Como era medio tarde pensé: A lo mejor están dormidos y me libro de que me pregunten por qué vuelvo a esta hora. Pero ni bien abrí la puerta, ella estaba enfocándome con los ojos como reflectores: Confieso Sargenta ¡confieso!...Si, estuve en la movilización.
Me miró, miró su reloj pulsera de color rosa pálido TAN femenino, me volvió a mirar, volvió a mirar su reloj y aseveró más que preguntó: - No comiste. ¿Te preparo algo?
Si decía que me había comido una pizza en la esquina hubiera comentado: -Te van a hacer bien esas porquerías ...
Así que mentí: -N...no, no. No comí, pero tampoco tengo hambre.
- Bueno, pero algo TENES que comer. Te preparo una hamburguesa.
Me senté resignada a comerme una hamburguesa sin hambre con tal de no discutir.
Mientras ella se dirigió muy resuelta a la heladera.
Como estornudé aprovechó para seguir en el mismo tono: -Y no te llevaste la campera. Te dije
cuando salías, pero total...
Dejó en suspenso y yo pensé: ¿Por qué la hija de una, de solo diez años tiene que ser así?. Así, tan
sensata, tan responsable, tan maternal... Hay algo que no es coherente, que no “junta” como decía ella cuando era chiquita de 2 años y se tironeaba de una remera azul y un pantalón rosa porque no iban bien.
Yo fui una buena hija, lo juro, no di disgustos a mis padres. Mis viejos no se hicieron malasangre
conmigo. Siempre pasaba de grado. Nunca llevaba materias. No me escapaba sin permiso. Volvía a la hora estipulada. Y no traje más que un par de novios a casa. Realmente fui dócil, obediente y respetuosa. Les hice caso. Pero ¿voy a tener que seguir haciendo caso para siempre?
Primero mis padres, ahora mi hija. ¿Es que no puedo cuidarme por mí misma?. ¿Es mi destino estar en este lugar de adolescente tardía? Y...ha de ser porque todavía hay algo adolescente en mí.
Si le comentaba que había ido a la movilización me hubiera mirado sin decir nada, pero con reprobación, como diciendo: -Después estás toda rota y mañana no te podés levantar. Igual a lo que hubiera dicho mi madre en tales circunstancias.
Recordé que conocía a un muchacho que protestaba porque él era muy ordenado, y la madre dejaba la ropa tirada y creaba el caos con estar un rato en la casa. Cuando el se ponía pesado con sus reclamos de prolijidad ella le decía que si la seguía persiguiendo con ese asunto de la limpieza se iba a mandar a mudar. Que se iba a conseguir un trabajo de maestra en el sur (era jubilada) y se iba a ir.
Y también conocí a una chica que vivía con su madre. Ambas trabajaban y estudiaban. Cuando su mamá se demoraba más de lo previsto esta chica se alarmaba enormemente. Decía que temía que le sucediera “algo” (¿rapto, violación?). Y una vez que había corridas en el centro y la madre tardó en llegar, se angustió tanto, que cuando ésta volvíó, entre recriminaciones y llantos logró arrancarle la promesa de que llamaría por teléfono la próxima vez que fuera a demorar más de lo previsto.
Bueno, yo pensaba que parecidas a ese muchacho escrupuloso y a esa chica aprensiva y sobreprotectora me estaba resultando mi muchachita. Y pensaba en qué rasgos complementarios en mí estaban dando lugar a que ella fuera tan responsable. Y bueh!. Alguien serio debe haber en cada familia, como para que se haga cargo ¿no?
Mordisqueaba sin ganas mi hamburguesa, y Pablo que estaba dibujando una escena y escribía un texto en el código secreto que se había inventado me dijo: -Hoy estuvimos paseando en la casa de unos amigos de Franchi. Franchi es su amigo del alma.
-Debían ser ricos- reflexionó Pablo. –Tenían unos estantes con muñequitos de La Guerra de las Galaxias, como 50 muñequitos. Y el Plastikano grande (a él le compramos el mediano). Y nos dieron el te en una mesa con mantel de tela, no como éste (riguroso plástico). Y nos sirvieron en tazas de porcelana (yo uso Durax hasta que se rompa). Y un platito al lado de la taza para untar las galletitas, y un paquete de manteca entero!-
Ahí protesté enérgicamente: -¡Nosotros también compramos la manteca en paquetes enteros!. ¿Qué te creías vos?
No creía nada, y siguió: -Y tienen un AUTO. No un Citroen (como nosotros). Un AUTO. (¿Y cuál...Toyota, Mercedes, Jaguar?). Un auto “güenísimo” con el volante forrado de una felpa suavecita como piel. Y apoyacabezas y apoyabrazos. Y relojes en el tablero, con agujitas. Como tres relojes de esos. Y ¿sabés qué?, ¡tenía un pasacassettes!. Y cuando abrías la puerta se encendía una luz roja. Y cuando el auto andaba, por una rejillita de adelante entraba más aire que con las ventanillas abiertas. ¿Cuándo vamos a comprar un auto así má?-
En eso pasó Alberto, escuchó la pregunta y le hizo un gesto de burla a Pablo. Me dirigió a mí una mirada de complicidad y desapareció. Al fin el Citroen que tenemos (estamos por el cuarto Citroen y por el segundo hijo, los Citroens todos usados, los hijos todos nuevos a estrenar) es consecuencia de habernos juramentado con respecto a que estilo darle a nuestra vida.
