2 dic 2020

Al fin y al cabo soy adulta

                Cuando yo iba a salir volando, apurada como siempre, y me estaba pasando el peine delante del espejo, ella estaba viendo la tele. Daban el noticioso. Claro, si tiene tiempo de ver televisión cómo no va a estar informada...Yo apenas se quien es el presidente de turno.
Cuando ya salía me preguntó: -¿Te vas sin medias?-
Miré el cielo gris, sentí el airecito otoñal tirando a frío y me volví con bronca.
Es cierto que yo a los otoños no los percibo hasta que están bien, bien avanzados... Cuando me doy cuenta de que a mi alrededor, ya la gente usa bufandas y saco mi ropa de abrigo, resulta que en el ínterin tuve tiempo de pescarme dos anginas y una gripe.
Así que tomé en cuenta el aviso y luego pasé lentamente delante de ella, para que viera que sí me había puesto medias. (Ella está misteriosa, mágicamente conectada con el Universo, así es que creo que sabe hasta cuando va a refrescar).
Entonces, cuando pasaba, volvió a mirarme y con voz casual preguntó: -¿Y no llevás cartera?-.
A lo mejor quería decir que llevara los documentos porque ella sabe lo nerviosa que me pongo si me llega a parar la cana y no los tengo. O tal vez quería recordarme que levara la billetera. No fuera a sucederme como aquella vez en que Pablo pidió una golosina y nos paramos en el kiosko, y él eligió unos caramelos en sachets, que se llaman “Mielcitas” y que vienen en ristras (como los chorizos). Que cuestan monedas, pero he aquí, que cuando yo empecé a buscar el dinero para pagar, resulta que no tenía la billetera.
Entonces recordé que la había dejado en casa y dije: -Pero... cómo puede ser, no tengo plata...- La señora del kiosko miraba suspicaz y daba la impresión de no creerme. Muy imperiosa ordené: -¡Pablo devolvé los caramelos!.
Pero él ya estaba comiéndose uno, y yo entré a tirar de la ristra de un lado, y él del otro, los dos desesperados. El, porque no le fueran a quitar sus caramelos, y yo por devolver a la kioskera lo que no podía pagar. Todo sucedió en fracción de segundos, pero fueron una eternidad, hasta que ella que estaba parada a nuestro lado dijo, deteniéndome justo antes de que yo le aplicara una toma de karate a Pablo: -Esperá, esperá...que creo que yo tengo-
Y buscó en su bolso y me alcanzó un billetito arrugado, gracias al cual yo pude retirarme con dignidad, y Pablo se pudo retirar con las “Mielcitas”, eso si, chupándolas a cuatro manos, como si no se convenciese que ya eran de él y no estaba amenazado de perderlas.
Ella caminaba al lado nuestro, y no hizo notar lo que nosotros dos sentíamos, que era que nos había salvado. A mí del papelón y a Pablo del despojo.
Y es que ella  suele tener plata hasta en los fines de mes, y entonces me presta. Tiene una especie de ubicación también en lo económico, que la hace organizar sus gastos, sabiendo como reservar siempre un poco, para sí misma y para las desprevenidas como yo.
 
La verdad es que me da un poco de rabia que sea tan sensata. Y me tiene un poco cansada con sus aires de mona sabia.
A veces me pregunta enarcando las cejas y con un tono levemente reprobatorio: -¿Vas a salir?-
Ella sale poco. A mirar vidrieras por ejemplo, y en las librerías se pone a mirar los libros como “Cocina fácil”. O como otros opios parecidos. Pero sale poco, dice que no le gusta. Que tiene algo que hacer. No se por qué es tan casera.
En cambio, a mí basta que me digan: _Vamos a ...- que sin terminar de escuchar ya estoy en la puerta.
Y para colmo al otro día me pregunta: -¿Volviste temprano?-
¿Pero quién se cree que es para interrogarme?.
¿O se cree que no se me cuidar?.
Bueno...a veces no se me cuidar...Un sábado por salir sin tapado me enfrié toda y el domingo amanecí afiebrada, y ella me preparó un te y me lo llevó a la cama con aspirinas. Meneando la cabeza de un lado a otro, con un aire, como diría?...con un aire de reproche mezclado con resignación.
Además critica mi manera de comer. Digo...no aprueba que yo coma lo que llama “Porquerías artificiales”, tipo comida chatarra, sandwiches, saladitos, picadas y chocolatines.
A ella le gusta la sopa. ¡La sopa!. Y las pastas, y los guisos...¡Puaj!. ¡Hay que tener estómago!.
De todos modos, en ese punto hemos llegado a una coexistencia pacífica. Ella se hace preparar sus aburridas sopas y yo mis inquietantes basuritas.
Ella me mira medio preocupada  cuando se me marcan las costillas y la cara se me pone verde. Para colmo Carlos dice que prepara el café mejor que yo. Me tiene podrida.
Y otra cosa...jamás usa vaqueros. Prefiere las polleras. Cuida que los colores combinen y se niega cualquier extravagancia. ¿Cómo puede ser que no le guste la ropa loca que estalla en las pilcherías con los colores más estridentes? De elegir, elige el beige.
Está bien que yo  a veces parezca medio disfrazada, pero ella es del todo una solemne dama.
Esto es, que me cuestiona  no solo la ropa sino las salidas y los  horarios,  las modalidades y los estilos.
 
Y lo que me tiene requetecansada son los consejos.
Cuando una vez yo había discutido a propósito de no sé que cosa, ella con voz pausada y persuasiva me dijo, mientras seguía sorbiendo su horrible sopa: -No pelees por pavadas, que, al fin, vivir en pareja es bueno... Eso dicho sentenciosamente, mientras yo pensaba como insertarle una aceituna en el ojo, que era lo que comía yo.
 
Pero...¿qué se cree?.
Me tiene repodrida.
¿Se cree que es mi madre?. ¡No es mi madre!. Madre yo ya tengo. Y bien tolerante que es. No es mi madre. Es mi hija. Y tiene 9 años.
Y yo soy adulta. Y soy psicoanalista. Y no aguanto que me ande enseñando cosas.
Al fin, mis alumnos, mis pacientes y mis amigos creen que soy muy razonable, muy equilibrada y muy madura.
¿Por qué tiene  ella que venir a pincharme el globo?.
               1983

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