24 dic 2020

La celebración de Ada

Es fácil recordarla en su risa.
Es fácil celebrar su vitalidad, tan presente cuando se la nombra.
Lo que quedó en la memoria, ahora que pasó un tiempo, es su alegría y su generosidad. Su genuino interés por los que transitábamos en aquel tiempo nuestros primeros intentos por escribir.
 
Rutilante, rubia y bella y consciente además de ello, Ada fue un referente para muchos de los que nos iniciábamos. Estimulaba con sus comentarios a los inseguros y podía jurarnos, de puro mentirosa como se reconocía, que nuestros balbuceos eran geniales. Lo que en el fondo de esa actitud se expresaba era un genuino respeto por el otro, por ese prójimo-próximo que nunca parecía importunarla, fuera que la consultaba por un poema, un cuento o una crónica.
Y no dejaba de asombrarme que ella, aunque escritora consagrada, aunque de vuelta de tantas cosas en la empresa de vivir y gastarse las emociones, se aviniera a compartir con quienes recién comenzábamos el camino. Tuvo para todos la nobleza de los grandes, la cortesía genuina en los pequeños gestos. Por ejemplo la de compartir tanto la mesa del foro y del congreso, como la mesa del vino y del encuentro.
Se derrochaba en amor, amor a los amigos, amor a la escritura, amor a la familia. Y cuando hablaba de ella llegaba el recuento de los amados: marido, hijos y nietos en tropel, en esa casa grande donde había habido espacio para madres y suegras, para cachorros del más variado pelaje y para el inefable Tilo, el mono paraguayo que trajera de bebé y que se integró como uno más en la familia numerosa.
Y era tal el desgrane de anécdotas que estar con Ada siempre era una fiesta. Y en esa fiesta ella situada en el centro, como una catarata, como un alud de observaciones, comentarios y relatos siempre chispeantes, siempre originales, siempre ocurrentes... También nos asombraba con esa conexión lo inexplicable, con lo enigmático que la hacía moverse en lo mundos imaginarios con soltura.
 
Su otra faceta estaba en su escritura. Allí las sombras, la melancolía, la reflexión a veces desesperanzada, siempre profunda, como otra dimensión de lo humano, de otra Ada desconocida. Quienes transitamos sus obras no dábamos el nexo con su vida.¿Cómo podía ser que quien nos conmovía con sus novelas, quien nos sumergía en los abismos más oscuros y siniestros de angustia y de dolor pudiera ser la misma persona que relataba su cotidianidad con anécdotas desopilantes que nos hacían sofocarnos de risa?
¿Dónde estaba el nexo entre la novelista y la amiga? Al fin tal vez, el enigma que habita a cada uno nos deje en el interrogante.
Al fin solo quepa aceptar que hubo muchas Adas, y que en cada una se expresó algo diferente.
Al fin en esta celebración haya espacio también para el respeto por el misterio.
 
M.C.M.
Abril 2004

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