“El amor es el opio de las mujeres”.
Kate Millet
“Si el matrimonio es significado socialmente como una alianza de amor, queda denegada al mismo tiempo la relación necesaria y no contingente con su violencia. Si lo visible de la conyugalidad es el amor, su invisible necesario, lo denegado, lo interdicto de ser visto, serán los procesos de apropiación simbólica, erótica y subjetiva que en él se producen, o sea su violencia.
...Este contrato conyugal se celebra, se lleva a cabo aún hoy entre dos partes que acuerdan desde diferentes grados de autonomía, entre un sujeto que despliega tanto su relación con el mundo como consigo mismo, desde una posición: ser de sí, y otro sujeto que estructura sus relaciones desde otra posición: ser de otro. Este ser de otro desde donde las mujeres se posicionan es, hasta ahora, la única posibilidad de sostener tal contrato conyugal. El amor conyugal es así la guerra por otros medios.
...Existe una relación necesaria y no contingente, interior y no exterior, constitutiva y no excepcional entre violencia y conyugalidad. Violencia simbólica que inscribe a las mujeres en enlaces contractuales y subjetivos donde se violentan tanto la economía como el sentido de su trabajo, se violenta su posibilidad de nominarse y se las exilia de su cuerpo erótico...”
Ana María Fernández
La mujer estuvo preparada para vivir como lo otro. Satélite de un planeta, negativo de una foto, reflejo en un cristal.
Coinciden formas premodernas de vida, como las citadas, que siguen asignándonos el espacio privado y la domesticidad como los propios, formas modernas que abrirían las puestas de una participación en el mundo público y acceso a la educación en todos sus niveles (con sus propuestas de democracia, desarrollo y progreso) y aun formas postmodernas, con todos los cuestionamientos y críticas de las matrices sociohistóricas de las que procedemos. Y estas formas coexisten en el tiempo y espacio en que vivimos y se dan en la convivencia contemporánea de varones y mujeres.
Convengamos que pese a algunas de las metas logradas hoy, hay regresiones a épocas pretéritas. Las mujeres quedaron excluidas de la utopía moderna, con sus metas de progreso y democratización. Y esta exclusión implica violencia por quedar en un sitio de no ciudadanía. El feminismo se ha planteado construir esa parte de la modernidad que quedó incompleta para el género.
Las mujeres llevamos dentro a la premoderna. No llegamos todavía a investirnos de los DDHH a los que aspiramos. Se hace preciso abordar los logros pendientes. El planteo del feminicidio como expresión de la misoginia, sigue en debate. Las sobrevivientes tienen una palabra a ser escuchada.
La política feminista implicaría acciones frente al tradicional poder de dominación patriarcal. El empoderamiento de las mujeres implicaría erradicar la violencia androcéntrica y superar el monopolio masculino en los lugares de poder. La construcción de la ciudadanía plena sigue siendo aspiración de muchas.
Sería preciso revisar las relaciones intergenéricas para que hombres y mujeres pudieran explorar formas más democráticas de funcionamiento y también las que se dan entre congéneres. Así, la Sororidad como pacto entre mujeres para desmontar la misoginia, resultaría imprescindible. La creación de genealogías femeninas permitiría recuperar lo oculto y silenciado de nuestras predecesoras.
Se plantea como necesario un análisis crítico de nociones de amor en XXI. El amor como desbordamiento irracional de impredecibles consecuencias, debiera ser examinado. Así habrá que deconstruir la ideología amorosa que ha implicado un sujeto varón y un objeto de amor: la mujer, en disparidad de privilegios y poderes. Sobreestimando la vinculación con el hombre, respecto al cual las otras mujeres eran vistas como competidoras por ese reconocimiento de la mirada masculina. Mirada sentida como coartada para vivir vicariamente a través de los logros del varón idealizado.
Las líneas del amor operan como líneas biográficas estructurantes de la vida de las personas. Tienen funciones anticaóticas, pero también por el modo en que se delinean resultan generadores de graves problemas.
El sujeto de amor es el varón. La supremacía genérica de los hombres y su poder de dominio subyacen a cualquier experiencia. El hombre es el centro. El androcentrismo cultural es supremacía de género a nivel social. Así se vive el amor, tanto en construcción simbólica como en experiencia de vida. Este poder en tanto sujetos de amor se traslada a otros lugares. Los hombres tienen poder sobre la vida de las mujeres.
La mujer es cautiva, objeto de amor. Si se la considera inmanentemente amorosa, se deja de ver que esto es un constructo y un constructo interesado del patriarcado. Cuando reivindicamos una ética del cuidado que implique generosidad y empatía, ésta debe requerir a varones y mujeres. Los hombres cuentan con la incondicionalidad histórica de las mujeres, que han ocupado un segundo lugar, en el sexo y en el amor. De ahí la devastación que supone el desamor, sobre todo para las mujeres. Así existen formas de opresión amorosa dadas por la vinculación entre amor y poder: amor y poder en un continuum. De allí la necesidad de examinar los modos del amor, normativamente estructurado para hombres y mujeres.
El amor como distorsionador social, lo es por la centralidad del hombre en nuestra cultura. El lugar de segunda clase de las mujeres ha jugado en contra de pactos entre los géneros ya que la desigualdad y las relaciones de dominación atentan contra un genuino encuentro. Será preciso cambiar y desmontar la falacia de las mujeres como seres para los hombres.
Es obvia la necesidad de nuevos pactos en que las mujeres dejen de ser las pactadas. El amor requiere igualdad. Cualquier desigualdad intoxica el vínculo. Cambiar el amor implica cambiar las relaciones genéricas. Y cambiar las relaciones genéricas es correlativo a cambios sociales que apenas pueden esbozarse, pero que suponemos abrirían las puertas a una relación existencialmente más rica y humanamente más armoniosa.
Agosto de 2013
17 dic 2020
Claves de estas nuevas historias de amor: convivencia e igualdad
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