22 dic 2020

Otra vuelta de espiral

 Dedico este trabajo a Marta y Violeta porque aquella noche, me estimularon para escribirlo.

 
El tema de la violencia, sobre el que vengo reflexionando vuelve a convocarme a partir de lecturas e intercambios. Esa violencia que nos constituye y de la que somos testigos, sigue presente como problemática que interpela. Que me interpela.
 
Voy a traer una frase provocadora. Una de las frases más duras que escuché y es la siguiente “quien no se ha imaginado a sí mismo empujando a mujeres y niños indefensos a la cámara de gas, es porque no se conoce  lo suficiente”. La escuché, la pensé y dimensioné con angustia las imágenes que convocaba.
Porque hay formas de la crueldad que nos repelen, por que nos confrontan con las peores dimensiones de lo humano. Pero de algo de lo humano sobre lo que podemos preguntarnos: ¿también nos habita?
Podemos preguntarnos si tenemos el atrevimiento de hacerlo.
 
Como otra perspectiva sobre el tema recupero el recuerdo de otra frase:
Khalil Gibran plantea que el honor del cordero estriba en no ser lobo.
Y cito  las palabras de un joven convocado a un ejército: ( y no importa a cuál ejército…)
 
“Pienso mucho en la clase de héroe que yo podría ser. ¿Seré capaz de matar a alguien, aunque sea en legítima defensa? Todo me hace pensar más bien que yo seré el que va a morir, simplemente para no matar.” (1)
 
En ese sacrificio de la propia vida, en contraposición al imperio de la violencia, residirá la única alternativa?
Es pertenecer al grupo de los agresores, o al de los agredidos la única posibilidad?
¿Pero cómo se hace espacio la idea de justicia que posibilite la continuidad de la vida? Que preserve el honor del cordero sin que deba morir y no haga necesario al lobo matar?
 
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Y aún cuando parto de la certidumbre acongojada de la impureza de nuestra condición creo que caben otras consideraciones.
 
Por ejemplo la capacidad de resistencia de quienes como en Rosencof y Huidobro, en “Memorias del calabozo” (2), o en “Nosotras,  presas políticas (3) plasmaron por escrito sus historias.
 
Rosencof refiere la sensación de “estar todavía en el calabozo”, pues de los sucesos de aquel tiempo transcurrido durante los largos once años en que fue rehén del ejército uruguayo, solo tuvo tardíamente una versión incompleta y fragmentaria de la realidad de afuera de la cárcel, de las diferentes cárceles que habitó de traslado en traslado. (y fueron 45)
También da cuenta del tremendo esfuerzo, para resistir, para “construir la esperanza a pulso” para “escalar cada minuto, cada hora, cada semana, cada año…” con los propios recursos, “con lo puesto adentro” pues solo podían contar consigo mismos para sobrevivir, para no enloquecer.
 
Allí, y en “Nosotras, presas políticas”, como en tantos otros testimonios que van dando lugar a la palabra antes silenciada, se leen las estrategias para no sucumbir bajo la presión destructiva y perversa sin tiempo y sin medida. Y se lee la espera por un tiempo en que “llegará el alba”.
También esta capacidad  debe ser incluida en nuestra recorrida por estas reflexiones sobre violencias padecidas, ejercidas, y sobre la justicia que las acota.
 
Acepto con Feinman que somos simultáneamente, cada uno de nosotros, un Dr Jeckyll y un Mister Hyde. Inclusive que es profundamente perturbador que el que aspectos tan contradictorios sean parte de una totalidad.
 
“…los grandes novelistas no han insistido sólo por incomodar a las conciencias burguesas con el tema de la complejidad del hombre. El caso más célebre es el de Stevenson y su dualidad Jekyll-Hyde. Pero  el mensaje menos transitado de la novela es: en todo Jekyll hay un Hyde. Esto elimina el dualismo. Henry Jekyll no es un ser dual. No es Jekyll o Hyde. Lo realmente intolerable es Hyde en Jekyll. No casualmente Stevenson llamó Hyde a la cara perversa de Jekyll. Hyde, en inglés, es igual a hide. Y hide significa esconder, encubrir, ocultar. De esta forma Hyde está encubierto, oculto en Jekyll. Pero está en él. La dualidad (eso que los separa) la produce la fórmula que descubre Jekyll. La fórmula libera lo que está oculto en Jekyll. No lo crea. Menos aún nos muestra en forma acabada o pura lo que en Jekyll, en su conciencia está insinuado. Sólo extrae de Jekyll algo que Jekyll es. Jekyll es Hyde. Hyde se oculta en Jekyll, pero es tan Jekyll como Jekyll, quien da la cara, cotidianamente por los dos.
En “Lord Jim”, la novela de Conrad, el centro de la trama es un acto de cobardía del héroe. Se le hace un juicio. Se presenta a declarar un marino de rango y se le pregunta qué habría hecho él en lugar de Lord Jim. “¿Habría actuado usted también cobardemente?” El hombre piensa, demora en responder y, por fin, dice: “No sé” “No sé qué hubiera hecho en su lugar, No me conozco tanto. Todos podemos cometer un acto de cobardía”.
Se trata de un tema espinoso. Su formulación podría ser: el mal está en todos nosotros. Todos somos capaces de hacerlo”

