1- Creyó ver una vez en un pasillo a Estela. En Devoto no estaba permitido que se saludaran. Si Estela la vio, tampoco pudo dar señales de ello. Por eso, lo primero fue la alegría de haberse pensado muertas y descubrirse sobrevivientes. Cuando años después se reencontraron pudieron confirmar que aquella vez en que se vislumbraron a lo lejos, no había sido un espejismo inducido por el deseo y la privación.
2- Ella entró a lo que había sido maternidad durante aquellos años. Hoy se inauguraba como centro de atención para mujeres. Estaba llegando al lugar en el que había nacido su primer hijo. La convocaban para organizar un homenaje, a quienes habían pasado por allí en épocas muy duras, a quienes habían tenido allí a sus hijos, y también a los profesionales que las atendieran entonces. Que las protegieran y cuidaran en esa instancia. Todo estaba remodelado, restaurado, puesto en valor y reluciente. Pero cuando bajó la vista, desde las paredes recién pintadas, desde los ventanales brillantes, algo la conmovió: las baldosas eran las mismas que ella había pisado cuando llegaba en trabajo de parto, como presa política, en aquel entonces del terror.
3- Cuando ella debió dejar que llevaran a su hijo, para que recibiera los cuidados médicos que necesitaba y que no iban a proveerle en la cárcel, se quedó de recuerdo una batita multicolor. Pero no dudó en pasársela a una compañera recién llegada para su bebé: una niña. Compartieron un tiempo hasta que se perdieron de vista cuando las trasladaron. Se preguntaba què habría sido de ella, la que recibiera la batita de su hijo. ¿Viviría? ¿Vivirían? Hasta que en un recreo en el patio, en Devoto, pudo ver a lo lejos, en el patio del pabellón de las madres, en lo alto de una soga, secándose, flamear la batita multicolor.
17 dic 2020
Historias de sobrevivientes
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