Mi vida transcurre en una cueva-caverna-consultorio durante muchas de mis horas. Tengo frente a mi sillón una ventana. Y ante la ventana, del otro lado, se levanta un muro que cubre las dos terceras partes de lo que puedo ver. En sus rajaduras y manchas puedo buscar y descubrir formas caprichosas que me dicen de faunos y montañas, de bosques y palacios. Hay una tercera parte por encima del muro que me muestra el cielo.
Así puedo ver pasar las nubes y saber si está nublado, llueve o hay sol. A veces por el muro pasa uno de los gatos desde el fondo hacia la calle, o vuelve de sus aventuras y yo lo miro pasar, mientras escucho a quienes en ese momento desgranan sus historias. En algunas oportunidades, y según la hora y el clima veo volar pájaros por el cielo. Una vez un colibrí se posó en el marco por un momento.
A la cueva-caverna-consultorio llegan los relatos de los que buscan ser escuchados, y a su vez oír lo que les pueda decir de lo que me cuentan. Historias de amor, de dolor, de incertidumbre, de miedos, de obsesiones, de logros, de descubrimientos. Aquí se gesta la parte de sus vidas en la que se confrontan consigo mismos a veces se encuentran, a veces, recuerdan, a veces construyen, a veces proyectan, a veces caen en la cuenta de...
Darse cuenta es lo que nos proponemos ellos y yo, y cuando lo alcanzamos siento que la tarea fue fructífera. Eso es lo que puedo darles de mí en este espacio y en este tiempo en que trabajamos juntos. Y ellos me traen relatos de sus mundos- a mí que estoy en el adentro de este lugar- y así he sabido de cosas que eran importantes y de las que tuve la primera noticia a través de sus relatos. Como hace mucho tiempo que llevo adelante mi tarea en ese lugar es que allí supe entusiasmo del mayo francés, cuando aún no se había difundido, de la gestación de lo siniestro en los años de plomo y de la angustia de las cárceles del Proceso, también de las celebraciones que acompañaron el Mundial de fútbol y el carnaval desplegado en las calles. Allí escuché sorprendida del terremoto que se inició en Chile y repercutió en nuestro suelo, de la insólita nevada aquella vez en Brasil. Y también una noche supe, esperanzada, de la puesta en marcha del cóctel para el tratamiento del H.I.V. que a la mañana siguiente leería en el periódico. Y más recientemente también oí de las marchas antiglobalización que en Porto Alegre, en Seatle o en Barcelona.
Y además de toda esa información que me hizo saber de tantas cosas, pude saber acerca de muchos de los recursos que podemos poner en marcha para solucionar conflictos y aliviar angustias, desde una sabiduría que me dejó pasmada más de una vez. En general se ha tratado de soluciones personales a conflictos individuales que quedaban acotados ahí.
Esta vez el grupo que me propuso supervisar el trabajo que hacía con mujeres me trajo otra dimensión de la realidad que yo conocía poco, que yo conocía mal. Se desempeñan en un barrio: Ludueña Norte, en un ámbito: La Vicaría del Sagrado Corazón. Así supe sobre ese mundo diferente al otro que me traían quienes consultan por sus propias problemáticas de vida-tan parecidas a las mías- y donde se corrió para mí una cortina y pude ver otras formas que es importante saber que existen.
El trabajo de estas mujeres con mujeres y con chicos del barrio es otro trabajo. Por eso lo que escuchaba y lo que trataba de pensar con ellas abrió una dimensión diferente a lo que puede ser el trabajo clínico, y eludida por lo difícil. Un trabajo en donde hay que desarrollar estrategias que den otra legitimidad al hacer, cuando en ese hacer hay tantos y tan diferentes obstáculos. Trabajos difíciles en lugares difíciles en los que el sentimiento de impotencia ronda a cada instante y en donde la magnitud de las interpelaciones es tal, que no da tregua.
Con las integrantes del grupo “Desde el pie” desarrollamos un vínculo y afrontamos los sucesos y buscamos soluciones sabiendo que en la tarea había algo de quijotesco y algo de ineludible. Oír de ese mundo sacude, conmueve, marca los límites pero convoca sin que puedan mediar excusas.
Escuchar, a través de estas mujeres lo que sienten y piensan aquellas otras y lo que dicen sus hijos no es algo que pueda quedar sin provocar efectos. Que un chico pueda mencionar entre sus derechos, “el de morir joven”, y otro entre sus sueños “el de tocar una computadora” no son olvidables, y que pese al desgaste que imponen estos cimbronazos se desee seguir en la lucha, es algo que vale.
Ella, la más joven del grupo dijo: -Hay que salvar la cabeza, en medio de tanta oscuridad y ataque a la capacidad de pensar. Y también dijo: -Hay que resistir, pero desde la alegría. Creo que si ellas pueden, a pesar de la parálisis que muchas veces induce la lucha cotidiana es porque las alienta la convicción de que no pueden sustraerse. Como que en este combate con la vida van al frente desde esta certidumbre: tener esperanza es una obligación. Eso es lo que me transmitieron, eso es lo que aprendí, en mi lugar, frente a la ventana que encuadra el muro y el cielo.
4-2002
8 dic 2020
Entre el cielo y el muro
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