1 dic 2020

21. HISTORIA CON GATOS (versión doméstica de las dos últimas historias)

                Siempre quise tener un jacarandá, y uno creció solo en el patio, en un verano generoso. También quise que alguno de mis hijos tuviera los ojos azules del padre. Por algo había elegido tal padre para mis hijos. Pero en vez de eso tengo un gato que cuando era bebé tuvo los ojos azules. Algo es algo.
Las historias con gatos empezaron hace tiempo.  Primero llegó Malandrín, ( ver “Acerca de lealtades y traiciones”) un gato atorrante de ojos amarillos. Después Ornella (como la Mutti en “El futuro es mujer”) con rutilantes ojos verdes, y como ella embarazada.( ver “La Intrusa”). Yo me inquietaba, vagamente censuradora, y le hablaba acerca del embarazo que portaba, siendo madre soltera, sin atreverme a usar el termino deshonor –tan anticuado- pero en verdad algo recriminadora. Ella me miraba indiferente y después me daba la espalda y me dejaba hablando sola. Y como este asunto de las madres solteras es tan controvertido, yo terminaba callándome y ella seguía impasible y digna.
               En realidad Ornella parece una gata, pero tengo la sospecha de que se trata de una princesa rusa sobreviviente de las masacres de octubre, que alcanzó a escapar, junto con Anastasia y otras damas de la nobleza.
               Por último llegó su hijo, el bebé (ver “Mefistófeles”) nacido en el placard de Pablo, primogénito y único de madre aristocrática. Sus veleidades tal vez se deban a su condición de sobreprotegido de dos madres ansiosas, Ornella y yo. A consecuencia de tantos cuidados maternales ha tenido un desarrollo peculiar para un gato, al punto de que las malas lenguas lo catalogan como ambiguo, demasiado delicado...Yo me indigno porque lo que creo es que está confuso en cuanto a su identidad. Y no es para menos, entre Ornella y yo cuidándolo con tanto esmero y siguiéndolo con mirada aprensiva en sus correrías. Y si está confundido es entre si es gato o chico, entre su filiación felina o humana.. Nos sucede de echarnos a temblar sólo de saberlo allí, amenazante y silencioso, tanto más amenazante cuanto más silencioso.
               He admirado los ojos azules desde siempre. Y abrigaba la esperanza de que alguno de mis hijos los heredaran, pero los dos tienen ojos castaños. En cambio, este bebé gato, cuando abrió los suyos, tuvo los de color más azul que yo hubiera visto, y aunque luego viraran al verde y más tarde al amarillo, me brindó en ese momento la satisfacción de un deseo largamente acariciado. Fue como si se realizara, en forma tardía, temporaria y por un sendero no tradicional un viejo anhelo.
               Su madre, su otra madre digo, le habla en distintos tonos y la he visto tomarlo con las manos para ponerlo a la teta. Y también sostenerlo firmemente, como yo lo sostengo a Pablo para peinarlo, cuando él, como Pablo, se quiere borrar. La he visto protestar airada una vez que la dejamos inadvertidamente afuera y separada de su hijo. También avergonzarse con mirada culposa cuando lo retábamos porque había hecho pis en el felpudo. En una oportunidad en que lo retamos más fuerte porque había roto unos papeles lo llevó al patio para lamerlo consoladora y como desautorizándonos.
               Y el bebé, por su parte, ha tenido respuestas conmovedoras. Una vez se alteró visiblemente cuando en un programa de televisión escuchó llorar a un niño. Pero cuando me metió del todo en el bolsillo fue cuando se inquietó por Pablo, que lloriqueaba en una silla con dolor de panza. La daba vueltas alrededor, se subía a su falda, le tocaba a cara y  parecía querer abrazarlo, como si advirtiera lo difícil de la situación y se angustiara y solidarizara como un hermano preocupado.
               Ahora ya se comporta como un adolescente desmañado e indolente. Tras su primera escapada volvió a las cuatro de la madrugada, pero está tan mal acostumbrado, que en lugar de volver con expresión contrita o al menos ser cauteloso y tratar de pasar desapercibido, se creyó con derecho a ser atendido ¡a esas deshoras!. Y maullaba plañidero al lado de la cama grande, hasta que mi marido se hartó y lo fue a atender.
               Yo me quedé furiosa por su desconsideración, porque si se va de joda, que después se aguante, al fin, él elige. Para colmo, ahora me mira con los ojos entrecerrados, desde su experiencia de haber ido a correr aventuras, misterioso y en silencio. Medio despectivo, porque al fin, yo solo soy una madre burguesa que no sabe casi nada de la vida. Su otra madre lo deja correr, sin hacerse grandes problemas, se ve que es más sensata que yo.
               En cuanto a Malandrín, el gato adulto, al verse desplazado por la aparición de Ornella y el nacimiento del bebé, se dejó de cuidar y acicalar como lo hacía, como si se hubiera echado al abandono. De sus correrías volvía herido y maltrecho. Lo atendíamos con algo de culpa, pero volvió a irse otras veces, tal vez resintiendo que ya no era el único. Para colmo Ornella parecía no considerarlo digno de su alcurnia y hasta el bebé arqueaba el lomo y le mostraba las uñas.
               Un anochecer, con expresión que tal vez reflejaba su decepción de vivir, nos hizo pis encima de los pies a cada uno y se fue para siempre. No entendimos su conducta irracional...pero...¿quién sabe lo que piensa un gato?
1987

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