Amor y enamoramiento
“Decimos que hay una locura que es universal, fisiológica, benigna y que la mayor parte de las veces cura espontáneamente, esta locura se llama enamoramiento, un estado febril que luego se va cambiando, si esa tibieza se hace crónica, se llama amor”, postula Domingo Caratozzolo.
Pero señala las connotaciones del mismo en nuestros tiempos:
“El sujeto de la posmodernidad quiere ser feliz y acceder al placer sin tener el trabajo de pensar en el otro.”
Tal vez, por eso “convivir con otra persona sea una de las alternativas más irritantes a las que nos enfrenta la vida.”
En el abordaje de tan difícil cuestión, nos dice, sucede que “Tanto para el hombre como para la mujer, la aceptación de otro diferente implica reconocer la incompletad, la necesidad del otro para el proceso procreador. Cuando la sexualidad está en juego, aparece la llegada de los hijos, que nos obliga a admitir el paso de las generaciones y la fatalidad de la muerte. Si los miembros de la pareja pueden tolerar estas vicisitudes, podrán establecer un espacio compartido para crear y desarrollar proyectos en común.”
“Ambos integrantes se encuentran involucrados en una situación de conflicto entre su lealtad a la familia de origen, que se encargó de cuidarlo, alimentarlo, educarlo, mantenerlo, se ocupó de su desarrollo personal, y le dio un nombre, y la familia que constituye con su pareja. Esta doble lealtad los divide y conflictúa…”
Es interesante confrontar con éste, el planteo de Ricardo Coler en “El reino de las mujeres” Bs. As. Planeta, 2005, que describe una sociedad originaria del Tibet, cuyos integrantes emigraron a la región de Loshuien, Nepal, en China. Se trata de los Mosuo, en donde la matrilinealidad y matrilocalidad hace que este conflicto de lealtades no se despliegue.
La axia o pareja andante (temporaria) constituye el modo de vinculación amorosa y erótica, pero la familia la conforma el grupo de madre, hermanas y hermanos, tíos/as, sobrinos/as. Con ellos se trabaja y se vive. La figura del padre es desconocida. También es infrecuente la propuesta de una pareja permanente (no hay registro de quienes hayan sostenido un vínculo “para siempre”).
En la entrevista a un joven de la comunidad, éste dice: -Quiero que se sepa que nosotros defendemos nuestra forma de vida…Que las mujeres estén a cargo es parte de nuestra cultura, algo que nos diferencia. Lo mismo ocurre con nuestra manera “axia” de matrimonio, el matrimonio andante. Es un estilo que mantenemos desde que existen los Mosuo y debemos ser respetados por ello”
A la pregunta: “-…¿no tiene el deseo de tener una compañera, alguien con quien compartir, conversar, hacer proyectos?
Desde la extrañeza responde. –Tengo a mi familia y no necesito a alguien de afuera para sentirme acompañado.”
A su vez el investigador Ricardo Coler reconoce: “-…me doy cuenta de que mi historia necesita una revisión. Lo que me parecía seguro y propio de mi condición humana, requiere un repaso. Ahora ya no me resulta ni tan seguro ni tan propio de la condición humana, sino una especie de libreto fabricado para poder manejarme en el lugar y tiempo que me toca vivir.”
El modo de funcionamiento de los vínculos de los Mosuo entraría en contradicción con los nuestros. Los que emergen del mandato bíblico: “Al tomar esposa el hombre dejará a su padre y a su madre…y ella será carne de su carne y hueso de sus huesos…”
Así plantea Domingo Caratozzolo en “Vivir en pareja”: “Elegir una pareja es proyectar el deseo hacia un objeto extrafamiliar, lo cual implica, como toda separación, una culpa, por el abandono de los progenitores”
Se plantea aquí que la erotización del vínculo paterno filial persiste en el funcionamiento neurótico. “La mujer reconocerá a su marido como pareja, o bien se mantendrá unida a su dador. Desde la perspectiva del marido, una de sus funciones es ejercer la primera interdicción; coartar para la mujer la vuelta a su familia de origen en cumplimiento del tabú del incesto.”
Viceversa
¿No sería interesante pensar, simétricamente si el varón reconocerá también a su esposa como pareja, o bien se mantendrá ligado a la madre? Así, desde la esposa una de sus funciones sería ejercer la interdicción, coartando la vuelta a ese primer vínculo incestuoso.
