El 2 de octubre de 2008, Marta me contó algo. En su último viaje a Rosario, Juan Manuel Serrat estuvo en el Museo de la Memoria y se llevó “Seda Cruda. Crónica de cárcel, exilio y regreso”, el libro que ella escribió como un testimonio de su experiencia de una época aciaga: los años de plomo. Ese libro fue el fruto de un trabajo laborioso de reconstrucción, en el que tuve el privilegio de acompañarla.
Su madre había conservado las cartas que ella le había escrito desde la cárcel y desde el exilio. Las puso en sus manos y le dijo: “Tomá, ya no puedo tenerlas”, y esas cartas que contaban tantas cosas, se convirtieron en la columna vertebral del texto.
Fue la escritura de ese texto el que puso la oportunidad para que el vínculo entre nosotras (que se había iniciado como la relación entre psicóloga y paciente) alcanzara otras dimensiones y una profundidad diferente, que es la que hoy tiene. Ya no es una relación terapéutica la que nos vincula, sino una genuina amistad.
Para mí, una relación que había empezado sobre un contexto y con un objetivo preciso: ayudar a una paciente a atenuar la angustia, recomponer sus recuerdos y salir de la amnesia protectora, se fue definiendo como una tarea en que se me jugaban otras cosas.
Nuestro hijos, Mariano y Anahí habían sido concebidos en el 74. Ella y yo habíamos vividos nuestros embarazos en tiempos y lugares tormentosos.
Todavía, cuando empezamos a trabajar en el libro, no conocíamos demasiado de lo que luego se develaría como parte de un universo común.
Marta había tenido a su primer hijo, Mariano, cuando estaba detenida en la Jefatura de Policía de Rosario.
Y desde su captura, había tratado de preservarlo y protegerlo dentro de sí para que nada lo hiriera. A los ocho meses debió ponerlo en manos de sus padres, Mariano se había enfermado y no se le podía proveer la asistencia que necesitaba si quedaba con ella en la cárcel.
Luego vino el reencuentro, la opción de salir del país y su partida con Mariano. El largo alejamiento y el retorno.
Para Marta las canciones de J.M.S. fueron significativas. La acompañaron en la cárcel, en el exilio y formaron parte de su historia.
Este 2 de octubre, el destino, por esas cuestiones misteriosas, viene de la mano de Marta a recordar el sentido que esas canciones tuvieron para nosotras
Y es que aquel 2 de octubre de 1974, está inscripto como uno de los días más amargos de mi vida.
Estaba embarazada de ocho meses. Alberto trajo la noticia, su nombre estaba en una de las listas firmadas por las tres A.
La angustia nos inundó. Tratamos de sumar información y decidimos que Alberto se fuera de Rosario.
La bebé se había empezado a mover dentro de mí, con movimientos distintos, continuos y agitados. Se fueron haciendo más intensos y espasmódicos. Se retorcía cada vez con mayor fuerza. Llegué a sentir que era como una serpiente asfixiándose dentro de mí, como dentro de una bolsa de la que trataba de salir desesperadamente.
Luego se quedó inmóvil y pensé: “Ha muerto”. Y me dije que el mundo despiadado al cual queríamos que viniera, no iba a ser para ella. Y hasta que tal vez fuera mejor que no llegara.
Al día siguiente, después de la convulsiva agitación y de la inmovilidad total que la sucedió, empecé a registrar pequeños, cautelosos movimientos.
Antes de la desolación, el crecimiento de mi hija había sido normal, y los movimientos suaves, como de mariposa del principio y más definidos luego. Ellos habían cambiado con la angustia.
El aceptar la idea de que ya no vivía, durante esas horas en que estuvo inmóvil, es algo que aún no me perdono. Me sigue pesando y tanto más cuanto más desplegó su belleza, inteligencia y bondad a medida en que fue creciendo. Tanto más cuando la vitalidad que la habita sigue derramándose incansable.
En aquel tiempo, rodando sola por mi ciudad sentía todo el dolor de la ilusión quebrada. Dejé nuestra casa y busqué un lugar donde esperar hasta poder pensar con mayor claridad, qué decidir.
Era octubre del 74 y en la televisión de aquella casa ajena, Juan Manuel Serrat cantaba “Las nanas de la cebolla” de Miguel Hernàndez.
El poeta encarcelado cantaba a su mujer embarazada.
Esas canciones me golpearon. Tenían un sentido nuevo y penoso en ese momento de soledad. Tanto que me tuve que esconder para que no vieran mi emoción.
Cuando Marta, 34 años después y siendo otra nuestra relación, me escuchò en el relato de la angustia de entonces, dijo algo: “¿Viste que son más fuertes de lo que pensamos?”
Se refería a nuestros hijos. A aquellos que en el 74 nos habitaban cuando el cielo cayó sobre nuestras cabezas. Se refería a la incertidumbre en que nos sumergían aquellos tiempos sin sosiego.
