17 dic 2020

Historia de una gladiadora

 Los encontré en la peatonal un sábado a la mañana. El empujaba la silla de ruedas, porque ella no puede caminar largas distancias. Iban muertos de risa, como están todo el tiempo desde que están juntos, hace años. Nos pusimos a hablar y le dije que le debía una visita, para mostrarle mis últimas placas, mis últimos análisis. Y ella dijo que ya no, que se había jubilado porque  se había acentuado su problema, y con ello el dolor, y entonces se le hacía difícil continuar en la brecha. Que el trámite de su jubilación había sido tan rápido, que no le había dado tiempo de despedirse de sus pacientes. Yo la había conocido en un Congreso donde presentaba un trabajo sobre “Sexualidad adolescente” y  a partir de allí fue la ginecóloga de mi hija, y luego,  también yo la consultaría.  Entonces le conté que iba a ser difícil para nosotras que ella no estuviera, porque cuidó nuestra salud durante muchos años. Y lo hizo de una manera tal, que no me imaginaba, a partir de ahora ¿qué? ¿quién?
Y pensé que tiene tantas historias en su propia vida de luchadora que debiera escribir para contarlas. Ella se rió. Pero sabe que se lo decía en serio. Porque ha tomado el ejercicio de su profesión como una forma de encuentro. Una forma alegre, respetuosa, donde el cuidado de quienes llegábamos a verla la guiaba no solo en las maniobras médicas, sino también, y sobre todo en su disposición, en su mirada y en sus palabras. Es decir, en su compromiso.

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