Desde la clínica conocemos el funcionamiento de esta problemática.
El conflicto más grave que tuve oportunidad de conocer fue la acusación expresada verbalmente y con todas las palabras por una joven. Ella planteaba que la madre de su esposo y éste tenían relaciones sexuales y la usaban a ella como pantalla para su historia de amor. ¿Delirio? ¿Perversión? Difícil determinar.
Pero sin llegar a casos tan extremos: ¿Quién no ha escuchado casos en los que algunas esposas reprochan la influencia de la familia política en las decisiones de su marido? ¿O varones tironeados como Tupac Amarú entre interpelaciones de la esposa y su familia de origen?
En lo cotidiano se expresa en la ancestral, virulenta y casi universal competencia entre suegras y nueras. A veces ésta es trasladada a la cuñada en familias que son clanes, a los que la “advenediza” nunca logra integrarse del todo, que queda en los bordes, bajo la sospecha de no merecer el trofeo del amor del “príncipe”.
Una observación muy sagaz provino de una paciente, en permanente litigio por lograr su reconocimiento y su inclusión en “la famiglia unita” del esposo. Ella decía que se sentí una “kelper” en medio de sus parientes políticos que parecían dudar de la legitimidad de que ella perteneciera al grupo, pese al prolijo cumplimiento de ceremonias civiles y eclesiásticas.
Paternidades y maternidades tardías
Respecto a la situación creada con la emancipación de la mujer y la correlativa postergación de la conformación de pareja y familia, el autor señala un fenómeno que suele darse en las mujeres entre treinta y cuarenta años.
Se refiere a la angustia frente al tiempo que pasa y que puede obstaculizar la posibilidad de tener hijos. Este anhelo, asociado a las nuevas formas de ejercicio de la feminidad y de la masculinidad y de constitución de las familias. Además de darse en las mujeres también viene apareciendo en varones maduros.
Empezamos a escuchar a hombres que anhelan ser padres y así como en las mujeres es explícito el anhelo del hijo, también en ellos aflora misma inquietud. Me referí al tema en “Los cambios en la subjetividad en los principios del siglo XXI” Cuartas Jornadas de Psique. Laborde Ediciones. Rosario 2005.
“Este anhelo respecto a ser padre viene siendo insistente. En hombres de edad media que han tenido numerosas relaciones de pareja, pero han eludido la constitución de un vínculo con otros alcances, ha sucedido que algo así como el mentado “reloj biológico”, o el miedo de perder “el último tren”, o en suma, cierto anhelo de continuidad y trascendencia los ha llevado al deseo del hijo, “como sea”. Esto es, no con una mujer jerarquizada y a la que se ama y se privilegia como opción y con la cual, tener un hijo es una consecuencia posible, sino anteponiendo el interés por el hijo y valiéndose de la mujer como medio para lograr la concreción de la paternidad.
Así como aumenta el número de mujeres solas que deciden ser madres, y éste es un hecho frecuente y ya insistentemente señalado, empiezan a aparecer los hombres con el mismo tipo de vacío existencial que exige ser colmado.
En los dos casos que puedo mencionar se trata de hombres maduros.
Ambos de alrededor de cincuenta años, uno es exitoso en lo profesional del área de la salud mental, el otro está a cargo de una empresa familiar. Los dos hicieron relaciones transitorias con mujeres más jóvenes. En el primero de los casos hubo una breve convivencia y pronta separación. Pero del niño resultado de la misma, el padre asume responsablemente cuidado y manutención, lo incluye en todos sus planes y parece enormemente satisfecho con su nueva condición de padre solo a cargo de niño pequeño.
En el otro caso no hubo convivencia, ni se sostiene ya la relación que fue casi ocasional, la niñita nacida de ese vínculo llena la vida de su papá con el que prácticamente convive pues es el que tiene el tiempo y el gusto de asumir la crianza, además tiene los medios económicos pues su situación es holgada. (Vive de las rentas que surgen de administrar propiedades heredadas) La madre debe trabajar horario completo y le delega la mayor parte de los cuidados. Él es el que está al tanto de vacunas y pediatras, de juguetes y guarderías. Este modo en la distribución de responsabilidades en los dos casos puede resultar todavía infrecuente. Señala cambios no solo en la constitución de las familias y en las imágenes parentales, sino también en la constitución de subjetividades distintas, tal vez más flexibles en la adjudicación de lo femenino y masculino, de lo que fuera para las generaciones precedentes.”
