16 dic 2020

De malentendidos e impotencias. El amor como contienda

1-El lenguaje como fuente de malentendidos.

Las mismas palabras designan cosas diferentes, según quien las utilice. Y crean malentendidos Lo descubrí hace años cuando buscábamos una casa. Uno de los requisitos planteados por mi compañero es que tuviera patio. Pensé. Está bien, puede tener patio. Pero cuando visitábamos las casas en oferta no coincidíamos. Yo me inclinaba por una vivienda pequeña, de construcción reciente, fácil de mantener ordenada y limpia. El se enamoraba de casonas vetustas con ambientes espaciosos y terreno amplio . Una casa así es un incordio al que dedicar tiempo y energías.
No nos poníamos de acuerdo en la búsqueda de una casa con patio. Lo que yo llamaba patio era acorde a mi experiencia: un cuadrado de mosaicos con macetas de malvones. Así había sido mi patio de la infancia. Él llamaba patio a un lugar enorme de tierra-tierra al final de la casa, tal como tuvieron mis dos abuelas. Nosotros a eso lo llamábamos fondo.
Mi abuela paterna, que vivía en calle Corrientes al 500, tenía un fondo. Era una casa en pleno centro, y allí crecían algunas plantas algo raquíticas, había un par de gallinas y un sector de tierra, donde amasábamos tortas de barro.
Bueno, ese fondo daba a un terreno gigantesco, al que recuerdo que llegó un circo. Lo fantástico fue no solo ver la función del circo una vez, sino el poder asomarnos por el tapial de ese fondo todas las veces que quisimos para ver el entrecasa de elefantes, payasos, malabaristas, que estaban allí todo el tiempo para deslumbrarnos. Luego se construyó en ese enorme terreno el Hotel Riviera.
Lo más interesante de esa casa enorme, era la carbonera de la entrada, un pasadizo bajo la escalera, y el sótano misterioso de una de los cuartitos del último patio. (Tenía tres patios)
Pero mi otra abuela, que vivía en Cerrito  al 1.400 tenía un terreno inmenso en que supo haber hasta 14 higueras y un cañaveral en el fondo.
Er una selva y jugábamos a los exploradores.
Lo cuento porque esas casas ya casi no existen, y las que hay no son funcionales al modo de vida actual. Y aunque sean entrañables en el recuerdo no quisiera vivir en una.
Anhelábamos otro tipo de casa. Y el tema del patio no fue banal.
 Si respecto a un concepto tan sencillo hay lugar a diferencias ya que se nombra con la misma palabra dos realidades diferentes. ¿Cuánto más complicado será el entendimiento cuando utilicemos palabras que designan cuestiones complejas como afectos, vínculos o cualidades?
Por ejemplo la adjudicación de  “buena” a una persona. Según Borges, el argentino prefiere ser considerado delincuente antes que bueno, porque bueno equivale a sonso.
En algunas oportunidades lo he escuchado utilizado en un sentido, en que decir de alguien que es: ¡Tan bueno…! es casi agraviante. Puedo recordar el tono insolente de este calificativo, cuando se trataba de marcar la superioridad de quien ¿desde que lugar? consideraba al otro “Tan Bueno”, y según el tono y el contexto, descripto como inofensivo y casi peor: como indefenso.
De allí que preferimos ser considerados sagaces, fuertes, resueltos y hasta agresivos antes que buenos. Desde esta perspectiva se entiende la perspicacia de Borges en su reflexión.
Otra manera de crear malentendidos  vale por cómo se cuentan las cosas y cómo el relato puede estar en función de favorecer tal o cual interpretación.
Sin mentir, pero dando datos parciales que ponen el acento en determinada cuestión, y eludiendo otro fragmento de información  se hace posible el equívoco. La información completa daría otro cariz al hecho que se cuenta, pero eso es evitado. Por ejemplo: -Mirá las máscaras que tallé…Voy a ver a Francisco (lo cual es cierto, pero si no digo que antes, y en el camino, paso a ver  Raquel, induciré que las máscaras en cuestión son un regalo para Francisco).
Y por fin, el lugar desde el que se escucha colabora aportando un sesgo; y convengamos que ese sesgo, entre otras cosas tiene que ver con lo generacional. Hay palabras usuales en una época que resultan extravagantes en otra.
Cuando conté que el transporte con el que iba a la Facultad era el tranvía, el joven amigo que escuchaba encontró muy sorprendente y muy gracioso el hecho, pues cuando vino él a Rosario, ya se habían suprimido. (En verdad el irrespetuoso se tiraba al suelo de risa por pensar el tranvía como una antigüedad de Museo ¡Y a sus usuarios también!)
En otro sentido, la convicción previa del que escucha interviene y  hace a la selectividad perceptual, para que no tome del mensaje lo que pueda resultar contradictorio, conflictivo, incoherente. Para que al oír se omitan algunos datos, se recorte, privilegie y subraye otros. Tal el caso de una médica que no escuchó la necesidad urgente de un examen solicitado a un familiar. El pasarla por alto estaba en relación con la angustia que le hubiera generado advertir la seriedad del problema. Cuando esto se le hizo claro pudo comprenderse  el por qué de su omisión.
Así, los malentendidos pueden provenir del que habla, porque intencionalmente o no, promueve el equívoco, tanto como del que escucha y registra parcialmente el mensaje.
Y ¿cuánto más conflictivo ese registro cuando de lo que se trata es del ámbito de los sentimientos? Y cuanta impotencia genera el tropezar con estas trabas para lograr aquello a lo que se aspira (o se cree aspirar): el entendimiento.
En cuestiones referidas al vínculo amoroso, encontré descripciones de los efectos del desentendimiento, interesantes porque aluden al vínculo como mezcla d e encuentro y desencuentro, de tristeza e impotencia conjuradas por la contienda, solo posible entre quienes se aman.

2-Dos películas aportan al tema.

En “Enredos del Corazón”, de Mike Binder. cuyo título en el original es “Upside of anger”, algo así como “Del otro lado de la ira” se dice:
“-Me rompieron el corazón…Son heridas que no cicatrizan…Uno termina en pie, aunque con muletas…”(como Cecilia cuando describió que estar con Fabian era como andar con muletas, pero que renunciarlo era como arrastrarse)
Y después: -“La ira puede ser paralizante..Pero es real. La furia puede cambiarte, modificarte, convertirte en alguien que no eres. Lo único bueno de la ira es en quien te convierte. En alguien que un día despierta y se da cuenta de que no tiene miedo (la tracción a  bronca de la que hablaba Domitila, representante de los pueblos originarios,  cuando expresaba que su lucha no nace de algo bueno sino del dolor)…y sabe que en todo caso la verdad es una historia personal. Y que la ira viene en oleadas y que cuando se va deja una nueva oportunidad de aceptación y de calma…”
Y en “Mujeres” de Diane English hay un monólogo ilustrativo:
“-No tienes idea de cómo se siente esto…(dice una hija a su madre acerca del dolor que experimenta)
(Y la madre responde) -Bueno, déjame intentarlo. Se siente como si alguien te hubiera pateado el estómago. Se siente como si tu corazón hubiera dejado de latir. Se siente como ese sueño, ya sabes, en el que estás cayendo y estás desesperada por despertarte antes de tocar el suelo, pero todo está fuera de control. Ya no puedes confiar en nadie. Nadie es quien dice ser. Tu vida cambia para siempre, y lo único que queda de esta experiencia tan terrible es que nadie podrá volverte a romper al corazón de esa manera jamás”
Estas palabras que describen situaciones frecuentes de desencuentro amoroso, me parecieron ilustrativas de las consecuencias del malentendido que socava los vínculos y que genera impotencias. Son palabras clave entre quienes intentan contar la falta de sintonía en una relación que intentó construirse en concordancia de deseos y proyectos.

3-Como ha cambiado el estilo vincular en tiempos del “amor líquido”

En el mismo, más que relaciones estables, se apuesta a conexiones transitorias, en la descripción de Zigmunt Baumann-
Eugenia de Montijo tuvo en claro que responder cuando Bonaparte II le preguntó: -¿Cuál es el camino para llegar a su corazón?
Dijo: -El camino es uno sólo y pasando por la Vicaría. La Vicaría era el lugar en el que se asentaban las bodas, antes de la existencia del Registro Civil. Convengamos que según las estadísticas, ahora también el Registro Civil está en desuso.
Y es que en tiempos de Eugenia, para jóvenes  como  ella, no se conocía (ni se concebía) otra manera de llegar a la relación amorosa, que no fuera a través de los más rigurosos votos matrimoniales.
 La última noticia que tuve respecto del tema de los amores en la actualidad fue desoladora. Una joven, después de varias salidas con un chico, dulce, romántico y que parecía muy interesado en ella, decidió tomar el toro por las astas. Le preguntó si tenía intenciones de que siguieran viéndose y con qué grado de compromiso. En suma: si se plantearían cierta exclusividad del uno respecto del otro, y esto implicaría dejar de ver a otras  personas…
El respondió que de ninguna manera. Que seguiría saliendo con ella al igual que con otras, sin promesa de exclusividad. Así la joven me comentaba, debió decidir si dejar de verlo  y perder la posibilidad de estar con alguien  que le interesaba, o seguir viéndolo, pero aceptando esa realidad de ser una más y entrar en el “casting” en la esperanza de que tal vez, quién sabe, el veleidoso de los amores múltiples se decidiera a elegirla a ella y suspendiera en algún momento sus encuentros con otras. Entrar en el “casting”, según la desafortunada pero ilustrativa expresión dicha por ella con naturalidad, es lo que me resultaba desolador del relato.
Entre aquella respuesta contundente de Eugenia de Montijo, planteando sus condiciones indeclinables y la mansa aceptación de la joven de la anécdota  que se somete a entrar en el casting en la esperanza de ser elegida, ¿qué conceptos y afectos se juegan y se jugaron?
Qué valoración de sí implica plantear condiciones y qué consecuencias puede tener el sostenerlas o el declinarlas en relación a la propia autoestima (que algún vínculo tiene con el narcisismo) pero también con el lugar asignado ante el otro en el juego amoroso en que se miden magnitudes de afecto y de poder.

