1 dic 2020

22. CARTA A GLADIS

                Hace tiempo te dejé un nene de 6 años, preguntón, menudo y castaño, sin señas particulares, que respondía al nombre de Pablo. No Pablo Picasso, ni Casals, ni Neruda.
Pero más importante para mí que todos ellos, aunque ellos hayan sido genios, porque se trataba de Pablo, mi hijo.
               Y vos sabés que “La maternidad es un extraño compromiso de narcisismo y altruismo, sueños, sinceridad, fe, devoción y cinismo”, todo junto como en el tango Cambalache, que hace que cuando debemos dejar a nuestros hijos, las madres sintamos que nos jugamos enteras. Al dejar a un hijo, una parte de si misma va a quedar separada y expuesta.
               Tal vez aceptar el crecimiento de los hijos sea entrenarse en ir dejándolos cada vez más tiempo en distintos espacios. La escuela fue uno de los primeros espacios en que lo dejé a Pablo, de tu mano hace cuatro años. Y lo dejé un poco aprehensiva y un poco celosa porque ¿quién era esa maestra?, ¿tendría experiencia?, ¿tendría paciencia?, sabría entenderlo?. Hoy me lo devolvés más grande, más fuerte, más bueno. Y todas esas preguntas tuvieron respuestas.
               Cuando te conocí aquel primer día de clase del primer grado, la inquietud nos invadía a todos quienes esperábamos en ese patio.  Los chicos expectantes, las madres especulando qué hacer, para parecer menos nerviosas, y las maestras preguntándose quiénes les darían más trabajo, si los chicos o sus madres.
               Vos agrupaste a los chicos a tu alrededor y los llevaste a conocer la escuela y nosotras respiramos más tranquilas cuando los vimos seguirte confiados y alegres.
               Después vinieron estos años en los que te fuiste dando cada día, en cada clase. Se te llegó a ver con bastante vanidad (te hacía falta un babero) cuando hablabas de los progresos de “tus chicos”, que habían sido “nuestros chicos” y que desde entonces y para siempre serían tuyos y nuestros. Pero eso fue algo que se iría dando en este tiempo. Y las madres pudimos entenderlo, a pesar de que, como te decía, el grupo “madres” categorizado dentro de la especie humana, género femenino, número singular, o peor, plural... es bastante peculiar. Especialmente en lo referido a los hijos, territorio compartido con el grupo maestras.
               Este grupo “maestras” dentro de la citada especie humana, tiene como principal característica la de padecer distintos y agobiantes fardos.
Padecen el trabajo demoledor, porque aunque sean tan simpáticos como los nuestros, reconozcamos que 30 pibes son muchos. Padecen las presiones de la jerarquía, de los supervisores pidiendo la ejercitación, de los directivos exigiendo el cumplimiento del papeleo, y los gritos de los porteros  que no dejan pasar cuando están con el lampazo. Padecen lo magro de las asignaciones, que siguen pareciendo un chiste. Maestras que a veces tropiezan con la indiferencia de la comunidad que les demanda más y más en aras de una mistificada vocación, llamándola apostolado para encubrir que se trata de un trabajo: creativo, enriquecedor y complejo, pero trabajo al fin. Y que sea un trabajo no requiere que se dejen afuera los sentimientos. Así que con dichos sentimientos puestos y a cuestas retoman cada día la tarea de formar personas . Y padecen también (en este recuento parcial e incompleto) la intrusiva presencias del grupo “madres”, especialmente demandante y absorbente. Es que las maestras son para las madres y las madres para las  maestras muy especiales. Hay maestras que pasan a ser, como vos, una presencia importante  para la familia. Sobre todo a través de los comentarios de los chicos que nos azuzan a la competencia cuando afirman: -Mi maestra me lo dijo.- Y entre líneas puede leerse: -Entonces vos callate.
