PROLOGO (¿o Epílogo?)
En mi reflexión sobre el tema de este libro sobresale la consideración de quienes protagonizan la situación de incesto: padre, madre, hija/o.
Partícipes ineludibles del drama que tratan los cinco trabajos de este libro imprescindible, ellos encarnan una problemática que desborda saberes, supuestos y prejuicios.
También dicha reflexión, aborda la perspectiva de aquellos profesionales que desde el ámbito de la salud y de la justicia enfrentan la necesidad de dar una respuesta.
El objetivo formulado por las autoras reside en comprender la complejidad de la situación descripta, tanto en el posicionamiento de estas mujeres madres, como en las intervenciones profesionales develando los estereotipos más frecuentes.
DEL INCESTO
Según citan a Camels. “el incesto es un imposible simbólico, pues produce tres situaciones imposibles de soportar: la presencia descarnada de la sexualidad, la eclosión de la familia como institución social y el estallido de la estructura de parentesco …”
“…nos encontramos con un hecho imposible: puede haber niños/niñas, hombres/mujeres que no son hijos. Al haber quedado violado el fundamento del nombre, ¿con que nombres soportamos esos cuerpos?, ¿con que cuerpos soportamos esa ausencia de nombres?”
El tabú de hablar torna inconfesable lo acaecido, y sucede que “…en la situación incestuosa la interdicción se desplaza a la palabra: está prohibido hablar. El incesto parece tener así su propia ley, a manera de trama normativa trazada en diagrama circular: un acto incestuoso que impone silencio y secreto al tiempo que estos últimos habilitan al primero”
Silencio, secreto e incesto en una ronda macabra, giran sobre sí mismos, sin solución de continuidad.
El sacrificio de la palabra, la amputación de ese decir deja huellas, no solo en la subjetividad de niñas y niños, sino también en el curso de la historia familiar (y de la historia social ampliada de la comunidad) en donde sucede algo más. Al no haberse nominado el incesto como tal, se opaca la significación política de ese sometimiento. Sometimiento paradigmático de género femenino al masculino y de la generación joven a la adulta . El patriarcado impone sus reglas simulando inocencia y disimulando la magnitud del avasallamiento.
No nominar es desinculpar y despolitizar, dicen las autoras.
Esto es así pues la no nominación del delito, desdibujado bajo el rótulo de abuso sexual, resta especificidad, produce una desinculpación y atenta contra la visibilidad política de su significado.
Tal como señalan las autoras, el incesto, como lente deformante, refleja los aspectos más burdos de una “masculinidad agrietada” al servicio del narcisismo del perpetrador y a su vez desafilia a una niña/o que a partir de entonces esconderá una orfandad que la/o convertirá en paria.
Niñas/os parias que pueden dar cuenta de la perversión, en sus cuerpos avasallados y de la perversidad en el mutismo impuesto.
Perversión en lo libidinal y perversidad en lo ético en quienes debieran proteger y en vez usan como objetos a niñas y niños en servicio a su propio narcisismo.
Junto a los mandatos socioafectivos de cuidar de la vida en crecimiento que son desoídos, encontramos la catástrofe en cuerpos infantiles que gritan lo que la palabra calla.
El cuerpo no calla, y en ese “feudo intramuros” de la familia ajena e indiferente, se producen varios crímenes en simultaneidad: se instaura una violencia traumática, cuyas secuelas serán impredecibles, se desaloja a una niña del lugar de hija, desafiliación que ha sido descripta como un sentir que se “está de más en el mundo”.
DE LAS MADRES
“… sostenemos además, que aquellas posiciones que culpabilizan a las mujeres-madres de niñas/os incestuadas/os rotulándolas de “cómplices o entregadoras” constituyen posturas deterministas que propenden a cristalizar una supuesta identidad esencial femenina: como si se esperara de ella un gesto ancestral o un olvido de sí, en predominio de su producto, sustancialmente enredado en la lógica del cuidado”.
La estigmatización de las madres a que aluden las autoras es tema de reflexión y nudo de múltiples consideraciones. Nos sitúan en una nueva mirada que poniendo las cosas en perspectiva ofrece otras versiones menos simplificadoras, que intentan abarcar las dimensiones del caso.
Si bien a primera vista se registran situaciones en donde parece operar una negligencia inoperante respecto a lo vivido en familia, vale atender el escotoma o “registro dañado” que inhabilita a la madre a intervenir en activa defensa de su hija/o. En madres que a su vez han padecido abuso y/ o incesto hay una suerte de sometimiento que atenta contra una actitud más activa. En algunas historias su capacidad para cuidar (filiar) a sus hijas/os ha sido lesionada a partir de su propia historia traumática. De allí la pertinencia de considerar la historia familiar a lo largo de generaciones. Y lo que insiste en los registros considerados, es una notoria dificultad para identificarse con el dolor de la /el niña/o, que puede ser interpretado como una suerte de complicidad con el victimario.
Pérdidas referidas a la imagen de sí misma, a la confianza en su esposo, requieren de un trabajo de duelo difícil y laborioso.
En algunas circunstancias una valorización del vínculo con el hombre como eje de su vida, se superpone a los cuidados maternos en relación a sus hijas/os. Sobre todo en mujeres sin una autonomía afectiva y económica que las haga sentir la fortaleza necesaria, puede que la negación de lo que sucede, gane la pulseada a la responsabilidad.
La conmoción de la madre que advierte el incesto implica una desestabilización de su propia vida y proyectos, y puede ser muy difícil e resolver y aún, no ser factible.
Ante las contradicciones que el lugar materno implica encontramos madres amenazantes, que lejos de resonar empáticamente, aumentan el dolor, la confusión y la turbación con la mención con sanciones legales. “Si contás ésto podés ir castigada al Buen Pastor”, dijo una madre a su hija incestuada por su tío. Prevaleció allí la necesidad de evitar el escándalo familiar sobre el cuidado de la niña.
En algunos casos, las/os hijas/os son sentidos como una carga para madres que han perdido su compañero. Hubo quien planteó: “El murió y me dejó ésta para criar yo sola”. Mujeres que en una nueva relación sienten a la niña como posible rival y/o motivo de disputa.
Trágicas Medeas algunas de ellas, dispuestas a sacrificar hijas e hijos sentidos como amenazas para el nuevo vínculo. Sacrificados a una precaria condición existencial que supone funcionar solo cuando una mirada masculina las confirman.
Es en estos casos cuando las/os niñas/os, quedan siempre al borde de la expulsión, reducidos a mera lucha por la sobrevivencia, encarnan lo que en otro contexto Agamben sitúa como “La nuda vida”.
Madres éstas, que también quedan acotadas a una subordinación sin horizontes.
La relevancia dada a la cadena generacional alcanza aún más sentido si leemos “No es solo el secreto, las amenazas de muerte, la vergüenza familiar, la carga de la destrucción familiar, lo que se interpone entre el mundo de la niña y la revelación del incesto. Es mucho más que eso, es la historia de la madre, de la niñez de su madre, de su padre, de su abuela, de su abuelo y la Historia colectiva de las mujeres”, magnífica síntesis de la complejidad del problema.
DE PADRES Y PADRASTROS
Vincular al incestuador y victimario, con un patriarcado que habilita el ejercicio de un poder despótico entre géneros y generaciones es poner las cosas en perspectiva y es lo que estos cinco trabajos señalan.
Hay una insistencia en no nombrar por su nombre los hechos como el incesto paterno filial, lo que afecta la visibilidad de los mismos. Al mismo tiempo da lugar a que la mirada se desplace a la madre supuestamente negligente para sancionarla o a la presunta fabulación de una niña, a la que no se le termina de creer. Con ello queda desdibujada la gravedad de la afrenta y se pierde de vista al que la comete.
Esta “pedagogía privada” que desafilia y deja en la orfandad a hijas/os (al colocarlos en lugar de pareja sexual), alcanza niveles de crueldad inverosímiles. En uno de los casos mencionados el padre persuadía a la niña, de mantener el secreto y el silencio diciendo: “Si lo contás, igual no te van a creer” (Como menciona Primo Levi decían los nazis a los prisioneros concentrados en los campos de la muerte)
Estas/os hijas/os sin rostro, viven la desaparición de su posición de hija/o en una sociedad en que “si no se es hijo, no se es”. Se pasa a formar parte de una minoridad que circula por juzgados “sin tener un lugar en el mundo”.
El apellido paterno, fuente de reconocimiento y legalidad potencia su importancia en estas situaciones. En un caso, la confusión de una adolescente devenía de los avances libidinosos del compañero de la madre. Este se había unido a ella, a su madre, cuando las niñas eran pequeñas, y las inscribió con su apellido. La turbación de la joven devenía de sus sentimientos hostiles hacia alguien que supuestamente había sido generoso, del que llevaba el nombre, pero que se encargó de desvirtuar su rol paterno con la conducta acosadora. El hecho de portar ese apellido, el del perseguidor, creaba en este caso un malestar añadido.
