17 dic 2020

Acerca del trabajo

 1-Ella me cuenta: trabaja con pacientes en consulta. El tema en que se ha especializado es el de la violencia de género. Es decir, recibe en consulta a mujeres golpeadas físicamente o lesionadas psíquicamente, o sometida a abusos de los que esperan poder salir. Este trabajo la ha puesto en la mira de algunos violentos, que según modalidad o estilo la han tratado de disuadirla  de hacer lo que hace. Un abogado de renombre le  inició un juicio por “mala praxis”. Un camionero la esperó para tirarle encima su vehículo en el barrio en cuyo dispensario ella atiende. A veces está cansada y se siente desanimada. El Colegio Profesional que debiera respaldarla, solo recientemente (muy recientemente) asume una posición más clara de apoyo, a quienes se comprometen en esta tarea de lucha contra el abuso y la violencia.
Cuando comenta a su compañero este cansancio  él le responde: Si trabajaste toda la tarde sentada en tu sillón! ¿De qué te vas a cansar? Yo tuve que transportar cajas  en la Empresa con montones de legajos…y no doy más.
2-La otra es docente en los tres turnos  y en primaria, secundaria y profesorado. Y en cuatro escuelas. Tiene suerte, dice, de haber podido coordinar las horas, que son casi cuarenta semanales. Pero tiene bastante distancia entre una y otra de las escuelas en que da clases, así que salta e un colectivo a otro para llegar a tiempo. Además adaptarse al cambio de instituciones, edades de los alumnos, estilos de directivos y barrios. Le gustaría trabajar un poco menos, o al menos concentrar horas en menos escuelas, cosa de no tener que acomodar la cabeza a tanto cambio. Pero le gusta dar clase y ama enseñar a apreciar a sus alumnos la música que les lleva. Ya no discute con su esposo ingeniero que hace el cálculo de sus propias horas en la Siderúrgica donde tiene un área a su cargo. Allí él almuerza y el cole de la fábrica lo lleva y lo trae.  No tiene sentido especular quién trabaja más. Las condiciones  son distintas.  Los sueldos también.
3-El muchacho corpulento y desmañado que sube al ómnibus tiene un discurso armado, y un tono monocorde para decirlo: “Ayúdeme, tengo hambre…Unas monedas por amor a Jesús”. Se va deslizando entre la gente. Se mueve con cierta torpeza y pareciera lento, con cierta discapacidad. Algunos pasajeros le acercan dinero, otros no. A mi espalda, una mujer lo llama: “Vení que te quiero decir algo. Vos  pedís ayuda por amor a Jesús, pero Jesús no quiere que vos mendigues. Quiere que vos trabajes. Que te esfuerces para conseguir lo que necesitás  por vos mismo… ¿Entendés que eso sería mejor?” El muchacho la escucha perdiendo por un momento ese  aire despistado y responde: “Puede ser”. Ella le dice: “Que Dios te bendiga”. Él sigue unos pasos. Dos o tres. Y retoma su pedido plañidero: “Ayúdeme, tengo hambre…Unas monedas por amor a Jesús”. Me quedo pensando que los dos permanecen en su sitio. La mujer tal vez  (¿evangélica’) sintió que debía-tenía-quería decirle lo que ella pensaba. Y él la escuchó. Cada cual siguió con su vida.

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