A mis compañeras del grupo “Las Violetas”
Desde la humildad de las experiencias transitadas mientras vivimos, voy a la arrogancia de las conceptualizaciones taxativas.
Vale este intento de desmistificar supuestas certezas, que en el resbaladizo terreno de los afectos, nos lleva a volver sobre lo pensado y escrito, para abrir nuevas rutas.
La crítica minuciosa a la concepción romántica del amor, y los efectos de dicha concepción sobre las mujeres, crítica ejercitada por quienes estudiamos el tema, (y registramos cuestiones desde la clínica) nos ha llevado a posiciones, que creo se desentienden de aspectos fundamentales. Aquellos que hacen a nuestra condición de seres predominantemente emocionales, y no solo racionales. Y que me llevan a poner en duda la posibilidad de regir el destino de nuestros amores y desamores, como una cuestión sobre las que puede imperar el voluntarismo de la opción “más inteligente”. En esa área es donde quiero detenerme.
En “Rayuela” Julio Cortazar, escribe:
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer (a una persona) y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los (las) he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige. A Julieta no se la elige. (a Romeo menos, a Abelardo –de Eloisa-, a Paolo –de Francesca-, tampoco) Vos no elegís la lluvia que te va a calar los huesos cuando salís de un concierto”
(los agregados son míos)
En intercambio con mis compañeras, se aludía a la ferocidad de la imagen de Cortazar como excesiva para designar el hecho amoroso sobre el que reflexionamos-
Contrapuesta a esta descripción Marcela Lagarde escribe en Claves feministas para mis socias de la vida:
“La propuesta feminista para el amor supone mujeres capaces de ponerse condiciones a sí mismas y ponerle condiciones a los demás. Y si esas condiciones no se cumplen, no se ama. Con esta perspectiva aparece por primera vez en la historia de la humanidad el amor como algo que no es irremediable ni funciona como una avalancha que te arrastra y te arrasa la vida. Por primera vez aparece el amor como una experiencia en la que se puede intervenir, decidir, elegir, optar, características todas que tienen que ver con la libertad. Cuando es así, el amor se convierte en una experiencia en la que se puede negociar.”pág.49
“...Nos amenazan con la soledad, pero la amenaza velada, el miedo a que convoca esta amenaza es realmente el abandono. Ser abandonadas por quienes nos quieren, es uno de nuestros más profundos miedos. En la biografía de cada persona ese miedo tiene una historia que la remite al pasado más remoto, a su origen, a aquellos primeros años en los que realmente si era abandonado, podía morir.”pág.53
“Para perder el miedo al abandono, lo único que tenemos que hacer es asumir que somos adultas y no bebés de crianza. Nada más. El miedo al abandono es un miedo propio de criaturas que piensan que al alejarse la fuente de la vida, morirán. Asumir que no somos criaturas sino mujeres adultas es un proceso muy complejo, de maduración emocional afectiva. Es difícil, pero es indispensable.” pág.53
(las negritas son mías)
Marcela Lagarde escribe con un tono convincente de “condiciones que si no se cumplen, no se ama”, y me suena ese “no se ama” con la frescura de quien habla desde afuera porque nunca ha amado. Y no creo que tal sea el caso, sino que lo utiliza para instala así la problemática del amor como una prescripción similar a la de un contrato a establecer con el otro y consigo misma. Esto (contratos a respetar) sin duda funciona como imprescindible para otras áreas pero fácilmente entra en crisis cuando de amor se trata. Como si en éste terreno se pudiera elegir…Esto es, la ambivalencia y ambigüedad de los sentimientos hace que no se pueda elegir no amar porque no se cumplen las condiciones. O forzarse a amar porque es conveniente e inteligente hacerlo. Eso sin duda debe saberlo la autora que ha vivido y pensado el tema. En todo caso sus palabras pueden postularse como una expresión de deseos, aspirando a alcanzar a establecer relaciones en las que se respete el acuerdo establecido. Pero convengamos que no es por firme decisión que “no se ama” o “no se sigue amando”. La dimensión misteriosa y enigmática del amor prevalece cuando los afectos en juego son intensos y genuinos. Acuerdo con el anhelo de cuestionar los vínculos que nos sumergen en situaciones de penoso dolor emocional. Pero creer que toda la arquitectura de los afectos está consolidada a partir de lo que se evalúa racionalmente, es excesivo.
En otro párrafo, Marcela Lagarde nos convoca a perder el miedo al abandono, “asumiendo que somos adultas y no bebés de crianza”, y aunque reconoce la complejidad del proceso de maduración emocional, vuelve a caer en un discurso prescriptivo, que soslaya la cuota de vulnerabilidad emocional, que portamos y soportamos.