Y Continúa Feinmann:
 
El hombre es malo. Se trata, lo sé, de una conclusión pesimista. No creía que era tan malo. Tan hondamente malo. La vida no tendría que- además de envejecernos, volvernos amargos. No hay que permitirlo. Pero vivir es terminar por verlo todo. El motivo es sencillo: uno vive y en ese largo desarrollo ve, en su interior, en uno mismo, todas las caras posibles del animal humano. Lucha por evitar las peores y lucha por dar las mejores. Pero lo que vio -en sí mismo y en la vida: en la vida que lo atrapó en su urdimbre- no lo puede olvidar. Hace lo posible, pero sabe que el horror y su posibilidad están en uno y están en todos. Lo maravilloso de este paisaje de brumas es que sabiéndolo, se puede caminar todavía por el lado soleado de la calle, tener amigos y creer en las causas justas, posibles o no. (4)
 
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Pero caben otros desarrollos al respecto? Cabe discriminar entre diferentes formas de hostilidad, de violencia y de crueldad?
 
Reflexionar sobre la hostilidad nos pueden llevar a aquellas que atañen a toda supervivencia, y también a otras, diferentes, que tienen que ver con la hipertrofia de la maldad.
Con respecto a las primeras, la cuota de hostilidad y agresión como constitutivas de nuestra naturaleza para la defensa de nuestra vida fueron bien descriptas por Freud, cuando expresó que lanzar al mundo a un ser humano sin su correspondiente cuota de agresión, sería comparable a dejar a un niño en el ártico sin abrigo y a merced del frío.
 
Pero con las otras, con aquellas formas de violencia que remiten a la crueldad gratuita y que producen injusticias flagrantes, vale interrogarse ¿cómo pensarlas?, ¿cómo situarse ante ellas?, ¿cómo y desde qué lugar responder?
 
¿Qué violencia es la que niega la alteridad y se desentiende del respeto a la diferencia? ¿Es aquella violencia vinculada a aquellas formas hipertrofiadas de la maldad que mencionamos? ¿Es la forma que aún nos requiere la reconstrucción de una historia mutilada que se pretende negar?
 
Mauricio Rosencof trae una frase: “Al que recuerda se le debiera arrancar un ojo. Pero al que olvida, se le debieran arrancar los dos”. (5)
Y esto si que nos lleva al tema de la verdad y la memoria, imprescindibles para que haya justicia. ¿Para que impere la ética?
 
Si tal como describiera Daniel Kersner (6): “Ética es lo que hacemos con nuestra libertad, signada por un corpus de valores”, la condena a la violencia, la búsqueda de la verdad y la consecución de la justicia, estarán en su centro.
 
El hecho de preservar la memoria y aspirar al develamiento de la verdad, lleva implícita la búsqueda de esa justicia que repare a unos y castigue a otros.
Tarea difícil para quienes padecieron la historia, y quedaron, como no podía ser de otro modo, cristalizados en el lugar de testigos.
Tarea  imposible si el duelo ha quedado en suspenso y los muertos no han podido ser enterrados y los sobrevivientes no pueden procesar la angustia, cuando el amado perdido sigue formando parte de la fantasmática, como un muerto-vivo.
Tarea compleja por la necesidad simultánea de elaborar duelos, de custodiar la memoria de los que no están, de clamar por la reparación ineludible, que no termina de llegar.
Tropezando consigo mismos quienes son testigos, en la necesidad de olvidar y el imperativo de recordar para no traicionar a los compañeros que fueron aniquilados.
Sabiendo que no existe la posibilidad de encontrar palabras que sean fieles, pero sabiendo también que la búsqueda es insoslayable.
Soportando la culpa del sobreviviente, enunciando relatos rotos, a la espera de una escucha siempre esquiva de quienes se preservan a si mismos de resonar al horror. Silenciadas sus palabras cuando nombran verdades difíciles de escuchar.
 
