PATRIARCADO, AMOR Y EROTISMO
Colectivo “Las Violetas”
Beroiz, Iliana
ilianaberoiz@yahoo.com.ar
Bressan, Dorcas
dorlibre@gmail.com
Dileo, Silvia
sil_dileo@yahoo.com.ar
Esborrat, Susana
susanaesborrat@hotmail.com
Fernandez Boccardo, Marta
mafeboc300@hotmail.com
Marini, Maria del Carmen
mariadelcarmenmarini@gmail.com
“He de romper a cualquier precio mis cadenas, pues temo que un matrimonio, privándome de mis fuerzas convierta en obligado mi devoto amor”
(Denis de Rougemont)[1]
El amor y el erotismo tal como se dan en nuestras vidas suelen ser vividos como posibilitadores de violencia, y afectar el ejercicio de vidas legítimamente libres de ésta, tanto en sus formas concretas como simbólicas. Especialmente para las mujeres.
En relación al amor vale un acercamiento al mismo, desde una mirada que incluya el cuidado, la responsabilidad respecto del otro/a y su valoración.
Zigmunt Bauman en “Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos”[2], señala la tendencia a establecer conexiones-que pueden desconectarse al momento- llamadas “relaciones de bolsillo” acordes a un universo líquido según su metáfora. Las diferencia de aquellas que hacen a un vínculo con mayor solidez.
En cuanto al erotismo:
Eros, es el amor que toma y consume, ligado a la conquista y al goce[3]. Ese amor que va unido a la pasión, y que luego de un tiempo la segunda va siendo modificada por un cuidado al/la otra/o. Parece una construcción un tanto dialéctica, ya que se nutre de su presencia y también de su ausencia. De modo que es necesaria una distancia y un acercamiento, mediado por un proceso de diferenciación para que el sujeto no sucumba. Estamos ante una construcción que requiere de trabajo, de ahí el término con-yugalidad (con yugo).
Podemos pensar una diferencia entre actividad sexual y relación sexual, según sean consideradas ¿corresponden a diferencias en los modos de subjetivación de varones y mujeres?
La actividad puede ser pensada como un modo que implicaría menos compromiso personal, en tanto que en la relación exige una cuota de entrega significativa.
Puede pensarse que tanto varones como mujeres pueden optar por una u otra forma en sus intercambios, pero sigue teniendo vigencia el concepto de que los pactos son diferentes según el grado de poder de los pactantes.
Vale aquí mencionar que la introductora de la idea fue Celia Amorós, con su descripción de un mundo en que los pactantes son hombres y las pactadas, mujeres:“… podría considerarse el patriarcado como una especie de pacto interclasista, metaestable, por el cual se constituye el patrimonio del genérico de los varones en cuanto se autoinstituyen como sujetos del contrato social ante las mujeres que son en principio, “las pactadas” [4]. En la misma línea de reflexiones Ana María Fernández dice: “…subsiste una relación necesaria y no contingente entre conyugalidad y violencia…interior y no exterior, constitutiva y no excepcional…no es la violencia explícita, sino la violencia simbólica que inscribe a las mujeres en enlaces contractuales y subjetivos donde se violenta tanto la economía como el sentido de su trabajo productivo, se violenta la posibilidad de nominarse y se las exilia de su cuerpo erótico…”[5]
Esta idea será retomada más adelante. ¿Cómo pensar la ética en estos modos de vincularnos? Liliana Mizrahi nos habla de la ética de sumisión que se contrapone a la ética de la lucidez. Ella dice: “rito sacrificial, que intenta justificar lo injustificable y dar sentido al sinsentido de la represiva clausura mediante la práctica de una moral abstracta e hipócrita . . . El sentimiento de culpa es patético, realimenta el sentimiento de clausura haciendo más herméticas las leyes del status quo . . .”[6] Se nos impone el silencio como modo de ser. Por oposición a la ética de la lucidez, que apunta a la integración nuestra, en otras palabras abrirnos a construir otras relaciones, en las que se entrelacen el Eros, Philia y Agape, sacarnos la mordaza, romper el orden establecido, recuperar la palabra y no culparnos por nuestros deseos.
El tema de los pactos estará afectado en su legitimidad si los pactantes tienen diferente poder, inserción, reconocimiento. De este modo la violencia simbólica nos condena al exilio de nuestros cuerpos, afectos y nuestras producciones, tanto económicas, como emocionales, laborales, etc. Estos son algunos de los motivos por los que enajenamos nuestras vidas en relaciones contractuales que confirman la inferioridad de unas y la superioridad de otros. Es decir, que nuestros derechos en este contexto quedan negados.
Esto parece aplicable aún en involucramientos menos rimbombantes. En relaciones que impliquen afecto aunque menor compromiso. Así hay relaciones que son de índole amorosa ¿libres de pasión?
Conocemos tres tipos de amor, Eros, Philia y Agape. De modo breve haremos referencia a Philia es la alegría que nos da la simple existencia del otro[7]. Su sola presencia es la que nos gratifica. En tanto que Agape, según Ferry es la inteligencia del amor . . . Simone Weil, dice que “es la intención de dejar existir al otro”.
Marcela Lagarde[8] convoca a la instauración de nuevos modos de pactar, varones y mujeres. También al fortalecimiento de pactos entre mujeres. Superando la propia misoginia, que nos habita-aunque no nos guste- en la apuesta por una hermandad a la que convoca. Sororidad-la hermandad entre mujeres- como opuesta a esa rivalidad y competencia que ha prevalecido, al menos en las descripciones del folklore patriarcal. Convocatoria a establecer pactos que nos confirmen en nuestra calidad de pactantes, como sujetas de derecho, de ciudadanía y de la palabra. Esta equivalencia a la que aspiramos como principio ético es insoslayable.
La competencia por el hombre como “trofeo” suele suscitar violencia entre mujeres. La otra mujer es “la otra” para la otra. Y en el folklore de nuestros espacios suelen designarse recíprocamente, esposas y amantes, de maneras agraviantes: todo sucede entre putas y boludas. Esto es parte de los efectos de vinculaciones tradicionales. En donde hay una legítima (legitimada) y una paralela. “Para-lela”. ¿Porque no se unen ni se unirán? ¿O porque las mujeres que entran- y se instalan- en ese devaluado lugar son menos avispadas, más tontas? ¿Lelas? Planteadas las relaciones en estos términos, el hombre como trofeo, es plantearlo como una posesión que implica un triunfo, para quien lo sostiene, paradójicamente.
Así para algunas mujeres el trofeo devenido en sostén-sostenido “posee” la vida de muchas mujeres, y en este juego de posesiones, nos vamos despersonalizando por quedar sometidas en un proceso de indiferenciación, ya que el proceso de diferenciación suele situarnos en “mujeres fálicas”. Esto que desde el Psicoanálisis se conceptualiza como falicismo es sostenido por los supuestos socioculturales ligados a la idea de brujas.
Los vínculos humanos son hartos complejos y contradictorios, en ellos podemos observar la reproducción del sistema como modos de opresión basados en la asimetría como natural, así los varones son superiores a las mujeres, lxs niñxs y adolescentes en esta misma escala ocupan un lugar de inferioridad.
En dicha complejidad aparece la idealización de los mismos, entonces, colocados por fuera de la vida de las personas, y particularmente de las mujeres, las empobrece reduciendo sus potencialidades y enajenando a las mismas. Este empobrecimiento subjetivo, produce dependencia emocional, económica. Se opacan las intensidades, en la medida que las potencialidades se ven reducidas a una rutina opresora por lo repetitiva. Este enajenamiento lo podemos pensar como el reverso de los DDHH, ya que está más próximo a la objetalización, que a los procesos de subjetivación.
Resulta, entonces, contradictorio pensar los DDHH en este siglo de los enunciados de los mismos cuando en el interior de las relaciones amorosas son violados o negados, por plantearse las mismas desde una violencia que unas veces la encontramos de modo solapado y otras estalla en los feminicidios.
