El libro de biología de su hija estaba abierto sobre la mesa. Se detuvo distraídamente en un párrafo: “En la época húmeda de la primavera y el verano las ranas machos se acercan a los charcos y lagunas y comienzan a croar para atraer a las hembras. Al iniciarse el apareamiento que se efectúa en el agua, el macho abraza a la hembra por el dorso. Al presionar con sus pulgares, provistos de callosidades, el abdomen de ésta, la obligan a expulsar gran cantidad de óvulos sobre los que vierte simultáneamente los espermatozoides. La fecundación se realiza en el exterior del cuerpo. Estos animales son ovulíparos.” Biología II, María Léonie Dutey, Susana Teresa Nocetti.
Y lo que leyó la llevó a pensar -¡Pobre ranita!. Vive en un charco, come bichitos y para colmo hacer el amor es eso que se describe en el libro.
Su hija la vio compungida y dijo: -No te aflijas, a lo mejor el compañero de la rana tiene pulgares eróticos.
Entonces pegó un respingo y se preguntó ¿qué sabe ella de erotismos y peligros varios?.
Su hija es muy juiciosa. A veces le parece demasiado juiciosa, demasiado adulta, al lado suyo que no termina de crecer.
Pero como tiene casi quince años y algunos festejantes, pretendientes como se decía antes, o aminovios o noviamigos como se dice ahora, le pareció prudente hablarle. Más después de lo de la ranita y el erotismo de los pulgares.
Ella pretende ser una madre moderna, pero en esto de la eventual sensualidad de los hijos se le queman los papeles.
No sabe cómo proceder, si como algunas amigas que sugieren la consulta a la ginecóloga y desde allí discretamente se borran o como otras que acompañan celosamente a sus hijas e hijos a todos lados, controlan sus llamadas y si sus niños salen una noche, toman coramina y Lexotanil y esperan sentadas en el umbral, con cara de mártires en el frío invernal, cosa de correr con la culpa a los desaprensivos que vuelven tarde.
No sabe realmente si deberá admitir, que si recibe a un amigo pueda cerrar la puerta y respetar el misterio sin morderse las uñas, o hacer como Iris, que respondió a su hijo cuando la consultó si podía invitar a dormir a su amiga: -No, porque en esta casa, los únicos con derecho a copular somos tu padre y yo.
En fin, ella no tenía posición tomada, pero el asunto la inquietó y pensando que de lo que nos inquieta, lo mejor es hablar, decidió hacerlo. Y pronto. Así que esa anoche, cuando escuchó la cerradura y los pasos en la sala se levantó, no sin antes manotear la bombacha que había quedado enredada en el revoltijo (imaginen: sábado a la noche) y echarse un buzo encima, lo primero que encontró.
Se toparon en el comedor, ella medio dormida, pero resuelta a que ese era un buen momento para charlar. La invitó a tomar un café y la hija la miró un poco sorprendida.
-¿Qué tal te fue?. ¿Te divertiste?.
Se hicieron café y la hija la observaba mientras ella acercaba los pocillos desde la mesada. Se sentaron y comentó que lo había pasado bien, mencionó los chicos y chicas que habían ido y también que tenía planes para el próximo sábado.
Fue casi tartamudeando que ella fue llevando la charla de esos temas intrascendentes a áreas más comprometidas. Hablándole de lo importante de compartir y tener amigos. De todo lo que significa enamorarse, pero como eso, a veces se complica...
La hija revolvía el café con la cucharita y la escuchaba y ella iba eligiendo las palabras para que llegaran...¿para que llegaran adónde?.
¿Cómo mensaje permisivo?. ¿Cómo mensaje admonitorio?.
Como mensaje permisivo creo que ya no podría sostener en estos tiempos de HIV el axioma agustiniano de : “Ama y haz lo que quieras”.
¿Como advertencia para que pensara en organizar su vida y sus amores con cautela?. ¿A los quince años?. ¡Y como si la vida y los amores se pudieran embretar en mandatos y reglas!.
En realidad lo que quería decirle es que no se expusiese, que no permitiera que le hicieran daño, y tratara de no hacerlo ella a otros, porque en este asunto de los amores es fácil salir herido. Pero también sabía, y cada quien deberá aprenderlo por sí mismo, que si se elimina el riesgo de sufrir, el amor pierde lo que lo hace tan importante y se presenta banal y descolorido.
También quería avisarle de lo funesto de experiencias irreflexivas en este asunto del sexo, de los riesgos de lanzarse a la exploración del erotismo sin la debida cautela, anticonceptivos por medio. De que la paternidad y la maternidad son plenas cuando son responsables y que pueden ser responsables cuando se tiene tiempo de crecer.
Algo iba balbuceando, pudiendo balbucearle, entre sorbos de café, reflexiones sobre el amor y apelaciones a su buen sentido...ese que se fue formando en esos quince años, según creía, por obra y gracia del azar. Del azar, porque a veces se mostraba tan madura que no se explicaba que fuera su hija. En ocasiones le parecía que estaba de vuelta de muchas cosas, que la miraba concesiva y en silencio, para no hacer ver lo grande que era.
Lo cierto es que la escuchaba, intervenía a veces y parecía coincidir con sus planteos, formulando algunas opiniones con una seguridad y sensatez que la fueron tranquilizando.
Parecía tomar con seriedad el tema del amor y con prudencia el tema de la sexualidad. Así que era como hablar de igual a igual, aunque fueran madre e hija en la madrugada del sábado, ella saliendo del sueño y su hija volviendo de su cita.
Se sentía satisfecha con una charla tan adulta, así que completó: - Vos sabés que el amor es importante y debería ser fuente de alegría, pero hay que cuidar de no confundirse, no enceguecerse. A tu edad es fácil que te sientas envuelta en impulsos tan fuertes que te aturdan...allí es imprescindible mantener la cabeza fresca y no enredarte al punto de hacer cualquier cosa y no saber dónde estás, ni cómo estás. En el terreno de la pasión, aunque parezca contradictorio, hay que ser muy cuidadosa, muy racional. No hay que perder las riendas, de modo que cuando decidas hacer algo, que sea bien reflexionado antes, y que no te suceda no saber dónde estás parada.
Convencida de haber estado muy bien, satisfecha con su discurso terminó diciendo: -Es importante no perder la dimensión de las cosas y encontrar el sentido de lo que se hace y por qué se hace. Sin encontrarlo, todo es una chiquilinada.
Se levantó para irse, y la hija con su voz más neutra, pero señalándola con un índice implacable contestó: -El que no va a encontrar su calzoncillo es papi. Vos lo tenés puesto.
1989
2 dic 2020
Este tema del erotismo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario