Crónicas colombianas, pensé que podría llamar a este texto, escrito desde los sentimientos que resuenan en mí, después del viaje.
¿Qué puedo contar de Colombia?
¿De la callecita mágica de Neiva, con ese balcón desde el que mirar el mundo? El balcón del Hotel Americano, da sobre esa peatonal sin sueño. Y allí abajo, muy cerca, los vendedores, la gente, el movimiento incesante.
Pocos lugares tienen el encanto de ese lugar, en que la música, las risas, los colores de los banderines flotando, dispensan tanta alegría. Daban ganas de quedarse a vivir allí.
Y en el hotel coincidimos con otros pasajeros: los gigantes- niños de un equipo de básquet, muy jóvenes, altísimos todos ellos, jugando entre sí como escolares en recreo. Locuaces, simpáticos, bullangueros.
Y también en la calle, frente del hotel, los perritos más atorrantes, vagos y fiacas que he conocido. La callecita de Neiva, tenía un dueño, de pelaje corto, pequeño, marrón y mimado por los comerciantes de la cuadra.
¿Qué más pudo contar?
Podría contar de su gente. La gente espontánea y gentil, en las plazas, como el señor que nos sugirió conocer Villa de Leyva, en donde vimos la colonia viva aún, en sus tejas, en sus muros blanqueados, en las piedras a caminar cuando se la recorre. Espontánea y gentil también en el ciber, donde un estudiante nos comentó la belleza de Ráquira, un pueblo de artesanos que visitamos en que los colores restallan a la luz en las calles.
En la universidad la amabilidad del doctor que se ocupó de mi tobillo, con una dedicación y profesionalismo como pocos. A quien yo solo iba a pedirle un analgésico, pero que insistió en hacer su trabajo prolijo en la anamnesis y en el examen clínico completo. Que concluyó que teniendo yo bien la presión, las pulsaciones, la vista, el oído y los reflejos, lo único que necesitaba atención era mi tobillo. Así que me despidió con gesto de caballero español y me fui con el alivio de saberme sana. Hubo amigos que con ironía me tomaron el pelo y dijeron que el doctor hizo un buen trabajo terapéutico de apoyo psicológico….
Y podría contar de los alumnos, curiosos, atentos, participativos. De Carlos y su cortesía tan valorada y que lo lleva a estar pendiente de los detalles.
Y podría contar del modo de hablar de la gente. De la suavidad con que preguntaban para llenar un papelucho burocrático: -¿Me regala su nombre?-, -¿Me regala su número de pasaporte?-, -¿Me espera un minutico?-
Y en la Facultad una pregunta: -¿Le provoca un tintico? A lo que respondí sobresaltada: -¡Caramba soy una dama!- Y en realidad me estaban ofreciendo un café. Lo que son los malentendidos. (!!!)
La geografía increíble de verdes selváticos pudimos apreciarla de camino a Picalito. Las orquídeas en el jardín del hotel hacían que pareciera escapado de “Las mil y una noches”.
A la mañana siguiente la recorrida por San Agustín nos sumergió en un mundo perdido, presente a través del testimonio de las esculturas de piedra que cuentan la vida de aquel tiempo. Senderos entre el verde por los que nos guiaron Carolina, Yesenia y Ramiro.
Y durante los viajes, podría contar de las canciones. En la letra de las canciones, el amor como tema privilegiado. Tomé nota, en la voz de varones, de algunas:
La que celebraba la pasión correspondida, otra que reprochaba el desamor de la ingrata, una que pedían disculpas después de haberla ofendido, la que se quejaban como de una desgracia del haberse enamorado. Y hasta registré una canción en que el desdichado contaba que la mujer amada no le respondía el celular, se hacía negar en el T.E. fijo y hasta lo había borrado del Facebook!!! En fin, cuestiones de la comunicación actual! Esto no hubiera pasado en tiempos de mi abuela, en que solo existía la telefonía sin hilos como gran novedad.
Pensaba en esos hombres enamorados y las mujeres de feminidad desbordante que motivaban los versos de amor.
En Neiva terminó nuestro encuentro de trabajo y quedó la calidez de un vínculo. Yohana, Clara, Yesenia, Ramiro, Julián, Carlos, Mary, ya son parte de nuestra vida. La callecita quedó como paraíso encontrado y perdido, pero que existe.
Luego Bogotá, donde nos situaban como extranjeros. “ ¿Usted es gringa?” “ ¿Habla español?”
Y paralelo a eso, y tal vez por eso, la recomendación de cuidado con que nos alertaban.
Y más tarde Cartagena del castillo San Felipe y del monasterio de La Popa. Y viniendo de Cartagena con sus colores, con su puerta del reloj, fue también la isla con su playa.
Y si de peligros se trata, no fueron los pícaros, no fueron los lúmpenes que nos conseguían un taxi desde el centro. No fueron tampoco un peligro tampoco los vuelos, ni siquiera el último con sus turbulencias. Fueron los conductores colombianos más osados que he conocido. Me llevaron a pensar: ¡qué tonto sería morir aquí, sin haber terminado el viaje! Fue una buscheta volviendo a Neiva después de recorrer el parque arqueológico de San Agustín. Allí en esa buscheta temblé cuando el conductor batía sus records, para llegar media hora antes, conectando una sirena de ambulancia que nos abría raudamente el paso. Y fue una barcaza, desde Cartagena a la isla de Barú, y en esa barcaza que “Chocolate” llevaba volando, me pregunté si el golpe contra el oleaje dejaría intacto el casco, o sería preciso y prudente ajustar el chaleco salvavidas.
Y también allá, a la par de los pícaros, esos otros que nos estrujan el corazón allí, acá en Rosario y en otros lados. Adolescentes, jóvenes y viejos. En la mendicidad del homo-sacer, en la impotencia. Arrasados, erosionados. Inconscientes. Allí, cerca a pocos pasos, como lo están aquí, en mi ciudad y convocando la pregunta: ¿Cómo acercarse a ellos sin ofender, sin asustar, sin provocar enojo? Sigue siendo mi cuenta pendiente: no basta registrar la miseria que existe. ¿Cómo hacer algo que convierta al mundo que ellos y nosotros habitamos en un lugar más vivible? No me animé a preguntarle a los otros profesores, no me animé a hablarlo con los alumnos. Allí y aquí el mismo drama. El del desamparo.
Vamos a volver? Sí, vamos a volver porque esos son interrogantes que están pendientes. Los quiero hablar con ellos. Vamos a volver porque son interlocutores con los que compartir éstas y otras reflexiones. Porque son temas universales y nos convocan desde la ética.
También para ver los paisajes conocidos y para alcanzar a los que no llegamos. Dicen de San Basilio de Palenque que fue el primer lugar independiente en América. Que fue una comunidad integrada con esclavos que huyeron (como los de los kilombos de Brasil) y que conservan la tradición y las ceremonias de sus ancestros. Y eso es algo que no me quiero perder.
26 dic 2020
Colombianas 2012
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