“¿No existirá para el sobreviviente una prohibición ética de transformar la terrible experiencia del cuerpo y del alma en una representación coherente?
En las respuestas de muchos sobrevivientes podemos percibir, en efecto, la sensación de que si lograran expresar algo coherente, traicionarían una realidad imposible de comprender. Es como si se sintieran culpables de una transgresión ética. Una representación, o una historia coherentes, la transmisión de algo que tuvo lugar, que resultó posible, pero que sigue siendo inimaginable, pueden ser efectivamente vividas como una transgresión. Escuchemos a S.: “Lo que dije no es nada. Es difícil explicar algo así.” (7)
 
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En los juicios de los Tribunales que juzgan crímenes de lesa humanidad, sea en Nüremberg como en Argentina o en tantos otros lugares, vuelve a pensarse en la reparación de las víctimas y el castigo a los responsables. Y empieza a esbozarse el tema del perdón.
La reactivación de los juicios a los represores pone en marcha una serie de reflexiones.
¿Y cómo entra en ellas la necesaria aceptación de la culpa, el arrepentimiento y la reparación? Puede perdonarse al que se reivindica en lo actuado y no reconoce responsabilidad alguna? ¿O en tales casos se perpetúa la afrenta?
Perdonar a quien no lo necesita, ni lo quiere, ni lo pide, ¿ayuda igualmente a quien debe elaborar el duelo de sus muertos? ¿Alivia su carga? ¿Perdonar lo libera, aún cuando el perdón no sea ni solicitado, ni merecido? ¿Si no hubo ni hay ningún intento de reparación, ese perdón tendría sentido?
Si en estos padecimientos a la par del trauma inscripto a fuego en las víctimas, pulsa la desmentida y no hay reconocimiento de la falta por los causantes del daño: ¿cuáles son los costos de uno (el trauma) y de otra (la desmentida)? Si a la par del crimen, hay una negación del mismo ¿Cómo situarse para seguir adelante?
 
Desde las heridas de la historia, este interrogante sangra en los hijos apropiados. La posibilidad de develar su condición de hijos de desaparecidos,  ha implicado un desgarro insoslayable. En algunos como resultado de una búsqueda ineludible que iniciaron por sí mismos. En otros con el sentimiento de ser desleales a quienes formaron parte de sus vidas, y con la resistencia a saber, porque ese saber implicaría reescribir su historia y cuestionar a los que creyeron sus padres.
En unos y otros, encontrar la verdad, despejar la mentira, develar incógnitas implicará una tarea laboriosa.
 
Frente a la acusación que circula de afanes vengativos en las víctimas de otra hora, vale cuestionar dicha aseveración.
Los actuales juicios a violadores de los derechos humanos, hace circular la idea de un propósito de venganzas que continuaría la saga de destrucción.
No obstante hay diferencias abismales, esos juicios se llevan a cabo con las garantías de un proceso que no fue el acordado a las víctimas de aquellos crímenes. Media una ley que es la contracara del avasallamiento de entonces. Quienes entonces eran señores de la vida y de la muerte son hoy ancianos, con el deterioro propio de los años transcurridos.
 
Es la mediación de la ley y la continuación de los procesos que aseguren que se haga justicia, mucho más importante que el tiempo que pasó desde entonces.
Ya que hay crímenes imprescriptibles. Inefables porque no se ha podido hablar de ellos. Inaudibles porque persiste la sordera a su clamor.
 
Si retomando el planteo inicial de la complejidad y dualidad humanas, podemos aceptar que la subjetividad incluye oscuridades temibles, también podemos aceptar que hay diferencia entre la violencia que queda en la interioridad como parte de lo universal humano, que la que se lleva a cabo como ataque cruento al otro, saltándose cualquier tipo de consideración al prójimo cuando es pensado como enemigo.
No es lo mismo desear el mal al contrincante, luchar con él, que aniquilarlo cuando está inerme. (Y vale preguntarse ¿cuánto de lo humano queda aniquilado también en el agresor cuando tortura, olvidado de toda misericordia?).
Es el ejercicio de la ley lo que permite diferenciar, en el caso que referimos, justicia de venganza.
                                                       
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Si bien el anhelo de venganza es un sentimiento humano, cabe la posibilidad de resistir cuando nos invade.
Será solo la mediación de la ley será la que evite que el mundo, en escalada de violencia. se convierta en una “necrópolis inmunda” en palabras de Rubén Chababo.(8)
 
Cuáles serán los caminos a transitar?
El resentimiento y el remordimiento no dan de por sí las respuestas afines a una vida con proyectos.
Tampoco la venganza.
 