4- La capacidad de ser feliz. La obligación de “hacerla feliz”

En otro estilo de funcionamiento, hace años, charlando con un grupo de periodistas en la previa del estreno de “Señora de nadie”, uno de ellos comentó que él “No se podía permitir a sí mismo, que su esposa no fuera feliz”. Como si asumiera la responsabilidad ante sí,  al errático y escurridizo fin de proveerle dicha, dedicándole sus mayores esfuerzos.
Me sorprendió por lo soberbio y arrogante del cometido, sin duda bien intencionado, pero colocando a su esposa en un lugar subvaluado por lo dependiente, como si hablara de una niña y no de alguien con autonomía en el logro de satisfacciones y desdichas.
En el mismo tono el libro “Cómo hacer feliz a su esposa” de William Orr (ed.  Clie) plantea:
“No es necesario decir que la clave de la felicidad de la casa es la esposa. No hay que entender esto mal. No hay que hacer santas de las mujeres. Son falibles. Son humanas. Hacen equivocaciones y de vez en cuando son incluso difíciles. Todo el mundo lo sabe.
Per hablando en general, la mayoría de las mujeres corresponde a la manera en que se las trata. Dios las hizo de esta manera. Las creó de modo que dependan para su felicidad y guía, en gran proporción de sus maridos. Siguen los principios y prácticas de sus cónyuges, para conseguir su objetivo de gozo en la vida.”
(Si bien la edición original es de 1958, fue reeditado en 1989, nada más que 20 años atrás.)
¿Nos cuadra ese modo de vinculación o implica una desvalorización de la mujer pensada como dependiente de una confirmación conyugal de le otorgue sentido?
¿No es acaso legítimo que cada ser humano, varón o mujer, sea reconocido como  artífice de sus dichas y desdichas?

5-El lugar en la vida del/la  otro/a

Entre la respuesta de Eugenia a su enamorado, y el sometimiento de la joven a entrar en lista de espera del joven que seguirá en su elegida y sostenida libertad (promiscuidad?), hay una polaridad. Una reivindica la única forma que conoce de ser valorizada. La otra renuncia a la expectativa de exclusividad  a la que aspiraba.
Entre el muchacho que no se compromete en un vínculo  renunciando a otros amores o amoríos, y aquellos que asumen la ímproba tarea de dar felicidad (¡nada menos!) un abismo. Pero existe una coincidencia, el no otorgar jerarquía a la destinatarias de negligencias o desvelos.
Paralelamente a esto escucho reflexiones de chicas que expresan su consternación frente a esos grandes malentendidos.
Desde el comentario: “los hombres son de una especie diferente” a reconocer que la persecución de vínculos amorosos significativos son una marca del género femenino.
Y que aunque se haga patente, según palabras textuales que: “Los hombres son para renegar” es difícil para las mujeres tomarlos como “opcionales”.
¿Por qué es difícil? Por que no es opcional la cualidad del vínculo buscado, como marca de género. Es un vínculo que implica compromiso, en general para las mujeres.  Tanto es así que en las relaciones lésbicas sucede que “también las mujeres son para renegar”.
Las relaciones afectivas con un compromiso vital, con anhelo de exclusividad y enorme montante de energías depositadas en ellas parecen prevalecer en el modo “femenino” de vincularse amorosamente.
Al menos es lo que ha sido más frecuente (tal vez por condicionamiento cultural)  aunque también aparecen cada vez más mujeres que reivindican la posibilidad de hacer lazos múltiples. Pero una de ellas sorprendida se  preguntaba a sí misma con extrañeza: ¿Cómo me habrá sucedido esto de encontrarme enredada en esta situación, en este estilo “como el de los hombres”?

