1 dic 2020

9. CUENTO AGRIO

               Tortitas negras, medialunas, zepelines.
               Tortitas negras, medialunas, zepelines.
               Tortitas negras, medialunas, zepelines.
               Tortitas negras para Alberto, medialunas que le gustan a Anahí y zepelines de dulce de leche me pide Pablo. ¡Ah!. Y mi vieja me encargó pan integral y hoy almuerza con nosotros.
               ¡Qué complicado es ir a comprar el pan, que en vez del pan se convierte en esta catarata de nombres que tengo que recordar sin olvidarme de ninguno. Se me arma kilombo, tengo que hacer malabares para cumplir con todo. A las 11 tengo un turno. Espero no cruzarme con el paciente cuando vuelva con la bolsa de pan. Ya bastante me aguanta con vaqueros (Prenda fantástica si las hay, porque no se le notan las manchas de deditos, como comprobé cuando Anahí gateaba). Si además me ve haciendo las compras, en vez de estar estudiando  “El yo y el ello”, se va a poner a pensar en qué manos está. ¿Y en que manos está?.
              
               Malabares me hace pensar en abalorios. En “El juego de abalorios”, Herman Hesse tiene un escrito, “Existencia Hindú”, que es un cuento circular, me decía mi amigo poeta en la charla de El Cairo. En el cuento circular, el final engarza con el principio, vuelve a la misma escena, cierra el ciclo y deja la posibilidad de que todo no haya transcurrido más que en la mente del lector. ¡La puta!. Me hace pensar en el eterno retorno de Nietszche. Al que no conozco es a Proust y su “Búsqueda del tiempo perdido”. ¿Tendrá que ver?. Aunque tras el que yo ando es el tiempo encontrado...
               Tiempo circular, tiempo perdido, tiempo encontrado...Le voy a preguntar, siempre sabe de obras y autores.
               Pero... a estos intelectuales no se sabe cómo tomarlos, porque también decía que mis cuentos eran kafkianos por la cuota de absurdos. ¿Kafkianos?. Yo solo cuento lo que me pasa. Si a a veces los relatos son extraños y sarcásticos...pues ha de ser porque soy tan melancólica que si escribiera en serio, terminaría inundando las hojas que quedarían hechas una porquería húmeda y amocosada.
               ¡Kafkianos!. ¡Qué ganas de complicar las cosas y buscar segundos sentidos a lo que es diáfano y transparente!.
               Como aquel otro que decía que mis dibujos eran deliberadamente ingenuos, de línea intencionadamente infantil. Yo juro que los hice lo mejor que pude para que ilustraran mi libro. Si salieron así, fue sin premeditación. Ha de ser porque no soy Goya, ni Caloi.
 
               Tortitas negras, medialunas, zepelines. Dos de cada uno y cuatro pancitos de esos. Lo digo rápido para asegurarme que no me olvido. ¡Ah!. Y un casero. Se me escapaba lo más importante, porque es un pan gordo que dura mucho. Mañana ya tengo pan, no necesito salir a comprar porque éste aguanta.
               Once menos cuarto. ¡Llegaré a tiempo para mi paciente triste?. Tengo que pasar a buscar el cuaderno de Catecismo de María Laura para llevárselo a Anahí que faltó la última clase. Y tengo que buscar en el Eclesiastés (*) el escrito sobre el tiempo que vi en la Abadía y quiero releer.
               ¿Cómo le resultará a Anahí hacer las clases de Catecismo?. Tendría que haber venido ella a buscar el  cuaderno de su compañera, pero todavía no la dejamos cruzar calle Mendoza.
               Cuando yo era chica creía que el único pecado era decir malas palabras. Como mi mamá si las decía, me imaginaba que ella se iba a ir al infierno, mientras mi papá y yo, que no éramos mal hablados, iríamos al cielo y viviríamos eternamente juntos en el paraíso. Fantasías edípicas que le dicen. Porque decirle fantasías “eléctricas” no me suena.
               ¿Qué va a pasar con Anahí si nosotros no cumplimos los preceptos?, le pregunté a Joaquín, el párroco. Por supuesto, no sabía.
               Y qué va a pasar cuando sepan que nuestra hija va a la Iglesia, con los amigos agnósticos, escépticos e iconoclastas?.
               ¡Bah!. Me importa un huevo.
               Apenas puedo hacerme cargo de mis contradicciones, y voy a ponerme a hacerme cargo de lo que digan los demás...
               Al fin, todos estamos buscando algo a lo cual adherir. He conocido dogmáticos católicos. Pero he conocido dogmáticos marxistas, lacanianos y peronistas y todos me rompen las bolas por igual.
 
