(incluido en trabajo sobre Cuestiones Clínicas)
Muchas veces he escrito sobre la infancia, la mía. Como todo relato que se ancla en la memoria, no es posible determinar con certeza los límites entre la realidad y la ficción. Es probable, entonces, que me haya inventado una infancia. También he escrito ficciones sobre mi infancia. Siendo así, es posible que allí haya algo de cierto, de real. Lo que sé hoy es que hay elecciones que nos determinan. Ser feminista ha modificado y cuestionado, antes que cualquier otro, el vínculo con mi familia de sangre tan ligada a mis recuerdos de infancia. Como dice una amiga "hay que desterrar el mito de que la sangre tira. A veces te tira a la mierda." Sí, a veces te tira a la mierda. Las lentes violetas ya no puedo quitármelas, porque no son unas lentes en sentido estricto. Son un modo de habitar el mundo. A veces la violencia viene de la propia sangre, y es bueno decirlo y reconocerlo. Y a veces una no puede con esa violencia, incluso reconociendola como tal. Y también es bueno decirlo, por esto de mirar la viga en el ojo propio.
Dahiana Belfiori
DEL PATRIARCADO
Estas reflexiones surgen de cierto registro de incompatibilidades, que pude pensar entre las aspiraciones de equidad que nos alientan y las limitaciones que cercan esas aspiraciones. Las mutilaciones con que el patriarcado nos cercena se vinculan con impotencias aprendidas y también con incapacidades inoculadas desde el principio de la vida. Que van a depender del sexo con que nacemos y al género adscripto. Y que nos excluye a las mujeres de ciertos saberes y habilidades y destrezas y actitudes, que hacen al uso de herramientas.
Las mujeres hemos sido asignadas a tareas que tenían que ver con el uso del hilo y la aguja, de cacerolas y sartenes, del empleo de escobas y estropajos (más que género, tratadas como trapo, diría Mafalda) y excluidas del uso de martillos, tenazas y serruchos.
Por eso me parece interesante relacionar cuestiones como patriarcado y destornilladores, para ilustrar lo que quiero compartir.
Ana pidió de regalo de cumpleaños un destornillador eléctrico. Ya María Luisa antes, me había hablado del “poder del destornillador” como patente de autonomía. De la magnífica sensación de libertad, cuando se hace una capaz de resolver cuestiones como poner un estante. Pero María Luisa había debido autoabastecerse desde hacía mucho tiempo, y para todo.
En cambio, Ana, decía de sí misma que había sido preparada “para casarse y tener hijitos”. También para pintar bellos óleos, como había hecho su mamá. Bella y silenciosa como un hada, a la mamá jamás se le hubiera ocurrido incorporar a su vida un destornillador, ni un martillo, ni un serrucho, porque era toda una dama.
El papá de Ana era un caballero exitoso en sus empresas. Conducía su automóvil sin haber tenido un choque jamás, por eso cuando a los 90 le restringieron el tiempo de validez de la licencia, y hasta le cuestionaron que siguiera manejando, se sintió muy afectado. Era un verdadero patriarca, pero demoledor en el ejercicio de su poder. Hacía sentir a todos la fuerza de su carácter y si bien se mostraba orgulloso de los hijos varones, a la esposa y a la hija las seguía tratando como a menores de edad. Por sus palabras descalificadoras, Ana supo decir que su papá era una máquina de atrofiarle el cerebro a su mamá. Y de intentar aplastarla a ella. Por eso cuando ella debió gestionar su carnet de conducir, tuvo muchas trabas. No se animaba a desafiar la imagen de sí misma como inepta, que tenía impregnada. Aunque su hijo la estimulada a ensayar en el auto que compraran entre los dos, le costó desactivar las prohibiciones que se habían ido incorporando desde siempre a su vida. El destornillador eléctrico y su manejo del automóvil le dieron la certeza de que estaba en camino. Cuando pudo con los dos, casi le propongo destapar un Champagne.