La aspiración de llegar a ser “la única”, confirmación narcisista insoslayable según Irene Meler.[9] Pregunta válida también para los varones. Ser la única, ¿para quién? Y si pensamos en el costo de este mandato, ser la única implica ¿un absoluto? Vuelven a hacerse presentes aquellos legendarios mandamientos, “no fornicarás” y “no amarás la mujer de tu prójimo”. Ser la única ¿para todo?. . . El todo es la nada misma. Destino marcado de antemano por una gran carga emocional, nos constituimos en la única columna que sostiene. . .Una mujer joven decía: Es mucho para mí, la casa, hija, esposo, profesión. . . ¿y yo cuándo? ¿Cuál es mi lugar en todo esto?
En tanto, que otra se creía una madre perfecta por su capacidad de abnegación y su dedicación full-time a la familia. Así una debe no-ser, para que otros sean presuntamente felices[10].
Como hicimos referencia anteriormente lo vinculamos con la ley. Esa confirmación deviene en “matrimonio”, eso cierra el circuito: la legalización de la posesión y con el advenimiento del hijo. De este modo la ley confirma un modo de estar-con-el-otro, indicando así la desubjetivación implícita en estos pactos.
En ese caso el embarazo puede ser concebido como trampa para retener a la pareja. En la mujer, floridamente narrado en “Tuya” de Claudia Piñeyro. En el varón como modo de control ante la inseguridad. Estas modalidades de captura son confirmadas en casos clínicos.
En ambos casos permite ejercer una forma de control sobre la pareja, control que en las consecuencias es una forma de despojo. Y que casi siempre es hacia el más débil. En parejas homo también reproducen el modelo heterosexual. Los roles binarios siguen prevaleciendo como modelos de identificación.
En este interjuego de afectos y dominaciones circulan los estereotipos. Pensar nuestros procesos subjetivos en clave de DDHH con perspectiva de género, es permitirnos pensarnos a las mujeres aspirar a conquistar una proximidad más propia a nosotras mismas, es decir, permitirnos tomar conciencia de que nuestro sometimiento no es natural, equivale a decir no nacemos esclavos, otros humanos nos esclavizan. Hay que interrogar, tensionar lo llamado “natural”, para que nuestras voces “nunca más” sean acalladas.
Entran en tensión la mujer ancestral con la mujer transgresora, esta última se forja, se inventa, se re-crea, en tanto, que la primera se ratifica, no se interroga solo obedece desconociéndose, abnegándose cree ser ella misma, así cuánto más obedece, más se enajena.
Pensar la mujer transgresora, nos lleva necesariamente a pensar los DDHH como modos de subjetivación, se construye desde una estrecha interrelación con otrxs, en los que tejen sus bordes la cultura, la política, economía, estando con lxs otrxs y en los otros voy construyendo al semejante, y me diferencio entre la cercanía y la distancia, en ese juego especular voy aprendiendo a introyectar al otro como no-yo, pero a la vez como mi semejante. Es decir, como mi prójimo, a quien afecto y me afecta, construyo lazos (empatía). Ahora cuando el otro, deja de ser mi semejante, y lo reduzco a un objeto, lo desubjetivizo y en dicho proceso le niego su existencia en tanto sujeto, es decir, que en aquellos actos desubjetivantes, gana la crueldad, Freud decía que la crueldad es posible cuando falla la ternura.
Entonces, esa mujer transgresora, se reconoce en este paradigma de los DDHH, se atreve a avanzar, denuncia, hace oír su voz, forja su ser . . . Pensemos en lo movilizante y enriquecedor que nos resultan los actos creativos, en aquellos que nos permitimos crear, salirnos de los mandatos, habitar nuestros cuerpos, sentirnos y ser nuestras propias artífices, esto nos lleva también a reconocer nuestra propia vulnerabilidad y por ende nuestra propia finitud. ¿Cómo nos llevamos con esto?