               Cuando voy a cruzar Mendoza se me tira un auto encima. Pienso que realmente no es exceso de cautela tratar que Anahí no cruce sola todavía.
               Se va a internar en los misterios de la teología y no conviene que cruce Mendoza. ¡Qué cosa más loca!.
               La pibita de la esquina de Avellaneda pide a los automovilistas aprovechando el semáforo. Se escurre entre un paragolpes y otro y se para frente a las ventanillas cerradas. La llamo, y para que me escuche le doy unas monedas. Entonces le digo, no que no cruce entre los autos (sería mucho pedir a quien está necesitada), sino le digo que tenga mucho cuidado con los autos que se lanzan como animales. Me queda por decirle, ahora tendrá 7 años, que dentro de poco deberá seguir teniendo cuidado con los autos, pero que además deberá tener cuidado con los hombres que manejan esos autos, con los otros hombres, con la cana –que está armada y anda suelta- por si acaso..., con la vida.
               Tengo que apurarme. Después del paciente, el trámite de OSPLAD para mi vieja y acordarme de que hoy Pablo tiene turno con la dentista, primera vez. Me pidió una capa hasta el suelo, con lentejuelas dice. Y guantes y botas para vestirse como Luke Skywalker en “El regreso del Jedi”. Cada vez que nos cruzamos me pregunta si ya se la terminé.
               Dejo el pan, le alcanzo el cuaderno de Catecismo a Anahí y atiendo a mi dubitativo triste que empieza: -Si le dijera que me va mal, sería fanfarrón-.
               ¡Ah perfecto!. ¡El día pinta espléndido!.
               Elena faltó, así que tuve que hacer yo las compras. A mi paciente de las once le va peor y la dentista le va a poner el torno a mi retoño de ombú, a mi único hijo  varón, que además me chantajea con que le haga pronto una capa hasta el suelo.
               Dan ganas de putear.
               ¿Qué dice el Eclesiastés que hay tiempo para todo?.
               No hay tiempo para nada. Dan ganas de putear.
               La primera mala palabra que dije fue joder (¿?). Ahora ya no me parece TAN mala palabra. Estaba en quinto año del secundario y me salió tan rara, que Ochi, mi compañera de banco dijo que parecía Nat King Cole en castellano.
               Y la ultima que aprendí a decir y que es de lo más desfachatada es coger. Todavía no me sale muy bien. La palabra digo.
               En cambio el Pablo (es “el” Pablo) putea con una fluidez, con una soltura, con una armonía, que resulta casi poético.
               No hay caso, ciertas cosas hay que aprenderla de chico. Después ya no es lo mismo.
 
               Al fin yo creo que sobre tiempos, no coincido con el Eclesiastés, y si con el Bergman de “Fanny y Alexander”, cuando sobre el final ese personaje dice: - Si nos quitan los subterfugios que nos damos para vivir perdemos la razón...Si el tiempo que va desde el nacimiento hasta que somos viejos, y que creíamos que era el tiempo más importante, pasa tan fugaz y ya tenemos la muerte encima...entonces amemos, amemos que es lo mejor que podemos hacer.
               Y también siento mío ese tiempo circular del que él hablaba, que nos trae mágicamente el pasado, o que mete el pasado en el presente y logra que no sepamos si es ayer u hoy.
               Total...seguiremos excluidos del misterio como siempre. Podremos tener una actitud más contemplativa o más activa, pero ¿quién nos garantiza que cambiamos de lugar?.
               Yo he sentido que viajaba más cuando dejaba mi cara de nada, mi cara de estar escuchando y me sumergía en mis propias reflexiones, más de lo que es capaz de trasladarme Aerolíneas o Air France.
               Hay ocasiones que facilitan eso de dejar la cara de nada y tomármela detrás del hilo de mis locos pensamientos. Son ocasiones especiales, en que una puede estar en silencio. Por ejemplo, acompañando a Misa a Anahí. O en las clases de epistemología (¿qué cuernos es eso?) de Raúl  S.. Yo pagaba en dólares cada clase para hacer como que oía, y me daba una oportunidad tramposa para poder pensar sin interrupciones las cosas que necesitaba pensar.
               Creo que las ideas más brillantes que pude acuñar, los descubrimientos más sutiles, los razonamientos más elaborados y las decisiones más inteligentes las he podido hacer surgir de mí, dejando mi cara de escuchar y tomándomelas a algún recoveco interior, en medio de un Ofertorio, cuando el ruido de la gente al moverse me indicaba que había que arrodillarse, o en medio de alguna de las clases de Raúl.
               Si, ya se. ¿Qué hubiera pasado si en ese momento me interpelaban?. ...Y, siempre hay recursos. Por ejemplo: -No tengo tomada posición al respecto...Deben sedimentarse las cosas que he pensado hasta ahora...Estuve siguiendo la exposición, pero no veo claro...
               También puedo ausentarme, irme a mi mundo de adentro cuando voy a comprar pan.
               Comprar pan es compatible, pero no si se me complica con otras cosas (Tortitas negras, medialunas, zepelines) en las que tengo que gastar atención, en vez de en mis propios  pensamientos.
               A veces esos viajes por dentro se ponen peligrosos cuando nos llevan muy lejos. No vaya a suceder lo que le pasó a Lili, que enfrascada en lo suyo, se acercó a la ventanilla de la Estación, y en vez de pedir un boleto a Perez dijo: -Deme un Particulares cortos. Y el empleado quedó con las neuronas crispadas como para que lo atendiera Matera.
 