Es que las formas de la represión varían de cultura a cultura, de mujer a mujer. Y conducir un auto o arreglar un estante aun parece algo vedado. Salir a correr, viene siendo una actividad frecuente. Pero la mayoría de las mujeres, cuando lo hace, lleva una remera o una campera atada a la cintura. Salir en bici en calzas, ha significado para alguna el manotazo o el improperio. En Pakistán estas formas sutiles se tornan más graves. El ácido a la cara a la joven que se atrevió a deshonrar a su familia, se lee en las crónicas.
Sí, ya se que si hablamos de femicidios, estaremos abordando un tema candente (y literalmente hablando, desde Wanda Taddei en adelante) , por la frecuencia y ensañamiento de los mismos. Pero sin llegar a esos dramas, el espacio público, como lugar de acoso viene siendo denunciado.
Entre nosotras, la calle, como lugar ganado por nuestras madres, lo era solo para ir al trabajo (la fábrica, la docencia o tareas de limpieza) y algo menos para la recreación, siempre de día y acompañada. Hoy vuelve a ser cuestionada en tanto espacio de libertad. La dictadura y su insidiosa pregunta: ¿Sabe dónde está su hijo ahora? obró como cepo. Se hacía más acuciante si la que estaba afuera era una hija.
Y como lugar de recreación, de libre vagabundeo, ese goce de ocupar la calle sigue estando envenenado.
Esa pérdida, la de la calle como lugar de desenvolvimiento, nos afecta de distinta manera, pero en todos los casos implica un empobrecimiento.
Sobre la evolución de los vínculos.
Desde la monolítica idea de la familia que albergaban nuestros abuelos, hasta la labilidad de las parejas abiertas de la actualidad no han transcurrido más que dos o tres generaciones. Mi abuela Enriqueta, supo usar una frase que quedó para la historia: “Con la cuchara que elijas, con esa has de comer. Hasta el final de tus días”. Y se refería a lo absoluto y definitorio de la elección matrimonial. No se concebía ni en su cabeza, ni en el espíritu de la época, la posibilidad de un cuestionamiento. Viuda joven, Enriqueta afrontó la responsabilidad de la crianza con el atributo de la llamada “decencia” como señero. Para las jóvenes solteras esa decencia implicaba la castidad, para las casadas la absoluta fidelidad y defensa de la familia. Aunque fuera a expensas de sí mismas en vínculos difíciles o conflictivos. Ninguna razón hubiera bastado para cuestionar la indisolubilidad de la elección de la cuchara. Como ella tenía cuatro hijas, y tres hijos, el mandato fue transmitido y asumido con fuerza de ley. Sobre todo por ellas.
Francisca Enriqueta. mi madre, sostuvo dicho mandato con ahinco. Pero debió flexibilizar su mirada, con la separación, seguida de divorcio de su hijo bien amado, que se había casado muy joven. Esa separación puso en crisis a todos, incluso en la familia ampliada. Era el primero en estar en esa situación, aunque no sería el último. Corrían los 70.
Pasaron los años. En los 90, se abrió una inscripción a la Maestría, en la Facultad de Humanidades y Artes, de la que yo egresara con mi título de grado en el 64. En esa primera corte del postgrado, el grupo era heterogéneo, tanto de procedencia académica como de edades. Hubo inscriptas que recién obtenían su título de grado. Y algunas que ya llevábamos muchos años recibidas. Solía yo decir que éramos Dinosaurios en el grupo, por un par de razones: una, porque demás de mayores en edad (Hilda, una compañera de Cordoba, yo) y la otra, porque conformábamos estilos de pareja diferentes a las de las más jóvenes. Relaciones prolongadas que se habían sostenido a pesar de cimbronazos en un estilo vincular infrecuente.