Este camino de autoreconocimiento, nos lleva a comprendernos a nosotras mismas para luego poder producir empatía con la otra, que ya no será la boluda ni la puta sino mi semejante, facilitando la sororidad en lugar de la rivalidad y competencia. Esto implica desafiar mitos y prejuicios. Estamos hablando de agenciamiento, de reconocernos en nuestros propios deseos, habitar nuestros cuerpos, salirnos del exilio.
Para estas mujeres, las preguntas que suelen hacerse muchos varones cuando son dejados, aparece el imaginario de lo económico. . . Ellas reclaman reconocimiento y legitimidad, ellos lo plantean en términos de ¿a vos te falta algo? Así solemos escuchar la perplejidad de algunos cuando dicen: “No le hacía faltar nada e igual me dejó”. Como si no pudiéramos desear por fuera de lo que ellos pueden dar. O como si el deseo de diferenciarse de sus compañeros no entra en sus lógicas. Es como si el exilio ancestral que hemos habitado, no puede ser cuestionado por esta mujer que se re-inventa.
La pregunta de la mujer tradicional puede ser: “Si lo complacía en todo, no entiendo por qué se va”. Lo Erótico, manejado como modo de ejercicio de una cuota de poder, no dejando lugar a la falta, posicionado en un absoluto. Extrañamiento de ella cuando, declinación de la pasión mediante, él se aleja.
En ambos decires, escuchamos la misma lógica, la de la posesión y el absoluto.
Otro de los pesados estereotipos se relaciona con la falta de un compañero, como minusvalía. Estar sola, cuando se asocia a la falta de un hombre, está asociada a desprotección, a desolación.
Lagarde[11] diferencia lúcidamente entre soledad y desolación. Soledad en el sentido creativo de una soledad desde un empoderamiento que permite Ser para sí misma desde una mismidad que haga posible vivir en solidaridad con otros en verdadera convivencia.
La supremacía genérica otorgada a los hombres subyace a cualquier experiencia resultando así estructurante de la subjetividad de hombres y mujeres. Ese androcentrismo a nivel cultural es supremacía de género a nivel social. Y tiene consecuencias. La consecuencia de que los hombres en tanto sujetos del amor ejercen un poder que lleva a que las mujeres vivan las experiencias amorosas cautivadas por el amor. Y da cuenta de la devastación que produce el desamor; una mujer decía al respecto: “saber que sus ojos ya no me mirarán más es reconocer que ya no me desea. . .”
La crítica feminista plantea que esto que somos, es construcción.
El amor requiere de sujetos equiparados entre sí, con igualdad de derechos, en los que igualdad no signifique negación de las diferencias, ni estas constituyan una minusvalía. No puede haber pactos genuinos entre desiguales. La desigualdad abona el desamor, la dominación también. Cambiar los modos de amar implica cambiar las relaciones sociales
No siempre desde la psicología y el psicoanálisis se ha registrado esta perspectiva. Hay analistas que hablan del amor despojado de su contenido político, así como de la violencia de género. Repetir fórmulas como “reconocer la falta es feminizarse” reproduce la cultura patriarcal en el análisis
Trabajar con estas categorías de la castración aumenta la vulnerabilidad femenina. Conceptualizar a las mujeres desde los varones, es negarnos nuestra genealogía, es como pensar a las personas negras desde las blancas. A los pueblos colonizados desde los colonizadores.
¿El deseo al fin puede ser concebido como falta o como potencia?
Pero convengamos, todavía el peso de modelos tradicionales opera para que muchas mujeres no valoren o no pueden sentir la satisfacción por el propio empoderamiento, por su autonomía. Persisten comentarios de mujeres sobre qué bueno que es ser mantenida (como actrices unidas a famosos y equivalentes). Los estereotipos nos condicionan en nuestros modos de estar y sentir con lxs otrxs, esperamos tanto de lxs otrxs que esas demandas también son absolutas, entonces, el hombre debe seguir siendo el proveedor-protector para esas mujeres que cuando se dicen “mantenidas” niegan su propia existencia, condenadas a una no-existencia, ya que no hay un agenciamiento de sus potencialidades. Mirada que remite y confirma al amo en ese lugar de poder. Es decir, se naturaliza la invisibilidad de una en contraposición de la confirmación narcisista del otro.
