El
libro MADRES EN DUELO, surgió en base a una conferencia que dictó
Nicole Loraux en una de las reuniones que el Colegio de Psicoanalistas
de París, dedicó a “La madre excluida de la política” en 1989. Ella
diserta y escribe sobre el modo en que Grecia y Roma establecieron los
modos “permitidos” de expresión del dolor de las madres en duelo.
Escribo
“permitido” entre comillas para designar con ellas el absurdo de
pretender una reglamentación de los afectos, y nada menos que los del
dolor del duelo. Allí dice:
Contra el riesgo del afecto demasiado
intenso, la ciudad, en tanto colectividad bien organizada, forjó un
aparato de leyes y reglamentaciones…Es necesario inscribir la cuestión
el duelo y de las prácticas que apuntan a darle forma y límites, sin
olvidar no obstante lo que tiene de impracticable… (p.20)
Al someter a
los funerales a limitaciones muy estrictas, la ciudad reglamenta el
duelo y el rol de las mujeres en el seno del duelo. Es posible sugerir
también que reglamenta el duelo y por lo tanto a las mujeres. O quizás:
las mujeres y por tanto el duelo, debido a lo mucho que se afirman la
relación recíproca entre las mujeres y el duelo. (34)
La ciudad (que
es decir el Estado y la sociedad) reclama hijos a las mujeres y luego
los quita al pensarlos como ciudadanos-soldados. Intenta reglamentar
el llanto protesta, el llanto lamento, el llanto imprecación cuando las
despojan. ¿Por qué las limitan en la expresión de su dolor? ¿Qué asusta
tanto del llanto de las madres, como para encasillarlo en tiempo (10
meses) lugar (la interioridad de su casa) y compañía (solo cinco
acompañando a la doliente)? ¿Qué tiene de tan arrasador como para que se
sienta insoportable?
El ideal sería encerrar herméticamente el dolor
femenino en el interior de la casa, sobre todo cuando la mujer enlutada
es una madre que llora a su hijo. (43)
Y puedo concebir allí la
intención de invisibilizar ese dolor que amenaza el orden, peligroso
para los defensores del orden social entonces, y peligroso después y aún
hoy, para los defensores del olvido y del silencio.
Prosigue el
texto: La mujer romana está como clivada entre “el tumulto habitual del
dolor femenino” y el duelo asumido sin lágrimas de la matrona. El dolor
en forma de herida hace de ella el equivalente del soldado cubierto de
cicatrices. (54)
Cóleras negras, nos lleva a las madres y a la
noción de un dolor que no olvida y se nutre de sí mismo, peligroso
(pues) su duelo ha quedado fijado como prueba de fuerza consigo misma y
con los otros. Este dolor mutado en desafío lleva el terrible nombre de
esta memoria colérica que los griegos denominan menis. Menis es negro
como un hijo de la Noche, es terrible y perdura. Es repetitivo y no
tiene fin, tanto es así que el motor de la menis es precisamente el no
tener nunca fin. Se instala de este modo un “siempre” (aeí)
inmóvil…(70/1)
Encargadas de la función y guardianas de la memoria.
Opuesto a la amnistía que estaría al servicio del orden de la comunidad y
la mezquina comodidad que acalla reclamos y protestas.
Madres y
abuelas. Susana Trimarco, Norma Castaño…y cuántas más…Encarnaron sin
lágrimas ya, un sentimiento. En aquellas mujeres heridas en su
maternidad, despojadas de sus hijos, el dolor y la cólera cobran
proporciones colosales, apocalípticas. Las convierte en la encarnación
de un reclamo de justicia de fuerza arrasadora.
Una furia y un dolor
tan amenazantes, como para que se debieran poner límites, en aquel
tiempo (¿y cuánto persiste hoy?) a la expresión del afecto,
reglamentando el duelo. Hubo una intuición de la intensidad de ese
sentimiento que ante él, el temor, el temblor, aún en los más
aguerridos. ¿Cuánto de temor y temblor aún hoy ante las madres
desgarradas por genocidios, por redes de trata, por mafias de
traficantes?
No tiene, ni puede tener medida la violencia que el
despojo suscita, porque no tiene, ni puede tener medida el dolor de la
pérdida.
No vi ni escuché a las griegas y romanas. Pero he sabido del
sentimiento de otras madres aquí, hoy. Lo he leído en sus miradas, lo
he escuchado en su mutismo. Ellas como un tsunami que resulta aterrador
para los asesinos, desaparecedores y dealers, que como ratas se
refugian en los pasadizos inmundos de las cloacas. Pero no hay lugar
donde esconderse. Hay cosas que no se pueden dejar de hacer, de
reclamar, de recordar. Y vale la consigna sostenida por años: No se
trata de venganza sino de justicia.
De aquellas dice Nicole Loraux:
Estuvieron demasiado cerca o llegaron demasiado lejos. Clavadas al
cuerpo del hijo en un alumbramiento que no termina…Entregadas a su menis
y castigando…no queda ninguna duda de que las madres dan miedo para que
se las vista así de negro. (120/122)
Pero a la Madre, loca por el
duelo…ya no tenemos miedo porque, no importa lo que se cuente sobre
ellas, las Madres terribles de los griegos son terriblemente madres.
(124)
De éstas, madres terribles, terriblemente madres, que son
nuestras contemporáneas, somos testigos de su fuerza, de su templanza,
de su perseverancia. Las madres de los griegos, las madres de los
romanos, las madres de otras historias como las que transitamos hoy
aquí, todas ellas son las legítimas protagonistas de una interpelación.
Una que no tiene aún la respuesta que debiera.
26 dic 2020
Mujeres terriblemente madres. Menis: un dolor que no olvida. 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario