La dama con urgencia. La viejita interpelante. La preocupada por su gata. El teléfono de Asistencia al suicida.
Suele suceder que la expectativa al recibir una consulta o una llamada no se cumpla y nos deje confusos en un primer momento.
Así se dió en el caso de una llamada que llegó una mañana. Era la voz preocupada de una anciana que del otro lado del tubo dijo: -Estoy desesperada! Me recomienda la mamá del Doctor XX a quien ustedes asistieron- Yo estiré mi mano hacia la agenda para darle un turno mientras escuchaba que ella seguía diciendo: -¿Cuándo pueden venir a reparar el lavavajillas? ¡Tengo la cocina inundada!
Y cuando aclaré que estaba equivocada:
-¡Ah! ¿No es el teléfono del service? Usted disculpará, ni se lo que he discado.
Otra vez llegó a consulta, una señora mayor. Ella aseguraba haber acordado el horario un rato antes, cosa de la que mi hija trató de disuadirla puesto que yo estaba ausente en un viaje, así que de ninguna manera habría podido dar ese turno.
No obstante por la seguridad con que hablaba y su insistencia, le dió nuestro número de teléfono, para que se comunicara en la semana.
Y cuando llamó sucedió que buscaba a una terapeuta con otro nombre, Delia, que atendía en la calle siguiente y paralela a la nuestra (Valparaíso en vez de Río de Janeiro) y a la misma altura (el No de su casa 1248, el de la nuestra 1240), terapeuta que tenía obviamente otro teléfono, aquel con el que que ella se había comunicado al hacer la cita cuando confundida llegó a mi casa.
El caso es que la señora insistía en cómo sucedía que yo no fuera Delia, ni viviera en la casa que correspondía, ni estuviera en el consultorio el día en que ella había arreglado su cita. En suma: que yo no me llamaba como debería haberme llamado, ni vivía en el lugar correcto, ni tenía el teléfono que hubiera correspondido.
Es decir que yo estaba equivocada y no era quién debía ser
Debí conversar largo rato hasta desahacer el entuerto y aclarar el enredo.
En otra oportunidad una señora llamó en mi ausencia y le dieron la hora en que podía volver a comunicarse. Se la escuchaba apenada y cuando insistió en un segundo llamado, sucedió que su aflicción era por su gata enferma y en la convicción de que el número al que llamaba era de una veterinaria. Cuando contó lo que le pasaba y pude escucharla, no logró desentrañar por qué figuraba en su agenda nuestro número traspapelado en ese lugar, pero igual pude acercarle una ayuda: el número de una clínica de urgencia, donde atendían a nuestros gatos para que consultara por la suya y aunque no supe más de ella, tuve la impresión de que con ese dato se aliviaba y quedaba agradecida.
Los más inquietantes fueron las llamadas que confundían el nuestro con el número de "Asistencia al suicida" (muy parecidos). Fueron varias llamadas pero la que me quedó más grabada fue la de una voz de un anciano, una madrugada de sábado que inició la comunicación preguntando: -¿Usted hace visitas a domicilio? Cuando le pregunté con quién quería hablar y lo dijo, me sentí mal de no poder estar en el lugar que él buscaba y estaba necesitando. Y me lamenté de no ser tan audaz como hubiera requerido sostener la posibilidad de una conversación donde la palabra que nombrara la angustia tuviera lugar.
3 dic 2020
LLAMADAS DESORIENTADORAS
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