Y hoy: Diana y Andrea componen otro estilo. Las únicas de mis hijos (biológicos y adoptivos) casadas legalmente, merced a la ley de matrimonio igualitario. Y a mí, me pusieron en situación de escuchar que por primera vez que me llamaron “suegra”. Fue cuando Diana me presentó a la partera que intervendría en el nacimiento de Victoria. Sus historias fueron convergentes. Las dos deseaban formar una familia, asentarse en un vínculo y alentar proyectos. Así se casaron y así empezó otra etapa: vivir y trabajar juntas y la búsqueda y la llegada de Victoria.
Del amor
Qué se espera de él?
-Mónica decía que deseaba compartir el cine, pasear de la mano. Tenía toda la madurez aquilatada en experiencias.
Y él: más joven y aun en sus principios, deseaba una mujer, hijos, un perro. Mónica ya lo había tenido, él no. Eran diferentes necesidades. A pesar del amor.
-Un caballero anciano, bajo, calvo y gordito, como versión masculina de la abuelita de Twiti, esperaba en la puerta, mientras yo también aguardaba. Una mujer con físico de vedette, pelo largo ensortijado, actitud entre afectuosa y desenfadada, salió a recibirlo. Mujer que es una bella travesti. Entraron juntos. Se los veía tranquilos y contentos. ¿Quién puede designar qué los unía?
-Y Estela, al fin sintió que podía ponerse de pie. Y hablar, y preguntar también, pese a lo elusivo del compañero. No iba a aceptar más evasiones. No iba a aceptar más invasiones. Poniendo límites. Encontró la manera de hacerlo.
-Y Silvia, después del encuentro con el caballero con el que compartieron un par de salidas, pensó que daba para hablar de lo que esperaban. Él le dijo que quería encontrar alguien con quien conversar, que le preparara un guiso, o una sopa. Y ella, quería otra cosa. Después de TANTOS años de trabajo, compartido con las tareas de crianza de hijos que ya eran grandes, esperaba poder viajar por el mundo, libre ya de cargas. Así que hizo algo ante la propuesta del caballero: huyó despavorida.
Sí, ya se. Hay maneras y maneras de ser mujer. ¿De qué dependen? De poder amarse y respetarse.
Algunas no pudieron apropiarse de sí mismas y vivieron enajenadas. Hubo quien, devaluada su autopercepción no supo-pudo cuidar de sí. Y llega a anciana como abuela infantilizada que suscita compasión o burla.
Otras llegaron a desplegar un poder que las situó poderosas, capaces de ordenar la vida familiar en torno. No necesitaron del espejo mágico para verse en plenitud y magnificencia, ancianas que después de los avatares podían sostener: “confieso que he vivido”.
Llegadas a los 90, y en autonomía para tomar decisiones participaron y participan de las celebraciones y de los duelos como reinas en ejercicio de su jerarquía. La más audaz que conocí tenía el nombre más significativo para lo que quiero expresar: se llama Ídola, y por supuesto hace honor a él. Alguien que se llamó así desde la cuna, no puede menos que portar la dignidad a la que remite semejante nombre.
Otras hicieron de la belleza la excusa para no esforzarse en otras direcciones que no fueran la “conquista del mejor partido”, como excusa de su estar en el mundo. Esa ha sido la mayor barrera para mujeres, que no pusieron en marcha otras de sus capacidades. Que renunciaron a seguir estudiando, o al trabajo que amaban para instalarse en el rol de complemento del protagonista que significó su historia como “señora de”.
Pero convengamos, esa designación de “señora de” provee un lugar, pero también despoja: No es igual el compromiso asumido consigo mismas, si la valoración viene prestada.
