Las intervenciones en clínica requieren siempre una plataforma teórica desde la cual partir en la consideración de los hechos.
Pero nos supo suceder, que en el objetivo de dar más sustento a la tarea, tuviéramos más en cuenta los conceptos que los hechos y las personas.
Acerco esta primera reflexión para hacer una primera distinción entre la pertinencia de fundamentar teóricamente nuestras interpretaciones, y la adhesión irrestricta y ciega que obtura la consideración de lo acaecido, y como lecho de Procusto, intenta ajustar las gentes, consultantes y pacientes a las ideas previas que tenemos sobre ellos.
Muchas veces esas ideas previas tuvieron un sesgo de dogmatismo que me parece preciso mencionar.
Tengo mis primeros recuerdos acerca de dogmatismos despóticos, tal vez de la lejana época de mi catequésis. A todos los niños se nos transmitía de alguna manera que no adherir a determinados postulados, era quedar fuera del mundo de la gracia, de la esperanza y de la vida luminosa de los elegidos. Encontraría otros dogmatismos de distinto signo a lo largo de mi historia.
Y también otras catequizaciones que intentaron incorporarme a otras parroquias de las que traté de ir corriéndome, a veces sigilosamente, a veces de modo más explícito.
A principios de la Facultad escuché decir de alguien como descalificación insultante: - A ése, decile católico y basta!. Eran tiempos de militante izquierdismo, en los que cuaquier sospecha de religiosidad bastaba para excluir del grupo de los seres pensantes, confiables y respetados: los agnósticos.
La adhesión al materialismo histórico daba patente de sabiduría, lo demás eran trampas pequeñoburguesas. Costaba pensar la realidad desde otros referentes que no fueran capital, trabajo y plusvalía, superestructura y revolución del proletariado.
Después fue el psicoanálisis freudiano con su utopía libidinal, el dogmatismo despótico que capturó los afectos y las inteligencias. Y el que llevó a aquella inefable compañera a expresar con candorosa admiración: ¡Conocí a una mujer que es tan genital! Esto formulado casi como meta existencial y fuera de toda duda. ¡La genitalidad como utopía y para ello el oro puro del psicoanálisis como opción, al vulgar cobre de las psicoterapias!
Más tarde, según llegaban otras teorizaciones, las opciones que se proponían eran : psicoanálisis kleiniano o pichiruchi.(Expresión de Mafalda para denostar y que utilizó un compañero para persuadirme de elegir como analista a uno ordoxamente kleiniano) Y es que entonces, analizar fuera del aquí-ahora-conmigo la envidia, voracidad, celos no tenían buena prensa, ni daban visos de seriedad al trabajo que se abordara.
Cuando por los años setenta APRO y CEP abrieron sus espacios, conocí la palabra epistemología (antes se llamaba Gnoseología o Teoría del Conocimiento) y se inauguraron nuevos cauces al estudio y la indagación. Fueron divergentes y quedaron opacados por otros reclamos que venían de lo político partidario.
En el fanatismo de esos setenta si eras peronista “tenías una posición interesante” y “estabas bien situado”. No sabía bien qué significaba eso de lo que me sentia excluída. ¡Qué sola me sentí entonces! Quienes me rodeaban adherían entusiastas a un proyecto y negaban una historia. Empecé a dudar de mis recuerdos: el miedo de mis padres a ser delatados durante el peronismo de los cincuenta como “contreras”, las afiliaciones compulsivas a la UES, la convocatoria a colgar con alambre de púa los “vendepatrias”, el clima opresivo de la demagogia peronista de mi niñez. Cuando empecé a preguntarme si no estaría equivocada en mi sospecha y no adhesión a lo que se perfilaba como opción política de la mayoría sobrevino Ezeiza. Más tarde la expulsión de la plaza a “los jóvenes imberbes”, y luego asumió Isabel y salieron las patotas de Lopez Rega a mostrar qué cosa era ese peronismo que había sido votado por la mayoría.
Luego sobrevino el terror que no empezó en el 76 con la dictadura sino en el 74 con los parapoliciales enseñoreandose de las calles y de las almas.
