Aniversario de San Francisco
Llegamos a la fundación Astengo con Anahí. Y era un premio compartir con ella la celebración. Yo había sido profesora entre el 65 y el 74. Y ella lo era ahora, de la misma materia, con otros adolescentes parecidos y diferentes a los de entonces.
Cuando entramos al teatro ella encontró a sus amigos, y yo a los amigos de aquel tiempo. Los otros profesores, algunos preceptores de entonces y el jefe de ellos. El fundador de la escuela, el padre E.G. y el actual Provincial de la Congregación. También Luis, que fuera mi alumno y que ahora estaba en la escuela como asesor. Saludamos a todos los conocidos y nos acomodamos para la iniciación del acto.
Dos locutores presentaban en este caso. Pronunciaban exageradamente las S, y se los veía muy formales y compenetrados de su rol.
Cuando anunciaron la entrada de las banderas: Nacional, Provincial y Papal me sorprendió que de todos los Abanderados y Escoltas, 6 de los 9, fueran chicas.
Luego fue la música.
En principio música de la orquesta. Una combinación de clásicos y modernos.
Después discursos de profesores, alumnos, ex profesores, y ex alumnos.
Yo creía que ya estaba.
Luego fueron Cantos del coro. Con un guitarrista.
Y después del Coro de ex alumnos. Eran señores de la primera promoción, guitarras y voces, mucho tiempo atrás habían constituido un grupo folklórico.
Después pasaron un video con imágenes de los que era la Escuela y el barrio en tiempos de la inauguración. Y anunciaron otro para más tarde.
Cuando ya creíamos que había sido suficiente, los locutores que pronunciaban fuerte todas las S, anunciaron una danza alusiva. La coreografía estuvo a cargo de una ex alumna y el grupo incluía a un grupo grande de chicas y a un solo varón, que despistado, debía recibir y levantar a la primera bailarina en andas. Por allí se confundía o se olvidaba, con tanta chica suelta danzando alrededor.
La propuesta de la ex alumna coreógrafa incluyó varias composiciones, al fin terminaron y se fueron agitando cintas. Y ya creíamos que terminaba.
Pero venía una cantante de una escuela apadrinada por San Francisco, de población toba, que se llama Cacique Pelayo. Y que dijo verdades en una de las letras que entonó con voz muy bella. La cantante, dijo que era una canción esperanzadora, pero su letra, al enumerar minuciosamente todas los desprecios, humillaciones y destructividad de la población para con los pueblos originarios, logró que los sensibles nos escondiéramos avergonzados detrás de la butaca de adelante.
Después vino el discurso de Provincial largo, muy largo.
A continuación la segunda parte del audiovisual con imágenes de los que es la escuela ahora, con docentes , preceptores, directivos, personal auxiliar y entrevistas a algunos de ellos, dando testimonio de la presencia de la escuela en la comunidad y en sus vidas.
Luego vinieron los agradecimientos y la entrega de placas conmemorativas
Al fin , mientras las chicas del coro seguían con su repertorio, nos fuimos levantando y reencontrando con viejos conocidos.
Anahí ya no estaba, así que me puse a ver quienes se habían quedado, heroicos, hasta el final.
Edmundo, que había sido preceptor en los años en que daba clase me saludó con entusiasmo.
Cuando ya salía, un señor me preguntó: ¿Profesora de Psicología? Y me llevó con otros señores mayores, algunos canosos, otros entrados en peso, que resultó que eran mis ex alumnos, promoción 72. Les pregunté a mi vez còmo podía ser que una joven como yo, pudiera tener alumnos tan maduros como ellos. Pero no sabían
Así ese post acto con alumnos del 72 que eran unos señores tan mayores que me costó reconocer, añadió una cuota de extrañeza, al ya de por sí extraño aniversario.
Y me quedo una duda ¿Por qué no nombraron a Francisco?
No digo a San Francisco, sino al Francisco que fue director sabio y justo en los tiempos en que di clase, y que hizo que mi recuerdo de la escuela quedase soldado a ese santazo sin igual.
No lo entiendo, tal vez deba preguntar a Luis, que siendo mi ex alumno alguna explicación me pueda acercar.
Segunda Parte
En el tiempo en que trabajé en la Escuela, el Director era Francisco, no de Asís, sino Francisco Susino. Entré de su mano y lo frecuenté como el directivo más sabio, más prudente y más sensible de cuantos hube de conocer. Mi imagen del Colegio estuvo ligada desde entonces y para siempre a la figura de Francisco.