Liberación femenina
Señala el autor que dicha liberación si bien abre nuevos horizontes y a una reconsideración de los modos de subjetivación y de relaciones entre los géneros. Al mismo tiempo habilita a los varones un caudal de opciones eróticas sin un compromiso correlativo.
Dada la persistencia de viejos modelos, creo que sigue valiendo aún la consigna de Shulamite Firestone, que a la oferta de sexualidad libre formula la contrapropuesta de responsabilizarse por el propio erotismo. Esto para las mujeres como exigencia de la propia valoración y planteando por ello a los eventuales galanes: ¡ O compromiso o nada!
Esta posición sin duda se contrapone –pero coexiste como tantas contradicciones de nuestro tiempo- con la tendencia a conexiones y desconexiones amorosas y/o eróticas breves que bien describe Zigmun Bauman como “amor líquido”.
Sexualidad
La sexualidad femenina descrita desde la perspectiva psicoanalítica del autor, adhiere a los planteos freudianos, en el sentido de postular una evolución de zona y objeto, deduciendo de ello que dicha sexualidad presentaría mayores perturbaciones. ¿Podríamos formular a partir de los aportes de sexología, embriología y estudios de género una reconsideración de dichos conceptos?
¿Podríamos empezar a incluir en la mirada sobre subjetividad masculina que incluyera para el despliegue de su vida sexual el cumplimiento de las tres arduas tareas propias de los varones? Tres difíciles tareas que han sido conceptualizadas como el demostrarse a sí mismos y demostrar a los demás 1- Que no se es mujer, 2- Que no se es niño, 3- Que no se es homosexual.
En orden a la seriedad de las dificultades se me ocurre parodiar a Simone de Beauvoir, cuando convocaba a varones y mujeres a mirarse fraternalmente por compartir la tragedia de la incompletad.
Ante la mentada envidia del pene, ¿no sería interesante recordar el temor y respeto reverencial ante la capacidad del misterioso útero, tan enigmático como para dar a luz no solo lo semejante (hijas mujeres) sino también para dar a luz lo diferente (hijos varones)?
Quedaría pendiente también, relacionar ese sentimiento de zozobra frente a lo desconocido, con la cuestión del poder puesto en juego en tales circunstancias.
Cabe pensar que la doble moral, una de las estrategias de dominio, quedaría jaqueada si puede pensarse “el enigma femenino” bajo los nuevos aportes.
Emilio Rodrigué plantea en “El siglo del Psicoanálisis”, Sudamericana, 1996, tomo II, que en Freud “esa supervaloración sexual que llamamos amor” implica una connotación peyorativa.
Dice: “Creo oportuno no subestimar el profundo clivaje de Freud entre un lado hedonista, que se manifiesta en la correspondencia con su princesa, y aquel otro sombrío, misógino. Drama de un atormentado sibarita, escindido entre la atracción y el asco por las figuras del deseo. Este paradigma de ambivalencia, dictado por la coexistencia de idealización y denigración, traza las coordenadas de su safari al Continente Negro.”
Otro de los temas abordados en “Vivir en pareja” es el de la posesividad en el amor. “…el cariño e interés por el otro se ha convertido en poder; sus cuidados, sus afanes por su bienestar se transforman en vasallaje. Les han quitado a sus seres queridos el poder de decisión sobre su vida.” Esto me recuerda la vieja advertencia: “Alerta con la protección, porque el que protege controla, y el que controla despoja”.
¿Se podría vincular a la cuota de agresividad en el erotismo, a esa posesividad que casi como fatalidad ineludible impregna los vínculos?
Acuerdo en este sentido con el autor: “…las manifestaciones de agresividad tienen la función de descarga del enojo que suscitan las inevitables insatisfacciones y frustraciones resultantes de vivir en pareja pues nadie puede estar a la altura del ideal reclamado conciente o inconcientemente por el otro”
Al fin, se precipita como verdad incuestionable que en el anhelo de fusión de los enamorados está la búsqueda de retorno a ese paraíso perdido de total unidad. La realidad se impone y aunque bajo protesta, aceptar las carencias y las imperfecciones, es lo que se delinea como arduo pero ineludible camino hacia la madurez.
M.C.M. 2007
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