2 dic 2020

La sabiduría de Hegel

                Hegel tenía razón. Cuando describía la mutua dependencia entre el amo y el esclavo, la relación dialéctica entre ellos, de tal suerte que no se concibe uno sin la existencia del otro en una reciprocidad ineludible.
               Sí Hegel sabía lo que estaba diciendo, como si nos hubiera observado minuciosamente a nosotras dos, antes de plasmar sus conceptos.
               Porque de eso se trata. ¿Se concibe una esclava sin ama?. Y si las situaciones que estamos viviendo nos definen, más allá de lo que deseemos pensar de nosotros mismos, a mi me definen como su esclava.
               Por eso la miro con rencor.
               Desde que amanece empezamos a jugar roles complementarios. Se despereza con sensualidad y empieza ya a embellecerse. Yo corro de un lado a otro recogiendo las ropas que los chicos dejaran tiradas a la noche y reúno los útiles sobre la mesas. Tengo trámites en el Banco y consultas a la tarde.
               Además debo poner la ropa en la máquina de lavar para ir adelantando. Tal vez la pueda tender después del almuerzo.
               Hago una lista mental del itinerario a recorrer para ahorrar tiempo y energías.
               Ella, bellísima, indolente, sin ninguna otra cosa que ocuparse de sí misma, sin ninguna otra obligación que permanecer hermosa, me mira ir y venir sin mover un músculo en mi auxilio. Esperando, incluso, utilizarme a su servicio en lo que le venga en gana. Me siento impotente, esta situación es injusta me digo mientras sirvo su desayuno y se lo acerco.
               Bosteza displicente y me mira desde sus alturas de reina inconmovible.
               Sí, somos exactamente complementarias, como ama y esclava, como cigarra y hormiga. Ella se ocupa solo de sí, yo corro multiplicada para ocuparme de todos. Ella se estira lánguida y ociosa y yo sudo y puteo. Ella mira hacia el patio decidiendo si es ya el momento de ir a tomar sol y yo calculo si en el año me quedará una semana para vacaciones. Ella come pausadamente como una dama de exquisitos modales  yo trago mi café de pie ante la mesada antes de salir corriendo.
               Sobre todo ella se acicala con lentitud, conciente de su belleza, yo me miro al pasar reflejada en una ventana, y en contraste me veo desmejorada y tensa, con la casa por organizar, más las tareas de los chicos por supervisar y mis propias obligaciones pendientes. Dejando para último lugar la atención que demandaría mi propio narcisismo.
               ¡Y es que ella es tan hermosa!. Creo que se aprovecha de eso...En cambio a mi se me ve enredada en  la madeja de trabajos y obligaciones, con expresión de agobio y cansancio...como si fuera una esclava. Realmente una esclava.
               Ella, impecable, sofisticada, los sombreados ojos verdes fijos en mí, entre indiferentes e implacables, maúlla quedamente y se aleja meneando la cola imponente y peluda de angora gris.
1991  

No hay comentarios:

Publicar un comentario