Entonces, ante el reclamo de Pablo, me pregunté cómo llegaría a pesar aquel comentario de un ex -paciente que dijo de nosotros: -Que cosa esta gente... trabajan, trabajan, trabajan y siempre tienen ese Citroen choto en la puerta. Y lo dijo con franca desaprobación, casi con desdén. Y mi pregunta incluía otra: si pasados los años y sumadas las demandas tendría que empezar a preocuparme por comer a horario, prever si refrescará y cuidar las apariencias cambiando nuestro Citroen abollado por un AUTO.
Hasta ahora había podido cumplir con aquella promesa que me hiciera a mi misma en la adolescencia, pero ¿podría cumplir siempre?. Me había comprometido a:1- No hacer del lograr guita y status una meta en la que gastarme más de la cuenta y 2- Seguir dándole SIEMPRE a la amistad la importancia que tiene y el tiempo que merece.
De pronto aquellas metas se hacían más difíciles de sostener. Y me acordé de aquella charla con Lelé que decía con absoluta convicción: -A los adultos los odio cuando se olvidan de ser niños, los odio y por eso jamás voy a ser adulta, aunque tenga 97!
Y yo adhería fervorosa y decía: -Yo tampoco, yo tampoco...
Pero...¿podrá evitarse esto de venir adulto?
Y puesta en el brete por la pregunta de Pablo: ¿Cuándo vamos a comprar un auto así má?- yo sentí que tenía que asumir la defensa, la reivindicación, casi hacer la apología del Citroen.
Porque elegir un Citroen es algo más que elegir un objeto de cuatro ruedas destinado a transportarnos por estas pampas húmedas. Elegir un Citroen es una decisión política y poética. Así elegir un Citroen excede lo que se creería en una primera aproximación.
Es una cuestión que tiene que ver con lo científico, en tanto es una elección más reflexiva y fundada que otras, con lo ideológico en tanto está vinculado a la civilización de la flor, diría casi hasta con lo religioso, en tanto entronca con cuestiones éticas y axiológicas. Y es una cuestión que también entronca con lo socio político que pasa por ocupar ciertos lugares del espectro, que no son los de los fastos.
Porque un Citroen no es como los otros autitos de los llamados “chicos”, Fiatinos y Renoletas, que disimulan con su diseño la humildad originaria. Y por supuesto está a años luz de los Ford o los Peugeot que ya responden a otras expectativas. Ni hablar de la relación de un Citroen con un Mercedes o un Toyota.
Un Citroen es feo sin disimulos, sin maquillajes. Pero noble, rendidor, sencillo, resistente, sincero y aguantador. Además de ser feo, es algo así como rebelde, inconformista, contestatario. No intenta aparecer distinto de lo que es. Y no es hermoso, ni es veloz, ni da prestigio.
Por todas estas razones, no es solo un vehículo para trasladarse, un motor sencillo con una carrocería sin remilgos. Es “eso otro” tan impregnado de connotaciones que si no logro explicárselo a mis hijos, me voy a sentir fracasada.
Si tuviéramos blasones, emblemas, escudo de familia, en él figuraría ciertamente como parte de nuestra historia. Y en mi estaría inscripto en el mismo nivel que el odio a la sopa de la niñez y el amor a los poemas de la adolescencia: como ineludible. Relacionado a preservar ciertas cualidades, con no gastarse, con crecer pero no con sentar cabeza. Con venir grande, pero no más de lo imprescindible. Como para ir llegando con gusto a la adultez, sin renuncias que nos avergüencen, a pesar de que, ya se, es difícil sin agachadas y a veces no se puede preservar toda la pureza.
Andar en Citroen es como quedarse en el borde, en le margen de ese universo formal de las burocracias, de las indexaciones, de los dólares, de los plazos fijos, de la loca carrera en la que se termina perdiendo lo más valioso.
Por todo eso es que me sentía, me siento tentada a comprometerme públicamente a no usar nunca otro auto. Como una manera quijotesca de no claudicar, de seguir siendo rebelde, de no ser del todo adulta jamás. (Gracias Lelé)
Porque convengamos que seguir a nuestra edad con un Citroen requiere coraje. Es como hacerle pito catalán a las convenciones, como seguir olvidándose de los vencimientos, como no ponerse corbata. Y a eso no cualquiera se anima. Es quedarse en un estilo compatible con los picnic, con los campings, con el trabajo y la visita a los amigos.
Pero que nos excluye de otros lugares, de otras situaciones. Por ejemplo ¿con que cara llegar en Citroen al Colón...o al Jockey Club...o al Consejo Deliberante? (sin ironía)
Es como si en vez de pasear en yate eligiera el Pequeño Remolcador. Algo así con pertenecer no al Jet-set sino al Helicóptero-set.
¿Vieron la página de Sociales en La Capital?. Bueno, a nosotros nunca, nunca nos van a poner allí...Si alguna vez no llegan a ver es porque trucaron la foto.
1984
1 dic 2020
12. LOS CHICOS ADULTOS (o la apología del Citroen)
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