Nuestros hijos han crecido. Nos acompañan. Son la prueba de que la vida venció.
ADENDA
Y recordé nuestro trabajo en el vínculo terapéutico primero, en la escritura del libro después. En la amistad de ahora.
En la escritura del libro estuvo la recuperación de las palabras.
“ Y estas palabras testimoniales fueron corriendo una cortina. Trabajando sobre el silencio es que aparecieron las palabras. Las suyas, primero las suyas, pero también después sigilosamente las mías.
Si ella nombraba, yo también. Al reconstruir su historia me llevó a que yo asumiera parte de la mía. Su recordar (que es volver a pasar por el corazón y pagar los costos por ello) tuvo una reverberación que me alcanzó. Y así como ella tomó conciencia de que creyendo proteger, había sido protegida por Mariano, para mi fue posible advertir que creyendo ayudarla me ayudaba a mí misma. Creía ayudarla a regresar de aquel otro exilio: el de si misma. Y sucedió también que me encontré con un impensado retorno: el de aquello exiliado de mí que resonó, que hizo eco a su voz recuperada. Abriendo un espacio para su palabra también se insinuó la mía, como por un mismo cauce abierto en el encuentro.
La escritura como avalancha, y el escribir còmo restañar, reparar, cicatrizar al contar, contarse, contarnos la historia desde la resignificación que surgió, que pudo surgir recién entonces.
A partir de un encuentro en donde se recuperó la memoria, se suturaron olvidos y se enunciaron palabras. Lo que nos lleva a redefinir la naturaleza de lo terapéutico más allá de supuestas neutralidades y asepsias. Neutralidades que habrán de escandalizarse por rupturas de encuadre, por contratransferencia desbocadas, contraidentificación introyectiva, pérdida de la distancia y quién sabe cuántas cosas más.
Y aquí puedo hacer mías las palabras y los sentimientos de Juan Carlos Volnovich, cuando se refiere a su trabajo psicoterapéutico con Andrés.
Y si solo cambio el nombre de Andrés por el de Marta podré decir:
“Decir que Marta interpela mi función, mi historia personal, la de mis hijos es decir bien poco. Decir que Marta y yo estuvimos juntas en este proceso terapéutico y que también nos unió la violencia y el exilio, que nos arrastró la turbulencia, el torbellino, la vorágine de la historia, es algo más pero no es todo. Con Marta nos une o nos separa un mismo latigazo. Nos une o nos separa una misma fobia. Fobia nuestra a ir por donde vaya el viento. Culpa nuestra por la sobrevida. Intento mutuo de expiar sufriendo. Pero también y por qué no decirlo, empecinado esfuerzo para no repetir”.
La historia continuó. Y llegó el momento en que ella pudo escribir:
“Con el tiempo y los amigos, el dolor se me ha ordenado, entonces puedo darme permiso, hurgar en el pasado, afrontar mis terrores, caminar las cornisas vertiginosas de mi propio espanto y escuchando mis silencios más profundos, contarles esta historia retomando un viejo y postergado diálogo.
Lo que me sorprende y maravilla es que, finalmente, seguimos andando, que hay ciertas constantes felizmente inamovibles, como que el río sigue siendo inmenso, el sol sale casi a diario, el invierno es cortito y los 21 de septiembre, en estas latitudes empieza la primavera. ¡Es tanto lo que hay, aunque no alcance!
Y porque es tanto lo que hay, todavía resisto y quiero.
Sobreviví, si, sobreviví a mis sueños, con la esperanza malherida y la ilusión entera.
A esta parte del mundo pertenezco. Aquí me reconozco, aquí me sustento, aquí espero, con mis ganas de vivir, con mi necesidad de amor, con mis proyectos, con mis miedos, con ustedes, aquí me quedo.
¿Acaso al mundo no lo mueven deseos?”.
Parece extraño llegando a este punto, advertir que en un trabajo que empezó tratando sobre el silencio y el olvido, se llegue a fomular sostener la continuidad de la vida, que es la continuidad de nuestros deseos y la posibilidad de formular proyectos.
Tal vez (digo solo tal vez), la continuidad de la vida y la lucha por las metas sean posibles, si y sòlo si volvemos a habitarnos y nos reencontramos con las energías que creíamos ausentes, con las fuerzas de las que nos creíamos despojados, con la historia que nos constituye. Haciendo válido aquello de “Nada que provenga de mi debe faltarme” , y recordando que : “Escribir es un forma de no claudicar”.(Liliana Mizrahi)
Es nuestra forma de no claudicar.” (1)
2008
1- María del Carmen Marini: “Olvido y Silencio” en “Crisis social y sufrimiento psíquico” publicación de la Segunda Jornada de “Psique” Ed Laborde, 2002
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