6-Cambios

La aceptación de relaciones descomprometidas y múltiples, explicitadas como tales, es una modalidad relativamente reciente. Lo más frecuente en épocas pasadas era asumir la unión “hasta que la muerte nos separe” y si la deslealtad tenía lugar, se asumía sobre los hechos consumados, como un injerto ni previsto, ni acordada de antemano como posible.
Y una vez acaecida, se solía tomar como cuerpo extraño en el proyecto inicial, bien para denostarla, bien para naturalizarla. Pero como quedaba fuera de lo pactado, daba lugar a un repertorio acotado de respuestas.
Si la transgresión al juramento había sido cometida por una mujer, era difícil la superación del suceso y la continuidad del vínculo. La ofensa a la virilidad en una sociedad patriarcal y machista no daba muchas alternativas.
Si la transgresión la cometía un hombre. Resulta significativo, en el discurso de las mujeres implicadas y en conflicto, recordar las palabras más frecuentes para designarse recíprocamente: puta una, boluda la otra.
Para la llamada “puta” también cabían designaciones como artera, zorra, tramposa, ladina, falsa. Calificativos todos congruentes en señalar el matiz de astucia en juego.
En cuanto a la designación de boluda, entronca con crédula, incauta, cándida, ingenua. Es decir inepta para la propia defensa, en situaciones de insinceridad.
Valen estas palabras en ambos casos, para designar como una mujer podía verse descripta, como sanciones sociales con fuerza y tradición.
Lo paradójico es que alguna misma mujer podía funcionar como puta en un vínculo clandestino y como boluda en su relación formal.
En el discurso de los varones ¿qué valor se ha asignado al mundo de lo privado, de la vida afectiva? Cómo jugó su rol el concepto de honestidad? ¿El valor de la palabra dada? Lo planteo en relación a hombres que no hubieran soportado incoherencias  en otras áreas de su vida y que se consideraron sostenedores de una ética.
Desde la doble moral sexual de nuestros abuelos, y utilizando las coartadas que lo social proveía, ¿eso fue posible?
Y en la actualidad, dados los cambios que promueven una sinceridad a ultranza y relaciones igualitarias ¿cómo eludir contradicciones  entre afectos incompatibles?
¿Cómo imaginar un modo de vinculación que soslaye las trampas de la doble moral sexual del pasado, sin caer en la banalización de los “amores líquidos”?
Hay violencias de las que se habla.
Suele hablarse del efecto de la violencia evidente que tiene que ver con el maltrato obvio y los delitos que exponen un inusitado montante de violencia.
Suele considerarse el efecto de la violencia estructural de nuestra sociedad de consumidores que excluye a los que no pueden, que se convierten así, en los que no son.
¿Y para los delitos en los vínculos de la esfera privada que ocasionan decepción y dejan cicatrices en la esperanza? ¿Hay un discurso que pueda hoy dar cuenta de las posibilidades de encuentro en lo más íntimo, desde la realidad de los tiempos actuales?
¿Quienes  pueden revisar viejos y nuevos criterios, y dar aproximaciones al tema, que no estén impregnados de la historia de los amores transitados?
Borges planteaba que el himno es un exagerado cuando nos convoca a “vivir coronados de gloria” o “con gloria morir”, porque  –Borges dixit-cada uno vive como puede.
Y Roberto Fontanarrosa supo hacer decir a su inefable Inodoro Pereira, que el juramento matrimonial “hasta que la muerte nos separe, a veces era una incitación al asesinato”.
Tal vez debamos retomar el tema desde el planteo de los acuerdos renovables  que permitan revisiones del vínculo, para examinar, a modo de memoria y balance, el lugar de éstos en la vida de los implicados.
Permitiría maniobras de saneamiento esta inspección acerca de cómo estamos quienes somos, después de haber sido quienes estuvieron (en un proyecto y una decisión, como todas, sujeta a vaivenes y contingencias).
Y aquí cabe considerar las diferencias en cuanto a la perseverancia o transitoriedad de los afectos, deferentes para cada quien, de tal modo en que mientras para algunos/as las experiencias persisten como recuerdos con la vigencia de lo presente, para otros/as se descartan, se remontan, se dejan atrás
Lo cierto es que esto marca las diferencias en el modo de elaboración del pasado..
Malentendidos crónicos, impotencias para entender o hacerse entender, hacen a lo cotidiano cuando se convierte en contienda aquel amor y en donde cuestiones atinentes a la propia afirmación y al poder sobre el/la otro/a, también entran en  juego.
2010

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