En los claustros se fue instalando el lacanismo.
Esa se constituyó en LA CAUSA, para la intelectualidad sobreviviente, aterrada pero aún no enterrada ni desterrada. Y si no se hablaba de deslizamiento de significantes, metáfora, metonimia, cinta de Moebius y matemas se sospechaba que no se estaban haciendo bien las cosas.
Un compañero que adhería incondicional a éstas postulaciones expresó arrobado una vez: “Tuve una consulta con X para iniciar análisis. Y quedé fascinado porque hasta la empleada es Lacaniana. Le dije buenos días y no me contestó...”
Pasaron los años y las teorías.
Y pude ir pensando con David Viscott: "...El uso de la jerga profesional me saca de las casillas. Es útil conocer la jerga si se desea escribir una serie de artículos, o si se desea mostrar a los demás lo inteligente que uno es, o si se necesita algo detrás de lo cual esconderse cuando no se entiende lo que está ocurriendo. Muchos psicólogos utilizan la jerga, en especial aquellos que tienen poca experiencia en el trato con los pacientes. Siempre que alguien utiliza en exceso jerga psicológica es índice de dos peligros posibles: primero, puede estar asustado de acercarse a uno y tratarlo como a un ser humano con sentimientos reales, o segundo, está tratando de causar impresión. No hace ninguna falta un tipo de salud mental profesional como esa, aunque ese es el tipo de personas que impresionan a los consejos y las juntas examinadoras y a menudo consiguen los contratos porque suena bien lo que dicen."
En lo personal, trabajando los primeros años (64 a 79) pude hacerlo sin Lacán, y el haber incorporado desde entonces algunas lecturas no aseguró un mejor desempeño profesional, ni mejor asistencia a mis consultantes.
En los 80 accedí a los estudios de Género, perspectiva con la que me sentí en consonancia y me permitió intentar formas más claras de interpretación e intervención psicoterapéuticas.
Ahora inicio la lectura de Deleuze y sus multiplicidades, sus nomadismos y devenires.
Pero inicio la lectura advertida de que si requiere de un lenguaje de capilla debo ser cauta.
Porque así como recomiendan sospechar de un trabajo para llegar al cual debas comprar otra ropa, un traje nuevo diferente del que estas usando, (y todos tenemos colgados en nuestro placard alguno de estos trajes) así también sospecho de las teorías que requieren otro lenguaje exclusivo y para iniciados para expresar sus conceptos.
Y sospecho de los saberes que no pueden ser transmitidos de manera sencilla con las herramientas usuales.
Recuerdo que estudiando a Lacán en el epígrafe del capítulo inicial de “La instancia de la letra”, propuse, si era tan importante lo que tenía para decir, hacer una traducción de ese lenguaje abstruso para poder leerlo “en cristiano”.
No advertía entonces que sólo era una teoría y que en el esfuerzo de apropiarla habría que evaluar sus réditos para decidir la dedicación que se le prestara. Al respecto me sorprendió una colega que dijo haber renunciado a la aspiración de estudiarlo, cuando se dio cuenta que la vida es muy corta y quería incluir otras cosas en ella.
Las perspectivas teóricas desde las cuales se lee el mundo y sus avatares, nuestras problemáticas y desafíos varían caprichosamente. Y las maneras de desplegarlas implican a veces el uso de una jerga. Siguiendo a Adorno vale recordar: "Quien domine la jerga no necesita decir lo que piensa, ni siquiera pensarlo rectamente; de esto lo exonera la jerga, que al mismo tiempo desvaloriza el pensamiento".
Estará en nuestra prudencia e inteligencia evaluar dichas teorías como aproximaciones más o menos pertinentes a los hechos que pretende descifrar.
Al fin: el poder reside en el tipo de conocimiento que se tiene. ¿De que nos sirve un conocimiento inútil? No nos prepara en el inevitable viaje a lo desconocido.
3 dic 2020
INTRODUCCIÓN: FUNDAMENTOS Y DOGMATISMOS
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