22 dic 2020

Resonancias de lo oscuro

 ¿Cómo resuenan en la memoria los relatos del tiempo oscuro?
 
Susana deja constancia de su intento. Es un intento de remontar la  muerte.
Ella dijo: no es un honor ser una víctima, pero sí es un honor sobrevivir.
Eran las palabras exactas. Las que completan el rompecabezas.
 
Y en ella, en Susana, pudo tener lugar la escritura, su escritura. El lugar de garantizar desde la ética de lo vivido, ese honor. El honor de sobrevivir a tanta  muerte.
Restaurando en esa transmisión parte de la trama desgarrada.
No permitiendo que se abrace el olvido, sino concibiendo un libro que ella aspira que no sea tumba sino cuna.
Su escritura como forma de dar cuenta de las insistencias de la vida.
Su escritura como forma de no resignarse.
Su escritura como forma de no claudicar.
 
Y recordé a las otras. A los otros.
A aquella que durante el fin de semana más largo de su vida habitó el infierno. Que desde un viernes a un lunes estuvo a merced de los lobos.
Que cuando la tela de la capucha se pegó a la cara, por el agua con que intentaban reanimarla, pudo ver a los agresores. Que eran jóvenes, de pelo largo y vestían jeans y camisa a cuadros como los otros estudiantes. Pero que allí, en ese sótano, conformaban la brigada que la golpeaba (¿brigada Sérpico?), que quería que ella diera una información, cualquier información.
Que salió de esa violencia con un papel en la mano para cumplir con burocracias, para presentar en su trabajo, dando cuenta de que no era una delincuente subversiva, que quedaban a buen resguardo “su nombre y honor”.
Que entonces se dijo a sí misma dos cosas: ¡Qué pena no ser la que ellos creían, que pena no estar en el lugar de la confrontación…
Y también: -Si otra vez me detienen, no me llevaran mansa, echaré a correr para que me maten…Prefiero eso a volver allí…
 
Que siendo Rosario pequeña, a veces gloriosa y a veces inmunda sucedió algo.
Que meses después atendiendo en su guardia llegaron heridos en un accidente de tránsito dos jóvenes, y reconoció en ellos a los del infierno. Que huyó de esa guardia y se escondió en la sala de cirugía entre sus compañeros, y allí quedó temblando, como esa noche, la del abismo, la de lo siniestro, la de la oscuridad.
Que apenas si pudo pensar en el azar que crea situaciones increíbles. Situaciones que no pudo olvidar, ni antes, ni después.
 
Y pensé en la otra: en la que me dijo: - No me rebela morir. Si supiera que el enemigo reaparece y desde un auto me disparan, pensaré: ya he vivido. Lo que no soporto es la idea de otra vez el suplicio, el agravio, la vergüenza.
Que ni la lucha, ni la prisión, ni el exilio que formaban parte de su historia eran equiparables a la pesadilla de la captura y el centro clandestino donde no era una persona.
 
Y pensé en las palabras del sacerdote que trabajaba en la villa, que fue viendo morir a los compañeros en la cárcel del sur, desnudos en el calabozo helado, a la que los habían llevado.
Y que aún siendo quien era y habiendo profesado y formulado los votos de su religión, dijo: No me llevan otra vez vivo…en la contradicción de portar la palabra de vida en medio de una decisión de muerte.
 
Y todas estas resonancias que recorro incluyen también la de aquella que se decía: soy quien soy con todo lo vivido. Y en lo vivido entra como parte de mí también esa oscuridad que transité. Esa oscuridad de la que soy sobreviviente.
 
Abril de 2009

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