1 dic 2020

6. LAS UNAS Y LAS OTRAS

                Había escuchado los más variados comentarios.
               Como a Alberto no le atraen demasiado ni Lelouch, ni el ballet, y como además ¡oh sorpresa!, entre todas las películas prohibidas llenas de crímenes sangrientos, adulterios con el cartero y tráfico de chupetines impregnados de drogas duras, ésta era sin restricciones, la invité a la flaca, mi hija, casi 8 años y toda la armonía que puede entrar en un metro veinticinco.
               Nos sentamos juntas, acomodamos los trastes para un buen rato y miramos la película, mientras masticábamos tratando de no hacer ruido los caramelos que habíamos llevado.
               Seguimos con interés la historia. Muchos personajes, muchas situaciones y Jorge Dom bailando el Bolero de Ravel como un Dios ante la torre Eiffel, en un alarde de genio, habilidad, poesía , que nos dejó a las dos totalmente fascinadas. Salimos del cine sumergidas todavía en el clima de la escena final.
               Era la última función de la noche, de modo que el paseo se constituía en toda una aventura para las dos minas de la familia, solas y caminando el centro a tan altas horas.
               Nos fuimos a un bar a tomar café y comentar lo que habíamos visto. Y el hecho es que la danza y quien la danzaba nos había capturado. Le aseguré a mi hija: -Siempre he sido una madre muy consecuente, pero mirá que si se me cruza el Jorge Dom, ya no se...-. Ella se rió con cierta incredulidad. Me conoce como si la hubiera parido. Luego volvimos tarareando esa bellísima música.
               Y a la noche soñamos que Jorge Dom nos hacía bailar con él, y cada vez éramos más etéreas y durante uno de los saltos nos elevábamos sostenidas por sus brazos y seguíamos danzando en el aire, en un vuelo maravilloso y sin final.
               Me preguntaba ¡qué cualidades debía reunir un hombre para flechar con igual intensidad a una niña de 7 años y su madre, muy adulta y muy formal, es decir, a mí. Algo mágico debía irradiar para dejar rendidas las mujeres a su paso, y tal vez no solo a las mujeres...
               Pero además algo debía estar pasándonos a nosotras para que respondiéramos a su hechizo.
               Yo recordaba que la flaca otras veces ya se había sentido tocada por esa mezcla de admiración, interés y vergüenza que le enrojece los cachetes. Pero mi economía libidinal, diría algún amigo psicoanalista, debía estar dando un vuelco, porque a mí los hombres, en general y excepto uno, me dejan fría. ¡Qué cuernos estaba pasando esta vez?
               La respuesta quedaría pendiente. En fin, por esta vez podíamos recurrir al despertar primaveral para dar cuenta de la efervescencia desatada.
 
               En cuanto a la flaca puedo contar que al día siguiente se había olvidado de Jorge Dom, porque cuando manejaba, me puse a tararear el Bolero de Ravel, y me ordenó imperiosa: -¡Cantate algo más alegre má...!. Luego suspiró profundo y me dijo: -Este es el día más feliz de mi vida...! Porque le dije a Felipito G. que yo gustaba de él...Al fin, tenía que decírselo.si o si, así que me decidí y hoy le dije y resulta que él también y entonces nos hicimos novios...!-.
               El Felipito G está en la foto del 2do grado, y es un gordito sonriente tirando a blandito, que por supuesto, yo jamás voy a sentir que pudiera ser merecedor de mi princesita.
               Pero, si soy sincera, creo que aunque viniera un fulano con la pinta de Ricchard Geere, la guita de los Rotschild, la sabiduría de Confucio, la inteligencia de Einstein TAMPOCO tendría créditos suficientes para llevársela. Aunque se, que alguna vez un barbudo en jeans desteñidos, quizá con granitos y desgreñado la enamorará, y suponiendo que ella lo ame, yo fingiré como una dama que lo acepto, aunque esté segura que el barbudo no tenga méritos suficientes y que será mi magnificencia la que le permita estar cerca de ella.
 
