22 dic 2020

Subsuelo de sala 7 Facultad de Medicina de la UNR

 a los integrantes del equipo de salud que pusieron su saber su disposición  y su solidaridad en la atención a estudiantes haitianos después del terremoto

1er tiempo

Ella comentó que en el taller que la Universidad implementó para los estudiantes haitianos, había un chico que lloraba y lloraba. Se acercó, le dio un pañuelo y después le apoyó una mano en el hombro, pero cuando vino un amigo, lo dejó con él.
Y allí empezó a preguntarse si había estado bien, si su gesto había sido oportuno. Porque ellos vienen de otra historia y otra cultura, otros modos de encuentro. No sabía si era lo esperable. Porque tienen otras costumbres.
No nombran la muerte a menos que estén cerca. Pero en este caso…tal vez  no iban a estar cerca los que le pudieran dar noticias de los padres y hermanos  que quedaron allá, bajo los escombros.
Los chicos debían seguir esperando hasta que las dudas pudieran despejarse, para congratularse con la sobrevivencia de los amados distantes o iniciar el penoso duelo.
Yo la escuchaba con atención, porque era la primera vez que hablaba del asunto. El dijo: “- Bueno, basta de cuestiones de trabajo”. Pero no estábamos hablando de trabajo sino de cómo ella se había topado con el dolor inconmensurable y como había respondido.
Y recordé la máxima, que nos indicaba medio en serio, medio en broma: “El médico debe tocar pero no puede sentir. El psicólogo debe sentir, pero no puede tocar”.
Allí estaba el por qué de la pregunta que se formuló a sí misma. Pregunta que llegó después del gesto. Pregunta que engarza en su disposición a trabajar con cuidado y poniendo su resonancia en el centro de las palabras y la acción.
Y me acordé de que a pesar de sus dos kilos al nacer yo intuí que era muy fuerte.
Y también de lo impecable de su guardapolvo de primer grado, aunque fuera un poco grande.
Y de mi estoicismo cuando estuve en la Facultad para fotografiar el enchastre de harina, huevos, yerba y coca cola el día de su graduación.
Y de la firmeza de sus decisiones, que para los ambiguos como yo, resulta sorprendente.
 

2do tiempo

Desde el balcón mirábamos el festival. “Por suerte hay más gente esta segunda noche. ¿Sabés que para el primer taller nos dieron el aula de ginecología? Así que sobre las vitrinas y bibliotecas, había piezas de yeso, o resina, réplicas anatómicas. Eran de mujeres, desde el abdomen y con los genitales entre las piernas abiertas. En ellas enseñan las maniobras de la especialidad a los estudiantes. Y nosotros , los de psicología trabajando con los pibes en ese escenario…parecía Almodovar.
Entonces les dijimos que se pusieran media pila y para las otras reuniones nos dieron la sala del Consejo Directivo de la Facultad. Es el salón que está sobre el hall de entrada. Y allí teníamos muebles hermosos, el piso encerado, todo impecable, todo perfecto.
Después del trabajo grupal,  los chicos  podían tener entrevistas privadas. Yo vi a uno, era cuando recién llegaban noticias y estaba tan angustiado…
Hasta que se fueron organizando, viendo como van a seguir sus vidas…Dónde vivir, en qué trabajar y con este festival, ya se fueron ordenando. Han pasado 40 días desde el terremoto”.
 

3er tiempo

Nos metemos entre la gente. Desde los micrófonos la locutora dice que hay cerca de 4.000 personas.
Pienso que soy la única adulta, hasta que veo a un mozo de bigotes que lleva una bandeja en alto. Se suceden las bandas. Hay parejas, gente en grupos, gente suelta y padres jóvenes con sus bebés en cochecito.
En el escenario las palabras. Hablan el Decano, alguien del Centro de Estudiantes, Raquel en representación de los estudiantes haitianos. Es este Festival la única actividad organizada a nivel nacional para recaudar fondos, que tenga esta envergadura.
Me gusta el himno de Haití. Es bello. Siguen los músicos largo rato.
 

4to tiempo

De vuelta en el departamento escucho las interpretaciones de lo últimos grupos: Vudú, Cielo Raso y Los Vándalos.
Me parece que me resuena más Cielo Raso, pero no escucho hasta el final porque me duermo.
Un poco después, en un lugar del edificio, en un piso más alto, hay percusión y voces. Un haitiano habla con su particular acento y está llevando el ritmo con golpecitos. Creo que les está enseñando algo a las chicas con que se acompaña. Conversan y rìen y me alegra escucharlos.
Cuando vuelvo a despertarme ya está todo en silencio.
 
Febrero de 2010

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