Un interrogante feroz
"El papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre...Entonces, traté de explicar que había algo tranquilizador...Hay un palo, de piedra por supuesto, que está ahí, en potencia, en la boca, y eso la contiene, la traba. Es lo que se llama el falo. Es el palo que te protege si, de repente, eso se cierra"
Jacques, Lacan, Seminario 17, El reverso del psicoanálisis,
Me pregunto, a la luz de los condicionamientos del patriarcado, cuántos de los ajustes de cuentas que las mujeres tenemos pendientes con nuestras madres, son las que hacen también a las relaciones con nuestras hijas. A los encuentros y desencuentros que jalonan nuestras historias
Algunas entraron en competencia siniestra con sus hijas, cuando estas eran muy festejadas por el padre. Padre que en la fascinación por la niña las hacía sentirse desplazadas.
Y en el extremo más dramático no pudieron maternar a sus hijas mujeres y despertaron a una envidiosa hostilidad cuando debieron dejar la posta de líderes de lo femenino en cuestión. (M.L. hostigada por el resentimiento de la madre y por la envidia envenenada de la amante de su padre, ambas mujeres parecían no soportar el vínculo que ella tenía con su padre)
En otro orden, hay madres que no pudieron escuchar necesidades y funcionar como modelos y soportes de sus hijas. Que llegaron a la negación de situaciones abusivas padecidas por éstas en el hogar. Optaron por descreer de sus hijas, para preservar libre de sospechas al hombre del que estaban ¿enamoradas? (Nora Das Biaggio: “Figuras de la madre, fondos de lo materno”)
Hay madres que delegaron a abuelas, tías u otras sustitutas los cuidados. Una consultante lo planteó en estos términos: “Cuando yo tenía dos meses murió mi hermanita mayor. Y mi mamá se sumergió en un duelo sin fin. Tuvo que elegir y optó por mi hermanita. A mí me abarajó una tía, si no…”
Uno de los vínculos más difíciles de los que tenga registro es el de una mujer que a su madre la llamaba “la Innombrable”. En el otro extremo escuché el desconsuelo de la que recordaba “que no tenía a quien llamar mamá”. Había sido ubicada al año con la abuela, y si bien esta era afectuosa, no lograba colmar sus anhelos.
Otra niña, criada en convivencia con su mamá, su abuela y una tía, y que así tenía figura materna por partida triple, había encontrado la manera de llamarlas: “Ma” , “Maá” y “Mamá”.
Y hubo quien relataba que su mamá trabajaba en la Universidad muchas horas, era la proveedora y sostén económico de la familia. También la que vigilaba las tareas y ponía orden. Pero que una tía abuela muy cariñosa quedaba al cuidado de los niños y se ocupaba de los quehaceres hogareños. Y que todavía, había una abuela materna que se disponía para los paseos y la recreación. Con ellas tres, sentía colmadas todos sus deseos.
Pero no es frecuente encontrar tal armonía.
Existe un momento de especial desafío para el vínculo que es el despertar a la sexualidad en las hijas que según los casos se procesa de diversa manera. Desde el rechazo rencoroso y vigilante, en la que empezó a llamarla “putita temprana”, como era en un caso, a la aceptación celebratoria en otro, del advenimiento de esa dimensión de la feminidad, que lo describió así: “Es lo más maravilloso que vayas a vivir”
El embarazo en las hijas es un momento de la relación muy revelador del modo en que se haya procesado en la propia experiencia. Se ha descripto la depresión de posparto y las psicosis puerperales, en las protagonistas, pero creo que debiera consignarse el efecto desestabilizador en muchas madres, frente a la maternidad en las hijas.
Uno de esos efectos está relatado en “Arbol de familia” por María Rosa Lojo, cuya madre se suicidó una semana antes de que ella tuviera a su primer hijo. Había sido una mujer bellísima que no soportó el paso del tiempo y la declinación. ¿Qué debió significarle ese acontecimiento de la plenitud de su hija, para que no midiera el daño que infligía con su muerte?
Para las hijas perder a las madres cuando aún funcionan como soporte subjetivo, dificulta otra solidez en la articulación personal. Si este soporte falla, la propia construcción resulta afectada. Una consultante recordaba con angustia que su madre obnubilada dudaba en su última visita preguntándole: “¿Vos sos vos?” Y completaba con dolor: “Porque ella ya no era ella y eso me dejó en el aire”.