El varón mayor se fascina por las jóvenes, por la mirada de admiración, se cambia juventud por dinero: varones con precariedad en su constitución subjetiva, abandonados por pérdidas afectivas (separaciones), se reeditan duelos, a menor capacidad simbólica mayor violencia.
En la crianza de las mujeres se vislumbran y construyen el ocultamiento de los DDHH, dado que nos enseñan el silencio que conlleva de modo “natural” nuestra sumisión y el desconocimiento de nuestro propio deseo, así el silencio autoimpuesto[12] , como los sueños postergados, la dificultad en la realización de deseos y esas facturas impagas que se presentan como “incobrables”, preparan el camino para el resentimiento.
Entonces, esa autopostergación[13]que aparece como tan propia a nuestro género, sinónimo de altruismo y que suele confundirse como ser buenas mujeres, cuánto más nos sacrificamos por los otros en aras de facilitarles la felicidad a nuestro entorno. Así el amor a otros, se transforma en un absoluto, pero este absoluto produce un deterioro yoico, subjetivo, en quienes crían (criamos) obedeciendo mandatos, ya que estamos en condiciones de afirmar que la dependencia, genera conductas infantiles y empobrecimientos subjetivos.
Así para las mujeres la familia, su cuidado se torna en algo “sagrado”, en el decir de C. Coria, sacralización de roles femeninos. En dicha sacralización, queda invisibilizada y naturalizada, la servidumbre, una de las violencias más solapadas a las que asistimos durante siglos. Entonces, surgen las equivalencias amor=posesión=servidumbre=silencios automipuestos. El costo es el resentimiento.
Ahora bien ¿cómo construir relaciones basadas en una ética de cuidado? Donde nos permitamos la posibilidad cuidar-nos. Una ética en la que expresar nuestros deseos, que los mismos no queden en enunciados, sepultados por “amor a otros”. Aprender a negociar nuestros deseos con otros, implica un agenciamiento de nuestro deseo, dejar lugares otorgados de antemano que generan malentendidos, conflictos y producen malestar, que luego serán medicalizados, para que sigamos siendo obedientes, sumisas y silenciosas por amor.
El amor como potencia nos debe impulsar a actos creativos, de allí la importancia de una ética, Freud dice: “un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar”[14].
Estos modos de relacionarnos y de construir vínculos, no están dados por fuera de la lógica de producción, basado en modos jerarquizantes y excluyentes, es decir, que son construcciones políticas y colectivas, las hallamos presentes en las representaciones colectivas, que producen subjetividades, o sea que no son ingenuos. Así las relaciones amorosas no se dan con equidad, o entre pares, sino que generalmente se efectúan reproduciendo jerarquías, tal como el sistema patriarcal y capitalista las ha ido configurando para continuidad de los modos dicotómicos operantes en su lógica excluyente.
Pensar el amor en otros términos es poner una grieta al sistema de dominadxs y dominadores, para hacer pactos entre iguales, es subvertir el sistema actual, para instaurar de algún modo una ética de cuidado, ética que en el decir de S. Bleichmar tiene que ver con un acto de transgresión creativo para instaurar otro orden. . . [15] Ya no de pactantes y pactadas, sino de personas en condiciones de igualdad (utopía, nos acercamos tres pasos hacia ella y ella se aleja cinco, Galeano). La cultura dominante produce y reproduce modos de relacionarnos y en esos modos quedan ocultos diversos grupos llamados “minorías”. De este modo lo que no se nombra no existe.
En síntesis: Se rompió el tradicional contrato sexual. Se ensayan otros. Y en esos ensayos ha de ser necesario que nos permitamos actos creativos, que la cultura dominante ha dado en llamar unas veces subversivas, otras peligrosas. Freud en cambio la denominó como una de las mayores movilizaciones del aparato psíquico, junto al duelo y al sueño.
Cabe preguntarnos si estos nuevos contratos sexuales, también serán tareas a realizar por las mujeres solamente.
