11 dic 2020

Carlos, Carli, Marcos

 Carlos

Mi hermano de la niñez supo llevarme una noche a la casa de un amigo. Lo fantástico fue que me llevó, con mi familia de muñecas, en un carrito enganchado a su triciclo. No por la vereda sino por el medio de la calle. Es uno de los más  hermosos recuerdos el que conservo  de ese paseo. Los faros de los autos iluminando y nosotros en la aventura de transitar entre los vehículos, por la calzada y como intrépidos viajeros. Fuimos por calle Alsina, desde Córdoba hasta Mendoza. El pedaleaba adelante y yo miraba el paisaje, como desde una carroza descapotada, abrazada a mis muñecas. El tendría once años y yo cuatro.

Ese paseo quedó grabado como uno de los más bellos de mi vida, tal vez por el sentimiento de transgresión de ir por la calle, sobre un empedrado reservado a vehículos más grandes e imponentes.

Otro de mis recuerdos, me remite a un tiempo en que el teléfono era inusual. En el barrio, solo tenía el almacén de la esquina, y fue de epopeya que él se ingeniara para fabricar uno muy original. Y para hablar solamente entre nosotros dos. Lo hizo con la larga manguera de lavar el patio, y en los extremos dos tapas del polvo Coty robados a mi mamá. Uno de ellos quedaba con él, en el altillo que era su habitación. Pero sacando la manguera por la ventana, y llevándola a lo largo de la escalera y atravesando el patio, quedaba justo. Justo delante del comedor, que era donde yo dormía entonces. Luego hizo que entrara el otro extremo a través de la persiana de la habitación donde yo esperaba. Toda la maniobra era (como fuera el paseo en triciclo) secreta y destinada a ver si el invento funcionaba. Lo pusimos a prueba una noche y el teléfono estuvo destinado a la lectura de cuentos. El primero fue Alicia en el país de las maravillas.

Cuando mi vieja necesitó la manguera para fines más prosaicos, se desbarató la lectura nocturna.

También supo fabricar un teatro de títeres con una caja de zapatos y figuras de cartulina dibujadas por él. Pero me asusté tanto de la bruja malvada de nariz ganchuda que amenazaba a Blanca Nieves, que terminó recortándole la nariz y la joroba y transformándola en buena, para calmarme.

Cuando crecí y estaba por casarme, fue mi hermano el  que compró los antibióticos cuando  estuve enferma. Ya era otra época. En ese tiempo no tenía Obra Social, y estábamos en la lona pues, con A., habíamos gastado todos nuestros ahorros en la compra del primer departamento.(Mi médica era  Eneri , amiga cercana, y los análisis necesarios para ver el curso de la enfermedad los hacía Deoly, otra amiga. Ambas me cuidaban por el vínculo previo. Y él me cuidaba porque era mi hermano)

Y en la madurez, muchos años más tarde, fue mi hermano el que, detallista como pocos, corrigió lo formal de la presentación de mi tesis de post grado para que no tuviera ninguna falla, y fuera a la evaluación del  jurado como escrito impecable. No me acuerdo si se lo agradecí.

Pintó en un óleo, un retrato a mi hija, como había hecho con algunas personas amadas. ¿Fue su último retrato?  Anahí esta sobre un fondo de flores y mirando al frente. Es una bella imagen en donde el parecido es patente en la mirada. Estaba orgulloso de haber logrado.

Carli

Nació como mi primer sobrino, y vino a conmover cierta certeza: yo dejaba de ser la menor. No me lo prestaban mucho. Al menos, no tanto como yo deseaba.

El primer encuentro que tuvo con A. fue memorable. El debió intuir que ese intruso venía a perturbar nuestra relación de tía primeriza con sobrino mimado, a interferirla, tal vez a  funcionar como un obstáculo. Tendría tres años. Además había nacido su hermana. Lo cierto es que desde donde estaba en el extremo del patio, lejos, tomó impulso y fue directo a darle un cabezazo en cierta zona sensible.

Después se hicieron amigos. Cuando creció lo fuimos incluyendo en salidas y paseos. El recuerda los domingos en San Lorenzo, donde jugaba con el arco y la catapulta que le fabricaba A. en el taller de carpintería de su padre. Disfrutaba y por eso nos alegraba llevarlos cuando visitábamos la casa.

También ahora refiere las conversaciones con nosotros, que formaban parte de sus aprendizajes: libros, música, alguna salida al cine. Sabía dibujar paisajes desérticos que me obsequiaba. Eran estampas de lugares quietos y vacíos, y que luego de muchos años encontró mágicamente  en Barriales, en San Juan, donde anheló, aún anhela vivir. Adonde vuelve cada vez que puede y adonde insiste en llevarnos, como al lugar más hermoso del mundo.

Luego, con la adolescencia lo perdí de vista y ahora compartimos desde otro lugar. Me ha pedido que guarde en mi compu sus escritos, honor al que accedí de inmediato.

Y por alguna misteriosa razón, él, mi hijo y su hijo Marcos componen un trío exótico

Marcos


¿Su talento para la plástica le viene por designios de la herencia? Como su abuelo, como su padre, como su primo (mi hijo) una creatividad y destreza que pone en juego, sin esfuerzo.

Anahí  sabe decir que es un talento de los hombres de la familia que nos soslaya a las mujeres.  Creo que tiene razón.

Cuando regalé, a Marcos y a su padre, pero sin discriminar cuál para cada uno, dos calendarios, uno con imágenes de esculturas de Miguel Ángel  y el otro con imágenes de pinturas de Rafael, estuvieron vacilando semanas antes de  decidir cual se quedaba cada quien.

La última vez que charlé con Marcos, yo estaba por cocinar Chop Suey,  me contó que está buscando su proyecto. Que dibujar, escribir y hacer música le han valido momentos de plenitud. Pero que está pensando en dejar de eludir el compromiso que implicaría otras tareas. Le dije que si  podía situar esa tarea y ese compromiso, como medio para un fin, (aceptar un empleo cualunque para poder seguir con su vocación artística) esa tarea y ese compromiso quedarían redimensionadas.

Juro que cocinar no es mi fuerte, pero esta vez no me corté, ni me quemé, ni me raspé, ni me pinché, mientras charlando con Marcos, preparaba mi Chop Suey. Cocinar era el medio para el fin, que fue sostener esta conversación.

Mientras yo picaba el pollo en la tablita, él me contó que había vivido postergando la decisión de tomar las riendas de su vida.

Yo cortaba en rodajas finas la cebolla y en tiritas el pimiento, y le dije, que en cierto sentido, el tiempo de la adolescencia nos hace vivir  como en una burbuja, y ahora tal vez él sentía que podía empezar a hacer otras apuestas hacia su futuro. El agregó algo que me dejó pensando: todos vivimos, cada quien en su burbuja, pero está bien tratar de  contactar con  otros para trazar nuestros proyectos. Me dije: ¿Tiene que venir un pendejo a hacerme darme cuenta de esta verdad incuestionable? Y me imaginé un medio acuático en el que flotábamos. Como embriones cada cual en su saco amniótico.

Yo puse la cebolla y el pimiento a saltar, tratando de que no me salpicara el aceite.

Él me dijo, que lo ponía mal, al ponerse en contacto con otros venía a descubrir que se le habían pasado muchas cosas por alto, que no había advertido cuestiones obvias y que le daba pena sentir que no había estado al tanto de lo que le pasaba a su hermano (¿Su mayor preocupación?) Que se describía por eso a sí mismo como “pánfilo”.

Mientras buscaba los brotes de soja, la palabra “pánfilo” me resonó, le comenté que muchas veces me había sucedido, y después, al advertir que había quedado fuera de situaciones que me concernían, después de enfurecerme, me había reprochado como él cierta candidez o falta de sagacidad o cautela para evaluar las cosas o las personas. Pensé, pero no le dije, que esos descubrimientos nos hacen sentir no solo como pánfilos sino también como sobrevivientes después de atravesarlos. Y que de algún modo todos somos sobrevivientes. Sobrevivientes de esos tropiezos, sobrevivientes  de nuestras discapacidades, de cada quien la suya.

Yo preparaba el aderezo con caldo y especias, pegada  aún a la idea de sobrevivencia, cuando me dijo que según el calendario maya debiera serle fácil el vínculo con las chicas, pero que ya se había terminado con la que más le interesaba. Era hermosa, fuerte, segura  y allí tuvo la oportunidad de ver, de darse cuenta de algo: que soportar lo que se desea tanto, también implica una exigencia muy grande. Entonces recordé que además de discapacidades tenemos dones, y que entre ellas y ellos (discapacidades y dones), Marcos y yo estábamos en camino de hacer el insoslayable balance de todos los sobrevivientes.

Cuando puse los brotes de alfalfa, tomo algunos de la bandeja. Allí recordé que es vegetariano.

Mi Chop Suey de pollo no serviría. Así que me puse a pensar en esta crónica, dispuesta a lavar la lechuga para su ensalada.
junio 2011

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