               Y hay maneras y maneras de comprar, boletos, cigarrillos y otras cosas.
               Yo voy y compro: un casero, un pollo y una planta de lechuga.
               Y los pongo en la bolsa mientras sigo pensando en las lentejuelas de la capa, en la orden de OSPLAD y en el tiempo circular, para decidir si me gusta más el de Bergman, el del Eclesiastés o el de Herman Hesse.
               Pero hay quienes no. Mi prima por ejemplo. Nononononononó... Ella va y dice: -Un pan fresquito, no muy tostado, ni tan blanco. Ese gordo no, que tiene mucha miga. Y ese de los crostones tampoco, que no me gusta. ¡Ese!. Ese que está justo ahí (debajo de todos los otros).
               Bueno, y para llevarse un pollo toda una historia. Un pollo de dos kilos justos. No tan amarillo que trae mucha grasa ¿no tiene uno más flaco?...pero que sea tierno. ¿no estará criado con hormonas, no?. Y ya que está, los menudos, que los hago con arroz...
               Y para una lechuga, juro, elige entre las distintas plantas, como quien elige escuela para los hijos, descarta una muy arrepollada, otra muy verde, otra muy blanca. Y luego se va con su compra como quien hubiera hallado pepitas de oro. Es un martirio ir con ella al Supermercado porque además habla todo el tiempo. Y con ello, como exige que la escuche, no me deja hablar conmigo misma, es decir pensar.
 
               Y sin embargo...a veces también comprando se escuchan cosas... Como cuando esperaba mi turno junto a otros y ella (87 años, pelo blanco) hacía bromas y charlaba con todos. Hasta con los que estábamos metidos dentro de nuestras circunvoluciones cerebrales, hasta a los que se agitaban impacientes zapateando y resoplando por la espera, hasta a los que miraban de reticentes con cara de culo. Ella (87 años, ojos claros) comentaba cosas, largaba chascarrillos muy andaluces, y cuando le tocó el turno charló con la dueña mientras la atendía. Y cuando iba yéndose nos tiró una frase (87 años, voz alegre), una frase que yo conocía. Que yo había escuchado muchas veces, pero que solo esa vez oí.
               Solo dijo: -Saber vivir es la clave, que vivir cualquiera sabe.
               Y...para saber, pregunto yo ¿dónde es que dan los cursos?.
1984
 
(*)ECLESIASTES
               Hay un tiempo para cada cosa y un momento para hacerla bajo el cielo.
               Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado.
               Un tiempo para dar muerte y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir y un tiempo para construir.
               Un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para los lamentos y otro para las danzas.
               Un tiempo para lanzar piedras y otro para recogerlas; un tiempo para abrazar y otro para abstenerse de hacerlo.
               Un tiempo para buscar y otro para perder; un tiempo para guardar y otro para tirar afuera.
               Un tiempo para rasgar y otro para coser; un tiempo para callarse y otro para hablar.
               Un tiempo para amar y otro para odiar; un tiempo para la guerra y otro para la paz.

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