Y a esa maestra que sos, es a la que hablo saliéndome del lugar solemne de discursos rimbombantes donde se habla de lauros sagrados, de epopeyas heroicas, de prístinas vidas y de prohombre ilustres como se suele hablar en el día del maestro. Al fin los patriotas que hicieron posible la educación del pueblo ya tienen sus historiadores y a mí me interesa más hablarle a una maestra como vos, maestra de estos chicos que son los nuestros. Chicos, que debo confesarlo no siempre miraron con simpatía a Sarmiento, ese señor ceñudo que “se inventó la escuela”, como decía aquel niñito de primer grado. Pero chicos que, también debo confesarlo, siempre amaron fervorosamente a su primera maestra. Maestra que se convirtió en aliada cuando logró de nuestros hijos aquello en lo que a veces fracasamos: convencerlo de que las orejas limpias, los cordones atados y el pelo cepillado no son una antigüedad. Chicos que a veces nos vieron como cómplices y secuaces en el delito de amargarles el fin de semana con tareas difíciles.
               Al fin las concepciones sobre educación han variado desde aquellas que situaban al maestro en el lugar del saber y definían al niño como tabla rasa. Hubo otras impregnadas con algo de verdad y algo de cinismo que definieron la educación como la represión sistemática de la personalidad infantil en la que intervienen padres, escuela y programas televisivos para niños.
               Una posición más ecuánime nos llevaría a plantear que el mejor sentido que podemos darle a la propia vida es el de un aprendizaje y una enseñanza permanentes en que damos y recibimos -dentro y fuera de la escuela- todo lo que consideramos valioso para vivir. Proceso en el que todos estamos involucrados pero en que debemos respetar el derecho de cada uno de equivocarse por cuenta propia.
               Creo que más allá de ironías podemos luchar por una educación que sea un encuentro entre personas en el que se buscan sentidos en un mundo caótico, en una realidad contradictoria que la hizo decir a Mafalda: -Al fin uno no sabe si lleva su vida adelante, o si la vida lo lleva por delante a uno...- y también reflexionar:- Si para manejarse en la vida a uno mismo, hubiera que rendir examen ¿quién sería el machito que tendría carnet?.-
               Así pues, me gusta pensar la educación como espacio de intercambio en donde a veces se alternan los papeles y el que está enseñando aprende y el que aprende puede decir una palabra de sensatez y cordura. Nuestros niños pudieron pronunciarla muchas veces. Y yo creo que la maestra que, como vos, pudo escucharla, la maestra que, como vos, encuentra que los chicos la alegran, la divierten, la entusiasman, tiene suerte. Son las maestras que pueden llevar adelante a tarea con espíritu de libertad.
               Supe que podría escribir esta carta porque sos una maestra muy querida por los chicos y les cuesta mucho dejarte. Y si sucede esto es porque pudieron hablar con vos y vos con ellos, más allá de operatorias, germinaciones, divisores y dividendos, ecosistemas...y todas esas cosas horriblemente difíciles  e imprescindiblemente curriculares. Y todo esto, el que pudieran hablarse y escucharse, en ese ámbito de afecto y alegres descubrimientos, me hizo pensar que mi hijo también había tenido mucha suerte, y que había estado en  buenas manos.
               Maestras y madres hemos coincidido en el interés por los chicos y nos hemos invertido a nosotras mismas en esa creación artesanal que es la custodia y guía de los que vienen y también tienen mucho para enseñarnos.
               Y lo cierto es que vos entraste a formar parte de sus vidas mientras enseñabas el abecedario, las tablas, el valor de la solidaridad y les hablabas de las cosas que los chicos escuchaban fascinados. Así nos fuiste ganando también a las familias, que te incorporamos como a alguien que entra en las realidades cotidianas. Y no te voy a decir más, porque nos emocionaríamos como sonsas y se supone que vos y yo somos muy serias, formales y responsables y no perdemos tiempo en pavadas. Y se supone también que las dos somos adultas que piensan que no es cuestión de andar haciendo papelones porque deben despedirse.
               Valga ésta como despedida, de quién cobardemente pone papel en medio, para eludir el riesgo del chubasco de otro modo de homenaje y de saludo.
1987

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