Ella había dicho: -¿Vos sabés lo que es encontrarte con lo que soñaste siempre?. ¿Y que esté allí, a tu alcance y que tengas que renunciarlo?.
Yo estimaba su renuncia como prueba de su entereza, porque tenía que ver con su fidelidad a la palabra dada.
Había sucedido en el verano, cuando durante las vacaciones conoció a alguien que la conmovió profundamente.
La recordaba con su expresión triste y adulta, porque a ella y a mí, nos había sucedido algo grave y tumultuoso, que tendría profundas repercusiones. Algo similar, a pesar de las diferencias.
Me pregunté consternada, por ella y por mí: ¿Por qué las cosas son así?.
Mi historia empezó extrañamente. Lo había entrevisto hacía meses sin prever que llegaría a formar parte de mi vida.
Cuando mi esposo me llevó hasta él, quedé cautivada.
Fuerte, suave. No había dudas, me conmovía. Pero debía renunciarlo. Soy fiel a mis viejos amores. Y si bien la fascinación que ejercía era poderosa, sabía que me debía guiar por otros criterios, que no tenía sentido quedarme capturada por esa presencia aplomada, silenciosa, a la vez calmada y potente.
Al fin, no se tira por la ventana en aras de un impulso adolescente, las convicciones de toda una vida...los viejos afectos, la confianza construida.
Sí, intuía al mirarlo un bello imposible.
¿Cómo hacerle un lugar en mi historia?.
Yo estaba jugada en otras decisiones, en una cotidianidad simple, pero plena y rica, y en la que no había espacio para él.
En mi vida previsible y serena, él era el sobresalto, él era la exigencia. El era el desafío y podía meterme en un vértigo en el que no estaba dispuesta a entrar.
Al fin, correr tantos peligros, exponer mi propia estabilidad ¿parea qué?. Sí, ya se...las grandes pasiones que avasallan con todo y encuentran su justificación en sí mismas. En el hecho de ser vividas como lo que son ¡grandes pasiones!.
Pero...y la lealtad ¿no vale entonces?. ¿Es solo una palabra?.
Allí estaba, imponiendo su presencia en nuestras vidas. Allí estaba, tercamente, indiferente al conflicto. Firme, brillante y azul.
Entonces fue que no aguanté más y le dije a mi marido mirándolo de frente, rectamente a la cara, directamente a los ojos: -Sí, este auto es muy hermoso, muy rápido y todo lo que quieras, pero somos unos desalmados al cambiarlo...Yo voy a extrañar al viejo...ya estaba acostumbrada.
1991
2 dic 2020
Cuestión de conciencia
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