3 dic 2020

Hombre

 En mí
el sabor de tu espalda húmeda,
sauce, pino, ceibo,
cedro, roble.
 
Paso la lengua por tu piel,
y el polvo imperceptible y volátil
en que se deshace la madera
 cuando la transformas
(limas y  formones tus herramientas)
me acercan tu gusto, tu olor.   
1987

De color sepia

 Ya he amado.
Encontré a quien amar,
por qué luchar, a quién cuidar
¿y ahora qué?
 
La muerte sigue acechando
Aunque vaya al lugar de la primavera.
 
Porque no voy entera.
Con los pedazos que quedan.
Con los pedazos de mí misma
entre las manos.
Sabiendo que
“hay vacíos imposibles de llenar”
pero que tal vez
“uno puede inventarse una esperanza”
porque quizá
“¿aún vale la pena
jugarse y vivir?.”  
1987

Datos personales

 Tuve un padre, un hermano, un marido, un hijo.
En estricto orden cronológico.
Todos ellos geniales e imprescindiblemente crueles.
 
Tuve también una madre y una hija.
Las dos apacibles, sensatas, firmes.
Mis anclas en la vida.
 
Tuve también mil hermanas de lucha.
Y hubo, sin faltar un solo día
Poder contar con amigos y amigas, uno por vez y sin solución de continuidad.
 
Son las coordenadas de mi mapa,
Los hilos que constituyen mi tejido.   
1990
 


Razones

 Ayer mi hija comentó (casi al pasar, impersonalmente)
la angustia que sintió el año pasado al comenzar su escuela
pensando que entraba de día y cuando salía ya estaba anocheciendo.
 Y yo, que recién hoy supe de su angustia de hace un año
seguí muy seria haciendo lo que estaba haciendo
mientras le respondía banalidades sobre exigencias y rendimientos.
 Pero quedé alertada porque se lo que es la angustia de sentir
 que por cumplir deberes, obligaciones, responsabilidades
se nos pierden fragmentos de sol.
 (El sol que espera mi madre cada primavera).
Y me turbó porque  se que ella (como mi madre, como yo)
es fuerte y solo a veces, como ayer, habla de su angustia,
pues es reservada como su padre
y como su padre dice mucho con pocas palabras
. Y además porque está invirtiendo sus energías en crecer
aunque para crecer deba perder cosas a cambio.
 
Y recordé que también a mi una vez me angustió
el paso del tiempo y que se nos deslice la vida
 y tampoco pude decirlo y cuando lo dije
fue en el tono impersonal de quien dice algo al pasar, algo sin importancia.
Pensé en mi hijo, que es un niño
que parece entusiasmado con libros de Stephen King, video juegos y films,
 pero que en el fondo duda si tendrá un futuro
 en un mundo tan incierto como el que le damos,
y ese es un dolor en mi costado.
 Que se apasiona (y es justo que así sea) contra la injusticia
pero que es tan débil para combatirla.
 Que a veces se aburre y no sabe todavía
 demasiadas estrategias para vivir y se ve tan vulnerable.
 
Y recordé también (es preciso reconocerlo)
que lo que me arrancó de la angustia aquella vez
que lloraba el paso del tiempo y la pérdida de cosas
sin atreverme a decir por qué lloraba (pues no parecían razones valederas)
fue la llamada de auxilio de un hermano,
que porque me necesitaba me sacó de la angustia
y me metió en la vida para pelearla,
 aunque debiera en la pelea renunciar a algunos anhelos de sol.
Pude sentir que entre mi madre,
que festeja la primavera por los rayos de sol que entran hasta el patio,
y la desazón de mi hija a la que se le arrebatan claridades,
 estoy como nexo con razones no tan poderosas, pero razones al fin,
que recién ahora y con aprehensión me atrevo a enunciar,
como la continuidad, la lucha, el esfuerzo,
la persistencia de estar, de seguir estando, de volver a estar.   

1989

Agenda

 Como soy adulta y eficiente
cada mañana, al comenzar el día
 hago una lista de tareas.
Entre ellas se encuentra proteger al colibrí
 que está en el limonero
de la mirada verde y felina,
 hasta que marzo lo empuje hacia aires más tibios.
También está sobrevivir al otoño
que me acecha cada año
 como cada semana me acechan los lunes
 y cada día el atardecer.
Otoños, atardeceres y lunes
siempre listos a saltarme a la garganta.
 
Y entre proteger al colibrí
y sobrevivir al otoño
 deberé cumplimentar otras tareas
 (en fecha y con toda diligencia).
 Trámites burocráticos
 burocráticos  trámites
 como autorizar órdenes,
pagar impuestos
 gestionar expedientes
actualizar legajos
sin olvidarme , claro,
de vigilar los amarantos
que avanzan sobre la gramilla
y controlar que haya pan fresco
y manteca en la heladera.
 
Deberé recordar también
 buscar causas y razones
a las cosas que
 (aunque soy adulta y eficiente)
aún no entiendo.
¿Por qué el sol sale por el Oeste?.
¿Cuántos boletos capicúa hay en un rollo?.
¿Cómo es que son tan difíciles los caminos hacia la paz?.
Entre las tareas de mi lista figurará
esperar el paso para cruzar la calle,
 atender por dónde voy,
 escuchar lo que me dicen,
encontrar la mirada de mis iguales.
 También, en la penumbra
amarlo sigilosamente
 para que no se espante la magia.
Y, sobre todo,
buscar explicaciones para mis hijos
cuando me preguntan
 por qué la angustia y para qué vivir.
 Esta tarea
no se si podré concluirla a tiempo,
y sucede que es la más importante.   
1989