Tengo mis primeros recuerdos acerca de dogmatismos despóticos, tal vez de la lejana época de mi catequésis. A todos los niños se nos transmitía de alguna manera que no adherir a determinados postulados, era quedar fuera del mundo de la gracia y de la esperanza y de la vida luminosa de los elegidos. Encontraría otros dogmatismos de distinto signo a lo largo de mi historia.
Y también otras catequizaciones que intentaron incorporarme a otras parroquias de las que traté de ir corriéndome, a veces sigilosamente, a veces de modo más explícito.
A principios de la Facultad escuché decir de alguien como descalificación insultante: A ése, decile católico y basta!. Eran tiempos de militante izquierdismo, en los que cualquier sospecha de religiosidad bastaba para que el aludido fuera excluido.
La adhesión al materialismo histórico daba patente de sabiduría, lo demás eran trampas pequeñoburguesas. Costaba pensar la realidad desde otros referentes que no fueran capital, trabajo y plusvalía.
Después fue el psicoanálisis freudiano con su utopía libidinal, el dogmatismo despótico que capturó los afectos y las inteligencias. Y el que llevó a aquella compañera (Raquel G.) a expresar con candorosa admiración: “¡Conocí a una mujer que es tan genital!” Esto formulado casi como meta existencial y fuera de toda duda. ¡La genitalidad como utopía y para ello el oro puro del psicoanálisis como opción, al vulgar cobre de las otras psicoterapias!
Más tarde, según llegaban las teorizaciones, las opciones que se proponían eran : psicoanálisis kleiniano o pichiruchi.(Expresión de Mafalda para denostar y que utilizó un compañero para persuadirme de elegir como analista a uno ordoxamente kleiniano) Y es que entonces, analizar fuera del aquí-ahora-conmigo la envidia, voracidad, celos no tenían buena prensa, ni daban visos de seriedad al trabajo que se abordara.
Cuando por los 70 APRO y CEP abrieron sus espacios, conocí la palabra epistemología (antes se llamaba Gnoseología o Teoría del Conocimiento) y se inauguraron nuevos cauces al estudio y la indagación. Fueron divergentes y quedaron opacados por otros reclamos que venían de lo político partidario.
En el fanatismo de los 70 si eras peronista “tenías una posición interesante” y “estabas bien situado”. No sabía bien qué significaba eso de lo que me sentìa excluida. ¡Qué sola me sentí entonces! Quienes me rodeaban adherían entusiastas a un proyecto y negaban una historia. Empecé a dudar de mis recuerdos: el miedo a ser delatada durante el peronismo de los 50 como “contrera”, las afiliaciones compulsivas a la UES, la convocatoria a colgar con alambre de púa los “vendepatrias”, el clima opresivo de la demagogia peronista de mi niñez. Cuando empecé a preguntarme si no estaría equivocada en mi sospecha y no adhesión a lo que se perfilaba como opción política de la mayoría sobrevino Ezeiza. Más tarde la expulsión de la plaza a “los jóvenes imberbes”, y luego asumió Isabel y salieron las patotas de Lopez Rega a mostrar qué cosas también era ese peronismo que había sido votado por la mayoría.
Luego sobrevino la dictadura que no empezó en el 76, sino en el 74 con el terror enseñoreandose de las calles y de las almas.
En los claustros se fue instalando el lacanismo.
Esa se constituyó en LA CAUSA, para la intelectualidad sobreviviente, aterrada pero aún no enterrada ni desterrada. Y si no se hablaba de deslizamiento de significantes, metáfora, metonimia, cinta de Moebius y matemas se sospechaba que no se estaban haciendo bien las cosas.
Un compañero (Raúl I.) expresó arrobado una vez: “Tuve una consulta con X para iniciar análisis. Y quedé fascinado porque hasta la empleada es Lacaniana. Le dije buenos días y no me contestó...”
Pasaron los años y las teorías.
En lo personal, trabajado los primeros años (64 a 79) pude hacerlo sin Lacán, y el haber incorporado desde entonces algunas lecturas no aseguró un mejor desempeño profesional, ni mejor asistencia a mis consultantes.
En los 80 accedí a los estudios de Género, perspectiva con la que me sentí en consonancia y me permitió acceder a formas más claras de interpretación e intervención desde lo psicoterapéutico.
Ahora inicio la lectura de Deleuze y sus multiplicidades, sus nomadismos y devenires.
Pero hago la lectura advertida de que si requiere de un lenguaje de capilla debo ser cauta.
Porque así como recomiendan sospechar de un trabajo para acceder al cual debas comprar otra ropa, un traje nuevo diferente del que estás usando, así también sospecho de las teorías que requieren otro lenguaje exclusivo y para iniciados para expresar sus conceptos.
Y sospecho de los saberes que no pueden ser transmitidos de manera sencilla con las herramientas usuales.
Recuerdo que estudiando a Lacán en el epígrafe del capítulo inicial de “La instancia de la letra”, propuse, si era tan importante lo que tenía para decir, hacer una traducción para poder leerlo “en cristiano”.
No advertía entonces que sólo era una teoría y que en el esfuerzo de apropiarla habría que evaluar sus réditos para decidir la dedicación que se le prestara. Al respecto me sorprendió una colega que dijo haber renunciado a la aspiración de estudiarlo, cuando se dio cuenta que la vida es muy corta y quería incluir otras cosas en ella.
Las perspectivas teóricas desde las cuales se lee el mundo y sus avatares, nuestras problemáticas y desafíos varían caprichosamente.
Estará en nuestra prudencia e inteligencia evaluar éstas como aproximaciones más o menos pertinentes a los hechos que pretende descifrar.
“El poder reside en el tipo de conocimiento que se tiene. ¿De qué nos sirve un conocimiento inútil? No nos prepara en el inevitable viaje a lo desconocido.”
24 dic 2020
Acerca de dogmatismos
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