La importancia del nombre en la propia identidad nos remite a lo que sucede en las diferentes lenguas respecto al apellido de las mujeres. Entre nosotras el hecho de casarse implicó (durante generaciones) un cambio agregando el apellido del consorte anticipado por el posesivo “de”. Para las norteamericanas, el cambio consiste en tomar el apellido del esposo y sustituir el propio. En las lenguas eslavas las mujeres llevan el apellido del padre, con una declinación, si son solteras, que las ubica como hijas. Y el apellido del esposo con otra declinación que señala el vínculo conyugal al casarse.
Menciono esto para dimensionar la importancia del apellido en la identidad de hijos e hijas y las vicisitudes del mismo en los casos que mencionamos.
LAS COSAS NO SIEMPRE SON LO QUE PARECEN.
DEL ESTEREOTIPO A UN NUEVO REGISTRO.
El ejercicio de la maternidad supone deseos contradictorios y afectos ambivalentes. Una cierta ambigüedad puede detectarse en las madres de las hijas que pueden decir la palabra que denuncia. Madres que si bien no tuvieron la fortaleza de asumir la defensa de sus hijas (ni de sí mismas) algo han podido sembrar como cuestionamiento al atropello y la injusticia.
Las autoras lo plantean a partir del hecho, de que aún madres estigmatizadas desde una mirada convencional como negligentes y/o cómplices, pueden haber transmitido algo a sus hijas, para que ellas hicieran otra historia. Esos “susurros amordazados” (como los llaman) incidieron para que pudieran nombrar y desandar el camino de manipulaciones de la subjetividad femenina. Estas hijas pudieron emitir la palabra de denuncia, y con ello se convirtieran en madres de sus madres.
Encarnando otra vez la paradoja de parir a quienes les dieron la vida. Parirlas a una nueva dignidad. (como
también las madres de la Plaza, que se reconocen de tal forma)
UN CUESTIONAMIENTO NECESARIO
Cuestionar a las instituciones que reciben esta problemática y a los profesionales que intervienen, implica algo poco usual: mirar la mirada que sobre estos hechos se ha vertido.
Mirar la mirada descentrándose de convenciones y estereotipos que opacan el registro.
Los discursos disciplinares han tenido poco ejercicio en dicho sentido de autocuestionamiento, y en casos se han sumado como “máquinas de silenciar palabras” a través de la sospecha de complicidad sobre la madre y de mendacidad de la víctima.
Dichas máquinas de silenciar implican una inconsistencia de la justicia que atañe a la sordera ante las voces y la ceguera ante los indicios en los cuerpos avasallados.
Sordera y ceguera que surgen de la impregnación en criterios patriarcales y que inducen una despolitización empobrecedora en el abordaje de los casos.
“La no nominación del incesto, tal como se ha podido apreciar en la revisión de los expedientes judiciales, no constituyen una cuestión neutral. Más bien se trata de una estrategia discursiva que no escatima la construcción de la subordinación femenina”
La interdicción del incesto y la justicia a las víctimas sigue planteado como anhelo que exige contundencia.
Ya no cabe que siga soslayado por exculpaciones. Por el contrario cabe formular la toma de conciencia de su dimensión mortífera.
Me refiero al incesto como forma de filicidio. Filicidio en tanto da muerte a la condición filial de la hija, el hijo, que queda en el desamparo.
Filicidio en su potencial destructividad por la desubjetivación que implica.
Quedan para futuros desarrollos, la consideración, si bien menos frecuente de la perversión femenina, en forma del incesto cometido por las madres, en forma más prevaleciente sobre sus hijos varones. (Estela Welldon: Madre, virgen, puta, SigloXXI, 1992)
Un último enigma que queda pulsando: es el referido a las singularidades del varón, de ese varón, que llevando el paradigma de masculinidad, a una caricatura siniestra de la misma, llega a hacer un ejercicio de poder despótico y absoluto, emigrando así de toda legalidad.
Queda como anhelo que en futuras publicaciones podamos continuar andando el camino iniciado en ésta, que nos involucra en tanto resonemos a problemáticas sensibles como la aquí desplegada
María del Carmen Marini
Julio 2010
26 dic 2020
Figuras de la madre y formas de lo materno. Nora Das Biaggio, Isela Firpo. 2010
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