Nos habíamos visto en la Facultad como cursantes, él ya era un hombre maduro y no sabíamos que era sacerdote. El dejó al tiempo, pues la Congregación lo destinó a otras tareas, yo continué mi carrera y lo reencontré años después en la escuela. El también me recordaba. Por lo que me comentó entonces tenía de mí, el registro de que era estudiosa porque me veía tomar apuntes. Una vez sucedió que me prestara su lapicera.
En el colegio, el salón de la dirección estaba en el ángulo de las dos galerías que componían esa parte del edificio, así que tenía a mano todas las aulas. Sentía que le daba la ubicación más oportuna .
Su escritorio estaba ante la puerta de entrada, así que quien se acercase a la sala ya estaba a mano para el saludo y la charla. Éramos muchos los nos quedábamos conversando con él, fuente inagotable.
En el cajón tenía siempre limpio y planchado un pañuelo blanco . Para ofrecerlo a quien lo necesitara durante la consulta o la confidencia. Nunca conocía a alguien que dispusiera con tanta delicadeza de la escucha para con los demás .
Pero también tenía a mano un atado de cigarrillos y una botella de ginebra, con que nos convidaba a quienes quedábamos por un rato, después de dar clase.
Es gracioso, pero me recuerdo saliendo de charlar con él con la fascinación de aprendizajes invalorables, pero oliendo a puchos y ginebra. Me sentaba como Mafalda en su sillita a su lado y absorbía de la erudición. Del mandato de Sabio, Santo, Sano no cumplía más que con los dos primeros. Sabio y Santo sí. No Sano porque ya tenía cataratas, una afección respiratoria y reuma.
Su generosidad intelectual no tenía topes. ¿De dónde es que había aprendido tanto? Filosofía, ciencia, Historia, sumaban en una solvencia pocas veces vista. Y una humildad que lo llevaba a plantear las cosas desde el llano, desde una respetuosa cortesía que daba lugar a la palabra del interlocutor, fuese alumno o docente.
Las láminas del test de Roschach que me regaló entonces son las que aún utiliza mi hija, y los libros de Jung que me pasó, aún enriquecen mi biblioteca..
Y de entonces me queda el recuerdo de anécdotas. Como la vez en que para mostrar el efecto de radiaciones trajo un cascarudo que había estado expuesto. Era gigante y ocupaba una cajita. Me asustó pensar en las consecuencias de la exposición a radiaciones. Cuando lo ví planteé que podía imaginarme cucarachas del tamaño de perros. Buscaba que me disuadiera diciendo que tal cosa era imposible. En vez de eso me dijo que podía llegar a pensarse en libélulas como aviones. Con lo cual, lejos de tranquilizarme, me dio otra dimensión de los riesgos.
Su compañero como Vicedirector, por ese tiempo era Luis, boquense y músico, con el que componía un buen dúo.
Había entonces un profesor de la casa que hablaba mal el castellano. Era abogado, apasionado y con los alumnos tenía una relación difícil. Decía la Magna Carta para referirse a la Constitución. Decía Giuseppe de San Martino para decir José de San Martín. Eran ambos sicilianos, pero Francisco le había sugerido (sin éxito) que mejorara su dicción.
Francisco se reconocía colérico (nunca lo vi así). Decía que era porque había nacido frente al Etna, y que si se Asusinaba era volcánico,
La llegada a Argentina se había producido muchos años atrás. Nunca supe el por qué. Al llegar lo sorprendió el contraste con la colorida Europa que dejara atrás. Los colores del puerto de Bs AS , opacos en relación a lo que predominaba allá. ¿Sería así o los recuerdos le devolvían una imagen alterada por la nostalgia?
Cuando murió su madre, me habló de la fuerza y del poder del inconsciente, como algo de lo que tomaba cabal medida, como si hubiese estallado el sentido de su vida. La progresiva ceguera y ese duelo se sumaron. Me recordaba a Borges en su ceguera y en esa devoción filial). Fue un crac del que no se recuperó.
Su profunda espiritualidad no bastó para evitar la declinación. Uno de sus amigos me confió entonces que los escrúpulos de Francisco (no supe en relación a qué) le pesaban. Le impedìan vivir de un modo diferente.
Ese amigo, me llevó a él, cuando ya partía, para despedirlo.
Me dejó lecciones que atesoro. El pañuelo que guardaba en su escritorio para acercar en el momento oportuno, quedó como símbolo de su disposición al prójimo próximo. Como expresión de un modo de conocimiento, respeto y valoración del hermano. Como signo indiscutible de su altura ética.
22 dic 2020
Escuelas
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