               Estaba en eso cuando la flaca se puso a dar suspiros profundos y románticos para fines más prosaicos que la rememoración de su idilio con el Felipito G..
               Se puso a inflar un globo. Lo inflaba y dejaba que se le desinflara en la cara con toda la fuerza y se reía con ello. En una de esas, el globo, inflado más allá de lo que resistía le explotó en la cara. Y allí, de la explosión del globo se pasó a la explosión del llanto. Lloraba por el globo roto y por el susto y las lágrimas le caían a raudales saliendo de sus ojos inmensos (son tan grandes que una tiene la impresión de que si alguien se cae adentro de uno  de ellos se ahoga). Caían a raudales, le mojaban la cara y hacían charquitos en el suelo. Entonces la alcé y la consolé y después que se había tranquilizado le propuse pensar en algo. En algo que no combinaba: -Si sos tan grande como para que sientas que este es el día más feliz de tu vida, porque el Felipito G. y vos se hicieron novios, ¡cómo puede ser que llorés por un globo roto?. Ella tampoco sabía.
 
               Días después tuvimos otro hecho que contribuyó a la confusión. Fue en la fiesta de su cumpleaños. Había muchos nenes y nenas.
               Las nenas jugaban a la estatua o bailaban con el último cassette de Los Parchís. Los muchachos se entusiasmaban con la pelota que los hacía correr y ponerse enrojecidos y transpirados. Después jugaron juntos, nenes y nenas, pero eran juegos extraños de perseguirse y empujarse.
               Las niñas corrían por el patio, pegando grititos histéricos. De cerca las seguían los varones sin que yo pudiera enterarme bien, con qué propósitos. Al parecer tampoco ellos estaban muy enterados, porque en medio de las corridas escuché a uno que preguntaba: -Che...¿ y si las alcanzamos, qué?-.
               Otra cosa que observé en este cumpleaños, a diferencia de otros anteriores, fue que los chicos se cortaron solos, que los adultos, casi, casi, daba la impresión que fastidiábamos, y salvo para servir la naranjada y cortar la torta, no hacíamos falta. Cuando algún “grande” se acercaba, ellos se iban o se quedaban silenciosos interrumpiendo el parloteo.
               Cuando la fiesta terminó y llegamos a casa, la flaca hizo un comentario que me dejó pensando.
               Ella ordenaba sus regalos: collarcitos, hebillitas para el pelo, libros de cuentos, un juego de La Oca, un rompecabezas, un conejito vivo que le suscitaría más tarde hondas reflexiones, un camisón delicioso estampado en florcitas...De pronto, levantó la cabeza, me clavó la mirada y dijo algo que me clavaría una convicción. Dijo: -Oia,...este año no me regalaron ninguna muñeca-. La convicción  que me clavó es la de que mi niña está creciendo.
               Lo refirmó su hermano (5 años) cuando antes de dormirse me preguntó: -¿Cómo se llama esa prima...la del vestido turquesa, esa con el pelo así...-.
-        Se llama Lucrecia, ¿por..?-.
- ¡Ah1. Porque está linda esa nena...-.
Yo, con todos los celos derramándoseme por la voz y sintiéndome malvadísima traté de persuadirlo: -¡Qué va a ser linda si es flaca y tiene alambritos en los dientes!-.
               A lo que él, reflexivo contestó: -¡Si, tiene alambritos, pero igual está linda. Me gusta esa nena.
               Pensé: Esa brujita seductora ha engualichado a mi bebé. Así que opté por el silencio digno y me retiré con desdén advirtiendo algo. Que si a la flaca, con 8, la deslumbra Jorge Dom, ya no recibe muñecas y juega a empujarse con el Felipito G. y los otros chicos, y si al ciruja de 5 YA!!! Lo conmueve una pulguita con ortodoncia, más vale que vaya pensando qué hacer con mi vida.
               Tal vez en uno de los geriátricos de PAMI haya un lugarcito para mi marido y para mí.
1983

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