Otra refería el proceso de progresiva psicosis de su madre, cuando ella quedó embarazada y a medida que éste avanzaba. Es un “Lamento andante” decía la joven de ella, sin poder sustraerse a sus quejas y demandas. Recordaba que a la vuelta de unas vacaciones, y por una demora en la ruta, la madre asoció trágicamente esa situación, a los trenes del Holocausto.
Y al mismo tiempo se figuraba partícipe del embarazo de su hija, solicitando una participación abusiva por lo avasallante. ¡Cómo va a querer este nene a su abuela! Y ella, la verdadera gestante, temblaba por la cualidad vampirizante de ese amor.
Otra relataba la hostilidad de la pareja de su padre en esas circunstancias, que se expresó con agresiones que iban de lo sutil a lo grosero. Esa pareja se refirió a ella en un correo que dejó a la vista como a “La bruja preñada”. ¿Cuánto odio había detonado su embarazo en esa mujer?
En el patriarcado que referimos, la maternidad viene connotada de modos tan densos, que tal vez por ello suscite los comportamientos más extraños. La manera que coloca a las mujeres en una conmoción que irradia hacia las otras para convocar adhesiones y envidias. Complicidades y aversiones. Trae a las que fueron madres el recuerdo revivido de sus propias historias, y a las que no lo fueron, el interrogante por esa experiencia misteriosa, mágica, con algo de intransferible.
La vida que las hijas elijan vivir, consiste en elecciones que no coinciden con las maternas Muchas veces son pensadas como una desmentida o crítica a las efectuadas por sus madres. El terreno en que las elecciones de las hijas resultan perturbadoras han tenido que ver en estos últimos años, con dos temas recurrentes: con rupturas de pareja (divorcios) y con cirugías de embellecimiento, ambas situaciones muy censuradas. Madres que literalmente enloquecen cuando sus hijas se separan. Madres que escandalizan como si se tratara de un drama, cuando sus hijas se agrandan los senos.
Quejas y reproches de las hijas
Una de las quejas repetidas es la de la ausencia: “No estuvo cuando la necesité, así que si ahora se preocupa y se angustia por mí, no me voy a hacer cargo”. “No me escuchó, ni me escucha, se escucha a sí misma”.
Otra es: “No me enseñó, no me dio recursos para valerme.” A veces esto está ligado a una protección errada. Pero otras bien pudo suceder que esas madres no enseñaban lo que no sabían: normas en lo doméstico, en lo social, maneras de funcionar que varían en épocas y lugares. (formas de crianza, comportamientos esperables en lo cotidiano: higiene, rutinas hogareñas y escolares, o situaciones excepcionales como los velatorios, que también implican un entrenamiento en destrezas sociales, que a veces no se tuvo, o que cambiaron)
Otros son reproches retroactivos a cuestiones vividas en el pasado: Una le escribía a su madre: “Con aquel corte de pelo parecía una mendiga harapienta” “¿Cómo podías vestirme y peinarme así?” Vergüenza y pena reactivadas difíciles de comprender y ligadas a cuestiones difíciles de remontar.
Sucede también que hay madres que realizaron esfuerzas sostenidos y no tienen ya ganas de escuchar reproches. Estuvieron a cargo tanto tiempo, que ya no desean seguir en la brecha. Frecuente en madres que debieron asumir solas la responsabilidad afectiva y económica de la crianza, y desean recuperar espacios y tiempos para sí mismas
Los modos de maternar más o menos satisfactorios, no siempre no tiene que ver con las cualidades de las madres, ni de las hijas, sino más bien con los mandatos incorporados, con las propias historias y con los condicionamientos de la época, el lugar y la cultura. A veces de una a otra generación, los criterios difieren tanto, que resultan difíciles de compaginar.
