Empezó hace tantos años.
Cuando Pablo era bebé me pareció que bizqueaba, así que pedí consulta con el Doctor G. que lo examinó y me dijo: -Los ojos están bien, lo que está mal es la cara, tiene el tabique muy ancho, así cuando mira a la derecha, se esconde el ojo izquierdo, y cuando mira a la izquierda se esconde el ojo derecho. A medida que crezca y se le alargue la cara, ese aparente efecto de bizquera va a desaparecer.
A continuación trajo la foto de un grupo familiar y me señaló un niño, y dijo: _Mire, a mi hijo le pasa lo mismo que al suyo. Efectivamente, el niño de la foto también daba la misma impresión. Me fui tranquila, sintiendo que ese doctor era muy sabio.
Mucho tiempo después, cuando Pablo tenía unos 15 años, necesitó una consulta y volvimos a esa clínica donde lo atendió esta vez, un joven Doctor G., que yo presumí que podía ser aquel de la vieja fotografía. También tenía sobre el escritorio un portarretratos del grupo familiar.
Dos años después, en una consulta por cambio de cristales, sucedió que la cosa se había complicado.
Pablo trajo el diagnóstico. El Doctor G. dijo que tengo que hacer unos exámenes. Parece que tengo glaucoma.
El Doctor G. no supo el lugar que ocupó en nuestra historia cuando Pablo comentó la noticia. A mí se me cayeron las medias y el alma. Hablé por teléfono para saber si había escuchado bien. Luego esa presunción se confirmaría y tuvimos la certeza. Cuando fui a hablar personalmente. me dijo que se trataba de un cuadro de evolución lenta, pero progresivo e irreversible, si nos dejábamos estar. Empezó el tratamiento convencional. Cuando le hablamos de una terapia alternativa, no la apoyó. Eludió pronunciarse sobre experiencias que nos ponían en el borde…. Igual apostamos. A todo lo posible.
Después fui yo a consulta.
Hace tres años me dijo: cataratas incipientes. Hace dos enunció: definitivamente cataratas. Y me indicó bifocales hasta que me decidiera
Este año, al examinarme dijo: Ya estás en grado 3 y además hay un principio de glaucoma. Está excavado el nervio del ojo izquierdo, así que veremos cómo tratarlo, después de salir de esto. Como soy una dama el “Que lo parió” como Inodoro Pereira prócer, lo dije despacito pero con dignidad.
Y ahora llega el momento de decidir mi cirugía. Primero el ojo izquierdo. ¿Cómo será la visión de uno y otro cuando aún no haya sido operado el derecho?
Veré los colores más brillantes dicen. No me enceguecerá el sol, cuentan. No habrá más nubes obturando la mirada.
La falta de visión no se advierte sino por el contraste, al ver diferente mirando el mundo después. Conozco un play boy que se pudo ver las arrugas después de una cirugía y reprochó a su hija que no le hubiera contado de ellas.
A mí misma me sucedió a los 12 años que eran más lindas aquellas estrellas de antes de los lentes, luego las vería más pequeñas y nítidas. Pero las estrellas, entonces y ahora, son más grandes y hermosas sin anteojos.
Será una visión diferente, pero no necesariamente más bello lo que registre cuando, después de la cirugía, pueda mirar sin cataratas,
Y la palabra “cataratas” tiene una historia en la familia. La rechazó mi madre, cuando dijo “que ella no tenía cataratas, porque eso era cosa de viejos” (tenía ochentaypico), aunque aceptó el diagnóstico más fino de “opacidad del cristalino”. Si bien, para ella eran “unas nubes de porquería que no me dejan ver bien”.
Y había decidido afrontarlas mi hermano antes de partir, pero una mala jugada del corazón lo dejó sin tiempo.
¿Y cómo será para mí esta jugada? Aquí sí que vale la expresión : Ya veremos.
Ya veremos. Lo que no quiero olvidarme es preguntarle al Doctor G., si por casualidad no es el niño de la foto.
septiembre 2010
11 dic 2020
Mirar y ver. La historia.
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