17 dic 2020

La tercera

 Me resulta una coincidencia interesante las que  algunos científicos y algunos escritores en su madurez, pueden  revisar los fanatismos de la juventud, aquel tiempo cuando se declararon agnósticos y extremadamente críticos con respecto a cuestiones de fe.

I .Lo leí en Einstein. La frase decía algo así que cuando se apela a la casualidad para encontrar explicaciones, se omite que detrás  de la aparente casualidad hay otro designio  ¿ tal vez  la Providencia? Creo recordar que usa la palabra Dios.

II. Y  leyendo la autobiografía de Eduardo Jozami,” 2922 días, memorias de un preso político” refiere que pudo pensar con un  nuevo respeto en la religiosidad, después de compartir la celda con un cura tercermundista, que lo influyó en el sentido de una experiencia de  crecimiento,  que fue significativa.
Dice: “En la soledad de la prisión la religión debe funcionar como consuelo. Es comprensible que se sientan menos solos  quienes pueden rezar o mantener un diálogo con Dios. Pero cuando caí preso mi agnosticismo de los catorce años se había fortalecido y nada de lo ocurrido me hizo pensar otra vez en la religión. Sin embargo, entre las lecturas de la Biblia –sin duda, el libro que alguien debería elegir si pudiera llevar solo uno a la isla perdida en el océano- y los diálogos con el sacerdote que me acompañaba en la celda, mi visión de la cuestión religiosa se fue enriqueciendo, a partir de lo cual adopté una actitud manos simplista y más tolerante.”

III  .Emilio Rodrigué consignó su perplejidad madura, frente a cuestiones vinculadas al Misterio. Escribe: “¿Qué significa la religión para mí?
Fui un niño muy religioso. Desde muy chico me llevaba todos los días a misa … Luego, a mi manera, también en torno a los quince años, me pasé al otro lado. Me rebelé primero contra la Iglesia de Dios, y ese librito mentiroso que era el catecismo, y  luego contra el propio Dios. Desconfié de todo saber ilusorio, de todo relicario o estampita, de todo ora pro nobis. El ateísmo del adolescente carga su furia y su trueno. El puño que desafía al cielo no deja de tener su conmovedora grandeza.
Mi ateísmo fue radical durante muchos años, hasta que comencé a sospechar que todo ateo se cree Dios y tiene una incredulidad boba estampada en su facies.

Además rondaban cierto tipo de preguntas como:
¿Por qué existe orden en el cosmos? ¿Por qué…por qué, por qué. El enigma del Orden como principio…si los sucesos casuales, librados al puro azar, llevan a la indiscriminación, a la mescolanza, ¿cuál fue entonces el evento no casual que nos legó el orden?

Por el momento, el siguiente boletín metafísico da cuenta del estado de mi alma: doy crédito pero no creo.”  Interesante modo de reconocer con  humildad   su ambigüedad  y su incerteza.

Y preguntándome por mi propio sentir al respecto y revisando mis adhesiones y cuestionamientos en materia  de religiosidad,  me encontré con que puedo compartir un eje: el de intentar (con distinto resultado)  amar al prójimo como a mí misma.

Pero también me encuentro con dos graves  obstáculos para aceptar el texto fundamental del cristianismo, el Padre Nuestro. Me interpela en tanto dice: “Hágase tu voluntad”. Esa propuesta afecta mi obstinación,  mi  perseverancia y hasta  mi narcisismo. ¿Cómo  declino la (tal vez ilusoria) posibilidad de insistir hasta el hartazgo  en mis propósitos, aunque sean bizarros? ¿Cómo hago para aceptar mansamente renunciar a mi propia voluntad, aunque  sea absurda?

Y el otro grave mandato que me problematiza, es el de “perdónanos  nuestras  ofensas, así como nosotros perdonamos a nuestros ofensores”. Es tan difícil pedir y dar perdón. Hay algo de irreversible, en el tema de los agravios, y hasta ahora es un tema a seguir pensando.

Creo que lo va a ser por largo tiempo.

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