Parece ambicioso suponer que siempre se puede y se deba, (aunque se quiera) asumir esa adultez que nos aleje de los miedos infantiles. Parece ambicioso sobre todo cuando recordamos que como sujetos sujetados a nuestro inconsciente, muchas de nuestras elecciones están sobredeterminadas y que el margen de libertad de que disponemos es exiguo. Si entiendo que tiene sentido, pero como aspiración, la obligación ética de ampliarlos hasta donde sea posible, como tarea existencial que nos adeudamos a nosotras mismas. Pero creo que partiendo de una tolerancia a las fallas y de una flexibilidad que ponga entre paréntesis los mandatos. Mandatos que si bien antes nos sumergían en formas de subordinación en los modos de amar, hoy nos imponen ficciones de autodeterminación ajenas a nuestra condición y a nuestra realidad.
Como un aporte significativo vale la frase de Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo:
“Cuando la mujer pueda amar no con su debilidad sino con su fuerza, no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para humillarse sino para afirmarse, ese día será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no mortal peligro”.
Creo que concita la posibilidad de rescatar de la relación amorosa dimensiones, a veces contradictorias, pero necesarias en el reconocimiento de la significación de uno de los vínculos más vertebrales de nuestra subjetividad.
Pero prestemos atención a cómo lo formula Simone de Beauvoir: “Cuando la mujer pueda…”. Esto es, como un anhelo, como una expectativa que queda condicionada a un logro, que no es fácil, ni automático, ni universal. Reconociendo la cuota de incerteza que atañe a las emociones. Logro que tiene que ver con una construcción identitaria, con una tarea de armado subjetivo y una autoestima consolidada. Y sabemos que ellas no son solo efecto de una voluntad perseverante. Pues intervienen cuestiones históricas, impredecibles en sus efectos, para que cada quien pueda dar y darse los encuentros amorosos, en donde, también inevitablemente quedemos expuestos en nuestras vulnerabilidades y en nuestras grandezas.
Septiembre 2017
POST SCTIPTUM
Luego del tránsito por los escritos de Julio Cortázar, Marcela Lagarde y Simone de Beauvoir, vale subrayar que todos ellos, nos remiten a concepciones del amor, tal como éste ha sido concebido tradicionalmente, en vínculos monógamos y heteropatriarcales.
Pero quedaría incompleto este texto si no mencionara otras formas de pensarnos y pensar las relaciones amorosas, que van siendo relevantes y parten del cuestionamiento, tanto de las identidades genéricas fijas, tal como lo postula Paul (Beatriz) Preciado, y como plantean las actuales críticas a la monogamia. Esto tal como es expresado, entre otras /os Brigitte Vasallo.
Respecto al tema de identidades viene siendo tratada la posibilidad de que dichas identidades, sean pensadas como fluidas y con chances para cada quien de ser transitadas sucesivamente. Las conceptualizaciones que en ese sentido van surgiendo dan cuenta de una diversidad en los modos de definirse, que arrasan con binarismos.
En cuanto al pensamiento monógamo se plantea que éste genera identidades cerradas que operan con violencia, al obturar la alteridad de relaciones sexoafectivas disidentes.
El tema de la exclusión lleva a pensar, si en esas relaciones amorosas monógamas, haya que interrogar la violencia implícita en ellas. Si hacemos un recuento de las mismas, internas al vínculo y a cómo opera en relación a la clausura respecto a los otros, hay perspectivas perturbadoras. Qué más cargado de violencia que el vínculo amoroso?
Con los planteos del poliamor, se esboza la intención de crear articulaciones de modo diferente, multiplicando los vínculos desde el cuidado, apuntando a la construcción de formas de amar diferentes.
Convengamos que para quienes hemos sido construidos en los moldes tradicionales, en tales formas de pensamiento, exige un arduo trabajo tanto intelectual tanto como de revisión de categorías éticas.
Las experiencias con que contamos por haber sido descriptas en el pasado (amor necesario vs amores contingentes coexistiendo con aspereza en los protagonistas que lo propulsaron) no han mostrado solidez en su consecución.
Los posteriores intentos de sexo grupal de las comunas fracasaron, se planteó, por el anhelo muy humano de exclusividad, puesto en jaque por ese intento llevado a cabo con buenas intenciones, pero escaso resultado.
Así, afrontamos hoy nuevos desafíos, sin que se puedan prever los caminos que tomarán las formas de amar que se construyan.
Septiembre 2017
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