2 dic 2020

Una vida complicada

               Y...sí doctor, mi vida es un poco complicada...Usted sabe, con este asunto de parecer sensata, equilibrada, razonable...no puedo andar bufando o a los gritos.
               Entonces, aunque esté con bronca, pongo cara de nada, sonrío y sigo andando.
               Y así resulto confiable, porque me ajusto bien a lo que los otros esperan...que me comporte como una señora y no como una tilinga descontrolada.
               Por ejemplo, mi amigo Mario Bonacci me presentó en la radio donde iba a leer uno de mis cuentos, diciendo de mí: “esposa y madre ante todo”, porque no sabe que soy una tramposa que parece mansa, pero que cuando me pongo violenta parezco todo menos una dama. Como la vez que le quise pegar a los dos camioneros de la Coca-Cola que habían estacionado en mi garaje. Como estaba furiosa y primero les había chocado  el camión con mi Citröen, cuando amenazé con fajarlos, me miraron asustados y entraron a cuchichear entre ellos, porque seguro pensaron, que si había sido tan loca como para chocarlos, bien podía ser tan loca como para pegarles, aunque ellos parecieran King- Kong y yo una flaca esmirriada.
Por eso Mario no lo sabe y no se lo voy a contar doctor, porque claro... perdería imagen y no me invitaría más a leer mis cuentos en su programa.
               Además de sonreír y bajar los ojos con humildad para entrar en el molde de mesura y discreción, está el aguantar las interrupciones a todo. Desde lo más privado hasta las charlas más públicas en dónde ¿cómo puedo redondear una idea si me cortan para preguntar, comentar  ¡qué interesante!, oponerse o confirmar...
               Tras que cuesta juntar las neuronas para producir una idea, que vengan a frenarla en su despliegue, es un ataque a mansalva.
               Y además de las interrupciones que me hacen la vida complicada, están las demoras, doctor.
               Todos me hacen esperar...El albañil que prometió poner las tejas. La escribana Ana Aliau que tiene pendiente la gestión del libre deuda. El plomero Barbuscia, que ya es como de la casa con tantas reparaciones que ha hecho, y quedó en ver el desagüe de la pileta y no viene. El técnico Jorge Muñoz que me prometió reparar la T.V.. El arquitecto Rogelio Martín que quedó en pasar por el diseño de las rejas del frente. ¡Tras las rejas voy a quedar yo, doctor, si encuentro a alguno de ellos!.
               Si le cuento que hasta el cura Joaquín me tiene esperando desde Navidad, en que quedamos en hablar y teníamos que acordar un horario...y si ya ni en la palabra del párroco se puede creer ¿Adónde vamos a parar?.
               Y después doctor, está la sobrecarga de trabajos, porque además de las responsabilidades laborales, están las responsabilidades hogareñas. Y se supone que una debe ser eficiente, pero al volver, constituirse en el ángel del hogar, dechado de gentilezas con cónyuge y retoños, y además permanecer joven, ágil y esbelta. Por eso y por hacer caso de las indicaciones de Antonio Rubí, mi traumatólogo, es que me anoté en un curso. El me dijo: -Andá a hacer gimnasia, que vos pasás muchas horas con el traste aplastado...Así que empecé a hacer gimnasia y casi muero doctor. Porque la profesora es sádica...Peor que un capanga de La Forestal en los quebrachales santiagueños...a puro látigo. Peor que un S.S. de la Gestapo. ¡Nos tortura doctor!
               Yo sigo las indicaciones por el compromiso con Rubí, y por terca, pero cuando terminamos la clase quedamos tiradas y tiene que venir la 9 de julio, con palas y escobas a recoger lo que quedó de nosotras.
               En dos o tres meses, no se si recuperé fuerza y agilidad, pero si que repasé mentalmente toda la lista de insultos conocidos y me inventé unos nuevos. Porque hay muchos momentos en la semana, en que el azar hace que me sienta inepta y lamentable, pero entre las 9 y las l0 de lunes y jueves, YA SE que me voy a sentir con los músculos doloridos, la respiración agitada, taquicardia y malhumor.
               Así que este asunto de mantenerme ágil ya me está resultando pesado.
               Y cuando vuelvo a casa, hogar dulce hogar, se supone que debo gozar del solaz y el clima de paz e intimidad que es para lo que cuentan que existen los hogares. Pero no siempre es un oasis y no siempre entro con toda la calma pastoril, sino bastante crispada, después de  haber cumplido en la calle con todo lo que se espera: mirar por dónde camino, controlar el vuelto, avanzar por el pasillo, decir gracias, apurarme porque se me hace tarde, respetar el turno en la cola y saludar a los conocidos.