Si consideramos los crímenes del terrorismo de Estado, la venganza no ha sido jamás predicada como camino por sobrevivientes, ni por familiares.
Si nos referimos a aquellos crímenes que delincuentes armados perpetran, creo que no puede omitirse la condición de excluidos. ¿Puede pensarse como revancha? Entiendo esa violencia como síntoma de una situación social, en la que el delito implica una desvalorización a la vida ajena (y de la propia, en tanto excluidos).
Y en cuanto a la de los vecinos ansiosos por armarse y que avanzan en la idea de represalia, ¿qué reflexión nos cabe?
 
Cada vez parece más urgente la frase de Galeano : va estrechándose la brecha por la que circulamos quienes hacemos equilibrio entre los que tienen miedo y los que tienen hambre. Los que tienen miedo de perder lo conseguido, a veces con trabajo y sacrificio, y los que nada tienen que perder, ni siquiera la dignidad que da el trabajo
Y surgen comentarios que delatan una banalización del problema, que lleva a comparaciones imposibles.
Se comenta la violencia de los delincuentes armados, se justifica la de los “justicieros por mano propia” y se  compara el clima de temor, a aquel generado por la violencia del terrorismo de estado. Se escucha decir: “son lo mismo”. Y la frivolidad impera en el comentario que replican los medios, hasta el hartazgo.
 
La violencia del delincuente que asesina, tanto como en el vecino que propone o que da su consentimiento al linchamiento, la mentada “justicia por mano propia”, ¿en que medida no son violencias que se  replican en espejo? ¿No funcionan como procesos complementarios de un envenenamiento en las relaciones sociales?
Sin respeto, ni uno ni otro a la lenta ley. Pero ley que es el único tope legítimo para que el mundo no se defina como selva.
 
Pero son  radicalmente diferentes de la violencia de los años de plomo.
 
Puede aún establecerse otra diferencia en términos de psicopatología entre la violencia con un desborde de locura, tanto del delincuente armado como del vecino que toma justicia por mano propia, se pueden distinguir ambas, de aquella otra violencia perversa que contó con la protección y el ocultamiento de los poderosos en una supuesta “guerra”.
En el asesino desenfrenado, (delincuente o vecino “justiciero”), su demencia, su alienación aunque temporaria, es tan obvia que lo deja públicamente expuesto.
Se trata de una violencia psicótica, sin equivalencias a la violencia perversa del represor, oculto y respaldado por un Estado terrorista.
Estado que ocultó sus crímenes en el fondo del mar. En tumbas clandestinas, donde no se tuvo el derecho a un nombre, a una ceremonia de inhumación, a un duelo.
 
Pero aún cuando la cuestión suscite emociones encontradas, insisto en los  planteos formulados en “Caminos recorridos”, un trabajo anterior:
 
“Hay una violencia legítima? Desde mi punto de vista, no hay violencia buena, ni violencia justa, ni violencia legítima. La violencia es –en si– mala. Expresa una derrota: la de no poder tomar al Otro como un fin en sí mismo, la de no poder respetarlo en su humanidad. Esto no anula el deber de luchar contra la injusticia y el despotismo. Pero esa lucha –al ser violenta– siempre corre el riesgo de instaurar un nuevo rostro del despotismo y, por tanto, de la injusticia”.(9)
 
Coincidente con esta posición, pero con un matiz propio, Aída Bortnick expresa respecto a las autoridades militares durante la dictadura:
“Yo no soy como ellos, yo creo que ellos son seres humanos que merecen un juicio, ser declarados culpables y tener las penas que la ley impone.
Son seres humanos de los que yo podría desear que no hubieran nacido jamás, o que jamás hubieran tenido el poder que tuvieron, pero nada, ni nadie, ni mucho menos ellos, van a conseguir que yo cambie tanto para parecerme a ellos. No me parezco a ellos y esta película no se parece a la que ellos harían si pudieran hacer su versión de la historia” (Se refiere a “La historia oficial”) (10)
 
En la conversación  con un sacerdote, vi confirmada dicha perspectiva. El trabajaba en barrios periféricos en su misión evangelizadora, durante la dictadura y por ello, fue sometido a durísima represión al ser encarcelado. Muchos de sus compañeros de prisión murieron. Pero lo escuché formular un planteo similar cuando dijo: “Ellos podían torturarme, podían matarme, podían dejarme preso para siempre, pero no podían lograr que yo los maldijera. En eso yo no debía dejar de ser quien era y sostener lo que sostenía.”
 
Este categórico repudio a toda justificación de la violencia de Feinmann, Bortnick y el anónimo sacerdote sobreviviente de las cárceles del sur, es uno de los diferentes posicionamientos ante el drama que nos abate desde afuera y nos asalta desde adentro.
Tal vez no haya una única respuesta al tema y sea necesario continuar la tarea inacabada e inacabable de buscar nuevas perspectivas en relación a un tema que sigue pulsando como uno de los fundamentales e ineludibles de nuestra humana condición.
 

Apéndice con anécdotas

 
1- Años atrás me llegó el siguiente relato; En una escuela privada de San Isidro, un grupo de muchachos de unos 15 años, encerraron a uno de los compañeros en una casilla y lo dejaron allí, hasta que los golpes y gritos desesperados del chico, lograron atraer la atención de un preceptor.
Los directivos, además de sancionar a los alumnos del grupo agresor convocaron a sus padres para relatarles lo sucedido, advertirles la gravedad de los hechos y pedirles que hablaran con sus hijos para evitar otros  similares.
El líder del grupo, escuchó al padre que lo interrogaba disgustado. Y después de reflexionar un momento, lo miro fijo y le preguntó: -¿Vos hubieras preferido que fuese yo el que quedó encerrado?
 
2- En octubre de este año, celebrábamos en un bar un acontecimiento familiar.
Advertimos un tumulto en la calle. Un chico en bicicleta le había arrebatado la cartera a una mujer en la cuadra anterior, y un joven que  pasaba en su vehículo y que advirtió el hecho, siguió al ladrón, lo acorraló y después de hacerlo caer la emprendió a puñetazos y patadas. Nos levantamos y nos acercamos cuando vimos que le golpeaba la cabeza contra el pavimento.
El ladrón era trigueño, menudo y vestía unos de esos buzos con capucha, viejo y gastado. El joven que bajó de la camioneta era alto, rubio, con ropa deportiva. Gritaba desaforadamente y tenía las pupilas muy dilatadas. Pudimos evitar que le siguiera golpeando la cabeza contra el suelo, pero no que siguiera gritándole. Alguien ya había llamado a la policía.
Se acercaron vecinos que apoyaban al joven “clase media” y que insultaban al otro. No faltó quien dijera: -A estos villeros hay que matarlos a todos.
Y quien agregara: -Sí, habría que tirar napalm en sus barrios.
Se creó una situación tensa entre los vecinos que nos habíamos acercado, antagonistas entre quienes queríamos evitar que le siguieran pegando y los “justicieros” que querían hacerlo. El joven de la camioneta blanca, las pupilas dilatadas y el desborde se había ido. Cuando llegó la policía y se llevó al ladrón los vecinos nos fuimos dispersando.
Volvimos agitados al bar.
Pero sucedió que la polémica continuó dentro entre quienes sosteníamos posiciones contrapuestas.
 
Si en una ciudad, en un barrio y hasta en un grupo de amigos, las opiniones respecto al tema fueron tan diversas ¿no serán una muestra de lo que puede registrarse en sectores más amplios?¿No es tiempo de abrir el debate?
 

Notas

1-   Yolanda Gampel, Esos padres que viven a través de mí. La violencia de Estado y sus secuelas. Paidós, 2006
2-   Mauricio Rosencof. Eleuterio Fernández Huidobro: Memorias del calabozo, Alfaguara,2008
3-   Nosotras, presas políticas Nuestra América Editorial, 2006
4-   José Pablo Feinmann: “El lado oscuro de la calle”. Página 12. 25 de junio de 2006
5-   Mauricio Rosencof. Eleuterio Fernández Huidobro: Memorias del calabozo, Alfaguara,2008
6-   Panel: ¿Justicia o Venganza? Museo de la Memoria, octubre de 2009
7-   Yolanda Gampel, Esos padres que viven a través de mí. La violencia de Estado y sus secuelas. Paidós, 2006
8-   Panel: ¿Justicia o Venganza? Museo de la Memoria, octubre de 2009
9-   Feinmann José Pablo: “La sangre derramada”, Seix Barral, Bs. As 1998
10- Bortnick Aída: “Cine Argentino y Derechos Humanos” Editorial Ciudad Gótica,    2007 (citado por María Florencia Culasso).

 

Diciembre de 2009

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