poco sagaz, y que estaban allí, cerca, a la mano de quién supiera ver.
Del mundo de los abogados, escuché varias veces, en una suerte de toma de conciencia y mea culpa, la discrepancia entre aquellos ideales que orientaron la elección de carrera en una adolescencia amante de la justicia y las transacciones y componendas a que se tuvo que acceder en el ejercicio concreto de la profesión . También escuché una vez -una sola vez- a una abogada que para referirse a un juicio de filiación contra un famoso y que le valiera a ella amenazas, planteó que pese a ellas seguiría adelante pues su lucha estaba fundada en su firme convicción en la fuerza y valor de la ley. Dijo concretamente: -Yo dejaría de creer en la Justicia si abandonara ahora...- También tuve acceso al mundo de la filosofía del derecho y a sus conexiones con la ética, más concretamente en los últimos años, con el surgimiento de la bioética y sus fascinantes cuestionamientos.
Del mundo de laboratorios y farmacias tuve noticias de primera mano. Supe de las estrategias de promoción en cosméticos, y el cuidado e inversión en publicidades convocantes y atractivas. Y que en estas estrategias se ponía el acento, acaparando fondos y energías. Con lo que restaba -sobraba- se confeccionaban cremas, champúes, esmaltes y rubores. Supe de la declinación de la elaboración en las farmacias de fórmulas magistrales arrasadas por los productos de grandes laboratorios, que acercaron a las farmacias a comercios en donde todo se vende en cajas, devaluando el trabajo del profesional. También leí la decepción y ví vacilar la confianza en la ley en una de ellas, cuando víctima de reiterados asaltos, bajó la cortina después de esos robos que la despojaron de su trabajo y de su esperanza.
De las docentes de todos los niveles supe de la fatiga de una tarea poco valorada y de las dificultades que pueden sobreagregar directivos y supervisores. Tomé nota de la directora de una escuela pequeña, que trabajaba en total armonía, por su disposición a allanar las dificultades de sus docentes y su delicadeza en el trato con padres y alumnos. La lamaban “La santa”. Cuando se jubiló, doy fe que la extrañaron. Contrapuesta a ésta directora supe de otra, despótica y abusiva. Ésta maltrató a docentes y niños, obviamente por estar muy conflictuada, hasta que, sin solución de continuidad pasó de estar a cargo de la dirección de esa escuela a la internación psiquiátrica. Recién entonces en la escuela pudo evaluarse la presión a la que todos habían estado sometidos, ya que alguien tan perturbado, en tal lugar de poder había causado mucho daño.
De quienes trabajan en las zonas periféricas tomé contacto con otras realidades. Me fue muy útil supervisar la tarea de un grupo de trabajo –psicólogas y asistentes sociales- que atendían en consulta y asesoramieno a las mujeres que trabajaban en el comedor de una Vicaría. Tenían acceso a las familias del barrio a través del contacto con estas mujeres, con quienes realizaban grupos de reflexión y con sus niños a quienes brindaban actividades recreativas. Así estaban al tanto de una serie de problemáticas que eran las que venían a supervisar a mi consulta. Y lo que sucedió fue que me abrieron un panorama y me insertaron en cuestiones que fueron un desafío y una fuente de aprendizajes.
Que una niña describiera la felicidad como “el poder comer todos los días”.
Que un niño pudiera decir que su mayor sueño era “el de tocar una computadora”.
Que otro planteara entre sus derechos el de “morir jóven”, fueron enseñanzas que me marcaron, y más allá de lo que yo haya podido aportar desde mi asombro, sin duda me mostraron otras formas de la desdicha y tambien – y sobre todo- otros modos de resolver los conflictos.
También de los “ñoquis” tuve conocimiento y registré el malestar de quien está sin estar. De quien cumple un horario que justifica un sueldo, pero que no efectúa un trabajo útil y que por tanto se siente en falta. Aquella muchacha que llevaba a la oficina su tejido y el periódico para llenar el tiempo en que debía estar “por si llegaba un cliente”... Aquel operario que para no ser visto ocioso clavaba y desclavaba un listón de madera que no serviría a nadie, pero que al hacer esto -clavar y desclavar- evitaba que de pasar el capataz lo viera “sin hacer nada”...Aquel empleado que en su guardia de mantenimiento, donde debía estar esperando por si era necesario (y la mayoría de las veces no lo era) armaba maquetas de avioncitos, pero debía ocultarlas si llegaba el ingeniero, fueron todos relatos angustiosos.Todos ellos se sentían bien cuando podían realizar las tareas para las que habían sido designados.
Esta cuestión puede sonar totalmente exótica en estas épocas de desempleo y de explotación en donde sucede exactamente lo opuesto, y los trabajadores deben invertir mucha más energía y tiempo que los que les son retribuídos. Parece extraño, pero no estoy remitiéndome más que a unos pocos años atrás, al relatar la desolación de aquellos “ñoquis”, a los que les dolía no tener un trabajo que cumplir.
Que eventualmente sabemos hoy de la existencia de otra forma de ser “ ñoquis “. Pero que los actuales solo pasan a cobrar y no cumplen horario como aquellos. Y sus asignaciones no son ordinarias como no lo son los contactos que los pusieron y los sostienen en ese lugar.
He asistido a lo largo de éstos años, y en el desempeño de ésta tarea a lo inesperado, a lo incomprensible, a lo absurdo y a lo misterioso. He sabido de una cirujana de torax con el mayor talento para los decorados de repostería , por la calidad de su pulso. He conocido a la nieta del inventor de las gallinitas de licor que hicieron la delicia de nuestra infancia. Tuve el pedido de consulta de una madre de cuatrillizos, que no se pudo concretar por dificultades en coincidir en un horario. Y lo lamento porque hubiera sido una consulta memorable.
He admirado el hecho de que por un punto entre los ojos de una niña, emergieran lágrimas cuando se exaltaba o se irritaba.
Me he condolido del estudiante que sentado en el umbral de su pensión, los días domingos veía pasar el tranvía en una y otra de sus vueltas, sin saber como usar el tiempo y remontar la melancolía.
Y ese desconsuelo del domingo es todo un tema del que he tenido las mejores definiciones. Como aquella que me sedujo desvergonzadamente, cuando alguien dijo de ese desconsuelo que: “a la hora del suicidio, después de cumplir las ceremonias privadas, se dió cuenta del color que impregnaba todo: era el color de la tristeza”.
Y si bien fue la tristeza la que trajo muchas veces a los portadores de la misma, también fueron los éxitos y las alegrías. Como la de la estudiante que me llamó a una hora insólita, no para pedir una consulta extra, sino para contarme que su trabajo de todo el año, en la materia más importante y que le garantizaba la promoción, había sido evaluado como el mejor del grupo. O la ex paciente que que al fin había logrado concretar el sueño de comprar la casa que anhelara. O el aviso de una pianista que había obtenido la beca de Antorchas. O el de la publicación de su tesis en aquella investigadora que acompañé en el período en que trabajaba en ella. O aquel mensaje que quedó en el contestador en que una luchadora con la que estábamos compartiendo como aliadas una guerra, me avisaba que la quimioterapia había resultado y que el oncólogo le había dado el alta. Estas fueron empresas de las que me sentí partícipe como testigo, y por haber estado cerca muchas veces me sentí compartiendo esas alegrías como un regalo inesperado.
3 dic 2020
ACCESO A DIFERENTES MUNDOS
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