Bibliografia consultada y referencial
● Amorós, Celia. Espacio público Espacio privado y definiciones ideológicas de “lo masculino” y “lo femenino”, http://www.planeta.apc.org/ceidhal/lectura/identidad/texto 6. htm.
● Bauman, Zygmunt Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires: Fondo de cultura económica de la Argentina S.A. Año 2005
● Calvi, Bettina El cansancio de las pasiones. Ed. Lugar. Buenos Aires Año 2014
● Carpintero, Enrique. El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser. Ed. Topia. Año 2014
● Coria, Clara El amor no es como nos contaron. Ed. Paidós. Buenos Aires Año 2005. 3ra Edición
● Coria, Clara Las negociaciones nuestras de cada día. Ed. Paidós. Buenos Aires Año 1995.
● De Rougemont, Denis El amor y Occidente. Barcelona: Kaidós. Año 198
● Fernández, Ana Violencia y conyugalidad, una relación necesaria" en: Eva Gibert/ Ana María Fernandez "La mujer y la violencia invisible" Ed. Sudamericana, Bs As, 1989.
● Ferry, Luc Sobre el amor. Ed. Paidós. Barcelona Año 2013
● Lynn, Hunt La invención de los Derechos Humanos. Tusquets Barcelona Año 2010
● Lagarde Marcela: Autoestima y Género. Revista Digital www.modemmujer.org-16/10/01
● Lagarde, Marcela: El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. Publicado por Gob. Ciudad de Mexico. Instituto de Mujeres del Distrito Federal, Año 2012
● Marcela Lagarde: La soledad y la desolación. Revista Digital www.modemmujer.org-11/02/03
● Lenarduzzi, Zulma (org.) Figuras de la madre y fondos de lo materno. Subjetividad y poder en situaciones de incesto paterno filiar. Librería de mujeres editoras. Año 2010.
● Mizrahi, Liliana Las mujeres y la culpa. Ed Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires Año 1990
● Mizrahi, Liliana La mujer transgresora. Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires Año 1987.
[2] Bauman, ZygmuntAmor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires: Fondo de cultura económica de la Argentina S.A. Año 2005.
[3] Ferry, Luc (2013) Sobre el amor. Ed. Paidós. -----------------
[6] Mizrahi, Liliana La mujer transgresora. Acerca del cambio y la ambivalencia. Grupo Editor Latinoamericano. Bs As Año 1987.
[7] Ferry, op.cit.
[8] Lagarde, Marcela: El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. Publicado por Gob. Ciudad de Mexico. Instituto de Mujeres del Distrito Federal, Año 2012
[9] Meler, Irene Nota Pag.12
[10] Mizrahi,Liliana“LamujerTransgresora”: , op.cit.
[12] Coria, Clara El amor no es como nos contaron. Ed. Paidós. Buenos Aires Año 2005. 3ra Ediciòn
Nosotras “LAS VIOLETAS”
Elegimos nominarnos como el color relacionado al feminismo y a la lucha de las mujeres por sus derechos, color con el cual intentamos mirar o escuchar, ya que somos psicoanalistas que sostenemos una visión de género en nuestro trabajo y que nos sentimos comprometidas con los DDHH y con los derechos de las mujeres. Pensamos que este compromiso no es ajeno a nuestras prácticas, sino que nuestra escucha como analistas está atravesada por nuestro deseo de que tanto mujeres como varones y toda la diversidad sexual puedan sentirse sujetxs de derechos y liberarse de ataduras simbólicas que limitan sus potencialidades.
Es por ello que hace un tiempo decidimos convocarnos en un trabajo colectivo al cual le dedicamos un tiempo para pensar y repensar nuestra experiencia clínica, constituyendo así un espacio donde no sólo supervisamos nuestras prácticas sino que además reflexionamos e intentamos producir teoría. En esta ocasión, decidimos presentar la problemática de las relaciones amorosas entre los géneros, debido a que escuchamos frecuentemente la violencia en estos vínculos, violencia naturalizada y cotidiana anudada al sufrimiento de muchas mujeres que nos consultan.
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