“El chico bajó el auto sin que lo notaran. Caminó 5 kilómetros en plena madrugada.
Podría tratarse de una versión vernácula de “Mi pobre angelito”: como en el film, un pequeño quedó olvidado por sus padres en sus vacaciones. Pero, en este caso, fue real. Ramón, un chico de 13 años oriundo de Campana, se bajó del auto en una parada realizada en plena madrugada en la ruta nacional 33, al sur de Santa Fe. Sus padres siguieron camino y recién advirtieron su ausencia tres horas más tarde, ya en territorio cordobés y luego de recorrer unos 80 kilómetros.
El curioso episodio ocurrió el lunes a la madrugada cerca de Pujato, 30 kilómetros al oeste de Rosario.
El matrimonio y su hijo menor partieron desde Campana hacia Córdoba cerca de las 2, a bordo de un Peugeot 504. Junto a ellos viajaban, en un Renault 19, un hermano mayor, la cuñada y tres sobrinos del chico.
Ocho kilómetros antes del ingreso a Pujato, ambos conductores se detuvieron para acordar còmo continuar el viaje. Ramón, que estaba dormido en el asiento trasero, se despertó y aprovechó la parada para orinar. Le avisó a su madre que iba al descampado, pero la mujer también descansaba y no lo escuchó.
Nadie advirtió su ausencia y rápidamente volvieron a la ruta. El pequeño, al regresar al camino, observó los autos partiendo. De nada sirvieron sus gritos en medio de la oscuridad, no le quedó más remedio que comenzar a caminar. Eran las cuatro y media y recorrió en una hora, unos cinco kilómetros buscando donde comunicarse con sus familiares.
Llegó a una cabina de peaje y desde allí se alertó a la policía. “Nos contó lo sucedido y parecía todo una novela, pero estaba bien vestido y no estaba alcoholizado”, comentó Walter Freniche, titular de la seccional 14º de Pujato. El oficial que estaba a cargo de un operativo en la ruta, terminó de convencerse de que el relato era real al escuchar la descripción del auto en el que viajaba la familia: Freniche lo había visto e incluso se acordaba del portaequipaje.
El pequeño no se quebró en ningún momento, a pesar de su preocupación. Fue revisado por un médico, tomó un café con leche y le gastaron bromas con River, el club de sus amores. En la seccional intentaron comunicarse con el matrimonio, pero fue inútil: los celulares estaban apagados. Recién en Cruz Alta, cuando la familia se detuvo en un parador, advirtió que el pequeño que viajaba en el asiento trasero tapado por unas frazadas, no estaba.
Al encender los celulares escucharon los mensajes. A las ocho menos cuarto, la pareja llegó a la comisaría de Pujato, donde se produjo el reencuentro. Conmovida, la madre lloró al verlo y todos se preguntaron cómo pudieron olvidarse del chico. El grupo se retrató una y otra vez con los policías. “No nos vamos a olvidar nunca de éstas vacaciones”, repetían los padres. Ramón en silencio, aprobaba con gesto aliviado”. Clarín, 7 de febrero de 2007-
Los dos casos que anteceden: (3 y 4) del niño recuperado y del niño perdido nos confrontan a otras dimensiones del vínculo materno filial.
La denodada búsqueda que Alejandra llevó adelante para recuperar a su hijo Francisco, sustraído al nacer, y que dieron en adopción ilegal al matrimonio de un country de Escobar, nos llevan a otras consideraciones. La lucha personal que libró contra intereses y posibilidades de defensa muy superiores a aquellos con los que ella podía contar, marcan una fuerza. La que el mito, la historia, el folklore adjudican a las madres.
Ella se delinea como el prototipo de la madre que no se deja despojar, y para ello se bate con el Goliat con razones que son fundantes. Su lucha contribuyó también a desenmascarar la red de intereses espurios vinculados al tráfico de bebés en su provincia, teniendo por ello repercusiones sociopolíticas que surgieron de lo que se inició como batalla personal para recuperar a su niño.
Como contrapartida del hijo buscado y encontrado está la historia del niño olvidado.
El niño que quedó en la ruta, sin que notaran su ausencia. Este caso que puede ser leído como desgraciado accidente en el que un matiz de negligencia atañe a los adultos, nos convoca como alerta. Nos convoca en tanto devela un descuido que tal vez, bajo otras formas y en distinta magnitud, puede que nos involucre a cada uno de nosotros. Lo menciono, porque es posible que a poco de hacer memoria, podamos recordar alguna situación en que fuimos partícipes (activos o pasivos) de un olvido equivalente. No en la ruta, pero tal vez en la calle, en un negocio, en un aeropuerto o en un Schopping.
Mi madre supo perderme en “La Favorita” (actual Falabella) mientras iba eligiendo entre las telas desplegadas en los mostradores, que recuerdo, eran muy altos para mi estatura entonces.
Y también a nosotros se nos extravió nuestro hijo menor, cuando tendría cinco años, en la peatonal un anochecer, entre la multitud. Lo encontramos observando atentamente las fotografías de desnudos en un kiosco de revistas.
El sentimiento de angustia del que quedó extraviado, y la desesperación de quien registra al que falta y sale a buscarlo, nos sitúa en el sentimiento de abandono de aquél, y de culpa del éste.
Sentimientos universales los de abandono y culpa, que en el caso comentado, el del niño que quedó en la ruta, que podemos suponer se dieron en las horas que transcurrieron desde las 4 a las 8 de ese día.
Aquí, como en los casos anteriores, y a partir de una ambivalencia consustancial a todas las relaciones, aún a las más entrañables, puede establecerse una polaridad, (que sin duda nos atañe) que juegue de manera sutil en los vínculos, a partir de considerar que somos capaces de búsquedas como la de Alejandra, y también de negligencias y olvidos contrapuestos.
¿Hija vendida a los gitanos, madre dejada en abandono como expresión de fractura ética?
25 dic 2020
Insólito caso en una ruta de Santa Fe: iban de vacaciones y se olvidaron su hijo.
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