11 dic 2020

La casa de la reja verde

 En el fondo de la casa hay árboles  y plantas. Hay un jacarandá alto, que no se resignó a la poda y volvió a desarrollar sus ramas  y un castaño coposo. Un limonero y un naranjo y  la fragancia de sus flores de azahar. También hay un pequeño manzano cerca de la medianera  y un gran níspero, bajo él está el horno de barro.

Hay sombrillas de la virgen, que puso hace años la madre de Eneri, y malvones de color salmón que puso mi mamá. Ellas ya no están, pero quedaron de esta forma tan hermosa.

 Hay dos sandalias gigantescas y empieza a dar frutitos morados una frambuesa que nos dio Estela de su planta en Funes.

Ah! Hay una planta de incienso y otras de lavanda que puso Anahí. Y hay áloes macho y hembra para cosmética y medicina. Un tabaquito solitario en medio del cantero. Y en macetas hay amarantos, begonias, helechos serrucho, helechos pluma que son bonitos, corazón de estudiante y la planta del dólar. Otra bella, de hojas aterciopeladas que me regaló Hilda.

Tuve almácigos con plantines de alegrías de colores, pero perdí la batalla con las babosas que las comían.                                                                                                                                                     También hay otras plantas que cuidan Pablo y los otros chicos y son perfumadas.

 Y hay pájaros, gorriones, cachilos, muy vivaces,  tacuaritas  que se ponen a chillar celosas, cuando me acerco a su territorio, en la enredadera del fondo del terreno, donde deben tener su nido. Deben sentir que soy una atrevida que invado su privacidad y me lo hacen sentir con sus protestas.  Hay  benteveos gentiles, palomas, horneros  y hasta colibríes. Bajan a comer con confianza. Los he encontrado hasta dentro de la cocina buscando miguitas, pero se vuelan si me acerco. Hubo un tiempo en que un cardenal pasaba todas las mañanas, como si viniera a saludar, antes de seguir con su vida.

También están las tortugas. La hembra suele poner huevos, destinados al fracaso, ya que en este clima no prosperan.

Y está la gata, que sabe avisar cuando necesita que le renovemos el alimento en su lugar en el alfeizar de la ventana. Que era huraña, pero que ya no nos teme, ni nos elude.

Y están las perras, que saben expresar lo que necesitan, si lo que necesitan es salir al jardín. Les gusta mirar la calle, y aunque tienen más espacio en el fondo, parece que prefirieran el jardín, para ver la gente que pasa.  Y que siempre, siempre, SIEMPRE  nos reciben con alegría, como si fuera un gran gusto vernos. Y me llevan a preguntarme : ¿Qué tendrán en su cabezota para ponerse contentas con tan poco? En invierno, o cuando duermen, ni abren los ojos, pero mueven la cola cuando notan que llegamos. Y si estamos a tiro, nos lavan la cara con sus lenguas húmedas.

He mirado a otros perros dormir, y creo que sueñan porque los he visto mover las patas como si corrieran, o gruñir como si estuvieran enojados. Pero la menor de las nuestras, mientras soñaba una vez, movía la alegremente la cola como un ventilador…¿Qué  es lo que estaría viendo entonces?

Son mis amigos en  la cueva verde, que es lo que parece el fondo cuando lo miras desde la casa.

El fondo es verde, y a veces el jardín del frente también lo es. Tiene un arbusto que se enciende en rojo en el invierno y una enredadera que se ilumina de fragancia cuando abren, todos juntos, los pequeños jazmines,  cada primavera. Un muérdago con cuyas hojas me pincho al sostener  las guirnaldas en Navidad

Hay una palmera en el cantero que va creciendo despacio, entre el helecho y el lirio. Y sobre la medianera, un cactus que puso Andrea  para recordarnos que también existen  las espinas, pero que forman parte de ese mundo  que no es por eso menos bello.
enero 2012

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