               Entonces, como le decía doctor, entro en el hogar, dulce hogar, y me parece que estoy a salvo, porque supuestamente es un lugar tranquilo. Pero he aquí que en ese lugar tranquilo, la hija reclama para que la ayude a encontrar la idea principal de un texto de Buscaglia que tiene que presentar sin falta mañana, y si no,  la bruja de la profe le pone un uno. La gata maúlla mientras me mira con sus profundos ojos verdes, tal vez para avisarme que su hijo adolescente volvió a irse de joda, y no le entiendo muy bien, pero supongo que debe estar preocupada, como seguramente lo estaría yo.
               Y el marido chista a la hija que lee el texto de Buscaglia y a la gata que maúlla avisando la escapada del gato, porque quiere escuchar a Pavarotti que canta Santa Luchía, Santa Luchía desde la T.V.. Entonces el hijo (el mío, no el de la gata), me desafía a una partida de ajedrez, y entre Buscaglia, los maullidos, los chistidos y Pavarotti, el muy cretino me come a reina en la segunda jugada y yo tengo ganas de tirar el tablero al patio, porque es una deshonra vergonzante que un mocoso de 10 años me arrase de esa manera. Pero antes de putearlo me acuerdo que Freud no quiere, que Rascovsky me censuraría y además que los niños son templos vivos dice el Evangelio, y me morfo la bronca porque, como le decía doctor, una es una señora que cuida la imagen, aunque, siendo sincera, al mocoso ya mi imagen le resulta medio deslucida, sobre todo cuando pasan los video-clips de Madonna, y el se queda pegado a la pantalla como si tuviera Poxipol.
               ¡Tenía que venir justo Madonna, porque mire si será complicada mi vida doctor, que de chica, estaba Marilyn, al lado de la cual, cualquiera se sentía desnutrida. Después en la adolescencia, Brigitte Bardot traía medio chiflados a los novios que se pudiera tener, y ahora que soy una señora adulta, esta Madonna lo seduce al hijo de las entrañas, de las neuronas y de la médula de los huesos...porque usted sabe doctor, como los bebés se hacen a expensas de toda la mamá y no solo de sus entrañas, y así la frase “hijo de las entrañas” resulta bastante amarreta.
               En fin, de todas maneras, aunque el hogar, dulce hogar pueda tener sus contingencias en lo cotidiano, una espera que los fines de semana sí puedan servir para distenderse.
               ¡Pero siguen las incoherencias!. Por ejemplo, el sábado veo que hay un espectáculo musical en el Anfiteatro, y decido ir porque siempre es interesante ver y oír nuevos conjuntos. Y hay uno que dice que hace
folklore, claro, un folklore medio estilizado que suena como cumbia, pero no importa, porque una está para distenderse y no para criticar...pero lo más grave doctor, es que anuncian un tango, pero mientras lo escucho me doy cuenta que complicada es la letra, ¡si hasta habla de dialéctica doctor!. Y yo no digo que esté mal...solo que cuando a una le anuncian que va a escuchar un tango se imagina que va a oír del paredón de madreselvas y glicinas, o de la santa viejita lavando en el piletón, o del loco que espera que le den tres luces azules... pero le juro doctor que yo nunca hubiera esperado que me hablaran de dialéctica. Si ahora hasta voy a esperar que con esta onda intelectual, el próximo tango hable de metáfora, metonimia y sinécdoque... total...
               Los tiempos cambiaron tanto después de Piazzola, que no se que pensar...
               Y después del conjunto que le decía, anuncian a Fandermole. Lo había visto una vez, en la Fundación Astengo, y lo que más me sorprendió es que era todo peludo. Tenía pelo, pelo, pelo...alrededor de la cabeza, debajo de los ojos, en torno a la boca que ni se le veía, y hasta la mitad del pecho. Y las chicas se arremolinaban a sacarse fotos con él. Y yo no entendía qué emoción podía haber en fotografiarse al lado del yeti, pero...quién sabe doctor, hay muchas cosas de la vida que yo no sé.
               Bueno, pero esta vez, cuando salió, yo esperaba a ver al peludo que había conocido en aquella oportunidad, y no estaba doctor.
               Se había rasurado la barba, y se había recortado el cabello, y esa era otra incoherencia más a sobrellevar en un fin de semana, en que yo quería estar tranquila, y que se cumplieran las previsiones, y que los tangos parecieran tangos, y Fandermole fuera peludo.
               ¿A usted no le parece que estas incoherencias producen estrés?.
               La última fue cuando mi amiga Hilda me pidió que la acompañara al banco doctor. Fue terrible, todavía no me repongo. Por empezar era sábado. Cuando vi que acomodaba un par de impuestos y cazaba una tarjetita plástica le dije: -Pero hoy es  sábado -.  Y ella contestó: -No importa.
