24 dic 2020

Sincronías

 1) Al fin terminaba su turno y podía volver. ¿Quiénes quedaron en la casa? ¿Los padres? ¿Los hijos? ¿El compañero? Todos ellos tal vez, para la celebración de lo cotidiano. La cena, la charla ¿Algún proyecto? Con otros compañeros y compañeras también en bicicleta, atravesó la explanada, el portón era una fiesta de promesas, el cielo del atardecer parecía cantar, cuando tomando velocidad, entró en la ruta.
2) Cuando ella abrió la puerta para recibirla y se preparó para escucharla no sabía del rumbo que tomaría la consulta. ¿Una consulta más de una paciente más?
Entonces la oyó hablar de las dificultades para registrar los afectos. La ineptitud para elegir metas. La advertencia de la ginecóloga que la había confrontado con los límites. El reloj biológico marcaba la urgencia de no seguir posponiendo. Y si bien el tener hijos no había sido una meta ni una ilusión consistente, la advertencia la había puesto a pensar qué hacer.
Existía el vínculo con un hombre, pero él ya tenía hijos, y el volver a ser padre no estaba en sus metas. Cruel encerrona cuando se estaba proponiendo pensar en esa posibilidad.
Alexitimia se dijo ella, arriesgando alguna hipótesis, pensando en esta incapacidad de la otra, de quien consultaba, para identificar y expresar emociones. Alexitimia  que hablaba de un aplanamiento afectivo, que había sido sobrellevado por años, ¿toda la vida tal vez?, hasta que este tope marcado por las palabras de la ginecóloga, la sobresaltaron y la llevaron a buscar un lugar para interrogarse.
¿Y sobre qué historia se daba este presente? Ella siguió escuchándola: Sí, había habido algún esfuerzo para salirse de la familia protectora en que ocupaba el lugar de única hija…Sí, había también el duelo no cerrado por aquel primo, casi hermano, con el que había compartido los juegos de la niñez y las salidas de la adolescencia, que murió en circunstancias extrañas…
Sí, estaba reciente, el accidente en la ruta en que a la salida de la fábrica, aquella ciclista se cruzó ante su auto y quedó allí tendida, quieta y silenciosa como quedan las muertas.
Hizo todo lo que había que hacer, para cumplir los trámites, y quedó en claro que había sido imprudencia de la chica, que salió ciega y sorda, en la urgencia de volver después del trabajo.
Relató en tono monocorde, todos estos hechos que componían su vida. Sin emoción. Sin lágrimas.
3) Y ella, la otra, suspiró, porque ese atardecer, conducía su automóvil y estaba por ingresar al pueblo, en esa curva,  cuando vio a aquella joven que salía de la fabrica, y acababa de caer bajo unas ruedas. Las de ese auto que iba adelante del de ella. Y esas ruedas se llevarían su vida.
Y en ese atardecer, quedó con la imagen en los ojos del cuerpo tendido y quedó  con el pesar y la angustia en el corazón, dimensionando la fragilidad, la futilidad, el inmenso sinsentido. Y hubo de recomponer la expresión ante sus hijos que le preguntaban por qué no hablaba, por qué estaba triste. Y esa noche no pudo dormir.
Escribió un texto. Y lo compartió con alguna amiga, con alguna colega. Tal vez el escribir era una estrategia para procesar la emoción que la tenía capturada. Para alejar la imagen de la joven en la ruta. Para aliviar la angustia que era como una losa en el corazón.
Y es escrito decía:
La muerte, ese presente continuo
La muerte siempre presente nos amenaza,
Y a quienes arremetemos en la vida,
Jugando a que en su sorbo la podemos beber . . .
Pareciera que aquella se encarga de hacerse más presente cada día.
Mostrándonos que por más que arremetamos en la vida
Cual si fuéramos superhéroes o heroínas
Nuestra condición de humanos nos iguala a tod@s convirtiéndonos en polvo. . .
Entonces, la muerte como un presente siempre continuo, irrumpe mostrando nuestra finitud y enseñoreándose ella como eternidad.
¿Acaso será ella la eternidad?
¿La eternidad no será acaso la condición de la muerte,
Para poder ser tal?
¿Si la muerte es eterna y la vida es finita, esa pulsión será la que nos lleva
Hacia adelante tratando de vencerla?
Pero ese rostro  sin rostro con el que libramos la batalla a diario
Con su desparpajo nos arrebata la vida,
Dejándonos con los brazos vacíos
Exponiéndonos a un silencio eterno
Que por ser tan profundo nos ensordece
Y entonces esa blancura nos enceguece
Envolviéndonos en un gran manto negro
Para llevarse nuestra alma
Y ella volverse eterna
Simple condición humana, la nuestra
La de ser mortales
Y tener  dentro nuestro a quien más tememos.
D.
4) En algún lugar, el tiempo del diálogo se terminó para aquella  ciclista, para alguien que tal vez tenía ¿quién sabe? un futuro.
Hay quien busca respuestas a su encerrona trágica, en la consulta con la esperanza de poder llegar a entender o de poder llegar a sentir.
Y ella, la otra, escucha y se confronta con colosales enigmas que la involucran en otras vidas, que la insertan en el rompecabezas cósmico en el que las sincronías formulan sus interrogantes, para ayudar a pensar lo no pensado. Para acompañar a sentir lo no sentido.
 
M.C.M. abril de 2011

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