La graduación de Anahí había sido la clásica para estos tiempos. El padre se quedó en el bar porque sabía que no iba a soportar la andanada de huevazos, harina, yerba y demás con la que iban a bañar a su princesita.
Yo me lo banqué estoica y digna, cual dama, junto a los padres y madres de las otras dos graduadas en ese día y tomé las fotos de rigor. Luego me encargué personalmente de avisar por teléfono a amigos y familiares que teníamos una nueva profesional en la familia. Y así les compartí uno de los momentos emocionantes que nos es dado vivir.
La graduación de Pablo se planteaba diferente. A su padre, su hermana y a mí nos involucraba por el acompañamiento que íbamos a tener durante la exposición de su tesis. También nos involucraba desde la previa.
La previa suponía tener encuadernados los ejemplares que quedarían en biblioteca, ayudarlo a decidir si llevaría traje, él que jamás se viste formal. Había uno, un traje digo, olvidado hace años en el placard de su padre. Para acompañarlo en la cuestión, yo también vestí traje, dándole un sentido de solidaridad en la patriada de ese día. Lo único diferente, es que no usé corbata, hubiera sido demasiado.
Partimos a la hora señalada, los hermanos en el asiento de atrás, en la unión que suponen los momentos feroces. Su padre conduciendo. Todos mudos.
Y allá, en la Facultad, esperaban los cuatro mosqueteros: Gustavo el tímido, que forma parte de la casa estos días, ya que prepara una tarea artística en el taller del fondo. Encontró en ese lugar allí un espacio adecuado para sus pinceles, para su creatividad y para su talento.
Mauri, que volvía de Misiones donde visitó a su mamá y de Córdoba, donde está su novia. Menos angustiado que lo que lo conocemos, tal vez por el efecto bienhechor de sus amores. Mauri casi contento, es demasiado. Estamos acostumbrados a su estilo cuestionador de certezas y de ironía demoledora.
Nacho, un caballero del grupo, con afinidades en ciertos temas, que siempre está sonriente.
Y Lucho, que es el ángel de la guarda que llevó los cuatro gatitos que aparecieron en el garaje de casa, y que los hizo salir adelante, criándolos en colaboración con su hermano, con una mamadera para prematuros, paciencia y una generosidad que me hace deudora permanente. Si no se hubiera hecho cargo de los huérfanos, a mí me hubiera comprometido en una tarea difícil y absorbente. Ahora Lucho anda con las filmaciones de los gatitos en el celu, orgulloso de los logros. Le debo una. En realidad le debo dos, porque además de hacerse cargo de los gatitos, se hizo cargo de la filmación del evento. Tendremos el documento de la defensa gracias a él y su pericia.
En la Facultad se sumó Leo, y más tarde en la celebración, que fue en el bar del otro Gustavo, del Gustavo atorrante, se nos sumó el Tomi.
Pero volviendo a la presentación…Como la espera iba a ser larga, bajamos al bar. Yo los miraba frente a sándwiches y alfajores y me preguntaba ¿Cómo es que pueden comer? En una mesa cercana se habían ubicado unas chicas muy jóvenes. Escuché cuando Lucho y Nacho, mirándolas de soslayo, evaluaban sus posibilidades de conquista.
Volvimos y cuando después de larga espera, llegó el turno de Pablo fuimos ocho los que entramos como patota al aula donde estaban los integrantes del tribunal: ellos eran un elfo y un orco, diría el prestigioso y muy británico J. R. R. Tolkien. Además, al orco los alumnos lo llaman Shrek. Y después de la exposición de Pablo fue el que más encarnizadamente preguntó y repreguntó.
El orco grande y cuadrado está rapado, lleva dos aritos en el lóbulo de la oreja izquierda y tiene también tatuado el brazo. Y para quienes no lo conocíamos resultó excesivo en todo, en el tono de voz, en las actitudes, en el tiempo de interrogatorio. La impresión fue de permanente equilibrio en una línea de fuego.
El padre se removía un par de filas más atrás, en tensa espera, y según dijo más tarde, para nada de acuerdo con el modo del exámen. Los otros testigos intercambiábamos miradas de vez en cuando.
Cristalería frágil en el borde. Pero cuando más tarde Pablo nos comentó que el orco es así siempre, no por un tema personal sino que es avasallante siempre, se desvanecieron mis prevenciones.
El otro jurado, el elfo, era gentil y había acompañado a Pablo en un trabajo anterior. Se lo veía mesurado y en sintonía. Cuando empezó la exposición, observé que asentía con la cabeza a los planteos. Y cuando expuso su apreciación de la tesis, rescató el hecho de que un tema así desde la frontera, abre caminos y por ello, implica valor.
Yo estaba sentada en la fila de atrás, en medio del elfo y el orco, así que podía seguir de cerca la escena. Creo que me quería meter dentro de las cabezas de cada uno de ellos para saber cómo seguían y que procesaban de lo que Pablo estaba exponiendo. Y además les enviaba un mensaje, ¡ojito a cómo iban a evaluarlo, o se la iban a tener que ver! Si mis mensajes telepáticos llegaron no lo sé.
Creo que debieron sentir mi peso, tal vez como sombra amenazadora sobrevolando el lugar.
Tal vez como advertencia ominosa, si ellos no llegaban a estar a la altura de mis, de nuestras expectativas.
Claro, como dice Fred Vargas: “las madres nunca hacen las cosas como el resto de la gente”. Y ¿qué quieren que les diga? no soy una excepción.
18 de marzo de 2011
11 dic 2020
Graduaciones
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