               Entonces me acordé de mis trámites en el Monserrat, y cómo es que se resuelven las cosas allí, donde yo tengo cuenta desde hace varios años. Así es que he visto a varios gerentes y montones de empleados que van pasando por diferentes sucursales, y los pierdo de vista un tiempo, y por allí vuelven...y es toda una sorpresa reencontrarlos al cabo de un par de años, un poco más viejos. Y nos saludamos...y casi  nos preguntamos por la familia.
               Y entre los empleados que vuelven, di hasta con un ex alumno como Martinelli, que conocí cuando tenía 17 años y egresó con mi primera promoción de maestros de San Francisco, y en aquel tiempo quería ser aviador, pero se ve que la vida, como a muchos de nosotros lo hizo cambiar de idea.
               También me supo atender un empleado que se llamaba Palacios y era tan serio, y una vez le dije, señalando a mi hija que estaba preciosa como una figurita de Sara Kay: -¿A qué usted no tiene en su casa una nena tan bonita como la que tengo yo?. Y el suspiró, tal vez triste y me contestó: -No, la verdad que no. Pero en cambio tengo un bigotudo de 23 años que es Contador.
               También fui una vez a hacer trámites y mi hijo, que es muy comedido, se puso a hacer advertencias al empleado que nos atendía porque fumaba, sobre los riesgos del cáncer y todo eso, y al empezar a charlar, resultó que era Pellerino, el hermano de una colega con la que habíamos trabajado en la Facultad. También sucedió que a Pellerino le gustaron mis cuentos y supo reírse con ellos, así que le prometí incluirlo en uno.
               Pero a usted no le parece doctor, que los trámites de Banco y otras cuestiones burocráticas se llevan mejor si la gente se trata como gente.
               Por ejemplo, el gerente anterior, no éste que siempre me quiere asociar a Argencard,  era aficcionado a los pájaros, y parecía tan absurdo estar allí, mezclando futilidades como cheques y depósitos con cosas tan importantes como nidos, colores y trinos, que no se podía creer.
               Y contaba que su hermano, que es un economista muy serio (los conozco a los Olivé desde que éramos pibes) se dedicaba a la crianza de patos, sí, patos. Y tenía montones que preparaba para exposiciones y les  había hecho construir una laguna en el fondo de su casa. Era maravilloso poder imaginarse una laguna en el centro casi de Rosario, y que además tuviera patos. Era tan insólito como los zapallos creciendo entre serpientes en el techo de la casa de que habla ese escritor del realismo mágico, el tucumano Mario Romero.
               Y si una está frente a esas boletitas horribles u otros papeles complicados, es un alivio poder pensar en cosas interesantes como relatos, aves y ficciones.
               Porque hay personas como yo, que cuando estamos frente a una planilla, siempre, siempre, siempre vamos a confundirnos y llenarlas mal, por simples que sean. Donde dice apellido ponemos nombre, donde dice dirección ponemos número de documento. Y es que las planillas, formularios y otros impresos, tienen un efecto nefasto. A mi me achicharran las neuronas, me estrujan el estómago, me oprimen el pecho, me decaen el ánimo y me amargan el día. Pero si, por lo menos, una sabe que el otro, aquel al que le alcanza la planilla con equivocaciones, es una persona que, digamos...le gusta el mar, o colecciona botellitas, o le tiene miedo al dentista...entonces es más fácil.
               Por eso cuando mi amiga Hilda Rais, dijo ese día sábado que iba al Banco y que la acompañara, y nos metimos en una casita de vidrio y metal, con una pantalla de T.V. y botones y ranuras...yo no podía entender que eso era ir al Banco, a pesar de que sacó guita y pagó sus impuestos.
               Le dije: -Yo prefiero el mío, donde me atiende Pellerino, que tiene una nena a la cual su hermana Ana María, mi compañera de cátedra le regaló una Pantera Rosa de felpa cuando trabajábamos juntas en la Facultad. Que además escucha sin chistar cuando mi hijo lo reta porque fuma, y se ríe con mis cuentos...y entiende cuando le digo que no me acuerdo del número de mi caja de seguridad, pero que no hay problema en encontrarla porque es la única que tiene cicatrices (es cierto, tiene dos marcas que quedaron en el metal al arreglar la cerradura).
               No se si Hilda me entendió. A lo mejor si porque es poeta. Otras personas me hubieran mirado como si yo estuviera loca doctor. ¿Pero no es una incoherencia más a sobrellevar, que una vaya a un lugar que es un Banco, pero que no es como el Banco que una conoce, con gente, recuerdos, realismo mágico y cajas personalizadas que hasta cicatrices tienen?.
               ¿Y las incoherencias tienen que ver con el estrés?.
               Ya ve doctor, son muchas cosas...esfuerzos para parecer civilizada y no andar amenazando camioneros...interrupciones a cualquier cosa...demoras de todo el mundo. Incoherencias cuando nos divertimos y hasta cuando hacemos trámites...¿Será por eso que me arde el estómago?. ¿Le parece que soy candidata a las úlceras doctor?.
1988

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