Tías que asumen lugar ambiguo
Sucede a veces que hermanas de la madre, se instalan en un intento de sustitución de roles: como viviendo vicariamente la maternidad de sus sobrinas/os como los hijos anhelados. He pensado cuánto del primitivo vínculo entre hermanas, también se pone en acto en estas oportunidades, cuanto de afecto, de competencia y rivalidad se pone en juego.
¿Cuánto de intento de asumir vicariamente la crianza y cuidado de los niños advenidos a la familia, hijos biológicos de la hermana, con la que se reviven viejas cuestiones?
Padres
Aunque el nacimiento de los hijos varones implica una fuerte confirmación, los padres suelen relatar como despiertan a un universo desconocido, cuando nacen sus niñitas.
Marcos cuenta que pudo conectarse con la idea de una nueva paternidad, cuando en la primera ecografía, tuvo el registro en imágenes de su hija. Desde ese momento algo en él, hizo “click” y pudo empezar a incorporarla a su mundo.
Jorge relataba deslumbrado que “Yo, de pibe, me la pasaba pidiendo chicas. Pero antes de Sofía, no sabía que pedía, cuando pedía chicas”. Nunca había podido pensarse desde el lugar que ella inauguró, después de dos hijos varones.
José también fue muy explícito: “No recuerdo como era mi vida antes”. También se refiere a la desolación cuando “Esa bebita que sostenía con una sola mano, de pronto creció y no lo puedo creer: ¡ya usa corpiño!”
Juan expresa sus sentimientos en su poesía a Julieta. (*)
Y desde el otro lugar, las hijas de padres en su final, refieren despedidas sentidas y emocionadas. Stella contaba que en sus últimos días, el padre molesto con las visitas, fingía dormir, pero que respondía apretándole la mano cuando era ella la que se acercaba.
Beatriz lo cuidaba esa noche, y antes de morir él le pidió que lo abrazara, ella se preguntó por qué y lo supo porque así falleció.
A veces esa relación de las hijas con el padre pone en evidencia las fracturas en la relación con la madre.
También suelen escucharse críticas muy ácidas cuando el padre, en caso de estar separado, inaugura nuevos vínculos. La enemistad con nuevas relaciones, puede incluir competencia y celos:
“Cuando vendió la bragueta, dejó de estar presente”, contaba María respecto a una nueva unión, ventajosa en lo económico y profesional, para su padre.
Y Flor contaba: “Se nota cuando está con esa mina … Se nota porque cuando está “enconchado” desaparece. Todo el lugar a se lo da a “esa” y no viene a vernos”.
Así, una relación con matices que van de lo idílico a lo tormentoso, suele abundar en el relato tanto de padres como de hijas, en este patriarcado con tanta historia y tantos avatares.
Es claro que la primera noción de masculinidad viene encarnada en ese primer hombre que va a delinear las formas en que esta masculinidad quede inscripta. Y que va a sentar las bases en la construcción del modelo vincular del que se parta en los futuros intercambios, en las futuras relaciones con varones que vaya a transitar.
Hay relaciones con el padre que permean y atraviesan de tal modo todas las circunstancias de la vida de esas hijas, que parecieran que no llegaran a alcanzar una autonomía económica y emocional. Es el caso de una protección llevada tan lejos como para convertirse en obstáculo a los propios crecimientos.
Conclusiones
Recordemos la significación que van a tener, en la construcción de las subjetividades, esas primeras experiencias, donde el ser mujer y el ser varón, se inscriben como modalidades de vida, más allá de la intencionalidad y la conciencia. Partimos de un patriarcado que nos atraviesa, y cuanto más podamos registrar su influencia, tendremos mayores posibilidades de poner en cuestión aquellas dimensiones a modificar. Aquellas dimensiones que operan como pesadas cargas y traban las posibilidades de maduración en libertad.
Otoño 2015
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