1- Mi tía me cuenta: Cuando la abuela vino del campo, viuda y con muchos hijos, tuvo que hacer malabarismos para seguir adelante. Para colmo, uno de los chicos, el mayor de los varones, había nacido con una malformación en su mano derecha, que lo dejaba en inferioridad de condiciones para pelear la vida desde un trabajo medianamente pago. Para los hermanos era “el Manco” y para la madre, llegada la adolescencia, una preocupación. Tomando coraje y valiéndose de que era una consecuente feligresa de la Iglesia del barrio, de Misa diaria y asistencia a todas las Procesiones de la Virgen, fue a hablar con el Párroco para preguntarle si él podría ayudarla, ubicando a su hijo en alguna tarea. Algo así como darle un trabajito y supervisarlo desde un lugar de jerarquía, colaborando así con ella que se sentía agobiada por la responsabilidad de asumir sola la crianza.
Mi tía prosigue: “Pero el cura me sacó de vuelo”, le dijo que a Dios hay que ofrecerle los mejores hijos, los más perfectos. Y ella sintió que también allí le rebotaban ese hijo fallado, y que había sido una insolencia pensar en un lugar allí para él, en ese Templo claro y luminoso. La abuela siguió sus prácticas devotas, pero creo que algo se resquebrajó en ella. El Manco finalmente, después de intentar trabajar vendiendo diarios (y daba miedo pensarlo colgándose de los tranvías) aprendió a lustrar zapatos, y con su cajoncito con cepillos y pomadas se fue ganando la vida en Avenida Pellegrini, al lado del cine Sol de Mayo.
2- Marce y también Iara, su hija, me son muy cercanas. Marce cuenta que en el lugar donde su hija trabaja como moza, también se baila, y así de vez en cuando, Iara deja pasar a su mamá con alguna amiga, y para ellas es todo un programa llegar al boliche y circular en ese ámbito sofisticado. Además uno de los habituales concurrentes, un caballero mayor, piropeaba a Marce y la invitaba a bailar, pero ella lo eludía, desdeñosa como princesa. Hasta que una noche en que salía del baño, al cruzarse con él, Iara los presentó, y el apellido que él portaba, ostentosamente empresarial, de esos que se escuchan en la T.V., hizo que ella lo mirara con otros ojos. De todas maneras siguió de largo, y la anécdota llegó días después, cuando él se dirigió a Iara con una propuesta: “Te cambio un cero kilómetro por tu mamá”.
No lo hubiéramos tenido en cuenta si no es porque esa era contrapartida de lo sucedido en enero. Marce, había llegado al Heca después de un asalto, en que le habían clavado una faca. Y el médico que la atendía en la urgencia le dijo: Qué linda que está tu hija!. ¿No me haces pata? Mirá tengo trabajo, soy soltero, dale…Y ella le respondió: No, sos muy antiguo ¿ quién habla así hoy?, , “haceme pata , haceme pata…” agregó burlona, mientras Iara se hacía la desentendida.
Así como antes habían rondado a la madre para llegar a la hija, esta otra vez, en perfecta simetría, la hija era le mediadora de los afanes del empresario galante.
3- Ella, como nos suele suceder, no sabía cómo hablar con él. Ambos debían remontar una historia en donde la cárcel significó pena, riesgo, violencia. Y en el caso de ellos además el contagio para madres y para niños de la Unidad 5.
Y aunque él ya no era un niño, ella sentía que no podía dejar de inquietarse cuando lo veía fumar tanto, perder peso, alimentarse mal. La tuberculosis había remitido entonces con el tratamiento, y aunque él ya había dejado de ser niño, la necesidad de ser prudentes y evitar riesgos en cuestiones de salud, continuaba. Así que pensando las palabras le dijo: -Lamentaría que vos te murieras antes que yo, primero porque sos mi hijo, y lo esperable que sean los hijos los que entierren a los padres. Es ley de la vida que los hijos entierren a los padres. Si no se cumple la ley, no se entiende la vida. Pero además de esa razón, por otra cosa, y es porque yo luche mucho, mucho, para que vos vivieras. El no dijo nada, pero entendió.
4- Sabía que las expectativas familiares estaban en que quedara en el pueblo, acompañando a la madre, después de la muerte del padre. Pero ella quería otra cosa para su vida. Le costó mucho tomar la decisión de dejar la casa paterna, instalarse en la ciudad, completar sus estudios, valerse mediante su trabajo, y volver como de visita. Todos, la hermana que se había casado años antes, las primas y tías…todos tuvieron miradas críticas a quien desafiara lo que esperaban de ella la tradición y las costumbres. No estuvo segura por mucho tiempo de haber tomado la decisión correcta, a veces se sintió culpable. Pudo trabajar en lo que amaba, ordenarse con sus proyectos y sentirse satisfecha de algunos logros. Pudo también acompañar desde otro lugar a la madre y a la hermana que quedaron allá, lejos. Pero fue recién cuando vio “Como agua para el chocolate” supo que el viejo mandato la había alcanzado, la había golpeado y no había sido fácil eludirlo.
16 de agosto de 2012
11 dic 2020
De cuestiones familiares
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